o. ― 1990, New Orleans
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Nueva Orleans, Louisiana, USA, 1990
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El aire de la noche les enfrío el rostro. Instintivamente y sin detener su paso, Eleanor Labonair miró a su hija, quien dormía plácidamente en sus brazos mientras la atraía a su cuerpo para darle su calor. Con un corazón saturado de tristeza y melancolía, vislumbró el camino frente a ella; largo y ancho. El pantano era extenso, y cuando usualmente eso jamás resultó un problema para ella, esa noche sí lo era.
¿Y es qué como no lo sería?
La reina de la manada Creciente-Labonair se encontraba a punto de entregar a su única hija, a enviarla lejos y aunque sus razones fuesen justificables, no podía disipar el desasosiego en su estómago, ni callar sus lamentos.
Sus ojos volvieron a mirar a su niña. No dejaba de pensar en lo injusticia de las circunstancias. Su hija tenía vivía un par de meses, en medio de una guerra entre las fracciones de Nueva Orleans. En una guerra como ninguna otra; en donde la manada Creciente se enfrentaba a una extinción en la ciudad que alguna vez nombraron como suya: la Ciudad Creciente.
Y aun con todos esos pensamientos, la mujer de cabellos castaños oscuros se encontró con la realización de que no podía dejarla ir. La quería con ella. Quería verle crecer y enseñarle todo lo que pudiese. En resumidas palabras: Eleanor quería criar y amar a Andrea. En ello, Eleanor se paralizó. Con una lágrima brotando de sus ojos, le fue imposible dar un paso hacia adelante.
—No puedo hacer esto —en un susurro apenas audible, su esposo volteó. Pese a estar consciente que la mirada del alfa estaba sobre ella, Eleanor no podía despegar su vista de su hija—. No quiero dejarla ir, William.
Y cuando su esposa lo miró, el corazón de William se rompió.
Con sus pasos, se acercó a ella. Secó las lágrimas del rostro de Eleanor.
—No quiero dejarla ir —repitió en un tono más grueso que el de ella, los ojos de Eleanor se iluminaron por unos instantes ante la alternativa de que quizás podían terminar con todo esto y regresar a su hogar—. Pero no hay otra opción. Estamos en guerra, amor —pese a la obviedad de sus palabras, su tono era suave—. No tenemos la certeza de cuando Marcel atacará...
—Él no ataca a niños —replicó, cortándola de pronto.
—Él no, pero su gente sí —recordó con un deje de amargura y odio—. La diplomacia con los vampiros se acabó hace tiempo ya. Se han vuelto los cazadores y nosotros las presas, está en nuestras manos hacer todo lo posible para que nuestro legado viva —su mano libre acarició levemente la coronilla del bebé, sin dejar de obsérvala murmuró—: Andrea es nuestro legado. La promesa de un mejor futuro para nuestra especie.
Eleanor volvió a posar su mirada en la niña. Su mente coreaba las palabras de William como una melodía que no dejaría su cabeza en un tiempo cercano.
—Tenemos un plan, Eleanor —subió su vista una vez más. Lágrimas esfumándose pero sus ojos cristalinos brillaban bajo la luz de las estrellas—. Sé muy bien que esto es doloroso para ti, porque lo es para mí de igual manera. Sé que esto te está matando por dentro porque lo hace conmigo, pero esto va mucho más allá de nosotros. Quiero Andrea viva y quiero que la manada sobreviva. Esta es la única opción.
Eleanor no pronunció palabra alguna y su respuesta fue un simple asentimiento de cabeza. Emprendieron su caminar una vez más hasta que en el silencio de la noche, llegaron hasta el lugar acordado. Divisaron un auto de color oscuro, una sombra acercándose a ellos y por instinto Eleanor acercó a Andrea aun más. William dio un paso hacia el frente, saludando a la sombra con curvatura de mujer.
Ayana Férux era una bruja que tenía un pasado turbio y del cual muy pocas personas —contadas con una sola mano— tenían conocimiento. Nacida, crecida y exiliada de Nueva Orleans, la bruja morena era una amiga remota de William. La única aliada en el cual él tenía confianza para depositar algo tan delicado, precioso y valioso como la vida de su hija en ella.
—Eleanor, acércate —la aludida caminó hasta llegar al lado de su esposo, frente a Ayana. William tomó a Andrea en sus brazos y la presentó—. Ayana, ella es Andrea.
La bruja estiró sus brazos, maravillada con la niña. William la entregó en silencio y con un corazón roto. Andrea dormía pero aun así la bruja pudo ver rastros del rostro de Eleanor en la bebé. Una vez en sus brazos, se dirigió hacia la reina: antes de que pudiese hablar, miró sus ojos avellana, tristes y cristalinos. Por unos instantes, Ayana comparó el momento cuando tuvo que vivir algo similar: el corazón roto, la promesa de que jamás volvería a ver su hija, la impotencia y el dolor. Miraba todo eso y más al ver a Eleanor Labonair.
—La cuidaré con mi vida —se vio en la necesidad de aseverar—. La batalla aún no está perdida —dijo, desviando su vista de Eleanor a William—. Salgan victoriosos y hagan de esta ciudad algo mejor. Para todos. Para ella.
William asintió. Conociendo el trasfondo de las palabras de su vieja amiga. Observándola mientras giraba sobre su propio eje para dirigirse al auto, su esposa caminó hasta ella deteniéndola en el acto.
El alfa no se inmutó de su lugar.
—Cuando hayas llegado a la casa de seguridad, avísanos, por favor —suplicó. Ayana asintió. Vislumbró como sacaba una caja lo suficientemente pequeña para que cupiese en el bolsillo delantero de su pantalón y lo dejó sobre Andrea—. Cuando despierte, ponle el collar que se encuentra dentro y por favor, Ayana, nunca le ocultes nada. Dile quién es, qué es, la razón de estar contigo.
—Ella siempre sabrá quién es. Tienes mi palabra, Eleanor.
—Gracias —asintió—. Gracias por ser una aliada en tiempo de crisis y por cuidar a mi hija —depositó un beso en la coronilla de su hija, murmuró una vez más—: Te amo, pequeña loba.
Cuando las palabras salieron de su boca, Eleanor caminó hasta William: arrojándose en los brazos de su esposo y apartando la vista de la dolorosa escena. El alfa observó como el auto arrancó, alejándose más con cada metro y pronto con cada kilómetro. Con las estrellas en el cielo, su esposa en sus brazos y el corazón abatido; en su pecho creció la necesidad de hacerle pagar a cada enemigo esta despedida. William Labonair haría lo imposible para asegurar que su hija volviera a ellos...
... Lo qué el omitía es que su caída sería a causas de un amigo. Y, que una vez que Andrea salió de Nueva Orleans no volvería hasta veintidós años después con orgullo y su esperanza: Andrea volvería a tomar su lugar y a luchar por su gente, tal y como William y Eleanor lo hicieron alguna vez. No obstante, esperemos que a Andrea no le cueste un hijo o la vida...
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