XVIII
Capítulo 18: Reconciliación
—Y eso sería todo—despues del incidente del temblor, la princesa se apuró lo más que pudo con los ajustes que quería hacer, para medio día ella ya había logrado terminar con todo lo que deseaba arreglar. Bastaron unas pocas horas para que terminara por completo y luego utilizará un camino dentro de la bestia para subir a la superficie, justo donde Drole y Meliodas se encontraban. Al unirse a ambos, la albina se aseguró de no ver a su escolta directamente a los ojos y se plantó frente al campeón—Con esto se te hará más sencillo poder controlarla y mejorará tú conexión con ella. Recuerda que tienen conciencia de alguna forma_
—Lo sé, Dolees y yo ya nos entendemos a la perfección. ¿No es así chica?—para sorpresa de Meliodas, la gran bestia metálica soltó un sonido parecido al de un rugido como si en verdad le hubiera entendido. El campeón gigante infló su pecho con orgullo y luego se dio unos cuantos golpes en este mismo con una gran sonrisa—¡Cuenten con todo nuestro apoyo a la hora de la batalla!—
—En verdad eres increíble Drole—la princesa sonrió y el contrario asintió, completamente de acuerdo con el halago que le habían dicho—Ahora que he terminado podemos retirarnos, mi escolta y yo tenemos que prepararnos para salir camino al castillo—
—Si no le molesta princesa, me gustaría quedarme aquí a manejar a Dolees, quisiera probar esos nuevos ajustes—rascó su nuca y la joven se apresuró a negar con la cabeza aún sonriente.
—Para nada me molesta, la bestia divina es suya, puede quedarse a manejarla tanto como desee—
—Es bueno saberlo—ambos soltaron unas risitas y la princesa asintió. Luego se acercó un poco hasta Drole y le extendió la mano, con toda la delicadeza del mundo el de piel azulada la tomó y se despidieron de manera formal aunque con un poco más de confianza.
—Nos veremos pronto, Drole—
—Que tengan un bonito viaje y llenen sanos a su destino—Elizabeth se dio media vuelta, haciéndole una ceña con la cabeza a Meliodas para que supiera que ya era hora de retirarse, el blondo asintió hacia Drole como única despedida y estaba por seguir a la princesa cuando la enorme mano del descendiente de gigantes lo tomó por el hombro y lo obligó a acercarse a él. Cómo una sonrisa de compañerismo, el de piel azul le dio unas palmadas al joven—Cuida muy bien a la princesa, sé que puede parecer dura contigo, pero tiene un corazón muy noble—la respiración del blondo se cortó por unos instantes y desvío su atención a Elizabeth, ella lo estaba esperando, abajo de la bestia divina y mirando a ambos campeones con una mueca—Ademas, yo sé reconocer esos ojos...—
—¿Qué?—murmuró, incrédulo
—La mirada que pones al verla...—Sin poder evitarlo, Meliodas se tensó debajo del agarre del más grande y lo miró con horror como si lo que le hubiera dicho fuera su condena de muerte. Drole en cambio volvió a reír apretando un poco el hombro del rubio y luego finalmente lo soltó—Descuida, tu secreto está a salvo conmigo—
—T-Te estás confundiendo, yo no...—
—Aunque tu mente lo trate de negar, tu corazón ya está tomando posesión de tu cuerpo—aquella revelación aterrorizó a Meliodas. Mierda no, no podía permitir eso, debía de seguir estoico ante todo y todos, saber que por culpa de ella su coraza se estaba cayendo...lo asustaba—Ten un buen viaje chico y si alguna vez quieres un consejo, puedes contar con el viejo Drole—finalizó presionando uno de sus pulgares sobre su pectoral izquierdo, al señalarse a si mismo y el de ojos verdes, aún como en trance, solo pudo asentir con la cabeza distraídamente y se retiró de ahí a paso veloz para reunirse con la joven albina.
Ella no dijo nada durante todo el camino hacia la posta, siendo sinceros, todo fue bastante incómodo ya que en la cabeza de ambos solo podía reproducirse una escena, el beso en la mejilla.
Meliodas no dejaba de regañarse a si mismo, llamándose idiota mentalmente e imprudente por haber dejado que su lado impulsivo le ganara a su lado racional. No solo habló de más al dejarle ver un poco de sus sentimientos, sino que también había faltado a su honor como caballero.
Estaba dolido por lo que la princesa le había dicho, confundido por su actuar, enojado consigo mismo por haber sido tan tonto y sobre todo avergonzado.
Por otro lado Elizabeth estaba igual de confundida, había llegado a pensar que lo mejor sería irse directamente al desierto y no interrumpir su viaje, después de aquel beso estaba segura de que quería ir al castillo. No solo para comentarle a Merlin el asunto de sus emociones conectadas, si no también contarle todo lo que había pasado en su viaje hasta ese momento para pedir algún consejo. Ya que no tenía a Arthur con ella (quien era casi como su mejor amigo) Merlin era la mejor opción para buscar consuelo.
Llegaron a la posta en un silencio sepulcral que se hizo notar en los presentes, nadie se les acercó al ver las expresiones sombrías de ambos y la gente pudo ver cómo los dos fueron a sus habitaciones y se encerraban en estas. Cada uno para poder empacar sus respectivas cosas y salir de aquel ambiente lo más pronto posible.
Empacaron con rapidez ya que prácticamente no sacaron nada de cosas. Meliodas fue el primero en salir, esperando hasta que Elizabeth también salió de su habitación, pero antes de que pudieran moverse otra vez ella lo sostuvo del brazo.
El contacto de su mano calida sobre su ropa fue tan reconfortante que un escalofrío lo recorrió.
—Antes de irnos, deberías comer algo—sin poder evitarlo los ojos del rubio se iluminaron. Tenía mucha hambre, no había comido en todo el día y aunque era capaz de resistir el hambre, él adoraba comer—No has comido en todo el día—
—Usted tampoco princesa—ella negó con la cabeza, aún seria.
—Yo comí un poco antes de irme, estaré bien con eso—
—Necesita comer para el viaje de regreso al castillo. En los siguientes días no comeremos más que frutos del bosque y algún animal que case—ella sabía que eso era verdad, pero el seguir pensando en el contacto de los labios masculinos le quitaba toda el hambre que podría llegar a sentir—Merece tener una comida digna al menos—
Al final ella sabía que él tenía toda la razón, aunque le costara admitirlo. Con un suspiro un poco cansado asintió con la cabeza y ambos caminaron hasta el comedor donde se sentaron. Una de las dueñas de la posada no tardó en acercarse a atenderlos con la emoción de que el héroe del reino se quedara a comer con ellos y ambos pidieron el platillo del día, un estofado de conejo acompañado de pan con mantequilla de cabra.
Sus platillos fueron los primeros en salir y, pese a que Elizabeth no tenía hambre, disfrutó de ver cómo Meliodas no tardaba en acabarse toda su comida demostrando lo hambriento que había estado. Su rostro se veía bastante adorable de esa manera, con las mejillas manchadas de migajas de pan, el plato limpio y con un pedazo de carne a nada de metérselo a la boca.
Debía de inmortalizar ese momento, aprovechando la distracción del héroe, la princesa sacó la tableta del caos ante la atenta mirada de algunos chismosos y luego capturó la imagen de Meliodas comiendo con aquella emoción infantil. Cuando el ligero "click" llegó hasta sus oídos, el rubio se detuvo a medio comer y volteo a ver a la princesa estupefacto.
Elizabeth solo atinó a reírse.
—Esta es de las pocas veces que demuestras sentimientos—rió—Tu cara seria aveces es aburrida, quien diría que la comida sería de lo poco que te hace sonreír—el caballero agachó la mirada, apenado, y no pudo evitar recordar las palabras de la princesa. A ella le fastidiaba su silencio y seriedad, lo sabía, había intentado abrirse más pero aún le era algo...difícil. Una que otra sonrisa, alguna mirada, una pequeña frase, pero parecía que para ella no era suficiente. Al ver su cambio de actitud la joven sintió el peso de la culpa de nuevo en su corazón y suspiró—Oye yo...—el rubio alzó la mirada para verla. Elizabeth estuvo a nada de pedirle disculpas, debía de hacerlo, pero la vista de que varios se habían acercado más a ellos para poder escuchar su conversación la incómodo a niveles astronómicos. En toda respuesta suspiró frustrada y le extendió su plato de estofado al blondo—No tengo hambre, ¿Quieres comerte mi platillo?—
—Pero princesa necesita energías y una buena comida antes de...—
—Lo sé—lo detuvo con la mano y el ceño fruncido—Pero en serio no tengo hambre, no importa, puedo comer frutos del bosque sin ningún problema. Además veo que tú aún tienes hambre—el rubio permaneció sereno, pero sus mejillas enrojecieron por la vergüenza—Anda, disfruta de la comida, tan solo deseo irme de aquí tan rápido como podamos—
Tan pronto Meliodas se terminó su segundo plato, pagaron por la comida y tomaron sus caballos la pareja no tardó en andar por el camino ya conocido para irse rumbo al castillo de Liones. Ya que se encontraba justo al Este y no tan lejano como el desierto, sería una buena parada para reponerse, tomar un baño, mandar a lavar su ropa y empacar nuevas cosas.
Además claro de los intereses personales de Elizabeth.
Durante los primeros tres días de camino todo fue un silencio absoluto. Un poco incómodo, pero al menos no tan tenso como en un inicio. No fue hasta la tercera noche de viaje una vez que Elizabeth se encontraba recostada a un lado del fuego y Meliodas tomando guardia, la princesa se atrevió por fin a dejar su orgullo de lado y hablar.
Se sentó, llamando la atención del caballero, luego lo miró directamente a los ojos y finalizó con dedicarle una mirada de arrepentimiento que preocupo al soldado.
—Perdoname, Meliodas—la respiración del blondo se cortó ante esas palabras y casi abandona su posición de no ser porque su mente se lo prohibió—Quiero que me perdones por todo lo que te dije cuando estábamos dentro de la bestia divina—
—Su majestad...—
—Dejame acabar—alzó su mano y el rubio cerró la boca—Quiero pedirte perdón porque entiendo que tú solo estás haciendo tú trabajo, entiendo que estás siguiendo las órdenes de mi padre y no es justo que yo te lo complique tanto siendo grosera...—la princesa permaneció con la cabeza erguida, pese a que deseaba agacharse y hacerse bolita—Y tampoco es justo que haya sido imprudente y me haya escapado—inhalo hondo buscando que su voz no tiemble y siguió—Se que te la he puesto difícil con mi actitud tan cambiante y también quiero pedirte perdón por eso—
Se quedaron sumidos en un silencio bastante tenso. Por un lado Elizabeth observo a su caballero, quien mantenía el rostro estoico e imperturbable y eso solo bastó para que ella frunciera el ceño y deseara decirle (de nuevo) lo irritante que era cuando ponía esa cara. Por otro lado, Meliodas se sentía en shock, desde siempre se dio cuenta del carácter orgulloso de la princesa, jamás se espero que ella le pediría perdón a alguien con un rango muy inferior al suyo, porque aunque fuera el héroe del reino, seguía siendo un simple soldado, un caballero y estaba muy abajo de la princesa. Además de eso, él no podía negarse a sus disculpas, carajo era la princesa, si osaba decirle que no la perdonaba seguro que iría a la horca.
Cuando Elizabeth estuvo a unos segundos de rodar los ojos y darle la vuelta al héroe, el rostro de Meliodas cambió de nuevo, por fin demostrando emociones para el alivio de la princesa, pero en vez de reflejar alivio o comprensión...su rostro solo podía reflejar dolor.
—Acepto sus disculpas y agradezco que se haya dado cuenta de su error—murmuró, tan bajo que ella tuvo que esforzarse por escucharlo. Pero se estaba guardando sus pensamientos, como siempre, podía ver el dolor en su rostro y la duda en sus ojos, podía darse cuenta de que él no aceptaba completamente sus disculpas, pero lo hacía solo por ser la princesa.
Aquello la irritó.
—¿Eso es todo lo que dirás?—
—¿Desea que diga algo más?—pregunto el blondo con sumisión.
—Claro que si—el joven asintió.
—Digame que es lo que desea escuchar y yo se lo diré, mi deber es protegerla y también cumplir todos sus deseos—Mierda, Elizabeth ya se estaba cansando de todo ese teatro de que Meliodas no pensara por si mismo, que solo se dedicara a atender sus deseos cuando ella ya se había dado cuenta de lo que guardaba en su interior. Se lo había demostrado, cuando le hizo todas esas preguntas dentro de la bestia divina antes de besarla, se dio cuenta de lo poco que lo conocía y de lo mucho que lo había juzgado injustamente.
Tras rodar los ojos, la joven se puso de pie abandonando su lugar de descanso, luego tomó sus cobijas para envolverse en estás y no pasar frío y dio unos cuantos pasos hasta quedar sentada al lado del rubio. Se le quedó viendo directamente y aprovechando la cercanía lo señaló acusatoriamente.
—Quiero que me digas todo lo que piensas—eso sorprendió aún mucho más al rubio, sus ojos se abrieron sorprendidos y aunque intentó regresar a su rostro sereno, la mirada molesta de la princesa le impidió hacerlo.
Ya no más.
—No puedo hacer eso, princesa—
—Claro que puedes, te doy la orden de que lo hagas—ahora menos podría negarse—Ya me demostraste esta mañana que guardas en ti mucho más de lo que tratas de aparentar. Tu mismo me lo dijiste, me dijiste que no conozco el peso que tienes por tener esa espada—el rubio tragó en seco, recordando los momentos antes al beso y enrojeció, por suerte el brillo del fuego ayudo a disimular su sonrojo—Y puedo darme cuenta de que no estás conforme con mis disculpas, deseas decirme más cosas—
"—Eres imprudente, eres demasiado caprichosa, te desquites conmigo cuando yo solo he hecho mi trabajo—" pensó de inmediato, pero se mordió la lengua aún tratando de no dejar salir todo eso "—Eres demasiado impulsiva, te dejas llevar por tus emociones, primero me tratas bien y después me repudias. ¿A qué estás jugando?—" el silencio comenzaba a alargarse mientras la cabeza de Meliodas parecía llenarse de palabras "—Me das señales de que todo va a mejorar solo para después dejarme caer y hacerme ver qué yo jamás podré complacerte. Busco protegerte, daría la vida por ti pero tú jamás te das cuenta y prefieres alejarme—"
—Estoy esperando Meliodas—la princesa comenzaba a impacientarse y el rubio cerró sus ojos frunciendo el ceño tratando de evitar que los orbes azules de la joven se siguieran clavando en su alma.
No podía decirle todo lo que pensaba, lo consideraba casi un pecado. Decírselo como si fueran amigos cuando apenas y se podían considerar compañeros de viaje. Mostrarle su lado más vulnerable, esperanzado de que las cosas ahora sí serían mejores, pero que ella volviera a su actitud poco amable con él dejando todo en el olvido.
"—Te hago saber lo leal que soy a ti, busco siempre tu bienestar, deseo que vivas...—" abrió sus ojos de nuevo, sabiendo por la mirada de Elizabeth que ella no se retiraría de ahí hasta que él abriera los labios, así le costara toda la noche. No tenía otra opción "—Te quiero...—"
Fue su último pensamiento y por fin abrió la boca.
—Pienso que usted ha sido bastante...imprudente—al ver cómo ella fruncía más el ceño temió haberla ofendido y se arrepintió de haber hablado—Me ha dificultado mi trabajo con su actitud y hoy me lo dificultó más al escaparse. No mide las consecuencias, no se da cuenta de que su vida es bastante valiosa y se niega a aceptar mi ayuda—ella bufó, pero Meliodas continuo—Aveces parece que quiere que nos llevemos bien y al minuto siguiente vuelve a repudiarme, eso me confunde. Yo lo daría todo para protegerla, ya lo he hecho, pero aún así parece que para usted no es suficiente—no revelaría todo, no, no podía decirle lo que sentía su corazón—Acepto sus disculpas y gracias por darse cuenta de su error, tan solo le pido que por favor se decida. Si me odia hágamelo saber y ya, pero deje de darme señales de que podríamos llevarnos mejor solo para después aplastar esas ilusiones con su actitud—
Silencio nuevamente y el rostro de Elizabeth estaba realmente rojo, con lágrimas en sus ojos y los labios prestados. Meliodas sintió el dolor de la espada del rey en su cuello al observarla y casi pudo jurar que ella deseaba darle una buena cachetada.
Lo aceptaría si así fuera. No debió haberle dicho lo que pensaba y eso que ni siquiera se lo dijo todo, le faltó la parte más importante, aquella donde aceptaba que la quería. Le había cogido un afecto en todos esos días que llevaban de viaje, pese a su silencio o su actitud, había tenido la fortuna de ver vistazos de la verdadera princesa Elizabeth, aquella a la que cosas tan chiquitas como un mariposa de colores le emocionaba y que la tecnología ancestral e historia le apasionaban.
Pero aquel sentimiento sería un secreto que solo su corazón pecador podría guardar.
—Lo lamento—murmuro ella, contrario a todo lo que el caballero había pensado—Quiero decir...en serio lo lamento—suspiró—Sé que mi actitud ha sido confusa y hasta cansada, acepto que te he puesto las cosas dificiles y mi comportamiento no ha sido digno de una princesa—inhalo hondo calmando sus propios sentimientos y le extendió la mano a Meliodas, el rubio la miró con confusión sin entender bien lo que quería decir y de inmediato lo comprendió. La tomó entre sus manos y se dieron un apretón amistoso—Lo lamento—
—Solo, por favor, no vuelva a escaparse—murmuró—No mide las consecuencias de eso, si algo le hubiera pasado...—el simple hecho de pensar en la posibilidad le aterraba—Jamas me lo hubiera perdonado—el corazón de la princesa comenzó a latir con rapidez, una ligera sonrisa de paz se posó en su rostro pálido y, sin importarle nada, recargó su cabeza sobre el hombro masculino, se acomodó, se envolvió bien en sus cobijas y cerró los ojos. Meliodas solo pudo ponerse tenso ante el repentino contacto y su corazón comenzó a latir tan rápido que temió que ella lo escuchara.
—Buenas noches—susurró la princesa, el caballero suspiró un poco, se aferró con fuerza a la espada y la miró de reojo.
—Descanse bien, alteza—
—¡Merlin!—
—¡Princesa Elizabeth!—
Al atardecer del cuarto día ambos llegaron finalmente al castillo, fueron recibidos con efusividad por el pueblo (aunque ambos sabían que era por Meliodas) y cuando se liberaron de la multitud no dudaron en apurar a sus caballos para llegar pronto.
Sin perder más tiempo la princesa se bajó de su caballo por si sola, sin esperar a su escolta y se aproximó con rapidez hacia la de cabellos azabaches que estaba por ahí. Ambas mujeres se fundieron en un cálido abrazo de amistad y Meliodas observo con tranquilidad como la princesa se veía más relajada.
Siendo como su sombra, permitió que un caballero se llevará a los caballos para darles la atención merecida y camino hasta Elizabeth colocándose detrás de ella.
Cuando ambas mujeres se separaron, Merlin le dedicó una rápida mirada al héroe y se le acercó un poco, el rubio se quedó expectante sin comprender porque la atención de la azabache cambio tan rápido hacia él. Para sorpresa de ambos, la excéntrica mujer le pellizco la nariz al joven rubio que alejó su cabeza al sentir aquel contacto y luego la miró con el ceño fruncido.
—Que bueno verte a ti también, pequeño héroe—rió un poco. Elizabeth negó con la cabeza divertida de la actitud de Merlin. En toda respuesta el blondo le frunció el ceño y dio unos pasos hacia atrás acercándose más a la princesa.
—Merlin, necesito hablar contigo—
—¿Y no prefieres hablar con tu mejor amigo?—una voz que venía desde la espalda de la princesa los sobresalto a ambos. La albina se dio media vuelta con una sonrisa tan brillante que dejó a Meliodas confundido y luego salió corriendo hacia la persona que estaba a unos pocos metros de distancia, ante la mirada de su escolta, la princesa se lanzó a los brazos de aquel hombre de cabellos anaranjados en un abrazo tan cariñoso...que algo dentro de él se llenó de ardor.
—¡Arthur! Creí que estarías en Camelot—
—Lo estaba, si—el joven rió y ambos se separaron sin prestarle atención a como Merlin y Meliodas se acercaban a ellos—Pero decidí que ya era tiempo de pasar tiempo con mi mejor amiga y con mi hermana—le desvío la mirada hasta la de ojos mieles quien le guiñó el ojo. Rápidamente, los ojos violetas del joven se desviaron hasta el héroe y su mirada se iluminó tanto que el rubio casi se cae de la impresión—¡Diosas! ¡Es el señor Meliodas!—
—Oh si—elizabeth rió apenada y volteo a ver al blondo, el rostro estoico de su caballero le causó escalofríos—Arthur, Meliodas es mi escolta personal ahora—
—¡Es todo un honor conocerlo señor Meliodas, siempre he sido un gran admirador de su trabajo y deseo ser tan fuerte como usted algún día!—moviéndose tan rápido, Arthur tomó la mano de Meliodas a la fuerza y comenzó a sacudirla con rapidez debido a la gran emoción del momento, incluso sus ojos felinos parecían tener estrellas en estos mientras miraban a su héroe—¡Que gran emoción es poder encontrarme con usted!—
—Yo...este...—Meliodas tragó en seco, desviando su mirada hasta Elizabeth en un intento desesperado de que lo librara de aquel admirador. La princesa pareció entender su súplica silenciosa porque se acercó hasta Arthur y lo tomó del brazo entre carcajadas—Un honor, joven Arthur—
—¡¿Ellie escuchaste eso?! ¡El señor Meliodas me habló!—
—Si Arthur, sé que lo admiras mucho—con un jalón la joven lo separó de su escolta quien inhaló profundamente al verse libre y luego le dedicó una mala mirada a Merlin, quien se burlaba estruendosamente de él—Pero no agobies a mi escolta, Meliodas es...reservado—
—Oh lo lamento tanto no quería molestarlo yo...—
—¡Tranquilo!—antes de que el joven se soltara entre gritos nerviosos o algún ataque escandaloso de disculpas, el rubio alzó las manos con una sonrisa un poco incómoda y alzó la voz sorprendiendo a los otros 3. Hasta su voz parecía ser solo un mito para la gente—No te disculpes, está bien, yo...estoy acostumbrado a esa efusividad. Es un honor conocerte—
—¡Espero poder hablar con usted pronto, quisiera pedirle varios consejos y...!—
—Ya no lo molestes Arthur—volvio a reír la joven albina y tiró de su mejor amigo, dedicándole un guiño a Meliodas quien le agradeció con su mirada lo que había hecho y lo comenzó a jalar hacia la dirección contraria, yendo directo por los caminos del palacio para introducirse en este mismo—Ven conmigo, debo darme un baño antes, pero hay mucho que debo contarte y no solo a ti—la princesa se detuvo un poco buscando a Merlin con la mirada—¡Merlin!—la llamó.
La mujer del caos caminó hacia ambos con tranquilidad dejando solo a Meliodas quien solo los observaba atentos y se quedó quieto hasta que los tres desaparecieron de su vista. Sonrió por fin, la sonrisa de Elizabeth había sido tan hermosa al poder ver a sus amigos, sobre todo al ver a aquel joven, la manera en la que se le lanzó a los brazos con tanta felicidad lo tenía marcado en las retinas. Se preguntaba si, en algún momento, si había oportunidad, ella también correría a sus brazos con la misma sonrisa dispuesta a resguardarse con él.
Agradeció por fin el momento a solas y el tomó la dirección contraria, apresurandose a ir hacia la torre donde vivían los caballero y poder tomar un bien merecido baño tras tantos días de viaje.
Lo bueno de eso era que por fin parecía verse un buen futuro en su relación con la princesa y las cosas parecían mejores.
Bueno, al menos ya hubo reconciliación ^^
Que les pareció? Les gustó? Espero que si ✨
Ya lo expliqué antes pero lo vuelvo a decir, la razón por la que no narro mucho de los viajes es porque creo que sería aburrido narrar todo ya que en su mayoría se la pasan en silencio (por ahora al menos 👀) así que es por eso, espero que no moleste.
Las cosas van avanzando se viene la plática con Merlin y con Arthur, dos
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