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iv. Alive and Kicking

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capítulo iv. vivito y coleando

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Hayley requería meditar sobre los acontecimientos pasados. Sin embargo, no sentía ánimo alguno para hablar con ninguno de los Mikaelson. Pensó en Camille pero desechó la opción con presteza, llevaba meses sin hablar con ella le parecía hipócrita llegar a su puerta con problemas que no le competían en lo absoluto.

Intentó pensar en un bar lo suficientemente alejado del complejo para simplemente pensar —sin importarle la hora del día—, de igual forma no logró dar con uno el que cual fuese de su agrado. Entonces, la imagen mental de Jackson Kenner apareció en cabeza. Como ella, él se hundió en un remanente de languidez y sumisión. Aislado en el Bayou, supo que él era la persona indicada para hablar del tema que la acongojaba.

Así pues, Hayley se hizo su camino por el pantano. Avanzando lentamente y rememorando el camino hasta la cabaña. Una sonrisa ladina se curvó cuando divisó la pequeña de madera en la distancia. Empero su emoción le hizo caer en una trampa, sin detenerse a mirar a los lados, sintió la flecha cuando se encontraba peligrosamente cerca de su rostro. Se volteó violentamente para detenerla por centímetros. Su rostro se volvió oscuro de la ira.

El crujir de las hojas bajo sus pies, le hizo saber que había alguien más. Lo comprobó cuando un hombre alto salió de entre los árboles. Los años cobran factura. Había escuchado decir una vez, la afirmación cobró aseveración cuando vio al hombre a pocos metros de ella. Se veía abatido, no obstante, mantenía el carcaj en su mano izquierda. Hayley miró el objeto y tiró la flecha al suelo.

Sus ojos centelleaban fiereza.

—Debes ser Hayley Marshall —el desconocido se detuvo frente a ella, en una posición que no indicaba amenaza alguna—. Jackson dijo que podrías venir. Le dije que desistiera de la idea luego de cuatro meses sin que hicieras acto de presencia.

Sus palabras parecían un reproche. Hayley frunció el entrecejo. Su mirada rozaba entre lo incrédula y ofendida, tal y como se sentía.

—Jackson sabe porque no vine —se vio en la necesidad de responder. Odiaba explicarse ante desconocidos, porque ellos no podían juzgarla. Nadie podía—. E incluso si no supiese, ¿Quién eres tú para actuar de defensor?

—Soy Ansel —se presentó, sin moverse ni un ápice—. No pretendía que tomarás mis palabras de esta manera. Pero me preocupo por el muchacho.

Hayley asintió una vez. Lo escrudiño por unos segundos. Ansel era un licántropo, desconocido por estas tierras y aun así Hayley veía directo en sus orbes verdes y observaba a alguien más. Sonaba loco e incluso el mero pensamiento era retorcido, pero al mirar los orbes de Ansel miraba al mismo tiempo los de Klaus.

La mujer se enderezo y alejando la vista de Ansel, decidió volver a hablar—. Estoy aquí. Eso es lo que importa. ¿Podrías llamarlo?

Ansel subió la curvatura de sus labios.

—Se ha negado ver a alguien en los últimos meses. Pero veamos, si tiene ganas de hablar contigo.

El hombre pasó de ella, en dirección a la cabaña. Hayley suspiró, arreglando su cabello en el proceso. Pronto, la creciente se vio caminando detrás de él.

•••

Los sueños de Andrea pronto se llenaron de pesadillas tan rápido como el licor era depositado en el vaso de vidrio frente a ella. Suspiró cansada mientras llevaba el vaso hasta su boca y tragaba el licor en un sorbo. Hizo un mohín cuando el líquido le quemó la garganta.

No sabía que esperar, honestamente. Las horas pasaron volando y su estadía en Nueva Orleans no fue productiva —no de la manera en que ella quisiese—, pronto se encontró con la realidad de que los Guerrera no controlaban nada en lo absoluto. Pretendían que sí. Los hilos se movían ante la voluntad de las brujas. La historia siempre ha sido así. La línea de orden en la ciudad era un desastre: era un círculo vicioso en constante movimiento.

Poder. Poder. Poder.

Exhaló con fuerza.

— ¿Mal día? —subió su vista para encontrarse con una cálida sonrisa. El gesto resultó contagioso porque Andrea sonrió y asintió en respuesta—. Bueno, siéntete con libertad de decirme aquello que te disturba. Me han dicho que soy buena escuchando y dando consejos.

Andrea soltó una tierna risa.

—Gracias...

—Camille —terminó por ella—, pero mis amigos me llaman Cami.

—Gracias, Cami —repuso, sin borrar su sonrisa. Miró el vaso vacío y luego a la amable bartender. De pronto sintió una soplo de confianza para con ella—. ¿Alguna vez has sentido que el camino elegido para ti, quizás, no es el correcto? ¿Cómo si cargarás el peso del mundo en tus hombros y depende de ti cambiarlo pero no consigues idear como hacerlo? —la reina no estaba segura de estar explicándose bien. La sensación creció cuando vio el rostro confundido de Camille—. ¿Sabes qué? No me hagas caso —trató de soltar una carcajada—. Delirios de una mente nublada por el alcohol.

A pesar de que la sonrisa desapareció de su rostro, la rubia mantenía un aire de serenidad que le transmitía paz a loba.

—No te preocupes —contestó apacible—. Con respecto a tu problema... Me arriesgaré a decir que atraviesas por una crisis existencial. Cuestionas lo que eres y lo que puedes llegar hacer, es completamente normal luego de una escena que haya causado impacto en ti —Andrea escuchaba cada palabra con atención. Sorprendida por la facilidad de palabra en el tema que tenía su contraparte—. Te puedo asegurar que las dudas desaparecerán, porque si sabes quién eres realmente no hay nadie ni nada que se interponga en el camino.

Retazos de una sonrisa se vieron en el rostro de la rubia cuando terminó. Por unos segundos, sus preguntas le recordaron a Klaus. Y como él, Cami pudo notar un cambio en el rostro de su cliente. Se iluminó ante la realización de sus palabras.

El pequeño pero inspirador discurso realmente le tocó en las fibras. El tedioso debate en su mente se despejó cuando supo que tenía que hacer; la pelea sería ardua pero en la guerra alianzas necesitaban hacerse para asegurar una victoria. Andrea necesitaba aliados y, ciertamente, y si junto a ellos ganó una batalla, ¿por qué no la guerra?

Andrea se levantó del taburete y sacó unos billetes de su bolsillo trasero, dejándolo en la barra junto al vaso vacío.

—Muchas gracias, Cami.

—Siempre a la orden... —respondió gentil.

—Andrea —se presentó con una sonrisa.

—Fue un placer, Andrea. Espero verte seguido por aquí.

Andrea no contestó verbalmente, pero agitando su mano: despidiéndose de ella, salió del establecimiento. El calor de la tarde le entró por la piel una vez que salió de Rousseau's. Se encaminó hasta el recinto de los Mikaelson, con la esperanza de formar una alianza lo suficientemente fuerte para derrotar a la bruja que mantenía a Nueva Orleans sumida en el caos.

•••

Jackson cambió en cuestión de meses radicalmente.

El hombre que la protegió sin darle espacio a la razón desde el primer momento en que la vio, parecía haberse ido junto con la corriente del río Mississippi. En su lugar, dejó a un duplicado lastimero del alfa: con una botella en su mano para poder pasar el día y una imagen tanto física como mental apesadumbrada.

Tan bien como pudo, Hayley le contó los últimos sucesos. Con la naturaleza como testigo, la madre de Hope no estaba segura que él hubiese escuchado una palabra. No decía nada. No hacía nada más que observar el horizonte, con un aura melancólica.

—Soy un desastre —habló, finalmente. Sin mirarla. Hayley a su lado lo miró con una expresión contraída—. No soy capaz de ayudar a nadie en este estado, Hayley. Si Andrea es realmente quién dice ser, quizá ella pueda ayudarlos.

Sin desviar su mirada, Hayley asintió en concordancia. Luego de unos segundos, echó un vistazo hacia el horizonte. Hasta la línea final en donde el rio de juntaba con el cielo de la tarde.

—Depositar la confianza en un extraño —entonó más como una afirmación que como otra cosa. Podía sentirse un leve tono de decepción en su voz, o al menos así lo sintió Jackson pero no fue suficiente para encararla—. Supongo que eso es tomar el camino fácil... Dejar tus responsabilidades de lado y esperar que otra persona recoja el desorden.

Ante la dura realidad, existían personas que preferían vivir en la ignorancia de un mundo ilusorio; una utópica percepción del escenario global en donde no existían problemas, no había responsabilidades, un lugar donde resultaba fácil sentarse y dejar que las riendas del futuro lo tomaran otros. Eso es lo que Jackson estaba haciendo en ese momento, y cuando la ironía en las palabras de Hayley lo golpearon lo supo.

—Y lo aceptaría —volvió a decir, después de un prolongado silencio—. Aceptaría esas palabras si viniesen de otra persona. Pero te conozco, Jack. Eres mucho más que la patética excusa de hombre que se sienta a ver la naturaleza con una botella de cerveza lamentando sus decisiones. No eres un desastre —para el momento en que las palabras dejaron su boca, ambos se miraban fijamente. Una brisa repentina los envolvió—. Yo soy el desastre. Lloro todo el día, me alimento toda la noche.

Desvió la mirada. Su voz salía estrangulada así que inhaló y exhaló hasta que se repuso.

—Mi vida nunca fue fácil, las situaciones que viví me hicieron convertime en una persona con la cual no me sentía cómoda —confesó, sin mantener la mirada fija en él—. Supe que no quería ser esa persona nunca más cuando pasé los últimos meses del embarazo viviendo con ustedes aquí. Me sentía en casa y segura, por primera vez en toda mi vida. Era feliz.

—Empero ya no lo eres —Jackson concluyó. Sintiendo una mezcla extraña de emociones florecer en su interior.

—Ya no lo soy —repitió, esta vez sin retirar sus orbes de él. Su voz salió como una mezcla entre lo gélida y ronca—. Mi hija está muerta. La manada está revuelta. Mi pasado nunca fue mío —rio sin gracia—. No soy una madre, no soy una reina... Ni siquiera soy un lobo.

Se calló. Jackson la miró expectante por unos segundos en aras de observar si volvía a hablar, cuando no lo hizo, el lobo se acercó y tomó su mano, obligándola a mirarlo directamente a los ojos.

—Eres mucho más que esto, Hayley —repuso. Jackson podía jurar que cada vez que la miraba, volvía a enamorarse—. Tu hija no está con nosotros, pero todavía tienes amor que dar. No eres la reina de la manada, pero te comportaste como una cuando te necesitamos. No eres un lobo, pero eres algo más impetuoso. Sí, has cambiado y si no te gusta cómo eres ahora, vuelve a cambiar. Encuéntrate a ti misma y verás cómo todo encaja.

Sonaba irónico que aquellas palabras de ánimo salieran de una persona que daba la impresión de estar derrotado física y mentalmente. Empero, Jackson podría estar muriendo y aun así resaltar a Hayley sobretodo y todos, incluso de sí mismo. Siempre sería ella ante todo.

Y cuando Jackson creyó que Hayley no respondería a sus palabras, una sonrisa inocente apareció en sus labios. Emocionándolo como la primera vez que se dirigió a él con el mismo gesto—. Deberías escuchar tus propios consejos alguna vez, Jack.

Jackson contagiado por su expresión, sonrió de igual manera. Entonces, cuando el sol terminó de ponerse Hayley se fue y él comenzó a pensar en sus propias palabras.

•••

Cuando Davina Claire comenzó a notar como los humanos salían con presteza del bar debió haber notado que algo iba mal. En el momento en que los ojos de Davina se fijaron en la entrada y tantos como mujeres con apariencias nada amigables comenzaron a emerger debió haber corrido de ahí. Pero no lo hizo.

Estar con Kaleb —en lo que parecía ser una cita, aunque no había sido aclarado previamente— resultaba mucho menos complicado y mucho más normal. Davina ansiaba normalidad, después de la ruleta que vivió meses hacia atrás: Vivir escondida. Morir. Revivir. El mal trato de Los Ancestros. La destrucción del Otro Lado. En fin, la lista no tenía fin.

Sin embargo, cuando las cosas en Rousseau's se salieron de control gracias a los licántropos, seguir con su cita con Kaleb pasó a segundo plano por completo. Los lobos iban tras ella por órdenes de Cassie —una bruja que trabajó con los fallecidos Guerrera, participante voluntaria de La Cosecha y ex amiga de Davina—, entonces cuando los licántropos vieron a Kaleb tratando de defenderla lo arrojaron hacia la barra causándole un par de heridas por la fuerza y el vidrio de la botellas cayendo sobre él.

Davina miró a la dirección de Kaleb asustada, pero no pudo divisar si él sobrevivió al impacto. Cuando Kaleb asomó su cabeza, miró la escena con claridad. No pretendía dárselas de héroe cuando en ese cuerpo no podía ser lo que alguna vez fue.

Una loba tomó a Davina por el cuello. Elevándola unos pocos centímetros del suelo. En respuesta, Kaleb pudo identificar que Davina cerró sus ojos y sus labios comenzaron a moverse. Estaba conjurando un hechizo que le fue imposible escuchar las palabras.

Pronto, una figura nueva emergió dentro del local. Kaleb abrió los ojos como platos, porque la masacre comenzó tan rápido e inesperado que la presencia del hombre que veía la matanza como un deporte desde tiempo atrás lo sacó de balance.

Él estaba ahí.

Estúpidos perros —escupió con desprecio—. Bestias sin ningún propósito en la tierra más que el de molestar con sus pulgas.

Su acento nórdico era tan marcado, feroz y severo como Kaleb lo recordaba.

Cuando la mujer con Davina intentó escapar, Mikael la detuvo. Separó a ambas, debido a la fuerza ejercida la joven bruja terminó en un extremo del local y la loba en otro. Mikael sacó el corazón del atacante de Davina con suma facilidad. Se viro hacia la niña —como él le decía— que lo mantenía en su control desde su regreso.

Él le asustaba.

Había que ser un estúpido para no sentirse amenazado por Mikael. El hombre era una bestia. Vikingo de antaño y humor de los mil demonios. El miedo creció en la bruja cuando intentó recitar el hechizo para desaparecerlo y sintió como su brazalete no estaba en su muñeca. Mikael lo notó y ante la sangre en rostro, cuello y camisa su sonrisa se ensanchó.

Era libre.

—Cómo ha cambiado la historia —canturreó con un tono que Davina percibió como una mezcla de diversión y crueldad.

Se acercó a ella a velocidad vampírica. Echó su cabello hacia un lado, dejando un camino visible para atacar su yugular. Con sus colmillos fuera y con Davina rogando por su vida, lo único capaz de detenerlo fue que en un abrir y cerrar de ojos Davina no estaba en sus brazos. Él había sido lanzado hasta el otro lado del bar, provocando que la ira se intensificará.

—Mi hijo —pronunció con una felicidad fingida.

—Padre —pronunció con voz ahogada. Sus ojos se abrieron en sorpresa. Tal como la reacción de Kaleb hace minutos atrás. No pudo reconocerlo cuando salvó a Davina pero ahora era claro como el agua. Él era el único que podía infestar la ciudad en terror—. Saca a Davina. Mantenla a salvo —giró levemente su vista a Andrea a su lado.

La reina miró al suelo con horror y luego sus ojos echaban chispas hacia la dirección de Mikael. Pese a su lógico mandato, Andrea no tenía intención de alejarse, sin embargo, replicó para obtener una afirmación.

— ¿Estás seguro que puedes con él? —por lo que escuchó, el señor de apariencia de terror era su padre. Y si recordaba las historias de Ayana con precisión; él era Mikael, el vampiro que cazaba a vampiros. Y si cazaba vampiros, Elijah podría necesitar toda la ayuda necesaria.

—Estaré bien. Ve —aseveró.

Elijah miró a su padre. Se veía ansioso por derramar sangre. No logró ver cuando Andrea y Davina salieron del local, pero si fue capaz de no sentir la presencia de ambas. Por su parte, Kaleb seguía escondido detrás de la barra y le sorprendía en demasía que ni su padre ni hermano supiesen que había una tercera persona en el panorama, no obstante, daba la apariencia que estaban concentrados en sus asuntos para notar un corazón bombeate y agitado.

—Adorable chiquilla —entonó al tiempo que avanzaba a pasos lentos hacia su hijo—. Piensa que necesitas ayuda. Tú piensas que no. Adivinemos quién de los dos está equivocado —masculló con sus labios levantándose en una sonrisa—. Volví porque tengo asuntos pendientes con el bastardo al que insistes en llamar hermano —escupió con cólera creciente. Siempre era de ese modo cuando se refería a Klaus—. Empero, tú y yo también tenemos asuntos que resolver.

Elijah desabotonó su saco y para su desgracia fue el primero en atacar: un golpe de puños en la cara no sería suficiente para detener a Mikael. El vikingo lo tomó de su camisa y lo arrastró hasta la barra. La espalda de Elijah quedó sobre el largo ornamento de madera, los ojos rabiosos de Mikael clavándose en los suyos.

En una maniobra, Mikael pudo sacar la estaca de Roble Blanco que llevaba consigo todo el tiempo. La única arma en la tierra capaz de matar a un original. La apuntó al corazón de su hijo pero Elijah reaccionó a tiempo y comenzó a ejercer presión en oposición.

El tiempo era una medida graciosa. Para el vikingo, cada segundo pasaba con lentitud ante la resistencia de Elijah de morir. Por otro lado, el hijo de Mikael veía la presteza del tiempo pasar ante sus ojos. Su padre poseía una fuerza con la cual se estaba haciendo difícil de batallar. La estaca se acercaba cada vez más a su corazón, y en un momento, Elijah logró sentir la madera penetrar más allá de su cuerpo. Ante el inminente dolor, el vampiro comenzó a rugir en respuesta.

Ante el destello de muerte, Andrea apareció como una luz al final del túnel. Alejó a Mikael de él con una energía y poderío no visto por ser usado por un lobo antes —al menos, no por Elijah—. Mientras él se recuperaba, vio como la escena terminó rápido: Andrea avanzó sin perder tiempo y tomó a Mikael del cuello, ejerciendo una fuerza que, honestamente, la loba nunca había sentido.

Entonces, Elijah fue testigo de algo impresionante. Los ojos de Andrea brillaban en un azul rey. Una analogía del océano, pues, lucían tan claros y peligrosos como el mismo. Desde su lugar, vio como sacó su cara se transformaba en retazos de la metamorfosis de un lobo.

Mikael se encontró a si mismo sin reaccionar por segundos, porque, en efecto, nunca antes presenciado algo similar. Ojos azules. Mientras su mente procesaba a aquello, Andrea no espero más y clavó sus colmillos en su cuello. El veneno actúo de inmediato y descolocó a Mikael, enviándolo a un estado de inconciencia.

Andrea cerró los ojos cuando sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Le dio una última mirada al cuerpo inconsciente y se dirigió hasta Elijah.

— ¿Te encuentras bien? —preguntó, preocupada.

El original asintió.

—Gracias —musitó sin saber si mencionar el asunto de sus ojos. Luego de unos segundos tomó la decisión de que si ella no hablaría del tema, él tampoco—. Será mejor que nos vayamos.

— ¿Lo dejarás aquí? —arqueó una ceja, mirando de reojo el cuerpo inconsciente.

—No podemos llevarlo. Con los años, desarrolló una resistencia al veneno de licántropo. Tenemos que irnos —explicó completamente repuesto.

Andrea no contestó, le dio una última mirada a Mikael y junto con Elijah se dirigieron a la salida. Segundos luego, Kaleb salió de su escondite. Su vista pasaba entre la salida y el cuerpo de su padre, casi de inmediato, Davina entró de nuevo al lugar. Abrumada por la situación, abrazó a Kaleb con fuerza.

—Debemos irnos. No es seguro —dijo Kaleb una vez que el abrazo se rompió, mirando en dirección a Mikael.

—Ahora, lo es —Davina contestó confiada, mostrándole una brazalete en su muñeca izquierda. Kaleb no hizo más que sonreír. Davina lo sorprendía cada día más.

•••

En su milenio de vida, Klaus se encontró a si mismo molesto con el hecho de que la gente que él mataba simplemente no permanecía muerta. ¿Es que eso era mucho pedir, si quiera? Quizá sí. Pues, teniendo en cuenta, que él era una abominación de la naturaleza tenía sentido que la misma naturaleza le diese un castigo al resucitar cada muerto que debía quedarse enterrado. En ello, Nik no podía descifrar el sentimiento que se arraigó con tanta fuerza en su pecho. Quiso arriesgarse y pensar que se trataba de cólera, pues, ya había pasado la fase del asombro tiempo atrás.

Entró a la estancia central del complejo. Su ceño fruncido al ver los tres pares de ojos sobre él cuando ingresó. Elijah, Andrea y Hayley llevaron sus miradas hacia él. Los dos primeros tenían apariencia de haber estado en una pelea, Hayley estaba pulcra pero tenía la misma cara de consternación que Elijah y Andrea.

— ¿Qué sucede, hermano? —inquirió Elijah. Al presenciar lo tenso que se encontraba su hermano. El híbrido resultaba ser un libro abierto para él, aunque después de tantos años, era normal que Elijah lo conociera más que nadie.

—Conocí a la bruja. Cassie —manifestó. Tanto Elijah como Andrea, tenían conocimiento de que Klaus iría para con ella en aras de tomar la información necesaria. Pues, pese a sus discrepancias internas, Andrea formó lo que llamaba una alianza de tiempo limitado con los Mikaelson—. Era una de las muchachas de la cosecha. En extremo joven y manipulable. O eso fue lo que pensé.

Klaus se detuvo por unos instantes. La escena llegó a su mente como un soplo de viento en el bosque. Su vista se fijó en Elijah, pero los tres oyentes estaban atentamente pendientes.

—La miré a los ojos y te juro, Elijah. Era ella —su hermano lo miró con una expresión ambigua—. Cassie no es una emisaria de nuestra madre. Ella es nuestra madre.

La noticia cayó como un balde de agua fría para el mayor de los Mikaelson. Lo sacó de balance por completo y que decir de las mujeres presentes, el panorama general era claro: la reunión de los muertos.

Vive y deja morir —bisbisó Klaus, su tono era quejumbroso y era el único que tenía intención de hablar en ese momento—. ¿Dónde queda eso? Los muertos deben quedarse muertos. Punto.

Su mente maquinaba planes de como mandar a su madre a la otra vida. Esta vez para siempre.

—Niklaus... —la voz ahogada de Elijah no lo sacó de su burbuja—. Niklaus...

— ¿Qué, Elijah? —interpeló con poca paciencia, sin embargo, no lo dejó hablar casi al instante dijo—. Déjame ahorrarte el tiempo de habla, porque si no es plan para mandar a madre al infierno no me interesa.

—Vi a nuestro padre —zanjó, sin perderle de vista. La noticia sorpresiva y en contraste a Esther, el retorno de Mikael le pareció inverosímil. Ante el silencio de Nik, continuó—. Hizo una masacre en Rousseau's. Estoy vivo gracias a Andrea.

El híbrido miró de reojo a la aludida. La loba se enderezo en su puesto, sintiendo la mirada de Hayley sobre ella. Elijah permaneció con su mirada puesta en su hermano, para este momento, él podía ver como Nik paso su vista de Andrea hasta los retratos de él, Elijah y Rebekah a un costado de la habitación.

Por la mente de Klaus paso una pregunta que no parecía ser retorcida en el momento: ¿Esther era consciente de que su Mikael estaba vivo? ¿Quizás, ambos hicieron una conspiración para matar a sus hijos? Quizás, este fue su plan desde el inicio. Matar juntos a sus hijos.

Por otro lado, Hayley se descubrió a si misma pensando en Ansel. Ahora mucho más que veía a Klaus. Existían similitudes físicas y rememoraba que, biológicamente, Mikael no era el padre de Klaus. Según lo que recordaba, él era el hijo del amor entre Esther y un alfa desconocido de uno de los Siete Clanes. ¿Podría ser...?

Negó con la cabeza. Quizás se estaba volviendo paranoica como efecto secundario de vivir con los Mikaelson. Arrastró la teoría hasta el fondo de su mente, no tenía sentido alarmarlos cuando probablemente Ansel no era nadie más que otro miembro de la manada que ella no conoció. Porque, siendo honestos, la idea de que relativos de Elijah y Klaus estuviesen volviendo a la vida no resultaba calmante.

Por su parte, Andrea no tenía palabras para describir la sensación que se coló en su estómago. La presente situación era compleja y los resultados inciertos.

—Solo nos queda una pregunta por hacer —musitó luego de un silencio prologando. Robando la atención de los presentes. Miró a Hayley, Andrea y luego se quedó en Elijah—. ¿A cuál de nuestros padres mataremos primero?

Y al mismo tiempo que la pregunta salió de los labios de Klaus, Andrea pensó para sí misma: ¿En qué diablos se había metido?

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