Cuarto brinco
La vida siendo amigo de Jungkook le parecía realmente buena a Taehyung. El hombre era una manifestación antitética y corpórea de adrenalina y estabilidad que rompía con la monotonía y que coloreaba sus días.
Cuando se sentía aburrido y pesimista, Jungkook aparecía en su casa con alguna actividad que le levantaba los ánimos o que, al menos, le mejoraba el humor. Cuando se sentía animado y lleno de energía, el conejo se le unía y hacían alguna actividad que saciaba su sed de ejercicio. O, en contraste, cuando simplemente quería echarse y no hacer nada, su amigo se sentaba a su lado y disfrutaban juntos del silencio.
En el último mes, ya habían ido a nadar con tiburones, habían saltado del bungee, habían hecho montañismo y hasta habían visitado a los padres de ambos. Como su amistad había avanzado a límites insospechados en tan poco tiempo, a ninguno le pareció extraño acercarse todavía más.
El primero en dar el paso fue Jungkook. Una noche, llegó a casa de Taehyung de manera repentina y acompañado de Jimin, decía que había surgido algo urgente y que tenía que viajar a su ciudad natal para hacer unos trámites. El tigre no había entendido siquiera porque había ido a avisarle o porque Jimin marcaba territorio dejando su aroma por todas partes, pero de igual forma les dejó invadir su espacio y había escuchado con atención al conejo que rebosaba de energía.
—Es un viaje muy, muy largo y aburrido. Tengo que tomar el tren y un autobús, ¿crees que eso está bien? Soy un ser sociable, pero me engento muy rápido. Si yo tuviera un auto, me iría en él.
Jungkook se quejaba y se quejaba de lo tedioso que iba a ser viajar sentado al lado de un desconocido, mientras que al mismo tiempo se dejaba mimar por Jimin, quien tallaba su mentón sobre su cabeza.
—Tú tienes un auto—le respondió Taehyung con una sonrisa enternecida, notando como su amigo gato había dejado salir sus colmillos para mordisquear con cariño las orejas de conejo de Jungkook.
—Sí, yo sé que tengo un auto, pero-
—Pero está en el taller—lo cortó Jimin con un gesto victorioso y cruzó miradas con el menor de todos—. Yo le prestaría el mío, hasta lo llevaría yo, pero Yoongi está en celo.
— ¿Otra vez? —el tigre de Taehyung había levantado sus orejitas en interés. Jimin se hundió en su sitio. Se veía un poco apenado.
—Ehhh... sí, sí, claro. La vez pasada fue una falsa alarma.
El calico desvió la mirada, signo evidente de que estaba mintiendo. Taehyung entrecerró los ojos.
— ¿Pasa algo, no?
Tanto el cambiaformas de gato como el de conejo volvieron a mirarse y a hacerse gestos que Taehyung no entendió, pero que lo irritaron.
— ¿Por qué no lo llevas tú, Taehyung? Sólo será un día y Yoongi dijo que no tenías nada que hacer—finalmente habló Jimin, tomando el papel de padre sobreprotector. Jungkook, en cambio, parecía haberse quedado mudo porque no hacía el mínimo intento por hablar. De hecho...
—Hey, ¿por qué estás tan rojo, Jungkookie? ¿Tanto te cuesta pedirme un favor?
Taehyung llevó a Jungkook hasta su ciudad natal. Por alguna razón que no entendió, el conejo no tuvo el valor para pedirle el favor, pero sí para expresar lo agradecido que estaba por salvarlo de un recorrido tedioso. En el trayecto, se la pasó hablando de todo lo que podían hacer en esa pequeña escapada, pero cuando Taehyung le preguntó por los trámites que se suponía que tenía que hacer, el conejo no explicó nada. De hecho, quedó en segundo plano en cuanto estuvieron en el lugar.
Lo primero que hizo el hombre fue llevarlo hasta su antigua casa y presentarlo con su familia, quienes lo recibieron con alegría saltarina y, sí, mucha comida. La señora Jeon, madre de Jungkook, demostró lo buena anfitriona que era e hizo que subieran, por lo menos, dos kilos cada quien. No era que Taehyung se quejara en absoluto; los platillos ricos siempre eran bienvenidos en su organismo.
Días después, Taehyung se enteró que el trámite en realidad solamente había consistido en ir a firmar un documento que guardaba la señora Jeon, pero que ni siquiera había tenido tiempo límite para hacerlo.
Aunque en un principio había querido preguntarle a Jungkook por qué había hecho lo que hizo, sobre fingir su urgencia y recurrir a Jimin para que lo ayudara, terminó por quedarse callado y esperar hasta que la verdad llegara a él, ya fuera por la boca del conejo o del nervioso de Yoongi.
Y ya que pensaba en su mejor amigo, todo había sido tan inesperado y curioso, que cuando éste se enteró del viaje, y de que el conejo también había conocido a la señora Kim, se erizó por completo, gruñó molesto y se convirtió en gato para no volverse humano en, al menos, tres días.
Jimin había estado muy tranquilo al respecto, pero cuando comprendió que su pareja no podría acompañarlo en su celo por estar haciendo berrinches (porque él sí iba a estarlo), llamó de inmediato a Taehyung y le exigió que fuera a hablar con él.
Fue así que el tigre terminó en la habitación que ahora compartían Jimin y Yoongi, sentado en su cama recién comprada y con un gato negro muy dormido en su regazo.
—Campeón, ya estamos grandes para estas rabietas.
A Taehyung le parecía, hasta cierto punto, cómico todo lo que estaba sucediendo. Las actitudes extrañas de todos sus amigos. La manera tan rápida en la que Jungkook se estaba colando en su vida. Pero sobre todo, los celos de Yoongi, que era mayor que él y, además, el CEO de una importante empresa. Para la mayoría, era un hombre intimidante y serio, un cascarrabias, pero no para él, para él era un simple gatito que babeaba con la boquita suelta.
Y como era de suponerse, el gato no se despertó a pesar de los intentos de su amigo por llamar su atención. Siguió dormido sobre sus piernas mientras ronroneaba entre sueños. Taehyung siguió acariciándole debajo de la barbilla como siempre lo hacía, mientras analizaba la razón de esos inesperados berrinches. Hasta donde sabía, Yoongi no era celoso ni posesivo en absoluto, o al menos no lo había sido frente a él.
Nunca le había contado algo posesivo sobre Jimin o se había referido a su novio como si creyera que le perteneciera. De hecho, ambos estaban muy relajados con su relación. Por supuesto, se habían mudado juntos recientemente, pero a ambos les encantaba su libertad. No eran esa clase de pareja que se la vivían unidos todo el tiempo, aunque sí fueran súper cursis e insoportables de a momentos.
—Yoongi, ¿podrías hacerme caso?
Taehyung podía ser verdaderamente muy paciente, pero también era un empleado común que debía de regresar al trabajo por la tarde, así que casi estuvo a punto de convertirse en tigre para rugir fuertemente. Fue una suerte que su amigo se despertara y regresara a ser humano cuando apenas iba por las orejas.
— ¿Le presentaste a tu mamá? —dijo Yoongi con una postura seria, aunque en sus gestos se podía notar que se moría de ganas por juguetear con los bigotes de Taehyung.
—Sí, hace poco, campeón, ¿es malo?
De acuerdo, Taehyung empezaba a sentirse fuera de lugar con lo que fuera que le pasara a su amigo. Sí, su mamá y Jungkook se habían conocido ya. No le veía lo malo. Yoongi era su casi hermano, pero en toda su relación jamás se habían dado explicaciones ni se habían pedido permiso para situaciones así. Yoongi no era esa clase de persona ni él tampoco, ¿qué diablos estaba pasando?
Al ver que el chico no se animaba a responder, presionó:
—Umh... ¿Estás molesto porque no te dije que mi mamá vino?
En realidad, no había sido nada demasiado profundo. Su madre había ido porque le quedaba de paso en su destino original, que era la casa de su hermana. Había decidido visitarlo el fin de semana para descansar del viaje y pasar algo de tiempo de calidad. Si conoció a Jungkook fue porque éste llegó de sorpresa y no le había quedado de otra más que presentarlos.
Resultó que su mamá adoró a Jungkook, quien se enamoró de tantos halados que recibió. Incluso habían intercambiado redes sociales después de preguntarle si eso le molestaba, lo cual, evidentemente no fue así.
Si no le dijo a Yoongi fue porque... Porque la verdad es que lo había olvidado. Jungkook había acaparado toda su atención y no había tenido tiempo para recordar que su amigo amaba a su mamá. Además, no es como que tuviera la obligación de decirle.
—No, ella me visitó antes—comentó el gato negro— se pasó a la casa a saludarme antes que a ti.
Taehyung frunció el ceño en confusión.
— ¿Podrías explicarme qué pasa, Yoongi? Creo que... creo que estoy enojándome contigo.
Yoongi, por lo menos, tuvo la decencia de verse preocupado.
— ¿Enojado conmigo?
—Estás siendo demasiado territorial... —le dijo— Y no me gusta, ¿desde cuándo te preocupas por algo así?
Yoongi desvió la mirada. Sus mejillas estaban sonrojadas y su expresión iba de angustia a la vergüenza.
—Uh, es que yo... Umh... Oye, ¿no regresas a las cinco al trabajo?
En esa ocasión, Taehyung decidió no insistir y regresó al trabajo. De cualquier manera, su amigo volvió a la normalidad en los días posteriores y no se habló más del tema, el pelinegro incluso se quedó a dormir con él una noche después de haber ido a cenar junto a Jungkook, quien, por cierto, parecía estar emocionado por algún proyecto exitoso que le dejaría mucho dinero.
—Si todo sale bien, ganaré una buena cantidad. Quiero un tapete de paja para mi habitación.
Taehyung descubrió que le gustaba mucho ver a su amigo así de emocionado. Jungkook tendía a sonreír más en los últimos días, arrugando sus ojos en una expresión risueña y, en ocasiones, hasta convirtiéndose en conejo para brincar alrededor del colchón. Ya ni siquiera le importaban los cables mordidos o las esquinas roídas de sus muebles; cada acción del chico le parecía adorable. Como si la ternura fuera una parte inherente de su forma de ser que él adoraba observar.
—Hay un concierto de música clásica la siguiente semana... —comentó repentinamente Taehyung. Ambos habían ido a la playa a disfrutar de la tarde y estaban sentados al final de un muelle de madera, chapoteando sus pies en el mar y disfrutando del aroma salado del mismo— ¿Quieres ir?
Jungkook asintió con esa misma expresión cantarina que ya siempre tenía. El viento jugueteaba con su cabello y él torpemente trataba de quitarse algunas basuritas que caían sobre sus ojos.
—Quiero ir—dijo después de ganarle al viento. Su voz sonaba lenta y cariñosa a través del sonido de las gaviotas—. Hace mucho que no voy... Pero ¿Me odiarías si me duermo?
Taehyung negó. No creía jamás odiar a Jungkook, mucho menos por algo así, especialmente porque era realmente adorable cuando dormitaba y dejaba que sobresalieran sus dientitos de conejo.
—No lo harás, creo que tu conejo no se dormiría en frente de un depredador, ¿o sí?
Jungkook echó su cabeza hacia atrás y cerró los ojos. El esbozo de una sonrisa se dibujaba en sus labios y el sol se despedía de ellos en el ocaso y, a pesar del fuerte aroma del mar, el tigre sólo podía oler la nueva fragancia de su amigo.
—Oh, es cierto...—dijo el conejo con un tono confidente—Eres todo un cazador nato, eh—el chico giró ligeramente su rostro hacia él y fijó su mirada sobre la suya—Sin embargo, no me has dejado ver esa parte de ti.
Taehyung imitó su postura, pero en lugar de mirarlo de vuelta se dedicó a apreciar como el sol desaparecía lentamente.
— ¿Por qué? ¿Quieres que te cace?
Jungkook no contestó, por lo que Taehyung puso una mano en la parte superior de su muslo y le dio un apretón. Con un poco más de atención, éste se hubiera percatado de que el menor se había quedado quieto, conteniendo el aliento.
Como ninguno continuó con el tema, prefirieron quedarse en silencio y disfrutar de la escena que la naturaleza les estaba regalando y por la que habían ido a ese lugar en primer lugar. Cuando se encontraron rodeados de pura oscuridad, Taehyung le quitó la mano del muslo y sacó los pies del agua, explicando el miedo que le daba que algún animal marino quisiera hundirlo.
Diez minutos después, se dirigían en auto hacia la casa de Jungkook . La playa que habían visitado estaba lejos de sus hogares, pero mucho más de la casa del tigre, por lo que no quiso perder el tiempo manejando en la noche y decidió quedarse donde su amigo.
Apoyado en la ventanilla, Taehyung se dedicó a mirar los edificios iluminados que iban dejando atrás. Jungkook había puesto una canción de Chet Baker, alguna de sus favoritas, aunque no recordaba el nombre; ambos tarareaban la letra en inglés que no sabían pronunciar perfectamente. Había mucho viento particularmente esa noche, pero no hacía frío, y a Taehyung le gustaba escuchar a las copas de los árboles, meciéndose suavemente al compás de los soplidos.
La luna iluminaba vagamente el cielo y el calor procedente del interior del coche lo hacía sentirse cálido y a gusto en el lugar exacto en el que estaba, con su amigo y su expresión tranquila al volante, y con él mareado de tanta felicidad.
Fue ahí cuando atrapó a Jungkook mirándolo con un gesto que no había notado antes en él, por lo que con la mano sobre su mejilla y una sonrisa burlona, le preguntó:
—Jungkook, ¿te dolió?
— ¿Me dolió? —preguntó éste, aunque por el tono que usó seguramente debió de sospechar por donde iba su broma mal elaborada.
—Caerte... De la luna, ¿te dolió? Porque he oído que de ahí vienen los conejos.
El conejo en cuestión empezó a reírse, pero, al instante, dejó de hacerlo. Giró dos veces el volante y dijo:
—¿Por qué no me lo dices tú? Si yo vengo de la luna, tú debes de ser una estrella.
—Una fugaz—murmuró Taehyung, apenado por sus propias palabras, y se reservó lo que pensaba decir después de eso. El momento le había quitado ciertas inhibiciones, pero hasta él sabía que había un límite para todo.
—Una fugaz por eso de los deseos, me imagino—adivinó el menor—. Entonces no puedes ser una estrella. Olvídate de eso.
Taehyung golpeó su pantorrilla con indignación, pero detuvo la violencia cuando vio que se acercaban a su destino. El auto de Jimin estaba estacionado donde se suponía que ellos aparcarían, por lo que los dos entendieron que el plan ya no sería de dos.
—Creo que tendremos compañía esta noche...
—Es que a Jimin le dio por venirse a dormir una vez a la semana. Anda muy...
— ¿Territorial?
—Algo así...
Jungkook estacionó un poco antes de llegar a su casa, se quitó el cinturón y salió del coche con un poco de pereza. Por las luces prendidas, podía ver que Jimin ya estaba instalado en la habitación de invitados.
—Supongo que dormiré en la sala otra vez—anunció Taehyung algo resignado.
Jungkook se percató de la miradita desganada que le dirigió antes de seguir caminando y estuvo a punto de decirle que no se hiciera el tonto, que sabía que podían compartir la cama de nuevo, pero en su lugar dijo:
—Taehyung... Tú no puedes ser la estrella porque ya eres el deseo.
Fue una semana más tarde que Taehyung descubrió porque su mejor amigo se comportaba tan extraño. Yoongi llegó un miércoles a su casa alrededor de las diez de la noche, tenía un gesto afligido y llevaba una mochila sobre el hombro; también parecía haber llorado en el trayecto porque lucía bolsas debajo de los ojos y sus dedos estaban particularmente lastimados de las uñas.
En un principio, quiso esperar a que éste le confesara lo que estaba ocurriendo, pero decidió que ya estaba harto de ser paciente y lo sentó en la cama, pasándole una manta por los hombros y ronroneando por lo bajo para que se sintiera tranquilo al hablar.
— ¿Qué está pasando entre ustedes?
Yoongi lo miró por lo que pareció una eternidad, temblando ligeramente de los labios y sacudiendo violentamente una de sus piernas. Finalmente, se desahogó con una voz quebradiza.
—Creo que Jimin y yo terminamos...
Oigan, bebés de luz, esto es fluff :3
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