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14. Los reyes deben actuar juntos










Decimocuarto capítulo.
LOS REYES DEBEN ACTUAR JUNTOS

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❝ sé quién fui y quiero volver a serlo ❞









Elinor no se apartaba de la mente de Caire. La habían dejado marchar, pero se arrepentía más de ello a cada minuto que pasaba.

Los demás también se habían marchado poco después que ella. Primero, había ido Edmund. Luego, Susan. Caire no había querido quedarse más después de aquello. Ahora, vagaba por los pasillos preguntándose dónde estaría la Tenaz y, por encima de todo, si estaría bien.

Había escuchado la promesa que Jadis le había hecho. «Hazlo, Elinor. Ellos no te recuerdan. Yo puedo ayudarte.» Había visto el dolor, la desesperación, la vergüenza, la angustia, todo a la vez en el rostro de la de cabellos rojizos después de que Lucy la curara. Se temía que Elinor se sintiera más perdida que ella en ese momento.

Había sido manipulada por Jadis hasta el punto que casi había sido imposible dar marcha atrás. Caire se estremeció al pensar en el rostro de la Bruja Blanca, atrapada en aquella prisión de hielo. Si no hubieran llegado a tiempo, si Edmund no lo hubiera impedido...

Caire podía imaginarse a la perfección el verde paisaje de Narnia cubriéndose nuevamente de aquella horrible nieve. Los pájaros enmudeciendo, los árboles cayendo en aquel sueño helado. Las criaturas parlantes volviendo al miedo de aquellos tiempos, cuando nunca sabían si la más mínima acción les llevaría a ser petrificados. La bruja atravesando aquellas tierras que creía suyas con su trineo tirado por ciervos blancos y su aterradora varita. La nieve había sido casi imposible de atravesar a pie.

Caire recordaba bien las pesarosas largas horas de viaje, cuando aún ni siquiera tenía claro por qué estaba envuelta en toda aquella situación. Aquella profecía absurda que los castores les habían contado no le parecía motivo suficiente para permanecer en Narnia, pero no se sintió capaz de abandonar a aquellos tres hermanos cuando el cuarto desapareció. Si lo pensaba bien, había podido ser casi una estupidez quedarse, pero...

Se detuvo con tal brusquedad que casi tropezó. Dejó escapar un jadeo. Era imposible.

Sin embargo, las imágenes que estaban pasando por su mente no eran simples fantasías. Las había visto, había vivido aquella aventura hacía tanto que parecía un sueño. Pero era real. Y acababa de recordarlo.

Trató de alargar aquel recuerdo todo lo posible, esperando encontrarse bloqueada de nuevo a los pocos segundos. Pronto, sin embargo, vio que no era así.

El río helado, la llegada al campamento, los lobos, el rescate de Edmund, el entrenamiento, la visita de la bruja, la noticia de la muerte de Aslan, la batalla y su final... Todo fue llegando a su memoria de manera natural y ordenada, como si tan solo estuviera reviviendo una historia que ya conocía de sobra. Caire sintió el corazón acelerarse. No comprendía qué había pasado, pero no le importaba. Estaba allí y no eran fragmentos, era el inicio completo de su historia. Estaba llegando todo. Había tardado, pero ahí estaba.

Por primera vez, recordó lo magnífico que había sido Cair Paravel. Lo vio frente a ella, imponente y hermoso, el mismo día de su coronación. El día en que se convirtió en Suma Monarca. Tanto Peter como ella tenían una responsabilidad mayor sobre el resto. Recordaba a Aslan explicándole todo aquello, cuando aún estaban en el campamento.

Aquel día recibió su corona, junto al resto de los reyes. La celebración había sido maravillosa. Caire había bailado hasta el agotamiento e incluso después. Recordaba danzar con las criaturas de Narnia, aprender sus bailes, recibir a emisarios de otros países y, por encima de todo, estar con Peter. Había llegado un momento en que había perdido la cuenta de los bailes que habían compartido. Y había descubierto que eso no le preocupaba en lo más mínimo.

Su mirada fue a la pared cercana, tenuemente iluminada por una antorcha. Sus ojos distinguieron en la penumbra una pintura que nunca antes había visto. Una sonrisa triste apareció en su rostro al reconocer lo que representaba.

La reina Almira el día de su coronación. Pese a lo tosco de los dibujos, habían representado a la perfección su tristeza. Caire contuvo un suspiro. Había vestido los mismos colores que ella llevó en su propia coronación. Agachó la cabeza.

—Mi niña —susurró—. Lo siento tanto.

Permaneció allí inmóvil varios segundos. Muchos recuerdos de Almira ya habían aparecido, pero quedaban aún infinidad por llegar. La vio de pequeña, jugando en los jardines con el príncipe Corin de Archenland. Aprendiendo a montar a caballo. En el primer festival en que fue invitada a bailar por jóvenes caballeros. En su último adiós, antes de su partida a Archenland para pasar unas semanas acompañando a Corin, Cor y Aravis. Su Mira, la hija a la que había querido tanto como si hubiera sido de sangre.

Escuchó un ruido de pasos que interrumpió el aluvión de recuerdos. Al levantar la cabeza y dirigir la mirada en dirección al sonido, descubrió que tenía los ojos llorosos, pero se apresuró a enjugárselos.

—Caspian —saludó, apartándose del mural de Almira—. ¿Cómo te encuentras?

El príncipe le dirigió una mirada sombría. Caire asintió despacio.

—He estado a punto de cometer un error imperdonable —masculló él—. Puede que Peter tuviera razón. Narnia estaría mejor sin nosotros.

—¿Puedo preguntarte una cosa? —cuestionó Caire. Caspian asintió—. ¿De verdad crees lo que dijiste sobre que llamarnos fue tu primer error? —Tras unos instantes, el telmarino negó con la cabeza—. Peter tampoco piensa lo que dijo. Estoy segura de ello.

—Caire —respondió Caspian—, si hubiera traído de vuelta a la Bruja Blanca...

—Estuviste tan cerca de hacerlo como lo estuvo Elinor —cortó ella, no sin algo de tristeza—. Pudimos impedirlo. Eso es lo que importa. Caspian, olvidas que todos nosotros cometimos errores antes o durante nuestro reinado. Algunos más graves que el tuyo incluso. —Le dirigió una débil sonrisa—. Hemos venido a darte tu corona y eso lograremos. Nada de lo sucedido ha cambiado mi objetivo y sé que tampoco de los demás.

—¿Y si no estoy a la altura, Caire?

Ésta suspiró y avanzó hasta él, con rostro serio. No supo en qué momento fue exactamente, pero en algún instante de ese corto camino, Caire Benedict pasó a ser la Suma Monarca. Lo supo ella en cómo respiró antes de hablar, cómo pronunció con una seriedad poco habitual en ella las palabras:

—Estas tierras merecen a un gobernante justo y que las ame. ¿Te ves preparado?

Caspian vaciló.

—Quiero estarlo.

La Prudente asintió. La sonrisa que esbozó fue la de una reina y la mano que colocó en el hombro del príncipe, una señal de su favor.

—Lo estarás —aseguró—. Estoy segura de ello.

Caspian inclinó la cabeza. Una débil sonrisa apareció en su rostro.

—Gracias.

—Solo digo la verdad.

La sonrisa del príncipe se amplió.

—Tendré que creerlo, entonces.

—Deberías —bromeó ella.

Ambos rieron y Caire sintió un orgullo indescriptible al saber que parte de las dudas de Caspian se habían disipado. Había sido ella. Había sabido qué hacer, qué decir. Recordaba lo suficiente de sí misma como para actuar como la Suma Monarca.

—Tengo la sensación de que tienes bastante en lo que pensar —comentó, a lo que Caspian asintió.

—Eso me temo —admitió él, divertido.

—Encontraremos una solución a todo —le aseguró ella—. Pero creo que hay cosas que hemos de cambiar antes de tomar otra decisión. Estoy preparada para hablar esta vez.

—Deberías, desde luego —asintió el príncipe, con ojos brillantes—. Las leyendas no se equivocaban, al parecer. Sois una gran oradora, Suma Monarca.

A Caire se le escapó una carcajada.

—Aún me queda mucho en lo que trabajar —admitió—. Pero trataré de no dar pasos hacia atrás.

Ambos se despidieron con un asentimiento. Caspian continuó su camino, mientras Caire volvía a girarse hacia el mural de Almira, sintiendo el corazón más ligero. Se sentía más... ella. Una versión de sí misma que no conocía hasta aquel momento. Y le encantaba que fuera así.

—Así era yo, ¿no es así? —le susurró a la pintura de Almira, sonriéndose a sí misma.

Permaneció unos minutos más allí y, para cuando ya estaba lista para marcharse, escuchó nuevamente unos pasos acercándose que le hicieron volverse hacia su origen. Era Peter quien se había detenido a pocos metros de ella. Por su expresión, Caire supo que no había pretendido encontrarla allí. Eso no evitó que sonriera ligeramente al verle.

—Hola, Peter —saludó con suavidad.

Los recuerdos pasaban rápido. Caire no necesitaba examinarlos para saber que conocía todo sobre Peter. Sus virtudes y defectos, sus miradas, sus sonrisas, sus gestos. Conocía el roce de su piel y la seguridad que le daba que la envolviera en sus brazos. Le conocía y amaba.

Caire no recordaba todo, pero sabía eso. Tendió una mano hacia él y, para su alegría, Peter se adelantó y sujetó tras un instante de duda. Caire tiró de él para llevarle hasta su lado, al mural de Almira.

—He encontrado esto —explicó brevemente. No soltó su mano. Él tampoco lo hizo.

Peter contempló la pared en silencio unos instantes, hasta que finalmente dijo:

—Lleva el verde y dorado. Como tú en la coronación.

—También lo has recordado —murmuró ella, esbozando una sonrisa.

Peter se volvió a mirarla con una sonrisa.

—Eso creo —admitió él—. Desde el asalto, parece más fácil.

—Lo es —confirmó Caire, apretando su mano unos instantes—. Al menos, para mí.

Peter soltó un suspiro, volviendo la mirada hacia Almira de nuevo.

—He cometido muchos errores —susurró.

—Yo también —asintió Caire.

—Tú apenas sabías dónde estabas, Cay —le recordó él. Ella sonrió irónicamente.

—Pero tenía, no sé, presentimientos. Nunca me gustó el plan del ataque, pero no me atreví a decir nada porque no sabía si era simple cobardía mía. Podría haber opinado. Podríamos haber hecho las cosas diferentes. —Sus ojos azules, de un tono más turbio que los de Peter, se clavaron en el Magnífico—. Cualquiera de nosotros. Pero aún estamos a tiempo de arreglarlo. Si dejamos a un lado nuestras diferencias y colaboramos todos juntos, podemos tener éxito.

—¿Eso crees? —preguntó Peter, girando la cabeza de nuevo a ella.

—Estoy convencida de ello —asintió Caire, sin saber de dónde sacaba esa seguridad.

Los labios de Peter se curvaron hacia arriba.

—Eso ha sonado... como antes —susurró.

—Lo sé —respondió ella—. Sé quién fui y quiero volver a serlo. Ahora que sé que hay un antes, ahora que recuerdo más de todo aquello... No quiero rendirme, no ahora.

—Yo tampoco —dijo Peter, asintiendo despacio.

Caire tuvo la sensación de que aquello no únicamente se refería a la guerra. Seguían con las manos unidas y Peter aprovechó aquello para tirar de ella y decir:

—Ven, yo también encontré algo que quería enseñarte.

La guió por los oscuros y sinuosos pasillos sin decir más. Caire encontró en aquel contacto entre ambos, en el calor de la mano de Peter contra la suya, una seguridad y un sentimiento de pertenencia que nunca había sentido. Al menos, no en Inglaterra.

—Mira —dijo entonces Peter, deteniéndose frente a otro trozo de pared marcado con pintura.

En la penumbra, era apenas posible distinguirlo. Peter tomó una antorcha cercana y la acercó para iluminar los trazos. Caire apretó su mano con más fuerza.

—Es la batalla contra los gigantes del norte —dijo despacio—. ¿Me equivoco?

—No.

Eran Peter y ella los que iban al frente del ejército. Caire contempló su figura, a lomos de un caballo negro. El artista, fuera quien fuera, había representado su cabello de un deslumbrante dorado, pero no era eso lo que le impresionó. Vestía su cota de malla plateada y levantaba en la mano derecha a Inanna y en la izquierda a Espejismo. Su porte era regio y seguro, tal y como el de Peter. El de dos soldados experimentados. El de dos Sumos Monarcas.

—¿Crees que podré recuperar eso, Peter? —susurró, tras unos instantes.

Su mirada voló hasta él, solo para descubrir que él le había estado observando en todo momento mientras examinaba la pintura. Peter esbozó una débil sonrisa.

—Sí, Cay —dijo, despacio—. ¿Lo crees tú?

—Sí —respondió ella, mientras sus labios se curvaban hacia arriba sin ella pretenderlo. Se sentía incapaz de apartar los ojos de Peter—. Sí, creo que puedo volver a ser quien fui.

La sonrisa de él se amplió. Apretó con suavidad su mano y Caire ladeó la cabeza, levemente divertida.

—¿Qué pretendes, Peter? —preguntó, aunque el corazón le latía a toda prisa tan solo de imaginar lo que él podría responderle.

No podría decir cuánto tiempo llevaba esperándolo con exactitud. Una parte de ella, sin duda, desde el mismo momento en que había abandonado Narnia la primera vez. Pero cuando los labios de Peter se encontraron con los suyos, toda ella tembló.

Caire lo supo. Aquella seguridad, aquella calidez, solo confirmaba todo lo que ya sabía. Amor y memoria no era lo mismo, le había dicho Niobe. Y aunque los recuerdos aún no estuvieran completos, Caire sabía ahora más que nunca que su amor por Peter no había desaparecido en ningún momento.

Sus brazos rodearon su cuello. Sus manos exploraron su cabello rubio, se hundieron en él, lo despeinaron. Caire sintió su cuerpo moverse hacia el de Peter por simple impulso y lo permitió sin dudar.

Las manos de él le acariciaron la cintura, subieron por su espalda, se perdieron en su pelo. Caire le sintió sonreír contra sus labios y supo que ella misma estaba sonriendo al escucharle susurrar:

—Te he echado de menos, Cay. Y lo peor es que ni lo sabía.

Ella dejó escapar una risa que quedó entrecortada por otro beso. Caire le abrazó con más fuerza, sabiendo que toda aquella situación resultaba hasta absurda.

—Yo también a ti, Peter. Ahora lo sé.

El nuevo beso no se hizo esperar. Rieron juntos. Habían logrado volver a encontrarse, incluso cuando llevaban días teniéndose uno al lado del otro. Aún quedaba mucho por hacer, pero aún podían encontrar consuelo el uno en el otro.

Se tenían nuevamente. Peter la besaba, le acariciaba, le abrazaba, le hacía cosquillas y Caire se juró que no permitiría que aquel recuerdo se lo arrebataran.

Los otros podrían regresar, pero aquel era enteramente nuevo y, de ahora en adelante, se aseguraría de que permaneciera en la memoria de ambos eternamente.













FIN DE LA SEGUNDA PARTE




















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