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20. Hasta siempre










Vigésimo capítulo.
HASTA SIEMPRE

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❝ es injusto que hayamos tenido tan poco tiempo ❞









Al día siguiente, mensajeros fueron enviados por todo el país, comunicando que ahora Caspian X era el rey de Narnia y que el país pertenecería tanto a humanos como a todas las criaturas mágicas que en él vivían. Quienes quisieran continuar viviendo bajo su mandato, podrían hacerlo. A los que se negaran, Aslan les ofrecía encontrarles otro hogar. Se reunirían con él y los reyes en el castillo al medio día del quinto día.

Eso dio a los seis Reyes de Antaño cinco días para disfrutar de estar de regreso en una Narnia más parecida a la que conocieron en su momento. Y lo aprovecharon tanto como pudieron.

Caire podía ver en el grupo una alegría contagiosa que no había visto hasta el momento. Elinor parecía genuinamente feliz, como si hubiera abandonado todo el miedo y la inseguridad en los días anteriores. Tampoco había que estar muy atento para advertir que Edmund y ella habían solucionado todo problema que tuvieran.

Aquellos días fueron maravillosos. Pasaron la mayor parte del tiempo juntos, en compañía de Caspian, Malika, Niobe y Avice. Dieron consejos al nuevo rey y ayudaron a crear o restaurar leyes, pero también disfrutaron de excursiones a lugares que habían conocido en su reinado, recibieron la visita de Bestias Parlantes y criaturas de todas partes del país, emisarios de otros reinos para crear tratados con el nuevo rey y exploraron los bosques cercanos, siendo alegremente recibidos por las dríades que en ellos habitaban.

—¿Sabes? —le dijo Caire a Peter en una de las ocasiones en las que ambos salieron a dar un paseo a solas, apreciando la tranquilidad del momento—. Cada vez tengo más claro cómo de maravilloso fue nuestro tiempo aquí.

—Sigues recordando, ¿no es así? —cuestionó él. Ante su asentimiento, añadió—: Yo también.

—Mucho tiene que ver con Almira —admitió ella—. Salidas con ella, sus lecciones y sus prácticas, sus dibujos, sus bailes, sus cumpleaños...

Peter asintió lentamente, dejando escapar un suspiro.

—Sí, yo también. Recuerdo mucho sus coronas de flores. —Se le escapó una sonrisa—. Y cómo siempre intentaba ponerse mi corona o sentarse en los tronos. En especial, cuando había invitados.

Caire rio sin poder evitarlo, pese al dolor que sentía al recordar a la pequeña.

—Nació para ser reina —afirmó. Contempló pensativa a lo lejos, recorriendo con la mirada las almenas que rodeaban los jardines del castillo—. ¿Crees que fue feliz, Peter?

—Sí —respondió él con rotundidad. Aferró su mano con fuerza, al tiempo que decía—: No digo que todo el tiempo, pero sé que Mira siempre encontraba la manera de ser feliz, pasara lo que pasara. No digo que no nos echara de menos, como hacemos nosotros, pero sé no dejó que eso la consumiera. Tenía a gente que la amaba aquí también. Y a Corin —añadió, casi divertido—, que estoy seguro de que no la dejó sola en ningún momento.

—Resulta tan raro pensar en ellos casados y adultos cuando no eran más que niños cuando nos marchamos —suspiró Caire.

—Nosotros no éramos mucho mayores cuando llegamos a Narnia, Cay —le recordó Peter. La Prudente asintió lentamente, dándole la razón—. Además, investigué un poco sobre ella, ¿sabes? Pedí al doctor Cornelius que lo hiciera, más bien.

—¿Y qué descubriste? —preguntó Caire, volviéndose a mirarlo con los ojos muy abiertos.

Se había detenido, de modo que Peter hizo lo mismo. La contempló con ternura y acarició suavemente su mejilla con el pulgar, antes de decir:

—Falleció a una edad avanzada y dejando un país próspero pese a las dificultades a las que tuvo que hacer frente a nuestra marcha. Tuvo una hija, que le sucedió en el trono. La reina Caire II.

Se le habían llenado los ojos de lágrimas. Una traicionera resbaló por su mejilla, pero Peter se la secó con dulzura.

—Yo también la echo de menos —afirmó—. Muchísimo. Me duele en el alma haberla abandonado. Pero me da algo de paz saber que fue amada por sus seres queridos y su pueblo, que encontró una familia y que fue feliz. —Besando con cariño la frente de Caire, añadió—: Es lo que nuestra niña merecía.

—Lo sé —susurró ella—. Merecía todo. —Él la estrechó entre sus brazos y Caire dejó escapar un suspiro—. Gracias por decírmelo, Peter. Puede que me ayude a que duela menos.

—Cuando lo necesites, Cay —respondió él, besándola en la coronilla.

Aquel gesto le hizo esbozar una tenue sonrisa. Caire cerró los ojos e inspiró con lentitud el aroma de Peter. Nuevo y familiar a partes iguales. Pero Caire ya empezaba a acostumbrarse a aquella sensación. Levantó la cabeza y le contempló, al tiempo que sonreía más ampliamente.

—Te quiero, ¿sabías? —Se rio de su propia pregunta—. Puede que ni yo lo supiera, pero ahora lo tengo claro. Tengo mucho que recordar aún, Peter, pero eso no cambia que lo sé. Ningún recuerdo, esté o no en mi cabeza, puede cambiar eso.

Pudo ser testigo de cómo el rostro de Peter se iluminaba conforme iba hablando, cómo su sonrisa iba volviéndose más y más genuina, cómo su mano se apretaba con más fuerza alrededor de la suya. Peter bajó la vista, aquellos ojos azul celeste que tanto impresionaban aún a Caire. No parecía ser capaz de dejar de sonreír.

—Yo también te quiero, Cay. —Fijó la mirada en ella nuevamente, con ojos resplandecientes—. Creo que estaba enamorado de ti incluso cuando no te recordaba. En casa, sin ti, sentía... vacío. Cada vez que mis amigos decían algo de chicas, o mis padres me preguntaban, nunca sabía que decir. Nunca tenía a nadie en mente, pero sabía que había alguien ya, que no importaba qué me dijeran, que eso no cambiaría. —Acarició su mejilla con el pulgar, contemplándola como si tuviera miedo de que desapareciera en ese mismo instante—. Cuando te vi en Cair Paravel puede que no supiera quién eras, pero sabía que no eras alguien más. Una parte de mí sabía quién eras. —Se inclinó ligeramente hacia ella, quedando sus labios tan cerca que casi se rozaban. Caire dejó escapar el aire trémulamente—. No voy a olvidarte, no otra vez.

Fue Caire quien le besó, haciendo desaparecer la distancia entre ambos al inclinarse hacia adelante. Peter se lo esperaba, lo supo al momento. La sujetó por la cintura, acercándola más a él. Caire le sintió sonreír sobre sus labios y no pudo evitar contagiarse de la sonrisa.

Le quería. Mucho más de lo que nunca hubiera imaginado poder querer a alguien. Encontraría la manera de no olvidarle, se prometió, una y otra vez. No volvería a perderle, no cuando sabía lo que sentía al tenerle a su lado. No pensaba renunciar a él, nunca más.

—¿Sabes? Desearía que pudiéramos visitar de nuevo Cair Paravel, aunque no sé si estoy preparada para ver de nuevo sus ruinas. —Susan recorrió con la mirada el jardín, con cierta melancolía en el gesto—. Aún me parece mentira que haya pasado tanto tiempo.

La Benévola había acompañado a Caire aquella mañana a los jardines a desayunar, como solían hacer en ocasiones durante su reinado. Era ya el quinto día desde el anuncio de Aslan y la ciudad se había llenado de telmarinos que llegaban con intenciones de encontrar un nuevo hogar, así que habían preferido quedarse en el castillo y disfrutar de algo de tranquilidad.

Las acompañaban Elinor, Malika y Niobe. Peter, Edmund y Caspian habían preferido salir a montar a caballo por el bosque temprano, y Avice y Lucy habían querido visitar el mercado local. Caire había disfrutado enormemente del desayuno, donde habían preparado un pequeño pícnic y se habían tumbado a la sombra de los árboles del jardín. Caire estaba recostada contra el tronco de uno de éstos, con Susan a su lado. Malika se había tumbado en el suelo y su cabeza se hallaba apoyada en el regazo de la Benévola. Elinor y Niobe dormitaban a pocos metros de ellas.

—Desearía haber podido verlo en su antigua gloria —comentó pensativa la calormena—. He visto innumerables pinturas, pero no creo que le hagan justicia.

—Estoy convencida de que no —asintió Susan—. No hubo ni habrá nada como Cair Paravel. Era maravilloso.

Caire advirtió que Susan estaba pasando distraídamente las manos por el cabello espeso y rizado de Malika y se preguntó si debería mencionarle algo sobre ello más tarde, cuando estuvieran solas. Contuvo una sonrisa y volvió la mirada a Elinor, que se incorporaba bostezando.

—¿Buena siesta? —preguntó, divertida.

—No ha estado mal —respondió ésta. Seguía adormecida. Se restregó los ojos y preguntó—: ¿Qué hora es?

—¿No prefieres preguntar si Peter, Edmund y Caspian han regresado ya? —cuestionó burlona Susan.

Elinor esbozó una sonrisa al momento.

—Esa iba a ser mi segunda pregunta —replicó, bromeando.

Susan y Caire intercambiaron una mirada.

—Me alegra de que lo hayáis solucionado todo, Elle —dijo finalmente la Prudente.

—Sí —asintió Elinor, poniéndose en pie y sacudiéndose el vestido—. Yo también. Pero supongo que el momento tenía que llegar, ¿no? Ya todos habéis recordado lo suficiente.

Las miraba como si quisiera que le confirmaran que así era.

—Sí, yo diría que sí —respondió Susan, pensativa—. E incluso aunque no recuerde todo, me basta con saber que sois mis hermanas. —Sonrió al pronunciar aquella palabra—. Quién lo hubiera dicho cuando aparecisteis en la playa, ¿eh?

—Yo no, desde luego. —Caire dirigió un guiño a Elinor—. Aunque me temo que Elle sí.

A la Tenaz se le escapó una risa, muy a su pesar.

—Sí, lo cierto es que sí. —Soltó un suspiro, echando la cabeza hacia atrás—. Es una suerte que ahora coincidáis conmigo.

—Mirad quién viene por ahí —comentó entonces Susan.

Caire volvió la mirada hacia Peter, que se acercaba hacia ellas con paso rápido. Se encontró sonriendo antes siquiera de pensar en hacerlo. Saludó a Peter con la mano.

—¿Qué tal la salida a caballo? —preguntó, poniéndose de pie para recibirle—. ¿Dónde están Edmund y Caspian?

—Se han quedado en el pueblo con Lu y Avice, aunque no tardarán mucho —explicó—. Yo he vuelto antes porque un ruiseñor ha venido a mí en el bosque y me ha dicho que Aslan deseaba que nos reuniéramos con él, a solas, Su, Elle, tú y yo.

—¿Y eso? —preguntó su hermana, sorprendida. Elinor había fruncido el ceño, también extrañada—. ¿Será por algo relacionado con el nuevo hogar de los telmarinos?

—No puedo saberlo —respondió Peter, encogiéndose de hombros—. Venía a buscaros para que fuéramos juntos.

—Vamos, entonces —resolvió Caire, dirigiendo una mirada a Susan.

Malika se había quedado dormida sobre su regazo, así que la Benévola se apartó con cuidado de no despertarla y se puso en pie, alisándose la falda con las manos. Niobe seguía también descansando; el día anterior, habían celebrado una pequeña velada que había terminado alargándose hasta altas horas de la noche y todos se sentían aún algo cansados.

Aslan les aguardaba en uno de los patios interiores del castillo, inmóvil bajo unos pórticos. Al escucharles acercarse, volvió la cabeza hacia ellos y les recibió con un asentimiento.

—Aquí estáis, hijos míos.

—Aslan —saludó Peter, inclinando ligeramente la cabeza—. ¿Querías vernos?

—Así es. Hay algo importante de lo que quiero hablaros. Venid, caminemos. —El león echó a andar y los cuatro le imitaron tras unos segundos—. Antes que nada, quiero preguntaros, ¿sabéis ya por qué olvidasteis?

Caire a punto estuvo de decir que no, pero entonces Peter le dirigió una mirada.

—Sí —respondió el Magnífico—, o eso creemos. ¿Fue porque deseábamos olvidar, Aslan? ¿Porque era más fácil no recordar que echar de menos a quienes habíamos perdido?

Silencio. Caire frunció el ceño, pensativa. ¿Había sido eso? Trató de hacer memoria de los días que habían seguido a su regreso de Narnia. Había llegado al mundo mágico inesperadamente. Recordaba dormitar bajo un manzano del jardín de su casa y levantarse al escuchar un ruido. Procedía de unos arbustos cercanos. Se había inclinado sobre ellos, tratando de descubrir qué lo causaba, pues no sonaba como un animal, sino como viento. Resultaba absurdo, porque ¿cómo iba a salir viento de un arbusto?!Antes de darse cuenta, estaba caminando por el suelo cubierto de nieve.

Al regresar, había aparecido nuevamente bajo aquel árbol, recordó. Y al comprender que no había manera de regresar, su corazón se había roto irremediablemente.

—¿Ahora lo recuerdas, pequeña? —Tardó unos segundos en caer en la cuenta de que Aslan hablaba con ella—. Deseaste olvidar...

Caire asintió lentamente al de unos segundos.

—Me sentía muy sola —rememoró, con vos triste—. Pero no lo deseaba, no de verdad.

—A veces, no podemos controlar eso. La magia hizo el resto y tú olvidaste, hija mía, pero fuiste la primera en querer que sucediera —explicó el león.

Caire tragó saliva.

—No volveré a desearlo, Aslan —prometió. Había asido la mano de Peter y la sujetaba con fuerza—. Cuando regresemos... No quiero olvidar otra vez. Amo este sitio, amo a su gente. No quiero volver a perderlo.

—Dependerá de ti, pequeña —fue la respuesta del Gran León—. Espero que así sea.

—Nosotros quisimos olvidarlas a ellas, ¿no es así? —susurró Susan—. Las echábamos demasiado de menos. Dejamos de mencionarlas cuando hablábamos de Narnia y... desaparecieron.

—Así es, pequeña —dijo Aslan, dirigiendo sus ojos hacia la Tenaz—. La única que se aferró a los recuerdos, en lugar de dejarlos marchar, fue Elinor.

Ésta asintió lentamente, pensativa. Llevó la mirada a Caire.

—Vamos a estar juntas una vez regresemos —le dijo con calma—. Y vamos a tener nombres y una dirección a la que escribir. No va a repetirse. Te lo aseguro; no dejaré que pase. Ni tú que me pase a mí, ¿de acuerdo?

La Prudente esbozó una sonrisa al cabo de unos segundos. Peter acarició el dorso de su mano. No, no olvidaría. No se dejaría. Pero el saber que Elinor estaría allí en caso de que le hiciera falta le daba más paz.

—Hay algo más que debo contaros, hijos míos —continuó Aslan—. Algo que tiene que ver con vuestro regreso a vuestro mundo.

—¿Qué es, Aslan? —cuestionó Susan.

El león se detuvo y se giró para ponerse frente a ellos. Sus ojos mostraban una profunda tristeza que pilló a Caire desprevenida.

—Esta tierra os ha visto crecer y os ha hecho convertiros en quienes sois ahora —dijo despacio el Gran León—. Os ha dado muchas herramientas que, a partir de ahora, deberéis emplear en vuestro mundo y solo en él. —Ante sus miradas de incomprensión, continuó—: Habéis crecido demasiado, pequeños. Estáis cerca de ser adultos. Narnia ya no tiene nada más que enseñaros.

El silencio cayó sobre el pequeño grupo. Caire y Peter intercambiaron una mirada de incomprensión, aunque mezclada con el temor de realmente sí estar entendiendo a Aslan. Susan agachó la cabeza con expresión triste. Elinor carraspeó.

—¿Estás diciendo...? —La Tenaz dudó. Tragó saliva con nerviosismo antes de seguir hablando—. ¿Estás diciendo que no regresaremos a Narnia, Aslan?

—Así es, pequeña.

Aquella confirmación fue como una jarra de agua fría. Los cuatro se miraron entre sí, sin dar crédito. Caire sintió una profunda tristeza invadirla. Apenas estaba comenzando a recordar Narnia. Tendría que abandonarla, para siempre. No volvería a pisar aquella tierra que tanto amaba, que tanto le había dado.

—¿Y Edmund y Lucy? —cuestionó Elinor, con voz ahogada—. ¿Ellos volverán?

—Puede que este mundo necesite nuevamente ayuda en un futuro —respondió Aslan—. Quién sabe.

El león echó a andar de nuevo y, tras unos momentos, ellos le siguieron.

—¿Y cuándo será? —preguntó Peter—. ¿Cuándo volveremos a casa?

—Majestad —dijo entonces Aslan, deteniéndose y volviendo la cabeza hacia el interior del patio.

Los cuatro reyes le imitaron. Caspian les contemplaba dudoso, con Niobe a su lado. Caire trató de que su expresión no mostrara la confusión y tristeza que estaba experimentando.

—Estamos listos —comunicó el telmarino tras unos instantes. Era ya casi mediodía. Debían de reunirse con los telmarinos que deseaban abandonar Narnia—. Todo el mundo nos espera.

—Tardaremos un momento, Caspian —se encontró diciendo la Prudente—. Gracias.

Niobe les dirigió una gentil sonrisa y, tomando a Caspian del brazo, ambos abandonaron el patio. Los reyes y el león retomaron su paseo.

—Será hoy, ¿no es así? —dijo Caire al de unos instantes—. Ahora, mejor dicho. Cuando los telmarinos se vayan, nosotros también lo haremos.

—Así es —asintió el león—. Os necesitaré para que intervengáis. Sé que los telmarinos se resistirán a irse del modo en que yo les propondré, temiendo que se trate de una trampa. Vosotros deberéis marcharos para convencerles.

—Marcharnos para no volver... —susurró Peter.

—Vosotros pertenecéis a otro mundo. —Aslan pasó la mirada de unos a otros—. No podéis permanecer eternamente aquí. Debéis devolver a vuestro mundo todo lo que Narnia os ha dado. Pero, no temáis: yo siempre estaré allí, pese a que no me veáis. Estoy en todos los mundos, con nombres y apariencias diferentes. Tendréis que encontrarme también en vuestro hogar. Yo cuidaré de vosotros allí, igual que he hecho aquí.

—¿Y volveremos a encontrarnos nosotros allí, Aslan? —preguntó vacilante Elinor.

—Claro que sí, hija mía. —El león la contempló con cariño. No era difícil ver que Elinor estaba desolada—. Como tú misma has dicho, ahora tenéis apellidos y direcciones. Dependerá de vosotros, pero estoy convencido de que sabréis encontrar el camino de regreso a los otros.

—Sí —afirmó Caire, aferrando con fuerza la mano de Peter e intercambiando una mirada con Elinor—. Lo haremos.

Aslan se volvió hacia ella y asintió.

—Sé que os convertiréis en grandes personas en vuestro mundo. Solo, hijos míos, tratad de no olvidar todo lo que habéis vivido aquí. Dejad que os acompañe mientras os adentráis en vuestra vida adulta. Estoy convencido de que os ayudará a enfrentaros a ella.

—Narnia pertenece a los narnianos tanto como al hombre. —A Caire le costaba esfuerzo escuchar a Caspian. No podía dejar de pensar en que, tan solo dentro de unos minutos, abandonaría aquel mundo para siempre. Peter estaba a su lado, sujetando su mano y con la expresión que mostraba en situaciones como aquella. Una calmada seriedad, incluso cuando por dentro no se sentía así en absoluto. Caire tampoco mostraba su revuelta interior a los telmarinos que les observaban, pero sí aferraba con algo más de fuera de la usual la mano del Magnífico—. El telmarino que quiera quedarse y vivir en paz será bienvenido, pero a aquel que lo desee, Aslan le devolverá a la tierra de sus antepasados.

La enorme multitud allí congregada estalló en murmullos. Un hombre levantó la voz por encima del resto para decir:

—Hace generaciones que dejamos Telmar.

—No nos referimos a Telmar —intervino Aslan—. Vuestros antepasados eran bandidos, piratas que encallaron en una isla. Allí encontraron una cueva, un curioso pasadizo que les transportó aquí. El mismo mundo que el de nuestros reyes.

Caire se volvió sorprendida hacia Peter. Aquello no era algo que hubiera sospechado. La multitud también parecía impresionada por aquella revelación. Los reyes, que se habían colocado a la izquierda de Aslan y Caspian, intercambiaron miradas de confusión y aguardaron a que el Gran León siguiera hablando.

—Es a esa isla a donde puedo enviaros. Es un buen lugar para empezar una nueva vida.

Los telmarinos no parecían convencidos. Caire les veía contemplarles con recelo y desconfianza y murmurar entre ellos. Se preguntó cuándo les tocaría intervenir.

—¡Yo voy! —se escuchó decir a alguien entonces. Todos los ojos fueron hacia un hombre a quien Caire identificó al cabo de unos segundos. Para su desconcierto, se trataba del general Glozelle—. Acepto la oferta.

El hombre se adelantó, mientras la multitud se abría para dejarle paso. Caspian inclinó la cabeza hacia él en señal de reconocimiento, gesto que el otro imitó.

—También nosotros —dijo entonces otra voz, en este caso de mujer. La que había sido reina, Prunaprismia, se adelantó con su hijo en brazos, seguida por su padre.

Los telmarinos avanzaron hasta donde Aslan y Caspian aguardaban, subiendo lentamente la escalerilla.

—Por haber sido el primero —habló Aslan, dirigiéndose a Glozelle—, tu futuro en ese mundo será feliz.

Entonces, el león sopló sobre ellos y Caire pudo ver el cambio en sus expresiones y posturas. El temor desapareció, sustituido por la valentía que la misma Caire había sentido en otras ocasiones anteriores, cuando Aslan había soplado sobre ella.

Entonces, el enorme y antiguo árbol que allí crecía comenzó a girar con un fuerte crujido. Su tronco majestuoso se separó en dos, formando una especie de arco que parecía llevar a la nada. La multitud dejó escapar gritos de impresión y terror. Sin embargo, Glozelle, Prunaprismia y su padre no vacilaron. Echaron a andar, con paso lento, hacia el arco. La multitud exclamó nuevamente cuando, al atravesarlo, se desvanecieron en el aire.

—¿Cómo sabemos que no queréis matarnos a todos? —acusó uno de los telmarinos, levantando la voz por encima del estruendo de la multitud.

Caire se volvió hacia Elinor. Ésta parecía estar preguntando: «¿Ahora?».

—Señor. —Caire no tuvo que mirar para saber que había sido Reepicheep quien había hablado. El ratón permanecía tras Aslan, acompañado de Malika, Niobe, Avice, Trumpkin, Buscatrufas, el doctor Cornelius, el mayor de los Osos Barrigudos y Borrasca de las Cañadas—. Si mi ejemplo puede ser de ayuda, cruzaré con once de mis ratones sin dudarlo.

Peter apretó la mano de Caire, haciéndola volverse hacia él. Asintió una única vez. Caire tomó aire e imitó su gesto, volviéndose hacia Susan y Elinor, ambas muy serias. Aslan se giró hacia ellos y Caire supo que ya no había nada más que hacer, que no podrían seguir retrasando el momento.

—Nosotros vamos —dijo Peter, dando un paso al frente. Caire avanzó junto a él, todavía con las manos unidas.

—¿Nos vamos? —Edmund sonó totalmente desconcertado.

Su expresión de confusión era idéntica a la de Lucy. El Justo miró primero a sus hermanos y Caire y luego se volvió a Elinor, a su izquierda. La Tenaz dejó escapar un suspiro.

—Sí, Ed —respondió en tono amargo—. Ya es la hora.

—Vamos —animó Peter, aunque sonaba tan sombrío como Elinor—. Hemos acabado. —Se adelantó, en dirección a Caspian. Caire soltó su mano—. Después de todo, ya no nos necesitáis.

Tendió a Rhindon al nuevo rey, con expresión solemne y triste a partes iguales. Caire dejó escapar un suspiro y cerró la mano en torno a la empuñadura de Inanna. No había caído en la cuenta de que tendría que separarse también de ella. Espejismo había sido dejado en su dormitorio aquella mañana; no sabía que no volvería a usarlo en aquel momento.

—Cuidaré de ella hasta que vuelvas —aseguró Caspian, tomando la espada que Peter le ofrecía.

—Me temo que no va a poder ser —intervino Susan. El nuevo rey se volvió hacia ella, confuso—. No vamos a volver.

Escuchar a Susan decirlo en voz alta lo volvió más real incluso. Caire dejó escapar un suspiro.

—¿No? —preguntó Lucy, sorprendida. La Prudente se volvió hacia ella, esbozando una sonrisa tranquilizadora.

—Solo nosotros, Lu —aclaró.

—Vosotros dos, sí —añadió Peter, regresando a su lado—. Creo que se refería a vosotros —añadió, dirigiendo una mirada a Aslan.

—Pero ¿por qué? —Lucy miró a Aslan, desolada—. ¿Es que han hecho algo malo?

—Al contrario, pequeña —respondió el león—, pero todo tiene su momento. Tus hermanos, Caire y Elinor han aprendido lo que han podido de este mundo y ahora tienen que vivir en el suyo.

Caire podía ver en la expresión desconsolada de Lucy que estaba a punto de llorar. Peter se movió en su dirección, colocándose frente a ella.

—No pasa nada —la tranquilizó—. Lo había imaginado de otra manera... pero es igual. Un día, lo entenderás.

—Todo llega —suspiró Caire, colocándose junto a él. Lucy la miró y, suspirando, la abrazó. La Prudente le acarició la espalda con cariño—. Está bien, Lu. No pasa nada.

Por encima de la cabeza de Lucy, Caire pudo ver cómo Edmund contemplaba a Elinor con incredulidad. Ésta agachó la cabeza y trató de decir algo, pero le abrazó con fuerza antes siquiera de abrir la boca. Edmund se quedó unos segundos inmóvil, antes de rodearla con sus brazos.

—Vamos —dijo Peter, tocando la espalda de Caire con suavidad.

La Prudente asintió y se separó de Lucy, sonriéndole con cariño. Peter tomó su mano y ella hizo lo mismo con la de la Valiente, siguiendo ambas al mayor de los Pevensie. Caire volvió la cabeza hacia Susan, que fue tras ellos cabizbaja. Elinor y Edmund tardaron un momento más en separarse y, finalmente, seguir al grupo.

Fueron hacia los amigos que allí habían hecho: era el momento de las despedidas. Caire pudo ver la sonrisa triste de Niobe y la expresión de puro desconcierto de Malika. Los sentimientos del resto eran una mezcla de ambos.

Caire estrechó la mano y se inclinó ante el centauro, Trumpkin, el doctor Cornelius, el oso y Reepicheep y abrazó a Buscatrufas —como Suma Monarca que era. Todos ellos murmuraron despedidas y dedicaron sonrisas. «Ha sido un gran honor», le aseguró el enano. «Recordaré siempre el haberos conocido, Majestad», fue lo que le dijo Reepicheep.

Cuando llegó hasta Avice, la encontró abrazando con fuerza a Lucy. Su hermana, junto a ambas, abrió los brazos y ambas se abrazaron. Caire dejó escapar un suspiro.

—Ha sido un placer conocerte, Niobe —le aseguró—. Gracias por todo lo que has hecho por nosotros.

—Gracias a vos, Majestad —respondió la joven, antes de dejar escapar una débil risa y decir—: Disculpad mi atrevimiento, pero debo corregirme. Gracias a ti, Caire. Por liberarnos.

La Suma Monarca la contempló emocionada y asintió una sola vez. Avice, que finalmente se había separado de Lucy, realizó una reverencia a Caire y luego ambas se abrazaron.

—Vas en camino de ser una gran guerrera —le dijo la Prudente—. Espero que lo consigas.

Pudo ver los ojos de la niña relucir al escucharla. Respondió con un emocionado «gracias» e inclinó la cabeza.

Cuando Caire buscó a Malika, la encontró abrazando a Elinor. La calormena se volvió hacia ella con una tristeza que resultaba chocante en ella, estando Caire acostumbrada a verla siempre con una expresión completamente decidida. Malika realizó una profunda reverencia frente a ella.

—Ha sido un gran honor para mí, Caire —aseguró.

—Lo mismo digo, amiga mía —respondió ésta. Tras un momento, se descolgó la vaina de Inanna del cinturón y tendió la espada hacia la calormena, que se la quedó mirando con incredulidad—. Creo que contigo estará en las mejores manos. Espejismo se ha quedado en mi dormitorio, pero estoy segura de que también sabrás darle un gran uso.

—Gr-gracias —tartamudeó Malika, incrédula. Aceptó Inanna tras unos segundos y la contempló fijamente, sin poder creerlo—. Yo también tengo algo para ti, Caire.

A la Suma Monarca le pilló por sorpresa ver que se despojaba y le entregaba el brazalete que siempre llevaba puesto. El mismo que le había resultado familiar, el que tanto se parecía al de Almira... Solo que, al contemplarlo con atención, advirtió que no solo se parecía, sino que era idéntico.

—Este brazalete lleva en mi familia siglos, pero no fue originalmente nuestro, sino que fue recuperado en las ruinas de Cair Paravel hace mucho. Perteneció a la reina narniana que provenía de nuestro desierto, la que logró que muchos de los nuestros abandonáramos a Tash en favor de Aslan: la reina Almira, la Amada. —Malika la miró con una débil sonrisa—. Posee magia, una que impide que aquel que lo porte lo pierda. Creo que es justo que lo tengas tú. Te acompañará a tu mundo, Caire, y te recordará al nuestro.

—Gracias, Malika —susurró la Prudente, mientras ésta le colocaba el brazalete alrededor de la muñeca.

Ambas se abrazaron fuertemente. Caire sentía una tristeza inmensa, pero la alegría también estaba allí. La que le daba el ver lo que había encontrado en Narnia, saber en quién se había convertido. Sentía orgullo por todos ellos. Hubiera sido difícil decir en una sola palabra qué estaba experimentando en ese instante.

Entonces, Lucy la abrazó y Caire recordó que también se despedía de los Pevensie.

—No será para siempre, Lu —le recordó con dulzura—. Os escribiremos. Iremos a veros. Te lo prometo.

—No nos olvides otra vez, Caire —rogó ella—. Te prometo que nosotros tampoco te olvidaremos. Me encargaré de ello.

—No os olvidaré —juró la Prudente—. Te lo prometo, Lu.

Susan fue la siguiente en aparecer en su camino. La Benévola se la quedó mirando fijamente y, dejando escapar un suspiro, dijo:

—Mantendremos el contacto, ¿no?

—Caire Benedict, Internado para Señoritas Saint Malory. No tiene pérdida —aseguró, haciendo sonreír a Susan—. Seguiremos en contacto, te lo prometo.

Ambas se abrazaron con cariño. Por el rabillo del ojo, Caire alcanzó a ver a Malika inmóvil a pocos metros, esperando indudablemente para acercarse a Susan. Esbozó una sonrisa triste y dijo:

—Creo que hay alguien de quien aún no te has despedido.

Susan la miró entristecida y asintió. Tomó su mano un momento al apartarse y le dedicó un apretón, al tiempo que forzaba una sonrisa. Caire la vio marcharse en dirección a Malika. Las dos se abrazaron con una profunda tristeza.

Caire se volvió hacia Edmund. El azabache aún parecía aturdido, como si no terminara de comprender que se iban. Caire le apretó entre sus brazos con cariño, revolviéndole ligeramente el pelo. Edmund ya era tan alto como ella, pero le vino un vago recuerdo de abrazarle cuando apenas le llegaba al hombro y no pudo evitar sonreír enternecida.

—Nos veremos pronto —aseguró la Prudente—. Hendon House no está lejos de St. Malory. Habrá algún modo de encontrarnos.

—Escribiré en cuanto Peter y yo lleguemos —prometió él—. Te lo prometo.

Sus ojos recayeron en Peter, que abrazaba a Elinor. Se volvió hacia Caspian y le dirigió una inclinación que el nuevo rey imitó.

—Serás un gran rey, ¿sabes? —dijo, dirigiéndole una sonrisa—. Estoy totalmente convencida, Caspian.

—Gracias, Caire —susurró él—. Espero estar a la altura.

Cuando rompió su abrazo con Caspian, fue plenamente consciente de que solo le quedaba una persona de la que despedirse. Ya prácticamente todos habían dicho adiós a todo aquel que hacía falta decírselo. Susan seguía con Malika; Lucy estaba con Niobe, Avice y Trumpkin; Edmund iba hacia Elinor. Caire buscó a Peter con la mirada y le encontró aguardándola, no muy lejos del árbol.

Él le sonrió y Caire contuvo un suspiro, dirigiéndose en su dirección. Peter la esperaba con los brazos abiertos y la estrechó entre ellos tan pronto como llegó.

—Vamos a volver a vernos —le dijo, acariciando su espalda—. Muy pronto.

—Lo sé —susurró ella—. Pero no vamos a volver aquí. Es injusto que hayamos tenido tan poco tiempo.

—Lo sé —respondió él. Su mirada recorrió el lugar—. Me va a costar un poco hacerme a la idea.

—A mí también. —A Caire se le escapó una seca carcajada—. Espero no olvidarlo otra vez.

—No lo olvidarás. —Peter la miró fijamente, muy serio—. Y no porque nadie vaya a ocuparse de ello. Sé que no vas a olvidar porque no vas a dejar que vuelva a pasar. ¿Verdad, Cay?

Caire le contempló en silencio. Negó lentamente.

—Tendré a Elinor por si acaso, no...

—Cay —cortó él—. Vas a ser tú, ¿vale? Vas a ser tú la que va a querer recordar este sitio, a esta gente, a nosotros, a mí. —Sus ojos no se apartaban de ella—. No vas a querer olvidar, esta vez no. Estoy seguro de ello.

Acunó su rostro entre las manos sin darle tiempo a responder. Caire examinó sus facciones, su tenue sonrisa, sus escasas pecas, sus irises azul celeste. Era imposible ignorar el hormigueo que su tacto producía en ella. No, no quería olvidarle. Ni tampoco a nadie de quienes estaban allí, ni a nadie de quienes había conocido antes. No quería olvidar Narnia. No dejaría que el echar de menos aquel mundo cambiara nada. No lo dejaría.

Se encontró sonriendo, llena de una nueva seguridad. Peter la besó y Caire cerró los ojos y se permitió perderse en el momento, sabiendo que aquella era una despedida, aunque solo fuera por el momento.

—No voy a olvidar —le susurró—. Te lo prometo.

Peter asintió, con una sonrisa en el rostro. Ambos se volvieron hacia los demás. Lucy, conteniendo las lágrimas, se separó finalmente del grupo y fue hacia Caire y Peter. La Prudente vio cómo Susan susurraba algo en el oído de Malika y, finalmente, ambas se separaban. La Benévola se reunió con sus hermanos y Caire, mientras Niobe rodeaba con el brazo a la calormena. Tan solo quedaban Elinor y Edmund.

Ambos seguían abrazados, algo aparte del resto del grupo. Se separaron lo suficiente para que sus rostros quedaran uno frente al otro. Caire podía ver los ojos de Elinor brillar de más. Edmund le susurró algo que solo ellos dos pudieron escuchar. Fue él quien finalmente la besó. Caire sonrió y apoyó la cabeza en el hombro de Peter.

—Me alegro de que hayan sabido volver a encontrarse —susurró, sin quitarles la vista de encima.

—Sí —respondió Peter—. Yo también.

No fue hasta que giró los ojos para mirarle que advirtió que Peter no había apartado la mirada de ella en ningún momento. Su sonrisa se amplió.

Edmund y Elinor se unieron a ellos poco después, con las manos unidas y expresiones serias. El Justo se inclinó para decirle algo al oído y logró arrancarle una sonrisa a la de cabellos rojizos.

—¿Vamos? —preguntó Elinor al llegar a los demás reyes.

Caire echó un último vistazo a la plaza abarrotada de telmarinos, a los rostros apenados de sus amigos y a Aslan, que asintió en su dirección. Apretó su mano en torno a la de Peter y volvió la mirada a los otros reyes.

—Vamos.

Peter fue el primero en encaminarse hacia el arco. Ella le siguió. Parecía lo lógico. Que los Sumos Monarcas fueran los primeros en marcharse. Que se despidieran para siempre de Narnia a la vez.

—Nos veremos muy pronto —susurró Peter, girándose a mirarla una última vez.

Caire asintió, asiendo con más fuerza su mano. Ambos atravesaron el arco a la vez, sin quitarse la mirada de encima... Sin embargo, de un momento a otro, la mano de Caire tan solo sujetaba el aire. No quedaba rastro de Narnia y su sol, sino que estaba en uno de los pasillos oscuros de St. Malory, vestida con el uniforme de la institución, que poco o nada tenía que ver con el precioso vestido que había llevado instantes antes.

Caire dejó caer el brazo. Peter ya no estaba allí para sostener su mano. Tampoco estarían Susan, Lucy ni Edmund, ni ninguno de sus amigos narnianos. Todos se habían quedado atrás. Pero no Elinor. Elinor seguía ahí.

Caire se volvió hacia la Tenaz y la encontró inmóvil junto a ella, con expresión aturdida y también asiendo la nada, como Caire hasta hacía pocos segundos. Elinor se volvió a mirarla. Caire no dudó en abrazarla fuertemente al momento.

—No vamos a volver —susurró la de cabellos rojizos, con la voz rota.

Caire negó lentamente con la cabeza.

—No —respondió—, no vamos a volver.

Elinor dejó escapar el aire de los pulmones lentamente. Se echó hacia atrás, separándose de Caire. La Prudente la vio secarse una lágrima traicionera. Elinor bajó la mirada a sus manos y dio vueltas pensativamente al anillo en su dedo. Caire no tenía anillo al que mirar, pero recordó entonces el brazalete de Almira. Se descubrió la muñeca, preguntándose si realmente era lo suficientemente mágico como para seguirla hasta aquel mundo.

Una sonrisa apareció en su rostro cuando comprobó que así era.

—¿Crees que olvidarán?

Caire levantó la mirada ante la pregunta de Elinor. La Tenaz no la miraba. Era extraño verla de nuevo con el uniforme escolar, sobretodo cuando pensaba que cuando le había visto con él, había sido poco más que una extraña.

—No —dijo con rotundidad.

—¿Y crees que tú...? —Titubeó. Caire esbozó una sonrisa.

—Tampoco. ¿Sabes por qué? Porque quiero recordar y voy a hacer todo lo que pueda para que la amnesia no se repita. —La Prudente tomó la mano de la otra—. Ya sabemos lo que puede pasar, Elle. Todos nosotros. No dejaremos que se repita. Y, en caso de que sí, nos tenemos los unos a los otros para recordárnoslo. No volverá a pasar, Elinor.

Ésta le contempló fijamente durante unos instantes que se le hicieron eternos. Los ojos pardos de Elinor parecían poco convencidos, pero terminó por asentir. La Tenaz esbozó una débil sonrisa.

—¿Estás segura?

—No lo hubiera dicho de no ser así —respondió Caire, ladeando la cabeza divertida—. Estoy totalmente segura, Elle. No olvidaremos. Te lo prometo.

Caire pudo ver el momento exacto en que Elinor decidió creerla. Sus ojos se iluminaron. Su sonrisa se volvió más sincera, menos forzada. Apretó con más fuerza su mano.

—De acuerdo. No olvidaremos. Ninguno de nosotros. Más vale que no estés mintiendo, Caire. Tienes un historial.

A la Prudente se le escapó una carcajada.

—Iré con cuidado —aseguró. Echó una mirada a su alrededor y terminó por decir—: Vamos, vayamos al comedor. No puedo ser tu delegada y dejarte sin comer. Sería terriblemente irresponsable.

—Había olvidado que eras mi delegada —suspiró Elinor, fingiendo desánimo—. Siempre voy a tenerte por encima, ¿eh?

—Te aseguro que tenerme de delegada no es ni de lejos tan peligroso como tenerme de general —bromeó Caire.

Se alegró cuando vio a Elinor reír, aunque al de pocos segundos ésta volviera a adoptar una expresión seria y dijera:

—Voy a echar todo mucho de menos. Nunca pensé que no podríamos regresar. Supongo que no quería imaginarlo.

—Todo llega a su fin —respondió tristemente Caire—. Pero no es el nuestro. Ni tampoco el de Narnia. No volveremos, pero seguirá existiendo. Llevaremos con nosotros todo lo que allí hemos vivido. Y nosotros... Estaremos todos juntos. Tarde o temprano. Volveremos a vernos, Elinor. Eso te lo puedo asegurar.




















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