Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XI

Capítulo 11: El baile

—No se supone que deberías estar al lado de la princesa—Drole le susurro esto al odio a Meliodas, el rubio soltó un suspiro largo entrecerrando los ojos y se alzó de hombros.

—Se supone—fue lo único que respondió. Después de su imagen tan divertida y aquel "pequeño" accidente ocurrido en ese jardín, todos se habían movido hacia el gran comedor para disfrutar de los distintos platillos que se iban a servir.

Meliodas no pudo sentarse al lado de la princesa como había querido, habían reservado unos asientos especiales para ellos como campeones y no tuvo de otra más que resignarse. Su único consuelo fue que la comida fue exquisita y si había algo que Meliodas amaba mucho era comer hasta hartarse el estómago.

Pudo olvidar su vergüenza cuando se deleitó con tantos platillos exquisitos.

Finalmente, cuando los invitados terminaros sus comidas, todos fueron guiados hacia el gran salón, donde el baile estaba por comenzar. Había unas cuantas mesas con postres a los que Meliodas les echó el ojo de inmediato, otras más dónde la gente que no quisiera bailar (o que se había cansado) podría sentarse a platicar, en una esquina los músicos comenzaron a tocar su suave melodía y varios invitados comenzaron con un baile lento pero bonito dando inicio a toda la celebración.

Por órdenes del rey, las puertas frontales fueron abiertas para que la gente del pueblo pudiera verlos celebrar y acompañarlos también, incluso, si es que se podía, gente del pueblo podía entrar para bailar un poco y luego retirarse para darle espacio a alguien más que quisiera estar dentro.

Era algo ensordecedor escuchar la música del pueblo junto a la música del palacio, los gritos de festejo del pueblo y los murmullos de las conversaciones de los nobles. Por unos segundos, Meliodas deseo tener a su hermanito ahí con él, seguramente a Zeldris le encantaría estar en aquel gran salón y bailar y comer hasta que su pequeño estómago estuviera a nada de reventar.

—¿Y dónde está tú princesa, muchacho?—Drole volvió a sacarlo de sus pensamientos al mencionarle a la albina. Para empezar enrojeció un poco por lo primero, no era "su" princesa, tan solo se hacía cargo de ella tanto como podía ya que la albina le ponía las cosas difíciles a veces. Luego el rubio suspiró, elizabeth había huido del comedor con rapidez para evitar que él se acercara y aún no se presentaba en el gran salón, ni el rey tampoco.

—Supongo que hará su entrada en cualquier momento—fue lo único que dijo, había dos tronos elegantes pegados a la pared, ambos iluminados por la luz cálida del atardecer donde sabía que sus dos figuras de autoridad se iban a presentar. No iban a tardar mucho en hacerlo.

El sonido de varias trompetas que interrumpieron la dulce música los hizo voltear a todos al mismo tiempo, una de las puertas laterales (que llevaban a otras zonas del palacio) se abrió de par en par. Y justo como Meliodas ya lo suponía, los monarcas hicieron su entrada estelar.

Primero entraron dos soldados cargando las banderas con el símbolo real de Liones, ambos marcharon al unisono y solo se detuvieron hasta encontrarse cada uno al lado de los tronos, unos segundos estuvieron así, cuando el sonido de la trompeta se volvió mas fuerte, el primero en entrar fue el Rey Bartra. Se había cambiado su traje anterior por uno más adecuado para la ocasión, aunque era igual de deslumbrante e imponente que el que había usado antes, su corona tan grande y pesada brillaba por las gemas en esta y detuvo su andar enfrente de su trono.

A los pocos segundos entró la princesa y Meliodas sintió que su mundo se tambaleaba bajo sus pies.

Ya no traía el mismo vestido, al contrario, se lo había cambiado por uno más adecuado para la ocasión. Era voluminoso y de un color morado pastel, la tela fina resaltaba su pálida tez, las joyas de plata que colgaban de su cuello y orejas brillaban tanto como las lágrimas contenidas en sus ojos y su tiara se aferraba a su cabello albino perfectamente peinado en forma de molote. Parecía salida de un sueño, incluso la luz del sol le daba un aire celestial. Era como ver a una diosa.

Se veía realmente hermosa.

El aire que abandonó sus pulmones no pasó tan desaparecido como le hubiera gustado. Hubo quienes notaron como sus labios se abrieron de la impresión y sus pupilas se dilataron. Tuvo que disimular todo eso, volviendo a su habitual cara estoica a la que estaba acostumbrado y se unió a la reverencia colectiva que todos los presentes le hicieron a sus regentes. El rey alzó la mano pidiendo que todos volvieran a incorporarse y, de inmediato, tanto él como la princesa tomaron asiento en sus respectivos tronos.

Una vez ya con sus altezas presentes, la música suave volvió a sonar y el baile fue retomado, los murmullos de las pláticas se hicieron presentes otra vez aunque para Meliodas ya no existía nada más que la princesa.

Era su escolta, su deber era estar a su lado, ¿No?

—Meliodas—volteo a su lado solo para descubrir un rostro conocido entre toda esa multitud. De su misma estatura, ojos verdes y cabellos castaños, Zaneri estaba junto a él sonriendo con timidez—Por fin tenemos un momento para hablar—

—Hola Zaneri, cuánto tiempo—le devolvió la sonrisa y las mejillas de la susodicha enrojecieron un poco.

—Me tenías muy abandonada, hace mucho que no vas a visitarme al pueblo—meliodas se alzó de hombros y soltó algunas risas.

Zaneri y Meliodas son amigos de la infancia, durante sus entrenamientos, viajes familiares y distintas misiones a las que salió con su padre, le tocó visitar el pueblo sirena varias veces. Ahí conoció a Zaneri, con quién se encariñó de inmediato debido a su gran amabilidad, se hicieron grandes amigos que el destino tuvo que separar debido a los distintos deberes de los que eran responsables.

—He estado ocupado, ya sabes...muchas misiones—colocó sus manos en sus costados y Zaneri rodó los ojos.

—Me imagino—se quedaron en silencio unos instantes, nada incómodo para suerte de ambos, pero aún así sin mucha plática como a la castaña le hubiera gustado—¿Cómo está tu padre?—

—Oh...—el poco brillo en la mirada del blondo se apagó. Por un momento ma sirena se preocupo de haber preguntado por algo que no debía de, pero el suspiro de su amigo fue suficiente para hacerle olvidar eso—Él está bien...en casa—

—Me sorprende eso, creí que seguía viviendo aquí—

—No, ahora vive con Zel, él no ha estado de servicio desde hace unos años—Zaneri alzó una ceja.

—¿Por qué?—no pudo evitar preguntar pero Meliodas apretó los labios en una linea fina y se negó a responder. Conociendo como era, Zaneri comprendió de inmediato que era algo muy personal de su familia así que no insistió. La princesa le dió un suave trago a su bebida tratando de deshacer el nudo en su garganta y aclaró su voz—Oye mel...—el mencionado alzó la mirada y clavó sus ojos en los de la dama —Me preguntaba si...ya sabes...bueno tú...—

—No te estoy entendiendo nada Zaneri—el blondo alzó una ceja, mirándola con curiosidad, a lo que la castaña solo atinó a sonrojarse más y comenzó a jugar distraídamente con el dobladillo de su vestido azul. Luego inhaló hondo, ella misma se calmó y para cuando su lengua se destrabó, sonrió.

—Me preguntaba si te gustaría...—

—¡Neri! ¡Neri!—esta vez fue interrumpida por una conocida voz infantil. Un chiquillo que había salido de la nada se le pegó a sus piernas con fuerza y comenzó a soltar varias risitas.

Zaneri se sintió un poco frustrada, pero ese sentimiento amargo se deshizo cuando vio los ojos brillantes de su hermano menor. Con cuidado de no derramar su bebida, la castaña cargó a su hermanito quien soltó más risas y lo mantuvo cerca.

—Ay Ban, otra vez te le escapaste a papá—el menor reveló su afilada dentadura y asintió—¿Qué haré contigo, pequeño tiburón?—

—Quiero bailar—exclamó emocionado el mejor y Meliodas no pudo evitar ponerse más melancólico. Cuanto desearía tener a su hermano a su lado, cuanto desearía poder verlo otra vez, seguro que ya estaba más grande que la última vez que lo había visto.

Zaneri soltó un suspiro divertido, luego miró al rubio quien comprendió que debía retirarse y asintió.

Por respeto, Meliodas hizo una reverencia ante la princesa y el principe de las sirenas y se hizo a un lado para que su amiga de la infancia pudiera pasar.

—Ya vuelvo—murmuró la mujer que comenzó a caminar hacia el centro del salón, bajó al pequeño Ban de sus brazos y tras inclinarse, comenzó a bailar con el chiquillo que no podía dejar de sonreír por la felicidad que sentía.

Una vez solo, Meliodas se permitió hacer lo que estaba por cuando Zaneri le habló.

Caminó con paso decidido evitando mirar a la gente que lo observaba con atención, luego se acercó hasta ambos tronos y pudo sentir como elizabeth se ponía tensa ante su cercanía. No la culpaba, él todavía seguía avergonzado por el incidente del kiosco.

Hizo una reverencia ante ambos y finalmente se posicionó justo al lado del trono de la princesa.

La albina refunfuño en bajo y le dedicó una mirada filosa al de ojos verdes.

—Te dije que no debías de hacer escolta, eres un invitado especial—meliodas no la miro, pero se mantuvo fijo en su lugar sin moverse.

—Eso no quita mi deber como su escolta—

—Hay cientos de guardias, no me pasará nada en mi propio hogar—volvio a murmurar molesta llamando la atención del rey (quien no alcanzaba a escuchar lo que decía)—Puedes retirarte—

—Los miembros del clan demonio se conocen por su capacidad de camuflaje, prefiero seguir haciendo guardia por su propia seguridad—Elizabeth ya no quiso seguir discutiendo, volvió su cabeza para observar a la gente divertirse y charlar y finalizó con un suspiro largo. Debía de controlar sus movimientos, no podía verse mal frente a tanta gente.

—Como quieras, es tu fiesta tú sabes cómo quieres pasarla—

Se sumieron en su característico silencio que había estado llevando siempre. A veces ella se preguntaba, ¿Cuándo sería el momento en el que sus conversaciones fluyeran, como las aguas de las fuentes sagradas?.

No importaba, de todas maneras a Elizabeth tampoco le atraía mucho el hablar con él...¿Cierto?

Estaba muy confundida.

Soltó un suspiro más rogando que no mucha gente se diera cuenta de los suspiros que su princesa soltaba, pero no podía evitar sentirse mal. Ver a tanta gente feliz y saber que su destino dependía de ella le causaba escalofríos.

Su salvavidas era confiar en que la tecnología ancestral sería suficiente para vencer a la bestia, ella no dejaría de investigar para controlarla y sabía que les ayudaría mucho en la pelea...pero la obligacion de buscar sus poderes oscurecía su humor.

Todas esas vidas estaban en sus manos y en las de los campeones, era una enorme responsabilidad que temía no poder manejar.

Elizabeth se reprendió a si misma al darse cuenta de a dónde iban sus pensamientos, ella solo quería disfrutar de la velada sin preocuparse mucho por el futuro, pero era inevitable no preocuparse cuando nadie sabía cuando la bestia oscura iba a regresar, podía ser en ese mismo momento, frente a todos, con el reino festejando.

Reprimió un escalofrío aunque no le salió muy bien. Tan solo quería bailar un poco y despejar su mente, olvidarse de lo que estaba sobre ellos cada vez más cerca.

Pero sabía que era imposible, nadie quería bailar con ella, aunque fuera la princesa no había nadie en esa sala que verdaderamente quisiera ofrecerle una pieza...

Meliodas se dió cuenta de la mirada de deseo con la que la albina observaba el centro del salón, ver a todas las mujeres dando vueltas entre sonrisas coquetas siguiendo los pasos de un baile que todos conocían. La vio suspirar con anhelo y algo en él se encendió.

El rubio sintió algo removerse en su interior y se puso aún más tenso al darse cuenta de lo que estaba pensando. ¿Debería...? Ella lo rechazaria, lo odiaba eso lo sabía, aunque algunas veces pareciera que no, Meliodas se daba cuenta de su rechazo, pero aún así deseaba con toda su alma que la princesa no se quedará sola ahí sentada, deseando un baile que jamás iba a llegar.

Inhaló hondo y haciendo uso de todo el coraje que tenía, se movió. Elizabeth volteo a verlo con curiosidad cuando lo sintió moverse, pensó que por fin iba a retirarse y la dejaria completamente sola.

Pero no, mucha gente dejó de bailar cuando vieron lo que el caballero estaba haciendo, otros más se pusieron incluso de pie de la impresión, el rey abrió los ojos como platos y Elizabeth apenas y pudo contener el chillido de sorpresa que luchaba por salir de su boca.

Meliodas se había puesto frente a ella, se puso de rodillas y le ofreció su mano pidiéndole silenciosamente que lo acompañara hacia la pista de baile. Incluso la música pareció parar por unos instantes y el blondo sintió la vergüenza comerlo por dentro.

¿Por qué la gente siempre estaba tan pendiente de lo que hacía?

Los segundos de tensión que siguieron se sintieron como una eternidad. Elizabeth estaba indecisa, por un lado estaba en serio deseosa de aceptar el baile, por el otro no quería bailar con él, específicamente él.

Se veía tan nervioso...

Mantenía sus ojos fijos en los de ella, tratando de verse sereno, pero el sonrojo en sus mejillas tostadas lo delataba completamente. Elizabeth se dió cuenta que quizá esa era la primera vez que ella podía darse cuenta de lo que su escolta estaba sintiendo, no se ocultaba detrás de una máscara, a quien veía en aquellos momentos era al auténtico Meliodas y eso la hizo sentir...extraña.

Seria y tratando de no ver a los demás, extendió su propia mano hasta que sus pieles se rozaron, un escalofrío recorrió su columna vertebral y se aferró con fuerza a la mano masculina intentando no temblar en el acto.

Al verse correspondido, el aire que Meliodas habia estado conteniendo salió de sus pulmones por el alivio, se puso de pie de inmediato al igual que la princesa y comenzó a guiarla hacia la pista de baile. Todos los invitados se movieron de sus lugares para permitirles el paso hasta quedar completamente en el centro, bajo las miradas filosas de todo el mundo.

—Todavia está a tiempo de arrepentirse—Meliodas le susurró, para que solo ella pudiera escucharlo. En respuesta, la albina frunció el ceño y negó lentamente—Con su permiso—fue lo último que le murmuró y al segundo siguiente la mano del escolta ya había terminado en su cintura aferrándose a esta con suavidad, él mismo guío la mano de la princesa hasta colocarla sobre su hombro y para finalizar unieron sus manos restantes tocando sus pieles.

Cuando la música regresó fue Meliodas quien comenzó a guiar a la princesa en un baile lento y dulce. Los corazones de ambos latían con fuerza y retumbaban en sus orejas como un tambor, sus piernas temblaban como gelatinas y apenas podían mantenerse de pie.

La gente retomó sus bailes también, aunque los dos podían sentir como las miradas de todos estaban puestas en ellos y en aquel baile. Elizabeth se apegó más a su escolta por instinto al sentirse tan observada y Meliodas le dió un pequeño apretón a su mano tratando de que ella se sintiera más segura. Sus ojos parecían zafiros de lo brillantes que estaban y sus labios estaban entreabiertos.

La hizo girar en sus brazos, de tal forma que la espalda de la dama terminó sobre su pecho dándoles aún más cercanía, por los nervios Elizabeth pisó el pie del blondo quien soltó un gruñido por el dolor, la princesa enrojeció maldiciendose internamente y cuando volvieron a estar frente a frente le dedicó una sincera mirada de disculpa.

—Lo lamento mucho—

—No hay problema—le respondió con una ligera sonrisa, volvió a hacerla girar está vez con un poco más de fuerza y los bordes de su vestido se levantaron dándole la apariencia de una verdadera diosa, como si un ser celestial hubiera bajado del mismo cielo solo para presentarse ante ellos—Relajese—susurró contra su oído y Elizabeth cerró sus ojos debido a la sensación, fue extraño pero a la vez se había sentido bien, algo en su estómago comenzo a rebolotear, algo que la hizo sentir como que estaba haciendo algo prohibido, algo pecaminoso. Abrió los ojos para chocar contra la mirada apagada de su caballero.

Se sentía una conexión extraña entre ambos, no necesitaban ver al piso ni tampoco asegurarse de no chocar con los demás, solo debían de verse. Azul y verde, como si el cielo estuviera besando los pastizales del reino. Elizabeth sonrió completamente y relajó su cuerpo por fin siguiendo las palabras de Meliodas, dejó que las inseguridades se evaporaran mientras permitía que la música se apoderara totalmente de su cuerpo.

El caballero incluso la alzó en sus brazos haciéndola girar y la depósito con suavidad sobre el suelo de nuevo. Elizabeth sintió como si estuviera volando mientras estaba en sus brazos y suspiró de manera dulce al tomar el suelo otra vez.

Los jadeos de sorpresa de parte de todos les importaban poco.

Meliodas no pudo evitar sentirse satisfecho al darse cuenta que había logrado un pequeño avance en su relación con la princesa, había conseguido que ella se sintiera bien, justo como lo había querido.

Se derritió en los brazos femeninos cuando la albina comenzó a tomar las riendas del baile separándose momentáneamente de él solo para volver a juntarse quedando tan pegados que la respiración de su caballero quedaba sobre su cuello. Elizabeth olvidó todo en esos momentos de seguridad, con sus brazos alrededor de ella sentía que podía hacer cualquier cosa sin caer.

—No pensé que supieras bailar—le susurró al oído al blondo sacándole un jadeo por tener su voz tan cerca y luego se alejó un poco para dar una vuelta, Meliodas la regresó de inmediato sosteniendola contra su cuerpo y le sonrió al acercarse.

Era como estar volando, tan ligeros como las plumas de un ave. Sus pies se movían como si una bruja los hubiera hechizado y se movieran por inercia. Ambos estaban conectados.

Se sentía como ser libre por primera vez en 10 años.

—Tengo muchas sorpresas—respondio y la inclinó ligeramente hasta que su cabeza estuvo por rozar el suelo, luego la regresó a su lugar y le dió una vuelta—Mi madre amaba bailar, ella me enseñó—elizabeth se mordió el labio para evitar preguntar, ya le había quedado claro que Meliodas no hablaria más sobre su progenitora aunque le preguntara, lo único que pudo hacer fue callarse y escuchar atenta lo poco que le habia revelado sobre su vida, no hablaban mucho así que saber más sobre él era como un premio después de tanto. El de ojos verdes agradeció eso—Ella solía bailar sola cuando padre no estaba en casa, así que comenzó a enseñarme—

—Eso es algo muy dulce—Incluso el "odio" que la princesa sentía por el héroe abandonó su corazón—Me gustaría conocerla alguna vez—

—Eso no será posible majestad—Elizabeth alzó una ceja.

—¿Por qué?—

—Esta muerta—eso la hizo congelarse en su lugar, solo se movió porque Meliodas continuo con el baile como si su revelación no fuera nada, de no ser así seguro ambos habrían quedado varados frente a la mirada de todos.

Pronto aquella atmósfera de calidez se rompió en miles de pedazos y fue como si el aire de la noche calara sus huesos.

Así que el héroe y ella tenían otra cosa en común, sus madres habían fallecido...

—Lo lamen...—

—Espere...—ahora si se habían detenido completamente. Elizabeth incluso se mareo un poco cuando dejó de dar vueltas de un momento a otro y se aferró aún más al hombro de su escolta. Meliodas se quedó quieto, con el ceño fruncido y sus ojos se movieron como los de un búho.

Su corazón latía con rapidez, pero ya no por nerviosismo, era algo más...una corazonada

Aquella voz que lo acompañó en el bosque perdido a su corta edad de seis años otra vez comenzó a andar por su cabeza, esa era la señal de que debía estar alerta. Era el espíritu de la espada sagrada, su leve susurro, tan suave como si el aire apenas lo hubiera rozado lo hizo tenzarse y ponerse en posición.

"—Meliodas...—" escuchó y un escalofrío recorrió toda su columna vertebral "—Meliodas...—" si es que ella le estaba hablando solo podía significar una cosa, había oscuridad ahí presente. Sus ojos comenzaron a registrar a cada persona que los estaba rodeando tratando de encontrar la fuente del peligro "—Hay algo que no estás viendo...meliodas...—" pero dónde, ¿dónde estaba eso que no había notado?

¿Meliodas?—La albina frunció su ceño frustrada por salir de aquel sueño maravilloso, donde se había olvidado de los peligros y estuvo a nada de empujar a su escolta para regresar al trono cuando la mano de Meliodas se volvió como una garra, se aferró a su cintura con fuerza para asegurarse de que no podía escapar. y sacó su espada sagrada.

Toda la gente se alejó de ellos de inmediato con miedo, soltando jadeos de ver al caballero amenazando con su arma, el rey mismo se puso de pie ante esta acción intrigado y elizabeth se quedó quieta. Incluso la música dejó de sonar.

—¿Qué estás haciendo?—le preguntó con un temblor en su voz, el caballero no respondió.

Sus ojos verdes seguían registrando a cada persona. Algo se le estaba escapando, pero eso era imposible, no había nada que se le escapara.

La gente se quedó callada mirándolo como si se hubiera vuelto loco, pero eso a él le importaba poco.

"Abre bien los ojos Meliodas...ella está en peligro—" No podía permitir que le hicieran daño a la princesa, ¿Dónde...?

Lo vio, por fin lo pudo ver.

Su mirada chocó con unos ojos negros como el abismo, ojos que trataron de desviarse cuando sintieron el contacto y aquella persona se perdió entre la multitud al verse descubierto. Meliodas soltó un gruñido, esos ojos oscuros solo podían significar una cosa.

Había miembros del clan demonio entre ellos.

"—Detras de ti...—"

Se dió media vuelta aumentando su agarre sobre al princesa, detrás de ellos a varios metros de distancia vio otros ojos tan negros como el abismo haciendose pasar por un camarero, luego otro que aparentaba ser una mujer de clase alta, había otro por ahí que aparentaba ser un inocente niño, uno más aparentaba a una mujer que comía alegre.

"—¡A tu derecha!—" susurró la espada con urgencia. El blondo no tardó en voltearse para detectar a su amenaza más cercana. Había uno más que estaba exactamente a su lado, camuflado como un hombre que había sacado a bailar a una dama y que justamente mantenía la mano oculta en su traje donde el blondo pudo distinguir el brillo de una espada llena de malicia.

En un movimiento rápido que aquel hombre no pudo ver ni prevenir, la espada sagrada brilló respondiendo ante el poder maligno del adversario y Meliodas lo derribó en el suelo con la espada a escasos centímetros de su rostro.

La gente se quedó aún más petrificada, pero la sonrisa tétrica en el rostro del hombre en el suelo los dejó muertos de terror. En un segundo todos aquellos que se habían infiltrado sacaron sus verdaderos rostros y el rubio gruñó cuando vio que no eran pocos, se veían más de tres docenas, sus armaduras oscuras cargadas de magia negra se reveló, sus armas cargadas de maldad aterrorizaron a la gente y muchos comenzaron a correr horrorizados y con pánico.

Justo como lo había temido, habían aprovechado que las puertas estaban abiertas para infiltrarse.

Los caballeros del reino junto a la guardia real se movilizaron rapido hasta cubrir al rey y enfrentarse a los atacantes para evitar su avance. Mientras tanto, el blondo se dedicó a estar atento para salvaguardar la vida de la albina.

—¡Meliodas!—Matrona, la Matriarca, se aproximó hasta el rubio que pateó al caballero demonio lejos de la princesa y luego se dió la vuelta para interceptar la espada de otro más, con un movimiento certero Meliodas se deshizo de ese caballero demonio enterrando el arma sagrada en su abdomen, la luz de la espada no tardó en quemar el cuerpo lleno de maldad y este cayó muerto en el suelo derramando sangre oscura. En un segundo, Meliodas volvió a ponerse en posición esperando otro ataque, no dejaría que nadie tocará a Elizabeth—¡Vienen por la princesa, debes llevártela!—matrona gritó y golpeó a uno dejándolo inconsciente en el suelo.

—¿¡Y qué hay de ustedes!?—

—¡Meliodas!—esta vez fue Zaneri, quien golpeó a uno de los atacantes con su lanza real y estuvo por matarlo cuando este se levantó y se alejó de la campeona—¡Tú no te preocupes, nosotros nos haremos cargo de ellos, la prioridad es la seguridad de la princesa!—el blondo no quería abandonar a la gente ni a sus compañeros de orden, él sabía que podía contra aquellos miembros del clan demonio...pero la princesa...su prioridad era la princesa Elizabeth, su seguridad, su necesidad, no iba a dejarla sola—¡Déjalo en nuestras manos! ¡Confía en tus compañeros!—

—¡Zaneri tiene razón chico!—Drole invocó un par de piedras que cayeron sobre varios caballeros demonio y los arrojó fuera de los muros del castillo—Nosotros estaremos bien, protegeremos a esta gente, tú encárgate de la seguridad de la princesa—

Meliodas frunció el ceño decidido, asintió con la cabeza confiando en los demás campeones y se dió media vuelta. Tuvo que esperar a que Ludociel lanzara sus flechas, que impactaron en el pecho de varios soldados demonios cerca de ellos despejando su camino.

En un segundo, el blondo tomó de la mano a la albina, se aferró a su espada sabiendo que sería su pase de vida y comenzó a arrastrarla por el gran salón para sacarla de ahí corriendo. Sabía de lo que él era capaz, sabía que podría mantenerla viva sin ningún problema, pero aún así el miedo de que alguien pudiera hacerle daño a la princesa era más fuerte.

Elizabeth no se negó en ningún momento, al contrario, apretó más la mano de su escolta completamente pálida y dejó que él se la llevará, sabía que su padre estaría bien, había visto de reojo como varios caballeros también se lo llevaban de ahi. En esos momentos ella estaba demasiado asustada como para poder negarse o decir cualquier cosa, como para pensar en sus inseguridades. Solo podía pensar en los atacantes acercandose a ellos.

Antes de que muchos de ellos pudieran seguirlos, varios caballeros se interpusieron entre los del clan demonio y el heroe que sacaba a la princesa de ahí con velocidad. Eso les daría algo de tiempo de perderse entre los pasillos antes de que los del clan demonio se aburrieran de pelear y cumplieran con su verdadera misión: matar a la princesa.

Corrió tanto como pudo, entre pasillos, trayendo a Elizabeth de su mano pero alerta por si alguien los seguía, sabía que lo harían, no iban a perder a la albina y aquel hermoso vestido que ella traia solo volvió más difícil su escapada, debía de quitarse eso o no podrían correr bien. ¿Como podrían detenerse a cambiarse cuando tenían a todos los atacantes detrás de ellos? Debía pensar rápido

Cuando uno de aquellos demonios se puso en su camino, Meliodas no tardó más de dos segundos en derribarlo, golpearlo con el mango de la espada en la nuca para hacerlo perder el conocimiento, tomar la mano de la princesa y seguir corriendo. Debía mantenerla segura.

—¿A dónde me llevas?—

—¡A las caballerizas!—gritó el héroe que por ningún motivo se detuvo. Podía escuchar el sonido de unas pisadas detrás de ellos pero no podía deducir si eran de caballeros o de miembros del clan demonio, fuera como fuera no le importaba, debía sacar a la princesa.

—¡¿Por qué?!—

—¡La sacaré de aquí, el castillo no es seguro en estos momentos!—tenia razón, eso lo sabía y la realización hizo que las lágrimas se escaparan de los ojos de elizabeth. ¿En qué momento aquella velada cargada de felicidad se había vuelto un campo de batalla?—¡Pero necesito que corra más rápido, ese vestido...!—no pudo terminar, Elizabeth entendió de inmediato lo que trataba de decir.

—¡Llévame a mi habitación!—

—¡Pero majestad...!—

—¡Será rápido lo juro!—

A regañientes y no muy convencido, Meliodas se desvío de su destino original, subiendo una escalera en vez de pasar por la puerta y comenzó a guiar a la princesa hasta llegar a su alcoba. Esperaba que fuera rápido, podía escuchar a todos detrás de ellos.

Elizabeth quería dejarse caer en su cama, cobijarse hasta la cabeza y olvidar todo lo que estaba pasando, pero no podía, lamentablemente.

Apenas llegaron a su habitación ella abrió la puerta con fuerza y Meliodas entró detrás de ella cerrandola, luego corrió hacia la silla de su tocador y la arrastró hasta colocarla en la puerta para evitar que sus perseguidores la abrieran tan pronto. Sabía que ellos tenían el poder de derribarla, pero al menos esa silla podría ayudar un poco a detener su avance. Darles unos segundos de ventaja.

Mientras Meliodas se aseguraba de trabar la puerta con más muebles y dedicaba toda su atención a su entorno, elizabeth tomó con rapidez lo primero que encontró pero que sabía que le sería útil para escapar. Se apresuró a tomar unos pantalones junto a una de sus blusas que solía usar de viaje, se quitó los tacones con un movimiento limpio tomando sus botas de viaje, agarró su capa para curbirse del frío y finalizó con tomar un bolso donde tenía una cantimplora llena de agua, su diario y unas cuantas manzanas frescas que había tomado el día anterior.

Maldito vestido hermoso, con las mejillas sonrojadas se metió a su baño y comenzó a deshacer los listones de aquel bello vestido con tanta rapidez como podía, aunque se frustró bastante por lo difícil que fue deshacerse de este, lo arrojó lejos para evitar que le estorbara y se apresuró a quitarse el corset, dejó salir un suspiro cuando el aire pudo entrar mejor a sus pulmones, pero no se detuvo mucho a disfrutar de eso, comenzó a cambiarse cubriendo sus senos protegidos por su sostén con aquella blusa de manga larga, luego se colocó el pantalón y finalizó con ponerse sus botas, ahora sí podría correr mejor. Cuando se puso su capa y salió del baño, los sonidos de alguien tratando de forzar su puerta la hicieron paralizarse y casi gritar.

Antes de que pudiera hacerlo, la mano de Meliodas le cubrió la boca y le hizo la seña de que se mantuviera en silencio.

—Menos mal terminó a tiempo—murmuró, volviendo a tomarla de la mano y registró la habitación de arriba a abajo, cuando la única salida que había era la de aquella puerta que iba directo hacia su laboratorio personal supo que seguramente tendría que saltar. Salieron por aquella puerta cerrandola detrás de ellos quedándose en aquel pasillo entre la alcoba real y el laboratorio. Meliodas miró hacia abajo y supo que estaban demasiado alto como para saltar, su única salida era esconderse en el laboratorio (aunque era obvio que los encontrarían) o atreverse a brincar.

—Meliodas no hay a dónde ir—sollozó aterrorizada, el blondo gruñó en bajo guardando su espada y se asomó más hacia abajo. No podría saltar...pero si podría bajar.

—Siempre hay a dónde ir, te sacaré de aquí no te preocupes—por todo el caos incluso a Meliodas se le había olvidado el hablarle de manera formal, Elizabeth no lo corrigió, estaban demasiado ocupados en escapar como para corregirlo—Te protegeré con mi vida, lo juré y eso haré—

Sacándole un chillido a la princesa, el caballero la cargó hasta ponerla sobre su espalda a lo que la albina se aferró a él por el susto cerrando sus ojos, al sentirla bien sujeta Meliodas comenzó a bajar por la fría piedra del castillo con cuidado pero rapidez para que los atacantes no los alcanzarán, cuidando sus costados por si alguna flecha salía disparada, no podía saltar pero si descender por la pared, menos mal que era un experto escalador.

Bajaron por las piedras, el rubio se aferraba a estás con tanta fuerza que Elizabeth temió que las uñas se le salieran en el proceso. Por suerte no fue así, sus pies tocaron el suelo sin ningún rasguño y se permitieron exhalar al verse fuera de aquel lugar, el rubio bajó a la princesa de inmediato quien aún estaba temblando, pero no le pudo dar ni una palabra de consuelo cuando el sonido de la puerta de su habitación siendo destrozada los alertó de nuevo. Sin esperar nada más Meliodas volvió a tomar a la princesa de la mano y siguió corriendo hacia las caballerizas mientras el sonido de las espadas chocando, la magia y los truenos de Matrona se hacían cada vez más lejanos.

Cuando por fin llegaron hasta las caballerizas Meliodas subió a la hermosa princesa en su caballo de él, luego se subió detrás de ella para servirle de escudo a la joven y tiró de las riendas de su caballo negro para que esté se moviera con rapidez.

Uno del clan demonio se les puso enfrente intentando detenerlos, pero su fiel caballo lo pateó lanzadolo lejos permitiéndoles huir antes de que él atacante les hiciera daño.

En medio del caos, Elizabeth no pudo evitar mirar hacia atrás observando desde lejos como el gran salón estaba iluminado por la batalla que se estaba librando. Se preguntó dónde estaria su padre y rogó a las diosas que él ya estuviera a salvo, luego rogó porque nadie saliera herido aunque sabía que eso sería imposible y sobre todo rogó porque su gente no muriera.

Por más que se preguntaba a dónde la llevaría su escolta, podía saber bien que la mantendría a salvó aunque podía deducir que ni el rubio sabía bien a dónde ir.

Simplemente se perdieron en el bosque mientras la luna salía, dejando que lo negro de la noche consumiera sus sombras y les impidiera a los que los perseguían seguirles la pista. Incluso los animales nocturnos parecieron ayudarles a camuflar el sonido de los cascos del caballo.

—¡No dejen de buscarlos!—gritaron varios miembros uniformados con aquellas armaduras negras—¡Deben estar por aquí, no pueden escapar!—

—Ay el señor Galand se enojará mucho si se escapa—chilló uno de los caballeros demonios, su comandante gruñó por lo infantil de aquel tipo y le dió un golpe para que se controlara.

—¡Controlate idiota!—el caballero asintió con la cabeza aún en medio de su rabieta—¡Ahora encuentrenla. Quemen todo el bosque si es necesario pero tráiganme a esa perra muerta, no tenemos toda la noche!—

—¡Si señor!—gritaron unos cuantos más mientras se introducían en el mismo bosque, siguiendo algunas pisadas que se alcanzaban a distinguir.

Chan chan chan chan *_*...

A decir verdad este capítulo no iba a terminar así, ¡Pero lo hice más largo de lo que me gustaría jaja! Ni modo, así pasa cuando sucede.

También originalmente no iban a suceder las cosas asi, pero la idea surgió a medio capítulo, se me hizo interesante y dije "¿Por qué no?"👀

¿Que les pareció? ¿Les gustó? Espero que si, lamento si la escena del baile no quedó bien, lo que son las peleas y los bailes no son mucho mi fuerte pero ya mejorare en esos detalles ✨

¿Tienen alguna duda? Yo feliz de resolverla a menos que sea spoiler ;3

Sin más que decir nos vemos la próxima semana para más \^^

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro