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XXVII

Capítulo 27: Reunión familiar

—Por favor, coloque su capa y cubra su rostro—aunque el camino ya estaba solo de nuevo, Meliodas no dejó de usar aquel tono formal con ella. Habían pasado de largo la posta siguiendo el recorrido, tomaron el camino hacia Bernia aunque la princesa no pudo evitar las ganas de visitar Camelot para ver a su querido Arthur. Era curioso como la aldea de Meliodas estaba tan cerca del pueblo de los humanos del caos aunque la joven decidió guardarse aquellos pensamientos para si misma—Si alguien llega a reconocerla, se puede armar un escándalo o el rey podría molestarse. Será mejor que cubra su identidad hasta que pueda estar segura en mi humilde morada—ella era consciente de eso por lo que asintió con cuidado y cubrió su rostro con su capa. Cruzaron la muralla de Bernia siendo saludados por unos cuantos soldados que estaban haciendo guardias (por suerte a nadie pareció importarle la figura encapuchada) y luego siguieron el camino hacia la aldea en completo silencio.

El sol ya se había ocultado, la luna formaba sombras algo tenebrosas, pero aún así el paisaje de las luciérnagas volando volvía todo hermoso y brillante. Un paisaje precioso que a la princesa le encantó poder admirar al lado de una persona tan especial.

—¿Y que pasa con los adornos reales de mi caballo?—el blondo gruñó olvidando ese minúsculo detalle y luego suspiró. Los caballeros de la muralla no los habían notado, pero seguro que alguien en la aldea podría verlos. Mierda, ¿Cuál sería su excusa?

—Diremos que...—

—No tenemos que explicar nada— Elizabeth rió divertida y el escolta dio un pequeño brinco por la repentina carcajada. La joven siguió riendo por aquella reacción tan adorable y luego finalizó con asentir con la cabeza suavemente—No tenemos que darles explicaciones, si alguien quiere saber inventaremos algo en su momento, si no que importa, que vean todo lo que quieran—

—Usted en serio es...—Meliodas también soltó una pequeña risa, enternecido por el carácter despreocupado de la princesa y asintió—De acuerdo, tiene toda la razón—

Tras aproximadamente una hora de subir el camino por la colina, Meliodas y Elizabeth lograron ver el final del sendero. El letrero de la aldea Bernia se alzaba ante ellos iluminado por velas y en su entrada un joven caballero se interpuso en su camino antes de poder entrar.

—¡Alto ahí!—gritó y Meliodas no pudo evitar alzar una ceja—¡Identifíquese!—

—Soy Meliodas, de la aldea Bernia—se presentó con formalidad, el caballero entrecerró los ojos acercándose más al rubio como si algo en él lo intrigara y tras verlo de arriba a abajo, agudizó su mirada, al instante el blondo admiró como el rostro del joven se ponía pálido al reconocer al caballero más fuerte de todos y retrocedía sorprendido. El de cabellos castaños tembló un poco entre algo que no supieron si era emoción o temor, pero como toda actitud fanfarrona se esfumó, ambos dedujeron que era por emoción.

—¡S-Sir Meliodas, pensé que seguía de servicio como escolta de la princesa!—tartamudeó y él se esforzó por sonreír—¡Lamento mi osadía pase, sea bienvenido!—se hizo a un lado de inmediato. El rubio agradeció con un movimiento de cabeza moviendo su caballo y finalmente entrando a la aldea de su niñez, pero no pudo disfrutar de la nostalgia que le dio ver todo cuando la voz del joven lo hizo detenerse—¡Espere!—ambos se estuvieron y Meliodas volteó a verlo de reojo—Necesito inspeccionar a su compañero, no se identificó y...—

—Ella es...Liz—mintio con rapidez y la princesa se tensó en su lugar agachando más la cabeza—Ella también es de esta aldea, he decidido escoltarla porque los ataques de monstruos han subido y no quería que una colega resultará herida—si es que el caballero se dio cuenta de lo repentinamente nervioso que se había puesto, no hizo nada para mostrarlo.

Para su gran suerte, el joven soldado sonrió como si le hubieran arrojado una poción de amor y suspiró con tanta admiración que por primera vez en su vida Meliodas agradeció ser tan influyente con la gente. Gracias a su reputación acababan de salvarse de causar un escándalo.

—Usted siempre tan heroico, Sir Meliodas—lo halago el caballero y está vez el blondo si sonrió con sinceridad. El joven se dio media vuelta para seguir vigilando el oscuro camino y volvió a suspirar—Disfruten su visita—

—Te lo agradezco—ambos se apresuraron a entrar antes de que al joven soldado se le ocurriera detenerlos nuevamente.

En cuanto por fin entraron, Elizabeth se permitió alzar un poco la cabeza para poder admirar el lugar y quedó tan maravillada que casi se le escapa una expresión de la boca. La aldea estaba algo oscura, pero las luces de las velas eran suficientes para iluminar el camino de piedra, las casas rústicas se veían acogedoras y sin importar las altas horas de la noche, varios niños se encontraban afuera corriendo y jugando entre ellos.

Al ver a los pequeños, Elizabeth volteo rápidamente a ver a Meliodas y se encontró con lo que ya presentía que vería. El rubio admiraba a cada niño con una sonrisa de nostalgia y tristeza, añoraba con esmero aquellos días pasados en los que no se preocupaba por el destino del reino, si no por solo jugar y divertirse con los demás niños de la aldea, además de eso, la princesa pudo notar como él analizaba a cada pequeño para intentar reconocer a su hermano menor.

Tras varios segundos, Meliodas volteó a verla y negó con la cabeza. Zeldris no se encontraba entre aquellos niños que jugaban alegres.

Mientras seguían por el camino de piedra, también pudo darse cuenta que varios pueblerinos que se encontraban fuera de sus casas se le habían quedado viendo a él, con la misma sorpresa con la que el caballero lo vio en la entrada. Nadie se acercó, no se atrevieron a hacerlo cosa que ella agradeció en silencio, pero eso no evitó que poco a poco más gente se asomara desde sus casas en cuanto se enteraron que el héroe había vuelto a casa.

Ahora sabiendo parte de la historia de Melodías, Elizabeth se pregunto, ¿Cuántos de aquellos que lo veían con tanta admiración, lo habían molestado y le habían hecho la vida imposible cuando todavía no podía defenderse por si mismo? Decidió no pensar en eso pues seguramente el enojo la haría tomar alguna decisión imprudente, como solía hacerlo y mejor siguió a su acompañante hasta que él se desvío del camino de piedra hasta un puente de madera.

Siguieron por aquel puente y ella inmediatamente pudo ver la razón, al otro lado del puente de madera, una única casa se alzaba ante ellos. Estaba iluminada de igual forma por las velas, alejada de las demás casas para tener más privacidad y con un jardín grande con unos cuantos árboles de manzanas.

En cuando los caballos se detuvieron, los sonidos de alguien quejándose se hicieron notables gracias al silencio de la noche. Meliodas se tensó en su lugar sintiendo como su corazón latía rápidamente por la emoción y se bajó de Hawk de inmediato con los ojos brillando debido a la esperanza.

Ayudó a Elizabeth a bajar, mirándola con una sonrisa tan grande debido a la alegría y luego ambos rodearon la casa para acercarse hacía el origen de aquellos quejidos, en cuando lo vieron ella lo entendió todo y Meliodas comenzó a derramar lágrimas debido a la inmensa felicidad.

En aquel gran jardín, un pequeño niño de cabellos azabaches se encontraba intentando hacer un hoyo en la tierra, tenía entre sus pequeñas manos una pala mucho más grande que él, su camisa antes blanca estaba manchada de tierra y lodo, sus pantalones estaban incluso más sucios que su camisa y sus manos y su rostro estaban tan llenos de tierra que incluso podría asustar a alguien si salía desde la oscuridad. El pequeño soltó una maldición en bajo, sin notar la presencia de los que lo observaban y para cuando no pudo mover la pala la soltó con frustración haciendo una pequeña rabieta pateandola suavemente.

—¿Necesitas ayuda?—el pequeño de cabellos negros dio un gran brinco debido al susto y se volteo con los los bien abiertos tras reconocer aquella voz.

Fueron segundos en los que los dos se miraron de arriba a abajo y para cuando Elizabeth pensó que no se moverían, el menor comenzó a llorar tan fuerte que su corazón se partió.

—Me...Mel...—jadeó sin saber si lo que veía era real y al ver su reacción el blondo puso una rodilla en el césped extendendiendo sus brazos ya al borde de las lágrimas.

—Si Zel, soy yo—

—¡Meliodas!—gritó el pequeño que corrió hacia los brazos de su hermano mayor sin esperar más tiempo, quien lo recibió gustoso, cargándolo en el acto y protegiendo su pequeño cuerpo con sus brazos. En cuanto el rubio se puso de pie, el pequeño Zeldris quedó completamente alzado, aferrándose aún más al cuerpo de su mayor sin poder dejar de berrear—¡Estás aquí! ¡Volviste a casa! ¡Por fin has vuelto a casa!—

—¡Oh zel, te he extrañado tanto!—murmuró entre sollozos y Elizabeth se alejó un poco para darles algo de privacidad tratando de contener las lágrimas. Se había esperado un reencuentro emotivo, pero jamás pensó que sería tan emotivo—¡Mira cuánto has crecido!—lo separó un poco solo para poder admirar aquel rostro sucio de tierra y soltó una gran risa de pura dicha. Pasó sus manos por su cabello sacudiendolo y finalizó con observar sus ojos esmeralda tan brillantes como los suyos—¡Estás enorme!—

—¡Obvio que he crecido, te fuiste por...por...!—lo pensó un poco, como si le costara recordar los números y en cuanto su diminuta mente terminó de hacer los cálculos volvió a llorar desconsolado—¡Por 4 años, Meliodas!—

—¡Lo sé y lo lamento!—acarició aquellos cabellos negros con dulzura e inhaló hondo tratando de controlar el llanto que parecía no querer parar—Estuve demasiado ocupado, te juro que todo el tiempo quise venir a verte, pero no podía—

—Lo sé—el pequeño se limpio sus lágrimas que habían convertido en lodo la tierra en su rostro y sorbió por su nariz—En el pueblo siempre hablaban de cuántas misiones habías cumplido, todos celebraron cuando te nombraron el miembro más joven de la guardia real y también dijeron que te había vuelto el escolta personal de la princesa—la sonrisa en Meliodas se volvió más ancha debido a la madurez que su querido hermano mostraba pese a su pequeña edad y tras un abrazo más, finalmente lo soltó para que sus pies volvieran a tocar tierra—¿El rey por fin te dejó venir de visita?—

—No...exactamente—rió y el menor alzó una ceja confundido—Digamos que Bernia nos quedaba de paso...—explicó de manera ambigua, aún había posibilidad de que algún chismoso estuviera escuchando y no quería dar más información de la necesaria.

—¿"Nos"?—murmuró y solo hasta ese momento el pequeño Zeldris se dio cuenta de la presencia de la figura encapuchada, por instinto se apresuró hasta ponerse detrás de su hermano mejor para protegerse y frunció el ceño hacia la persona que claramente no conocía—¿Quién es usted?—preguntó fuerte y alto. La albina le dirigió una rápida mirada a Meliodas quien negó con la cabeza mirando a su alrededor y mejor tomó la pequeña mano de Zeldris lara llamar su atención.

—Vayamos adentro Zel, podré presentarlos en cuanto estemos en casa—

—Pero es un extraño y a papá le molesta que entren extraños en casa—el rubio tragó en seco ante la mención repentina de su progenitor, pero para evitar que su hermano se sintiera mal, siguió sonriendo soltando un suspiro y comenzó a caminar haciendo una seña hacia Elizabeth para que lo siguiera.

—Padre va a entender la situación...espero—susurró esto último solo para si mismo.

En menos de un minuto, las tres personas ya se encontraban dentro de la casa, iluminados gracias a las velas y a la chimenea que se encontraba prendida y tras un vistazo rápido Meliodas dejó salir un suspiro de alivio.

—¿Dónde está papá?—preguntó y Zel rodó los ojos.

—Todas las noches va al cementerio—aquella revelación le causó escalofríos al mayor que casi se derrumba de no ser porque frente a su hermano menor debía mostrarse siempre fuerte—Va a hablar con mamá y a pedirle perdón y más cosas que la verdad no sé—se alzó de hombros completamente ajeno al peso de sus palabras.

—¿Le pide...perdón?—el pequeño asintió como si fuera la cosa más normal del mundo mientras se sentaba en la mesa del comedor y seguía viendo al encapuchado con desconfianza.

—Una vez lo seguí y escuché como le pedía perdón por lo duro que fue contigo...me descubrió y ya no pude escuchar más—rascó su mejilla, incómodo de que aquel "extraño" hubiera escuchado algo tan familiar y que a Meliodas pareciera no importarle. El blondo suspiró al notar como su menor parecía algo indiferente ante aquellas palabras, pero claro, a su edad él no conocía la historia completa de lo que había pasado entre su padre y él.

Meliodas tembló un poco, sintiendo como lágrimas de tristeza se acumulaban en sus ojos, pero se detuvo cuando sintió la mano de Elizabeth en su hombro.

Tomando aire para controlarse, el blondo dirigió su propia mano hacia la de la joven para apretarla y volteo su cabeza para dedicarle una luminosa sonrisa de agradecimiento, en cuando el menor vio eso, su desconfianza aumento todavía más y se cruzó de brazos confundido.

—¿Me dirás quien es esta extraña o no?—se quejó con un puchero. Las risas de Meliodas hicieron eco por la casa debido a lo enternecido que estaba por su hermano menor y tras asegurarse de que no hubiera nadie afuera tratando de observar, asintió con la cabeza en señal de que estaban a salvo.

Al instante la dama se retiró su capucha revelando el largo cabello plateado que cayó libremente por sus hombros y aquellos ojos azules inconfundibles. Hermosa como siempre, su sonrisa iluminó el lugar y el corazón de Meliodas, quien no se pudo detener a contemplarla cuando la expresión de asombro del pequeño le llenaron la atención.

Zeldris casi cae se la silla debido a la impresión y sus pequeños ojitos verdes desorbitados cambiaban de su hermano a la princesa como si tratara de procesar aquella información. Elizabeth soltó una risilla, enternecida por completo y casi se suelta a reír libremente cuando vio al pequeño bajar de su silla y ponerse de rodillas de manera torpe.

—¡Su alteza, lamento tanto el atrevimiento!—se disculpó como si haberla llamado "extraña" fuera el peor de los pecados y la albina se llenó de cariño hacia el de cabellos azabache. Luego el menor observo sus manitas y cuerpo sucios y enrojeció tanto debido a la vergüenza que Meliodas se burló de él. En toda respuesta Zeldris hizo un puchero y frunció su ceño señalando a su hermano de manera acusatoria—¡No te burles! ¿Ya viste lo poco presentable que me encuentro? ¡Estoy todo sucio frente a la princesa!—

—Zeldris, a ella eso no le importa—

—¡Es la princesa!—gritó como si eso fuera razón suficiente como para vestirse de gala ante su presencia (y de cierta forma tenía razón) gracias a su gran grito, el rubio se apresuró a llevar su dedo índice hacia sus labios para indicarle a su menor que no gritara tan fuerte y rió—¡Que vergüenza que hayas traído a su majestad y yo viéndome así!—se señaló, el pequeño se cubrió su rostro sucio con sus manos claramente avergonzado, hasta que algo hizo click en su mente y luego alzó una ceja entrecerrando los ojos—¿Por qué trajiste a la princesa?—

—Bueno...—no pudo responder, en ese mismo momento la puerta se abrió con tanta fuerza que los hizo saltar a todos en su lugar, luego está se cerró con la misma fuerza que antes y el lugar se sumió en el silencio.

Un gran hombre de cabello negro y músculos prominentes se aseguró de ponerle el seguro a la puerta para mantenerla protegida, luego suspiró y cuando se dio media vuelta se quedó completamente petrificado ante lo que veía.

Sus ojos primero vieron a su hijo menor completamente sucio y le dedicó una mirada de reproche mientras Zeldris se alzaba de hombros con una risita nerviosa, luego sus ojos negros viajaron hasta su hijo mayor y el rostro antes molestó se transformó en uno de sorpresa tan potente que el hombre se tambaleó y tuvo que sostenerse de la puerta para no caer, pero sus labios no pudieron decir nada porque en ese momento se dio cuenta de la tercera persona y entonces ahora sí cayó al suelo de rodillas, inclinándose ante su princesa que no supo cómo reaccionar.

—Su alteza—exclamó y el impacto que hubo en Meliodas tras escuchar la voz de su padre después de tanto fue bastante notable—Sea bienvenida a esta humilde morada, lamento mucho que no tenga nada para ofrecerle, no estaba al tanto de que...—

—No se preocupe, Sir Nicolás—se apresuró a detenerlo, alzando la mano para pedirle silencio y dio un paso hacia el frente mostrandose serena—Nuestra visita será rápida y fue improvisada, Bernia nos quedaba de pasó y yo he decidido traer a Meliodas casa ya que estoy consciente de que tiene años que no ve a su familia—el hombre alzó la mirada para admirar a la princesa y luego desviarla a su hijo, quien no pudo soportar el peso de sus ojos y bajó la mirada al suelo.

—Lamento que no tenga una habitación de huéspedes, yo...—

—Tampoco se preocupe por eso—sonrió con dulzura y Nicolás no pudo entender cómo en el pueblo podían hablar tan mal de ella. La princesa Elizabeth era un ángel, tan luminosa, amable y humilde que no podía creer que esa fuera la "Princesa caprichosa" como la mayoría la nombraba—Podemos hablar sobre nuestro hospedaje más tarde, por ahora...—sus ojos azules fueron directo a Meliodas, quien permanecía quieto mirando el suelo y suspiró al sentir el miedo en su amado rubio—Creo que el pequeño Zeldris necesita un baño—el menor asintió y se apresuró a hacer una reverencia y luego retirarse al cuarto de baño que tenían—Y yo...bueno—

—Puede quedarse en mi habitación—habló Meliodas deduciendo lo que quería hacer y se apresuró a señalar la puerta de manera que se encontraba en la planta baja, la joven le agradeció con una sonrisa y caminó con seguridad hasta aquella puerta, la abrió, pero antes de entrar, volteo a ver a los dos varones y le dedicó la mejor de las sonrisas a su rubio para darle ánimos.

—Los dejaré solos—

Entonces cerró la puerta y todo quedó en completo silencio, Meliodas se sentó en la silla donde antes había estado Zeldris y clavó la mirada en el suelo. Su cuerpo se tensó cuando sintió a su padre ponerse de pie y observarlo en silencio. No supo si lo estaba juzgando, si lo estaba maldiciendo o si lo estaba regañando, de lo único que estaba seguro era de que no se sentía con la fuerza como para encararlo.

Que ironía, el "héroe sin miedo" estaba completamente asustado de ver a su padre.

—Yo...—dijo, pero las palabras murieron en su garganta. ¿Qué se supone que le diría? "Lamento haberte herido", "Lamento haber perdido el control contigo", "Lamento haberte juzgado injustamente", "Lamento no haber comprendido porque hiciste las cosas", "Lamento no poder perdonarte".

No pudo seguir pensando en lo que diría cuando repentinamente, aquel hombre se acercó hasta él robandole el aliento y luego se agachó para envolverlo en un abrazo.

Solo hasta ese momento entendió lo que Elizabeth quiso decirle con "Una acción vale más que las palabras". Sus ojos nuevamente se aguadaron por tantas emociones y comenzó a dejar caer varias lágrimas mientras se aferraba de igual manera al cuerpo de su padre. Permanecieron de esa forma durante varios segundos en los que solo eran ellos dos llorando y sosteniéndose tras años de no haber podido.

Y aquello que terminó de romper el control de Meliodas, fueron las palabras que salieron de los labios de su progenitor.

—Estoy tan orgulloso de ti, hijo—entonces Meliodas no pudo encontrar las palabras, toda frase murió en su garganta mientras se aferraba a su papá como cuando era un pequeño que le temía a la oscuridad y se permitió llorar libremente sacando aquello que había estado guardando por tantos años.

Cuando ambos terminaron de llorar, para evitar confundir a Zeldris o molestar a la princesa, decidieron salirse y sentarse en el pasto a los pies de su puerta, permanecieron callados por varios minutos, admirando las luches tenues del pueblo que poco a poco se iban apagando y no fue hasta que Meliodas por fin sintió que sus ideas se ordenaban que se atrevió a abrir la boca.

—Lo lamento—su padre volteó a verlo y permaneció atento—Perdí el control ese día, me enojé tanto que...no sé que me sucedió. Lamento mucho haberte herido, no me he perdonado por haberlo hecho—se encogió y se tensó cuando sintió la pesada mano de su padre sobre sus cabellos, acariciandolos suavemente.

—Soy yo quien debería disculparse—comenzó—Te provoqué, yo fui quien te hizo enojar y sé que mis palabras te hirieron profundamente—no se equivocaba y ya que Meliodas no hizo nada para refutar, su padre supo que ambos estaban de acuerdo en eso—Me sentía bastante molesto con lo evasivo que estabas, te entrené para ser un guerrero, el mejor de nosotros, tú actitud durante nuestro enfrentamiento me molestó mucho—

—¿Y cómo querías que reaccionara?—gruñó—No podía hacerte daño, ¿Sabes lo que sentí cuando te vi salir? ¿Sabes siquiera el temor que me dio verte ahí?—su padre suspiró profundamente, deteniendo sus atenciones para retirar la mano.

—Hace cuatro años seguro que te habría dicho que eso no importaba, justo ahora, me doy cuenta de mi error—el rubio no se podía creer que estaba escuchando aquellas palabras salir de los labios de su progenitor, volteo casi estupefacto sin saber si aliviarse o molestarse, pero como era obvio que él todavía no terminaba de hablar, decidió permanecer callado—Tras la muerte de tu madre, todo mi mundo se vino abajo Meliodas, ella era lo que yo más amaba en esta vida y llevábamos años teniendo problemas por tú entrenamiento...—tocar el tema de su madre era una herida que no había sanado en ninguno de los dos, por lo que el blondo se tensó y suspiró—Yo quería protegerte del mundo, porque sabía que muchos querrían hacerte daño solo por orgullo y vanidad, ¿Quién no querría contar de anécdota que humilló al héroe del reino?—

—Lo sé...—

—Ella en cambio, quería que siguieras siendo un niño, sin embargo nunca me detuvo, pues era consciente del riesgo y sabía que tenías que estar preparado para cuando tu destino viniera por ti—aquellas palabras casi lo hacen llorar de nuevo, sin embargo como se encontraban al aire libre,  Meliodas se obligó a contenerse, no quería dar ningún espectáculo—Despues de su muerte yo...no supe cómo manejar su pérdida y para escapar de mi dolor decidí concentrarme en ti y en tú entrenamiento. Descuidé a Zeldris dejándolo al cuidado de las sacerdotisas y me fui contigo a la capital decidido a crear al guerrero perfecto, decidí que te convertiría en el mejor espadachín de todos para que pudieras vencer a la bestia oscura, esa sería mi única misión, todo para evitar pensar en tu madre—el blondo tuvo que morderse fuerte las mejillas para evitar sollozar—Pero estaba tan cegado que jamás me di cuenta que estaba cometiendo un terrible error como padre—

—Que bueno que lo sepas—murmuró y el corazón de ambos se rompió.

—De cierta forma, no me arrepiento de todo lo que hice—el rubio lo volteo a ver, con un sentimiento entre la ira y la comprensión, sorprendido de que dijera tales palabras, pero nuevamente permaneció en silencio—Estoy consciente de que debi de haber sido menos duro contigo, debí haber sido más comprensivo y cariñoso, pero todo tú entrenamiento te volvió el gran guerrero que eres hoy—suspiró—Todos estos años he vigilado tus increíbles proezas y sé que si jamás te hubiera entrenado como lo hice, no serías capaz de hacer ni la mitad de cosas que puedes hacer. No serías capaz de sobrevivir en este mundo cruel—

Sabía que tenía razón y no podía reprocharle eso. Lo había formado con disciplina y fuerza, lo había hecho resistente ante las adversidades, su vida como caballero le enseñó que todas esas lecciones que pensaba eran exageradas y feroces en realidad tenían todo el sentido del mundo y el tiempo le dió la razón a su padre mientras las misiones a las que lo mandaban aumentaban y en cada una de ellas su entrenamiento lo ayudó a sobrevivir.

»—Pero no me di cuenta del daño que te hice hasta ese día...—volvio al relato y dirigió sus ojos oscuros hasta su hijo, para clavarlos en los verdes que lo observaban estoicos—Como te dije, en un principio me molestó lo evasivo que eras, yo te había entrenado para que siempre ganaras y no podía creer que justo en el día donde debías demostrar toda tu preparación actuaras tan dubitativo...pensaba como capitán y no como tu padre—admitió con pesar, sintiéndose mal consigo mismo—Solo reaccioné cuando te vi hacer ese movimiento, aún no entiendo cómo lo lograste, pero fuiste tan rápido que no pude protegerme...—acto seguido se levantó su camisa y pese a la oscuridad de la noche, Meliodas pudo divisar una cicatriz en su costado, el único recuerdo del enfrentamiento que habían tenido y el arrepentimiento volvió a él como una avalancha. Antes de poder decir nada Nicolás bajó la prenda para cubrir la marca y continuo hablando—Solo hasta que estuve sangrando en el suelo me di cuenta de todo lo que te había hecho, fue como haber despertado de una pesadilla e incluso mientras me mirabas desde arriba, fue como ver a tu madre parada detrás de ti observándome con decepción. Quería pedirte perdón a gritos, quería abrazarte y decirte lo orgulloso que estaba de ti, pero los sanadores me alejaron y los caballeros te llevaron ante el rey—

—Pudiste hablar conmigo después, pero en vez de eso...te fuiste—Nicolas volvió a suspirar, negando suavemente con la cabeza sabiendo que tenía que explicar muchas cosas y llevó una de sus manos hasta su cabello para jalarlo con suavidad.

—Yo no quería irme—admitió y entonces el aire abandonó los pulmones de Meliodas—En cuánto me curaron yo quise ir contigo para poder hablar, pero las órdenes del rey fueron claras y estrictas, me había dado de baja por un tiempo indefinido y me ordenaba retirarme a descansar de inmediato. Yo traté de contactarte contigo por todos los medios, busqué alguna forma de tener una audiencia contigo de inmediato, pero todas mis cosas estaban empacadas y no me quedaba más que partir. Tuve que irme sin poder despedirme y sin poder disculparme—

—El rey...—Nicolas asintió.

—Ya tenía todo listo para mi partida. Sabía que yo iba a perder, confiaba en ti y en tus habilidades así que mientras combatimos, él mando un grupo de sirvientes a empacar todas mis cosas, dictó la orden de mi retiro para que cuando todo terminara, yo pudiera irme—Meliodas desvío la mirada hacia el cielo y entonces no supo cómo sentirse. El hombre al que llevaban sirviendo fielmente durante años ahora parecía ser el causante de tantas dudas que tenía en su interior. ¿Qué había impulsado al rey a impedirle a su padre verlo una última vez?

»—Cuando llegué a Bernia hundido en mi miseria, vi a Zeldris recibirme con tanto amor que me rompí aún más, tú hermano estaba feliz de tenerme cerca, ajeno a lo que había pasado entre tú y yo. Entonces me di cuenta que no solo te había fallado a ti, si no que también a Zeldris. A ambos los abandoné como padre, en tú caso fui solo tú capitán, a tu hermano en cambio lo dejé con las sacerdotisas para que ellas lo criaran. Tú y yo casi no visitábamos a Zel y cuando lo hacíamos no nos quedábamos por tanto tiempo pues de inmediato volvíamos a la capital—su padre ya estaba derramando lágrimas nuevamente y Meliodas tenía la mirada perdida en el cielo estrellado—No me sentía con las fuerzas para ir a buscarte, me sentía...indigno de pedirte perdón, ni siquiera yo me he podido perdonar todavía, creo que jamás lo haré—admitió—Asi que decidí esperar hasta que tú estuvieras listo para volver y mientras esperaba me dediqué a criar a Zeldris como a tu madre le hubiera gustado que lo hiciera, a cuidarlo y asumir mi responsabilidad como su padre—

Se quedaron en silencio por largos minutos, Nicolás estaba esperando alguna respuesta, cualquier cosa que le hiciera saber que Meliodas había terminado de escuchar la historia, sin embargo el rubio estaba tan silencioso que de cierta forma lo puso ansioso. Aclarando su garganta y limpiando sus lágrimas, el hombre soltó otro suspiro más, ya había perdido la cuenta de cuántos llevaban y recargó las palmas de las manos en el pasto sintiendo la hierba fría.

»—No quiero que pienses que te estoy contando todo para excusarme por el daño que te causé—volvió a hablar—Sé que hice mal y sé que merezco tu rencor, sin embargo quería que escucharas mi parte de la historia para que me juzgues como debe de ser y decidas si me odias o no—se alzó de hombros—Desde que estoy aquí, todos los días visito la tumba de tu madre, cada que estoy ahí siento como si ella se manifestara ante mi y le cuento todo, le platico sobre Zeldris y lo desastroso que puede poner el jardín, le platico sobre ti y sobre las increíbles proezas que dejan a todo el reino sorprendido—Inhalo hondo—No puedo evitar pedirle perdón por lo mal padre que he sido con ambos y por el daño que les he hecho y ahora que estás aquí por fin puedo decírtelo a ti también...—Entonces se volteo, el rubio bajo su mirada hacia él en reflejó y Nicolás colocó una de sus manos sobre su cabello para darle suaves caricias—Perdóname Meliodas por haber sido un terrible padre, perdóname por haberte abandonado de la forma tan cuel en que lo hice y espero que algún día puedas perdonar el daño que te causé y podamos empezar de nuevo a ser esa familia que siempre debimos ser—entonces se puso de pie, sacudiendo su pantalón para limpiar la tierra que se había pegado y sintiendo como su espíritu descansaba en paz.

»—Quiero que sepas que estoy muy orgulloso de ti Meliodas, te has convertido en todo un hombre y en un caballero ejemplar, luchas por la paz y por el reino, siempre firme y sin fallar e incluso te has vuelto el escolta de nuestra princesa. Me enteré de como la has salvado en dos ocasiones y como te has enfrentado al clan demonio para protegerla—Sonrió—Eres mi mayor orgullo y lamento mucho no haber sido el padre que necesitabas—luego se inclinó, le dio un beso en la coronilla removiendo sus cabellos y el rubio alzó la cabeza para poder observarlo. Tan solo admiró como su padre le sonreía con tanto amor que su niño interior lloró de nuevo y no pudo contener las lágrimas que se escaparon de sus ojos—Pero tenemos muchos años por delante, la vida aún no se acaba para nosotros, así que te prometo que los años que resten de vida me dedicaré a compensarte por todo el daño que te he hecho—

—Solo necesito que seas mi padre—dijo con la voz rota y el hombre frente a él le sonrió con todo el amor y dulzura que el blondo siempre quiso—No quiero que seas mi capitán ni mi entrenador, solo quiero a mi padre—

—Lo seré hasta mi muerte, Mel. Esta vez haré las cosas bien—

—Solo una última cosa—murmuró y entonces pasó la lengua por sus labios preparándose para lo que podría escuchar—¿Quién decidió que te enfrentarías a mi aquel día? ¿Fue el rey o fuiste tú?—la mirada del hombre volvió a teñirse de tristeza y de vergüenza, se encogió en su lugar y abrió los labios.

—Yo lo decidí—Meliodas se quedó frio—En aquel entonces, pensaba que esa sería tu última lección de mi parte—se agachó hasta quedar frente a frente a su hijo mayor de nuevo y soltando un último suspiro, aquel hombre se permitió darle su última lección, aquella que había quedado inconclusa por culpa de su separación— En el camino de la espada, Mel, vas a encontrarte con gente que antes creías conocer, gente en la que confiabas y que llamabas "amigo", casi como si fuera familia, pero a veces, esa gente te traiciona por la espalda y tendrás que pelear contra ellos para sobrevivir y para proteger lo que más amas—un poco del aire regresó hasta sus pulmones, ahora entendiendo la razón detrás de aquel desastroso día y asintió—Queria que te enfrentaras a mi, para que vieras que habrá ocasiones en las que tu enemigo será una cara conocida y querida, pero sin importar quién sea, debes de enfrentarlo con la espada en alto y mantenerte...—

—Firme—terminó él la oración por su padre, sabiendo bien las palabras que le diría, al fin y al cabo se lo llevaba repitiendo durante todos esos años. Nicolas asintió en respuesta, sintiendo nuevamente el terrible padre que había sido, pero aún así sabiendo que lo había vuelto resistente ante cualquier cosa que pudiera dañarlo en el mundo, volvió a ponerse de pie y permaneció en esa posición varios minutos por si Meliodas deseaba decirle algo más.

Ya ninguno pudo decir nada, tras el silencio que se instaló entre ambos, Nicolás se retiró hacia el interior de la casa dejando a Meliodas solo en la oscuridad de la noche, dándole su espacio para que pudiera pensar en todo lo que había dicho y sintiendo como un enorme peso en su alma finalmente se liberaba.

El blondo se quedó pensando por lo que le parecieron casi horas y cuando las luces del interior de su casa se apagaron se atrevió a entrar de nuevo, adentro todo estaba tan oscuro que de no ser porque conocía la casa a la perfección seguro habría chocado.

Entró a su habitación que solía compartir con su hermano y tras ver qué él no se encontraba ahí supuso que su padre lo había llevado a dormir con él para que la princesa se sintiera más cómoda.

Una vez ahí no fue difícil distinguir el cuerpo de la albina. Meliodas se aseguró de trabar la puerta con seguro para evitar que alguien pudiera descubrirlos, luego se quitó la espada que ya no parecía tan pesada como antes, se quitó la túnica de campeón junto con la camisa para liberarse y finalizó con retirar su cinturón. Lo ideal hubiera sido quedarse a dormir en la otra cama, pero después de la plática que había tenido junto a su padre, sencillamente no pudo hacerlo.

Se escabulló entre sus propias cobijas, acomodándose al lado de la princesa que yacía dormida cómodamente en su cama, se recostó con un suspiro aún sin poder procesar muy bien lo que había pasado y estaba seguro de que no podría dormir hasta que sintió como ella se movía y se acomoda hasta recostarse en su pecho.

Meliodas sonrió suavemente comenzando a acariciar los cabellos platas de la joven princesa y permitiendo que su contacto sanara un poco de su corazón herido. Se aferró a su delgado cuerpo como si fuera su barco y sin importarle que ella estuviera solo en camisón, la apretó contra si mismo sintiendo todo su cuerpo, cerró los ojos e inhaló hondo su aroma.

Dulce, como si su cabello estuviera hecho solo de flores.

—Te amo—le susurró en el oido aunque sabía que ella ya no podía escucharlo. Que importaba que fuera riesgoso, ya no se sentía con la fuerza suficiente como para dormir separado de ella nunca más, la necesitaba a su lado siempre y en todo momento.

Gracias a su calor corporal y a lo increiblemente efectivo que era su cercanía, Meliodas por fin pudo conciliar el sueño, teniendo una noche repleta de pesadillas.

El caballero soñó con el castillo cayéndose en pedazos sobre la cabeza del rey, vio una luna con el color de la sangre alzándose en el cielo del reino y tuvo que decidir entre dos caminos que definirían su futuro mientras voces comenzaban a cantar.

"Cuando la sangre cubra la luna, la bestia oscura volverá, el reino sera consumido por el fuego y los gritos de la gente quedarán como un eco que los sobrevivientes escucharán por años(...)"

De lado derecho se encontraba la ciudadela siendo atacada por un ser enorme y tenebroso que él dedujo que era la bestia oscura que estaba destinado a asesinar, estaba por ir corriendo hacia aquella cosa dispuesto a cumplir lo que las diosas habían escrito, cuando un potente grito lo hizo detenerse y un escalofrío lo recorrió completo. El miedo se apoderó de su corazón y volteó el rostro para poder ver el otro camino que se había abierto ante él.

—¡Meliodas! ¡Ayúdame, Meliodas!—del lado izquierdo, se encontraba su Elizabeth, su amada princesa siendo atacada por una horda de miembros del clan demonio que estaban a nada de asesinarla.

La prueba estaba ahí, puesta ante su cara para que pudiera escoger su perdición o salvación. El honor y su destino, o su amada y su corazón. Salvar al reino entero y perder a Elizabeth o salvar a su princesa, pero perder al reino entero...

"(...)Sin embargo, el secreto para derrotarlo se encuentra enterrado en estás tierras, los elegidos por la corona lucharán incluso después de la muerte (...)"

Y entonces el blondo se decidió, en vez de tomar el camino que las diosas habían escogido para él, Meliodas le dio la espalda al reino y a la bestia oscura y fue directo hacia los brazos de su princesa, mientras en su mente se repetían una y otra vez los cantos espectrales de miles de voces recitando la profecía justo en su oído.

"(...) y el brillo de la luz sagrada disipará las tinieblas a costa del corazón del héroe.

Eso es lo único que nos puede salvar de la bestia."

—¡ELIZABETH!— Se despertó con un grito, sentándose en la cama con el cuerpo perlado de sudor

¿Recuerdan esa pesadilla que tuvo Elizabeth en capítulos pasados donde sucedió algo similar? ¿No? Bueno, deberían de revisarlo 👀

¿Qué les pareció el capítulo? ¿Les gustó? Espero que si ✨

¿Qué opiniones tienen sobre el padre de Meliodas? La verdad fue algo complicado escribir este capítulo ya que quería que el señor se explicará, pero a la vez que aceptara su error y no se colgará de su dolor para excusar todas sus acciones. No sé si lo logré, yo creo que si, pero juzguen ustedes 🫢

Sin más que decir disculpen faltas de ortografía y nos veremos después.

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