XXIV
Capítulo 24: El castigo del rey
—Tranquila, me quedaré a tu lado—la princesa soltó su cuarto suspiro en todo el rato y asintió con su cabeza. Ya habían llegado a la ciudadela, obviamente el pueblo los había recibido con saludos y sonrisas, aunque Elizabeth sabía que todo eso era en su mayoría para Meliodas, sin embargo ya no le afectaba, después de tantos días hablando entre ellos ya conocía los verdaderos sentimientos del blondo y verlo entrar a la ciudadela con el rostro estoico la inundó de unas ganas de abrazarlo.
Sabía lo difícil que era para él mantener esa máscara, más después de haber pasado días siendo él mismo.
Cuando pasaron por el puente de la entrada del castillo fueron directo a las caballerizas para que atendieran a sus caballos, se bajaron y antes de poder abandonar el lugar, Meliodas la detuvo, tomándola de la mano.
—Ya no pienses más en el castigo—se lo decía tratando calmarla, intentando que ella cambiará aquel semblante vacío por uno más alegre, pero Elizabeth asintió, aún perdida en su mente y volvió a suspirar—Cualquier cosa cuentas conmigo—
—Gracias por tu apoyo Mel, en serio es reconfortante—le sonrió, pero fue una sonrisa pequeña que delataba su preocupación. El blondo sabía que no podía hacer más, aunque deseara abrazar a su amiga, estando dentro de las murallas del palacio cualquier lugar era estar siendo vigilado. No podía hacer más que tomar su mano y hablarle.
—¿Segura que no quieres librarte de la culpa?—la princesa le frunció el ceño y Meliodas no pudo evitar la pequeña risa que salió de sus labios—Me queda claro que no—
—Es momento de ir, seguro nos está esperando—
No sé equivocaron, una vez se introdujeron dentro del castillo toda la atmósfera entre ambos cambio de repente. Meliodas volvio a ser aquel caballero frío y estoico que no demostraba ninguna emoción, siempre detrás de ella, con el andar liviano, pero firme. Por su parte la princesa puso la mejor cara de seguridad que pudo, aunque por dentro en verdad estaba muerta de miedo.
Las sombras del palacio parecían tragar cada parte de su alma, guiandola hacia donde sabía que las cosas se pondrían bastante difíciles. Toda la servidumbre parecía que estaba enterada del incidente pues a su paso escuchaba los murmullos de como Sir Meliodas había sido tan valiente por haberla rescatado de varios miembros del clan demonio, no dudaba que exageraban la historia para hacer ver a Meliodas casi como un dios y, ahora que lo entendía, sintió mucha pena.
No podía imaginarse la carga que estaba experimentando el blondo en esos momentos, sintiéndose juzgado por no haber podido evitar que la princesa saliera lastimada, porque mientras las mucamas le estaban agradeciendo, los caballeros parecían...decepcionados.
Quiso abrazarlo en ese momento, lanzarse a sus brazos y susurrarle palabras hermosas de consuelo, pero sabía que debía de guardarse eso para después. Le esperaba una tensa plática con su padre y, si para después ambos necesitaban esas palabras, entonces sería el momento perfecto para usarlas.
Tocó dos veces las enormes puertas de la sala del trono, el rey le respondió con un fuerte "adelante" y en cuando vio entrar a su hija y a su escolta el rostro del rey Bartra se transformó de uno sereno a uno frío y molesto. Un escalofrío recorrió a Elizabeth, mientras que Meliodas permaneció imperturbable.
—Meliodas—la voz de su padre hizo eco en todas las paredes de piedra, el blondo dio un paso hacia adelante indicando que estaba a su servicio y finalizó con ponerse ese rodillas justo ante su monarca. La mirada acusatoria del viejo no cambio—Me haz fallado muchacho, te escogí a ti sobre todos los demás porque confiaba en que harías un trabajo impecable—no lo demostraba, pero Elizabeth sabía lo mucho que esas palabras le dolían a su amigo, la ira burbujeo en su interior y las mejillas se le pusieron coloradas por el enojo. Meliodas permanecía con su mirada vacía, en el suelo, incluso podía distinguir unas pocas lágrimas que luchaban por acumularse en sus ojos y que él trataba de alejar—Sin embargo haz fallado, permitiste que esos delincuentes lastimaran a mi preciosa princesa, ¡Fuiste irresponsable y por eso...!—
—¡Ya basta padre!—para sorpresa de ambos hombres, la molesta voz de la princesa hizo eco por toda la sala, callando de inmediato al rey y sorprendiendo al escolta. La mirada de ambos hombres se dirigió a ella y mientras que él la veía con ojos aterradoramente molestos, Meliodas le suplicaba con su mirada que no se metiera. No quería que ella saliera más perjudicada—¡Él no tiene la culpa de nada!—
—¡Fue descuidado y te abandono a tu suerte, quedaste herida por su culpa!—
—¡No, eso no fue lo que...!—
—¡Y por su descuido planeo castigarlo!—Elizabeth se sentía al borde de un ataque de ira, por favor que la dejara hablar, maldita sea solo que la dejara explicarse—¡Cómo castigo lo retiraré de su rango como escolta y lo enviaré a una misión que...!— No, eso no iba a permitirlo jamás. Meliodas entró en pánico ante aquellas palabras, comenzando a quedarse sordo debido a la tormenta de emociones que le impedían pensar con claridad y el simple hecho de imaginar un futuro en el que ya no estaría al lado de la princesa le rompió el alma.
No podría, ¡Jamás!. Ella era tan especial para él que todo se derrumbó en su interior. Su hermosa sonrisa, su emoción cuando hablaba con él, todas esas ideas que reprimía al estar en la corte, su belleza natural. No podía imaginar un futuro en el que se quedaría sin sus abrazos, o uno donde ya no besaría sus mejilla, uno donde ella ya no le estaría susurrando palabras de aliento al oído o uno donde él no podía observar aquellos ojos...aquellos labios que tanto anhelaba...que tanto anhelaba...
Por su parte Elizabeth tuvo el mismo efecto que él, todas sus alertas se dispararon ante la amenaza de perderlo y el miedo se apoderó de sus sentidos. ¡No iba a arrancarlo de su lado no lo permitiría! Meliodas se había vuelto importante para ella, no podría vivir sin todo lo que estaba descubriendo ahora que él había derrumbado el muro que los separaba y su corazón estaba abierto, no podría seguir sin aquellos ojos intensos que la seguían a todas partes, cuidándola como un dragón a su tesoro, sin su risa, sin sus caricias, sin esos brazos que la sujetaban con fuerza haciéndola sentir protegida, sin sus abrazos, sin sus besos en la mano, sin esos labios que adoraba ver sonreír, pero que también anhelaba...
—¡No fue culpa suya, fue mia!—el rey pareció tragarse sus palabras debido a la creciente confusión que dejó el grito de la princesa, pero no hubo necesidad de preguntar nada ya que Elizabeth formó puños con su mano, dio dos pasos hacia adelante para cubrir a Meliodas con su cuerpo, protegiéndolo de la mirada molesta de su progenitor y con la cabeza en alto volvió a abrir los labios—¡Yo me escapé de su guardia! ¡Yo soy la culpable, ya deja a Meliodas en paz!—el silencio que siguió después de eso les heló la piel a los dos implicados. Por su parte Meliodas volvió a agachar la cabeza, sintiendo miedo por la princesa, mientras que la joven solo pudo mantenerse firme pese a que por dentro se sentía realmente asustada.
La severidad y frialdad en ojos de su padre sin duda la hacia temblar. Tragó saliva, a la espera del juicio final de su majestad, pero cuando pensó que quizá su padre estaba indicándole que debía de explicarse, el viejo volteo sus ojos hacia Meliodas de nuevo y suspiro.
—¿Y por qué en el comunicado de Matrona, Meliodas acepta toda la culpa? No soy imbecil Elizabeth y si estás mintiendo para protegerlo te aseguró que lo castigaré peor—exclamó con ironía en su voz, sin creerle a su propia hija, en toda respuesta Elizabeth permaneció firme, asegurándose de cubrir bien a su amigo rubio y abrió los labios dispuesta a defenderlo.
—¡Porque quería protegerme, por eso aceptó un pecado que nunca cometió!—
—¿Protegerte?—rió sin gracia y se puso de pie con un aire imponente—¡No me hagas reír Elizabeth! ¡¿De qué carajos quería protégete si ya había fallado en su misión?! ¡No digas estupideces y no mientas solo por querer protegerlo porque te juro que le irá pe...!—
—¡De ti! ¡Quería protegerme de ti y de tú maldito castigo!—quizá la revelación fue más dolorosa de lo que debió de haber sido o quizá su comportamiento nada propio de una princesa lo había sorprendido, pues al instante los ojos grises del rey pasaron de molesta frialdad a una tristeza que incluso hizo dudar a la princesa y volvió a sentarse en su trono tembloroso. ¿Había estado mal en decirle aquello? Sin importar cuál era la respuesta, ella sabía que ya no había marcha atrás, las palabras abandonaron su boca antes de pensarlas, pero ya era tarde para disculparse. Tan rápido como la tristeza apareció, está se esfumó devolviéndole al rey parte de su frialdad, inhaló hondo buscando calmarse a si mismo frunció el ceño—Meliodas es conciente de que he hecho mal al haberme escapado de su guardia y no quería que fueras severo conmigo...así que asumió una culpa que no era suya—
—¿Es eso cierto, Meliodas?—ahora los ojos de ambos estaban de nuevo en él y el blondo sintió como sudaba en frío incapaz de decidirse. No quería culparla, no podía hacerlo, no podía soportar la idea de que si se atrevía a ser un mínimo movimiento podría empeorar el castigo sobre Elizabeth. Lo sentía casi como una traición—¡Responde Meliodas! ¿Es cierto lo que está diciendo Elizabeth?—
—Mel—la voz calmada de la albina lo obligó a alzar ligeramente la mirada. Aún con el rostro estoico y sin demostrar emociones, la albina sabía que por dentro él se estaba muriendo incapaz de responder. Su única manera de animarlo fue asentir con la cabeza y dedicarle una sonrisa calmada—Tranquilo, no me molestaré contigo lo prometo, dile la verdad a mí padre—cinco segundos de realización, dos segundos que le tomó suspirar y tras regresar sus ojos al piso asintió con la cabeza.
Con aquel simple asentimiento estaba aceptando que había sido ella quien se había escapado de su guardia, causando todo el desastre y los ojos del rey se clavaron en los de su hija perdiendo el interés en el joven rubio.
—Retirate Meliodas, quiero hablar con mi hija a solas—Meliodas no quería hacerlo y casi deja salir una exclamación de molestia cuando la orden llegó hasta sus oídos, al notar como su mandíbula se tensaba, Elizabeth supo con solo notar la tensión en sus músculos que el blondo no quería atender aquella petición, pero conocía bien su posición y sabía que no era quien para discutirle al rey.
La duda en su cuerpo, el hecho de que se haya atrevido a levantar la cabeza para mirar directamente al rey a los ojos sin moverse, el como su cuerpo permaneció en el mismo lugar, manteniéndose hincado pero protegido por la princesa expresando sin palabras su lealtad a ella. Bartra no supo si aquella devoción a su hija lo molestaba o le alegraba, pero como en aquellos momentos no estaba de humor, golpeó el borde de su silla haciendo eco en el salón y volvió a bramar su orden
—¡He dicho, fuera!—le ordenó y con un suspiro Meliodas supo que no podría negarse a tal orden. Le había prometido a Elizabeth que iba a permanecer a su lado sin importar la situación, lamentablemente no podía quedarse y la culpa comenzó a carcomer su ya lastimada mente.
Haciendo uso de toda su fuerza de voluntad, el caballero escolta se puso de pie haciéndole una reverencia al hombre en señal de disculpa y finalizó con ver a su princesa despidiéndose de ella de la misma manera, mostrándole su más grande arrepentimiento, Meliodas tomó la mano de Elizabeth entre las suyas, luego la llevo hasta sus labios para besar sus nudillos y alzó los ojos mientras sus labios permanecía en su piel tratando de transmitirle todo lo que no podía decir en esos momentos.
"—Perdoname—"
"—No quiero dejarte...—"
"—Se fuerte—"
"—Te estaré esperando afuera—"
"—Te quiero...te quiero mucho—"
Una última mirada donde le pedía perdón en silencio, un presión más sobre su piel y eso fue suficiente para que el rubio saliera de la sala del trono con andar pesado dejándola sola con su padre, alejandola de cada pizca de valor que había demostrado y con el corazón acelerado sin saber si era por los nervios o por aquel dulce beso.
—Explicate Elizabeth porque mi paciencia se está agotando—
—S-Si—tartamudeo, sentía todo en ella temblar de miedo. Encontró su propia voz en el fondo de su garganta y tras carraspear para aclararse siguió.
—¿Cómo es que Meliodas se culpó a si mismo de algo que no cometió? Suena muy poco creíble—
—L-Lo sé, pero por favor escucha toda la historia, te juro que él no tiene la culpa de nada—Bartra inhaló hondo para buscar su autocontrol, tratando de no soltar su lengua y comenzar a maldecir a todo, hasta a las mismas diosas por ponerlo a vivir cosas tan difíciles y asintió con su cabeza aceptando que permanecería callado hasta el final del relato.
Los siguientes minutos fue solo la voz de Elizabeth explicándole a su padre todo lo que había sucedido, contándole la verdad para justificar el comportamiento protector de Meliodas.
Le contó que no había sido la primera vez que se escapaba de su vigilancia, comentándole como durante su visita a Drole también se había escapado, le explicó que la razón era porque "odiaba" a Meliodas, o para ser más específica, en el pasado había sentido envidia de como el pueblo lo amaba y a ella la veían con decepción. Luego siguió su relato comentándole que ella le había ordenado al caballero que se retirara de la ciudadela hacia el Bazar para descansar, obligándolo a romper su formación y le explicó sus razones para haber salido sin supervisión al desierto, desde como se sentía aturdida, presionada y a la vez bastante desesperanzada y solo quería un momento para si misma sin tener que enfrentar a Matrona o a su escolta, pero aquel momento que sería solo de ella, terminó en una terrible experiencia.
Le dijo lo traumático que fue ser perseguida por los miembros del clan demonio, el cómo habían jugado con ella como si fuera una presa y como la habían herido solo para asustarla más. Elizabeth finalizó con decirle como Meliodas la había logrado encontrar, pese a encontrarse tan lejos de la ciudadela, como corrió y corrió buscando cualquier cosa que pudiera encontrarla y no se rindió hasta que dio con ella de manera milagrosa (no planeaba contarle de su conexión, temía lo que podría hacer con eso si es que llegaba a decirlo), Meliodas había llegado justo a tiempo para salvarla, asesinando a un miembro del clan demonio en el acto y causando la huida de todos los demás.
Cuando sus labios se cerraron nuevamente y ella agachó la cabeza, supo que ya no habría marcha atras. Había dicho toda la verdad como se había propuesto hacerlo y ahora toda la ira de su majestad caería sobre ella, sobre su propia hija. Un suspiro largo y pesado salió de los labios del rey mientras que este negaba visiblemente decepcionado haciendo que la joven apretara los puños.
—Me haz decepcionado una vez más, Elizabeth—
"—Una vez más...—" pensó para si misma, sumiéndose en la oscuridad "—Siempre lo decepciono no importa que haga—"
—Fuiste irresponsable, imprudente e infantil. ¡Tus acciones pusieron en peligro el futuro del reino y te pusiste a ti misma en peligro por sentimientos infantiles!—Elizabeth apretó los dientes e hizo tanta presión sobre sus propias manos que las uñas se marcaron en su carne—¡Ademas de que trataste mal a tu escolta consumida por pensamientos tontos, preocupaste a una amiga tan cercana como lo es Matrona e hiciste que casi le diera un severo castigo a Meliodas!—
—Me disculpé con él por todo...—se excusó aunque sabía que esas palabras no tendrían ni un efecto en su padre—Tambien le he perdido perdón a Matrona y por favor, remueve el castigo que le impusiste—
—Claro que lo haré, no dejaré que ese chico pague por tus actos infantiles—inconcientemente dejó salir un suspiro de alivio, esbozando una ligera sonrisa al sentirse bien consigo misma por haber logrado que no castigarán al blondo. Volvió a la realidad con el gruñido de su progenitor que la obligó a mantenerse seria alejandola de la paz—Espero estés consciente de que esta actitud tuya merece un castigo—la princesa mordió su labio, nerviosa y asintió con la cabeza. No se sentía preparada, pero debía de enfrentar lo que había causado.
—Si...—
—Créeme que si pudiera, quitaría a Meliodas como tú escolta y pondría a alguien más, para darte una lección y te des cuenta de que lo necesitas...—el miedo cruzó su mente al imaginarse un futuro sin el blondo. No por favor, cualquier cosa menos eso, ya no podía imaginar sus viajes sin tener a su amigo a su lado, sin tener sus ojos sobre ella, su cálida sonrisa, su risa. Él había dicho que no iba castigarlo de tal forma, entonces ¿Por qué...?—Pero no lo haré...—el alma de la princesa volvió a su cuerpo y el temor se esfumo—Meliodas es el caballero más fuerte del reino y después de salvarte estoy más que convencido de que es perfecto para ti. Estoy molesto contigo, pero no por eso te dejaré desprotegida, menos sabiendo que el clan demonio está tras tú cabeza—dejo salir un poco del aire que había estado conteniendo ante el alivio. Al menos sabía que seguía a su lado por un largo rato.
Con tenerlo con ella ya era feliz, se había dado cuenta de lo indispensable que era su escolta. Con un espíritu tan luminoso y carismático que solo a ella le mostraba. No lo quería lejos nunca más, lo necesitaba a su lado.
Se quedaron unos minutos en completo silencio, mientras el rey acariciaba su barba intentando encontrar el castigo adecuado para su querida hija. Se le ocurrieron muchas cosas, sin embargo, el pensamiento de lo que ella más odiaba lo hizo darse cuenta de cuál sería un castigo ejemplar y, además, sería útil para él.
Se aclaró la garganta llamando la atención de la albina, se acomodó en su gran trono dando una apariencia aún mucho más atemorizante y tras indicarle que lo viera, sus ojos chocaron y sus labios se abrieron.
—Ya sé cuál será tú castigo—todo en ella tembló—Y te recomiendo que des gracias a las diosas porque he decido no ser tan severo contigo. Cómo castigo irás a rezar a la fuente del valor durante tres días y tres noches—
—¡No padre por favor!—
—¡Irás a rezar a las fuentes y no saldrás de ahí hasta que hayas cumplido con lo acordado!—Elizabeth sintió que se desmoronaba en su lugar, como si de la nada el castillo se estuviera cayendo sobre su cabeza hundiendola en escombros de los que no podía salir. No quería, en serio no quería volver a ese lugar, de solo pensar en que su piel estaría de nuevo en aquellas aguas heladas rezando sin descanso...no—Considera que he sido benevolente, si despiertas tú poder le brindaras alegría al reino, si no lo haces tan solo será un castigo para recordarte lo que puedes perder. ¿Entendido?—su libertad, eso era lo que podía llegar a perder y sabía que su padre era bastante capaz de hacerlo.
Con la poca fuerza que le quedaba asintió con la cabeza, sabiendo que si se atrevía a hablar sus palabras saldrían cortadas o simplemente rompería en llanto sin poder evitarlo. Al menos su padre pareció darse cuenta de eso ya que no la presionó, le hizo un gesto con la mano indicando que podía estirarse y Elizabeth se fue casi corriendo de la sala del trono perdida en su propia mente y su propia desgracia imaginándose el pero de los escenarios, en cuanto cerró las puertas de madera detrás de ella, unas manos la sostuvieron de la cintura con fuerza, soltó un respingo de sorpresa a nada de gritar, pero cualquier susto murió en su garganta cuando reconocí aquellos cabellos rubios y esos ojos verdes.
Meliodas se había quedado todo el tiempo detrás de la puerta, esperando paciente hasta que ella saliera. No la había dejado sola.
Saberlo tan solo le dio más razones para querer derramar lágrimas y estaba a nada de romperse en llanto en sus brazos cuando vio su mirada alarmada haciéndola retroceder y lo observo mirando a todas direcciones para asegurarse de que no hubiera ningún chismoso.
—Tranquila aquí estoy, solo resiste un poco más—me había susurrado casi al oido y al instante comenzó a jalarla con rapidez hacia su propia alcoba. Lo bueno de que ambos conocieran el castillo fue que no tardaron mucho en conseguirlo. Meliodas abrió la puerta de la habitación de Elizabeth, la dejó entrar y luego se metió él también junto con ella cerrando la puerta en su espalda.
Ahora sí ya estaban en un lugar seguro y no pasó ni un segundo cuando él le abrió los brazos ofreciéndole un abrazo.
Ella no dudó, se arrojó a sus brazos comenzando a soltar varias lágrimas mientras el blondo comenzaba sus caricias sobre sus cabellos. Le rompía el corazón verla de esa forma, no podía evitar pensar que era culpa suya, si tan solo hubiera mentido el castigo hubiera caído sobre él y ella estaría bien.
"—Es mentira—" le aclaró su mente "—Me habría alejado de ella si no le decía la verdad—" por más que le doliera, cualquier otra opción era menos dolorosa que alejarse de la princesa. Ya no se sentía con fuerzas como para poder hacerlo, solo la quería a su lado.
—Lo siento—se disculpó y ella rápidamente negó—Lo lamento, debí haber dicho algo, no sé quizá pude haber dicho que...—
—No—se separó de él con rapidez y negó—Si hubieras dicho algo lo hubiera visto como un acto de rebeldía—sabía que ella tenía razón, pero el mal sabor de boca que le dejaba el no poder defenderla era terrible—Hubiera sido peor, para ambos—
—¿Cuál fue tu castigo?—la princesa soltó unas lágrimas más haciendo pucheros con sus labios y caminó hasta sentarse en su cómoda cama. Meliodas se sentía realmente mal, quería hacerla sentir mejor de cualquier manera, quería hacerla reír, quería quitarle aquel semblante de tristeza y reponerlo con sus labios sobre los de ella.
El pensamiento lo asustó y se alejó unos pasos sintiendo que podría perder su autocontrol. Desde aquel día en el prado donde cayó sobre él los deseos de besar los labios de la princesa cada vez eran más fuertes. Ojalá tuviera la fuerza de voluntad como para alejarlo de él, pero el simple pensamiento lo carcomía por dentro. Ya no podía alejarse, pero no sabía cuánto más podría reprimir sus impulsos.
Haciendo uso de su mayor control, volvió a acercarse, limpio las lágrimas que estaban en sus mejillas causándole un suspiro a la princesa y le sostuvo el rostro para alzarlo y hacer que lo viera.
Sus ojos ya le transmitían toda la seguridad que ella necesitaba. Elizabeth inhaló hondo para calmar sus ideas y recargó su mejilla en las manos masculinas.
—Mi castigo será ir a la fuente del valor y rezar por tres días y tres noches...—la mirada de Meliodas se tiñó de ira, sabiendo perfectamente la horrible experiencia que era para ella ir a aquellos lugares supuestamente sagrados. Matrona le había dicho que Elizabeth hasta se enfermaba por pasar tanto tiempo rezando y ella misma ya le había confesado como odiaba ir a aquellos lugares, a pedir por algo que quizá no poseía.
Ante los ojos del blondo, aquel castigo era cruel por parte del rey, ¿Cómo podía enviar a su propia hija a aquel lugar de pesadillas?
—Partimos mañana—finalizó sin poder dejar de derramar lágrimas y su mirada se desvío hasta su ropero donde guardaba el vestido ceremonial que usaba cuando rezaba.
No era más que un vestido simple de color blanco, sin mangas y que le llegaba hasta los tobillos, con un collar simple de oro y brazaletes del mismo mineral.
—Sin importar lo que suceda, me quedaré a tu lado, ¿Lo sabes?—elizabeth sonrió y asintió con su cabeza, las ganas de estirarse lo suficiente como para tocar los labios de su escolta la hizo sonrojar, pero si es que Meliodas lo notó no lo demostró—Lamento que tú padre te haya puesto este castigo—
—Debo enfrentar mis consecuencias—se alzó de hombros.
De lo único que Elizabeth estaba segura a parte de que seguro sufriría una terrible desilusión estando en aquellas fuentes, era que Meliodas permanecería a su lado en todo momento y contar con un apoyo en aquel lugar sería la mejor ayuda que podría tener.
¿Pensaron que los iban a alejar? No mi gente jaja eso no está en el guión original 🤭
Admito que si estuve tentada en hacer que Meliodas recibiera un castigo, pero no, eso habría sido muy injusto.
Elizabeth tendrá que ir al lugar de sus pesadillas, esas fuentes sagradas y ya veremos qué tal le va 👀
Si todo sale bien el próximo capítulo marca el final de la parte dos de la historia, para dar inicio a la parte 3 y final 😬 (que no sé que tantos capitulos vaya a durar jaja) pero aja.
Disculpen faltas de ortografía, los corregiré cuando pueda. ¿Qué les pareció? ¿Les gustó? Espero que si, sin más que decir los vemos en el siguiente capítulo ✨
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