1.
Un paquete llegó a mi casa el viernes por la mañana, dentro se encuentra un teléfono que parece antiguo, color rojo carmín.
Y todo esto comenzó porque no tenía dinero para comer.
Y por un anuncio en un sitio de internet "vacante para trabajar desde casa, no sé necesita experiencia previa para el puesto, solo proporcioné un email para continuar".
Y lo hice.
Y por supuesto que tenía miedo de que me robaran la información de todas mis cuentas, luego recordé que no tenía ni un peso partido por la mitad y que yo no usaba los medios digitales para consultar mi saldo.
Porque soy una Millennial dinosaurio que no sabe cómo usarlas, y peor no quiere aprender a usarlas.
Pero estaba desesperada.
En ese momento tenía tres papas en mi refrigerador, dos huevos y dos tortillas muy duras (que seguramente ya estaban expirándose). Y en mis alacenas, nada.
Así que no tenía de otra, fuera lo que fuera y si llegaban a pagar más de cien pesos al día, lo tomaría.
Así que di click en el link.
Ahí comenzó la gloria para mí.
¿Qué...?
¿Pensabas que iba comenzar relatándote un calvario?
Lo único que tuve que decir por teléfono es sí, acepto, como cuando estás casándote. Y por supuesto tuve que mandar por email algunos datos para que se me diera de alta. Luego mi dirección para recibir el paquete de bienvenida y ya está.
Parece que ellos estaban tan desesperados como yo por conseguir trabajadoras.
Y en cuanto abrí la caja de color café, con sello de papel por todas partes, supe porque.
—Voy... —Abrí la puerta en pijama, porque desde que no trabajaba es todo lo que me gustaba usar en el día a día.
Un repartidor desconocido me dio los buenos días y me sonrió.
—¿Sofía Tello Domínguez? —Él cuestionó.
—Soy yo.
—Traigo un paquete para usted, firme aquí. —Él me paso una tabla de madera para firmar y señaló un espacio en blanco antes de darme una pluma.
—Aquí tiene —se lo devolví de inmediato.
Cuando el hombre se fue, toque tres veces la pared que conectaba mi departamento al que le seguía en la hilera.
—Mónica, sal, llegó. —Grité con todas mis fuerzas.
Y como ya era habitual mi mejor amiga y vecina entró sin hacer mucho ruido y con su propia llave por mi puerta delantera.
—No puedo creer que ese trabajo fuera real.
—Dímelo a mí. —Caminé hasta el centro de la casa, la cual era tan pequeña que apenas y tenía centro, y deposite encima de una pequeña mesa redonda de metal la caja— ¿quieres abrirla conmigo?
—Obvio, pero te advierto que si sale algo desagradable te mato y luego me mato yo.
Antes de enviar mi información, las dos tomamos la computadora de mi amiga para buscar referencias sobre este supuesto trabajo. Las imágenes de lo que encontramos, muchas de ellas censuradas por el buscador y otras no tanto, me dieron pesadillas.
Por una semana.
Así que estábamos preparadas para lo que sea.
Dentro encontramos un teléfono antiguo color rojo carmín, un manual de cómo ser la mejor versión de ti misma siendo una vendedora para la compañía y lubricante sabor cereza con una etiqueta que decía: "Úsese sabiamente ya que este artículo no se repondrá".
—Esto pudo haber sido mucho peor. —Declaró mi amiga antes de ayudarme a sacar el teléfono rojo de la caja por completo.
***
Recibí mi primera llamada cuando el reloj marcó las once de la noche.
En el manual lo primero que te dicen es que las mejores llamadas, o sea, las que duran más tiempo y de los clientes más fieles son las que suceden en la madrugada.
Así que mi trabajo era siempre de noche, hasta entrada la noche realmente y terminaba usualmente cuando el alba estaba apareciendo en el horizonte.
Practiqué dos docenas de veces frente al espejo de mi cuarto posturas para estar cómoda, expresiones corporales con gesticulaciones exageradas, tanto que al estirar mi mandíbula casi se me rompe.
Probé diferentes ropas también.
El manual habla sobre que muchas asistentes telefónicas prefieren usar ropa cómoda o sexy, la cual también vendían en la página web de la empresa. Si me hubiesen ofrecido todas las prestaciones laborales, honestamente hubiese trabajado sin parar por todos los turnos que se me permitieran hacerlo.
Pero no lo hacen.
Sería ilógico creo yo, pagarle a chicas que dan sexo telefónico un seguro social, vacaciones y utilidades.
Sin embargo, en mi contrato habían una clausula para no complicarnos la vida a la hora de declarar mis impuestos.
"Todas las trabajadoras recibirán sus pagos semanales en base a la cantidad y calidad de las llamadas que haga, sin contar las propinas que los clientes les dejen al terminar las llamadas, al finalizar la semana por medio de transferencias bancarias directas a su cuenta de pay pay. Si se requiere factura o recibo de pago, se le podrán proporcionar si ingresa sus datos fiscales a nuestro sitio bajo el concepto "sesión terapéutica".
Claro, todo para proteger tanto su integridad como la mía.
Así que así solo me faltaría declarar yo misma mis propios impuestos. Por suerte para mí, mi vecina es Contadora Pública y me ayudaría en ese apartado.
Otra mala pasada que me dejó el trabajo temporal al trabajar para el gobierno fue que me obligaron a declarar impuestos en un régimen que será para siempre, es decir, jamás podré cambiarme y tendré que estar declarando mis impuestos de manera mensual por el resto de mi vida o darme de baja cada determinada tiempo.
Dios, ¿algo podría salirme bien alguna vez?
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