19. Bajo la luna
Decimonoveno capítulo.
BAJO LA LUNA
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❝ pensé que esto me mataría ❞
Aún le costaba creer que aquello hubiera llegado a su fin. Las celebraciones en la capital no habían cesado en todo el día, mientras el ahora rey Caspian y los monarcas de Antaño se veían inmersos en éstas.
Había resultado ciertamente agotador. Elinor, que aún tenía demasiadas preocupaciones en la cabeza, hubiera preferido disfrutar de algo más de calma, pero la euforia de los narnianos por su liberación se lo había impedido. Y lo entendía. Le enfurecía no ser capaz de sentirse más feliz, de alegrarse por su pueblo, por quienes había luchado y por quienes habría dado la vida de haber sido necesario. Todo aquello había ido de recuperar su reino. No debería haberse sentido tan desdichada.
—¿No ha sido precioso? —preguntó Susan con ojos brillantes mientras se dirigían a sus habitaciones, buscando algo de descanso tras la coronación de Caspian. Malika, a su lado, sonreía ampliamente.
—Ha sido mejor de lo que hubiera podido imaginar —comentó la calormena—. Nunca creí que este momento llegaría.
—Pero ha llegado —replicó una emocionada Niobe—. Es increíble.
Elinor se volvió a contemplar a Lucy y Avice, que charlaban a la cola del grupo. Parecían tan felices como el resto. A ella, sin embargo, le dolían las mejillas de forzar sonrisas durante todo el día.
—Oye. —Caire habló en tono suave al dirigirse a ella, mientras le ponía la mano en el hombro—. ¿Todo bien?
—Sí, claro —respondió Elinor, tratando de aparentar emoción—. Es maravilloso que todo haya acabado bien.
Quería contagiarse de su alegría. De verdad que quería. Pero le resultaba demasiado difícil, sabiendo que era probable que volvieran pronto a Inglaterra. Si habían sido llevados hasta allí para ayudar a Caspian en su tarea de liberar Narnia, no les quedaría demasiado tiempo allí. Ya no era su época, aquella no era la vida que habían construido. No le sorprendería que en poco tiempo regresaran.
Entonces, todo acabaría. ¿Volverían a olvidar todo? Ni siquiera había logrado que recordaran de nuevo. Sí, existía cariño, confianza. Veía a Caire y Peter y casi podía creer que nada había pasado. Pero no era así. Había cientos, miles de recuerdos que solo ella conservaba. Recuerdos que habían ayudado a construir el amor que les había unido, la familia que habían sido. Recuerdos que, si se iban, si se separaban de nuevo, probablemente nunca regresasen. ¿Volvería siquiera a ver a los Pevensie? ¿Podrían seguir en contacto de vuelta a Inglaterra, si es que ellos no lo olvidaban todo nuevamente? Podría tratar de evitar que aquello le sucediera a Caire, teniéndola en la misma escuela, pero ¿qué pasaría con los cuatro hermanos?
—Elle. —Casi pegó un brinco cuando Susan le cogió de la mano. Aún sonreía, pero había una sombra de preocupación en su mirada—. ¿Estás bien?
—Sí, claro. ¿Por qué no iba a estarlo?
Malika y Niobe la miraban por precaución unos metros por detrás. Lucy y Avice se acercaron, intrigadas, mientras Elinor dirigía una sonrisa trémula a Caire y Susan.
—Estoy bien, de verdad —insistió—. Solo agotada. Han sido demasiadas festividades después de días de dormir tan poco. Creo que nos merecemos un buen descanso esta noche. Yo estoy deseando irme a la cama, por lo menos.
—Pero si aún queda el baile de esta noche —comentó Avice. Elinor a punto estuvo de dejar escapar un quejido. ¿Las celebraciones no habían terminado?
—Será mejor que vayas a echarte un poco, entonces —comentó Susan, preocupada—. ¿Seguro que no es nada más, Elle?
—No, no te preocupes, Su, pero tienes razón —asintió la Tenaz—. Iré a descansar un rato.
La mano de Caire se apretó sobre su hombro.
—Avísanos si necesitas algo, ¿vale? Lo que sea —pidió.
—Claro —respondió Elinor, ampliando la sonrisa.
Las demás le dirigieron algún que otro comentario más, diciéndole que descansara y que la verían aquella noche. Mientras se alejaba por el pasillo, Elinor sentía los ojos picar. Sí parecía ser como antes. Por el León, bien sabía ella que habían avanzado mucho. Susan y Lucy la trataban como siempre habían hecho. Caire parecía haber recuperado la seguridad de quién era. Peter le había demostrado que confiaba en ella, tal y como hacía antes.
Pero lo que alteraba a Elinor no era a causa de ninguno de ellos. Todo era culpa de Edmund Pevensie.
No fue al baile. Llegó a vestirse para él, contemplarse en el espejo, ver su aspecto triste y decidir que sería mejor no asistir. Envió una nota a Caire diciéndole que estaba demasiado cansada y que se quedaría durmiendo.
Sin embargo, ni siquiera lo intentó. No por nada había estado la mitad de la tarde tratando de conciliar el sueño, sin éxito. En lugar de seguir fracasando, Elinor se aventuró a explorar los pasillos del castillo, desierto en aquellos momentos, mientras todos disfrutaban de la fiesta. Deseaba revivir una de sus costumbres que más había disfrutado en Cair Paravel.
Pese a no conocer el castillo bien, no le costó demasiado encontrar una torre lo suficientemente alta como para poder contemplar kilómetros y kilómetros de terreno. Aunque a Elinor poco le importaba lo que hubiera bajo sus pies; sus ojos subieron a las estrellas, a aquellas constelaciones que tanto amaba y que tan distintas eran a las que había en Inglaterra.
Inspiró hondo. En aquel lugar, lejos de todos, mientras simplemente contemplaba el cielo nocturno, casi podía permitirse imaginar que lo sucedido en el último año había sido un sueño. Que continuaban en Narnia, que todo había seguido su rumbo como debería. Que seguían siendo la familia que durante quince años habían sido.
¿Cómo podían olvidar quince años? A Elinor le dolía. Aquella década y media había sido simplemente maravillosa. Había sido el pensar en esos años lo que había logrado que Elinor encontrara fuerzas para seguir con su vida en Inglaterra, con la esperanza de que podría recuperarla en algún momento. No había habido un día en el que no pensara en Narnia, en Edmund, Caire, Peter, Susan, Lucy. Y en todos los demás a los que ya no podría recuperar jamás.
Si volvían a olvidarla al regresar a su mundo y se reencontraban más adelante... Elinor no sabía qué haría de suceder aquello. Querría ser la que olvidara, en aquella ocasión. Al menos, así tan solo estaría confusa y no sufriendo a cada mirada de desconcierto de los demás.
—Imaginé que estarías aquí cuando vi que no estabas en tu dormitorio.
Por un instante, Elinor estuvo completamente segura de haber imaginado aquella voz. Le llevó tan súbitamente a tantos otros encuentros similares anteriores que creyó que había sido el revivir uno de aquellos lo que le había llevado a escucharla. Sin embargo, al cabo de unos segundos Edmund se apoyaba en la almena contigua a la suya.
Elinor guardó silencio durante lo que debieron de ser minutos, de tan sorprendida como estaba. Y también porque temía estropearlo tan pronto como abriera la boca. ¿Qué hacía Edmund allí, acompañándola como tantas veces antes? ¿Cómo había adivinado que se encontraría en la torre? Debía haber recordado aquello, pero ¿cuánto más? No deseaba saberlo. Prefería permanecer en silencio, pasando la mirada de las estrellas a Edmund, y permitirse creer por un instante que todo podía volver a la normalidad.
—Creí que vendrías al baile —habló finalmente él—. Estuve esperándote.
—Le dije a Caire que no iría —respondió en voz baja Elinor.
—Ya, y ella me lo dijo a mí. Pero te esperé igualmente. Por si cambiabas de idea. Cuando vi que no iba a ser así, vine a buscarte.
—No pensé que me esperarías, la verdad —confesó ella.
—Es que creo que aún tenemos una conversación pendiente.
—¿Solo una? —ironizó Elinor.
Escuchó la débil risa de Edmund.
—Igual podemos reunir todas las pendientes en una, incluso cuando resulte excesivamente larga.
La Tenaz le observó de reojo. Edmund no le quitaba los ojos de encima.
—Tú dirás —acabó por decir.
Edmund se tomó su tiempo para decidir con qué palabras empezar. Elinor le vio girar el cuerpo hacia ella y le imitó, quedando ambos frente a frente. Con los dedos sobre la almena, tamborileó nerviosamente, a la espera de que el Justo se animara a hablar.
—Probablemente te decepcione saber que aún no recuerdo todo, Elinor.
Aquellas palabras le hicieron soltar un suspiro. Elinor agachó la cabeza y asintió lentamente.
—Tampoco puedo decir que me sorprenda, es... —Pero todo lo que pensaba decir quedo completamente olvidado en el momento en que sintió la mano de Edmund rodeando la suya.
Muda de impresión, dirigió los ojos a él. Le sonreía tranquilizador, con mirada chispeante. Ladeó la cabeza de un modo que le hizo perder la respiración, mientras decía con voz suave:
—No, déjame seguir antes de hablar —pidió. Elinor asintió tras unos segundos—. No recuerdo todo, Elle, pero tampoco creo que sea necesario que lo haga. Es decir, mira a Caire y Peter. Estoy seguro de que aún no han recuperado todas las memorias. Puede que no lo hagan nunca. Y, a pesar de todo, ¿no actúan tal y como hacían antes?
La Tenaz solo pudo asentir de nuevo, en parte porque Edmund le había pedido que no hablara, en parte porque no sabía qué decir a aquello. Su corazón latía muy veloz. No podía apartar la mirada de Edmund, a la espera de que siguiera hablando y, con algo de suerte, dijera justamente lo que ella esperaba oír. Ojalá no estuviera haciéndose ilusiones en balde.
—Sé lo difícil que ha sido este tiempo para ti, Elinor. Al menos, puedo intentar imaginármelo. Yo no lo hubiera resistido con tanta fuerza como tú, pero siento infinitamente no haber podido hacer nada por evitarlo. Más bien, te lo puse complicado. Lo sé. Lo siento.
—No...
—No hace falta que niegues lo evidente, Elle —rio él—. No pasa nada. Solo siento haberte hecho las cosas más difíciles. Pero supongo que debo agradecer que nunca te dieras por vencida, ¿no? Aunque no es una sorpresa, conociéndote.
Hablaba como si realmente la conociera y Elinor no podía dejar de pensar si aquello verdaderamente iba a suceder. Si estaba bien que deseara que la mano de Edmund se apretara con más fuerza en torno a la suya, o que quisiera que él se acercara un poco más y la envolviera en sus brazos. Quería escucharle, verdaderamente quería. Pero sus palabras le estaban dando esperanza. Aquello podía no ser prudente, porque Edmund estaba hablando con mucha precaución. Podía estar a punto de decirle todo lo contrario a lo que ella esperaba oír. Todo eso podía terminar en catástrofe para el corazón de Elinor.
—En tu lugar, probablemente me habría rendido conmigo. Y bastante pronto. —Edmund le dirigió con una sonrisa torcida—. Me han dicho que puedo llegar a ser un tanto insufrible. Si no recuerdo mal, tú lo has comentado más de una vez.
El Justo tomó su mano entre la suya. Con la que mantenía libre, el rey acarició la mejilla de Elinor, secando con el pulgar la lágrima que había resbalado desde uno de sus ojos. Ni siquiera había advertido que ésta se había escapado.
—Elle —susurró Edmund—, me pones muy difícil seguir hablando si lloras.
A ella se le escapó una carcajada ahogada.
—Me asusta dónde va a llevar esto —confesó la Tenaz.
—Podría resumirlo ofreciéndote mis más sinceras disculpas —dijo lentamente él— y rogándote que las aceptaras, además de... —Titubeó, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. Ni siquiera tengo claro cómo expresar esto. Puede que no recuerde todo, Elle, pero sé a pesar de ello quién eres. Lo que me importas. Me ha costado un tiempo darme cuenta. Pensaba que no lo entendería hasta que volviera mi memoria, pero ahora sé que no es así. —Le miró con expresión solemne, incluso a pesar de la sonrisa que le ofrecía—. No necesito recordar todo para saber quién eres, Elle. Para saber que mi corazón te pertenece. Puede que no recuerde todo... Pero sí lo suficiente como para saber que te amo. Siento haber tardado tanto en darme cuenta, siento haber sido un idiota, pero es así.
Edmund se la quedó observando, a la espera de si respuesta. Sus ojos oscuros relucían. Elinor tomó aire trémulamente, tratando de dar con la adecuada, pero las palabras no parecían venir a ella. La Tenaz vaciló ante una idea fugaz. Antes de reconsiderarla, decidió dejar todo temor a un lado y acabar con toda distancia entre sus labios y los de Edmund, besándole como llevaba tanto tiempo soñando con hacer.
Supo que él no lo había esperado tan pronto como le sintió tensarse, pero tan solo tardó un instante en recomponerse y, para la inmensa alegría de Elinor, responderle al beso. Las manos del Justo acariciaron su cintura. Elinor le acarició la mejilla con una, mientras que su otra mano subía a la nuca del rey. Había algo en acariciar su pelo que siempre había maravillado a Elinor. Sintió a Edmund sonreír contra su boca.
Cuánto le amaba. Y cuánto le había echado de menos.
—Elle —suspiró Edmund. Elinor se echó hacia atrás, sin saber qué esperar exactamente. El Justo le sonreía, con ojos relucientes. Le acarició cariñosamente la mejilla—. Siento tanto todo...
—No fue tu culpa olvidar —respondió ella, con voz entrecortada.
—Tampoco es que te pusiera las cosas fáciles —bromeó. Elinor dejó escapar una débil carcajada.
—Si te soy sincera, pensé que esto me mataría —murmuró—. Así me sentía, al menos.
—Y no te diste por vencida aún así. —Edmund no apartaba los ojos de ella. Incluso éstos parecían sonreír—. Tan cabezota como siempre.
—Sí, creo que me has llamado así alguna que otra vez —fue la respuesta de Elinor. Ambos intercambiaron una sonrisa cómplice.
—Supongo que solo una cabezota podía hacer cambiar de idea a un insufrible —bromeó él. Elinor dejó escapar una carcajada y negó—. Me temo que esa no era una de las frases que pensaba dedicarte hoy.
—¿Te las habías preparado?
—Solo algunas —confesó él—. Llevo días dándole vueltas al asunto. Quería hacerlo bien.
—¿Días? —repitió Elinor, frunciendo el ceño—. ¿Has tardado días en decidir venir a hablar conmigo?
—Ha habido una batalla de por medio, si eso me sirve de excusa —masculló Edmund, algo arrepentido—. Y no sabía... Había muchas cosas que aún no tenía claras. Con respecto a ti. Pero durante el duelo, durante la batalla, lo vi todo tan claro que me pareció absurdo haber dudado. —Edmund suspiró y se echó hacia atrás—. Mientras veía a Peter con Miraz, aparte del miedo que tenía, solo podía pensar en tomar tu mano, porque sabía que quería tenerte a mi lado. Y en la batalla... —Dejó la frase inacabada y su mirada se perdió en la lejanía—. Solo quería saber que estabas bien. Todo el tiempo. Asegurarme de ello. Protegerte si hiciera falta. Y curarte cuando te hirieron.
—Bueno, tuviste éxito en eso —opinó Elinor. Viendo que Edmund permanecía lejos, volvió a apoyarse en la almena, dejando un espacio a su lado suficiente para el Justo—. Ya no queda nada de la herida. Lucy se encargó de ello.
No pudo evitar una sonrisa cuando Edmund la imitó y se colocó junto a ella en la almena. Aún con la mirada perdida, esbozó nuevamente una sonrisa. Era el tipo de sonrisa que se guardaba para momentos como aquel. Elinor la conocía bien. Lo que no sabía era si el propio Edmund era consciente de lo que significaba para ella aquel gesto.
—¿Hubieras dicho algo de tu herida de no haber estado yo allí? —inquirió Edmund. Elinor guardó silencio—. Es una suerte entonces que yo me diera cuenta.
—Siempre te dabas cuenta —comentó la Tenaz—. Eras el que insistía en que fuera a curarme cada vez que algo sucedía, dieras grave o no. Me arrastrabas a que me atendieran. Desde una astilla en el dedo hasta una pierna rota.
—Parece que las viejas costumbres no desaparecen —opinó él. Sus ojos oscuros le examinaron con atención—. He de suponer que tú hacías lo mismo por mí.
A Elinor se le escapó una débil sonrisa.
—Sí, siempre.
—Cuidar el uno del otro —comentó el Justo. Sus dedos se entrelazaron con los de Elinor—. Supongo que está bien que mantengamos ese acuerdo.
Se había acercado más a ella. La Tenaz no hubiera podido dejar de sonreír ni aunque lo deseara, pero aún había una sombra de preocupación de la que no lograba librarse.
—¿Y lo mantendremos una vez regresemos? —cuestionó. No sonaba tan triste como hubiera esperado, sino más bien resignada a la idea—. No creo que permanezcamos mucho más aquí, Edmund. Cuando volvamos a Inglaterra...
—Cuando volvamos a Inglaterra, sabré que debo escribir de inmediato una carta al colegio St. Malory dirigida a la señorita Elinor Ralston, que estoy bastante seguro de que no me dejará olvidar de nuevo.
—¿Y no olvidarás tan pronto como regreses? —preguntó amargamente Elinor.
Edmund acarició con delicadeza el dorso de su mano, esbozando una sonrisa tranquilizadora.
—No creo que sea tan inmediato, Elle —explicó pausadamente—. Hemos estado intentando hacer memoria antes. Mis hermanos y yo. Entre los cuatro, hemos llegado a la conclusión de que, al volver... —Su mirada se apagó—. Bueno, os echábamos muchísimo de menos. A Caire y a ti. Ahora que recuerdo algo más, soy capaz de entender que el vacío que sentía al regresar no era solo por haber dejado Narnia, también era por haberte dejado a ti. No sabíamos nada de vosotras, ni siquiera recordábamos vuestros apellidos, mucho menos una dirección.
—A mí me pasó igual —susurró Elinor apesadumbrada—. Pensé que no os encontraría nunca más.
—Nosotros igual. Y creemos que, por ello, nos obligamos a olvidar —susurró Edmund—. Hablábamos de Narnia, mucho, pero de vosotras... Era un tema delicado. Igual que de Almira. Por ello, poco a poco... Creemos que fuisteis desapareciendo. Probablemente la magia influyó. Después de todo, olvidamos Inglaterra durante nuestro reinado.
»Pero ahora tenemos nombres completos y también direcciones. Sabemos lo que ha sido olvidaros y volver a recordaros. No dejaremos que se repita. Da igual cuánto tardemos en volver a Narnia o en vernos en Inglaterra, porque encontraremos la manera de reunirnos allí... Pero no dejaremos que vuelta a pasar, Elle. —Sus frentes casi se tocaban. Con la mano que tenía libre, Edmund acarició la mejilla de Elinor—. Te lo prometo. No volveré a olvidarte.
Elinor cerró un momento los ojos, dejando escapar un débil suspiro. Asintió al cabo de unos segundos.
—Tendré que fiarme de tu promesa.
—No te queda otra —rió él—. Aunque ya te has fiado de esas antes, ¿no?
Elinor abrió los ojos bruscamente ante aquellas palabras. Edmund le sonreía con cierta picardía. Lo recordaba. No lo hubiera dicho si no hubiera sido así. Recordaba aquella conversación en su torre de Cair Paravel. Tenía que recordarla.
—Creo que se escucha la música del baile desde aquí —comentó él. A Elinor se le escapó una carcajada, confirmando lo que ya sabía: Edmund recordaba.
Le abrazó. Con mucha fuerza. El Justo la rodeó con sus brazos cariñosamente, sus manos subiendo y bajando por la espalda de Elinor, mientras ella se tomaba unos segundos para inspirar hondo, con el rostro enterrado en el pecho de Edmund. Aún olía como antes, comprobó.
Tardó aún un poco más en retroceder lo suficiente para que él pudiera verle la cara. Sonreía, pero adoptó una expresión seria al decir:
—Más vale que no me olvides de nuevo, Edmund.
—No me atrevería —bromeó el Justo.
La sonrisa de Elinor se amplió, al tiempo que él se inclinaba hacia ella y la besaba nuevamente, esta vez con más seguridad que la vez anterior. Edmund la meció entre sus brazos, mientras la acercaba más a él.
Tal vez, cumpliría su promesa. Tal vez, la recordaría. En ese momento, bajo la luz de la luna y con el corazón a punto de explotar de felicidad y amor, Elinor tuvo la seguridad de que regresar a Inglaterra no les haría olvidar de nuevo. El susurro de Edmund y la manera en que pronunció su nombre con la voz rota le hizo decirse que no le importaba ser una ilusa: creería que esa vez sería diferente.
—No pienso olvidarte —murmuró él, contra su boca—. Nunca más, Elle.
Elinor inspiró con fuerza, con los ojos cerrados.
—No pasa nada —susurró—. Si volviera a pasar, te haría recordar de nuevo.
Costara lo que costara. Sabía en lo más interno que no renunciaría a Edmund de ese modo, no si sabía que podía solucionarlo. Le escuchó reír, notó su cuerpo temblar entre sus brazos.
—Y estoy seguro de que lo lograrías otra vez. —Dejó un beso en su frente—. Así eres tú. Incansable como nadie.
La Tenaz sonrió, asintiendo despacio. Abrió los ojos y contempló durante unos instantes la expresión maravillada de Edmund. Había en sus ojos una ternura y un amor que llegó a creer que no volvería a ver.
—Así te he tocado —bromeó.
—Y menos mal —fue su respuesta. Elinor dejó escapar una carcajada—. Creo que tienes algo mío, Ellie.
Ella se le quedó mirando fijamente, mientras él asentía. Le estaba pidiendo el anillo, que aún llevaba colgado al cuello junto al suyo propio. Elinor tragó saliva y se quitó la cadena con manos temblorosas. Con cuidado, colocó ambos anillos en la palma de su mano y contempló a Edmund, mientras él tomaba uno de ellos. Solo que no era el que pertenecía a él, sino el de Elinor.
Comprendió sus intenciones cuando le vio estirar la otra mano. Quería que los intercambiaran, como habían hecho en su boda. Dejó escapar una débil risa incrédula, pero tomó con delicadeza la mano que Edmund le ofrecía y, con cuidado, introdujo el anillo en su dedo anular. Le vio sonreír cuando ella misma ofreció su mano y él imitó su gesto.
Se quedaron allí unos segundos, mirando sus manos enlazadas y adornadas con los anillos. Edmund se inclinó con solemnidad y depositó un beso en el dorso de su mano.
—Creo que podemos decir que hemos anulado nuestro divorcio temporal, ¿no?
No se hubiera esperado aquello jamás. Sorprendida, Elinor rio con ganas, en parte por la alegría y en parte por el nerviosismo, temblando por las carcajadas mientras Edmund la contemplaba divertido, orgulloso de haber conseguido esa reacción. Volvió a besarla, esta vez en los labios, para acallar las risas y Elinor recibió el gesto con gusto.
Su tacto era tan familiar y extraño a un mismo tiempo, pero ya habían estado en aquella situación. A solas bajo la luna, lejos de todos y, como había dicho Edmund, escuchando la música del baile. Se le escapó otra risa que murió contra los labios de él.
Fue entonces cuando, siguiendo a un fuerte ruido, Elinor y Edmund presenciaron cómo el primer fuego artificial de la noche se elevaba al cielo y estallaba en miles de chispas de colores. Muchos otros le siguieron. A Elinor se le escapó una carcajada maravillada, mientras Edmund la estrechaba con fuerza entre sus brazos y ambos admiraban el cielo lleno de color.
Elinor apoyó la cabeza en el hombro de Edmund y él depositó un beso en su mejilla, haciéndola sonreír incluso más. Estaban bien y, más importante, estarían mejor. Lo creía de corazón.
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