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8. Legendaria estratega










Octavo capítulo.
LEGENDARIA ESTRATEGA

➶ ❁۪ 。˚ ✧

❝ no creo que sea de gran ayuda ahora mismo❞









El sueño se le escapaba como la arena que se escurre entre los dedos. Caire trataba desesperadamente de aferrarse a él, pero le era complicado. La mayoría de los sueños están destinados a perderse: tan pronto como despiertas, se desvanecen por completo, dejándote sin saber siquiera qué tratabas de no olvidar. Hay que hacer un esfuerzo, mientras aún se está medio dormido, para tratar de grabarlo en tu memoria, de no dejarlo ir. Y ni siquiera eso tiene siempre éxito.

Una angustiada Caire abrió los ojos, plenamente consciente de que lo había olvidado y ya no había manera de recuperarlo. Era importante, estaba segura de ello. Era un recuerdo de su reinado, no lo dudaba. Pondría la mano en el fuego. Pero se le había escapado. Otra vez.

—¿Ya tenemos que ir? —La voz somnolienta de Elinor se escuchó sorprendentemente fuerte en medio de la pequeña estancia que les habían concedido para dormir aquella noche.

Había sido un momento algo incómodo cuando Buscatrufas, el tejón, les había indicado dónde descansarían, puesto que la Bestia Parlante había asumido que los matrimonios irían juntos. Las mejillas sonrojadas de Caire y la expresión incómoda de Elinor habían sido suficiente para que el tejón preguntara si tenían algún problema con aquello, lo que Peter se había apresurado a desmentir. Los reyes, Caspian, Malika y Trumpkin habían acordado mantener el asunto de las memorias perdidas únicamente para ellos.

De modo que Caire y Peter habían tenido que ir juntos a una de las salas subterráneas, mientras Elinor y Edmund iban a la suya, y esperar a que se hiciera el silencio en el pasillo y la Prudente y el Justo pudieran intercambiarse.

Caire tenía que admitir que el tiempo a solas junto a Peter no había sido tan malo. El Sumo Monarca no había permitido que se produjera un silencio incómodo, sino que había tratado de hacer alguna que otra pregunta a Caire sobre su vida en Inglaterra, al tiempo que ambos trataban de encontrar la manera de recuperar algún recuerdo, como les había sucedido con las coronas, aunque no habían tenido éxito.

—¿Todo bien con Elinor? —le había susurrado Caire a Edmund cuando ambos se escabulleron por el pasillo en sentidos contrarios. El azabache suspiró y se encogió de hombros. Cuando la Prudente se encontró junto a la de cabellos rojizos, sentada en silencio sobre su hamaca, se atrevió a decirle—: ¿Qué tal con Edmund?

Un pequeño bufido escapó de entre los labios de Elinor.

—Podría ser peor.

Se le notaba irritada, de modo que Caire no insistió. Elinor se tumbó en la hamaca y le musitó un «buenas noches». No hablaron más y, pronto, la Suma Monarca también se durmió.

—Caire —insistió Elinor, viendo que ésta seguía ensimismada—. ¿Crees que deberíamos ir ya con los demás?

La rubia soltó un suspiro y cerró los ojos, asumiendo que el sueño no regresaría por más que lo intentara. Asintió una única vez. Ambas habían dormido con las ropas que habían llevado durante el viaje y esas eran las que llevarían aquel día. No era como si contaran con muchas prendas femeninas en el Altozano, después de todo.

—Perdona, trataba de recordar —masculló. Elinor adoptó al momento una expresión de culpabilidad que Caire trató de borrar—. Era un simple sueño. No pasa nada.

—Lo siento igualmente. —Negó con la cabeza y se masajeó las sienes—. Estoy harta de todo esto. Y muy cansada. Y enfadada. No comprendo por qué Aslan nos trajo de vuelta si iba a ser así. O por qué aún ni siquiera se ha dignado a aparecer. No lo entiendo. Si estamos aquí, es para ayudar a Narnia. Pero esto de las memorias nos lo está haciendo mucho más difícil. Para ti, que no recuerdas, para ellos, que no confían en nosotras, y para mí, porque no sé qué hacer para ayudaros.

Caire se sentó junto a ella y, tras dudar un instante, asió su mano. Los ojos enrojecidos de Elinor se volvieron hacia la Prudente. No cabía duda de que había llorado antes de quedarse dormida.

—Confían en nosotras —aseguró, y realmente lo creía—. Claro que confían, Elinor. Lucy nos recuerda, Peter te pidió ayuda para guiarnos por los bosques, Susan...

—¿Y Edmund? —preguntó la Tenaz, soltando una débil carcajada—. ¿Crees que Edmund confía en nosotras? Mejor dicho, en mí. Porque...

—Puede que las pesadillas le asusten, Elinor —admitió Caire, negando con la cabeza—, pero él mismo me dijo que también siente el impulso de protegerte. Porque, en el fondo, sabe quién eres. Todos nosotros lo sabemos. ¿Por qué crees que no me puse como una histérica al acabar aquí, junto a ti, sin conocerte a ti ni a ninguno de ellos? Porque había algo que me daba cierta familiaridad. Que me decía que no estaba en peligro. Que podía confiar en vosotros. Muy en el fondo, sabía que erais mi familia. Y estoy convencida de que ellos sienten lo mismo. —Oprimió levemente la mano de Elinor—. Así como sé que podremos recordar nuevamente. No sé por qué, pero desde hace unas horas, estoy segura de ello. No pierdas la esperanza, Elinor. Eres tú la que nos ha empujado a tratar de recordar, la que nos ha dicho quién somos. Te necesitamos.

—Pero yo os necesito a vosotros también —susurró ella, con un hilo de voz. Se veía tan desesperada... Caire sintió su corazón encogerse—. Y no sé qué hacer para recuperar lo que fuimos.

Caire tampoco lo sabía, pero no podía decirle aquello a Elinor. Parecía verdaderamente desesperada. Se preguntó si Edmund habría dicho algo desafortunado la noche anterior. Confiaba en que no fuera así, pero estaba bastante segura de que algo así había sucedido.

—¡Elle, Caire! —Lucy entró como una exhalación, sonriendo ampliamente—. ¡El cumpleaños de Peter, cuando fuimos todos a la playa y vinieron las sirenas! Uno de los tritones no dejaba de cantar a Caire y a ella le encantaba, pero Peter se enfadó y...

Estaba sin aliento. Había corrido hasta ellas para compartir aquel recuerdo. Caire cerró los ojos con fuerza, tratando de forzar en su cabeza la imagen que Lucy estaba describiendo. Una canción en la playa, las estrellas ya visibles en el cielo. Lucy, Edmund y Elinor encendiendo una fogata, mientras Peter y ella se alejaban unos metros de todos para que ella pudiera explicarle lo último que había aprendido de astronomía narniana. Y luego...

Se le escapó un grito ahogado. Los rostros de ambas se volvieron hacia ella: el de Lucy destilaba esperanza, mientras que Elinor era cauta. Pero Caire recordaba. Claro que recordaba.

—Me acuerdo —murmuró. Recordaba el tacto de la mano de Peter sobre su mejilla, haber estado juntos observando el cielo estrellado, haberle susurrado un «feliz cumpleaños» al oído—. ¡Por la Melena, lo recuerdo!

En aquel momento, le parecía absurdo que hubiera podido olvidarlo. Salió a toda prisa de la estancia, dejándose llevar por la emoción. No le importaba en aquel momento su pelo revuelto: necesitaba que Peter supiera aquello. Sus recuerdos estaban resurgiendo, poco a poco. Era extraño, pero lo hacían. No le cabía duda.

Peter estaba sentado en la mesa del desayuno, junto a Edmund y una joven cuyo nombre Caire desconocía. Estaba totalmente segura de no haberla visto el día anterior, pero no le dio importancia. Sonriendo, tomó asiento junto al Sumo Monarca. Peter le dirigió una mirada intrigada.

—Buenos días —saludó.

—Buenos días —respondió él—. ¿Ha pasado algo?

—He recordado. —Bajó la voz, aunque la desconocida parecía inmersa en la conversación con Edmund—. No es mucho, pero es algo.

Los ojos azules de Peter la empujaban a hablar. El Magnífico aguardó unos segundos, antes de que Caire se inclinara hacia él y le susurrara:

—Ha sido gracias a Lucy. Ha venido hablando de cómo recordaba aquel cumpleaños tuyo en el que bajamos a la playa, cuando las sirenas y tritones vinieron a cantarnos y nos quedamos allí hasta medianoche. Fuimos a ver las estrellas, tú y yo.

Se sentía orgullosa, algo más tranquila. Había recordado algo, algo que involucraba a Peter. Y no era un destello fugaz, sino un recuerdo completo. Vio los ojos azules del Sumo Monarca abrirse súbitamente, al tiempo que una sonrisa se formaba en sus labios.

Se dijo que, con aquella expresión, parecía mucho más un niño que un adulto. Estaba emocionado y eso la llenó de ternura. Se dijo que podía llegar a hacerse a la idea de por qué se había enamorado de él. Y no hablaba únicamente de su aspecto físico, aunque no podía negarse que era atractivo. Se sonrojó solo de pensar en eso.

Le agradaba Peter. Era amable, dulce, se preocupaba por sus hermanos y por ella, incluso cuando para él era una desconocida. Se notaba a leguas que adoraba a su hermana menor, lo cual divertía y enternecía a Caire. Pero también era valiente: no había vacilado en lanzarse a la pelea con la espada en alto cuando había sido necesario. Y parecía decidido a recordarlas, a ella y a Elinor, lo que hacía que Caire se sintiera empujada a desearlo también.

Si realmente había amado a Peter —y había quedado demostrado que sí, puesto que parecía ser que todos allí conocían su historia de amor—, comprendía qué podía haberla llevado en el pasado a enamorarse de él, pero ahora le asaltaba otra duda. ¿Qué era estar enamorada de Peter, ser su esposa, compartir toda una vida juntos? Sus recuerdos, definitivamente escasos, le impedían saberlo. Pero, ahora que tenía aquella diminuta chispa, una memoria vaga...

—Yo también lo recuerdo —susurró Peter, que parecía impresionado—. Es... Esto es de locos, Caire. Lo había olvidado, pero me parece...

—¿Absurdo? Sí, lo sé. —Soltó una breve carcajada—. Esto es incomprensible. Ahora que sé que tengo el recuerdo, no entiendo cómo pudo haber un momento en el que no estuviera allí.

Peter también rio.

—Es eso. Vaya, esto es raro. —Negó con la cabeza, aunque se le notaba aliviado—. Parece que, poco a poco, podemos ir recordando.

—Puede que ahora sea más fácil —aventuró Caire, dubitativa—. Parece estar siéndolo para Lucy, ¿no?

El Magnífico cabeceó, pensativo, para finalmente asentir. Soltó un suspiro y dio un sorbo al vaso que sostenía en la mano, con expresión pensativa.

—Habrá un modo de que todo regrese, ¿no? —dijo, dubitativo—. Es decir, en algún momento, habremos de tener nuestras memorias completas.

«Y todo lo que eso conllevaba.» Caire apretó los labios, pero asintió de vuelta.

—Puede que Aslan tenga respuestas para eso —se atrevió a sugerir, aunque no sabía aún cómo sentirse con respecto al león. A Peter casi se le escapó un bufido. Su sonrisa se había desvanecido.

—No parece tener respuestas para nada últimamente —respondió amargamente—. De otro modo, hubiera aparecido ya.

Caire no se atrevió a contradecirle. No volvieron a intercambiar palabra en el resto del desayuno. La alegría que Caire había sentido ante el recuerdo recuperado, la que había logrado contagiarle, se esfumó, quedando solo dudas y preguntas sin respuesta con respecto al Gran León.

Saltaba a la vista que a Elinor no le gustaba que se hubiera escogido aquel lugar como sala de guerra. La cámara que contenía la Mesa de Piedra era la de mayor tamaño, la más adecuada para contener a los narnianos durante el consejo. Pero por la mueca de la Tenaz, Caire sabía que la detestaba.

Lucy había tomado asiento sobre la resquebrajada mesa; Caire se decía que nadie hubiera osado a hacer eso antes, pero que Lucy debía ser la única persona con derecho a ello. Simplemente, sentía que era correcto.

Peter y Caspian se habían posicionado en el medio de la sala, con el resto de reyes cerca. Caire y Elinor permanecían una junto a otra, con Malika a pocos metros. La Prudente observó de reojo a la calormena unos instantes, antes de fijarse en uno de los brazaletes que llevaba. Era indudablemente de oro y bastante ancho, ocupando una buena parte del antebrazo de la tarkina. Pese a que resultaba evidente que no era artesanía narniana, había algo en él que le intrigaba: poseía un grabado de león. Aquello despertó un recuerdo que le hizo inclinarse de inmediato hacia Elinor.

—¿Almira no poseía un brazalete igual a ese? —le susurró a la Tenaz.

Ésta la miró, sorprendida.

—¿Recuerdas a Almira?

Y Caire quedó un segundo en silencio, desconcertada, antes de decir:

—Eso parece.

Los ojos pardos de Elinor la contemplaron fijamente unos segundos. La reina terminó por negar.

—Ni siquiera sé si ellos la recuerdan. No he querido preguntarlo.

—Tal vez, no quieran hablar de ello —conjeturó Caire—. Pero la recuerda. Sé que Lucy la mencionó. Lo que no tengo claro es quién fue.

A la Prudente le chocó la lástima con la que Elinor la contempló. En ningún momento le había mirado así; nunca. Quiso preguntar, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta. Entonces, Peter habló.

—Solo es cuestión de tiempo —dijo, volviéndose hacia los narnianos. Ocupaba el centro de la estancia, habiendo ido a colocarse justo frente a la Mesa de Piedra—. Su ejército y sus máquinas de guerra están en camino. Precisamente por eso, el castillo está desprotegido. —Caire frunció el ceño ante aquellas palabras.

—¿Qué proponéis que hagamos, Majestad? —cuestionó Reepicheep, formulando la pregunta que ella misma se estaba haciendo.

Peter y Caspian hablaron a la vez. Elinor soltó un suspiro junto a Caire. Sumo Monarca y príncipe intercambiaron una mirada, antes de que el telmarino hiciera un gesto arrepentido a Peter para que continuara.

—La única esperanza es atacarles primero nosotros —declaró el Magnífico.

—Es una locura —saltó Caspian—, nadie ha tomado ese castillo.

—Siempre hay una primera vez —replicó Peter.

—Jugamos con la sorpresa —admitió Trumpkin, pensativo. Caire no sabía muy bien qué pensar al respecto.

—Pero aquí tenemos ventaja —insistió el príncipe.

—Si nos pertrecháramos bien, aguantaríamos indefinidamente —le apoyó Susan, dando un paso la frente. A Caire no se le había pasado por alto su disgusto ante la idea de tomar el castillo: se leía perfectamente en su rostro. La Benévola odiaba el conflicto y, pese a estar allí, debatiendo sobre la guerra, con su arco y flechas a la espalda, podía ser perfectamente la menos dispuesta a tomar parte en algo así.

—Yo me siento más seguro bajo tierra —asintió Buscatrufas.

Pero Peter no parecía dispuesto a ceder.

—Mira —dijo, volviéndose hacia Caspian—, aprecio lo que habéis hecho aquí. Pero esto no es una fortaleza. Es una tumba.

—Sí —intervino Edmund, tomando la palabra por primera vez. Había estado analizando la propuesta de su hermano durante unos momentos, mientras los otros discutían, antes de tomar la palabra—. Y, si son listos, esperarán hasta que nos muramos de hambre.

—Nuestras provisiones ya están terminándose. —Malika le dirigió una mirada de disculpa a Caspian al hablar—. Necesitamos hacer algo al respecto, sea lo que sea.

—¡Almacenemos nueces! —sugirió Piesligeros, una de las inquietas ardillas que conformaba el grupo.

—¡Sí! ¡Y se las tiramos a los telmarinos! —replicó sarcásticamente Reepicheep—. Cállate —espetó, haciendo que el otro se encogiera. Volviéndose hacia el Sumo Monarca, añadió—: Ya sabéis de qué lado estoy.

—¿Cómo podemos tomar un castillo del que no sabemos nada, Peter? —Elinor parecía llevar un tiempo deseando intervenir, pero meditando bien sus palabras. Su ceño fruncido denotaba preocupación—. Nunca hemos hecho algo así, no sin estudiar el plano y las posibles salidas, las tropas que habrá, todo, con un par de semanas, al menos, de antelación. Nadie de nosotros conoce el castillo, únicamente Caspian y Malika. Y dudo que poseáis un plano de éste.

—Yo podría dibujároslo, si me dais un par de horas.

Por un momento, la Prudente no supo quién había hablado, y quedó claro que Elinor tampoco. Entonces, Edmund carraspeó y se volvió hacia la joven con la que había estado hablando durante el desayuno.

—¿Es eso cierto, Niobe?

Caire se fijó verdaderamente en ella por primera vez: debía de sacarle un par de años, por lo menos. Tenía la piel muy clara y el cabello negro como la caoba. «Como Blancanieves», pensó distraídamente la Prudente. Los ojos azul hielo de la joven se volvieron hacia ella y Elinor, después de dirigir un asentimiento hacia Edmund.

—Conozco esos planos como la palma de mi mano. Ayudé a mi padre con ellos en infinitas ocasiones. —Como aclaración, especificó—: Era el capitán de la guardia de palacio, se encargaba de organizar las tropas y las guardias en cada planta, cada pasillo. Nada podía pasarse por alto. Los vi infinidad de veces en su mesa y, más de una vez, me senté a ver cómo lo hacía. Puedo dibujarlos sin demasiado esfuerzo.

Elinor asintió lentamente, pensativa.

—¿Y eso significa, me atrevo a preguntar, que conoces los puntos más débiles y de más fácil acceso para nosotros? —aventuró la Tenaz. La otra joven asintió.

—Conozco los recovecos que jamás vigilan, los torreones con menos guardias, los cambios de turno. A no ser que hayan cambiado en el tiempo que llevo fuera del castillo, lo cual dudo, contamos con esa ventaja, Majestades.

Peter evaluó aquella información durante unos segundos. Su mirada fue hacia Borrasca de las Cañadas, el sabio centauro que había jurado lealtad a Caspian.

—Si consigo que entréis, ¿podréis con los guardias? —quiso saber. Un tenso silencio siguió a la pregunta.

—O moriremos, Majestad —dijo finalmente, inclinando la cabeza. Aquella respuesta produjo un escalofrío en Caire. Se estaba volviendo real. Podían morir. ¿Realmente estaba dispuesta a hacer algo así?

—Eso es lo que me preocupa.

Caire no se había dado cuenta de que había esperado a que Lucy hablara hasta que la menor de los reyes abrió la boca.

—¿Perdona? —cuestionó su hermano mayor.

—Todos decís que solo hay dos opciones —respondió la Valiente y, pese a su aspecto infantil, sonaba verdaderamente adulta—: morir aquí o morir allí.

—No has escuchado nada —replicó Peter, molesto.

—No, eres tú el que no escucha. —Caire se dijo que nadie hablaría así nunca al Sumo Monarca. Solo Lucy. «Yo también debo haberle hablado así en algún momento.» Probablemente, si estuvieron casados por tanto tiempo como le habían dicho. No sabía qué pensar de aquello—. ¿Has olvidado quién acabó con la Bruja Blanca, Peter?

—¿Y quiénes combatieron contra su ejército y contra ella misma? Porque él solo llegó al final. —Elinor se había adelantado. Caire se dijo que había palidecido. Parecía hacer lo posible por no volver la cabeza hacia el grabado de Aslan en la pared—. Éramos niños, Lucy, y estuvimos luchando contra su ejército durante lo que parecieron horas. Ya habíamos hecho mucho cuando él llegó. Puede que, incluso sin él, hubiéramos ganado.

—Elle... —protestó Lucy, aunque sonaba más apenada que enfadada. Caire, cuya fe en el Gran León apenas era existente gracias a sus memorias perdidas, no pudo evitar sentir pena por Elinor. Podía decir que a la Tenaz le costaba esfuerzo decir aquello, pero comprendía por qué su fe flaqueaba.

—No, ella tiene razón —replicó Peter, muy serio—. Ya hemos esperado a Aslan lo suficiente.

—Suma Monarca Caire. —Fue la voz de Niobe la que se dejó oír a continuación—. No habéis intervenido. ¿No tenéis ninguna propuesta?

La Prudente se esforzó por mantener una expresión seria e impasible y no una que revelara ante todos lo perdida que se encontraba. Había escuchado comentarios sobre ella en su tiempo en el Altozano. «Dicen que, una vez, derrotó a un rey en batalla y éste, tras rendirse, le pidió matrimonio.» «Jamás en la historia un comandante ha perdido tan pocas batallas como ella: es una legendaria estratega.» «La llamaban el «Escudo de Narnia» porque decían que, mientras ella reinaba, ningún enemigo conseguiría herir de gravedad Narnia: ella lo impediría.» Pero Caire se sentía muy lejos de todo aquello. No era la Suma Monarca, no aún, eso estaba claro.

—No tengo mucho que decir, no creo que sea de gran ayuda ahora mismo —terminó por decir. Su mirada fue a Peter—. Y es indudable que ya hay un plan en marcha. D-deberíamos seguir adelante con él.

No se le pasó por alto la mirada decepcionada de Lucy. Peter, por su parte, asintió.

—Queda decidido, entonces —declaró, antes de abandonar la sala.

Caire dudó un instante, cavilando entre si seguirle o permanecer allí. «¿Qué podría decirle, de todos modos?». De modo que no fue tras él, sino que se mantuvo junto a Elinor, preguntándose si había tomado la decisión correcta al hacerse a un lado.


















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