ii. Spirit of a Wolf
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capítulo ii. espíritu de un lobo
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El recinto Mikaelson se alzó en el alba. Una estructura de antaño que recordaba los años pasados de Nueva Orleans. Los portones de la entrada estaban abiertos, como si los dueños no le importasen en lo absoluto quién pudiese entrar al lugar. Y es que ciertamente, así era.
Luego de la nombrada Batalla de Nueva Orleans, Hope Mikaelson murió y junto a ella toda esperanza de vida dentro de la familia original. El ambiente alrededor de la residencia los turistas se preguntaban quién vivía ahí, los guías no le podían dar respuesta certera alguna porque desde el exterior tenía la impresión que ningún alma vivía allí. Desde meses atrás, la actividad del personal decayó notablemente; los dueños no salían y tampoco se conocían.
Pero Andrea conocía la verdad.
Estaba al tanto de la situación ocurrida gracias a la información que le fue entregada por Darice Pevensie —después de todo, ella vivió la batalla en carne propia—, sin embargo, al salir el sol aquella mañana se decidió por hacer una parada en la residencia predilecta de los Mikaelson. Su razón de presentarse no era para aseverar, porqué pese a no conocer por completo a su fuente, la mujer rusa le daba confianza.
Sin ninguna expectación se adentró al lugar. Gracias al extenso campo de visión pudo notar lo descuidada que estaba el lugar: sábanas blancas sobre los mobiliarios como si estuviese abandonada. Una fuente apagada pero que resultaba llamativa a la vista de igual forma. Ciertamente, meterse al hogar de los Mikaelson a sabiendas que podrían despellejarla viva era arriesgado debido al historial de sus antecesores. No obstante, Andrea quería verla. Más allá de recolectar información que ya tenía, quería conocer a Hayley Marshall. Quería bajarla de la nube en la que con mentiras subió.
Una corriente detrás le hizo detener su paso por unos segundos y mirar a su alrededor. Alzó una ceja, pero con confianza siguió su camino hasta el primer peldaño de la escalera.
— ¿Jamás le han dicho que no debería irrumpir en casa ajena? —escuchó de una voz varonil a sus espaldas. Andrea cerró los ojos y los abrió en cuestión de segundos. Sobre el peldaño se giró sobre su eje, volteándose para observar al desconocido—. ¿Se le ofrece algo?
Andrea no le contestó de inmediato. Cuando el hombre habló por primera vez, podía jurar que su voz salía suave, sin perder el toque viril que posee la voz masculina. No obstante, la voz de él se contrastaba en matiz de elegancia e hipnosis, incluso seductora. Cuando lo miró, pudo comprobar que sus pensamientos eran acertados: un hombre alto, de traje negro y un aura de arrogancia que resultaba embriagadora. Conservaba una barbilla de escasos días pero que no le quitaban el atractivo.
—Me va a tener que disculpar por la invasión —el silencio prologando se volvía pesada. Y estaba segura que la pequeña descripción y la tardanza en hablar había sido notada por el extraño—. Pero es que aquí, sinceramente —señalo alrededor—, no parece que viva nadie. Entonces, realmente, no estoy irrumpiendo. ¿No son públicos lugares como este?
No pretendía sonar grosera pero a estas alturas, respuestas así parecían un mecanismo de defensa. La odiosidad para con extraños se volvió natural con el tiempo. Sin embargo, Andrea sintió una leve sensación de tranquilidad cuando el extraño no se ofendió por la tenacidad de sus palabras. Una sonrisa ladeada —casi diminuta— surcó los labios del hombre de acento extraño y porte clásico.
—Lo son —le dio la razón—, pero para su desgracia y mi fortuna este lugar es privado —sin esperar respuesta por su parte, el hombre volvió a hablar—. Jamás respondió a mi pregunta... ¿Se le ofrece algo?
Andrea lo miró. La seriedad impresa por su rostro.
—Sí. De hecho, estoy buscando por las supuestas personas que viven aquí... Los Mikaelson.
—Los Mikaelson ya no viven aquí —manifestó. El vestigio de la sonrisa huyó de su rostro, y la formalidad se tornó pesada. El hombre dio un paso hacia atrás. Su movimiento fue sutil.
Andrea elevó su entrecejo.
En los últimos segundos, desarrolló una teoría. Este era el momento de comprobarla.
—Pues, me han dicho que sí lo hacen —bajó el peldaño y dio un paso hacia adelante. Desafiante y osada. El hombre la observó con atención—. Es más, hasta dicen que son enemigos del sol, amigos de la noche. Qué volvieron a sus raíces; abrazados por las sombras —declamó.
El hombre podía notar cierto deleite en sus palabras como si ella lo estuviese probando de alguna manera.
—Me temo que la información que le han proporcionado es errónea.
El hombre vio como la desconocida asintió. Él enjuiciaba que se conformó con su simple respuesta. Ciertamente, Elijah Mikaelson no tenía energía para jugar sobre tierra muerta. La extraña frente a él; parecía divertida con la situación, él no se hallaba de ánimos para ser el entrenamiento de una anónima.
Vio cómo pasó por un lado, sin ninguna respuesta ante su afirmación. No se volteó para verla partir hasta que volvió a escuchar su voz. Viro para verla y distinguió un brillo en sus ojos.
—Penosa situación —dijo, luego de un rato. La distancia entre ambos era notable y lo bastante respetable. Unos cinco metros de distancia existía—. Los rumores dicen que de todos, Elijah Mikaelson es el más educado. Supongo que se equivocaron.
Ella irradiaba una fuerza magnética tan extraña y encantadora al mismo tiempo; sin moverse ni un ápice, su confianza desbordada y la sonrisa vanidosa le hicieron ver que él no podía dejar de observarla. Extraña sensación.
—Sabías quién era —no era una pregunta, era una afirmación. Andrea dio un par de pasos hacia delante—. ¿Por qué no comenzar por ahí?
—Tenía la sospecha pero no la certeza hasta ahora —replicó con simpleza—. Además, no eres tú él que me interesa. Ni siquiera tu hermano. Estoy buscando al miembro más nuevo de la familia... Hayley Marshall.
—Ella no es una Mikaelson —señaló, la necesidad de proteger a Hayley se arraigó fuerte en su pecho ante la posibilidad que la desconocida fuese una amenaza para ella.
Hayley estaba sufriendo en demasía en estos momentos.
—Pero dio a luz a uno, ¿no es así? —elevó una ceja. El original se tensó ante la mención de su sobrina y Andrea lo notó de inmediato—. Tranquilízate, Elijah. No soy una amenaza, a menos que ella me obligue a hacerlo. Sólo quiero hablar con ella; explicarle la jerarquía que existe y establecer la posición de cada quién.
Una alarma comenzó a sonar; la desconfianza colándose por su sistema. La extraña hablaba con familiaridad, como si conociese todo y eso lo hacía ver, estar y sentir en desempate; siempre existía una batalla que pelear y por lo momentos, ella parecía ser una a la que se tendrían que enfrentar.
— ¿Quién eres? —pronunció con lentitud, su lenguaje corporal era sereno e imperturbable pero ella estaba comenzando a perturbarle.
Pese a la distancia, Andrea dio un paso más hacia al frente.
—Andrea Labonair, un placer —el original dio un paso hacia atrás. Descolocado y sin dejar de observarla, su mente se volvió una tormenta de ideas y teorías.
— ¿Cómo es esto posible? Hayley es...
—Hayley no es Andrea Labonair —a sabiendas de que lo diría, lo cortó. El mero pensamiento le provocó una rabia creciente a Andrea—. Hayley es una usurpadora. Y si no me crees, ¿honestamente? Me importa un comino —anunció con voz enérgica pero mansa igual—. Solo estoy aquí para dejar las cosas claras, para proteger y defender a mi manada de los Guerrera y para tomar lo que es mío.
Elijah entrecerró sus ojos.
— ¿Qué es lo tuyo? —inquirió.
—Mi posición, mi nombre —con cada palabra que salía de sus labios, daba un paso—. Y mi ciudad —zanjó, observándolo fijamente—. Ahora, si tú y tu hermano prefieren quedarse aquí. Por mi está bien. Menos vampiros con los que lidiar. Pero, ¿me harías un favor?
Su pregunta lo sacó de balance, y aunque no asintió, Andrea tomó su silencio como una respuesta afirmativa.
—Dile a Hayley que estoy aquí, que no me iré —cada palabra era pronunciada pausadamente en orden de que Elijah pudiese recordar todo; sentir todo—. Qué podemos terminar con este mal entendido por las buenas, porque estoy bastante segura que está cansada de llorar.
Sin esperar respuesta, Andrea salió de la residencia de los Mikaelson. Dejando a Elijah sin palabras y con la vista perdida en el camino que tomó la aludida. La mujer lo dejó abrumado; el espíritu de un lobo se almacenaba en su interior, eso era seguro. Y no demostró miedo ante la posibilidad de que si Niklaus estuviese en un peor humor su cabeza hubiese rodado por la calle.
Al contrario, el híbrido se encontró a si mismo disfrutando de la conversación y escuchando cada palabra. Los últimos meses fueron duros, la supuesta Andrea Labonair parecía ser una fuente de diversión que no dejaría en ningún momento pronto.
— ¿Escuchaste todo, Niklaus? —la voz de su hermano lo invitó a salir de las sombras. En el balcón de hierro, dejó descansar sus manos. En cuestión de segundos, Elijah yacía a su lado.
La apariencia de su hermano no distaba mucho de la propia. Una insipiente barba de un par de días y el agotamiento mental estaban pasando factura a los hijos de Mikael.
—Lo hice —contestó, mirando hacia la salida del recinto. Elijah mantuvo su mirada en el mismo camino—. ¿Podría existir la posibilidad?
—No tengo la respuesta. Las probabilidades existen.
— ¿Le crees, siquiera? —preguntó, curioso de saber lo que pasaba por la mente de su hermano mayor.
—Es muy pronto —alegó, mirándolo—. Además de que no somos conocidos por confiar en la palabra de un extraño de primera mano.
—No lo somos, tienes razón —le concedió, volteándose hacia él—. Sin embargo, el beneficio de la duda no daña a nadie. Ella entró a nuestro hogar con un espíritu ambicioso y por ello lucharemos de nuevo.
Elijah lo miró con ojos sorprendidos, y una sonrisa luchando por salir.
Meses pasaron y ellos se escondieron en las sombras. Era inverosímil ponerse la armadura para volver a luchar por la cuidad a la que aman. Por intentar recoger los pedazos para hacer de Nueva Orleans un lugar lo remotamente seguro ante la posibilidad de que Hope volviera.
—Recuperamos nuestra ciudad, hermano —el híbrido puso su mano sobre el hombro del mayor. El brillo en sus ojos y el progresivo entusiasmo en su voz fue lo que Elijah necesitó para saber que su hermano estaba de vuelta.
•••
Un viejo deposito a las afueras de la ciudad, con un espacio lo suficientemente amplio resultó ser el lugar perfecto para mantenerse fuera del radar de los Guerrera pero sin salir de su amada ciudad. Marcel Gerard perdió todo lo que trabajó por años en cuestión de meses.
¿La ironía? Es que aquella especie que él exilio, era ahora la razón de su propio exilio.
El antiguo rey del Barrio Francés estaba obligado a alistar reclutas en las sombras. Luego de perder a confidentes y veteranos como Thierry y Diego, Josh se convirtió en el aliado más preciado y el amigo más querido. Juntos trataban de forjar su camino hasta el corazón de la ciudad Creciente.
Al despedir cada grupo de humanos —con la esperanza de que alguno fuese lo suficientemente curioso para volver—, Marcel desarrolló un patrón. Adentrarse en la estancia y tomar un poco de bourbon para aclarar la mente. Josh se tiró en el sofá mientras veía a su creador servirse un vaso del licor marrón.
— ¿Qué estás buscando, exactamente, Marcel? —el muchacho preguntó luego de un rato.
Las pruebas del día no fueron extraordinarias y siendo completamente honestos, Josh no veía potencial alguno en los humanos seleccionados. Sin embargo, Marcel pudo notar como una muchacha morena demostraba interés y aun así, él la dejó ir.
—No solo buscó a personas fuertes, Josh —respondió, sentándose en el taburete de la barra y observándolo—. Estoy buscando guerreros —explicó al tiempo que se llevaba el vaso de cristal a la boca.
Josh se mostró confundido. Rodó los ojos, sin entender por completo si existía alguna discrepancia entre ambos. Al especular por alguna oposición y fallando en el intento, se atrevió a volver a hablar.
— ¿Cuál es la diferencia?
El moreno entreabrió los labios, dispuesto a responder, pero cuando su voz fue opacada por un acento inglés llenando el silencio de la habitación se levantó —obligando a Josh a levantarse también ante el nuevo invitado — y escuchó atentamente.
—Un guerrero pelea por lo que cree —declaró con severidad en su voz. Y una sonrisa discreta en sus labios—. Un guerrero pelea por su familia.
Marcel asintió conforme. Satisfecho con la contestación y alzó su vaso como respuesta. Luego observó a Joshua, y el joven vampiro de la sala no tuvo mejor dictamen que ese. Un guerrero era algo mucho más que la fuerza... Ahora lo comprendía.
Cuando Josh salió de la sala y los saludos se hicieron, gracias al ventanal de la estancia pudieron ser testigos de cómo la noche cayó sobre Nueva Orleans. Sentados frente al otro, un padre y su hijo adoptivo jugaban un juego de antaño japonés. Klaus requería de información, no había mejor fuente que el vampiro que ha vivido dos siglos en la ciudad y que la conocía como la palma de su mano.
—Hay lobos por todos lados. Si un vampiro entra es seguro que no saldrá vivo —movió una pieza, mientras explicaba el panorama general—. Los lobos que se resistieron fueron comprados con anillos lunares. He sabido que Hayley se ha encargado de unos cuantos y la única razón por la cual no han terminado con ella es porque no quieren despertar al gran lobo feroz.
Klaus rio. Movió su pieza y junto sus manos. Era momentos como aquellos en donde apreciaba la reputación que lo precedía. Lo único que le impedía salir a destruir al clan era la falta de fuerza física que poseía en estos momentos; los anillos lunares tomaban de él su poder.
Debido a esto, un plan estaba en marcha.
Cuando Marcel hizo su movimiento, volvió a hablar.
—Tienen una bruja de su lado. Es lo suficientemente poderosa para hacer tantos anillos lunares como le sean posibles —el moreno captó cuando Klaus hizo su movida y buscó su mirada hasta encontrarla—. Con respecto al otro tema... No puedo decirte con certeza si miente o no.
Entre el pésame, el nuevo plan y la actualización de información, Klaus le contó sobre el espectáculo que dio a lugar en el recinto horas atrás. El vampiro se sorprendió en demasía al escuchar la nueva noticia; poco sabía del tema, pues, el asunto de Andrea Labonair se zanjó en el momento en el que él le pidió disculpas a Hayley por lo ocurrido.
—Pero, ¿qué sabes acerca de ellos? —el cuerpo de Klaus se contrajo hacia adelante. Observándolo con atención. Marcel se echó para atrás.
—Los Labonair pertenecen a la familia real de licántropos Crecientes. La familia era extensa. En demasía —recalcó—, usualmente había primos que se criaban como desconocidos pese a ambos tener la marca de nacimiento. Este puede ser el caso. No obstante, cada creciente tiene una marca de nacimiento: en el caso de los descendientes de dos alfas suele ser características: grande y evidente.
Klaus asintió levemente al entender lo que tenía que hacerse para resolver el malentendido.
—Una solución simple, me agrada —sonrió, sus orbes verdes no dejaban de mirar a su hijo adoptivo—. Ahora, ¿estás dentro?
Marcel lo observó con una expresión ambigua.
— ¿En qué?
—Recuperar la ciudad. Matar a todos. Ya sabes —se relajó—, gajes del oficio.
Marcel sonrió.
—Dime cuándo.
—Prepárate para mañana —un maquiavélico tono salió de sus labios—, será una cacería de lobos.
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