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Capítulo 57 - Las plagas

El primer día, después de que los poderes de Dios provocaran que un enorme nubarrón negro cubriera toda la ciudad, Miguel descendió de los cielos durante doce segundos.

Tomó la copa de oro que había traído con él. Cuyo líquido era una sustancia oscura que provocaría las siguientes catástrofes para el infierno: las plagas, la lluvia de fuego, las langostas y la eterna oscuridad.

Entonces, tras observar un momento el lugar, seguro de cumplir con las órdenes de su Señor, el valiente ángel vertió la copa con cuidado sobre la ciudad.

Y a partir de ahí, las cosas no hicieron más que empeorar para Lucifer, los overlords y aquellos pecadores sin alma que estaban de su lado.

*
Los castigos impulsados por la corte celestial llegó a Hell City más rápido de lo que se imaginó en un principio Charlie.

Sin piedad. Arrasando con todo. Acompañado de los cánticos furiosos de Dios y sus ángeles.

ÁNGELES
El señor dijo, el señor dijo, el señor dijo...

DIOS
Ya que no liberas al pueblo...

ÁNGELES
El señor dijo, el señor dijo, el señor dijo...

DIOS
Ya que no liberas al pueblo
castigaré a tu reino...

ÁNGELES
Plagas y pestes enviaré,
a vuestro lecho a vuestro hogar...
Por vuestras calles correrán,
en vuestro vino, en vuestro pan...

ARCÁNGELES
Sobre el ganado que cuidéis,
bueyes y ovejas perderéis...
En vuestros sueños entraré,
hasta que al fin os dobleguéis...

ÁNGELES
Entonces yo las enviaré, dijo el Señor...

La ciudad comenzó a ser atacada por los castigos que cantaban las voces fantasmales de los ángeles y arcángeles de Dios. Y los overlords no tardaron en comenzar a tener miedo. Sufriendo las consecuencias. Por culpa del rey.

Desde lo alto del hotel Hazbin, impresionada por la ira de los dioses, Charlie contemplaba la devastadora situación de los pecadores en Hell City. Sabiendo que si su padre no hacía nada, la cosa iría a peor.

Pero por otro lado, se sentía mal porque él pensara que eso lo hacía por querer hacerle daño a sus súbditos y a su familia.

CHARLIE
Siempre fui tu hija...
El placer de hacerte sonreír fue todo lo que quise...

ÁNGELES
El trueno fuerte rugirá, cual lluvia y fuego llegará...

CHARLIE
Deseo bien que fuera otra la elegida...
Ser tu enemiga hoy por él es lo último que quiero...

ÁNGELES
Caliza ardiente que caerá en cada campo y ciudad...

CHARLIE
Era mi hogar...
El dolor de esta tragedia me tortura sin cesar...

Día tras día, los overlords y el resto huían sin saber adónde de las lluvias de fuego que lanzó Dios sobre el infierno. Arrasándolo todo a su paso.

Entre los que se refugiaban por la lluvia, Charlie descubrió a Valentino. Abrazando a la aterrada Velvet. La cual observaba por encima del hombro de su protector el peligro que se avecinaba.

CHARLIE
Inocentes que ahora sufren por tu orgullo y terquedad...

ÁNGELES
Y unas langostas enviaré, a poco no se vio jamás y toda planta destruirá...
Ni un solo arbusto quedará...

ARCÁNGELES
Mi azote al infierno enviaré, dijo el Señor...

Los castigos se hacían más drásticos con el paso de las semanas. Miles de infectados por las plagas corrían por las calles medio arrastrandose. Con picaduras por todo el cuerpo. Aullando de dolor.

Entre los que no estaban de momento de esa manera eran dos empleadas de Valentino. Las cuales se encontraban escondidas en una pequeña chabola. Observando abrazadas lo que estaba pasando ahí fuera. Viendo a la gente chillar y llorar de dolor. Sabiendo que más tarde ellas estarían como el resto.

CHARLIE
No eras tu mi padre, di por qué invocar un golpe más...

ÁNGELES
Mi azote al infierno enviaré...

CHARLIE
Danos libertad...

ÁNGELES
Dijo el Señor...

CHARLIE
Dijo el Señor...

Por otro lado, Lucifer, observando el terrible panorama, sin dar a crédito a lo que estaba pasando, por culpa de su orgullo, se mantuvo firme a las consecuencias. Y no quiso bajo ningún concepto otorgarles la libertad a Charlie y a los suyos.

LUCIFER
No eras tú mi hija...
¿Cómo es que tu odio así creció?
Esto es lo que quieres...

ÁNGELES
Entonces yo las enviaré...

LUCIFER
Mi alma se endurece y nada importa lo que costará...
Ésta es la verdad...
Nunca os daré la libertad...

ÁNGELES
Dijo el Señor...

CHARLIE
Dijo el Señor...

LUCIFER
Nunca tendréis la libertad...

CHARLIE
Danos libertad...

*
Desde lo alto de la azotea del hotel Hazbin, lugar en el que ninguno de aquellos castigos causó daño alguno, Charlie, en compañía de Alastor, observaba la ciudad. Ardiente en llamas. Sumida en la desesperación.

No pudo evitar que las lágrimas le descendieran por las mejillas. Recordando las noches de las purgas. En las que la gente era asesinada sin ningún tipo de justificación.

Ahora era lo mismo. Sólo que peor.

Pero a pesar de su sufrimiento hacia sus súbditos, logró murmurar con voz temblorosa:

- Lo haré... - traga saliva - Liberaré a mi pueblo... - se retira las lágrimas de la cara - Y cumpliré con mi misión...

Alastor, que al principio estaba disfrutando de aquel espectáculo trágico centelleante que presenciaban, dejó de sonreír tras escuchar a su pobre amiga. Sintiéndose mal por su pesar.

Entonces ocurrió algo que él no se llegó a esperar.

Ella, deseando que alguien la consolara, tanteando con los dedos, buscó la mano de este para tomársela.  Y al final, el overlord, quien en esos momentos no quería que la chica sufriera más, terminó aceptando su gesto. Y los dos se agarraron de la mano.

Entre tanto, ante los ojos de ambos, la ciudad continuaba ardiendo en llamas. Escuchándose los gritos de los demonios por todas las calles. Siendo eso la única banda sonora de aquella escena perturbadora que parecía que no tenía fin.

Aprovechando la ocasión, Alastor le dijo a Charlie:

- No debes de preocuparte por el mal pesar de esa gente miserable... - la atrae hacia él - Yo sé cómo hacer para que nos olvidemos de ellos mientras tu padre cede a tu petición...

Ella, algo confusa por su repentino cambio de actitud, le contestó:

- ¿Qué...?

Entonces, chasqueando los dedos, dio paso a una música antigua que emanó de la nada. De algún lugar que no sabían. Y seguidamente, sonriéndole con gesto de seducción, le susurró:

- Baila conmigo...

Los dos se pusieron a danzar alrededor de la azotea. Al compás de esa melodía misteriosa. Entonces, sintiéndose más cómoda que antes, olvidándose de lo que estaba pasando ahí fuera, Charlie dejó de llorar. Y le sonrió a este con alegría.

En mitad del lindo baile, Alastor, ablandado por la felicidad de la chica, murmuró muy tranquilo, sin dejar de mirarla:

- Sus gritos serán nuestra canción...

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