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Día 9: "Familia para un vampiro"

Ship: Sileno x Hiero

Temática: Los antojos.
Universo Alterno.// Universo fantástico.// Vampiro x Humano.// Donceles.

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El embarazo no era un proceso nada fácil. Era muy agotador, estresante, y de cierta forma, traumático.

Los primeros meses fueron relativamente sencillos, pero más pronto que tarde, la bola de nieve se volvió avalancha. Su vientre crecía cada día más, haciendo sumamente difíciles tareas que hace unos meses no lo eran. Sin contar que el cansancio y demás molestias eran cada vez más frecuentes y fuertes, a veces haciéndolo desvanecerse...

- ¿Llegué a tiempo?- Escuchó esa voz más conocida para él, en su oído. Sintiendo unos brazos rodeando su cintura con delicadeza.

- Justo a tiempo.- Respondió con un suspiro de cansancio, dejándose sostener completamente por el contrario.

Sileno no tardó en sostenerlo en brazos, con el máximo cuidado posible, para llevarlo hasta la recámara de la pequeña cabaña dónde habían estado viviendo desde hace unos meses. Desde que se enteró de su embarazo, prácticamente.

Bueno, quizás debió preverlo. Después de todo, gestar a un híbrido de humano y vampiro, sería mil veces más difícil que un niño humano. Sileno se lo había advertido.

- ¿Cómo te sientes?

- Cómo si cien caballos me hubieran pasado encima.- Respondió, acariciando su vientre.- Cada vez patea más fuerte.

El peli-plata tocó su vientre, sintiendo en efecto, las patadas que el futuro bebé ya daba a pesar de tener apenas unos tres meses dentro del vientre. Al hacerlo, no pudo evitar sentir un nudo en la garganta, realmente estaba empezando a preocuparse.

- Tranquilo. No soy un humano cualquiera, soy heredero de un largo linaje de brujas y hechiceros de todo tipo.- Sonrió Hiero. Definitivamente, ni siquiera estando en riesgo de morir, dejaba de lado ese leve aire de arrogancia que lo caracterizaba.- Si humanos han dado a luz a híbridos de humano y demonio y vivido para contarlo, no creo que este pequeño vampiro pueda matarme. Todo estará bien.

- Realmente me preocupas, Hiero.- Suspiró el peli-plata.- A veces me pregunto si hice lo correcto al dejarte eso dentro... O si siquiera hice bien en acercarme a tí. Solo te traje problemas desde que llegué a tu vida.

Sileno agachó la mirada y se apartó unos centímetros, llevándose una mano a la frente. La situación comenzaba a agobiarlo, y ni siquiera había sucedido lo peor.

Hiero se acercó y le tomó la mano con suavidad, enlazando sus dedos, dedicándole una mirada fija.

- En primera, yo desde el inicio sabía lo que eras, y aún así, decidí quedarme a tu lado. Jamás me obligaste a absolutamente nada.- Afirmó, acariciando su mejilla.- Y en segunda, yo decidí que quería tener a este bebé, a pesar de saber los riesgos que implicaba.

- Desde hace siglos que no nace un híbrido, para cuando yo me volví el monstruo que soy, ya estaba prohibido relacionarse con humanos.- Suspiró Sileno.- No hay donceles ni mujeres vampiros fértiles. La vida no puede nacer de la muerte... Ni idea de cómo es un híbrido, lo único que se sabe es que las madres no sobreviven al darlos a luz.

Al decir lo último, no logró contener un sollozo, desviando la vista, tratando de cubrirse. Si algo le pasaba a Hiero por su culpa, jamás iba a perdonarse a sí mismo... No otra vez, ya no sería capaz de soportar eso una sola vez más.

- No eres un monstruo.- Escuchó decir a Hiero, abrazándose a su espalda.- No lastimas a ningún inocente, y solo haces lo estrictamente necesario para sobrevivir.

- Hiero...

- Sé que soy una abominación de la naturaleza, sé que soy anormal, toda mi vida he sido conciente de ello.- Murmuró el rubio, sin despegarse de él.- Sinceramente, nunca me sentí a gusto con la mayoría de las personas. Siempre éramos señalados, marginados y perseguidos, además de que quiénes teníamos la misma capacidad de las mujeres de engendrar vida, estábamos forzados a esconder ese detalle... La humanidad es un asco. Siempre juzgando y asustandose de lo que no entiende. Es más fácil matar que reconocer un error o tratar de entender.

Sabía la historia de Hiero, sabía todo lo que había sufrido prácticamente desde que llegó al mundo, todas las dificultades que había tenido que saltear, todo lo que había tenido que aguantar, todas las lágrimas que había derramado, el origen de su desconfianza y desprecio por su propia raza... Todo lo sabía, y lo comprendía a la perfección. ¿Cómo no hacerlo cuando no era la primera vida en la que se encontraban?

- No quiero perderte... No de nuevo.- Murmuró, llorando en silencio, abrazando al rubio.- No soporto la idea de volver a verte morir.

- Aún si eso pasara, nos volveríamos a encontrar.- Le recordó Hiero.- Eres mi llama gemela. No importa cuántas veces muera, siempre volveré a nacer, volveré a buscarte y volveremos a encontrarnos... Por el resto de la eternidad.

- Y fuí yo quién te condenó a esta tortura eterna... A nunca poder descansar en paz, y estar condenado a siempre nacer una y otra vez, solo para volver a morir, por el resto de la eternidad.

Así cómo él sabía su historia, Hiero sabía la historia de Sileno, y gracias a la vida que ahora vivía en su actual reencarnación, tenía mayores detalles de ello.

Hiero sabía que Sileno no siempre fue un vampiro, condenado a matar para sobrevivir, sin la esperanza del alivio de la muerte. No, alguna vez, hace muchísimos años, solía ser un humano, en la lejana época de oro de la Antigua Grecia. Esa fue también la primera vida de ambos, la primera donde se encontraron, y también la que los condenó a ambos.

En esa vida, Hiero solía ser una joven y bella sacerdotisa, devota a la diosa Deméter, protectora del templo en Eleusis, dedicado a la diosa de la vegetación, así como encargado de dirigir los ritos de los misterios eleusinos. Pero a pesar de todas sus meditaciones y esfuerzos, aún no era capaz de recordar ciertos detalles, cómo su vida antes de volverse una sacerdotisa, o cómo había terminado así, y Sileno no podía darle esos detalles, porque él tampoco los sabía.

Sileno solía ser un soldado nacido en la isla de Sicilia, un fiero guerrero, dispuesto a derramar la sangre necesaria en batalla, incluso la suya propia, con tal de obtener la victoria. Alguien que durante toda su vida fue criado para ser capaz de matar sin titubear, que a duras penas conocía el amor que no fuera hacia la guerra.

Sus caminos se cruzaron cuando en esa primera vida, Sileno por azares del destino terminó en Eleusis, yendo como escolta al templo. No tenía intenciones de participar en los ritos, pero al ver a Hiero-que en esa vida poseía otro nombre-... Algo más fuerte que él, lo hizo seguir a esa joven, completamente hipnotizado.

En esa vida, Sileno se acercó a Hiero varias veces durante toda la celebración, con la excusa de querer aclarar varias dudas, y la sacerdotisa respondía absolutamente todo con suma paciencia.

Sileno, en esa vida, siguió detrás de la sacerdotisa por varios meses. Estaba casi en edad de casarse, y esa sacerdotisa de Eleusis lo había enamorado por completo, y no dudó en pedirle que fuera su esposa... Pero Hiero en esa vida, eligió a su diosa por encima de sus sentimientos, y con lágrimas en los ojos, rechazó la propuesta del único hombre al que amó...

Ahora sabían, gracias a la vida actual de Hiero, que se marcó algo en su destino, al rechazar a su llama gemela en su primera encarnación. Y quizás ese destino habría podido cambiarse en vidas posteriores... Si solo Sileno no hubiera sufrido el destino que tuvo.

Sileno vió el fin de su humanidad en esa primera vida, al ser mordido por lo que en su época actual, se conocía como vampiro. Ni él sabía cómo logró escaparse, cuando ningún otro soldado pudo, pero ahora vaya que desearía poder volver en el tiempo y dejarse matar. Quizás así, Hiero no habría tenido el trágico final que tuvo en esa y posteriores vidas.

Cuando fue infectado, perdió por completo el control de sí mismo. Se volvió una completa bestia, que acabó con todo a su paso, desde animales hasta humanos... Nada era suficiente para saciar su sed de sangre. No reconocía a ningún compañero o amigo, todos eran simples sacos de carne, llenos de sangre y calor.

Lo único que fue capaz de hacerlo reaccionar y detenerse, fue ese suave y cálido tacto sobre su mejilla... Hiero- o Casandra, el nombre que portó en esa vida-. Al sentir ese tacto en su mejilla, logró volver en sí, solo para ver el horror que había cometido.

Esa sacerdotisa de cabellos dorados y piel blanca, a la que había jurado amor, incluso si no era suya nunca... Con sus blancas ropas teñidas de rojo con su propia sangre, agonizando en sus brazos, apretando un puñal de hierro en sus manos contra su abdomen... Y él, con los colmillos clavados en su cuello, arrancándole la vida.

Esa alma tan pura pero a la vez fuerte, había dado su propia vida para salvar a todo su pueblo, apuñalandose en el abdomen para atraer su atención, dejándose matar.

Lo último que hizo Hiero en su primera encarnación, fue acariciarle por última vez la mejilla, esbozando una sonrisa y diciéndole un: "Te amo", con sus últimas fuerzas, antes de morir en sus brazos.

- El pasado se nos fue ya de las manos.- Escuchó la voz de Hiero, regresandolo al presente.- Daría mi vida por tí las veces que fueran necesarias. Eres mi llama gemela, y eso nunca va a cambiar. Te he amado en todas y cada una de mis vidas, y siempre lo seguiré haciendo.

Sileno solo lo abrazó, oliendo su cabello, sintiendo el calor que emanaba de su piel, escuchando su corazón que aún latía... No había una sola versión de Hiero que él no hubiera amado. Por más que se jurara no volver a acercarse, siempre fracasaba. Desde Casandra hasta Hiero, él siempre volvía a caer ante la calidez, fuerza, coraje y valentía de su alma. Algo invisible ataba su alma muerta en vida, a la de Hiero.

- Todo estará bien.- Repitió Hiero, dejando un suave beso en sus labios.- Pero creo que alguien necesita comer.

- Cada vez necesita más sangre, más veces a la semana.- Musitó el vampiro.- Antes una cucharada a la semana bastaba. Ahora necesita casi toda la sangre de un ciervo por semana.

- Y probablemente siga aumentando.- Mencionó el rubio, acariciándose el vientre.- Parece que la necesita para crecer... No había querido decirte nada, pero... A veces siento el impulso de morderme.

- Hiero... Tú...

- No. No quiero darle a probar la sangre humana. Una cosa es matar uno o dos ciervos por semana, y otra muy diferente un humano, aún por más merecido que lo tenga.- Negó.- Pero, ayer, mientras preparaba el almuerzo... Me corté por accidente, y... Fue solo por costumbre lamer la herida y...

- ¿Y qué, Hiero?- Preguntó, comenzando a ponerse nervioso por el silencio del rubio.

- Mira por tí mismo.- Respondió, mostrando el lugar donde Sileno esperaba ver una herida horrible, pero...- Nada. No tengo la menor idea de qué pasó, pero al hacerlo, la herida dejó de sangrar, y no quedó ni siquiera una pequeña cicatriz.

- ¿A qué quieres llegar?

- A que... Quizás no sea tan malo, ni tan peligroso.- Confesó finalmente.- Ni siquiera yo, que durante toda esta vida estuve en contacto con magia, y aprendí desde conjuros hasta pociones, logré hacer algo como sanar una herida solo con mi saliva... Al menos, no sin el bebé dentro.

- Eso no lo sé.- Suspiró de nuevo Sileno, aún no muy convencido.- ¿Tiene hambre ya?, iré por la que le conseguí esta mañana.

- Te lo voy a agradecer.- Sonrió suavemente Hiero, acariciando su vientre.

Hiero quería confiar en que ese bebé no era el monstruo ni la amenaza que Sileno creía. Sabía que se estaba exponiendo, Sileno incluso estuvo bastante reacio a continuar con ese embarazo, y convencerlo de lo contrario no fue nada fácil... Pero al final, su amado demonio de la noche, no fue capaz de simplemente dejar atrás a su amado ángel, llevándoselo con él a ese bosque aislado de todo. Dónde nadie lo molestara ni tratara de lastimar, ni humano, ni vampiro.

- Confío en tí, por favor no me defraudes.- Susurró, mientras acariciaba su abdomen, cerrando por unos segundos sus ojos.- Te enseñaré a ser una buena bruja o brujo. Me aseguraré de que seas el mejor de todos los tiempos, incluso mejor que Merlín.

Sileno permaneció en silencio, mirando a Hiero. Verlo hablando con su propio vientre, cómo si lo que se formaba dentro pudiera responderle, y verlo sonreír... Quizás sí valían la pena tantos esfuerzos, y darle el beneficio de la duda.

Sabía que Hiero en esa vida había renacido en una familia con un largo linaje de brujas, magos y hechiceros de todo tipo, y gracias a eso, sufrido múltiples persecuciones. Así era como Hiero había terminado huérfano a los 12 años, cuando a duras penas logró escapar de una muchedumbre responsable de asesinar a sus padres, acusados de brujería. Eso era lo que Hiero le había contado, Sileno lo encontró cuando ya era un adulto jóven, de unos 18 años, y nuevamente, su historia de amor a primera vista se repetía... Hasta llegar al punto en el que ahora estaban.

- ¿Alguien pidió un corazón de ciervo?, ¿o puedo quedarmelo?- Dijo finalmente, mostrando una sonrisa genuina, misma que le fue correspondida por Hiero.

Definitivamente, lo que nacería sería de todo menos un bebé normal. Hiero inició teniendo curiosidad por la sangre de animales con la que Sileno a veces terminaba manchado por accidente durante sus cacerías, y después fue escalando conforme lo hizo el embarazo. Ahora, su mayor y más extraño antojo eran los corazones de los animales, particularmente, de los ciervos.

- Después de que nazca, no vuelvo a comer carne.- Murmuró el rubio, después de prácticamente devorar aquel peculiar manjar.

- Te lo voy a agradecer, porque siempre dejas todo manchado.- Bromeó el peli-plata, limpiandole la comisura de los labios con un pañuelo de tela.- Aunque... Te ves encantador, a decir verdad.

Para ambos fue imposible resistir el impulso de besarse y abrazarse con fuerza, cómo si tuvieran el temor de que alguno se fuera a escapar. Si la gente que tanto señalaba a Hiero por sus orígenes, prácticas y creencias, supiera que amaba a un supuesto "demonio" y tendría un hijo fruto de ese amor... Seguramente morirían de un susto.

Jamás le había importado ser señalado, tampoco tenía miedo a la muerte, hace tiempo que cualquier sentimiento de temor se convirtió en odio y desprecio. La mayoría de los humanos eran seres horribles, irracionales, violentos, mentirosos... ¿Y aún así, varios tenían el descaro de llamarse "enviados de dios"?, ¿qué clase de dios?. Él y su familia eran señalados por respetar la naturaleza, respetar y honrar a sus dioses, y gozar de sus beneficios, y hacerlo tuvo un gran precio: la muerte.

Por eso, no estaba dispuesto, bajo ninguna circunstancia, a perder a Sileno ni a ese bebé también. Estaba dispuesto a cualquier cosa, con tal de mantenerlos a salvo, y quedarse con ellos... Incluso, si eso significaba, dejar atrás su humanidad.

[...]

- ¡Asmita, ¿qué te dije de dejar círculos de invocación abiertos?!- Regañaba Hiero a su unigénito.

- Lo siento. Creo que lo olvidé.- Respondió con una leve risa el menor, limpiandose la comisura de los labios.

- Discúlpalo por esta vez, cariño.- Habló Sileno a favor de su hijo, abrazando al rubio mayor.- Además, no todos los días cumple 15 años tu hijo. Ustedes tienen su rito de la luna, yo también quise darle algo especial.

- ¿Qué les dije de entrar a casa con la ropa sucia?- Musitó Hiero, señalando la ropa de ambos, con manchas de los ciervos que habían terminado como su cena.

Los otros dos solo rieron algo intimidados por el rubio mayor, Hiero podía ser paciente, pero tenía sus límites.

- Lo dejaré pasar solo por esta vez.- Suspiró finalmente el doncel.- Pero si algún corazón de ciervo revienta en el comedor, ustedes van a limpiar toda la casa por un mes.- Añadió, tomando una copa de cristal con un contenido rojo en su mano, dándole un sorbo tranquilamente, uniéndose a su familia.

Algunas cosas definitivamente nunca cambiaban... Asmita, incluso después de nacer, siguió teniendo bastante preferencia por los corazones de ciervo, mismos que su padre casi siempre le conseguía o ayudaba a conseguir.

Sí, el parto no había sido facil, como temían, hubo complicaciones, y aunque Asmita logró nacer sano, Hiero se desangraba a mares... Durante el embarazo habían hablado que si algo así pasaba, la solución más rápida sería convertirlo. Hiero le hizo jurar a Sileno que lo haría, y así fue.

Sileno lo mordió, justo a tiempo, evitando su muerte, y ahora, eran oficialmente, dos llamas gemelas inmortales.

Asmita crecía cómo un humano normal, aunque había ciertos detalles, cómo su alimentación. A diferencia de los vampiros normales, Asmita no necesitaba sangre humana para no debilitarse, y su consumo era mucho menor, siendo más que suficiente un ciervo o dos por mes. También, la fuerza, velocidad y agilidad por encima del promedio que poseía, eran imposibles de dejar pasar, aunque aún no sabían si acaso también poseía la inmoralidad de un vampiro.

Por parte de Hiero, además de su belleza, al parecer había heredado la magia de su ascendencia, siendo un brujo e invocador muy fuerte y con mucho poder.

Una familia bastante peculiar, por decir lo menos. Pero a ninguno le importaba realmente. En ese bosque podían ser felices, vivir sin temor, y ser libres, juntos. Eso era todo lo que les importaba.

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