XXIII
Capítulo 23: Lo que no puede ser
—Sabes que no estoy de acuerdo en que te vayas—al día siguiente la Matriarca estaba despidiéndose de ambos jóvenes en el bazar. Obviamente había sido difícil convencerla para permitirle a la princesa partir, pero la seguridad y entusiasmo con el que Elizabeth le habló ayudaron a que aceptara. Les había preparado provisiones hasta para sobrar, le había preparado una bolsa de cuero especial a la princesa donde venía el ungüento especial junto a tela para vendar su herida de brazo y pierna y por supuesto le había dado indicaciones específicas a Meliodas para que la atendiera—Pero es tú deseo y necesitas hablar con tu padre—
—Te enviaré una carta cuando lleguemos al palacio, lo prometo—Matrona sonrió y se inclinó hasta depositar un beso sobre la coronilla de la princesa, luego, con cuidado, la ayudo a subir a su caballo (que se mostraba molesto por la arena cerca de sus patas) y luego se volteo hasta mirar al blondo.
Ambos se observaron, verde contra morado, el escolta le dedicó una reverencia a la matriarca con gran respeto y la enorme mujer solo se cruzó de brazos.
—Cuídala bien—
—Con mi vida—exclamó en voz alta, una sonrisa adornó el rostro serio de Matrona quien casi parecía orgullosa de aquellas palabras y finalmente colocó su mano sobre el hombro de Meliodas.
—A partir de hoy eres un amigo de las Gerudo, eres el único hombre que tiene acceso a nuestra ciudadela, solo por favor, no vuelvas a entrar a la fuerza como lo hiciste está vez—un sonrojo de vergüenza cubrió las mejillas morenas del héroe, pero solo atinó a asentir, tragándose las palabras para evitarse más vergüenzas. Entendía que su actitud no había sido correcta, pero en aquellos momentos la desesperación y preocupación fueron más fuertes—Tengan un hermoso viaje y por favor, tengan cuidado. El clan demonio sigue por ahí, afuera—
Un escalofrío recorrió la espalda de la princesa del reino y no pudo evitar contener el aire. Sus ojos negros, su magia oscura que la dejaba helada, la manera en la que habían jugado con ella justo como un gato perseguía a un ratón asustadizo. La tensión casi la hace sofocarse cuando la intensa mirada verde de su escolta se poso sobre ella.
Fue como si el sol volviera a salir por segunda vez. Todos sus miedos se fueron con la brisa de aire fresco que movió sus cabellos, y él la miró con tanta dulzura que su corazón antes asustado comenzó a latir rápido solo por él. En toda respuesta la albina le sonrió a Meliodas agradecida de tenerlo a su lado y negó con su cabeza asegurándole que todo estaba en orden. El blondo no quiso preguntarle, menos teniendo a Matrona a sus espaldas, ella parecía estar esperando la mínima señal para impedirle a Elizabeth partir.
—Gracias por todo Matrona, nos veremos pronto—
—Que las diosas iluminen su camino—y entonces finalmente comenzaron a avanzar, a paso rápido para alejarse del peligroso desierto tango como pudieran, sus caballos se quejaron por el camino arenoso, pero bastaba con que el escolta los llamara para que estos pudieran aguantar un poco más.
Fueron aproximadamente dos horas de silencio mientras se concentraban en salir del camino que atravesaba el gran cañón de Gerudo, Meliodas permaneció alerta en todo momento por si los miembros del clan demonio se atrevían a venderles alguna emboscada. Todo estaba tenso, esperando por cualquier ataque, pero para su suerte no sucedió nada fuera de lo normal.
La princesa y su escolta abandonaron el cañón de Gerudo saliendo por fin del camino arenoso y lleno de piedras, el camino poco a poco volvió a ser uno de tierra firme y el paisaje amarillo fue sustituido por el verde de los bosques y el pasto. Solo hasta ese momento los dos se permitieron frenar el avance y tiraron de las correas de los caballos para que estos disminuyeran la velocidad.
—Es bonito ver árboles de nuevo—rió la princesa y el blondo sonrió.
—Si, lo es—murmuró, a lo que ella lo escucho y volteo su mirada para poder sonreírle.
—Oye Mel, ¿Cuando es tú cumpleaños?—el rubio no pudo evitar una carcajada ante el repentino cambio de tema, pero no sé negó a responder.
—Fue hace ya una luna princesa—la cara de la joven fue un hermoso huracán de emociones, primero la sorpresa, luego la vergüenza, que dio paso a la tristeza y finalizó con un enojo fingido del que ambos querían reírse.
—¿Y por qué no dijiste nada? Pudimos haberte festejado—se quejó.
—No es algo importante—se alzó de hombros y ella frunció más su ceño abriendo la boca sin abandonar su fingida molestia.
—¿Cómo puedes decir tal cosa? El cumpleaños del héroe del reino debería ser algo que todos celebren—se quedaron callados, mirándose fijamente...pero tras solo cinco segundos los dos estallaron en risas por la horrible actuación de la princesa, que aparentaba molestia y sus risas pudieron incluso alertar a los animales del bosque. Cuando ella pudo controlar su carcajada, tuvo que inhalar hondo para devolverle el aire a sus pulmones y seguir—Hablando en serio Meliodas, ¿Por qué?—
—No es importante para mí—acepto, sincerando su corazón. Se sentía bastante bien poder decir lo que escondía, se sentía muy bien ser él mismo, se sentía bien...hablar con ella—La mayoría de mis cumpleaños los pasé en algún entrenamiento o en alguna misión, fueron realmente pocos los que pasé con mi familia—se alzó de hombros—Asi que ya no les he tomado importancia—
—Pues eso cambiará a partir de ahora—anuncio la albina con una sonrisa y luego alzó la mano adoptando una postura real como si estuviera en la corte—Como tu princesa y futura reina, te ordeno que cada que sea tu cumpleaños asistas a una fiesta que yo misma organizaré—
—Oh vamos majestad, no es para tanto—rió apenado y Elizabeth entrecerró sus ojos ahora sí con verdadera molestia.
—¿Qué habíamos dicho de usar títulos reales?—Meliodas se dio cuenta de como la había llamado, riendo un poco al ser regañado por su cortesía y asintió.
—Cierto, lo lamento, Ellie—se apenó y desvío su mirada. La visión del rubio con las mejillas coloradas y su sonrisa de lado fue lo más hermoso que la princesa vio alguna vez en su vida.
No eran joyas, oro o regalos, lo más hermoso era ver la sonrisa de alguien a quien en verdad querías.
—¿Por qué eres tan silencioso Mel?—el rubio soltó un suspiro tensado un poco sus músculos y la albina se alarmó. ¿Había preguntado por algo que él aún no quisiera decir?—Lo lamento—se apresuró—No quiero incomodarte—
—No me incómodas—le sonrió, tratando de calmar a la joven albina y luego alzó sus hombros sintiéndose en sus propios pensamientos—Tan solo...no habló con nadie sobre eso—Meliodas inhaló hondo buscando sacar las palabras que su corazón venía guardando por tantos años. Alzó la mirada para clavarlos en los azules de la princesa y tras asegurarse de que solo fueran ellos dos en el camino volvió a suspirar—Me da miedo...—
—¿Miedo?—preguntó casi sin creerle. El oji verde solo asintió lentamente y llevó su mano izquierda hasta su espada en un acto reflejo, buscando seguridad.
—Si, me da miedo decir lo que pienso—admitió, abriéndole su corazón a la princesa que debía de cuidar—¿Nunca has tenido esa sensación de que con tus palabras puedes decepcionar a todos?—preguntó y aquellas esmeraldas actuaron como espadas intentando clavarse en su mirada y sacar su alma.
Elizabeth se derritió por dentro, completamente conmovida por la honestidad en aquellos orbes verdes y no pudo evitar jadear recordando muchos momentos de su vida.
"—Claro que la he tenido—" pensó para si misma con los ojos iluminados "—Cada día de mi vida—"
—Si—fue lo único que atinó a decir, respondiendo a la pregunta. Una sonrisa triste atravesó los labios de Meliodas al verse comprendido y volvió a suspirar dejando salir parte de su pezades.
Entonces Elizabeth pudo verlo, sus hombros caídos en una posición doblada, todo lo contrario a su firmeza durante la lucha...Meliodas le estaba permitiendo ver el gran peso que cargaba en sus hombros y el saberlo casi la hace llorar.
Solo a ella se lo había permitido. Era la primera y unica persona que lo veía en su lado vulnerable.
Quizá abrazarlo al instante.
—Como la gente siempre ha esperado tanto de mi, me siento incapaz de...expresar lo que realmente siento—Elizabeth estaba al borde de las lágrimas, pero el blondo no pareció inmutarse, se encontraba demasiado absorto en su mente, manteniendo la concentración para evitar cerrar su corazón de nuevo—Porque lo cierto es que no siento estar a la altura...—
"—Es igual que yo...siente lo mismo que yo—" pensó la princesa y en serio se sentía maravillada. El héroe del reino, aquel que antes detestaba ahora se daba cuenta de lo parecidos que eran. Ambos con las mismas heridas, ambos con los mismos pensamientos. Almas gemelas destinadas a reunirse no solo por una absurda profecía.
¿Por qué su corazón latía tan rápido? ¿Por qué sentía tantas ganas de consolarlo en su pecho?
—Tengo miedo de fallar, de no lograr mi objetivo, temo bastante decepcionar a todo el pueblo con mis inseguridades y mis miedos. Ellos me creen "el héroe sin miedo", pero la realidad está bastante alejada de ese apodo—cerró los ojos un momento en un gruñido bajo y permaneció unos segundos en silencio inhalando hondo para poder continuar—Asi que decidí guárdame mis pensamientos para mí mismo, decidí que si tenía miedo de que vieran mis sentimientos, entonces simplemente no volvería a mostrarlos en público jamás y decidí callarme por el bien de todos. Si nadie me escuchaba entonces podría seguir siendo ese héroe perfecto que tanto creen que soy—finalizó con un susurro apenas audible, pero que llegó perfectamente a los oídos de Elizabeth.
La princesa permaneció largos segundos en silencio, tratando de encontrar su propia voz desde el fondo de su garganta. Tenía un nudo que le impedían hablar y los ojos tan cristalinos que si parpadeaba seguro las lágrimas iban a resbalarse.
—Oh Meliodas—hasta que la voz de la princesa perforó su mente fue que él por fin reaccionó. Al darse cuenta de todo lo que había dicho desvío la mirada realmente avergonzado de haber admitido sus mayores temores en voz alta y sus orejas se pusieron rojas.
"—Ahora pensará que soy patético—" se burló de si mismo, pensando lo peor al instante. Que equivocado estaba.
—Yo siento lo mismo que tú—el jadeo de sorpresa que salió de sus labios fue tan fuerte que ella soltó un pequeña risa, entonces Meliodas volteó a verla con los ojos asombrados y sintió como su corazón se hacía trizas al notar como los hermosos ojos azules de la princesa estaban llenos de lágrimas saladas.
—Oh Ellie por favor no llores—
—Lo lamento—rió y en reflejó ella comenzó a abanicar su rostro para ahuyentar las lágrimas, sin embargo era imposible, antes de darse cuenta aquellas gotas de agua ya estaba cayendo por sus mejillas de manera incontrolable.
El primer impulso del escolta fue detener el caballo, bajarla a ella del suyo y luego limpiar sus lágrimas con algún pañuelo para hacerla sentir mejor...pero el segundo impulso, uno que vino directamente desde el fondo de su corazón, desde la parte más oscura de si mismo, una parte que no solía escuchar y que solo aparecía en situaciones de ira, logro escabullirse hasta su cerebro e instalarse ahí.
Quería retirar sus lágrimas con su propia lengua, limpiarlas con su boca, absorberlas todas para que ella no tuviera que desperdiciarlas por alguien como él. Pasar su lengua una y otra vez hasta que Elizabeth dejara de llorar y se aferrara a él.
Meliodas no pudo evitar el terror que le causaron sus propios pensamientos. ¿Cómo osaba desear tal cosa? ¿Cómo osaba querer hacer algo así con la princesa del reino?
Estaba enloqueciendo.
—En serio lo lamento no quiero preocuparte—se excusó la dama, logrando sacar al escolta de aquel posó oscuro en el que se había sumido—Tan solo te entiendo, yo también tengo mucho miedo de defraudarlos a todos, por más que me esfuerzo parece que la gente no nota mi sacrificio y cada día que pasa solo soy una decepción para el pueblo y para mí padre—
—No digas eso Ellie...—
—Es la verdad—sollozó—El poder de las diosas no responde a mi y sé que con eso los decepcionó a todos—una risa irónica salió de sus labios al mismo tiempo que agachaba la mirada y el rubio sintió todavía más dolor. Ese dolor era de ambos, lo sabía, ambos estaban sufriendo y en respuesta su conexión se los estaba haciendo saber—Sabes, cuando te conocí pensé que tú también me odiabas—eso le rompió aún más el corazón.
Con los ojos abiertos de dolor y los labios abiertos, aquellas palabras hicieron eco dentro del blondo, que solo pudo aferrarse más fuerte al mando de su espada buscando seguridad.
—¿Qué?—susurró
—Pensé que me odiabas al igual que el reino, por eso me fastidiaba tu silencio—admitió—Nunca podía saber lo que pensabas, siempre estabas con ese rostro estoico, así que me daba miedo que detrás de tu máscara de perfección me odiaras por ser inútil. Tú ya controlas esa espada, estás listo para la guerra, yo en cambio...—
—Bien basta ya—dijo rápido, cortando el hilo de la princesa, en un solo segundo Meliodas ya había detenido a su caballo, se había bajado de un saltó y se había apresurado a detener a Elizabeth de igual manera. Luego la bajó de su caballo con cuidado y antes de que pudiera luchar o algo, el escolta la llevó dentro del bosque, alejandolos a ambos del camino para evitar exponerla al ojo público (y a un posible escándalo) y solo cuando se aseguró de estar bien cubiertos por los árboles la abrazó.
El aire salió de los pulmones de la joven princesa mientras aquellos fuertes brazos la sostenían por la cintura, justo como aquella vez durante el baile en la corte y la apretaban contra su firme cuerpo.
Un furioso sonrojo cubrió su rostro, su corazón latió desbocado y permitió que su caballero la estrujarla contra si mismo. En toda respuesta Elizabeth sonrió, llena de paz y tranquilidad, un sentimiento cálido comenzó a curar las heridas de su corazón regresando la luz a su voda y aquello fue tan poderoso que incluso Meliodas también pudo sentir aquel sentimiento cálido.
Ambos jadearon por la placentera sensación de que sus penas sean erradicadas y Elizabeth correspondió al abrazo juntándose aún más a él.
—Yo confío en ti—susurró Meliodas cerca de su oído y un escalofrío recorrió la espina dorsal de la princesa—Confío en que vas a lograr despertar tú poder, así como también admiro lo inteligente que eres—la sonrisa en ella se hizo más grande—Admiro tu capacidad para entender las cosas con rapidez, admiro tú intelecto, tu emoción cuando se trata de cosas ancestrales y diosas lo hermosa que te ves cuando me explicas sobre todo lo que sabes aunque yo no entienda nada—los dos rieron en medio de su abrazo y todo aquel momento triste de antes quedó en el olvido. Elizabeth se aferró más al pequeño cuerpo y sintió el calor subir aún más cuando escuchó que le había dicho "hermosa"—Yo siempre quise conocerte Elizabeth, mientras tú pensabas que te odiaba, yo en realidad deseaba conocer a la verdadera princesa del reino...¡y saber porque ocultabas tanta tristeza y pena en tu mirada!—
—Eres tan increíble Mel—sollozó la princesa y el corazón del blondo se hinchó de aquella sensación tan hermosa—En verdad impresionante, no necesitas ser silencioso para demostrar tu valía. El hecho de que sepas admitir tus miedos te hace el hombre valiente que conozco—las lágrimas también picaron en los ojos verdes del rubio—Eres valiente, lleno de valor, no solo sabes usar una espada eres mucho más que eso—
—¿Cómo puedes estar tan segura de eso?—rió un poco apenado. Elizabeth se separó ligeramente de él, lo suficiente solo para poder verse directamente y entonces, frente a la asombrada mirada del joven, se inclinó lo suficiente como para darle un beso en la mejilla.
Se sintió distinto al de la última vez, no solo porque ahora había sido ella quien lo estaba dando, si no que la intención era completamente diferente.
Por un lado, en el primero, Meliodas había deseado transmitirle toda su lealtad, todo su deseo y todo su cariño a ella, había sido un grito en medio de la oscuridad para asegurarle que podía contar con él siempre. Este beso, en cambio, trataba de conectarlos aún más, transmitía sentimientos que los dos poseían, sentimientos que no comprendían o que, más bien, se negaban a aceptar por el bien de si mismos, era una manera de asegurarle a Meliodas que estaba a su lado y que ya no tendría que volver a ocultar su corazón nunca más.
Tras separarse de la mejillas masculina, la princesa sonrió con algo entre la pena y la felicidad y luego se separó definitivamente del abrazo indicándole que debían de volver.
—Lo sé porque te quiero—respondió a su anterior pregunta. Meliodas permaneció atónito por varios segundos, tan solo admirando el cuerpo de la princesa frente a él con el deseo de caer de rodillas ante ella y complacer cada uno de sus deseos, anhelaba decirle que su lealtad era suya, que solo ella tenía está clase de control sobre él.
Pero no lo hizo, tan solo le sonrió con las mejillas tan coloradas que le dio ternura a la princesa y finalizó con tomar su mano entre las suyas, la llevó directamente hasta sus labios para besar sus nudillos con adoración y luego se separó de ella para comenzar a guiarla en silencio de regreso al camino. No necesitaban palabras cuando sus ojos lo decían todo.
"No sé cómo explicar esto, pero me salvó...
Hace tan solo unos días salí al desierto a espaldas de Matrona y de Meliodas, miembros del clan demonio me asaltaron y trataron de asesinarme. En serio pensé que moriría en aquel lugar, vi la muerte demasiado cerca de mi, pero a pesar de que lo decepcioné, Meliodas vino a mi rescate y me salvó de todos ellos.
Los ahuyentó con su gran fuerza y me salvó la vida, de nuevo.
Admito que me apena ser como una carga para él, siempre se encuentra alerta, tomando guardia para mi propia seguridad y con eso descuida su salud, pero no puedo evitar sentirme tan...querida. Su mirada siempre en mi, cuidando mi espalda, sus manos alrededor de mi cintura, su aliento cálido cerca.
Me hace suspirar de solo verlo.
Estos días han sido increíbles en todo sentido. El hielo entre nosotros se ha derretido por completo, Meliodas aún se avergüenza un poco de abrir su corazón, pero ya es mucho más hablador que antes, ¡Bastante! Nunca pensé que pasaría de ser ese chico silencioso a uno que no cierra la boca diciendo todo lo que piensa, pero no me quejó, porque yo soy igual.
Me contó cómo le encanta comer, ama llenar su estómago de los platillos más exquisitos y cuando le pregunté porque es tan callado le costó un poco decirme, pero al final lo hizo, me contó que como la gente siempre ha esperado tanto de él, prefirió esconder sus pensamientos y sus sentimientos para evitar decepcionar a todos.
Lo que pasó después de eso fue mágico...me abrazó tan cálidamente, me sostuvo entre sus brazos con firmeza dándome todo para seguir de pie, me dijo palabras hermosas al oido y yo lo besé. Desde entonces todo ha ido mucho mejor y pasó tanto tiempo hablando con él que he olvidado escribir aquí, en mi diario.
Ahora me doy cuenta de lo increíble que es. Respetuoso y amable, comprensivo y siempre sonriente, le muestra empatía a todo, hasta a los animales del bosque que llega a cazar y, cuando las cosas se ponen serías, me cuenta sobre sus temores a dejar de ser digno de la espada sagrada. Yo lo escucho en todo momento, admirando la clase de hombre que es. Su fortaleza para admitir todos sus miedos y, a la vez, tragarlos y enfrentarse a ellos, eso es lo que lo vuelve un verdadero héroe, no la espada, si no su espíritu.
Pero...hay algo que me aterra de todo esto y es que no he dejado de ver sus labios en todo momento deseando algo que sé que nunca pasará. Cada que sus dedos rozan mi cintura y me sostienen para ayudarme a bajar o subir del caballo, deseo que sus fuertes manos nunca me suelten, deseo que permanezcan unidas a mi, unidas a mi piel, deseo tomarlo de la mano y que acaricie mi rostro con sus dedos. Cada que descubro su mirada sobre mi la sensación de calor en mi vientre es tan poderosa que no puedo evitar sonrojarme, es intensa y penetrante, siempre alerta para protegerme, pero, a la vez, es como si tratara de memorizar cada parte de mi para pintarla a fuego en su memoria.
¿Siempre había sido así de intenso o será nuevo? ¿Acaso eso era lo que ocultaba tras su silencio, una intensidad tan grande que temia mi rechazo? No sé, quizá se lo pregunté cuando la vergüenza desaparezca y me permita comentarle. Pero por ahora no se cómo sentirme, es extraño, cálido y reconfortante, como si el tiempo se detuviera mientras estamos juntos.
Se siente como si aunque la bestia oscura despertara, con saber que yo estoy a su lado, moriría feliz."
—¡La comida está lista!—la voz del dueño de las palabras en su diario la hizo alzar la cabeza de nuevo, su rostro estaba colorado debido a todas las confesiones que había hecho en aquellos papeles y, al notarlo, Meliodas alzó una ceja confundido—¿Todo en orden Ellie?—
—S-Si—tartamudeo y se apresuró a guardar su libreta para esconder todos sus sentimientos de él. Aún no se sentía lista para confirmarlos, menos sabiendo que debía librar una lucha más fuerte en esos momentos.
Ambos habían decidido tomarse un descanso rápido, se habían detenido en lo alto de una colina para poder comer un poco y pasar el rato, estaban más cerca del castillo, a solo dos días de llegar y la tensión que aquella imponente arquitectura causaba en ellos era evidente, ambos estaban asustados de lo que podría llegar a pasar al llegar ahí.
Tratando de desviar su mente de todo, la princesa sacó la tableta del caos de su cinturón con una sonrisa, dejó a un lado el cuenco de estofado, abrió la cámara y comenzó a capturar las imágenes de muchas flores que estaban a su alrededor de ambos, incluso capturó una donde aparecía la colina llena de flores y a lo lejos el gran castillo del reino. Meliodas la admiró al hacerlo, llevando un poco de estofado directo a su boca con una sonrisa, divertido de la actitud casi infantil que ella estaba mostrando.
—Y está también...¡Ah y esa de ahí!—añadía con emoción la joven, capturando cada conjunto de flores de colores que llamaba su atención para no olvidarlas jamas—La diversidad de las flores de Liones es fascinante, ¿No crees, Mel?—le preguntó, aunque no volteo a verlo.
—Tienes razón, son hermosas—le respondió y Elizabeth le dedicó una rápida mirada iluminada antes de seguir con su trabajo.
—Incluso hay algunas que sirven para crear tintes, de flores fue que conseguí el color para tu túnica—un sonrojo cubrió las mejillas masculinas ante el recuerdo de que aquellas suaves manos habían creado su túnica de campeón, mientras se estiraba lo suficiente como para ver las imágenes que ella estaba capturando, mirando todo con intriga y curiosidad. Aún le parecía increíble como los humanos del caos antiguos habían sido capaces de crear tal artefacto.
Todo quedó en silencio cuando ella se quedó observando a un punto en específico con el rostro llenó de una ternura triste. Meliodas alzó su ceja, sin entender porqué ella perdió aquel brillo de emoción, pero no pudo preguntarle a tiempo ya que Elizabeth se inclinó por completo sobre el suelo, gateo hasta aquel punto y luego admiro una única flor, entonces Meliodas observo y se dio cuenta de lo que ella tanto admiraba.
—Esta flor se llama "princesa de la calma"— incluso su voz sonaba más baja, neutra—Y es una especia en peligro de extinción—el jadeo de sorpresa que salió de sus labios no fue atendido por la princesa, ella estaba más preocupada por admirar aquella única flor de su especie con los ojos iluminados de un sentimiento que solo Meliodss podía entender. Ella se sentía como aquella flor, sola, en peligro y daba la casualidad de que incluso la flor se llamaba "princesa"—Estamos intentando salvarla con cultivo doméstico, pero no conseguimos que se arraigue. Solo crece en entornos silvestres—acaricio los pétalos blancos de aquella belleza con dulzura y una sonrisa de ternura. Luego se irguió en su lugar, quedando de rodillas ante la flor y llevó su mano hasta su pecho.
Meliodss también se inclinó, gateando hasta donde ella estaba, a pocos centímetros detrás de Elizabeth, pero lo suficientemente cerca como para poder admirar la pequeña flor.
»—Quiza debamos permitir que se salve a si misma...si es que puede— el significado detrás de aquellas palabras él lo pudo entender a la perfección. Era una manera de decir que debía dejar que ella sola debía salvarse, solo ella podía hacerlo, debía ser fuerte para conseguirlo si es que podía y la tristeza pasó justo a los ojos verdes del blondo.
Pero nuevamente antes de que él pudiera abrir sus labios para soltarle una clase de discurso motivacional en el que le haría ver lo perfecta que ella era, los ojos de la princesa se iluminaron, se dejó caer con violencia al suelo de nuevo con una enorme sonrisa.
—¿¡Qué es eso!? ¡Ven aquí!—le dijo a algo que él no pudo ver, luego sus manos se cerraron formando un capullo para lo que sea que ella haya capturado y, aún de rodillas, ella se acercó hasta el caballero con sus hermosos ojos azules llenos de vida y las manos cerca de su pecho—¡No lo puedo creer es maravilloso, Mel! Estas son muy difíciles de atrapar. Quizá puedo utilizarla en mis investigaciones, ¡Mira!—abrió sus manos y, ante la mirada de Meliodas, una babosa, brillante y verde rana estaba justo ante él.
Trató de sonreír para compartir la emoción de la princesa, pero sus labios formaron solo una mueca que hizo estallar las carcajadas de Elizabeth. La rana hizo un pequeño sonido tranquila entre los dedos de la albina.
—¿Y qué la hace tan especial?—preguntó y su mirada de ella se iluminó aún más al ver interés por parte de su escolta. Meliodas tragó en seco y ella abrió los labios para explicarle todo.
—¡Creemos que está especie podría tener efectos medicinales extraordinarios!—la rana saltó dentro de las manos de Elizabeth aterrizando de nuevo en sus dedos y volvió a croar—¡Parece que al ingerirlas uno puede aumentar ciertas habilidades...!—luego aquel brillo de emoción se fue transformando a uno lleno de travesura y por primera vez Meliodas sintió las ganas de escapar de la princesa albina—¡Y con tú fuerza física y tú increíble resistencia serías un candidato ideal para probarlo!—
—¿¡Q-Qué!?—exclamó claramente sorprendido y Elizabeth se estiró lo suficiente como para poner la rana cerca de su rostro. ¿En serio quería que se la comiera? Obviamente Meliodas se alejó, haciéndose hacia atrás para alejarse y las risas de la princesa se volvieron más escandalosas.
—¡Pruébalo!—
—¡Ugh!—se quejó cuando la rana saltó de nuevo cerca de él.
—¡Por la ciencia!—insistió ella, pero al final estaban tan inclinados que Elizabeth terminó cayendo justo encima de él, con sus pechos en su rostro y la pequeña rana escapándose de sus manos.
Se quedaron en un gran silencio después de eso, quietos, sin poder moverse. Elizabeth no pudo evitar el jadeo que salió de sus labios cuando el aliento cálido de meliodas acaricio sus montañas suaves por encima de la tela, un extraño cosquilleo hizo que sus botones rosados se pusieran erectos y se apoyó en sus manos para poder alejarlo de sus pechos. Solo rogaba porque Meliodas no notará aquellos dos bultos que resaltaban la tela gracias al calor de su boca.
Pero la expresión de él era indescifrable. Estaba serio, tanto que a ella le pareció raro ya que tenía mucho tiempo sin verlo así, sus ojos estaban brillantes, sus labios rosados entre abiertos jadeando algo fuerte y una capa de sudor frío cubría su frente. No supo porque, pero verlo de esa forma y debajo de ella la hizo sentir tan poderosa que incluso se asustó de si misma. ¿Él siempre había sido así de hermoso?
Cuando estuvieron cara a cara se observaron por largos minutos. A solo unos pocos centímetros de sus labios, si se estiraba un poco más o si hacían un mal movimiento seguro que llegarían a tocarse, lo vio tragar en seco debido a la cercanía y ella no pudo evitar perder su mirada en sus mohines rosados. Ambos sonrojados hasta las orejas, tratando de procesar lo que había pasado y la incómoda sensación de querer más, pero de sentirse el peor pecador tan solo por desearlo, temiendo haber sobrepasado los límites del otro y temiendo que su relación se fragmentara.
Sin embargo cuando ella estaba por soltarse a balbucear disculpas por lo que había pasado, la risa escandalosa de Meliodas llenó la tensión entre ambos y aquel ambiente incómodo paso a uno más familiar. Ella comenzó a reír también, aún sin quitarse de encima de él y se sorprendió más cuando Meliodas llevó sus fuertes manos justo a su cadera, para sostenerla, él echó la cabeza hacia atrás, aún con el rostro rojo, pero era más su risa que al final fue lo único que quedó.
—Oh Ellie por favor no vuelvas a tratar de darme a comer una rana—rió divertido y ella estalló en una carcajada también. Ambos se levantaron de nuevo, con cuidado para evitar otro inconveniente y separándose por fin para darse su espacio. La joven remató con colocar sus manos sobre su rostro rojo para cubrirlo y sus risas sonaban ahogadas entre sus dedos.
—¡Lo lamento tanto Mel, me dejé llevar por la emoción!—
—Y no tienes idea de lo linda que te ves cuando estás tan emocionada—la halago y el corazón de ambos latió desbocado. Ella estaba acostumbrada a recibir halagos por su belleza por parte de la corte, sin embargo en labios de Meliodas se sentía diferente, diferente porque solo él y sus amigos sabían cómo era ella en realidad y que él reconociera su belleza verdadera la emocionaba.
—Gracias—dejó salir una última risa y luego inhaló hondo para recuperar todo el aire que se le había escapado en su carcajada—Y de nuevo lo lamento, por todo—con ese "todo" también incluía el pequeño accidente de caer encima de él. El rubio negó con la cabeza, despreocupado, quitándole gravedad al asunto, cosa que decepcionó pero a la vez alivió a la princesa del reino y finalizó con extenderle su plato de estofado. Ella lo aceptó con gusto y agradeció en silencio.
—Descuida ya pasó, fue solo un accidente, es normal—añadió para calmarla y vaya que funcionó—Ahora come, debemos ponernos en marcha y esto ya casi se enfría—
—Como usted ordene mi capitán Meliodas—dijo ella con una voz monótona llevando su mano hasta su frente, el rubio rodó los ojos poniéndose de pie entre risas y se quejó.
—Oh vamos—exclamó y las risas de Elizabeth regresaron—Anda, ya deja de reír y mejor come. Iré a llevar a los caballos por un poco de agua al rio—la princesa asintió, completamente feliz y se llevó el cuenco a los labios para sorber—No vayas a moverte de aquí, vuelvo enseguida—
—No me moveré—
Una última mirada, un asentimiento por parte de la albina y entonces Meliodas se apresuró a tomar las riendas de ambos caballos comenzando a caminar directo hacia el río cercano, bajó la colina, caminó un poco más por el verde pasto, llegó hasta la orilla del río para dejar a los caballos y cuando se aseguró de estar solo...se dejó caer al suelo.
Su cuerpo lo estaba traicionando, actuaba en contra suya y había sido así desde que la conoció.
Temblaba fuertemente, jadeaba de necesidad entre gemidos ahogados que salían de sus labios, cerró los ojos en una expresión de absoluto deleite de solo recordar la suavidad de la princesa y sentía su piel arder en llamas como si estuviera siendo quemado vivo. Una molestia entre sus piernas lo asustó todavía más. No era tan ingenuo, claro que sabía lo que le pasaba y era justamente eso lo que lo asustaba. Se arrojó agua fría del río a la cara esperando calmar el calor, pero no funcionó, solo pudo abrazarse a si mismo para intentar detener su temblar y se hizo bolita jadeando alto.
Era intenso, sofocante y abrasador, su corazón latía tan rápido como si estuviera corriendo por todo el reino, el sudor sobre su cuerpo le pegaba su túnica a la piel, pero lo peor de todo era que le gustaba esa sensación. La sensación ardiente, el deseo de someterse a ella para demostrarle que le pertenecía en cuerpo y alma, para hacerle saber que era capaz de protegerla y a la vez de complacerla de la forma que su princesa quisiera, y todavía pero, el deseo de someterla a ella...
Eso le aterraba.
¡No estaba bien! Ella era tan hermosa, siempre se había dado cuenta de la belleza que era y desde que comenzó a ser más abierta con él simplemente no pudo evitarlo, se rindió a sus pies, pues su belleza estaba tanto en el interior como en el exterior. Era un ángel, un hermoso ángel, ¡No podía hacerle eso!
¡Pero le encantaba, le encantaba bastante! y joder cuánto la quería, solo quería su bienestar, solo quería ver esa hermosa sonrisa que tenía todo el tiempo brillando en su rostro, pero por eso mismo le aterraba la manera en la que su cuerpo había reaccionado, la quería tanto que no quería asustarla, no quería abrumarla, ni decepcionarla, ni alejarla de él y mucho menos quería ensuciarla con alguien de su nivel. Se supone que Meliodas estaba ahí para protegerla de todo, de todo y eso lo contaba a él, pero, ¿Tendría la fuerza suficiente como para alejarla de si mismo, si es que aquella abrasadora sensación se volvía incontrolable?
Elizabeth pensaba lo mismo, apenas se terminó su comida no pudo evitar abrazarse a si misma pensando en lo que había pasado. Con sus mejillas sonrojadas y realmente confundida. Era su escolta, su nuevo amigo, pero alguien tan cercano que en serio la comprendía, pero justo por eso era que se sentía confundida. Lo quería y mucho, pero, ¿Estaba bien sentir esa clase de cosas por un caballero? Él era de un estatus social menor al de ella, sería un escándalo.
Y justo por eso fue que decidió reprimir esa emoción y sepultarla en su cabeza.
No, trataría de resistir, porque pese a que en serio anhelaba más con él, sabía que sería casi imposible que algo sucediera. En primer lugar porque no sabía si Meliodas sentía ese mismo sentimiento que ella y en segunda porque sería un maldito desastre, los rumores, los chismes, ¡el escándalo! No podía hacerle eso a Meliodas, él mismo ya le había dicho lo importante que era su honor para él, no podía mancharlo con algo como eso, él quedaría marcado por siempre.
A los pocos minutos Meliodas regresó, sosteniendo las riendas de los caballos, el rostro mojado y mortalmente serio. La princesa volteó a verlo al escucharlo y sus ojos se cruzaron con los labios apretados en una línea fina. Se quedaron así un buen rato, pero cuando aparte ella notó como su mano derecha estaba cerrada en un puño fue que lo entendió.
No hicieron falta palabras ni mucho menos sonidos, no las necesitaban cuando sus ojos lo decían todo, con solo ver la expresión en sus orbes verdes la princesa pudo darse cuenta de que él pensaba lo mismo que ella, habían tenido la misma revelación al pensar a solas, solo que cada quien había pensado en el otro. Ella se preocupaba por él, él solo podía pensar en protegerla. El rubio solo pudo agachar la mirada, tratando de evitar la tristeza que sentía y esa fue la última confirmación que la princesa necesitó.
Saber que ambos coincidían en que algo como lo suyo jamás podría suceder...le rompió el corazón.
El amor, el drama, ¡La pasión! *_*
Ufff no tienen idea de la felicidad que me dan los capítulos siguientes. No solo porque avanzamos en la historia, si no porque también cada vez nos vamos acercando a la "Parte 3" del libro 👀 la cual vendría siendo la parte final (aunque claro quien sabe que tan larga sea está última parte)
Quiero saber, si no es molestia, ¿Qué les pareció este capítulo? ¿Les gustó? ¿Alguna queja o sugerencia? Yo en serio no puedo con la felicidad.
Ambos ya se abren y expresan sus sentimientos al otro, pero eso es solo un efecto domino que los terminó de unir. No es por preocuparlos pero se viene el drama *_*, porque como leyeron al final, ambos son conscientes de que lo suyo no puede ser. ¿Que pasará? Solo yo y mi lectora beta lo sabemos, pero descuiden, pronto ustedes también lo sabrán 👀✨
En fin, les dejó una imagen de la flor "princesa de la calma" del juego. ¿Sabían que en el juego de Zelda, hay una flor que representa a Link y una flor que representa a la princesa Zelda? En una parte del juego de "Tears of the Kindom" hay un lugar donde está lleno de flores princesa de la calma y campana muda. Y me parece hermoso porque, a mí gusto, representa justamente a estos dos, el caballero siempre con su princesa y están hechos el uno para el otro ✨
Pd: lo de la rana ¡Es cierto! Jaja en el juego (dependiendo de la rana) puedes crear elixires que si mejoran tus habilidades físicas 🤣
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