XXXVII
Capitulo 37: Aguas frías y corazones rotos
Elizabeth lloró hasta quedarse dormida, sus ojos azules quedaron secos tras tanto tiempo de lamentarse y su escolta no se separó de su lado aunque estaba el riesgo de que alguien pudiera venir a descubrirlos. Meliodas la había tomado entre sus brazos para cargarla, la metió en su cama quitando sus zapatillas de tacón y con todo el cuidado que podía le quitó la corona y fue quitando cada broche que mantenía su cabello peinado.
Fue liberando su cabello para que su cabeza descansara y cada mechon que sacaba salía con pequeños rulos a consecuencia del peinado que tenía. Cuando todo su cabello quedó suelto de nuevo, Meliodas lo besó con amor y la cobijó con cuidado de no despertarla. Finalmente se inclinó hasta poder depositar un último beso sobre su frente, recibiendo un sollozo de la princesa dormida, luego besó sus dulces labios con dulzura, chupando ligeramente su labio inferior logrando por fin que ella sonriera entre sueños y usando toda su fuerza de voluntad, salió de su habitación.
Debían de seguir manteniendo las apariencias. Gente iba a ver a Elizabeth a horas aleatorias y no podían verlo salir de sus aposentos, escucharlo adentro o incluso descubrirlos en una situación comprometedora. Su rutina se había vuelto casi perfecta, pues cuando él se daba cuenta de cuánto tiempo llevaba dentro con ella, salía un poco solo para seguir con su trabajo y por suerte toda la gente que preguntaba por la princesa solía ir cuando él salía.
En cuanto abrió la puerta para salir de su cuarto, con el rostro cubierto en pena y la mirada baja, Meliodas suspiró y volvió a dirigirle una última mirada a la dulce mujer dormida. Cuanto desearía poder quitarle la tristeza, cuanto desearía quitarle todos sus problemas y solucionarlos con tal de verla feliz, lamentablemente no podía y solo era capaz de acompañarla en su pena.
Cerró la puerta con cuidado para no hacer mucho ruido, volvió a suspirar extrañando ya esos brazos delgados y cálidos que lo abrazaban, pero en cuanto se dio media vuelta para ponerse en posición, su mundo se tambaleó. Una persona estaba justo afuera, a unos pocos metros de distancia, mirándolo con sorpresa y enojo.
Solaad, el músico de la corte lo había descubierto saliendo de los aposentos reales.
Tratando de aparentar lo que sabía que ya no podía, el rubio su colocó en lo posición adecuada, tensó los labios en una fina línea y dio un paso al frente como siempre lo hacía cuando alguien visitaba a la joven, era su protocolo asegurarse que no fueran miembros del clan demonio, pero ni con ese movimiento el otro rubio pareció reaccionar.
Su rostro estaba revuelto en distintas emociones que pasaban por sus ojos azules, no podía distinguir cuántas eran, pero cuando la predominante fue la ira, Meliodas supo que tendrían un problema.
—¿Qué hacías dentro de los aposentos de la princesa Elizabeth?—fue directo a la yugular con su pregunta y el de ojos verdes tensó aún más los músculos de los hombros. Su expresión serena y fría no cambio en ningún segundo y su falta de emoción pareció molestar aún más a Solaad—¡Responde! Que seas el "héroe del reino" no te hace intocable, sigues siendo solo un caballero más al servicio del rey y puedes ir a juicio como tal—carajo, sin duda que lo metan al calabozo o que traten de juzgarlo sería una mancha que no solo lo afectaría a él como caballero, si no también a Elizabeth si es que sacaban conclusiones de que él entraba sin permiso a su habitación y para su familia, vivirían con deshonor—¡Así que responde!—parece que no tenía otra opción...
Pero no diría la verdad completa, eso era seguro, al menos no si es que podía evitarla.
—Su majestad, la princesa, solicitó mi compañía dentro de sus aposentos, requería de mi protección debido a que se encontraba observando los ejercicios con los guardianes desde el puente que une su laboratorio con su habitación—habló sin emoción en su voz, aunque era bastante obvio que estaba pensando demasiado la mandíbula. Su respuesta tan segura pareció disminuir levemente la ira en los ojos de Solaad, quien se cruzó de brazos y alzó una ceja no muy convencido—El rey vino a darle una noticia y eso afectó mucho a la princesa, se encuentra indispuesta en estos momentos, retirate y vuelve en otro momento—su rechazo avivó las llamas de la furia y el otro rubio negó.
—¿Qué sucede con la princesa?—
—No es de tú incumbencia—lo cortó rápidamente, de manera tajante y con hielo en sus cuerdas bucales. Meliodas frunció levemente el ceño, demostrando que comenzaba a irritarse de su visita, sin embargo el contrario no hizo el intento de retirarse—Se encuentra indispuesta en estos momentos, vuelve en otro momento—
—Deseo decirle algo importante—
—Si es tan importante, dime lo que deseas decirle y yo pasaré tú mensaje—se cruzó de brazos y se irguio tanto como podía para verse más alto. Su intento de imponerse pareció funcionar, pues una gota de sudor frío recorrió la frente de Solaad quien tembló ligeramente—La princesa decidirá si quiere verte o no, ¿Cuál es tu mensaje?—
—Es privado y necesito decírselo en persona—refutó.
—Pues entonces vuelve después, cuando pueda recibirte—era bastante obvio que Meliodas no iba a moverse de su lugar y por su puesto, era aún más obvio que no iban a llegar a ningún lugar si seguían de esa forma.
Justo cuando Solaad pareció ceder ante lo que el caballero le estaba diciendo, un sonido dulce y armonioso desde el interior los tensó a ambos aún más y Meliodas se encontró peleando entre el caballero y el hombre de nuevo.
—Mel...—la delicada y ronca voz de la princesa del reino se escuchó desde adentro. El escolta se tensó ante la mirada sospechosa que Solaad le dedicó, pero se obligó a si mismo a no dar media vuelta—Meliodas—volvio a llamarlo, tenía la esperanza de que ella estuviera hablando en sueños—¡Meliodas por favor ven a mi! ¡Te necesito!—No, definitivamente no estaba dormida.
Algo había perturbado su sueño, seguramente una pesadilla y con lo sensible que se encontraba por la reciente noticia, seguro que deseaba tenerlo a su lado consolandola.
—Vuelve en otro momento—fue lo único que le dijo al músico, antes de darse media vuelta y abrir la puerta de los aposentos de la princesa.
—Ya puede recibirme, ¿Por qué volver después?—Meliodas le mostró unos ojos fríos que amenazaban con partirlo en dos, pero Solaad se mantuvo en sin moverse pese a todo.
—¡Mel ven a mi!—se escuchó su sollozo y el de ojos esmeralda supo que no podía seguir con esa pelea estúpida entre el músico y él.
—Vuelve después—
Sin poder escapar de la mirada llena de odio que el músico le dedicó, el rubio estuvo por cerrar de nuevo la gran madera cuando aquella voz sonó en su mente.
—No mereces a la princesa del reino, no olvides que solo eres un caballero más a su servicio. No tienes oportunidad—él tensó la mandíbula, tratando de evitar soltar palabras que sin duda los pondrían aún más en evidencia e ignorando al contrario cerró la puerta.
Suspiró buscando controlarse para dedicarme su mejor cara a su masa y luego volteo a verla, con aquellos ojitos azules rojos de tanto llorar y extendiendo sus brazos rogando por un abrazo.
Meliodas no dudó en aproximarse a ella, sentándose en la cama para poder sostenerla y la abrazó con fuerza temiendo que podría ser la última vez que podría hacerlo.
—Tranquila, ya estoy aquí—susurró contra su oído, besando delicadamente su frente y comenzando caricias en su espalda—Vuelve a dormir un poco—la princesa negó y se aferró a él con fuerza.
El rechinido de la puerta de madera al abrir lo puso tensó en su lugar, sacando conclusiones de quién podía ser, pero aunque trato de separarse de ella, Elizabeth se aferró a su túnica con fuerza y recostó su rostro en su pecho sollozando débilmente.
No parecía importarle o tal vez ni siquiera había escuchado la puerta.
Sabiendo que seguramente Solaad ya se encontraba viendo eso, Meliodas no tuvo otra opción más que suspirar, tomar con delicadeza el cuerpo de la princesa entre caricias en su cabello y se dedicó a consolarla.
—No te vayas por favor, quedate a mi lado—
—Necesito volver a hacer guardia—murmuró, pero ella se negó—Princesa Elizabeth...—
—No, quédate conmigo, por favor no me sueltes—No sabía que cada una de sus palabras era una estaca contra el corazón de Solaad, que se encontraba paralizado ante la escena y que no sabía si irse o llorar.
Consciente de que no lo dejaría ir, el de ojos verdes la hizo levantar su rostro cubierto de lágrimas húmedas y unas cuantas más secas y la hizo mirarlo directamente con seriedad, tratando de aparentar algo que se había caído ante los ojos azules del otro rubio.
—Entonces dame la orden—susurró—Estoy para cumplir cada uno de tus deseos y caprichos, da la orden y me quedaré a tu lado—el fantasma de una sonrisa decoró los labios de la deprimida princesa quien se irguio en su lugar, sin soltarlo y luego asintió.
—Meliodas, como mi caballero escolta, te ordeno que te quedes a mi lado en esos momentos y rompas tu formación de guardia—comenzó, sus manos subieron hasta las mejillas bronceadas de su amado y lo sostuvo con delicadeza—Quedate al lado de tu princesa y consuelame—
—Sus deseos son órdenes—agachó la cabeza a modo de reverencia y se puso de pie ahora libre del agarre fuerte de la joven.
Al darse media vuelta, los ojos vridriosos y doloridos de Solaad lo recibieron y Meliodas solo pudo formar una mueca y mantenerse firme. Solo hasta ese momento Elizabeth se dio cuenta de que los estaban observando y todo el color que había recuperado, volvió a irse ante el miedo de ser descubiertos.
Sus iris azules pasaron de un rubio al otro, temerosa de que tanto vio el músico del reino como para sacar conclusiones y sobre todo, molesta de que su intimidad se viera rota.
—¿Qué haces aquí?—comenzó con temblor en su voz y el ceño fruncido—No te di permiso para entrar a mis aposentos—Solaad tembló aún más ante esto y solo hasta ese momento reaccionó de lo que había hecho. Ay carajo, se había metido a la habitación de la princesa sin permiso movido solo por la ira—¡Fuera! Y agradece que no planeo decirle nada a mi padre—al menos tenía ese alivio, sin embargo, su corazón roto en pedazos le impedía sentir felicidad por no verse envuelto en algún problema y sus ojos azules pasaron a los verdes.
—La princesa te recibirá en otro momento, si es que ella lo desea. Tú intromisión es inaceptable, así que lárgate antes de que sea yo quien te saque—era una amenaza por parte del caballero escolta, una que sabía que haría contra cualquiera que intentara entrar a la fuerza a la habitación de Elizabeth, pero ahora sabiendo lo que sabía, Solaad no podía evitar verlo como una clase de venganza personal.
Movido solo por el dolor de un amor roto y no correspondido, el pequeño rubio sorbió por la nariz, parpadeó varias veces intentando no derramar lágrimas y finalizó con fruncir el ceño y apretar los puños.
—No la mereces, ella es tan pura y tú...—fueron sus últimas palabras antes de salir de ahí y cerrar la puerta detrás de si.
Por fin solos Meliodas soltó un suspiro para dejar salir la tensión que se había aculado desde que lo había visto afuera, se dio media vuelta tratando de no ver el rostro de preocupación de su amada, se quitó la espada para dejarla a un lado de la cama y finalizó con quitar sus botas y recostarse a su lado.
Le abrió los brazos indicando que podía acercarse y ella no dudó en abrazarlo para recostarse en su pecho.
Duraron varios minutos en completo silencio, solo viendo a la nada y compartiendo su calor, hasta que la joven alzó el rostro y tembló.
—¿Qué vamos a hacer?—otro suspiro salió de los labios de Meliodas, quien negó en silencio—¿Qué pasa si le dice algo a mi padre o si comienza a esparcir un rumor nuestro?—él también estaba pensando en lo mismo, sin embargo, no quería dejarse llevar por el pánico.
—Dudo que haga algo—lentamente, la princesa del reino fue moviéndose hasta quedar sobre él, irguiendo su espalda y usando sus manos sobre su pecho para sostenerse y el blondo la tomó por la cintura—No parece la clase de persona que acusa de algo tan grave, mucho menos si se trata de ti—
—¿Por qué lo dices?—
—Esta enamorado de ti—sus palabras causaron en Elizabeth un efecto inmediato. Sus ojos se abrieron con sorpresa ante una revelación así y su cuerpo tembló—Lo sospeché por tantas canciones en tu nombre y los poemas que suele mandarte, pero lo de hoy solo confirma mis sospechas—dejó salir un poco de aire y gruñó—Pero no lo culpo, es inevitable no amarte. Eres tan dulce y hermosa, tan dedicada e inteligente. Le robas el corazón a todos tan como me lo robaste a mi—sus palabras dulces la hicieron enfojecer, pero aunque la halagaba, no podía evitar sentirse nerviosa.
—Pero si está dolido, con mayor razón podría intentar hacer algo contra ti o...—
—No—buscó calmarla al interrumpirla y sonrió—Solo está dolido, ha sacado conclusiones ciertas desde el dolor, pero dudo que diga una palabra de lo nuestro—los movimientos de la princesa cada vez se iban haciendo un poco más pronunciados y lo que comenzó como una forma de llevar la conversación se fue transformando en algo más. Los jadeos en los labios del rubio fueron una alerta y la sensación de algo que se endurecia en si mismo hizo que su mano la detuviera—¿Qué haces Elizabeth?—
—Por favor, te necesito—llevaban varias semanas sin tener intimidad, se atrevía a decir que quizá varias lunas, no porque no quisieran si no porque la princesa cada vez era más requerida en asuntos del pueblo y no tenían tiempo como para eso—Por favor—sus manos fueron hasta los listones de su vestido, comenzando a quitarlos y Meliodas jadeó de nuevo por el deseo.
—No lo sé, ¿Qué pasa si Solaad vuelve? ¿O si llama a alguien para que venga?—
—Con mayor razón quiero tenerte ahorita por si es la última vez—dudaba mucho que fuera la última vez, pero él sabía que ella lo necesitaba.
Era su turno de cuidarla y consolarla.
Haciendo uso de su fuerza, Meliodas los hizo cambiar de lugar para recostarla sobre la cama, admirando su rostro sorprendido y sonrojado. Luego la miró con amor y dulzura y comenzó su acto de adoración besando sus labios con intensidad.
Sus manos se acariciaron mutuamente mientras se deshacían de las barreras, sus labios masculinos recorrieron cada parte de la princesa, despertando sus terminaciones nerviosas para hacerla sentir mucho más, su juego de seducción lo llevo hasta probar de su fruto prohibido y cuando lo hizo, los sonidos de gratificación y sorpresa de su amada solo lo hicieron sentir feliz. No era la primera vez que comía de ella, pero siempre adoraba la reacción de su cuerpo al recibirlo. Tan bello y dulce, el verdadero manjar de una diosa y él tenía todo el honor de poner consumirlo.
Cuando llegó el momento de unirse de nuevo, Meliodas aprovecho para llenar de besos todo su rostro, susurrando palabras de aliento contra sus oídos logrando sacarle las lágrimas a su amada y se unieron entre gemidos como podían hacerlo.
Sin embargo fue diferente a las veces que él tenía el control. Solía ser dulce y tierno siempre, haciéndolo con delicadeza y sin acelerar. Esta vez, en cambio, sus movimientos empezaron rápido logrando enloquecer a la princesa de placer y gracias a ese lenguaje corporal, ella supo que era un consuelo para ambos.
A ella la estaba adorando, logrando que su mente se pusiera en blanco debido a la rudeza y que solo pudiera pensar en ellos y en su unión, alejando cualquier pensamiento sobre su padre o las fuentes sagradas. Él en cambio, usaba su rudeza de manera de calmar los celos que tenía hacia el músico, no porque pensara que podían separarse, si no porque el solo hecho de pensar que Solaad también la ama le daba punzadas de una ira que no quería sentir.
Lo mismo que ella siente cada vez que recuerda que Zaneri está enamorada de él. Saben que se pertenecen el uno al otro, pero aquella sensación amarga siempre les causa una pequeña punzada que se cura con su amor.
"—Siempre somos tan parecidos—" pensó ella para si misma, hecha un desastre de gemidos mientras su amado atendía su cuello y sus manos acariciaban con dulzura su piel "—Solo él y yo...—" fue su último pensamiento antes de perderse en una neblina blanca de sensaciones y sus manos se sferraronn con fuerza a las sábanas, sollozando por el placer y recibiendo todo lo que su amante le daba.
Su acto culminó cuando los dos pudieron liberarse de nuevo. Sus cuerpos temblaron ante las sensaciones tan fuertes y ella tuvo pequeñas convulsiones intentando recuperarse de su apasionado encuentro. Meliodas se dejó caer sobre ella, exhausto, inhalando grandes bocanadas de aire tratando de controlar su propio temblor, pero fue interrumpido por una risita y unas caricias sobre sus cabellos rubios.
—¿Podrías...?—comenzó la joven, sin aliento y con su hermoso rostro cubierto de rojo junto a una capa de sudor—¿Podrías hacer eso más seguido?—las mejillas de melodías se pusieron aún más rojas de lo que ya estaban, reaccionando de lo rudo que había sido con la princesa y estuvo por pedir disculpas cuando ella lo calló con su dedo—Por favor, adoro cuando eres así de rudo—el caballero balbuceó varias respuestas incoherentes debido a la vergüenza de haber dejado salir parte de sus deseos reales, pero como no podía articular palabra, asintió, sonrojado—Te lo agradezco, amor mio—susurró con ternura abrazándolo fuerte para evitar que alguien pudiera escucharlos.
—Te amo—murmuró Meliodas al recuperar el aliento—Y haré lo que sea por ti, incluso dar mi propia vida—
Ahora solo quería disfrutar de su unión, ante la expectativa de que algo pudiera suceder con su relación.
—Ten buen viaje, princesa Elizabeth—Merlin estaba ahí para despedirla como solía hacer cuando tenía tiempo. La mujer azabache, le dedicó una sonrisa algo triste, pero aún así mantuvo sus ojos con la serenidad de siempre—Y tampoco te exijas demasiado—
—No lo haré—prometió vagamente, siendo ayudada por su escolta para subirse del caballo. Por suerte siempre se mantenía a su lado, gracias a su encuentro del día anterior aún sentía sus piernas algo débiles así que sin duda no podría subir al caballo sin sus ayuda—Visitaré cada fuente sagrada y solo volveremos cuando necesite algún descanso—
—¿Cuál es su primer destino?—
—La fuente del poder—asintió. Aquella fuente quedaba ubicada en Vaizel, la zona que quedaba al noreste del reino y que se encontraba al lado del volcán de la muerte. Una tierra pacífica donde casi no había poblaciones y donde el Bastion de Vaizel entrenaba caballeros. Meliodas sabía de eso—Hace mucho no la visito, estaré ahí unos días, después iremos a la fuente del valor donde meditaré un tiempo y regresaré al palacio para mí cumpleaños—
—¿Cuál es tu plan?—los ojos de la princesa demostraban cierta pena y sobre todo un poco de esperanza, ero aún así no respondió.
Su cumpleaños era en dos lunas, tenía el tiempo suficiente de volver al palacio tras visitar las fuentes y luego cumplir con lo que sería su última esperanza.
—Debemos irnos—murmuró, el sol comenzaba a salir, bañando con colores tenues la ciudadela del reino y Merlin asintió. Todo parecía ir en orden, nadie los había visto raro, su padre no había ido enfurecido a llevarse a Meliodas o a castigarla a ella. Antes de partir, la princesa logró captar la silueta de Solaad, quien se mantenía lejos observandolos y sobre todo, mirando de mala manera al rubio quien solo prestaba atención a la princesa.
Elizabeth no hizo algo por intentar saludar, sabía que él joven estaba dolido y no quería aumentar eso, tan solo miró a Meliodas con una sonrisa y acostumbrada a que su padre no iba a despedirla, movió las riendas de su caballo.
Él estaba observándola y dándole su bendición desde alguna de las ventanas del palacio, eso lo sabía y se había acostumbrado a eso, de alguna manera el amor de su padre llegaba hasta ella pese a que sus acciones la lastimaban y los dos amantes salieron de los muros del palacio en silencio, para mantener las apariencias.
Fue volver a la rutina que habían llevado antes, para su suerte, al menos ya no tendrían que preocuparse porque alguien de la servidumbre pudiera descubrirlos, era el único alivio de toda esa situación, sin embargo saber que nuevamente volverían a esos lugares amargó los pensamientos de los dos.
Los días de viaje fueron cálidos, hablaron y rieron, Elizabeth capturó las imágenes del paisaje como solía hacerlo cuando le gustaba demasiado y la semana y media de viaje sin duda estuvo llena de sus momentos de amor. Al volver al aire libre, los dos pudieron contar estrellas estando en los brazos del otro, vieron luciérnagas adornar los pastizales del reino y trataron de mantener los ánimos arriba pese a que cada vez se acercaban a lo inevitable
Cuando al fin llegaron, Meliodas admiró la llamada "fuente del poder" y tragó en seco. Era un lugar al aire libre, la entrada podía ser desde una cueva que revelaba las abiertas cascadas desde arriba. El agua caía en un sonido que aturdia y se acumulaba en la laguna que sería el templo de la princesa.
Entraron al lugar en silencio, sabiendo que se avecinaba lo que los dos tanto odiaban, dejaron a los caballos pastar y descansar tras días de viaje. Los dos cubrieron la entrada con lianas aunque se podía ver todo desde arriba y se mantuvieron en los pisos de piedra admirando la estatua de la deidad suprema siendo bañada por aguas frías.
Elizabeth suspiró, mirando su vestido de meditación que traía entre sus brazos y con confianza, comenzó a quitarse sus ropas de viaje para cambiarse.
Meliodas no se quedó atrás, la ayudó a ponerse lista con mucho cuidado, besando sus hombros desnudos en el proceso, asegurando su vestido blanco. Le colocó sus adornos de oro, el sencillo collar en su cuello y sus brazaletes que representaban las cadenas que ha llevado por 10 años.
—Te lo ruego—susurró Meliodas antes de que ella diera un paso al frente. Los estaban tensos y el rubio sentía que podría morir. Era plena tarde, ninguno de los dos había comido y el hombre suspiró aferrándose a la cintura femenina—No te desgastes mucho, por favor. No quiero tener que sacarte de esas aguas frías inconciente de nuevo—
—No lo haré—aseguro serena—Pero conoces las reglas Mel, no me distraigas y no entres a las aguas. Yo saldré cuando lo vea necesario—tenia esperanza de que así sea, no podría soportar tener que verla por días desgastando su vida rogando en silencio por un milagro.
Ninguno de los dos dijo algo más, Elizabeth se adentró en las aguas frías de la fuente sagrada sintiendo su piel gritar ante esto, aguantó los temblores que amenazaban con revelar el frío de muerte que la recorrió y cuando el agua llegó hasta su cintura, se detuvo. Con lágrimas en sus ojos la princesa alzó la cabeza hasta admirar la estatua de la diosa y luego sin esperar juntó sus manos y comenzó a rezar.
Meliodas no se movió de donde estaba, le dio la espalda a su amada para cuidar la entrada de la fuente y agudizó sus sentidos para prevenir algún ataque desde arriba.
Las horas pasaron en un silencio sepulcral donde el héroe apenas podía escuchar los murmullos de su amada rogando a los cielos por un poco de clemencia. La princesa del reino de paso las siguientes horas suplicando y aplicando que cumplieran su gran deseo, esperando por unos momentos sentir algo en su interior.
Lo que sea, ¡Cualquier cosa! Algún indicador que le hiciera saber que tenía poder dentro de su sangre y que hacer eso valdría totalmente la pena. Un poco de calor, un impulso poderoso, un susurro de las diosas que la consuele.
Pero nada respondió a su llamado, lo único que sintió fue frío, desolación y decepción. Abría sus ojos azules para admirar la sonrisa fría de la estatua, miró al sol ponerse y a la luna salir, escuchó los grillos comenzar su canción acompañando su plegaria y cuando las piernas le temblaron y las energías la abandonaron.
Suspiró.
Fue el primer sonido real que hizo por horar, por lo que Meliodas se tensó rápidamente y se mantuvo alerta esperando cualquier cosa.
—El poder sagrado que la familia real ha heredado para enfrentar a Estarossa, puede despertarse mediante plegarias—la albina alzó su rostro, clavando su mirada azul en la cara de piedra de la diosa—O al menos es lo que he oído siempre, pero mi madre...—hablar de ella le dolía tanto como a Meliodas le dolía hablar de su madre. El rubio dejó caer los párpados, escuchando a su amada expresar sus pensamientos y apretó los labios—Creia que algún día despertaría el poder sagrado y podría escuchar a los espíritus como mis antepasadas lo hicieron, pero yo nunca he podido sentir o escuchar nada—ver el rostro de la diosa le daba náuseas, eran muchos recuerdos malos admirando aquella piedra estoica y ninguna respuesta.
»—Mi padre insiste en que deje de hacer mis investigaciones y me esfuerce más, pero...—su voz se cortó y sus brazos al fin flaquearon golpeando las aguas con frustración y desviando la mirada al suelo. ¿Cuánto más tendría que rogar por algo que tal vez jamás tendría?—¡Él sabe mejor que nadie que he pasado toda mi vida rezando, he suplicado en los lugares ligados a las antiguas deidades y aún así el poder sagrado no ha respondido a mi devoción—alzó sus temblorosos brazos, abrazandose a si misma buscando un poco de calor y una de sus lágrimas salió hasta unirse a las demás aguas—Te ruego que me digas...—Meliodss se dio media vuelta para admirarla—¿¡Qué estoy haciendo mal!?—
Y entonces su llanto comenzó de verdad y el corazón de los dos se rompió ante la desesperación y la duda.
El rubio se acercó hasta el borde del agua sin llegar a tocarla y extendió sus brazos pese a que su amada no podía verlo.
—Ellie, necesitas descansar—la albina sorbió por la nariz, dándose media vuelta para ver al hombre que ama extenderle su consuelo y asintió lentamente, avanzando hacia afuera.
—Tienes razón...necesito un descanso—murmuró y se apresuró a correr hacia él, sosteniendo al rubio como si de eso su vida dependiera y Meliodas la sostuvo, cargándola con dulzura y sacándola de aquel lugar para darle un poco de calor.
Cómo lo hizo la última vez, encendió una fogata y acercó a su amada al fuego para que sus piernas dejarán de temblar, tomó las mantas que habían empacado para colocarla sobre sus piernas y luego le puso su capa en sus hombros.
Sacando la olla en la que siempre solía cocinarle, el rubio comenzó a prepararle la cena, mientras su amada se mantenía absorta en sus pensamientos y le extendió un plato de calida sopa de hongos con hierbas que preparo con los ingredientes que estuvo recolectando durante los días de viaje.
La princesa le agradeció comenzando a comer con rapidez para llenar el vacío en su estómago y se recargó en el hombro de su escolta suspirando.
—No hay nada malo contigo—Elizabeth alzó la mirada para observó, pero Meliodas tenía los ojos fijos en el fuego—No haz hecho nada mal, solo haz cumplido con las órdenes que te han dado. No entiendo porque las diosas no han respondido a tu devoción, pero si sé que no es por culpa tuya—por fin la miró y la seguridad y verdad en sus ojos ayudó a calmar un poco del dolor en su pecho.
Elizabeth asintió, con una leve sonrisita y disfrutó de un poco más de comida en un silencio más pacifico, tratando de no voltear a ver la estatua de la diosa que sonreía sin parar.
No voy a relatar mucho los hechos en las fuentes, porque la verdad no tiene sentido.
Son repetitivos y siempre son iguales, llegan, Elizabeth se prepara, reza hasta el cansancio y Meliodas la consuela por lo que no voy a repetir las cosas, no quiero aburrirlos ^^"
En fin. ¿Qué les pareció? ¿Les gustó? Espero que si ✨
Disculpen faltas de ortografía y nos veremos después.
Adjunto foto de la fuente del poder
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