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VII

Capítulo 7: "El campeón humano"

—¡Caín...Caín!—el sonido metálico de una armadura chocando contra el suelo llenaba los pasillos del castillo. Se supone que no debía de correr en el palacio, pero no podía evitarlo. Alioni acababa de recibir una carta del pueblo gerudo dónde la princesa notificaba que iba a VOLVER.

La princesa señaló que la misión estaba completa, que ya había obtenido una respuesta afirmativa de los campeones y que se lo notificará rápido al rey.

Alioni pensó que todo estaba en orden y se alegró por las buenas nuevas, hasta que leyó la fecha en la que aquella carta había sido escrita y casi se desmaya. Había pasado una semana y media desde que la princesa había escrito aquella carta, eso quería decir que ella podía llegar en cualquier momento y si quería conservar su cabeza debía de apurarse para cumplir con su deber.

Tras minutos de desesperación, alioni le notificó al rey las noticias que la princesa daba, luego había avisado a los guardias que estuvieran alertas por si veían que ella llegaba, alertó a los cocineros para que hicieran la comida favorita de la princesa y de paso hasta alertó a los de la servidumbre para que limpiarán el polvo del cuarto de la doncella.

Una vez con todo listo, Alioni salió corriendo para contarle a su mejor amigo las buenas nuevas. No sabía por cuántos lugares se había metido ya, solo sabía que quizá le había dado la vuelta entera al enorme palacio y su amigo no aparecía. ¿En donde se metío ese enano ahora? Cómo sea, él siguió corriendo por cada lugar buscando y gritando.

—¡Caín!—

—¡Shhhh!—antes de poder gritar de nuevo, unas manos lo sostuvieron, le cubrieron la boca con brusquedad y lo movieron hasta ocultarlo detrás de una pared. Con sorpresa, Alioni pudo observar a su mejor amigo, con el ceño fruncido. Aquel pequeño joven de cabellos castaños lo soltó con lentitud, aún sin dejar de regañarlo con la mirada y le indico con una ceña que guardara silencio—Idiota, te pudo haber escuchado...—

—¿Qué? ¿De quién hablas?—susurró confundido. Hasta apenas ese momento se dió cuenta que estaba cerca del campo de entrenamiento, para ser exactos, afuera del campo.

Caín movió la cabeza un poco, indicando que se asomara y el rubio lo hizo tratando de descubrir porque su amigo estaba tan empeñado en guardar silencio.

Al instante comprendió porque Caín lo había callado.

Dentro del campo de entrenamiento, habia solo una persona, una sola. Él estaba practicando sus movimientos de pelea, golpeando a un enemigo invisible que vivía en su cabeza, danzando con la espada como si su arma y él fueran uno mismo.

Saltaba y caía con gracia, el arma era tan veloz que apenas y podía ver la hoja moverse, el sudor caía por su frente y cuando pensaba que estaba por detenerse, súbitamente volvía a comenzar manteniendo el mismo ritmo perfecto. Ni siquiera temblaba un poco por el esfuerzo o cansancio.

Alioni se quedó anonadado.

—Ha estado toda la mañana ahí metido—susurró, señalando al caballero que entrenaba—Volvio de su misión hace unos días, escuché que mató a un centaleon plateado y salió sin un rasguño—alioni tragó en seco, incapaz de calcular la cantidad de poder que el elegido poseía—En fin, ¿Qué ibas a decirme?—

—Oh, claro—salió de sus pensamientos—La princesa elizabeth viene de regreso, consiguió que las demás razas la ayuden. Así que la orden de campeones está hecha—la sonrisa en el rostro joven de Caín fue tan luminosa que no pudo evitar contagiarla a Alioni. Ambos amigos se abrazaron, llenos de esperanza y dieron media vuelta para comenzar a retirarse de ahí. En silencio, para no distraer a quien espiaban.

—Que increíble noticia Alioni, todo está cayendo en su lugar—

—Si, pensé que moriría, creí que no podría darle la noticia al rey a tiempo, pero...—

Se alejaron de ahí dejando de nuevo en soledad a quien entrenaba con tanto empeño. El silencio tenso solo era roto por los jadeos del caballero rubio en su interior y el sonido de su espada cortando el aire, con un silbido.

Caín y Alioni habían pensado que él no se había dado cuenta de su presencia, pero estaban muy equivocados, claro que aquel rubio había sabido que ellos dos estaban ahi.

No había cosa que se le escapara, no había sonido que no notara, no había rostro que pudiera olvidar ni máscara que no pudiera leer. Meliodas se daba cuenta de todo. Había aprendido a hacerlo.

Soltó un suspiro cansado deteniéndose por fin y saboreo la deliciosa sensación de relajar sus tensos músculos. No había querido parar sabiendo que lo estaban mirando, si se detenía seguramente irían a hablarle y, la verdad, no le apetecía hablar con alguien en esos momentos.

Se sentía demasiado agotado mentalmente como para lidiar con caballeros que lo admiraban.

Este es Meliodas Demon, hijo de Nicolás Demon, un gran y valiente caballero que sirve con lealtad al rey de Liones.

Meliodas es "el niño elegido", así se le ha llamado desde aquella desastrosa ocasión en la que sacó la espada de su sagrado pedestal. Aquel momento quedó inmortalizado en la historia moderna del reino y automáticamente dejó de ser un niño para convertirse en la esperanza de todos.

Desde los 6 años ha entrenado para ser perfecto. Su técnica de combate es precisa, es rápido, ágil, fuerte y justo, tiene la inteligencia de usar su entorno a su favor si lo necesita y es todo un experto en el uso de cualquier tipo de arma, sin importar que tan pesada sea. Es un estratega nato para la batalla. No hay monstruo que pueda hacerle frente y no existe hombre en la tierra que pueda pararlo.

Se ha convertido en una leyenda viviente, apodado por la gente como "El héroe sin miedo", su sola presencia causa el furor y la admiración de todos, al verlo pasar la gente deja de hacer sus cosas solo para poder verlo y eso...lo incomodaba mucho.

El más rápido, el más fuerte, el mejor espadachín de todo el reino, el elegido para destruir al mal, pero sobre todo...con un miedo enorme de decepcionar a la gente.

Constantemente Meliodas se preguntaba, cuando se convertiría en lo que todos creían que era: "El héroe sin miedo"...

—¡Demon!—el grito de alguien más lo hizo voltear y salir de sus pensamientos. Se limpio el sudor con la manga de su blusa y guardó su espada—El rey desea verte, parece ser algo de gran importancia—exclamó aquel hombre, señalando la salida con el pulgar.

Meliodas solo asintió con la cabeza y comenzó a caminar recto directo hacia la salida de aquel campo, dejando al contrario en un silencio incómodo que ignoró. El rubio no solía hablar mucho a menos que en verdad fuera necesario, para la gran mayoría era silencioso, menos para unos pocos con los que habia llegado a intercambiar palabras. La razón de su silencio era un sentimiento que lo ha perseguido desde que comenzó su aventura.

No le gustaba compartir sus pensamientos, no le gustaba que los demás lo vieran como realmente era...

Nadie debía de conocer su verdadero ser, bastaba con que supieran la ilusión que las habladurías y las leyendas habían creado. "El héroe", "El salvador", "El elegido"...temía que si decía algo, podría decepcionar a todo el reino.

—Por cierto, señor...—Odiaba que le dijeran "señor", tan solo tenía 16 años. La voz del hombre lo hizo detenerse justo en la salida, lo miró por encima del hombro—Tengo entendido que es por una ocasión especial, así que debe usar su uniforme de la guardia—meliodas suspiró, maldición, tendría que ir rápido hasta su habitación (que quedaba justo en la torre en la que los caballeros se hospedaban) darse un baño rápido, rezar porque su uniforme no estuviera arrugado, usarlo e irse rápido con el rey.

El uniforme de la guardia real era bastante elegante y bonito, eso no lo iba a negar, pero era demasiado ajustado para alguien que se la vivía entrenando y que prefería usar ropa más holgada, por lo que no lo usaba mucho.

El trayecto desde el campo de entrenamiento hasta la torre de los caballeros no fue tan larga, menos porque corrió tanto como pudo para no perder mucho tiempo. El baño fue tan rápido que el agua de su bañera estaba helada y solo se dió una remojada con el jabón de lavanda, se apresuró a secarse su cuerpo tonificado y finalmente rebuscó entre sus cosas el uniforme de la guardia real.

Para su suerte, se encontraba en perfectas condiciones, limpio y sin arrugas por lo que se dispuso a ponérselo con rapidez.

El traje de la guardia se formaba por una playera de manga larga y cuello alto color negra, luego, por encima. Una blusa más de color roja de manga corta, cuello corto pero larga que le llegaba hasta el muslo. Una túnica color azul fuerte que solo le cubría los hombros, el pecho y la espalda (con el símbolo de la familia real). Un pantalón color negro. Una boina azul decorada con el escudo del reino. Un cinturón café que marcaba su cintura. Unos guantes blancos que le llegaban un poco más abajo del codo y, finalmente, unas botas blancas que le llegaban poco más arriba de la rodilla.

Elegante, pero ajustado, justo como lo había pensado antes.

Se miró al espejo durante unos cortos segundos tratando de asegurarse de que se viera presentable, aún había gotas de agua en sus hebras rubias y sus mechones rebeldes le caían por las mejillas, pero aún así se veía bien.

Una vez bien arreglado con su uniforme, se colgó la espada maestra a su espalda y salió de su habitación a paso veloz, tan solo esperaba no llegar demasiado tarde a lo que sea que fuera a pasar.

—Princesa elizabeth—

—¡Merlin!—la albina bajó de su caballo sin poder contener su emoción y corrió hasta su amiga para darle un abrazo. La humana del caos correspondió ante aquella muestra de afecto dándole golpecitos en la espalda a la princesa.

—Que alegría verla de regreso, fueron días largos sin su presencia—elizabeth sonrió aún más y soltó una risita.

—Bastante largos, fue emocionante viajar por el reino pero también cansado—suspiró—Aunque prefiero mil veces el cansancio del viaje que pasar horas en esas fuentes...—la sonrisa en Merlin titubeó, incluso el brillo en los ojos de elizabeth pareció desaparecer, pero rápidamente ambas se repusieron, no querían que su conversación se volviera incomoda. La azabache adoptó una posición mas comoda para ella y la princesa rió suave desviando el tema—Ahora que volví debo preparar todo para la llegada de los campeones—

—¿Vendrán?—

—Por supuesto, se hará una ceremonia para hacer oficial la orden, se les va a entregar ropa especial que solo ellos tendrán y se va a celebrar un baile en su honor así que ellos y su pueblo están invitados—

—Eso quiere decir que tendremos visitantes de otras razas, interesante—la joven asintió.

—¿Hiciste algún descubrimiento importante en mi ausencia, Merlin?—preguntó la albina, entregando a uno de los guardias la correa de su caballo para que lo llevará al establo.

—Si, hace unos días descubrimos un artefacto. Es extraño, parece una piedra, tiene los símbolos de mi pueblo tallados y pintados en ella, pero por la forma que posee parece que pueda prender—

—¿Prender?—

—Aun no sabemos con exactitud que hace, hemos intentado de todo en el laboratorio para descubrir su función—rascó su barbilla—Hoy le haré unas mejoras, si logro algún progreso será la primera en saberlo, se lo aseguro—hizó una reverencia.

—Te lo agradezco—exclamó la princesa con entusiasmo. No podía imaginarse una piedra que pudiera encender, era extraño pero a la vez un descubrimiento tan impresionante como el de las bestias y los guardianes. Siempre había algo nuevo que aprender.

Sin poder evitarlo, elizabeth recordó a su madre. Ella había sido tan inteligente, con una curiosidad insaciable que la había llevado a investigar, todo el pueblo la quería mucho por su inteligencia y su decisión de descubrir nuevas cosas. Un día ella estaba investigando algo (su padre nunca quiso decirle que) pero por culpa de aquello que encontró fue que ella enfermó de gravedad y murió a las semanas.

—Lamento interrumpir señoritas—el hombre alto de bigote tosió un poco para llamar la atención. Elizabeth rápidamente soltó una risita y Merlin rodó los ojos—Pero el rey desea verla, su majestad—la princesa se contuvo tanto como pudo para evitar hacer una mueca. Tan solo suspiró manteniendo su sonrisa amable y asintió con la cabeza.

—Gracias Escanor, iré a ver qué es lo que mi padre desea—el hombre de bigote hizo una reverencia al momento que la princesa pasó a su lado y permitió que se fuera. Una vez solos miró a Merlin con seriedad.

—¿Es sobre lo que creo que es?—habló la mujer y el de bigote solo asintió.

—Ya le dará la noticia de quién será su guardaespaldas—

—No le va a gustar a quien escogió—

—Para nada—ambos suspiraron al mismo tiempo. Oraban a las diosas para que aquella reunión familiar no salieran tan mal como estaba destinado a pasar

Después de haberse cambiado de vestimenta, la princesa se dispuso a caminar por los pasillos para llegar hasta la sala del trono. Había escogido un vestido azul claro, largo y de mangas largas, era de seda fina por lo que se veía como si una cascada se hubiera aferrado a su cuerpo, el escote estaba decorado con un bonito bordado de flores color plata y unos pendientes de zafiro colgando de sus orejas.

Había desenredado su cabello para dejarlo como nuevo después de que el viento lo desordenara en el viaje. Se colocó un poco de perfume para alejar el olor a campo que traía en ella y por último se colocó su corona.

Nuevamente, volvió a verse como una verdadera princesa.

Mientras caminaba, elizabeth se encontraba en un dilema. Deseaba ver a su padre, claro que lo deseaba, queria abrazarlo y contarle sobre su visita a las demás razas, contarle sobre los hermosos paisajes que había visto y el sin fin de estrellas que pudo observar durante las noches de campamento, sin embargo, no quería ver la mirada de duda y a la vez de resignación que le dedicaría.

Eso la lastimaba. Se supone que él era quien más la amaba en ese mundo, ¿Por qué tenía que ser tan cruel?

Sabía que su padre estaba en contra de esos viajes e incluso estaba en contra de que ella hiciera sus investigaciones...corrección, el rey estaba en contra de cualquier cosa que la "distrajera". Si por él fuera la mantendría siempre cautiva en las fuentes sagradas hasta que pudiera despertar el poder de las diosas...pero...

¿En verdad poseía tal poder?

Esa pregunta la llevaba atormentando desde que empezó su entrenamiento, hace ya 10 años.

Día y noche, sufriendo internamente contra el miedo a fallar, sufriendo al ver la desaprobación en los ojos del pueblo que debería amarla, sufriendo al ver la decepción en los ojos de su padre.

Pensar en todo eso bajó los ánimos que tenía. Si tan solo pudiera correr y huir de todo y todos sería un sueño hecho realidad, sería la más feliz. Pero no podía, tenía un compromiso y un deber con su reino, debía de esforzarse más, seguir adelante, investigar para serle útil a su padre y a su pueblo. Ahora que había formado la orden de campeones estaba cada vez más cerca de conseguir ayudar a todos...

—¡Kyaaaaa!—estaba tan sumida en sus pensamientos y penas que nunca se fijó por donde estaba caminando. Sin querer, había pisado el borde de su vestido, lo que la hizo perder el equilibrio, intentando reponerse, pisó el borde del escalón en el que estaba y eso fue lo que la terminó de derrumbar. Todo su cuerpo cayó hacia atrás.

Cerró sus ojos esperando el golpe y el dolor, resignada a lo que vendría. Seguramente terminaría rodando por los escalones cayendo inconsciente a los pies de las escaleras, sería socorrida por algunas de las sirvientas y llevada a sus apocentos para ser atendida por algún médico. Todos se burlarían de ella, era tan inútil que ni siquiera podía subir unas malditas escaleras...

Pero nunca sucedió. El golpe jamás llegó y el dolor en su cuerpo nunca se presentó.

Al contrario, en vez de algo horrible, lo que sintió fueron unas manos calidas, pero firmes alrededor de su cintura. Su cabeza terminó en medio del hueco entre el hombro y el cuello de su salvador y una respiración agitada la hizo sonrojar. La había atrapado con tanta dulzura que su corazón se llenó de goce.

Abrió los ojos de inmediato, incapaz de ignorar como alguien la había salvado de la caída y se sorprendió al ver unos ojos tan verdes como los campos de Liones.

—¿Se encuentra bien?—la voz grave del hombre la desoriento por algunos segundos. Su voz era neutra, sin una pizca de algún sentimiento más que la serenidad, sus facciones estaban tensas, pero sus ojos estaban tan fríos como su tono de voz. ¿Cómo podía lograr eso?

—Si...todo bien—el fantasma de una sonrisa se posó en la comisura de los labios del joven, pero fue tan rápido que ella apenas y lo pudo notar, quizá lo había imaginado. Con la misma dulzura con la que la había sostenido, la ayudó a pararse derecha regresando a la normalidad—Se lo agradezco mucho—

—Fue un honor, su majestad—el rubio hizo una reverencia ante ella y esos segundos fueron suficientes para que elizabeth pudiera analizarlo completo.

Para empezar, tenía puesto el uniforme de la guardia real, lo cual le sorprendía ya que solo los caballeros más fuertes y con mucha experiencia formaban parte de aquel grupo limitado, no podía creer que un chico joven fuera parte de la guardia. Le parecía increíble.

Sus ojos fueron subiendo poco a poco, repasando sus pómulos levemente rosados, su semblante serio y sereno, sus largas pestañas descansando sobre sus mejillas, el cabello rubio goteando revelando que acaban de tomar un baño y finalmente alzó sus ojos y observó la espada en su espalda, reconocerla solo rompió toda la ilusión que se había creado. Casi se desmaya de la impresión, todas las piezas cayeron en su lugar y frunció el ceño.

Al ver cómo ella se tambaleaba, el caballero la sostuvo de nuevo de la cintura con rapidez, para mantenerla erguida, el primero instinto de Elizabeth fue alejarse bruscamente, pero aquellos brazos la tenían tan bien sostenida que no pudo ni intentarlo.

—¿Segura que está bien? Se ve muy pálida y está temblando, ¿No quiere que la lleve a sus aposentos?— el corazón de Elizabeth latió con rapidez ante la calidez de sus palabras. Casi se deja llevar por aquellas fuertes manos, pero no, su razón la hizo negar .

Por supuesto, ahora sabía bien porque él, siendo tan joven, pertenecía a la guardia real. Se trataba del mismísimo Meliodas, el "niño elegido", el gran "héroe de Liones", "el prodigio".

Y el campeón faltante...

Era el último que debía de reclutar para que su orden estuviera completa y también era el constante recordatorio de que ella era un fracaso...

Se alejó de él como si la hubiera quemado, con tanta brusquedad y rapidez que confundió al caballero. La princesa frunció más el ceño incapaz de controlar sus emociones y se le quedó mirando al rubio.

Pronto, los ojos de ambos eran tan fríos que fue como si dos icebergs chocarán en medio del mar. Meliodas se mostraba sereno, aunque por dentro quería preguntar por su repentino cambio de humor. Elizabeth estaba consternada, dejando que sus pensamientos la agobien y sus miedos controlaran sus acciones.

—¿Todo en orden su majestad?—preguntó meliodas, cruzando las manos detrás de su espalda.

—Gracias por su ayuda pero tengo cosas que atender, con permiso —lo ignoró y se dió media vuelta sin querer mirarlo ni un solo segundo más. Se apresuró tanto como podía a subir las escaleras con rapidez y continuar su camino. No podía creerlo ¡En serio las diosas querían burlarse de ella!

Sabía que su destino estaba unido a aquel caballero y que tarde o temprano debía de conocerlo, pero no podía con el amargo sentimiento que le causaba verlo, siempre siendo tan adorado por todos, tan respetado. Todo el reino sabía que él era completamente capaz de desempeñar su tarea, escuchaba los murmullos de la gente cuando contaban lo fabuloso que el héroe era, mientras que ella no sabía más que distraerse, una inútil, siendo una falla, una princesa maldita.

Jamás había cruzado palabra con el elegido, ni mucho menos lo había visto, nunca se habría imaginado que tendría un rostro tan perfecto, aquel cabello rubio que le caía por las mejillas. Lo había imaginado con sonrisa arrogante y carácter narcisista, pero contrario a lo que pensaba, meliodas tenía los ojos fríos pero hermosos, el verde de su mirada desprendía calidez y la sombra de su sonrisa amable...

Sacudió la cabeza, enojada de si misma por pensar aquellas cosas.

—Concentrate Elizabeth—se reprendió a si misma al momento en el que llegó por la puerta oeste de la sala del trono. No debía de pensar en ese caballero tenía cosas más importantes que hacer. Inhaló hondo, Acomodó su vestido, peinó su cabello con los dedos y finalmente entró a la habitación encontrándose con su padre firmando unos pergaminos. Toda la atención fue hacia ella e hizo una reverencia ante el rey—¿Deseabas verme, padre?—el monarca la examinó de pies a cabeza.

—Que alegría verte de regreso, hija mía—elizabeth sonrió y se acercó a su progenitor—Recibí las buenas nuevas, lograste hacer que los campeones aceptaran, buen trabajo—el orgullo comenzó a burbujear en su pecho y no pudo evitar la enorme sonrisa en sus labios—¿Que tal vas con el asunto de tus poderes?—eso apagó la llamada de la emoción, bastó solo que agachara la cabeza para que su padre suspirara y negara, decepcionado—Ya veo—

—Traté de meditar durante los viajes, leí sobre el poder sagrado, aprendí y...—

—Sabes que eso no es suficiente—la interrumpió. Elizabeth se sintió pequeña al lado de él pero se obligó a mantenerse fuerte. Un suspiro salió de la boca de Bartra quien se recargó más en su trono y negó—Sin embargo, esa no es la razón por la que te mandé llamar—ella levantó la cabeza, curiosa—Como ya sabes, he escogido a un caballero para que se convierta en tu escolta personal, te acompañará a cada lugar ya sea dentro o fuera del castillo—

—Padre, sabes lo que pienso al respecto yo no...—

—¡Ya habíamos hablado de esto antes Elizabeth, quiero que alguien te acompañe!—

—Si padre...—

—Debido a que te encuentras en constante peligro por nuestros enemigos y a qué no tienes el poder de defenderte sola, es necesario que tengas un escolta—sabía que no podría luchar contra eso, a ojos de todos ella era incapaz y, lo que era peor, es que ella misma sabía que no podía defenderse sola por más que deseara hacerlo. La puerta oeste de la sala sonó, alguien estaba solicitando acceso, pudo escuchar como le abrían y los pasos de alguien acercándose a ellos—Asi que escogí al mejor espadachín de todo el reino para mantenerte protegida—

—Mi rey, princesa...—Elizabeth se giró sorprendida al poder reconocer aquella voz grave, esa misma que había escuchado tan solo unos minutos atrás y que la habia hecho enojar con su sola presencia. Completamente de rodillas ante ellos, el caballero con la espada sagrada estaba ante ella y sus peores pesadillas se hicieron realidad. Maldita sea, ahora entendía lo que su padre planeaba hacer—¿Deseaba verme su alteza?—

—Si muchacho, ponte de pie por favor—el caballero lo hizo de inmediato—La razón por la que te he mandado llamar es para encomendarte dos misiones muy importantes—

—Haré lo que usted me pida, mi rey—su tono tan...neutro y sereno hizo que a elizabeth le ardieran las mejillas del enojo, ¿Cómo podía estar tan calmado? No era capaz de leer sus ojos, no podía saber lo que sentía. Esos verdes estaban apagados y una capa de grueso hielo los separaba de los demás. Lo peor era que su padre sonrió con orgullo cuando él se mostró ante ellos...y eso la hizo sentir peor.

—Primero que nada, mi hija elizabeth es la líder de una orden de campeones. Los guerreros más fuertes de cada raza fueron seleccionados minuciosamente, todos unidos con el mismo fin de pilotar las bestias divinas y ayudar al elegido a derrotar a la bestia oscura—meliodas sintió un escalofrío bajar por su columna—Como el elegido por la espada, a partir de hoy serás el campeón humano, el gran elegido por las diosas—

—Es un gran honor para mí poder portar ese título. Cumpliré con mi deber y serviré a la corona para proteger al reino—exclamó haciendo una reverencia más, aunque poco a poco el miedo comenzó a apoderarse de su corazon de oro. El rey sonrió.

—La segunda misión que te daré es la más importante para mí, muchacho. Cómo padre, te daré a cuidar mi tesoro más preciado. A partir de hoy y hasta el final de tus días, serás el caballero escolta de la princesa Elizabeth de Liones...—Meliodas sintió como si lo hubiera golpeado con una piedra justo en el cráneo, por un momento le pareció ver todo borroso, pero sus años de entrenamiento lo obligaron a mantenerse firme sin demostrar emoción alguna. Aunque por dentro estaba a punto de tener un colapso por el pánico, por fuera se mostró como el estoico caballero que era ante todos. Diosas, ¿Por qué?—Vas a seguirla a todas partes para velar por su seguridad, serás como su sombra, sin importar si es dentro del palacio, quiero que estés presente y a su servicio cuando ella lo necesite—sabia que no podía negarse ante esto.

—Como usted ordene su majestad, es un enorme honor el que me ha otorgado—hizo una reverencia rápida tratando de ocultar el temblor de sus manos. No mentía, en verdad era un gran honor, pero tenía tanto miedo que apenas podía controlar su rostro.

La princesa...¡Debía cuidar a la princesa! El destino del reino estuvo en sus manos desde los 6 años, ahora también el futuro y la supervivencia del pueblo estaba en su espalda al cuidar de la princesa. Se dió media vuelta para poder ver a la princesa Elizabeth, y el rostro de total molestia que ella le dedicó solo lo hizo sentirse peor.

¡Claramente la princesa no lo quería! Y eso que la había salvado de una horrenda caída tan solo unos momentos atrás. Sin embargo, podía ver el fuego del enojo en sus ojos, ella no lo quería a su lado y parecía que estaba a nada de explotar por el color rojo de sus mejillas. Tratando de ignorar eso, se puso de rodillas ante la princesa e inclinó su cabeza en señal de respeto.

—Juro por mi honor como caballero, por las diosas doradas, por mi propio destino y por mi vida que la mantendré segura de todo peligro, cumpliré con mi trabajo como su escolta y sirviente. Estaré a su servicio siempre—pero ella se mantuvo callada, ganando una mirada de desaprobación del rey y sumiendo todo en un silencio denso e incómodo.

Meliodas quería salir de ahí, encerrarse en su cuarto y gritar en la almohada todas sus frustraciones. Alejarse del rey, arrojar la espada, tomar su caballo y cabalgar hasta llegar a sabrá las diosas dónde.

Lamentablemente ya no podría hacer eso.

—Eso era todo muchacho. Hija, meliodas, pueden retirarse ambos—meliodas se puso de pie de inmediato, haciéndose a un lado para dejar pasar a la furiosa princesa y tras despedirse del rey comenzó a caminar detrás de ella.

Siguiéndola justo como se le había ordenado que hiciera, buscando no perderla entre los pasillos cuando, claramente, elizabeth quería perderlo de vista. No lo logró para su mala suerte, llegaron hasta los apocentos de la princesa quien le dedicó una última mirada de advertencia y se introdujo en su habitación de inmediato.

Meliodas solo suspiró, resignado e incómodo, debía cumplir con su deber. Era todo un honor poder ser el escolta de la princesa y también tenía el titulo de "Campeón", lo habían seleccionado por ser el mejor entre los mejores, el héroe de todos, pero pese a eso, no se sentía orgulloso de si mismo, al contrario, sentía mucho...miedo.

Se quitó la espada de la espalda, recargando la punta en el suelo, usándola de soporte para acomodarse mejor. Se colocó frente a la puerta de la habitación y miró directamente hacia el pasillo.

Tendría que quedarse ahí parado, para velar por la seguridad de la princesa.

¿En qué lío lo había metido el rey


Ahora sí gente, ahora sí ya se conocieron y ya están unidos. Meliodas es el escolta personal de elizabeth...pero como que ella no está muy entusiasmada al respecto, ni él jiji 👀

Ya se la saben, dejen que las cosas fluyan, tengan paciencia y confien en mi. Prometo que si tienen paciencia y ven como se comienza a desarrollar su historia les va a gustar ^^✨ en especial una escena que no puedo hacer spoilers pero ahhhhhhhhhh me emociona mucho >w<

Espero les haya gustado, disculpen las faltas de ortografía y el capítulo largo. ¿Que les pareció? ¿Les gustó?

Cualquier duda o comentario seré feliz de resolverlo. Sin más que decir nos vemos en otro capítulo.

Les dejo imagen de como es el traje de la guardia real por si mi descripción no fue muy buena ( lamento si fue así ^^")

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