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Capitulo 54 - La zarza ardiente

Tras marcar las cinco de la mañana, después de tanto baile sin descanso, todos se fueron a dormir.

Alastor fue el último en hacerlo. Le extrañaba que no hubiera visto a Charlie en la fiesta. Se había marchado justo cuando Devilon y Octavia se convirtieron en el centro de atención de todas las miradas.

Algo preocupado, fue a buscarla. Preguntándose dónde se habría metido. Hasta que tras un rato dando vueltas por el salón central y la cocina, la terminó encontrando en la sala de estudios. Dormida sobre la alargada mesa escritorio. Con varios papeles de dibujos de arcoiris esparcidos a su lado.

No se esperaba que estuviera allí. Hacía tiempo que no visitaba ese rincón de trabajo. Y tampoco sabía que todavía estuviera incando los codos con el tema de la redención.

Al principio, pensó en que lo mejor sería dejarla con su sueño profundo. Por lo que hizo el gesto de salir de la sala. Con cuidado de no despertarla.

Sin embargo, un murmullo que soltó Charlie medio dormida lo detuvo de golpe. El cual decía:

- Mmmm... Al... Qué bien bailas... - sonrió muy feliz. Recostando su cabeza sobre la mesa. Llevada por aquel sueño encantador - No... Espera... Sólo un baile más... Me lo estoy pasando tan bien contigo...

Al escuchar eso, Alastor no pudo evitar mirarla con ojitos tiernos. Pues le agradó el que se acordara de él en sueños.

Entonces, con la intención de ser educado con ella, se acercó a su lado con sigilo.

Rápidamente, chasqueó los dedos. Y como por arte de magia, tras un débil "chass", hizo aparecer una manta rosada. La cual la puso delicadamente sobre los hombros de Charlie. Cubriéndola con ella para que no pasara frío.

Cuando la tuvo bien arropada, antes de marcharse, aprovechando que estaba dormida, se inclinó hacia ella y le dio un dulce beso en el olluelo izquierdo. Susurrándole seguidamente:

- Dulces sueños...

Y se marchó de la sala. Dejándola de nuevo sola. Sumida en un sueño del que ella no deseaba bajo ningún concepto despertar.

*
Apenas hubo salido el sol, cuando los huéspedes comenzaron a salir de sus habitaciones. Impacientes por empezar el día.

Devilon y Octavia habían tenido su primera noche juntos. Supuestamente, según las tradiciones, los prometidos no podían compartir alcoba hasta después de la boda. Pero como no podían aguantar más su deseo de amor, pues terminaron rompiendo la regla.

A Angel Dust y a Husk se les veía bastante unidos últimamente. Habían pasado de no tratarse apenas el uno con el otro a ser completamente inseparables. Estaba claro que se estaban comenzando a enamorar.

Lo mismo sucedía con Pentius y Cherri. No hacían más que intercambiarse miradas un poco tontorronas (o al menos eso era lo que notaban los huéspedes).

Estaba claro que había química en el ambiente. Y de la buena.

Cuando todos hubieron bajado al salón comedor para desayunar, degustando los platos que cocinó el lumbreras de Alastor, Charlie acababa de despertar del sueño encantador que estaba disfrutando.

Le dolía un poco la cabeza por lo mucho que estuvo trabajando anoche. Y tenía unas ojeras terribles.

Algo mareada, se levantó de la silla y caminó con lentitud hacia la ventana de la sala. Con la intención de contemplar el amanecer.

Pero justo fue asomarse, cuando fuera vio un detalle que le llamó la atención.

Nuggets, el cerdito de Angel Dust, estaba ahí fuera. Dando trotes por el jardín alegremente. Hasta que, por alguna razón desconocida, giró la cabecita hacia el sendero que conducía a la salida del hotel. Y sin pensarlo, marchó dando botes hacia allá. Alejándose del hogar.

- Mierda... - murmuró Charlie. Temiendo que el estúpido animal se perdiera.

Salió de la habitación y corrió escaleras abajo en dirección a la puerta de atrás. Pues no quería que ni Angel ni los demás se dieran cuenta de que el dichoso Nuggets se hubiera escapado. Se montaría un pequeño follón si lo descubrían.

Tras estar fuera en el jardín, siguiendo el rastro de huellas que había dejado el cerdo, cruzó el sendero. Dejando el hotel Hazbin atrás. Adentrándose en un valle que daba inicio nada más terminar el camino de piedras amarillas.

En aquel bosque profundo, el cual estaba a los pies del escalofriante monte calavera, estuvo caminando a lo largo de diez minutos. Mirando por todos lados en busca de ese maldito gorrino.

Hasta que de pronto, en una zona más profunda, comenzó a escuchar los sonidos del animal.

"Oinc, oinc..."

- ¿Nuggets? - murmuró Charlie. Dirigiéndose hacia donde provenían los agudos gruñidos - ¿Estás ahí?

Llegó al corazón del valle. Donde dio con una pequeña abertura de una cueva. En la cual decidió asomarse un momento para ver si hallaba allí al pequeño porcino.

Entonces, nada más observar su interior, dio con algo que la hizo estremecer.

Una zarza, pequeña y puntiaguda, ardía en una especie de fuego fatuo azulado y brillante. Iluminando la gruta.

Esta contempló aquel fenómeno estupefacta. Sin saber cómo podía ser que en un lugar tan húmedo se mantuviera encendida aquella llama flameante.

De repente, unas voces melodiosas comenzaron a resonar ahí dentro. Al mismo tiempo que las llamas de la zarza comenzaban a danzar tímidamente. Parecía el canto coral de los monjes de un monasterio.

Los gruñidos de Nuggets comenzaron a escucharse en el exterior. No muy lejos de donde estaba. Dando a entender que no se encontraba en la fantasmal ermita.

Sin embargo, los ojos de Charlie estaban tan hipnotizados por el fuego fatuo de la zarza, que se olvidó por completo del pequeño animal. Y en vez de salir en su busca, decidió adentrarse en el interior de la cueva. Acercándose a la luz blanca de las llamas.

Nada más entrar, curiosa por saber de qué se trataba, cuando estuvo frente a la zarza, alargó la mano y tocó con los dedos el fuego azulado.

Sin embargo, tras hacerlo, no sintió nada. Sólo un cálido cosquilleo que le pareció similar a una caricia.

Rápidamente, retirando la mano del fuego, se la miró extrañada. Preguntándose qué sería aquel fenómeno y por qué se estaba produciendo.

Pero de pronto, apenas sus pies estaban pisando el suelo rocoso del interior de la cámara subterránea, cuando una voz de tono masculino y suave, proveniente de la zarza, le dijo con mucha serenidad:

- Charlotte... - su susurro resonó por todas partes - Charlotte... Charlotte...

Esta, sintiendo un escalofrío en la columna, miró a todas direcciones. Sin saber quién le estaba llamando. Al mismo tiempo que notaba un frío terrible que aumentaba poco a poco.

Entonces, para tratar de recibir una respuesta de aquella voz, la cual le resultaba familiar, respondió:

- Eme aquí...

La voz, tras escucharla, haciendo que las llamas azules bailaran con más exageración, le ordenó:

- Quítate los zapatos de tus pies... Porque el lugar en el que estás es tierra sagrada...

Acto seguido, Charlie vio que, bajo sus pies, las pequeñas piedras del suelo comenzaron a rodar. Siendo arrastradas por un aura celeste que emanaba de la zarza. Dejando el terreno rocoso impoluto.

Incrédula por lo que estaba presenciando, la joven, girándose a la llama, le preguntó:

- ¿Quién eres tú?

Esta, haciendo menear delicadamente los fuegos fatuos, le contestó:

- Yo soy... El que soy...

Charlie, que no comprendió demasiado la respuesta, le dijo:

- No... No lo entiendo...

- Yo soy el Dios de tus ancestros... - le respondió. Esta vez hablándole más despacio - Padre de Gabriel, de Miguel y de los ángeles...

Tras explicarle quien era realmente, Charlie comenzó a escuchar en el interior de su cabeza la voz de su hermana Miriam. Diciéndole:

- "¡Eres Charlotte Evans! ¡Hija de Megara Evans y del arcángel Gabriel...! ¡Nosotros somos tus hermanos...!"

Por poco estuvo de caerse hacia atrás. Perdiendo el sentido.

No podía ser posible. La voz que le estaba hablando, si decía ser pariente de su padre, entonces... ¿Sería un ángel del paraíso?

No... No era un ángel.

Era Dios. El todopoderoso.

¿Pero cómo? ¿Por qué?

Rápidamente, acordándose de la orden que le había dicho antes el ente extraño, se quitó los zapatos y los arrojó a un lado. Quedándose descalza.

Mirando a la zarza, esta vez más impresionada que asustada, le preguntó con los ojos muy abiertos:

- ¿Qué quieres de mí?

La voz, quedándose pausada unos segundos antes de continuar, le comentó:

- Bien vista tengo la aflicción de tu pueblo en el infierno... Y he escuchado su dolor...

Al instante, de la llama comenzaron a salir gritos de dolor y sufrimiento. Pertenecientes a algunos de los prisioneros y otras víctimas que sufrían por culpa de los overlords y de los pecadores que los torturaban sin motivo alguno.

Pero eso era imposible... Si ya estaba ayudando a muchos... Aunque, claro está, no a todos. Estaba dejando de lado a cientos de individuos que todavía se encontraban ahí fuera desamparados y muriendo lentamente. Sólo había acogido a algunos del barrio pobre y a varios que acudieron a sus servicios. Pero eso no era suficiente. Todavía quedaban más.

Después de los alaridos de dolor, la llama dio paso a la frase que ella dijo la vez en la que mató por primera vez a un individuo.

- Basta... ¡Deja a ese anciano!

Eso hizo que Charlie sintiera dolor en su corazón. Culpable por lo ocurrido aquel desastroso día.

Sin embargo, la voz, callando aquellos sonidos del pasado, prosiguió hablando:

- He bajado para liberarle de la mano de la esclavitud... Y para llevarle a una tierra buena... Donde la paz es tan dulce como el pecado más insaciable...

- El paraíso... - murmuró Charlie.

- Sí... - asintió la voz.

Esta miró para otro lado con temor. Mientras una ligera brisa le levantaba su larga cabellera rubia.

Así que era verdad. La profecía no se equivocaba. Había sido elegida por los dioses celestiales para realizar la hazaña de la liberación de los pecadores sin causa. Para eso la salvó su madre. Porque estaba predestinada a hacer grandes cosas.

- Ahora... - murmuró la voz - Ve... - el silbido de la brisa cubrió toda la cámara de la cueva - Yo te envío a Lucifer...

Tras decir eso, Charlie, muy confusa, se volvió de nuevo a la zarza y le preguntó:

- ¿A mí? - se señala a sí misma con ambas manos - ¿Quien soy yo para guiar a mi pueblo? - recuerda entonces lo orgulloso y narcisista que era el rey y los poderosos overlords - No me creerán ni escucharán...

- Yo te enseñaré lo que debes decir... - le contestó la voz. Sin perder la serenidad en su tono

- Pe... Pero yo soy su enemiga... - se va poniendo más nerviosa. Aterrada porque le estuviera encomendando esa misión imposible de realizar - Soy la princesa del infierno... La hija del que ordenó matar a sus hijos... - alza la voz - Te... ¡Te has equivocado de mensajera...! ¿¡Cómo leches voy a hacerles frente!?

De pronto, la luz de la llama se intensificó. Transformándose en un haz de luz cegador. Al mismo tiempo que la brisa comenzó a soplar con más fuerza. Silbando con gran potencia.

Charlie, asustada y golpeada por ese viento fantasmal, cegada por aquella luz, se tiró al suelo. Cubriendose el cuerpo para protegerse de la supuesta ira del ente.

Entonces, la voz, con un tono más elevado pero no aterrador, le dijo a los cuatro vientos:

- ¿¡Quien ha dado al hombre la boca!? ¿¡Quien hace al mudo, al ciego, al que ve y al sordo!? - la llama comenzó a crecer con mucha fuerza - ¿¡No es nuestro Dios!? ¿¡No soy yo!? ¿¡El creador del cielo y de la tierra!?

La pobre, asustada, se arrinconó en una esquina de la pared de la cueva. Temiendo que fuera a castigarle por haberle hecho tantas preguntas.

- ¡Ahora ve! - tronó la voz. Rebotando en todos lados.

Al instante, la llama dejó de alumbrar el lugar. La brisa volvió a ser suave. Y el frío dejó de descender. Sumiendo el lugar en un profundo silencio.

En un primer momento, Charlie creyó que la deidad misteriosa había desaparecido. Dejándola con ese mensaje abierto. Sin ofrecerle ninguna información más.

Pero se equivocaba.

Todavía sin ser capaz de incorporarse por el susto que se había llevado, se mantuvo quieta y agazapada a la pared. Soltando desenfrenados suspiros. Al borde de un ataque de pánico.

Hasta que las llamas de la zarza, en forma de alargados brazos, la levantaron. Poniéndola en pie con cuidado. Mientras la voz, de vuelta a su tono amable, murmuró en plan tranquilizador:

- Oh... Charlotte... - la fue guiando hacia la ardiente zarza - Yo estaré contigo para cuando vayas a ver al rey del infierno... Pero Lucifer no te escuchará... Charlotte...

Las luces de los fuegos fatuos hicieron que Charlie se quedara embobada mirándolos. Impresionada por el poder de aquel ser celestial. Dichas llamas azuladas rodearon su cuerpo. Haciendo que se sintiera más tranquila que antes.

- Pero yo extenderé mi mano... - prosiguió la voz - Y heriré al infierno con toda suerte de prodigios...

La zarza volvió a brillar de nuevo. Con una luz blanca hermosa y brillante. Alumbrando toda la cámara. Envolviendo a Charlie en una aurora boreal exageradamente colorida. Haciendo que en sus ojos se reflejaran aquellas llamas cálidas resplandecientes.

En mitad de aquel espectáculo, la voz continuó con su discurso.

- Toma en tu mano este tridente, Charlotte... - las llamas de la zarza comenzaron a ascender hacia arriba. En dirección a una abertura del techo que daba al exterior - Porque con él has de hacer mis prodigios...

Todo aquel fuego que estaba rodeando a Charlie se desvaneció por completo tras las palabras de la entidad. Dejando caer con cuidado a la muchacha en el suelo. De rodillas. Desapareciendo en el techo de la cámara. Fundiéndose en un haz de luz.

Cuando hubo desaparecido aquel aura celestial, la voz, antes de desaparecer por completo, le susurró como broche final a su mensaje:

- Yo estaré contigo... - se fue apagando poco a poco - Charlotte...

Su nombre hizo eco en la cueva. Repitiéndose varias veces antes de que todo volviera a estar en silencio.

Charlie, casi en estado de shock, se quedó un momento respirando repetidas veces. Asombrada por el poder ancestral que había presenciado. Sin quitarse de la cabeza las palabras de la voz misteriosa.

Cuando hubo recuperado la calma, a su lado, envuelto en una ligera humareda rosada, se encontró con un tridente. Alargado y plateado. Con tres pinchos bien acentuados. Y con una piedra rojiza y brillante en forma de manzana en el medio.

Con un poco de desconfianza, esta lo tomó por el mango.

Su temperatura era normal. Esperaba quemarse tras tocarlo. Pero al igual que los fuegos fatuos de antes, no sentía nada de nada.

Lo levantó frente a su vista. No le resultaba tan pesado como lo aparentaba. Era ligero como una pluma. Y ahora que se paraba a mirarlo, era bastante bonito.

Ese era el tridente que la voz le había mencionado. Se lo había regalado para que tuviera sus poderes y pudiera enfrentarse a los que trataran de detenerla. El caso era que, nada más tenerlo entre sus manos, sintió cómo una energía misteriosa le recorría todo el cuerpo. Una sensación de poder que hasta le dio un poco de miedo. Pero que al mismo tiempo le hizo sonreír de satisfacción.

Tras comprender todo cuanto había ocurrido, aunque todavía sin saber la identidad de aquel ente que decía ser Dios, miró por última vez la zarza. Ahora sin llamas. Un henebro vulgar y corriente. Verde y frondoso.

Y tras observar la ermita durante unos largos segundos, sin soltar el tridente, una sonrisa de entusiasmo se le formó en la cara. Y se dirigió corriendo al exterior.

Estaba deseando contarle a Alastor y a los demás lo que había visto. Que gracias a esa deidad podrá salvarlos a todos.

¿Le creerían?

*
Por otro lado, en lo alto del cielo, en el mundo celestial, el arcángel Miguel, en compañía de su serio hermano Miguel, en una sala secreta del palacio de Dios, presenciaron desde una bola de cristal cómo la joven princesa corría en dirección al hotel Hazbin.

- Bueno... - murmuró Miguel. Mirando por el rabillo del ojo a su hermano - ¿Qué te ha parecido mi aparición ante mi sobrina, Gavi?

Y este, cruzándose de hombros, le contestó:

- Sólo espero que sepa lo que hace... - frunce el ceño preocupado - El juicio final no tardará mucho en llegar al inframundo... - agacha la cabeza - Como bien dijo nuestro padre...

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