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15. Cambio en la estrategia










Decimoquinto capítulo.
CAMBIO EN LA ESTRATEGIA

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❝ vamos a hacer esto juntos ❞









Podría llevar horas allí. Lo cierto era que Elinor no lo sabía y, ciertamente, tampoco le importaba. Había regresado a los túneles y acabado por refugiarse en un rincón cualquiera.

Sentía la desesperanza ahogarla. No era una sensación a la que estuviera habituada. Pero cada vez que recordaba su mano, su sangre, a punto de rozar la piel de Jadis, un escalofrío recorría su espina dorsal.

¿Cómo había permitido que aquello pasara? La pregunta se repetía una y otra vez en su cabeza. Con la cabeza apoyada en la pared del túnel, ya no lloraba, pero aún notaba el picor que las lágrimas habían dejado en sus ojos.

La pesadilla de Edmund había acabado por cumplirse. Resultaba irónico que ella fuera la que poseía sus recuerdos y, aún así, él hubiera terminado acertando. Tan irónico que dolía.

No debería haber vuelto. No debería haberse hecho ilusiones de que todo estaría bien una vez regresaran a Narnia. Había sido estúpido y ahora tenía que enfrentarse a aquellas ilusiones absurdas desvaneciéndose ante sus ojos.

Oh, cómo dolía. La soledad, algo que nunca había experimentado en Narnia. Estaba sola, completamente sola. Y ya no sabía qué hacer para cambiarlo.

—¿Cómo estás?

Pegó un respingo al escuchar aquella voz. Se incorporó en un instante y llevó los ojos a Edmund, que le contemplaba a pocos pasos. No le había escuchado llegar. Elinor maldijo para sí.

—¿Puedo sentarme? —preguntó el Justo, pasando por alto su silencio. Sin darle tiempo a responder, imitó la postura de Elinor apoyándose en la pared opuesta. La Tenaz le miró confundida—. Ha sido complicado encontrarte, ¿sabes?

—¿Y por qué querrías encontrarme? —cuestionó ella con voz ronca—. Has visto lo que he hecho.

—Lo que casi has hecho, de hecho —puntualizó Edmund—. Nada de lo que arrepentirse, por suerte.

Elinor le miró sin dar crédito.

—Ed —dijo, despacio—, hubiera traído de vuelta a la Bruja Blanca de no haber sido por ti. No entiendo ni por qué estás hablándome en este momento. Tu pesadilla se hizo realidad, yo...

—Mi pesadilla —interrumpió él—, que si me dejas decirlo no creo que tuviera un significado muy profundo, era verte de parte de la Bruja Blanca.

—¿Y no ha sido eso lo que ha pasado? —preguntó Elinor en tono sombrío.

Edmund la miró en silencio unos instantes. Luego, negó con la cabeza.

—Elinor, cualquiera que te hubiera visto la cara sabría que no estabas actuando voluntariamente —dijo lentamente—. Además de eso, creo que soy la última persona que debería juzgar a cualquiera que haya sido usado por Jadis en algún momento.

—Pero eras un niño —suspiró ella—. Y yo... Debería haber sido capaz de evitarlo. Pero no fui capaz.

—Para eso estamos nosotros, ¿no? —respondió Edmund—. En ningún momento de nuestro reinado estuvimos solos. Y eso no debería haber cambiado ahora.

Elinor dejó escapar una risa seca.

—Bueno, hubiera sido difícil que hubiera seguido igual, teniendo en cuenta que no sabéis quién soy.

—Sí sabemos quién eres, Elinor —suspiró Edmund—. Puede que no lo recordemos todo. Pero estos días, además de ayudarnos a recordar, hemos podido volver a conocerte, aunque sea un poco. Nos preocupamos por ti. Nos importas. Y, aunque vayan despacio, los recuerdos van llegando. —Edmund inclinó ligeramente la cabeza. Elinor no podía apartar la mirada de él—. Lo sabes tan bien como yo. No puedo imaginarme cuán desesperante debe ser esto para ti... Pero cada día estoy más seguro de que todo volverá. ¿Por qué crees que te cogí las manos en el castillo? ¿Por qué te dije que todo estaría bien?

—¿Lo dijiste de verdad? —preguntó Elinor con la voz rota. Edmund asintió.

—Fue un impulso —aclaró. La contempló en silencio unos segundos antes de continuar—: No puedes rendirte ahora. Nosotros no vamos a hacerlo. No lo hagas tú.

Elinor apartó la mirada. Se abrazaba a sí misma, sintiendo un frío desagradable que poco tenía que ver con la temperatura del lugar. No sabía qué hacer.

—Es complicado no rendirse llegados a este punto, Ed —masculló.

El Justo se apartó de la pared opuesta y al de unos instantes estaba sentado junto a Elinor, casi hombro con hombro. La Tenaz se le quedó mirando con fijeza, sorprendida por su cercanía.

—Elinor. —Casi parecía pronunciar su nombre como había hecho antes, cuando lo hacía sonar especial, único—. Danos un poco más de tiempo. Te juro que lo estamos intentando. No hubiéramos recordado lo que hemos recordado si no fuera por ti. Yo, desde luego, no hubiera podido. —Rió suavemente, aún mirándola—. Puede que lo que te esté pidiendo no sea justo para ti. Lo siento. Pero tengo que hacerlo de todos modos.

Elinor sintió el impulso de apartar la mirada, pero algo más fuerte se lo impidió. Allí, casi hombro con hombro con Edmund, con sus manos tan cerca que casi podían rozarse... Elinor deseó que él fuera capaz de recordar. Y comprendió que no estaba dispuesta a perder la oportunidad de que él recuperara esas memorias, de volver a tener lo que tuvieron en el pasado. Le amaba demasiado como para renunciar a él de aquel modo.

—Está bien —susurró al cabo de unos instantes.

Juraría que la sonrisa de Edmund se amplió. Pese a cuánto le dolía saber que aquella poco tenía que ver con las sonrisas que en su momento le había dedicado, Elinor se la tomó como una promesa: podría lograrlo. Tenía que lograrlo.

—Genial —susurró él. Al cabo de un instante, se puso en pie y le tendió la mano para ayudarla a hacer lo mismo. Su expresión se había ensombrecido—. Ahora, será mejor que vengas a ver algo.

—¿Qué quieres decir?

—No he estado buscándote solo para pedirte que no te rindieras —explicó él. Soltando un suspiro, añadió—: Miraz ha rodeado el altozano. Hay soldados telmarinos allá donde mires y catapultas suficientes como para sepultarnos a todos aquí abajo. Si no actuamos pronto, esto se convertirá en una tumba.

Elinor se sintió estremecer.

—¿Cuál es el plan? —quiso saber.

Edmund la miró con seriedad.

—Aún no lo sabemos. Pero una cosa está clara. Se acabó lo de actuar cada uno por su cuenta. Vamos a hacer esto juntos. Los seis. Siete —se corrigió, al cabo de un instante.

Elinor asintió.

—Vamos, entonces. —Echó una rápida mirada al pasillo—. Necesitaré mis sables. Creo que me los dejé.

—Lucy los tiene —respondió Edmund, sonriendo ligeramente. Sus ojos oscuros la contemplaron unos instantes más antes de añadir—: Espero que aún tengas bien guardado lo que te pedí que me cuidaras.

Elinor rozó con los dedos la cadena que colgaba de su cuello y asintió.

—Espero poder devolvértelo pronto.

—Sí —respondió Edmund, en voz baja—. Yo también.

—Adoquines y timbales, ¿así que ese es vuestro plan? —Trumpkin sonaba incrédulo—. ¿Enviar a una niña a lo más recóndito del bosque sola?

Señalaba a Lucy, que permanecía muy seria junto a Susan y Elinor. La Benévola, que había abrazado con fuerza a la Tenaz tan pronto ésta había entrado en la sala, no había abandonado su lado en ningún momento, cosa que esta agradecía.

—Es la única solución —replicó Peter.

—Y no va a ir sola —añadió la mayor de las hermanas.

—¿No te parece que ha habido suficientes muertes? —preguntó Trumpkin, dirigiéndose únicamente a Lucy. Elinor le puso la mano en el hombro a la Valiente.

—Estoy segura de que la reina Lucy sabe lo que hace —comentó, arqueando las cejas.

—Nikabrik también era mi amigo —intervino Buscatrufas el tejón, en ese instante—, pero perdió la esperanza. La reina Lucy no. —Dirigiendo una leve sonrisa a las reinas, añadió—: Y yo tampoco.

El sonido de una espada desenvainándose les hizo volverse hacia Reepicheep. El ratón se llevó la empuñadura al corazón e inclinó la cabeza.

—Por Aslan.

—Por Aslan —añadió uno de los Osos Barrigudos, con su grave voz contrastando enormemente con la del roedor.

Peter dirigió su mirada a Lucy. Elinor veía en sus ojos cuán difícil le estaba resultando aquello. Enviar a sus hermanas solas al bosque en busca de Aslan no era lo que el Magnífico preferiría, pero se estaban quedando sin opciones.

Caire, que hasta ese momento aún no había intervenido, le puso la mano en el hombro, tratando de brindarle algún consuelo. Peter se volvió a mirarla y la Tenaz no pudo evitar sorprenderse por aquel gesto, pequeño pero que delataba una enorme complicidad entre ambos. Casi como si nada hubiera cambiado desde que se marcharon de Narnia...

—Iré con vosotras —insistió Trumpkin.

—No, te necesitan aquí —respondió Lucy con voz tranquila.

—Hay que resistir hasta que Lucy y Susan vuelvan —explicó Peter.

—Pero debemos hacer algo mientras tanto. —Una voz infantil pero decidida intervino. Elinor dirigió su mirada a la hermana menor de Niobe; le habían dicho que su nombre era Avice—. Estamos rodeados y es cuestión de tiempo que se lancen contra nosotros.

—No podemos enfrentarnos a ellos, no con nuestras fuerzas —objetó Caire con voz calmada—. Perdimos a parte de nuestro ejército en el asalto al castillo, y ya de por sí éramos pocos. En combate directo no tendremos ningún éxito.

—Tiene que haber algo en estos túneles que nos haga contar con cierta ventaja —insistió Avice—. No podemos simplemente esperar a que llegue Aslan, tenemos que actuar. Los telmarinos pagarán por todo lo que le han hecho a Narnia. Miraz será el primero de todos ellos.

—Avice —dijo su hermana mayor, en cierto tono de advertencia. Elinor ya tenía el ceño fruncido.

—No sois telmarinas —comentó la Tenaz, evaluándolas con atención—. Pero ¿de dónde venís, entonces?

Niobe dirigió una mirada desaprobadora hacia su hermana menor. Fue ésta última la que respondió con orgullo:

—Nuestra madre era princesa de Archenland.

—Lo cual no es relevante ahora —añadió con severidad Niobe.

Elinor las contempló con interés. Aquello explicaba la decisión de Niobe de abandonar el castillo y seguir a Caspian, entonces. ¿Habrían crecido con historias de la Vieja Narnia? Era lo más probable. ¿Seguiría Archenland siendo como había sido durante la Edad Dorada?

—¿Puedo hablar?

La voz de Caspian hizo a todos girarse hacia el príncipe. Había permanecido en silencio durante toda la reunión. Dirigió una mirada a su profesor, el doctor Cornelius, antes de animarse a ponerse en pie.

—Miraz puede ser un tirano y un asesino, pero como rey debe cumplir con las tradiciones y expectativas de su pueblo —explicó mientras se aproximaba a los Sumos Monarcas—. Hay una tradición en particular que puede darnos más tiempo.

—¿No estarás insinuando...? —intervino Niobe, frunciendo el ceño. Ambos intercambiaron una rápida mirada—. Caspian, es demasiado arriesgado. Podría ser fatal.

—¿De qué se trata? —cuestionó Caire, volviéndose hacia el príncipe. Elinor no sabría describirlo, pero había algo en su mirada y sus gestos que le hacían parecer nuevamente la reina que en su momento fue.

—Un duelo, ¿no es así? —preguntó Malika, con la mirada fija en Caspian. Éste asintió al de unos segundos.

El silencio cayó en la sala. Elinor sintió la mano de Susan aferrarse a la suya. Tragó saliva.

—Muy bien, pues —declaró Peter—, le enviaré un desafío para un combate cuerpo a cuerpo.

Elinor pudo ver la sorpresa atravesar el rostro de Caspian.

—Por favor —dijo—, ¿no podría ser yo? Quiero vengar a mi padre.

—Estás herido —contestó Peter, negando—. Y además, ¿no se reiría de un desafío tuyo? Quiero decir, nosotros hemos comprobado que eres un rey y un guerrero —explicó, dirigiéndole una larga mirada—, pero él te considera un niño.

Aquellas palabras dejaron a Caspian sin habla. Elinor no pudo menos que sorprenderse también, teniendo en cuenta cuán reciente estaba la disputa entre ambos. Pero algo en la débil sonrisa de Peter daba a entender a Caspian que lo decía en serio. Viendo la mano de Caire apretándose sobre el hombro de Peter, Elinor no pudo menos que preguntarse si la Prudente tendría algo que ver en todo aquello.

—Pero, señor —intervino Buscatrufas—. ¿Aceptará un desafío que provenga de vos? Sabe que posee el ejército más poderoso.

—Es muy probable que no lo haga, pero siempre existe la posibilidad de que acepte —replicó Peter, encogiéndose de hombros—. E incluso aunque no lo haga, pasaremos la mayor parte del día enviando heraldos de un lado a otro y todo eso. Para entonces tal vez Aslan haya hecho algo. —Sonaba esperanzado. Más de lo que Elinor se sentía, desde luego—. Y al menos podré inspeccionar el ejército y reforzar la posición. —Un corto silencio siguió a aquellas palabras. Desde luego, parecía la única opción, aunque eso no lo hacía más agradable para Elinor ni, por lo que veía, los otros Pevensie y Caire—. Enviaré el desafío. Es más, lo escribiré ahora mismo. ¿Tiene pluma y tinta, maese doctor?

—Un hombre de letras jamás anda por ahí sin ellas, Majestad —respondió el doctor Cornelius.

—Magnífico, empezaré a dictar —dijo Peter, resuelto.

Caire no le quitaba los ojos de encima. Peter se volvió un instante a ella y se encogió levemente de hombros. Elinor aferró con más fuera la mano de Susan. Su mirada fue a Edmund, que permanecía sentado y con una expresión muy seria en el rostro. No era la primera vez que Peter se enfrentaba a un combate cuerpo a cuerpo, pero aquello nunca lo volvería menos desagradable. El doctor Cornelius sacó pergamino y pluma, mientras el Sumo Monarca trataba de pensar en las palabras adecuadas.

—Bien —dijo Peter al cabo de unos instantes—. Y ahora, ¿está listo, doctor?

El hombre humedeció la pluma. El Magnífico tomó aire y dictó lo siguiente:

Peter, por el don de Aslan, por elección, por prescripción y por conquista, Sumo Monarca sobre todos los reyes de Narnia, Emperador de las Islas Solitarias y Señor de Cair Paravel, Caballero de la muy Noble Orden del León, a Miraz, hijo de Caspian VIII, en un tiempo Lord Protector de Narnia y que ahora se llama a sí mismo rey de Narnia, saludos. ¿Lo has apuntado bien?

Narnia, coma, saludos —murmuró el doctor—. Sí, señor.

—Entonces empieza un nuevo párrafo —indicó Peter—. Para impedir el derramamiento de sangre, y para el soslayamiento de todos los demás inconvenientes que puedan surgir de las guerras que tienen lugar en nuestro reino de Narnia, tenemos el placer de aventurar nuestra real persona en nombre de nuestro leal y querido Caspian en limpio combate para demostrar sobre el cuerpo de Su Señoría que dicho Caspian es rey legítimo de Narnia tanto por nuestro obsequio como por las leyes de los telmarinos, y que Su Señoría es culpable doblemente de traición tanto por denegar el dominio de Narnia a dicho Caspian como por el muy abomminable, no olvide escribirlo con dos emes, doctor, sanguinario, y antinatural asesinato de vuestro bondadoso señor y hermano el llamado rey Caspian IX. Por lo cual muy gustosamente provocamos, desafiamos y retamos a Su Señoría a dicho combate y monomaquia, y enviamos esta misiva de la mano de nuestra muy amada y real esposa esposa Caire, Suma Monarca sobre todos los reyes de Narnia, Emperatriz de las Islas Solitarias y Señora de Cair Paravel, Caballero de la muy Noble Orden del León, y nuestro muy amado y real hermano Edmund, antiguo monarca bajo nuestro reinado en Narnia, Duque del Erial del Farol y Conde del Linde Occidental, caballero de la Noble Orden de la Mesa, a quienes hemos otorgado completos poderes para fijar con Su Señoría todas las condiciones del susodicho combate. Fechado en nuestros aposentos del Altozano de Aslan este día duodécimo del mes de la Bóveda Verde del primer año de Caspian X de Narnia.

»Eso debería servir —declaró Peter, tomando aire. A Elinor siempre le había asombrado su capacidad de ser capaz de utilizar todas aquellas formalidades con tal facilidad. Incluso durante sus años de reinado, cuando los usaba casi continuamente, había momentos en los que le costaba usar el tratamiento adecuado—. Y ahora debemos enviar a otros dos con la Suma Monarca y el rey Edmund. Creo que el gigante debería ser uno de ellos.

—No es... no es muy listo, ¿sabes? —comentó Caspian.

—Claro que no —respondió Peter, como si acabara de decir una estupidez—. Pero cualquier gigante tiene un aspecto impresionante si mantiene la boca cerrada. Y eso le dará ánimos. Pero ¿quién será el otro?

—Enviad a Borrasca de las Cañadas, Majestad —sugirió Buscatrufas—. Nadie se ha reído jamás de un centauro.

De ese modo, quedó decidido. Elinor no podía menos que pensar que aquella promesa de Edmund cuando le aseguró que lo harían juntos había acabado bien pronto. De hecho, estaban bastante cerca de ir cada uno por su cuenta.

Peter y Caire se acercaron a los otros cuatro con rostro serio.

—¿Estás seguro de esto? —Elinor fue la primera en hablar. Peter se encogió de hombros.

—No parece haber otra opción, no si queremos ganar tiempo —replicó despacio.

Vio a Caire torcer el gesto.

—Vosotras —añadió Peter, mirando a sus hermanas—. Tendréis que salir tan pronto estéis listas. No sé cuánto tiempo podremos daros con esto. En una hora deberían partir los emisarios hacia el campamento de Miraz.

—Llevaos mi brújula, Lucy, Susan —dijo Elinor al de unos instantes—. Puede que os lleve hasta Aslan y, si no es así, al menos os guiará al lugar correcto.

—¿No preferirás quedártela, Elle? —cuestionó Lucy, frunciendo el ceño.

La Tenaz negó, al tiempo que tomaba el regalo de Papá Noel y se lo tendía a las hermanas. Susan lo aceptó tras unos segundos de duda.

—De poco me servirá aquí, en el altozano —replicó—. Aunque en un principio creí que os acompañaría. ¿Por qué no me has enviado a mí también, Peter?

—Te vamos a necesitar aquí, Elle. —Fue Caire la que respondió en su lugar—. Coordinando el ejército. No podemos saber si el trato va a respetarse, tampoco cuánto va a tardar Aslan. Necesitamos estar listos y tener un plan de emergencia. —Elinor ya no tenía ninguna duda. Algo había cambiado en Caire en algún momento—. Lo que ha dicho Avice me ha dado que pensar. Eres posiblemente la que más tiempo ha pasado recorriendo estos túneles. ¿Se te ocurre algo?

Elinor guardó silencio, pensativa. El altozano no era defendible. Eso era algo que sabían desde el principio. Podrían retrasar la entrada de las tropas telmarinas un tiempo, pero si acababan encerrados en su interior, no habría escapatoria. Tenía una única salida que sería fácilmente bloqueada por sus catapultas. Pese a que sus túneles se extendían kilómetros bajo tierra, no había llegado a encontrar nada que les sirviera como escape.

Pero si pudieran abrir alguna salida... No solo para huir. También para sorprender a sus enemigos, en caso de ataque. Elinor se encontró esbozando una sonrisa.

—Algo se me ocurre —acabó diciendo—. No sé ahora mismo si podría salir bien. Necesitaré algo de tiempo.

—Me temo que eso nos falta a todos —comentó Peter—. En ese caso, será mejor que no nos entretengamos ninguno. Ed, Caire, necesitaréis las armaduras para ir a visitar a Miraz. Lu, Susan, tenemos que buscaros un caballo. Y, Elinor, ¿hace falta que alguien te ayude?

Ésta asintió tras unos segundos.

—Diré a Malika, Niobe y Avice que me acompañen —decidió—. ¿Tú qué vas a hacer, Peter?

El Magnífico esbozó una débil sonrisa.

—Por ahora, prepararme para lo que sea que pueda pasar.

Lucy le abrazó impulsivamente. Peter suspiró y envolvió a su hermana con los brazos. Al cabo de unos segundos, Susan se unió a ellos. Elinor contempló a los tres hermanos con una sonrisa triste. La Valiente levantó la cabeza y dirigió una mirada a los otros tres reyes.

—¿A qué esperáis? —preguntó—. Creo que todos necesitamos uno ahora mismo.

Elinor dudó. Caire también. Edmund dejó escapar un sonoro resoplido, aunque sonreía, y fue arrastrado por Susan al abrazo. Al cabo de unos segundos, Lucy extendió la mano hacia Caire y tiró de ella. La Prudente dejó ver una sonrisa, al tiempo que rodeaba también a Elinor por los hombros y le hacía unirse.

De un momento a otro, los seis estaban abrazándose. Como habían hecho tantas veces antes, cuando creían que la situación era demasiado para ellos. No siempre eran todos juntos, pero siempre habían podido encontrar consuelo en su mutua compañía. Como hacían en ese instante.

Elinor siempre se había considerado incansable. Su propio título, el que Aslan le dio y los narnianos mantuvieron vivo, lo indicaba. No era una persona que acostumbrara a rendirse con facilidad. Pero había estado a punto de hacerlo tan solo horas antes.

Sin embargo, en ese momento, quiso creer que se había equivocado. No todo estaba perdido. Podría equivocarse, pero siempre le habían dicho que los ilusos eran quienes más felices vivían y ella necesitaba desesperadamente aferrarse a toda la felicidad que pudiera en esos momentos.

Así que decidió que aún había esperanza. Y, mientras la hubiera, Elinor jamás se daría por vencida. Al menos, no mientras aquellas cinco personas la hicieran sentir más perteneciente a una familia de lo que nadie jamás había hecho.

Caire apretó su mano. Lucy rio al verse apretada por todos ellos, mucho más altos que ella. Susan acarició su espalda. Peter le guiñó el ojo. Su mirada fue a Edmund y le descubrió sonriéndole.

Aún había esperanza para los Reyes y Reinas de Antaño. Y Elinor no iba a ser la única en mantenerla viva, ya no.




















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