0. El fin de una era
Prólogo.
EL FIN DE UNA ERA
➶ ❁۪ 。˚ ✧
❝ aslan, ¿qué está sucediendo? ❞
Si has atravesado alguna vez las tierras de Narnia, ya sea porque habites en el que alguna vez fue un hermoso reino o porque, de un modo u otro, su magia te ha llevado hasta allí, puede que, con algo de suerte, te hayas topado con uno de sus habitantes.
Y no hablo de aquel pueblo invasor que llegó hace ya varias generaciones desde Telmar, sino de las criaturas que habitan este reino desde el mismo momento en que Aslan lo creó, antes incluso de que los primeros reyes de Narnia, Frank y Helen, recibieran su título.
Hablo de los narnianos originales: Bestias Parlantes y criaturas mágicas, como los centauros, los faunos, las dríades y los enanos.
Si, de un modo u otro, ellos te han encontrado a ti —nunca sería de modo contrario, son demasiado inteligentes para ello—, debes saber que posees una suerte inusual. De haber tenido el placer de conocerles y charlar un poco con ellos, sé con seguridad que los siguientes nombres no te resultarán extraños.
El Sumo Monarca Peter el Magnífico, la Suma Monarca Caire la Prudente, la reina Susan la Benévola, la reina Elinor la Tenaz, el rey Edmund el Justo, la reina Lucy la Valiente.
Los Reyes y Reinas de Antaño, lo más grandes de la historia narniana, que reinaron durante la Edad Dorada de estas tierras, el tiempo más feliz y próspero que jamás se ha vivido y que, según muchos afirman, no volverá a repetirse.
Aquellos seis reyes y reinas, de los cuales cuatro eran hermanos, habían llegado de otro mundo, traídos por el Gran León Aslan para hacer frente a la tirana Jadis, la Bruja Blanca, que se había autoproclamado reina y gobernaba con crueldad desde hacía ya un siglo cuando los Hijos de Adán y las Hijas de Eva llegaron para liberar Narnia, tal y como una antigua leyenda anunciaba.
Se dice que la primera en llegar fue la reina Lucy, la más joven de todos ellos. El rey Edmund la siguió no mucho después, siendo los Sumos Monarcas Peter y Caire y las reinas Susan y Elinor las últimas en pisar el suelo narniano, cubierto de nieve por aquel entonces.
No fueron pocos los incidentes a los que los futuros monarcas se enfrentaron, parte de la travesía a la que se enfrentaron se perdió con los años. Lo que se sabe con seguridad es que, finalmente, se reunieron con Aslan para enfrentarse a la bruja. El Ejército Rojo, dirigido por el Sumo Monarca, se levantó victorioso, marcando un nuevo inicio en la historia de Narnia.
Tras derrotar a la hechicera, aquellos seis niños y niñas fueron coronados reyes y reinas y gobernaron desde Cair Paravel como debían, y largo y feliz fue su reinado. Destacando por su notable juventud al inicio del mandato, los monarcas fueron creciendo con el paso de los años, convirtiéndose aquellos valientes niños de corazón puro en adultos rectos, respetables y enormemente queridos por su pueblo.
E irremediablemente, el amor terminó por florecer entre aquellos reyes y reinas. El Sumo Monarca Peter y la Suma Monarca Caire contrajeron matrimonio en el quinto aniversario de la coronación de Sus Majestades; se dice que jamás una boda en Narnia ha sido tan celebrada ni llena de tanta alegría. Representantes de numerosos reinos acudieron hasta allí, deseosos de acompañarles en su ceremonia. Pese a que existían rumores con respecto a aquella unión —diciéndose que había sido arreglada, que no había más que intenciones políticas tras ella, que llevaba planeada desde el momento en que ambos fueron nombrados Sumos Monarcas sobre los otros reyes—, todos ellos se habían desvanecido para el final de la velada.
Cualquiera que viera el modo en que los recién casados se miraban uno al otro sabría que entre ellos había un amor tan puro que era imposible de negar.
De un modo algo más sorpresivo, el rey Edmund y la reina Elinor se unieron en matrimonio en el decimotercer año de reinado, noticia que causó revuelo tanto dentro como fuera de las fronteras narnianas. ¿Quién hubiera dicho que dos de las reinas terminarían casadas con los dos reyes? Pero, después de todo, no existían reglas en lo que al amor se refiere: los corazones no siempre podían controlarse.
El amor entre la reina Elinor y el rey Edmund podía parecer diferente al que compartían los Sumos Monarcas, pero era indudable que era igual de fuerte. Narnia se llenó de dicha ante aquella nueva unión, que fue festejada por todo lo alto por los habitantes del reino durante varios días.
Inmensas fueron las alegrías que se vivieron durante aquel tiempo. Infinitas son las proezas que llevaron a cabo durante su reinado e infinito será el tiempo que éstas permanezcan en el recuerdo y el corazón de los narnianos. Los más leales aún afirman que los reyes y reinas regresarán el día que Narnia más les necesite; acudirán a salvar las que fueron y siempre serán sus tierras, guiados por el Gran León, que desapareció junto a ellos y cuyo regreso también se aguarda aún, con el corazón lleno de esperanza.
El cómo desaparecieron los reyes y reinas continúa siendo un enorme misterio para los narnianos. Únicamente se sabe que, en su decimoquinto año de reinado, los monarcas recibieron la noticia de que el Ciervo Blanco había vuelto a las tierras narnianas y, sabiendo que concedía deseos a aquel que lo atrapara, salieron en su busca.
Nunca regresaron a Cair Paravel, pese a que se les buscó desesperadamente durante más tiempo del que se debería. Sus monturas regresaron, sin nadie cabalgándolas, y su desaparición es uno de los mayores misterios que Narnia jamás resolvió.
Nadie, jamás, supo lo sucedido. Nadie excepto, claro está, los propios reyes y reinas, que aquel día habían salido de caza con la esperanza de tener éxito en su propósito y regresar lo antes posible a su amado Cair Paravel.
Los corceles relinchaban conforme sus jinetes trataban de alcanzar al veloz ciervo, que se refugiaba entre la espesura y huía de ellos a una velocidad mayor de la que esperaban. El viejo caballo del rey Edmund, con el que éste había aprendido a cabalgar, era ya demasiado anciano para mantener aquel ritmo por mucho tiempo. Cuando la reina Elinor advirtió que su esposo se había detenido, no dudó en frenar su montura y regresar sobre sus pasos, confiando en que les fuera posible retomar la persecución después. Habían ido a sabiendas de que Philip podría tener ciertas dificultades durante la carrera, pero Edmund no tenía corazón para dejarle en Cair Paravel e irse a lomos de un caballo más joven y veloz.
—¿Sucede algo, Ed? —cuestionó, aproximándose a ambos. Acarició cariñosamente el hocico del caballo parlante, que soltó un débil relincho, entre jadeos—. ¿Cómo vas, amigo mío?
—Los años no pasan en balde —respondió el animal, en tono cansado. Elinor sonrió tristemente.
Un relincho los distrajo y les hizo llevar la vista hacia los otros cuatro monarcas, que habían retrocedido en lugar de continuar con la caza.
—¡Venga, Ed, Elle! —llamó Susan, deteniendo a su corcel frente a ellos.
—Estamos cogiendo aire —replicó el Justo, casi ofendido.
—A este paso es lo único que cogeremos —terció su hermana mayor.
—Podríais haber continuado sin nosotros —añadió su esposa, acariciando las crines de su yegua parda.
—¿Qué sentido tendría entonces estar haciendo esto juntos? —replicó Caire, intercambiando una mirada risueña con Peter—. Aunque creo recordar que Edmund planeaba ir por su cuenta.
—¿Qué es lo que dijo, Caire, Susan? —preguntó Lucy, divertida.
—«Vosotras esperad en el castillo, yo iré a por el ciervo» —imitó Susan, haciendo reír a las otras dos reinas y al Sumo Monarca. Elinor trató de reprimir una risita, aunque sin demasiado éxito.
—No me mires así, Ed —dijo, ante la mirada acusatoria del Justo—. No es como si alguien aquí estuviera mintiendo.
—¿Qué es eso? —preguntó súbitamente Caire.
La Prudente tenía la vista fija un extraño poste de hierro recubierto de enredaderas, inmóvil en mitad del claro en que se hallaban. Todos los demás observaron aquello, desconcertados. Peter descabalgó y tendió la mano hacia su esposa para ayudarle a hacer lo propio. Caire avanzó hacia el artefacto despacio, intrigada.
Viendo que Lucy y Susan también bajaban a tierra, Elinor les imitó. Tomó a Edmund de la mano y tiró de él, aproximándose lentamente al poste de hierro.
—Me resulta familiar —comentó Peter, dubitativo. Caire lo contemplaba con expresión embelesada: Elinor no era capaz de comprender por qué. Lo cierto era que, sin lugar a dudas, había visto aquel farol en alguna ocasión.
—Parece un sueño —dijo Susan.
—O el sueño de un sueño —añadió Lucy, con la misma expresión que Caire en el rostro.
Mientras los seis permanecían inmóviles frente al farol, Elinor no pudo evitar fruncir el ceño. Aferró con más fuerza la mano de Edmund.
—Puede que debamos irnos —sugirió, en voz baja.
—¡Tación de Invitados! —exclamó de pronto Lucy, haciendo que la Tenaz llevara la vista a ella, sin entender.
Al ver a la más joven de los seis dirigirse con decisión hacia un lugar desconocido, los otros cinco no dudaron en seguirla, Peter llamándola y Susan lamentándose con un «Otra vez no». La Valiente acostumbraba a marcharse por su cuenta en sus expediciones, obligando a los demás a seguirla como les era posible.
—¡Lu! —insistió Peter.
—¡Vamos! —exclamó la menor, sin detenerse.
Peter miró a su esposa, dudando. Caire, que sonreía levemente, tiró de su mano, animándole a seguir a Lucy.
—¡Ven! —le dijo, girándose a mirarle con una amplia sonrisa.
Susan, tras ellos, continuó avanzando al ver que los Sumos Monarcas no se detenían. Cerrando el grupo, Edmund y Elinor avanzaban más despacio, debido a la reticencia de ésta última.
—¿Qué sucede? —preguntó el Justo, volviéndose hacia su esposa.
—No lo sé —admitió ésta.
Las agujas de los pinos más bajos comenzaban a pincharles a través de sus vestimentas. Continuaban avanzando, sin que Elinor pudiera explicarse el por qué.
—Esto no son ramas —avisó de pronto Peter, desde adelante.
—Son abrigos... —dijo Susan, desconcertada.
—Aquí hay algo más —añadió Caire, curiosa—. Pero no sé... ¡Ay! ¡Alguien me ha dado con el codo!
—¡Susan, me estás pisando! —exclamó Edmund.
—¿Qué es esto? —preguntó Elinor, desconcertada, aferrándose con más fuerza a la mano de Edmund. Alguien la empujó y fue consciente de cómo ella misma pisaba unos pies, pero no era capaz de saber de quiénes eran—. ¡Oye!
Quiso decir que se detuvieran, que sería mejor que dieran media vuelta. Tiró de la mano de Edmund para frenarle.
Su brazo cayó al costado, sin sujetarse a absolutamente nada. Una desconcertada Elinor miró a su alrededor, parpadeando para acostumbrar la vista. A pocos metros de ella, estaba la orilla de un lago que le resultaba vagamente familiar. Un libro parecía habérsele caído del regazo al levantarse bruscamente. Levantó la cabeza y contempló en silencio la copa del árbol que sobre ella había. Luego, recorrió con la mirada todo a su vista
No había absolutamente nadie allí. Estaba sola, como recordaba, a duras penas, haber estado al principio. Había ido hasta el lago a leer tranquila y...
—¿Ed? —llamó, en voz baja. Su voz tembló: no era capaz de comprender qué estaba sucediendo—. ¿Edmund? ¿Lucy? ¡Susan! ¡Caire! ¡Peter!
No recibió respuesta alguna, pero eso no evitó que siguiera gritando sus nombres.
—¡Caire! ¡Lucy! ¡Peter! ¡Susan! ¡Edmund! ¡ED!
La Tenaz no supo cuánto tiempo permaneció así, dando vueltas por los alrededores, llamando incansablemente, pese a ir perdiendo la esperanza de obtener respuesta poco a poco. Los oídos le zumbaban cuando se apoyó en el tronco de un árbol cercano a descansar; era incapaz de detener sus ojos, que escrutaban su entorno sin detenerse en ningún momento, atentos a cualquier mínimo indicio de la presencia de los demás.
Elinor, jadeante, trató de ordenar sus pensamientos. Estaba de vuelta en Inglaterra, de eso no le cabía la menor duda. Aquel lugar nada tenía que ver con sus amada Narnia; eran los alrededores de la casa de la tía con la que se estaba hospedando aquellas semanas.
Estaba sola, sin Edmund, sin Lucy, sin Susan, sin Peter, sin Caire. Completamente sola en aquel lugar que, pese a que no le era desconocido, se sentía como si lo fuese.
¿Cómo había regresado a Inglaterra? Había pasado tanto tiempo lejos de aquel lugar...
Desesperada, se acercó al lago, al que había evitado aproximarse demasiado durante su búsqueda. Tan pronto como vio su rostro reflejado en el agua enturbiada ahogó un grito.
Era ella, tal y como lo había sido en el momento en que había llegado a Narnia. ¡Incluso llevaba la misma ropa, como si no hubiera pasado ni siquiera un instante desde su marcha!
Aquello, no obstante, era imposible. Habían transcurrido años: ella había crecido, había dejado atrás todo rastro de la niñez. ¿Cómo era posible que todo aquel tiempo vivido no hubiera pasado allí?
Si no se sintiera tan absurdamente real, Elinor hubiera podido convencerse de que era un sueño. Pero considerar siquiera aquella idea era absurda. ¿Cómo iba ella a soñar algo como Narnia, algo como la vida que allí había tenido? Ni siquiera una imaginación prodigiosa podía llegar a tanto.
Con la vista fija en su reflejo en el lago, Elinor se arrodilló hasta quedar en cuclillas. Devolviéndose a sí misma la mirada de sus ojos, excesivamente abiertos, la Tenaz susurró:
—Aslan, ¿qué está sucediendo?
Solo el canto de un pájaro que cerca volaba le respondió.
volvieron mis niñas!!!!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro