CAPÍTULO 3
"EL PODER NO ES SOLO DESTRUIR, SINO TAMBIÉN SABER CUÁNDO DEJAR QUE OTROS VIVAN."
THANOS DE MARVEL.
Crowley paseaba por los pasillos de su palacio en el inframundo, su mente inmersa en los planes que había tramado durante los últimos años. Tras su último encuentro con Morrigan en el hospital, experimentó una conexión que no podía ignorar, una conexión que lo intrigaba y, al mismo tiempo, lo inquietaba.
Mientras caminaba, revivió la imagen de la joven, aún sumida en un profundo coma, su cuerpo delicado y vulnerable. Recordó la sensación que lo invadió cuando la tocó, esa chispa de humanidad que creía haber dejado atrás hace mucho tiempo. Algo en ella había despertado emociones que él consideraba extintas en su naturaleza demoníaca.
—Morrigan —murmuró, su voz resonando en las sombras del palacio. —Eres una anomalía, una fisura en el orden que he construido con tanto esmero.
Se detuvo frente a una enorme ventana que mostraba a un paisaje infernal, su mirada perdida en el horizonte rojo y tormentoso.
—Pero quizás pueda utilizar esa fisura para mis propósitos —prosiguió, su tono tornándose más decidido.
Con un gesto de su mano, llamó a uno de sus más fieles sirvientes, un demonio de aspecto siniestro y ojos brillantes.
—Tráeme información —ordenó Crowley, su voz impregnada de autoridad. —Quiero conocer todo lo que has descubierto acerca de esa profecía que mencioné.
El demonio asintió respetuosamente y se desvaneció en una nube de humo negro. Crowley volvió a concentrarse en la ventana, su mente trabajando a toda velocidad mientras trazaba los detalles de su plan.
—La profecía... —murmuró, sus ojos rojos brillando con una mezcla de ambición y determinación. —Si resulta verdadera, entonces tal vez pueda emplearla para alcanzar mis metas.
Pasaron varias horas antes de que el demonio regresara, trayendo consigo un pergamino antiguo y polvoriento. Crowley lo tomó con cuidado, desenrollándolo lentamente mientras sus ojos revisaban las palabras escritas en un lenguaje arcano.
—Interesante —dijo, su voz apenas un susurro. —Así que Morrigan es la clave...
Su sonrisa se volvió siniestra al leer las profecías. Según el texto, Morrigan era el elemento central de una antigua predicción que hablaba de un ser híbrido capaz de alterar el equilibrio entre el bien y el mal. Su destino estaba entrelazado con el del Diablo de una manera que podría determinar el futuro de los reinos infernales y, posiblemente, del mundo mortal.
—Esto desencadena nuevas posibilidades —murmuró Crowley. —Si logro dominar a Morrigan y su poder, quizás pueda emplear la profecía en mi beneficio. Primero, debo asegurarme de que Morrigan permanezca en su estado de coma —dijo, su voz volviéndose más seria. —No puedo permitir que despierte y escape de mi control.
Guardó silencio, con la mirada fija en el pergamino que aún sostenía.
—Y luego... —prosiguió, su sonrisa volviéndose más amplia. —Entonces podré poner en marcha mi plan para traer el infierno a la Tierra.
Con un gesto de su mano, el pergamino se envolvió en llamas oscuras, convirtiéndose en cenizas. Crowley observó cómo se desvanecía, su expresión reflejando una mezcla de satisfacción y anticipación.
—Morrigan, mi querida criatura, Eres la pieza clave en mi juego, no permitiré que arruines mis planes.
Crowley caminaba con determinación por los pasillos del hospital, su presencia impregnada de una oscuridad sobrenatural. Sus ojos rojos brillaban con una intensidad que parecía traspasar las paredes, guiándolo hacia la habitación de Morrigan.
Al llegar a la puerta, se detuvo por un momento, observando a la joven que aún estaba en aquella cama. Su respiración era suave y constante, mantenida por los aparatos médicos que estaban a su alrededor. Crowley se aproximó lentamente, su mirada fija en ella, como si pudiera ver más allá de su apariencia física.
—Morrigan —murmuró, su voz suave pero cargada de un propósito. —Ha pasado muchos años.
Con un gesto de su mano, invocó una neblina oscura que cubrió la habitación, aislándolos del mundo exterior. Crowley se sentó en una silla junto a la cama, sus ojos rojos brillaban en la oscuridad.
—Sabes, he estado observando tu progreso durante bastante tiempo —continuó, su tono casi confidencial. —O más bien, tu falta de avance.
Extendió su mano y acarició suavemente el rostro de Morrigan, sintiendo la calidez de su piel. Una extraña emoción se reflejó en su mirada, una mezcla de fascinación y posesividad.
—Eres una criatura fascinante, Morrigan —expresó, su voz casi un susurro. —Tu destino se entrelaza con el mío de una forma que no puedo ignorar.
Se inclinó más cerca, su aliento rozando la frente de la joven.
Ha llegado el momento de dar vida a mi estrategia —prosiguió, su tono volviéndose más sombrío. —Un plan en el que estás involucrada, mi querida Morrigan.
Con un movimiento de su mano, invocó una energía tenebrosa que envolvió a Morrigan, cubriéndola en una neblina rojiza y púrpura. Los monitores comenzaron a sonar por ese cambio en ella, pero Crowley los ignoró.
—Esta energía te mantendrá en tu estado de coma —explicó, su voz profunda y autoritaria. —Necesito que permanezcas así, al menos por ahora.
Crowley se incorporó de su asiento, sus ojos inspeccionando la habitación con satisfacción.
—Pronto, Morrigan, todo será diferente —dijo, su sonrisa retorcida reflejando su ambición. —El infierno se liberará en la Tierra, y tú serás la clave para mi victoria.
Con un movimiento de su mano, la neblina oscura se desvaneció, dejando la habitación en una calma nuevamente. Crowley se desvaneció entre las sombras, su risa malévola resonando por los pasillos mientras se alejaba, abandonando a Morrigan sumida en un profundo e interminable sueño.
Los años pasaron, y Morrigan continuaba en su estado de coma, su cuerpo mantenido por los aparatos médicos. Crowley, por su parte, dedicaba todas sus energías para ejecutar su plan.
Desde las sombras, el Diablo había estado movilizando a sus leales seguidores, tejiendo una red de corrupción y manipulación que se expandía por el mundo de los mortales. Aprovechando su influencia y poder infernal, logró infiltrarse en los círculos más exclusivos de la sociedad, ganándose la confianza de líderes políticos, empresarios y figuras destacadas.
Paso a paso, Crowley iba trazando su artimaña, creando una red de aliados que le permitirían desencadenar el caos y la devastación que ansiaba. Mientras tanto, Morrigan seguía sumida en su coma, su energía vital alimentando el plan del Diablo.
En las profundidades del inframundo, Crowley se reunía con sus más fieles sirvientes, discutiendo los últimos detalles de su estrategia.
—El momento ha llegado —dijo, su voz resonando en la sala de audiencias. —el infierno se desencadenará en la Tierra, y yo seré el gobernante supremo.
Sus ojos brillaron con una intensidad demoníaca, mientras sus seguidores lo observaban con reverencia y temor.
—Ahora, vayan y cumplan con sus tareas —ordenó el Diablo, con un gesto de su mano. —Es hora de poner en marcha la fase final de mi plan.
Los demonios se dispersaron, dejando a Crowley solo en la sala. El Diablo se acercó a una ventana que daba al paisaje infernal, su mirada perdida en el horizonte rojo y tormentoso.
—Pronto, Morrigan —murmuró, su voz cargada de una mezcla de anticipación y obsesión. —Pronto, todo el mundo será mío.
Mientras Crowley y sus seguidores llevaban a cabo su plan en las sombras, Morrigan permanecía sumida en su profundo sueño, ajena a los acontecimientos que se avecinaban.
En el centro médico, los doctores y enfermeras observaban con creciente inquietud el estado de la joven. A pesar de los esfuerzos por mantenerla estable, su condición parecía deteriorarse lentamente, como si algo la estuviera consumiendo desde adentro.
Una noche, en el silencio del hospital, Morrigan empezó a moverse inquieta en su cama. Las alarmas de los monitores resonaron, alertando al personal médico que acudió rápidamente a su habitación.
Cuando entraron, se encontraron con una escena aterradora. La habitación estaba envuelta en una neblina oscura y púrpura. Tras varios años sumida en un profundo coma, Morrigan por fin había despertado de ese largo letargo, era muy posible que fuera gracias a esos oscuros planes que tenía Crowley.
En medio de esa confusión, Morrigan logró escapar del hospital para encontrarse con Crowley. Su magia había impedido que envejeciera durante su letargo, por lo que al despertar, su cabello rojizo lucía más largo y ondulado, su tez seguía siendo pálida, mostrando los rasgos delicados que la caracterizan, y ahora medía alrededor de ciento sesenta centímetros
—Sabes que al hacer eso romperás el frágil equilibrio entre ambos mundos, ¿verdad? —dijo, su voz resonando con una autoridad que sorprendió incluso al príncipe de las tinieblas.
Crowley la observó, sorprendido por la aparición de la joven. Le miró con una mezcla de curiosidad y cautela. Reconocía en ella una energía familiar, aunque no lograba conectar los puntos de inmediato por ese cambio en la apariencia de ella.
—Interesante observación —respondió, su tono calmado pero cargado de intriga—. El equilibrio es frágil, eso es cierto. Pero a veces, los planes deben adaptarse a las circunstancias cambiantes—agregó, esbozando una sonrisa enigmática.
Sus ojos rojos brillaron con una chispa de reconocimiento fugaz mientras intentaba recordar cualquier indicio de quién podría ser esta mujer que ahora lo desafiaba con tal convicción.
—Convertir el mundo humano en tu propio infierno acaba con esa fragilidad, Crowley. Es algo con lo que no deberías jugar. No querrás enfrentarte a mí, ¿verdad, anciano?
A pesar de su poder, este no parecía funcionar del todo sobre ella. Se aproximó a él sonriendo, le había llamado de esa misma forma años atrás, en aquel único encuentro que tuvo antes de caer en coma.
Crowley, con una expresión de sorpresa y admiración en su rostro, observa a Morrigan con una nueva percepción. Aquella joven que desafió su autoridad en un callejón ahora lo enfrenta con la misma valentía, a pesar de los años transcurridos desde aquel encuentro.
—Morrigan...—murmuró con ternura, dejando que el nombre resonara con una delicadeza que rara vez mostraba. —Es fascinante encontrarte de nuevo después de tanto tiempo.
—Tu ambición te ciega, Crowley. Convertir el mundo humano en tu propio infierno solo traerá destrucción y caos. No es realmente lo que deseas, ¿verdad? —dijo, enfatizando sus últimas palabras, como si fuera un recordatorio de su conexión.
—¿Y qué sabes tú de lo que deseo? —respondió, con sus ojos rojos brillando intensamente. —He gobernado el inframundo por eras. La destrucción es parte de mi ser.
—No te pido que renuncies a tus ambiciones, sino que reconsideres tu enfoque. Existen otras formas de obtener poder sin arrasar con todo a tu paso. Podrías ser un líder que inspire lealtad en lugar de temor. Imagina un mundo donde los humanos te vean no como un enemigo, sino como un líder al que seguir. —sugirió, con su voz suave pero firme, acercándose un paso más.
—¿Y qué te hace pensar que eso es posible? —cuestionó, evidenciando su desconfianza.
—Porque he sido testigo del sufrimiento causado por el miedo. He vivido en las calles, he visto a la gente batallar por sobrevivir. Pero también he contemplado la esperanza y la resistencia.—dijo Morrigan, su mirada intensa y sincera.
Crowley percibió una extraña conexión con sus palabras. La idea de un nuevo enfoque, de un dominio basado en la lealtad en lugar del miedo, lo intrigaba.
—Quizás tienes razón, pero el poder también necesita ser reafirmado —respondió, aunque su tono era menos agresivo.
—No estoy proponiendo que renuncies a tu poder. Simplemente que hay maneras más astutas de ejercerlo. La auténtica fortaleza reside en saber cuándo atacar y cuándo negociar. A veces, el silencio es más poderoso que el estruendo —insistió Morrigan, su voz resonando con una sabiduría inesperada.
Crowley la observó, sintiendo una chispa de respeto por la joven que una vez había sido solo una ladrona.
—¿Qué me dices si te confieso que tus palabras resultan tentadoras? —mencionó por último, con una voz más apacible. —Pero el sendero que he elegido es sombrío y peligroso.
— No tienes que ser solo un villano en esta historia, Crowley. Puedes ser más —replicó Morrigan, con una determinación palpable en su mirada.
Crowley se sintió dividido, atrapado entre sus instintos y las palabras de Morrigan.
—Está bien, lo consideraré... por ahora. Pero no prometo nada —respondió, aun estando confundido.
—Me alegra que estés reconsiderando tus planes. —dijo antes de retirarse, dejándole un suave beso en la mejilla. Quizás aquella profecía señalaba la posibilidad de que el diablo pudiera transformarse despertando la humanidad que yacía en lo más profundo de él.
Por un instante, Crowley se sintió desconcertado por el gesto inesperado de Morrigan. El roce de sus labios en su mejilla, cargado de significado y gestos humanos que había olvidado desde hace mucho tiempo, provocó una extraña sensación en su ser demoníaco.
—Un nuevo giro en el juego—murmuró para sí mismo, mientras observaba el lugar donde Morrigan había estado momentos antes. Las palabras y acciones de la joven desataron un torbellino de pensamientos en su mente.
—Quizás...—susurró en voz baja, su semblante sombrío impregnado por la idea de algo que nunca había considerado posible para él. —Quizás el destino aún alberga más sorpresas para mí.
Se quedó allí, en las sombras de su dominio infernal, contemplando las estrellas distantes que parecían brillar con una nueva luz. El juego entre el diablo y la joven con el poder de cambiarlo había comenzado, y el equilibrio entre ambos mundos podría depender de cómo se desarrollarán los próximos movimientos en este tablero de la eternidad.
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