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17. Toma mi mano










Decimoséptimo capítulo.
TOMA MI MANO

➶ ❁۪ 。˚ ✧

❝ no digas eso. no puedes haberte resignado a perder ya ❞









Estaba intranquila. ¿Cómo no estarlo? Había demasiado en juego. Nada le aseguraba que las cosas fueran a ir bien. Aquella incertidumbre la estaba matando.

Elinor podía afirmar sin demasiados problemas que a Caire también. Lo veía en la tensión de su rostro y en sus ojos, ligeramente enrojecidos. En el modo en que parecía negarse a soltar la mano de Peter.

Quedaban apenas minutos para que salieran al exterior del altozano, donde ya se habían congregado narnianos y telmarinos para presenciar el duelo. Miraz estaba allí. Solo faltaban ellos.

—¿Crees que Susan y Lucy estarán bien? —preguntó Peter entonces, con voz apagada.

—Saben cuidarse solas —respondió Edmund, aunque se le veía intranquilo—. Y Aslan no dejará que les pase nada.

—Estarán bien, Peter —afirmó Elinor, tratando de mantener la calma—. Nosotros debemos centrarnos en lo que está sucediendo aquí.

El Magnífico asintió pensativamente. Parecía tener la cabeza muy lejos, pero el modo en que su mano se cerró con más fuerza en torno a la de Caire le hizo sospechar a Elinor que era más bien al contrario. La Prudente soltó un suspiro y apoyó la cabeza en el hombro de Peter.

Aquel gesto hizo a Elinor desviar la cabeza. Se sentía una intrusa y, al parecer, Edmund también, pues hizo lo mismo. Las miradas de ambos se encontraron. El Justo le dirigió una tensa sonrisa. Elinor tuvo que resistir el impulso de acercate a él y abrazarle para tratar de calmarle. Veía en su rostro la tensión acumulada y el terror que sentía ante la perspectiva de ver a su hermano enfrentarse a Miraz. Desearía ser capaz de hacer algo para aliviar su desasosiego.

—Tenemos que salir ya —acabó diciendo Peter con voz ronca tras unos minutos en los que los cuatro se limitaron a permanecer en silencio y aguardar—. Es casi la hora.

Los bramidos del ejército telmarino les recibieron nada más salir al exterior. Los narnianos les aplaudían, pero resultaba estremecedor comprobar que su ruido no acallaba al de los enemigos. Su número era demasiado inferior; incluso sabiendo que parte de sus soldados continuaba en el interior del altozano, Elinor era plenamente consciente de que sus filas no tendrían ninguna oportunidad si Lucy y Susan no tenían éxito en su búsqueda de Aslan.

Borrasca de las Cañadas les aguardaba al borde del recinto que habían acordado para celebrar el combate. Con la espada desenvainada y una expresión muy seria, el centauro dirigió una inclinación de cabeza a los cuatro reyes. A su lado estaba Caspian, tan solemne como el centauro y aparentemente tan nervioso como Elinor se sentía.

La Tenaz examinó entonces a los cuatro telmarinos que aguardaban al otro lado. Miraz y sus tres jueces. Era la primera vez que estaba tan cerca del Usurpador y eso le hizo fijarse en él en especial, tratando de averiguar si sería un guerrero a la altura de Peter. Porque era incapaz de contemplar la posibilidad de que superara al Magnífico. El telmarino se puso en pie y la Tenaz quiso creer que había cierto nerviosismo en sus gestos. Los cuatro reyes se detuvieron en el borde y Peter se volvió hacia Edmund, que llevaba a Rhindon envainada. No soltó la mano de Caire, que había sujetado durante todo el trayecto, hasta que fue para tomar su espada. Los narnianos estallaron en vítores.

Miraz arrebató su yelmo a sus hombres, intercambiando unas últimas palabras con ellos, y se lo colocó. La visión del rostro del telmarino moldeado en metal hizo a Elinor esbozar una mueca. Con el escudo ya al brazo, Miraz desenvainó la espada como había hecho Peter y avanzó unos pocos pasos, dejando atrás a su séquito. Tras dirigir una última mirada a los otros tres reyes y un asentimiento a Caspian, Peter hizo lo mismo, avanzando despacio y con cautela. El silencio de la multitud permitía a Elinor escuchar el tintineo de las armaduras mientras ambos se disponían a darse el encuentro. El corazón le latía con fuerza en los oídos.

—Estás a tiempo de rendirte —advirtió Miraz. Ninguno atacaba aún, a la espera del momento adecuado. No se quitaban la vista de encima.

—Lo mismo digo —replicó Peter, a quien Elinor ya no podía ver la cara. Sentía a Caire a su lado, completamente en tensión.

—¿Cuántos más han de morir por el trono? —preguntó el Usurpador.

—Solo uno.

El Sumo Monarca se bajó la visera y Elinor se preparó para el choque al ver a ambos colocarse finalmente en posición de ataque. Antes de darse cuenta, Caire estaba aferrando su mano con fuerza. La Tenaz ni siquiera le dirigió una mirada, incapaz de apartar los ojos de Peter y Miraz, pero se la apretó, tratando de infundirle ánimos.

Con un grito, el Magnífico se abalanzó con la espada en alto hacia su contrincante. Se pudo escuchar un ruido estremecedor al chocar Rhindon contra el escudo de Miraz y que no tardó en repetirse.

El duelo había comenzado.

No eran pocos los duelos que había presenciado en sus años en Narnia. Ella misma había participado en muchos. Pero, por algún motivo, aquel la tenía más tensa, más alerta, más angustiada.

Había perdido la noción del tiempo siguiendo con la mirada sin apenas parpadear a Peter y Miraz. El combate estaba siendo, cuanto menos, brutal. Los gritos de ambos ejércitos solo añadían tensión al momento. Estaba igualado, indudablemente, y Miraz resultaba ser un enemigo a la altura pese a su edad.

Apenas se atrevían a hablar, pero cuando lo hacían, era para comentar algún movimiento especialmente sorprendente o para infundirse ánimos. Caspian y Edmund habían intercambiado varias frases, pero Caire no parecía capaz. Elinor trataba de infundirle tranquilidad como le era posible. No había soltado en ningún momento su mano y le iba repitiendo periódicamente que todo parecía ir bien. La Prudente se limitaba a asentir, con la mandíbula tensa y el cuerpo agarrotado. Elinor no estaba segura de qué más podía hacer, menos aún cuando ella estaba tan aterrada como la Suma Monarca.

Ojalá hubiera llegado Aslan antes de que hubieran tenido que recurrir a aquello. Ojalá hubieran podido encontrar otra solución.

Ninguno de los dos combatientes parecía dispuesto a darse por vencido por el momento. El entrechocar de espadas no se detenía. El duelo parecía igualado, pero Elinor sabía que cualquier mínimo fallo por parte de uno de los dos podía dar al otro una considerable ventaja.

Apretó los labios cuando el escudo de Miraz golpeó a Peter en pleno rostro, con tal fuerza que le despojó del yelmo, que cayó al suelo con un golpe metálico. El Usurpador trató de atravesarle la cara con la espada, aprovechando la falta de protección, pero Peter fue capaz de esquivar el mandoble agachándose.

Rhindon alcanzó a Miraz en la pierna. El telmarino ahogó un grito de dolor. La primera sangre del duelo había sido derramada. Miraz retrocedió, cojeando, pero no tardaron mucho en abalanzarse nuevamente uno contra otro.

Peter rodó por el suelo, esquivando la estocada de Miraz, y se puso en pie con facilidad. Sus espadas y escudos volvieron a chocar. Elinor ahogó un grito cuando Peter fue derribado por el telmarino. Miraz pisó el escudo del Magnífico y éste aulló de dolor; la mano de Caire se cerró con más fuerza en torno a la de Elinor.

Con esfuerzo, Peter trató de apartar a Miraz desde el suelo, logrando liberar su escudo y posteriormente derribar al telmarino. Peter se puso en pie, pero Elinor podía ver en su rostro el cansancio y el dolor. Miraz imitó su acción.

—¿Necesita su Majestad un respiro? —bramó el telmarino.

—¿Cinco minutos? —probó Peter, jadeante.

—¡Tres! —replicó con brusquedad el Usurpador.

Elinor sintió su corazón encogerse al ver a Peter volverse hacia ellos con una mueca de dolor en el rostro. La cosa no iba bien. Edmund se adelantó a recoger el yelmo. Le puso la mano en el hombro a Peter y le acompañó de ese modo a donde aguardaban Elinor y Caire.

—Será mejor que os preparéis, por si acaso —dijo entonces Peter—. No me fío de la palabra de los telmarinos.

—No digas eso —protestó Elinor al instante—. No puedes haberte resignado a perder ya.

Peter le dirigió una mirada angustiada. La Tenaz esbozó una mueca. Sin pensarlo mucho, se adelantó y le abrazó con suavidad, aunque incluso así él dejó escapar un débil quejido.

—Lo siento —se disculpó ella rápidamente, retrocediendo. Sus ojos miraron al Magnífico, decidida—. Puedes con esto, Peter.

—Sonreíd más —advirtió entonces Edmund entre dientes.

Los narnianos se hallaban silenciosos. Volviéndose hacia ellos con una sonrisa forzada, Peter levantó la espada con ímpetu y, desde luego, más ánimo del que sentía. La multitud estalló en vítores.

—Deja que te mire el brazo —dijo entonces Caire, hablando por primera vez.

Peter tomó asiento y la Prudente le quitó el escudo con cuidado, pero ni así logró evitar que éste soltara un gemido de dolor. Con los labios blancos de tan apretados como estaban, Caire dejó el escudo en el suelo.

—Creo que está dislocado —masculló Peter.

—Te lo vendaré fuerte —respondió ella. No podían hacer mucho más.

La Prudente enrolló las gasas en torno al brazo de Peter con la mayor fuerza posible. Edmund le ayudó a colocarse nuevamente el escudo.

—¿Qué crees que pasa en casa —preguntó entonces el Magnífico, mirando al frente— si uno muere aquí?

Elinor vio a Caire soltar el aire despacio. Ella misma sintió un escalofrío ante aquella simple idea. ¿Qué sucedería? No quería encontrar la respuesta a aquella pregunta.

—Siempre has estado a mi lado —continuó diciendo Peter, volviéndose hacia su hermano menor—, y yo jamás he...

Se interrumpió al soltar un aullido de dolor; Edmund había tirado con demasiada brusquedad para tratar de recolocarle el hueso. Elinor vio el rostro tenso del Justo. Pocas veces le había visto tan aterrado.

—Dímelo luego —soltó Edmund, apartándose sin darle tiempo a su hermano a añadir más.

Caire volvió a arrodillarse al lado de Peter para acomodarle bien el escudo. Elinor dirigió la mirada a Edmund, casi tembloroso. Se había detenido junto a ella, pero no la miraba. Aún así, la Tenaz no podía evitar observarle de reojo. Le dolía verle tan desesperado tanto como a Peter tan derrotado.

—No pierdas —le soltó Caire a Peter, apartándole el pelo del rostro sudado.

—Eso intentaré —replicó él. Sonaba lleno de dudas. Caire frunció el ceño.

Entonces, de un momento a otro, la Prudente se inclinó hacia él y le besó con una desesperación que dejó a Elinor pasmada. La Tenaz ahogó una exclamación de sorpresa. Edmund se volvió hacia ella con brusquedad, como queriendo preguntar «¿También acabas de ver eso?». Por un instante, y solo un instante, Elinor y Edmund intercambiaron una expresión de cómica incredulidad, a medio camino entre una mueca y una sonrisa, casi olvidando la situación que vivían. Los narnianos prorrumpieron en aplausos.

Incluso cuando sus labios se separaron, Caire y Peter permanecieron unos segundos con los ojos cerrados y las frentes unidas. Elinor vio al Magnífico susurrar algo, pero ni siquiera trató de entender qué decía. No le correspondía.

Los Sumos Monarcas se pusieron en pie com expresión solemne. Peter acarició la mejilla de Caire tan solo un instante y luego se volvió hacia Elinor y Edmund, a quienes dirigió un asentimiento. Imitó aquella acción con Caspian y, tras dirigir una última mirada a Caire y rechazar el yelmo que ésta le tendía, regresó nuevamente al encuentro de Miraz.

El telmarino también apartó el yelmo. Caire retrocedió hasta colocarse nuevamente junto a Elinor. Tenía los labios blancos de tan apretados como estaban.

—Va a ir bien —le susurró Elinor. La Prudente asintió una única vez.

Con un grito, Peter se lanzó contra Miraz. El duelo se reanudó con la misma intensidad, puede que incluso más. Los dos combatientes estaban cansados y heridos; podía verse en sus movimientos. Eran menos precisos, más bruscos. Buscaban acabar con aquello rápido.

Miraz embistió con su escudo contra Peter una vez, y otra, y otra. El Magnífico trató de detener los ataques, pero llegó un momento en que su hombro dislocado le jugó una mala pasada. Elinor se mordió el labio con fuerza cuando el escudo de Miraz alcanzó a Peter en pleno rostro. El telmarino no le dio tregua; pese a los intentos de Peter de defenderse, acabó empujándolo contra una de las rocas que rodeaban el lugar y haciéndole caer al suelo. Los gritos de dolor del Magnífico le ponían la piel de gallina a Elinor.

Alguien tomó su mano y, por un instante, la Tenaz creyó que era Caire a su derecha. Sin embargo, pronto advirtió que no. Al mirar a la izquierda, pudo ver el rostro pálido y aterrado de Edmund. Hubiera deseado poder hacer más por él que simplemente apretar su mano con fuerza y regresar la vista al duelo. Todo dependía de Peter. Y ellos necesitaban que saliera bien.

Caire se cubrió la boca con las manos cuando Miraz arremetió contra el Magnífico, aún en el suelo. Éste apenas tuvo tiempo de levantar a Rhindon para bloquear la estocada. Aprovechando la proximidad del telmarino, Peter le golpeó en las piernas desde el suelo, haciéndole perder el equilibrio y caer como él al suelo. Le golpeó nuevamente con la espada, pero Miraz paró el ataque con el escudo.

Con ambos nuevamente en pie, Elinor se recordó que debía respirar, aunque le era difícil cuando cada golpe del telmarino parecía estar a punto de ser fatal para Peter. La mano de Edmund se apretó con más fuerza en torno a la suya.

Peter, ahora sin escudo, logró detener otro ataque de Miraz. Ambos forcejearon, con las espadas una contra la otra. El Magnífico logró hacer volar el arma de la mano de su adversario, dejándole solo con su escudo redondo para defenderse. Las estocadas de Peter no cesaban, pero Miraz las detenía todas con una fuerza impresionante.

Elinor ahogó un grito cuando Rhindon casi alcanzó a Miraz en el pecho, pero en cambio atravesó el aire bajo el brazo izquierdo de Miraz. Bajando el escudo, éste logró que Peter perdiera la espada y, a continuación, le golpeó con fuerza, desequilibrándolo. Peter se vio desarmado, mientras los golpes del telmarino no cesaban. Trató de bloquear el escudo con las manos y ambos forcejearon.

Peter se las ingenió para colocar a su adversario de espaldas a él, aprovechando las ataduras del escudo al brazo de Miraz, que sujetó contra su espalda. El telmarino gritó de dolor y le golpeó en el rostro con el codo libre. Aprovechando la desorientación momentánea de Peter, le lanzó nuevamente contra una de las rocas y recuperó su espada.

La mano de Edmund le hacía daño de tan fuerte como apretaba, pero Elinor ni siquiera lo notaba. Notaba el corazón latiéndole con fuerza en los oídos y apenas era capaz de respirar. Caire ni siquiera se movía, como una estatua cuya expresión permanente de terror resultaba sobrecogedora.

«Tienes que ganar, Peter», rogó Elinor internamente. «¿Qué haremos si no sin ti?». Pero las cosas no pintaban bien para el Sumo Monarca, que esquivó por los pelos la espada de Miraz una vez y, a la segunda estocada, tuvo que detenerla con esfuerzo valiéndose de su brazo, afortunadamente protegido por la armadura.

El Magnífico propinó un puñetazo a Miraz en la pierna, donde antes le había herido. El telmarino dejó escapar un alarido, mientras retrocedía encogido ante el dolor.

—¡Un descanso! —le escuchó pedir Elinor, aunque con cierta dificultad debido a los gritos ensordecedores de ambos bandos. Miraz cayó de rodillas al suelo, levantando las manos en señal de rendición—. Un descanso.

—¡No es momento de ser caballero, Peter! —exclamó Edmund.

El Magnífico, aún desarmado y con el puño levantado, contempló unos instantes a Miraz, de rodillas frente a él. Los gritos se reducieron hasta casi alcanzar el silencio. La expectación se palpaba en el aire. Todos deseaban saber qué sucedería a continuación. Qué haría Peter.

Elinor tenía el grito atrapado en la garganta. Nada desearía más que animar al Sumo Monarca a acabar con aquello, a devolver la paz a Narnia, a asegurar que saldría con vida de ese duelo. Pero sabía que no podía decirlo y que, por encima de todo, Peter jamás atacaría a un adversario que había pedido un descanso.

—Peter —llamó Caire, con voz temblorosa. El Magnífico la miró con ojos brillantes—. Está bien.

Lentamente, Peter bajó el puño. Sin decir nada, se apartó de Miraz y caminó al encuentro de su hermano, Caire y Elinor. El telmarino permaneció en el suelo, atrás.

Entonces, tan súbitamente que Elinor, que estaba con los ojos fijos en Peter, apenas llegó a verlo, Miraz se levantó y, empuñando su espada, se lanzó contra Peter a traición. Escuchó vagamente a Edmund gritar «¡Cuidado!», mientras ella misma chillaba el nombre del Sumo Monarca.

Peter esquivó el ataque por los pelos. Miraz volvió a atacar, pero Peter logró arrebatarle el arma y, en un parpadeo, alcanzó con la espada al telmarino en el costado. Elinor apretó con fuerza su mano en torno a la de Edmund, viendo al telmarino caer de rodillas ante Peter, con la mano sobre la herida.

El Magnífico permaneció de pie frente a él, con la espada aún levantada. La plateada hoja estaba empapada de un rojo escalofriante. Un solo movimiento de Peter y aquel duelo acabaría. Todos aguardaron en silencio, expectantes. Pero el Magnífico no parecía decidirse.

—¿Qué pasa, muchacho? —cuestionó Miraz, entre jadeos—. ¿No te atreves a quitar una vida?

Tras un instante, Peter bajó la espada.

—No me corresponde a mí.

Se volvió hacia Caspian, que permanecía en pie junto a Edmund. Desde la posición en la que estaba, frente a Miraz, le ofreció la espada por la empuñadura. El príncipe avanzó lentamente, con expresión solemne. Aceptó el arma, tras lo que Peter retrocedió, dejando a Caspian solo frente a su tío.

Caire le abrazó tan pronto estuvo lo suficientemente cerca. Peter suspiró, estrechándola entre sus brazos. Dirigió una sonrisa agotada hacia Elinor y Edmund. Estaba bien. Aquello había acabado, por fortuna.

Elinor respiró hondo por primera vez desde que empezó el duelo en ese momento. Su mirada fue a Edmund, que había recuperado algo de color. Los ojos del Justo se volvieron hacia Elinor. Cuando volvió a apretar su mano en torno a la de ella, fue verdaderamente consciente de que éstas seguían unidas. Y ninguno parecía dispuesto a ser el primero en apartarse.

Tras aquel breve instante de alivio, los cuatro volvieron su atención sobre Caspian y Miraz. El príncipe había levantado la espada, listo para acabar con la vida de su tío. El silencio era tal que Elinor podía escuchar sus respiraciones.

—Tal vez estuviera equivocado —dijo entonces Miraz—. Posiblemente sí puedas ser un rey telmarino, después de todo.

Caspian no respondió. El Usurpador bajó la cabeza, aceptando su inminente muerte. Con un alarido, el príncipe bajó la espada. Una muerte más y, si los telmarinos cumplían con su palabra, Narnia quedaría liberada. Solo una muerte más.

La punta se clavó en el suelo, frente a Miraz.

—Uno como tú, no —respondió el príncipe, en voz baja.

Hasta el viento parecía haberse callado en ese momento. Elinor intercambió una mirada con Edmund.

—Te perdono la vida —continuó Caspian—, pero les devolveré su reino a los narnianos.

Sin decir más, el príncipe dio media vuelta y regresó junto a los reyes. Los gritos de su ejército no tardaron en hacerse oír, festejando la recién obtenida victoria. Edmund palmeó la espalda de Caspian. Elinor le dirigió una sonrisa que, aunque cansada, era sincera. Se volvió hacia Caire y Peter quienes, tomados de la mano, se miraban como si no existiera nada más en el mundo. El rastro de las lágrimas aún era notable en las mejillas de Caire.

—¿Hemos ganado? —preguntó Elinor entonces, en voz baja, volviéndose hacia Edmund.

—Eso parece —respondió este, aunque en su voz estaba el mismo matiz de desconfianza que había en la de la Tenaz—. Elle...

—¿Qué...? —escucharon decir entonces a Caire.

Ambos se volvieron rápidamente hacia Miraz. Con incredulidad, Elinor le vio cayendo nuevamente de rodillas, esta vez con una flecha incrustada en el costado. Una que se parecía de un modo alarmante a las de Susan.

Tenía ya la bastante experiencia como para saber que la punta de la saeta había atravesado el corazón del telmarino, que cayó muerto a los pocos instantes. Uno de sus lores, de nombre Sopespian, de pie frente a él, se volvió hacia los narnianos.

—¡Traición! —bramó, y a Elinor se le heló la sangre en las venas—. ¡Lo han matado!

Tomó la espada con la que Caspian se había negado a matar a Miraz y la levantó, al tiempo que corría hacia sus tropas. Uno de los otros lores se había hecho con un caballo y cabalgaba hacia su ejército. Debían haberlo planeado con tiempo; era imposible que lo hubiera conseguido tan deprisa.

—¡Han asesinado al rey! —siguió anunciando lord Sopespian.

—¡Preparaos! —gritó Peter, volviéndose hacia sus tropas.

Elinor y Edmund intercambiaron una única mirada.

—Me temo que no hemos ganado aún —respondió ella en tono funesto.

—¡Peter! —avisó Caspian, que había avanzado hasta casi la entrada al altozano.

Los cuatro reyes se volvieron a la vez, a tiempo para ver a un soldado telmarino lanzándose hacia ellos. Elinor soltó la mano de Edmund y desenvainó sus sables. Peter ya blandía a Rhindon, derribando al telmarino en apenas unos segundos.

—¡Corred! —urgió. Elinor tragó saliva. El plan debía ponerse en marcha.

—¿Saldrá bien? —cuestionó, llena de dudas.

Caire le dirigió una mirada seria.

—Lo has diseñado tú —respondió—. Claro que sí.

La Tenaz asintió, aunque seguía intranquila. El mayor de los Osos Barrigudos corrió hacia la entrada al altozano, mientras los hombres de Miraz levantaban a su ejército.

—¡A las armas, telmarinos! —bramó uno de ellos. Elinor se estremeció, pensando en la diferencia de fuerzas entre ambos bandos—. ¡A las armas!

Los cuatro se miraron con temor. Habían desenvainado ya las armas, sabiendo que muy pronto les darían uso. Habían contado con que algo así pasaría, pero ello no volvía la perspectiva menos aterradora.

—Solo hay que dar tiempo a Lucy y Susan —dijo Caire, tratando de mantener la voz calmada—. Y confiar en nuestro plan de emergencia. Podemos resistir.

Elinor fue a contestar, pero entonces sus ojos fueron testigos de los dos primeros proyectiles que fueron lanzados por las catapultas telmarinas. Otros les siguieron. Acertaron en el terreno llano previo al altozano, levantando enormes columnas de tierra y polvo. Sin llegar a su refugio, pero lo bastante cerca como para hacerles temer.

—Funcionará —aseguró entonces Edmund, con la vista fija en el frente.

Elinor se volvió, encontrando a Caspian listo sobre un caballo. Intercambió un asentimiento con el príncipe. El plan debía salir bien o, de lo contrario, de poco habría servido todo.

Las catapultas no cesaban de lanzar contra ellos. La tierra retumbaba bajo sus pies. Los soldados telmarinos cargaron y Elinor vio avanzar las incontables filas con un nudo en el estómago.

Peter se volvió hacia Caspian, asintiendo. Era el momento. El príncipe y Borrasca de las Cañadas se precipitaron hacia el interior del altozano.

Elinor sentía el corazón palpitando con demasiada fuerza. Era aquella emoción previa a la batalla, aquel temor y aquella sensación de adrenalina. Se sentía más despierta, más viva, más preparada para luchar. Tenía los nudillos blancos, sujetando con fuerza sus preciados sables. Sabía que cada segundo contaba.

Bajo sus pies, escuchó el cuerno sonar. Comenzaba la cuenta atrás.

—Uno —empezó Peter, afirmando su posición—, dos, tres, cuatro, cinco, seis...

—¡Apunten! —escucharon gritar desde la plataforma de los arqueros.

—Ocho —continuó el Sumo Monarca, mientras los proyectiles aún caían a su alrededor—, nueve... ¡Preparados!

«Que salga bien, que salga bien, que salga bien», rogó Elinor. El ejército estaba a pocos metros. No tardarían en alcanzarles y, si lo hacían, los narnianos volverían a extinguirse en poco tiempo. Dirigió una rápida mirada a los otros tres reyes, que mantenían la vista fija en los enemigos.

El suelo bajo los telmarinos se hundió en cuestión de segundos. Elinor a punto estuvo de dejar escapar un suspiro de alivio. Los caballos relincharon, aterrados, dejando caer a sus jinetes y perdiendo la uniformidad que mantenían. Un «¡Ahora!» a su espalda hizo saber a la Tenaz que la nube de flechas no tardaría en abalanzarse sobre los soldados enemigos.

—¡A la carga! —bramó Peter, con Rhindon en alto.

—¡Por Narnia! —le secundó Caire—. ¡Y por Aslan!

Elinor aferró sus armas y apretó los dientes. A su lado, Edmund se adelantó un paso y se volvió un instante a mirarla. Ambos intercambiaron un asentimiento. Aquello lo decidiría todo. La libertad de su pueblo o su desaparición completa. No podían fallar. Saldrían de aquella todos juntos y Narnia recuperaría su vida.

En los ojos de Edmund había una promesa que hizo a Elinor aferrar con más fuerza sus sables. Fuera como fuera, todo cambiaría después de aquella batalla.

Solo podía esperar que ese cambio fuera para bien.




















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