13.
Nadie me dice que hacer, y es por eso que no me puse el vestido y no encendí el teléfono. Tampoco fui al lugar que me dijo. En lugar de eso pedí una pizza, fui a comprar un refresco de dos litros y me di una ducha para ver una película mientras tenía una cita conmigo misma.
También compré helado.
Recuerdo que le paso a la última persona que me dijo que hacer.
Una señora grosera se atrevió a llamar loca y enferma en una misma oración mientras yo trataba de explicarle que mi compañera no podía apresurarse más para darle su servicio.
Trabajé un mes en una tienda de telefonía.
En la sección de quejas y sugerencias, y eso porque no quisieron que trabajará en ninguna otra sección debido a mi espectro. El cual no mencioné cuando me entrevistaron ni tampoco en los exámenes que me hicieron para entrar a trabajar a ese lugar.
Porque si no me contrataban debido a eso, era discriminación y acto de odio.
Pero si me contrataban después de saberlo, podrían darme lo que quería.
Un trabajo con mínimo contacto con la gente. No crean que las personas como yo no hemos usado más de una vez nuestra enfermedad en nuestro favor, al menos una vez en la vida.
El único contacto al que estaba acostumbrada a tratar es a los clientes regulares del restaurante de mis padres.
Y siempre habían sido amables conmigo, todos y cada uno de ellos y ellas, por lo que jamás me vi en la necesidad de ser mala. Pero no significa que no pudiera.
Solo no quería serlo.
No me le fui a los golpes, pero casi lo hice. Es todo lo que diré y también que ella se lo merecía. Después de eso, obviamente ya no trabajé para ellos y jamás mencione a nadie trabajar para un lugar que prefiere defender a un cliente prepotente que a su trabajador leal.
Con el cabello dentro de una toalla pequeña de manos corrí a abrir la puerta al repartidor de pizza.
—No eres el repartidor —no era el repartidor.
Un hombre de traje, con corbata de moño y barba de candado cuidadosamente dibujada y recortada me sonrió desde afuera.
—Creía que me reconocerías nada más verme.
—Llamaré a la policía —con mi mano libre busqué mi teléfono en el bolsillo e hice lo que dije.
No es la primera vez que lo hago, como mujer me he entrenado por años para sobrevivir en situaciones en las que una mujer tiene que salir ilesa.
Sí o sí.
—No vine a hacerte daño.
—No creo que hayas venido a comer pizza y ver una película.
—¿Eso es lo que harás en lugar de ir a verme está noche?
—Vete —dentro de mi bolsillo desbloquee mi celular y casi presione la tecla del cinco. En marcación rápida es la policía local.
—Primero dime... ¿por qué no fuiste a verme anoche?
Sí, ha pasado un día completo desde que recibí la caja.
—Eso me recuerda que tengo una caja que devolverte —cerré la puerta en su cara con toda la fuerza que pude y entre dentro de la casa, luego le grité desde adentro— espero que cuando abra esa puerta ya te hayas ido.
Corrí dentro de mi habitación por la caja negra y la tomé con ambas manos, la había dejado descansando en una esquina de mi cuarto donde no había nada.
Luego abrí la caja, él seguía de pie donde lo dejé.
Nunca había conocido a un hombre que no siguiera mis reglas al pie de la letra y quisiera desafiarme con cada palabra que saliera de su boca.
O la mía.
—Por favor. —Él suplico— déjame entrar en tu vida.
—Extiende los brazos —él lo hizo.
Bien, obedéceme.
Coloqué la caja encima de sus manos, él la tomó y se aferró a ella con fuerza. Como si quisiera tener otra cosa entre ellas.
Detrás de él, una motocicleta pito. Corrí dentro de casa por el dinero y luego pase por un lado de él sin tocarle.
Cuando regresé con la pizza entre mis manos, él seguía de pie. Esperando.
—Vete —le dije sin mirarle.
—No quiero.
—Vete —repetí impaciente.
—Eso huele bien, tengo hambre.
—No.
—Pagaré la mitad de la comida si me dejas cenar contigo esta noche.
—¡Vete! —Grité sin cerrar la puerta.
—¿Qué quieres de mí?
—Nada, vete.
—Quiere algo de mí, por favor.
Así fue como le invite una rebanada de pizza y helado después.
***
—Eres la primera mujer que al verme no sé me arroja al cuello de inmediato —me limpié la boca del aceite de la pizza con una servilleta que estaba a mi lado en la mesa.
Él me ofreció otras que estaban lejos, las rechacé al no tomarlas.
No quiero que tome esto como lo que no es.
—No soy como nadie.
—Ahora me queda claro.
—Espero no verte aquí mañana también.
—¿Por qué no quieres nada conmigo?
Al verlo tan desesperado, terminé cediendo.
Un poco.
—Porque todo eso es una fachada, yo nunca salgo con mentirosos y si de verdad me investigaste como dijiste antes, eso ya lo sabes. Esto es lo que sé de ellos:
1- Los mentirosos son lo más aburrido del mundo.
2- Los mentirosos son predecibles.
3- Los mentirosos solo saben mentir y suelen meterse en más problemas para seguir cubriendo sus mentiras.
4- En la vida real los mentirosos son los que tienen el poder, y no resisto eso.
—Eres extraordinaria.
—Lo sé. —Me levanté de la mesa y fui al lavabo de la cocina para lavarme las manos y la boca con un poco de agua.
Mi departamento era tan pequeño que la sala de estar, la cocina y el comedor estaban todos juntos. En una misma habitación.
—Tengamos sexo ahora.
—¿Qué has dicho?
—Voy a lavarme los dientes y cambiarme de ropa, solo dame un segundo. Sin embargo si te vas ahora no volverás a verme nunca.
—¿Puedo ir por preservativos a la tienda más cercana?
—Yo tengo.
Aquella respuesta lo dejó fuera de combate, pero algo me decía a mí que él no se iría de mi vida aunque pudiera.
Puedo hacer lo que quiera con él o puedo pisotearlo cuantas veces quiera y él no se irá.
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