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XXXIII

Capítulo 33: Vísperas del festival

—Que tengan un buen viaje—Los despidió Zhivago con palmadas en los hombros y buenos deseos.

—Gracias por su hospitalidad, majestad—

—Siempre que visiten mi dominio, serán recibidos con todo gusto—se inclinó ante la princesa con gracia sin desvanecer su sonrisa y la joven volteo a ver a su escolta personal, quien le hizo la seña de que sus animales estaban listos y podían partir.

A primera hora del día, ambos se habían levantado dispuestos a irse. Se detuvieron a compartir el desayuno con la familia que reinaba el territorio y en cuanto terminaron, salieron para que les entregaran a sus caballos.

La princesa y el caballero se subieron en sus respectivos animales, tratando de ignorar como el caballo de Elizabeth soltaba un bufido al sentir su peso y comenzaron a andar por el puente siendo despedidos por todos.

—Espero volver a verte pronto, Meliodas—el susodicho se despidió de Zaneri con la mano, intentando apagar su sonrisa para evitar dar algún espectáculo frente a la multitud y se dedicó a mantenerse detrás de la princesa mientras se despedían de la gente.

—¡Hasta pronto majestad!—gritaron unos.

—¡Mire Sir Meliodas, gracias a usted aprendí a nadar!—le gritó un niño desde abajo del puente chapoteando con su pequeña aleta.

—¡Que tengan un maravilloso viaje!—

—¡Esperamos que vuelvan pronto!—

Así se despidieron, alejándose poco a poco y siguiendo el camino iluminado que todo mundo debía de cruzar. Ahora debían de regresar al palacio para darle todos los informes a su padre de como su misión había sido un éxito y podrían dedicarse a ayudar en el festival de las razas.

Tras varias horas en silencio, hasta que ambos se aseguraron de que no eran seguidos, las rosas complices salieron de sus labios y Meliodas apresuró a Hawk hasta quedar al lado de su amada.

—Casi nos descubren—murmuró y Elizabeth enrojeció.

—Lo lamento, pero no iba a poder dormir sin ti—ambos rieron nuevamente y el rubio dejó salir un suspiro de alivio—Gracias por haberme dejado quedarme—

—Cumpliré todas tus ordenes y lo sabes—le sonrió, sin embargo, Elizabeth formó una mueca un poco amarga frunció el ceño. Al ver eso el blondo alzó una ceja claramente confundido y estiró su mano hasta poder tocar el brazo de la princesa—¿Qué sucede?—

—¿Alguna vez cumpliste con una orden mía que no querías cumplir?—murmuró y el oji verde se tensó. Haciendo un poco de memoria, lo único que podía pensar era en aquellas veces que ella todavía lo odiaba y le impedía seguirla, pese a que él no quería. Asintió con la cabeza y los ojos azules de la joven se llenaron de lágrimas—Lo lamento—

—No debes disculparte por nada, tus ordenes son mi ley y las cumpliré sin preguntar—

—Pero yo no quiero eso—murmuró—Quiero decir, frente a todos sé que debe ser así, pero cuando estemos solos quiero que tú tengas voz y voto, si no quieres hacerlo puedes decirlo y juro no molestarme—el joven alzó una ceja, no muy convencido y resopló.

—No sé si pueda hacer tal cosa—negó—Te amo y lo sabes, pero sigo siendo solo tú caballero—Elizabeth dobló sus labios hacia abajo claramente no muy convencida por eso—Si algo me molesta te lo haré saber hasta después de haber cumplido, siempre voy a atender tus órdenes porque no somos iguales. Tú eres la princesa, yo solo tu escolta, debo cumplir todos tus mandatos—

—Espero algún día eso cambie—se alzó de hombros, pensativa.

—Tal vez cuando derrotemos a la bestia oscura y me den el titulo oficial de "héroe"...—le sonrió intentando animarla—En ese momento podré usar mi voz para otras cosas—el brillo en aquellos ojos esmeralda terminó de tranquilizarla. En aquellos momentos Elizabeth no pudo entender bien a qué se refería con "otras cosas" pero la felicidad que él parecía irradiar con ese pensamiento bastaba para saber que sería algo muy bueno.

No quiso seguir con esa conversación, ya había escuchado lo suficiente y además no se sentía con muchos animos de insistirle sobre lo que quería. Parece que esa sería la única orden que él se negaría a atender y comprendía las razones, tan solo la desanimaba.

Quería que ambos estuvieran en igualdad de condiciones, que ambos pudieran decir las cosas, lo que querían y lo que no, para así tener una relación más justa. Se sentía un poco mal de saber que sin importar la orden, Meliodas iba a cumplirla como una muñeca de trapo sin pensamientos ni voluntad, no deseaba eso para su rubio, deseaba que fuera libre de cualquier atadura con la familia real.

Aunque aún faltaba tiempo para eso, tendría que ser un poco más paciente.

Tras varias horas más de camino. Varias nubes de lluvia se pudieron sobre sus cabezas, grises y pesadas por tanta agua cargada. El escolta gruñó un poco al verlas y tras sentir la primera gota de agua caer sobre su nariz, se detuvo y buscó con la mirada algún refugio.

—¿Mel?—él se quedó en silencio, buscando concentrado. No había cuevas para su mala suerte y tampoco se veían troncos caídos, lo único que podían usar eran los árboles, pero todos los que estaban en el bosque eran pequeños y delgados, no iban a cubrirlos de la lluvia.

—Se acerca una tormenta—murmuró. Los ojos azules de la joven se desviaron al cielo para admirar las nubes de un color gris oscuro y sacudió su nariz cuando una gota cayó sobre está—Debemos encontrar un refugio— Pero no se veía nada confiable como para poder cubrirse del agua fría, no deseaba que su princesa enfermara, menos cuando estaban a días de llegar al palacio y no sabría cómo tratar su enfermedad al aire libre.

No fue hasta que vio un gran árbol frondoso en la cima de una colina, junto a un pequeño altar dedicado a la deidad suprema, que se apresuró a hacerle la señal a la princesa de que lo siguiera. Ahí estarían a salvo de la lluvia por un tiempo.

La joven lo hizo de inmediato, dándole la orden a su necio caballo de seguir al héroe y los dos terminaron debajo de la sombra de aquel árbol en solo dos minutos, para cuando ella se sentó en los bordes de una piedra, un intenso trueno sonó sobre sus cabezas y más gotas comenzaron a caer cada vez con más rapidez.

Meliodas suspiró aliviado al darse cuenta que se refugiaron justo a tiempo y volteo con rapidez para ver como su princesa se abrazaba a si misma por la brisa. El caballero caminó hasta el caballo blanco de la joven para buscar entre sus alforjas y sacar la capa real de la albina. Se la colocó sobre los hombros ganándose una sonrisa de parte de la albina y la abrochó con seguridad.

—Debes cubrirte bien, se acerca el invierno y no quiero que enfermes—

—Que dulce de tu parte—alzó su mano para acariciar su mejilla. Meliodas sonrió disfrutando de la calidez de la mano femenina, pero antes de que el contacto pudiera volverse más amoroso, se separó—¿Qué sucede?—

—Estamos al aire libre—por supuesto, Elizabeth olvidó por un momento que seguían sin poder mostrar su amor con libertad, el camino estaba despejado, pero cualquiera que pasara por ahí podría ver sus muestras de afecto y empezar a esparcir chismes.

Se pondría en duda el honor de Meliodas.

Se pondría en duda su pureza como princesa.

Se pondrían en duda los valores de Meliodas.

Y no querían que el rey pudiera sospechar de lo suyo, estaba segura de que iba a separarlos. Su padre siempre la alejaba de aquello que consideraba como una distracción.

—Claro—murmuró desanimada, pero aún así sonrió. El frío de la lluvia y el aire le caló en sus huesos por lo que escondió más sus brazos detrás de la capa y observó como su amado suspiraba admirando el paisaje húmedo y grisáceo—¿Tú no tienes frío?—

—Estoy bien—le sonrió y luego volvió a mirar hacia la lejanía del precioso reino. Elizabeth suspiró temiendo que su amado pudiera enfermar, pero antes de insistirle, desvió sus preciosos ojos azules hasta la espada sagrada, la princesa admiró el arma del héroe que estaba destinado a salvar su reino.

Una chispa de emoción cruzó su rostro y el blondo volteo a verla al sentir su penetrante mirada sobre su espalda.

—¿Todo en orden?—

—Creo que nunca te he visto entrenar con la espada—murmuró y Meliodas se sobresaltó—Dime, ¿Eres tan experto que ya no necesitas de entrenamiento?—

—Elizabeth...—advirtió en voz baja. Él sabía que ella tenía cierto conflicto con la espada, el saber que se le acababa el tiempo, el saber que mientras él dominaba su destino ella todavía estaba estancada en el inicio desde hace 10 años. No quería verla desanimada y no deseaba que se sintiera presionada.

Sin embargo, la princesa alzó una ceja confundida y ladeó la cabeza.

—¿No quieres hablar de eso?—

—No es eso—negó el caballero—Solo que no quiero que te sientas desanimada o presionada, sé lo difícil que es para ti bueno...—desvio la mirada, temía que ella pudiera malinterpretar sus palabras. No quería que pensara que la consideraba débil o incapaz, ni tampoco quería que pensara que la creía alguien envidiosa e insegura.

Tan solo...

—Lo entiendo—para su alivio, la mirada de la princesa se tiño de ligera tristeza y sus labios dejaron escapar un suspiro que Meliodas quiso absorber con un beso—Pero admiro mucho tu capacidad de portar la espada y nunca te he visto entrenar. Te he visto usarla en batalla, pero jamás practicar con tu arma—

—Si suelo hacerlo...o bueno, lo hacía—se alzó de hombros, caminando con confianza hasta quedar al lado de la joven y sentarse en la misma roca—La última vez que practiqué fue en el poblado Vogel—la joven sonrió interesada y Meliodas tuvo que poner a trabajar su mente para poder contarle todo—Desde entonces nada—

—¿Podrías mostrarme?—una pequeña risa salió del pecho masculino y ella casi se une, de no ser porque tuvo que fingir enojo—¿Y esa risa Meliodas? ¿Acaso osas burlarte de la petición de tu princesa?—

—Por supuesto que no señora mía—se levantó a hacer una reverencia exagerada hasta que su frente casi tocó el suelo—Por favor perdone a este humilde ciervo sullo que ha pasado reírse—

—Solo lo voy a perdonar si me muestra su entrenamiento Sir Meliodas—nuevamente risas cómplices llenaron el ambiente y el sonido de la lluvia pareció casi desaparecer para sus oídos. Rodando los ojos con diversión, el caballero se dio media vuelta comenzando a alejarse de su amada y con un poco de vergüenza, sacó su arma.

Al instante y ante los asombrados ojos de Elizabeth, el rubio comenzó a mover su arma con toda la elegancia que alguien podía portar. Era como ver un baile, solo que no había musica, Meliodas se movía con gracia y fuerza, sacudiendo la espada de izquierda a derecha en cortes invisibles que dejaban silbando el aire a su alrededor. Incluso sus vueltas parecían estar llenas de un brillo especial que solo él tenía y sus músculos se tensaban con cada muestra.

Lo vio ir hacia adelante, hacia atrás, moverse a ambas direcciones y todo en una danza en la que sus pies ágiles se movían con una velocidad que apenas creía capaz.

Se veía hermoso y fuerte.

Distrayendose solo momentáneamente, sus ojos azules se desviaron hacia el cielo, notando cómo las nubes no parecían irse, al contrario, cada vez se veían más más oscuras sobres sus cabeza y dejó salir el aire.

—No parece que esto vaya a terminar pronto—se quejó y volvió a mirar a su amado mostrarle su habilidad de entrenamiento. Le sonrió con todo el amor que sentía por él y luego recargó su mejilla en su mano derecha—Siempre quisiste ser caballero, ¿No? Por eso elegiste el mismo camino que tú padre—

—Si...—murmuró con cansancio sin detenerse—De pequeño lo anhelaba, después de haber sacado la espada...desee jamás haberlo hecho—ella lo sabía y no pudo evitar hacer una mueca al respecto. Aunque la historia de su amado estaba llena de penas y dolor, no podía imaginar a Meliodas de algo más que no fuera un caballero. Su gran maestría en la lucha parecía nata, como si hubiera nacido con el don para proteger.

—Tu dedicación y entrega para lograr tus metas son dignas de admirar—el rubio hizo un movimiento más antes de terminar con la espada en alto, en la misma posición de ataque con la que comenzó y dejó salir un poco del aire controlando su respiración—La espada hizo muy bien en elegirte Mel. Sé lo que puedes pensar al respecto, pero aquel honor se te dio porque la espada vio en ti al gran guerrero y al gran hombre que eres hoy—

Lo tenía todo, estaba listo para vencer a la bestia, pero ella...

Aquel pensamiento eliminó su sonrisa y sin poder evitarlo bajó la mirada.

Al ver su reacción Meliodas se pusó tenso, sabiendo perfectamente que eso iba a pasar si le mostraba sus habilidades, no por celos o deseos oscuros, si no por preocupación y pena de no poder cumplir con su deber con su reino. ¿Qué clase de princesa no puede proteger a su reino? ¿Qué clase de Reina sería si no puede con sus obligaciones?

—Pero...imagina que no tuvieras las cualidades para ser un caballero...—su amado permaneció lejos, mirando su rostro apagarse ante la duda y el miedo y sujetar sus manos con fuerza—Y aún así te dijeran que, como naciste en una familia de caballero, tú deber es convertirte en uno—un gran trueno sonó en la lejanía y la princesa tembló—Si te lo repitieran sin cesar, ¿Qué camino elegirías?—

El silencio se instaló entre ambos a la vez que el héroe volvía a guardar su poderosa arma en la funda. Sus ojos verdes se quedaron mirándola atentamente, esperando la mínima señal de que su amada al fin salió de su propia mente para poder hablar y en cuanto aquella mirada pareció despejarse, se acercó con un suspiró.

—Lo lamento—murmuró de inmediato con una pequeña sonrisa—Por esto mismo no querías mostrarme, lo siento, tan solo me puse a pensar en voz alta—trató de aligerar el ambiente desviando la conversación y esperando que se pudiera olvidar el incidente. Sin embargo su escolta avanzó hasta quedar a su lado de nuevo y luego se sentó con un suspiro.

—Si me lo repitieran sin cesar...—respondió ignorando las disculpas y llamando su atención—Creo que habría renunciado hace mucho—se alzó de hombros y eso desconcertó a la princesa—Pero, si mi deseo de ser caballero fuera más grande que la presión de la gente y mis nulas habilidades...seguiría intentando hasta el final, sin importar cuánto tiempo tarde en lograrlo. Jamás dejaría de lado mis sueños—sus ojos voltearon a verla y un poco de esperanza logró calmar la duda en Elizabeth—¿Sabes cuál fue la primera lección que mi padre me dio como caballero?—la joven negó con rapidez y se acercó más a él curiosa—Su primera lección fue la firmeza. Me enseñó las posiciones principales con el manejo de la espada y cada que veía un error usaba una vara para corregirlo. Si mi pie estaba demasiado a la izquierda, con la vara lo movía hasta dejarlo derecho, si mi rodilla se doblaba, con la vara la extendía...¿Y sabes que me hizo hacer?—

—No—su susurró con la voz temblorosa lo hizo suspirar mientras el recuerdo de la lluvia, los gritos y el dolor volvían a él como si lo estuviera viviendo por segunda vez.

"—¡Tu no puedes mostrar debilidad, aunque tus huesos se estén partiendo, debes seguir firme!—gritó sobre su oído y el pequeño casi se desmaya de la presión—¡Firme Meliodas! ¡Eres un caballero, comienza de nuevo!—Meliodas veía todo borroso, la lluvia, los árboles, el rostro de su madre—¡Firme!—"

—Me hizo repetir las mismas posiciones durante todo el día, sin parar, me puso a repetirlas una tras otra, de manera rítmica y si veía algún error lo corregía y me hacía volver a empezar. Sin importar mis músculos adoloridos, sin importar la lluvia o lo pesado de la espada, sin importar nada, no me dejó parar—

—¿Por qué...?—la voz apenas salía de la garganta de la albina, sus ojos azules estaban llenos de lágrimas de dolor y pena. No podía imaginarse a su amado, un pequeño niño rubio, adorable con las mejillas coloradas sufriendo de un dolor que hasta a un adulto lo hace llorar.

—Porque me enseñó la fortaleza de un caballero—asintió—Sin importar el dolor, sin importar las heridas ni la sangre perdida, sin importar que tus huesos estén rotos o que estés a punto de morir, nunca, bajo ninguna circunstancia, debemos bajar la espada—un jadeo de sorpresa salió de los labios rosados a la vez que una lágrima se resbalaba por su mejilla. Meliodas se apresuró a limpiarla con una sonrisa ligera y negó—Lo que quiero decir con esto, es que sin importar lo que suceda, debemos mantenernos siempre firmes y fieles a lo que somos en nuestro corazón—tocó con suavidad su pecho, justo donde aquel órgano palpitaba—Y es lo mismo que debes hacer tú...—

—Pero Mel...—

—Elizabeth yo sé que dentro de ti está ese poder sagrado de las leyendas, lo sé—sonrió—Solo debes mantenerte firme y serte fiel a ti misma. Confía en ti, eres muy fuerte Elizabeth y estoy seguro de que toda tu valentía y dedicación van a dar frutos en el futuro—sus palabras solo hicieron que ella siguiera llorando.

Más lágrimas cristalinas se resbalaron por sus mejillas a la vez que una sonrisa se extendía por su rostro.

Así que la firmeza...

Algo que amaba de Meliodas era la forma en la que usaba sus palabras sabias. Siempre sabía que decir, siempre sabía cómo actuar y siempre lograba darle una lección valiosa de la vida. Él también había sufrido, muchísimo al igual que ella, pero aún así usaba todo lo aprendido para sanar sus heridas y seguir adelante.

Lo admiraba por eso.

—Te amo—susurró para que solo él pudiera escuchar y la sonrisa en el joven se volvió aún más luminosa.

—Yo también te amo—lastima que no pudieran besarse debido a lo expuestos que se encontraban, pero ya podrían hacerlo, si pasaban la noche en alguna cueva o si llegaban al palacio rápido, podrían disfrutar de algo de privacidad.

—Por cierto...—Sus manos masculinas se extendieron hasta poder limpiar las lágrimas que salían de aquellos hermosos ojos azules—Escuche que un pequeño tritón dijo que aprendió a nadar gracias a ti—Meliodas enrojecio un poco, soltando un pequeña risa y retirando sus manos de su rostro—No pensé que ellos tuvieran que aprender a nadar—

—Su caso fue especial—explicó—Hace tres años más o menos, visité las afueras del dominio sirena, hubo avistamientos de demonios cobrisos así que fuimos a buscar su camapamento. Ahí lo vi, en el enorme río el pequeño estaba temblando con solo meter un pie—se alzó de hombros—De alguna manera tenía miedo, así que decidí ayudarlo y en mis tiempos libres lo enseñé a nadar—

—Eso fue bastante dulce de tu parte— ala vez que su plática comenzaba a volverse más amena, hablando sobre el futuro en el que todo estaría bien, un rayo de luz se extendió sobre ellos anunciando el final de la lluvia que los había detenido.

—¡Princesa Elizabeth, que placer es tenerla de regreso!—a los tres días de viaje, ambos volvieron al castillo con expresión triunfales. Los sirvientes les ayudaron a guardar a los caballos para atenderlos mientras ellos se dirigían hacia sus habitaciones para ponerse presentables.

Elizabeth se dio un cálido baño y finalizó con arreglarse con un hermoso vestido color cobre que caía libre en su cuerpo como el agua. Con ayuda de sus damas, la princesa terminó con su cabello en un bonito peinado que respetaba su largo y con su corona decorando su cabeza. Al verse al espejo casi no se reconoce, pasar tanto tiempo al aire libre, sobreviviendo y sin tantas formalidades hacia que ver a la princesa en su reflejo se sintiera...falso.

Por su parte Meliodas también tomó un baño relajante, colocó su túnica de campeón en el cesto de ropa sucia para que las damas que lavaban sus prendas pudieran dejarla como nueva y se colocó el traje de la guardia real. Necesitaban formalidades ahora que habían vuelto y para su suerte, él estaba acostumbrado a llevar una mascara sin importar el lugar.

Cuando su escolta fue por ella para llevarla con el rey, ambos admiraron la belleza ajena en silencio. No podían decir nada, los muros de piedra escuchaban, solo un par de miradas discretas para poder repasar la figura de la persona amada fueron suficientes como para mantenerlos alegres.

Tras varios minutos en silencio, llegaron por fin a su destino y fue la princesa quien tocó la puerta suavemente. La voz del rey los recibió desde adentro y ambos cruzaron la puerta preparándose para cualquier cosa.

—¡Elizabeth!—el monarca le mostró una sonrisa a su única hija, quien casi salta de felicidad al verlo y se acercó con rapidez a su padre. Sin embargo, el rey no se levantó a abrazarla, permaneció sentado firmando unas cuantas peticiones reales—Veo que estás de regreso, entonces supongo que el trabajo está hecho—

—Si—asintió—Todas las bestias divinas están en funcionamiento, les hice ajustes para que los campeones puedan usarlas con mayor facilidad—

—¡Magnifico!—exclamó y dio un par de aplausos mientras otro sirviente más llegaba con otro rollo de papiro—Ambos hicieron un maravilloso trabajo, bien hecho—la joven no podía sentirse más feliz. Había logrado enorgullecer a su padre y saberlo le llenó el corazón—Vuelves justo a tiempo para los preparativos del festival de las razas y el baile de invierno. Tenemos que empezar a trabajar, una luna se va muy rápido y hay mucho que hacer—

—Si, padre—hizo una reverencia sin deshacer su sonrisa y recibir los papeles que el rey le entregó. En un segundo la princesa ya estaba sentada en el trono, leyendo los papeles con atención y pensando en que podrían hacer.

A su lado Meliodas permaneció estoico, listo para cualquier cosa, agudizando sus sentidos por si alguien intentaba hacerle daño a su princesa y disfrutando de verla tan contenta planeando el festival.

A las tres semanas de un arduo trabajo, todo comenzó a estar en su lugar. Faltaban solo unos pocos días para que comenzará el tan esperado festival y a los dos días sería el baile de invierno, un evento que solo aquellos en la corte podrían disfrutar.

Elizabeth estaba algo estresada, arreglando cosas, recibiendo cargamento y asegurándose que todo estuviera bien. No debía fallar, nada debía de fallar, era la oportunidad perfecta para demostrar la unión entre todas las razas y mantener el vínculo de conexión que los campeones crearon.

Ese festival era la muestra de la unidad, el amor y el compañerismo entre todos.

Cuando el quinto suspiro salió de sus labios, Melioda supo que había tenido suficiente. Se acercó a ella sin que se diera cuenta y antes de que pudiera hacer algo, la sostuvo de las muñecas para llamar su atención. La joven dio un pequeño brinco al salir de su mente y miró a su escolta con los ojos bien abiertos.

—Mel, ¿Todo en orden?—

—No—negó el contrario y apretó ligeramente sus bellas manos—Estas muy estresada Ellie, necesitas un descansado—

—Oh—la joven desvío la mirada, pero negó rápidamente—Descuids estoy bien, solo debo...—

—Debes descansar, aunque sea un poco—

—Meliodas aún hay mucho que hacer—los ojos de ruego que el rubio le dedicó la hicieron casi jadear. Él en verdad se lo estaba implorando, ya no podía soportar verla así de inquieta, así de estresada y saberlo hablando el corazón de la princesa. La joven soltó un suspiro resignado y miró hacia su ventana pensativa, bueno, quizá podría tomarse un pequeño descanso—Esta bien—la sonrisa en Meliodas se extendió de inmediato y caminando hasta su armario, se apresuró a tomar su capa, ante eso la princesa alzó una ceja y se levantó—¿Qué haces?—

—Tomaré tu capa, quiero que vayas a ver los preparativos del festival—su corazón saltó en su pecho y dejó salir un jadeo—Mereces ver tu increíble trabajo, todo el pueblo está feliz y ya han llegado varios miembros de las otras razas a verlo todo. Quiero que veas su felicidad—se acercó para poder colocarle su capa con mucho cuidado y con la misma atención, se aseguró de cubrirle el rostro—Pero iremos cubiertos para que nadie nos vea—

—¿Por qué?—

—No creo que quieras causar...revuelo—se alzó de hombros y tenía razón. Sus presencias causaban de todo en la gente y lo que Meliodas deseaba mostrarle necesitaba que nadie supiera quienes eran.

Debía de ver la naturaleza de su pueblo, aquella que no podía ver con facilidad.

—De acuerdo—aceptó y en unos minutos ambos se encontraron en las calles, cubiertos con unas capas que no dejaban ver sus rostros y tomados de las manos.

Al instante el corazón de la princesa latió emocionado y tuvo ganas de llorar de felicidad.

—¡Con cuidado Marcus, con cuidado!—gritaba un señor hacia su ayudante, quienes estaban bajando gruesas maderas que usarían para contruir unos cuantos juegos. Cuando las tablas tocaron el suelo, el hombre suspiró aliviado y levantó el pulgar—¡Perfecto! Estas maderas son resistentes y finas, la princesa fue muy amable al concedernos su ayuda—Ella lo recordaba, había recibido una petición de un hombre que solicitaba madera fina y especial. Eso iba a requerir un costo extra, pero Elizabeth lo había aceptado y ver la felicidad en aquel señor le hizo saber que había tomado la decisión correcta.

Al otro lado, una mujer cargaba varias cajas de fuegos artificiales con mucho cuidado, asegurándose de meterlos todos en la bodega de su casa para evitar algún accidente y esquivando las antorchas para evitar problemas.

Viendo pasar las cosas, Elizabeth reconoció a varios Gerudo, quienes se encontraban ayudando a unas cuantas mujeres a ordenar unos cuantos materiales y más al fondo podía ver a niños Vogel jugando con niños humanos.

Los Vogel tomaban los brazos de los niños, y usaban sus pequeñas alas para elevarlos unos cuantos centímetros del suelo.

La plaza de Liones siempre había sido muy concurrida, aunque esos días estaba aún más llena debido a la cantidad de visitantes que iban a disfrutar del festival. Había Vogel, sirenas y tritones, gerudo e incluso los fuertes descendientes de gigantes por doquier. Comprando, riendo, corriendo, viendo, jugando pero, sobre todo, muchos estaban alrededor de un grupo de músicos.

Elizabeth volteó a ver a su acompañante con emoción a lo que su amado sintió su pequeño tirón y dejó salir una pequeña risa de satisfacción. Eso era lo que él queria que viera, quería que sintiera la felicidad y el amor en el aire, que viera que todo su trabajo estaba dando frutos.

¡Que maravilloso día para vivir en la gran ciudadela del reino de Liones! Que hermoso día para estar vivo, que hermoso día...

Una dulce tonada inundaba el ambiente. El sonido del violín, una flauta dulce, un tambor que hacía eco e incluso algunas trompetas, hipnotizaban a todo aquel que estaba cerca de la melodía, todos se detenían a escuchar a los músicos que estaban por cantarles la canción más famosa que había por el momento. "La canción del cataclismo y los héroes que lo detuvieron".

Una leyenda pasada de generación en generación, un cuento que resultó no ser tan irreal

—¿Escuchas eso?—murmuró una voz cerca del oído de su acompañante. Él conocía esa canción por supuesto, la había escuchado tantas veces que incluso tenía pesadillas en algunas ocasiones.

La persona más alta asintió respondiendo a su pregunta y con una sonrisa misteriosa en los labios se dio media vuelta, buscando con la mirada a los músicos hasta que vio al gran grupo de humanos y demás razas alrededor del ruido.

Tras mirarse en silencio, ambos encapuchados se comunicaron únicamente con sus ojos, la más alta hizo una seña, preguntando si su acompañante quería acercarse a lo que el de mechones amarillos solo atinó a sonreír y dió unos pasos hacia adelante indicándole que se acercarán.

Ambos comenzaron a ir hacia el show para disfrutar. Los incognitos fueron lentamente hasta el grupo  que escuchaba la historia, se quedaron de pie prestando atención al canto sin ser notados por nadie y escondieron tanto como podían sus rostros. Llegaron justo al tiempo, pues el show estaba a nada de comenzar.

—Nuestra tierra siempre ha sido prospera, pero nuestras historias nos persiguen. Si al destino quieren enfrentarse, está canción querrán escuchar...—comenzó el vocalista.

"El reino de Liones ha sido una tierra prospera desde su origen. Mas su pasado esta atado al de un terrible enemigo dicen,

Este ser, arrasaba el reino sin compasión, aunque fue derrotado, su ira y maldad aparecieron de nuevo a la menor ocasión 

Así, la bestia oscura nació, fruto de la maldad y el odio que aquel ser le tiene a nuestra tierra

Caos vino por doquier, sangre y muerte mancharon la pared, monstruos en cada lugar, invadiendo y destrozando aldea a su paso,

Mas el reino de Liones no está desamparado, dos valientes lo defienden cuando esta amenazado,

Un intrépido héroe y una princesa de legado divino, renacen en cada era para cumplir con su destino, condenados a repetirlo,

La historia de su batalla contra la bestia oscura pasó de boca en boca, convertida en tonada desde épocas remotas 

Con el fin de ayudar al héroe y a la princesa, los humanos del caos crearon unos artefactos mecánicos para ayudarlos,

Eran cuatro temibles maquinas de dimensiones colosales, a las que denominaron "Bestias Divinas" en alusión a sus rasgos animales,

Y también soldados mecánicos llamados "Guardianes", quienes poseían voluntad propia y cuyos ataques resultaban mortales,

Con cuatro valientes guerreros que controlaban las bestias, juntos, guardianes y bestias protegieron la vida del héroe y la princesa

El ejercito de guardianes lo dio todo y las bestias divinas liberaron todo su poder , permitiéndole al  héroe con la espada destructora del mal dar el golpe decisivo y a la princesa sellar al enemigo "

—Es así como nuestra tierra sobrevivió, la victoria de aquellos héroes nos dió la paz que tenemos hoy. Así que no lo olvides, cuando dudes de tu valentía, cuando pierdas la sabiduría, cuando te arrebaten el poder. Canta la canción ancestral y recuerda a nuestros héroes, recuerda todo lo que vivieron y recupera tu valor para enfrentar tu destino—Terminó el relato, con una reverencia y hasta ese momento la música se detuvo, dejando el lugar en un silencio casi ensordecedor.

El silencio rápidamente fue destruido por los aplausos siguientes. Fueron escandalosos, los niños se levantaron para saltar y aplaudir, los adultos aplaudían y sonreían, muchos se acercaban hasta los músicos para entregarles algunas monedas de cobre y otras más de plata por su increíble show.

Nadie nunca notó a los encapuchados que aplaudían y que arrojaron una bolsa con 10 monedas de plata, solo para luego retirarse en silencio. Cómo una sombra que nadie ve.

—Me pregunto si esa canción se seguirá cantando en 100 años más—Exclamó la persona más alta, sonriendo con un toque de tristeza y melancolía—Me pregunto si...—pero no terminó de decir las cosas. Antes de que pudiera perderse en sus pensamientos, el segundo encapuchado tomó su mano en silencio y le dio un apretón para animarla.

—No lo pienses—murmuró y dejó salir un suspiro—Lo lograremos, estoy seguro— volteo a ver a su acompañante y uno de sus ojos esmeralda salió de entre su capa. La joven sonrió y asintió, no sabía que haría si en algún momento él...

—Oye...—la voz de un desconocido le heló la sangre a ambos, sacándolos de sus pensamientos— Que bonita espada tienes ahí escondida—El oji verde maldijo en bajo, ya sabía a quién tenía detrás. El desconocido rió burlón y lo siguiente que ambos sintieron, fue el filo de una daga haciendo presión sobre sus espaldas amenazando con apuñalarlos—Los encontré...—

Parece que el clan demonio mandó a un asesino a infiltrarse. Lo imaginaba.

Y hemos llegado a la parte del prologo, yupi✨

Si recuerdan, está misma canción ancestral ya la había puesto antes, bueno, está era la situación en la que se encontraban nuestros heroes, ahora lo saben ;)

¿Qué les pareció? ¿Les gustó? Espero que si. Las cosas van tomando forma, mucha forma. Ya casi es el festival, ya casi es el baile de invierno 👀 y bueno...más cosas.

En fin, disculpen faltas de ortografía y nos veremos después

Feliz año nuevo ✨

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