1. La solitaria vida inglesa
Primer capítulo.
LA SOLITARIA VIDA INGLESA
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❝ os doy la bienvenida a st. malory ❞
La perspectiva del nuevo curso escolar entristecía a Elinor mucho más que al resto de jóvenes que se encaminaban por el sendero del Internado para Señoritas Saint Malory, sujetando con firmeza su maletín de mano y observando con aprensión a su alrededor.
Sus tíos le habían llevado en coche hasta la puerta de entrada; vivían a apenas media hora del colegio, por lo que Elinor había conseguido librarse del interminable viaje en tren que muchas de sus compañeras debían de realizar.
Conforme se dirigía con paso inseguro hacia la entrada del enorme edificio, similar a un castillo, del internado, se dijo que debía de tener el más completo aspecto de novata. Al menos, así se sentía.
—Elinor Ralston —leyó la alumna de último curso que aguardaba a las nuevas alumnas en la entrada. Repasando su lista, asintió—. Ve con ese grupo, la encargada de tu dormitorio os llevará en cuanto estéis todas. Solo falta una más por llegar.
Señalaba a cinco chicas de su edad que aguardaban a no demasiada distancia. Dos charlaban sin descanso, mientras las otras tres permanecían en silencio y con aspecto nervioso. Elinor aferró con más fuerza su maletín de mano y, suspirando, se unió al pequeño grupo.
A la llegada de la sexta y última chica, otra alumna de un curso superior fue hasta ellas y les pidió que le siguieran. Las novatas lo hicieron sin rechistar y Elinor se colocó al final del grupo, sin deseos de entablar conversación con ninguna de sus compañeras en ese momento.
El colegio era grande y luminoso, poseía un enorme patio central y estaba abarrotado de alumnas que charlaban alegremente, disfrutando de reencontrarse para el nuevo curso. Elinor observó, sin demasiada emoción, el edificio que sería su casa por los siguientes meses.
—Hoy no habrá demasiado tiempo para que veáis el colegio, pero mañana las delegadas del curso os lo enseñarán entero —explicó su guía, girándose para ver que todas la seguían—. Como sois de primero, tendréis a dos alumnas de tercer curso como delegadas hasta diciembre; luego, una de vuestro año será elegida por la directora para ocupar el puesto hasta junio.
Elinor escuchó a una de las chicas frente a ella susurrar a la de al lado: «¡Esa pienso ser yo!». Se dijo que, incluso sin conocer a sus compañeras, mientras no fuera ella, estaría conforme con la decisión de la directora.
En St. Malory había tres cursos, para alumnas desde los catorce hasta los diecisiete. En función del año, las habitaciones estaban en la primera, segunda o tercera planta: por ser las menores, la suya estaría en la más alta, lo que significaba subir más escaleras.
—Os doy la bienvenida a St. Malory —fue lo último que la chica que hasta allí les había guiado les dijo, antes de dejarlas instalándose en su dormitorio.
Elinor descubrió, complacida, que le había sido asignada una cama junto a una de las ventanas. En Cair Paravel, muchas veces se quedaba despierta y observaba las estrellas a través de los ventanales de sus aposentos. No había perdido aquella costumbre al regresar a Inglaterra, pese a que el firmamento inglés nada tenía que ver con el narniano.
Cuatro de sus compañeras comenzaron a parlotear, emocionadas, mientras Elinor y otra más se limitaban a ordenar sus pertenencias en silencio.
Afortunadamente, apenas tuvieron que esperar media hora para ser llamadas para la cena. El tren llegaba a media tarde, así que Elinor se había encargado de convencer a sus tíos para que la llevaran a la misma hora.
—Oye, se te ha caído esto. —Elinor se giró al comprender que le hablaban a ella. La otra chica que se había quedado aparte, una muchacha de pelo rubio ceniza y rostro pecoso, le tendió un pequeño objeto dorado que Elinor tomó con precaución—. ¿Por qué llevas una alianza?
Los ojos pardos de la Tenaz se abrieron desmesuradamente al ver en la palma de su mano algo que no creía volver a ver jamás: era su alianza matrimonial, la que Edmund había colocado en su dedo anular lo que parecía haber sido siglos atrás y no se había quitado hasta el momento en que regresó a Inglaterra, puesto que había desaparecido con todo lo que había llevado puesto. No podía ser otra, puesto que había sido realizada por los artesanos más curtidos de Narnia: era inconfundible. El fino aro de oro trenzado, adornado con brillantes apenas visibles, que resplandecían al ser iluminados por la luz directa, el diminuto grabado de la inicial de Edmund entrelazada con la suya en el interior...
Era su propia alianza matrimonial la que, de un modo desconocido, había regresado hasta ella.
—E-es de mi madre —tartamudeó, notando la mirada inquisitiva de la otra chica sobre ella.
¿Cómo había llegado hasta allí? Elinor cerró la palma en torno al anillo, sintiendo su corazón latir con más fuerza. ¿Era aquel un tipo de señal? ¿Aslan trataba de decirle que volvería pronto? Elinor solo podía rogar que así fuera: el año lejos de Narnia, lejos de Edmund, Caire, Peter, Lucy y Susan, lejos de todos sus amigos que allí se habían quedado... Había sido insoportable.
Lo que más ansiaba Elinor en aquellos momentos era correr descalza por la playa sobre la que Cair Paravel se levantaba. Sentir la fina arena entre sus dedos, mojarse los pies con las olas que llegaba a la orilla... Elinor no podía imaginar nada mejor.
—Es muy bonita —comentó la otra chica. Elinor le dirigió una mirada desconcertada, antes de comprender que hablaba de la alianza. Había cierta expresión de lástima en su rostro: debía ser por la mención a su madre. Después de todo, cualquiera interpretaría que su progenitora había fallecido—. Aunque deberías tener cuidado con ella.
—Tienes razón —asintió rápidamente Elinor. Se quitó la fina cadena de plata que llevaba al cuello, de donde colgaba una pequeña imagen de la Virgen María e introdujo por ella el anillo—. ¿Me ayudas a volver a ponérmela, por favor?
Mientras ella se apartaba el pelo, su compañera le puso el cierre correctamente. El sentir el tacto del anillo sobre su piel le hizo sonreír, sin poder evitarlo. Elinor sentía una esperanza que hacía tiempo que le había abandonado.
—Muchas gracias.
—No hay de qué. —La otra chica le devolvió la sonrisa—. Soy Sally, por cierto.
—Elinor. Encantada.
Las alumnas de primer curso habían sido convocadas en el vestíbulo para la visita que debían de hacerles. Eran un grupo numeroso y algo alborotado: muchas de las chicas susurraban, inquietas. Aguardaban a las que serían sus delegadas hasta diciembre, dos alumnas de tercer año cuyos nombres Elinor desconocía.
Junto a Sally, quien podría decirse que era su primera amiga en el colegio, Elinor contemplaba el reloj que había colgado de la pared. Quienes debían darles la guía llegaban con más de cinco minutos de retraso.
—¿Cómo crees que serán? —le cuchicheó Sally—. Espero que agradables, porque se supone que tendremos que acudir a ellas si tenemos algún problema.
—Dudo que pongan a alguien desagradable como delegada —observó Elinor, bastante menos nerviosa que su compañera—. Ahora lo descubriremos, de todos modos.
Acto seguido, se oyeron unos pasos apresurados y una alumna que, sin duda, era de último curso, aparecido bajando las escaleras. Las de primero guardaron silencio al instante, excepto un par de susurros más que se escucharon pero fueron rápidamente silenciados. La de tercero sonrió, algo nerviosa.
—¡Hola, chicas! —saludó, pasándose algunos mechones pelirrojos por detrás de la oreja—. Antes que nada, bienvenidas a St. Malory. Estoy encantada de que estéis aquí. Mi compañera debería estar...
Unos nuevos pasos apresurados le hicieron girar la cabeza hacia las escaleras, acción que todas las de primero imitaron. Otra alumna de tercero bajaba. Elinor frunció el ceño al verla conforme se acercaba, intrigada. No era posible...
A punto estuvo de soltar un grito de sorpresa.
Su cabello rubio —descrito por algunos poetas durante su reinado como «tan fino como hilos de oro»— estaba recogido en una trenza suelta y su piel era mucho más blanca de lo que lo había sido durante su reinado, en el que habían pasado numerosas horas bajo el sol. Sonreía como siempre hacía durante los recibimientos de invitados en Cair Paravel: de manera educada y cortés, pero impersonal, casi enigmática. No tenía la misma edad que la última vez que Elinor la había visto y el uniforme escolar solo resaltaba más su juventud con respecto a aquella vez.
Pero no cabía duda de que era Caire. El corazón de Elinor pareció dar un brinco; le costó un gran esfuerzo no correr hacia ella y abrazarla. A punto estuvo de comenzar a dar saltos y agitar la mano hasta atraer su atención.
Había encontrado a Caire al día siguiente de la aparición de su alianza. Eran demasiadas coincidencias.
«¡Caire, Caire, Caire!»
El grito luchaba por salir de su garganta: de la inmensa alegría que sentía, no se enteró de nada de lo que las delegadas dijeron, presentándose y explicándoles ciertas normas de la escuela.
Solo podía pensar en que, finalmente y tras un año de continuas dudas y temores, finalmente estaba recuperando una parte de aquella vida que tan súbitamente se le había arrebatado.
—¿Te encuentras bien? —le susurró Sally; Elinor advirtió que le temblaban las manos.
—No te preocupes, solo tengo algo de frío —mintió.
La visita guiada se le hizo exageradamente larga, aunque podía ser debido a que no sabía qué hacer para atraer la atención de Caire. Elinor trató de mantener la calma y no llamarla a gritos, quedándose al final del grupo y aguardando antes de llamarla, pero ciertamente no fue tarea fácil.
Sally, notando su nerviosismo, no le habló más que un par de veces, cosa que Elinor agradeció. Apenas se fijó en el interior del colegio, ni escuchó a las delegadas hablar; asumió que se perdería aquel mismo día, pero no le importaba.
Era una suerte que la paciencia fuera una virtud que poseía, pero eso no significó que no le fuera casi imposible resistir la tentación de lanzarse a abrazar a su amiga.
—Esto ha sido todo. —Aquellas palabras, con las que Caire finalizó la visita guiada, supusieron un inmenso alivio para Elinor—. Sabed que podéis acudir con cualquier problema a nosotras dos y haremos lo posible por ayudaros. Confío de corazón en que St. Malory se convierta en vuestro hogar.
Faltaban apenas cinco minutos para el almuerzo; todas las alumnas de primero se marcharon entre «gracias» y «adiós». Sally tomó a Elinor del brazo.
—¿Vamos ya al comedor? —propuso.
—Esto... Me he dejado una cosa en el dormitorio —improvisó Elinor, siguiendo con la mirada a Caire, que se alejaba apresuradamente en dirección opuesta al comedor—. ¿Por qué no vas yendo tú y ahora te alcanzo yo?
—¿No prefieres que te acompañe?
—No hace falta, no te preocupes —aseguró Elinor, sonriéndole tranquilizadora.
Tan pronto como la otra se hubo ido, Elinor echó a andar tras Caire, apretando el paso por precaución, aunque no creía que fuera a perderla. Pasó frente a un estandarte con un león grabado en él —debía de ser uno de los símbolos del colegio— y no pudo evitar sonreír al pensar en Aslan.
Si aquello era una señal de que estaba más cerca de regresar a Narnia...
—¡Caire! —gritó, pocos metros tras ella. El pasillo que ambas recorrían estaba desierto.
Ella se giró, desconcertada. Su mirada se detuvo en Elinor, a quien examinó lentamente.
—¿Puedo ayudarte en algo?
Una risa nerviosa brotó de los labios de Elinor.
—¡No puedo creer que estés aquí realmente! —exclamó, y era verdad. Contempló a Caire, negando con la cabeza—. Por Aslan, este último año ha sido demasiado raro, desde que volvimos...
—Perdona, ¿de qué estás hablando? —cortó la rubia, mirándola con enorme confusión.
Elinor parpadeó, su sonrisa desvaneciéndose al momento. Desconcertada, observó a una Caire que la miraba como si no la conociera.
Como si no la conociera.
—¿Caire? —dijo, sin saber qué otra cosa decir—. Soy yo, soy Elinor.
La otra chica dio un paso atrás.
—Lo siento, pero no tengo ni idea de quién eres.
—¿Qué? —El grito de sorpresa que escapó de su garganta fue extrañamente agudo y demasiado fuerte. La propia Elinor retrocedió, imitando la acción de la rubia—. Caire, ¿qué estás diciendo?
La delegada negó con la cabeza, alejándose aún más de ella. La expresión de completa confusión no abandonaba su rostro; Elinor trataba de encontrar una explicación a todo aquello.
—Mira, de verdad que no sé... —Entonces, súbitamente, Caire se quedó muy callada.
—¿Cómo no vas a saber...? ¡Ay! —Elinor se giró bruscamente, sintiendo un fuerte pellizco en la espalda.
Sus ojos encontraron lo que Caire se había quedado observando con los ojos muy abiertos: no era a Elinor, sino a lo que había tras ella.
El oscuro pasillo daba a parar a un lugar que no tardó más que unos segundos en reconocer. Una carcajada escapó de entre sus labios.
—¡La frontera con Archenland! —exclamó, olvidando momentáneamente toda confusión que su conversación con Caire le hubiera producido—. ¡Caire, es Archenland!
—¿De qué estás hablando? —gritó la otra; había miedo en su voz—. ¿Qué es eso?
Fue tan rápido como girar la cabeza hacia Caire y extender la mano hacia ella. Un parpadeo y ya no quedaba rastro alguno de St. Malory. A su alrededor, la costa narniana, muy próxima a la frontera con Archenland, las recibía con un sol radiante. Elinor soltó una carcajada regocijada.
—Narnia —susurró, sintiéndose más ligera, más feliz. Hacía mucho tiempo que no era así—. Hemos vuelto.
Buscó a Caire con la mirada y la encontró mirando a su alrededor con algo cercano al horror en los ojos. Aquella ligereza se desvaneció al instante.
—¿Caire? —llamó, levantando la voz.
—¿Dónde estamos? —preguntó ella, mirándola asustada.
Elinor tragó saliva, preguntándose qué podía decir a continuación. ¿Realmente Caire no reconocía el lugar?
—Estamos en Narnia. —Al ver que aquel nombre no producía sino más confusión en la otra, dejó caer los hombros—. ¿Realmente no recuerdas nada? ¿No sabes dónde estamos?
Muy despacio, la mayor negó. Elinor tragó saliva y asintió, tratando de ver qué podía hacer a continuación.
No había un alma a su alrededor. No se escuchaba más que el ruido de las olas al romper contra la orilla. Elinor dirigió su mirada al norte, hacia donde estaba Cair Paravel. Si avanzaban por la playa en aquella dirección, podrían llegar en un par de días, pero sería un viaje largo a pie.
No obstante, era una ruta concurrida. Con algo de suerte, encontrarían a alguien que las llevara hasta allí. Elinor no tardó en tomar la dirección de encaminarse en aquella dirección: se zafó de sus zapatos y se quitó los calcetines, antes de hacerle un gesto a Caire.
—Tenemos que ir hacia Cair Paravel —explicó, con la esperanza de que el nombre le dijera algo a la mayor. No fue así. Elinor contuvo un suspiro—. Vamos, iré explicándote por el camino.
Dirigiendo un mirada al mar, no pudo menos que desear que los otros cuatro reyes y reinas estuvieran allí. «Les encontraremos», se dijo. Si ellas habían regresado a Narnia, ¿por qué ellos no?
Confiaba en tener razón. Se volvió hacia Caire, esbozando una sonrisa algo forzada.
—Supongo que lo mejor será empezar desde el principio.
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