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Capitulo 21 - Desde el cielo

Se decía que todas las almas buenas, cuyo historial de vida estuviera libre de pecado, podían subir al cielo sin ningún problema. Donde serían acogidas en el seno de Dios y bien recibidas por sus ángeles protectores. Descansando en paz para siempre. Viviendo a gusto para toda la eternidad.

Ese mundo se rumoreaba en el infierno que era maravilloso y tranquilo. Lleno de armonía y felicidad. Repleto de seres asombrosamente amables y con un sentido de la vida excelente y positivo. ¿Sería verdad lo que las lenguas decían ahí abajo?

Pues la respuesta era que sí.

En lo más alto del cielo infernal, a través de una barrera protectora que sólo permitía la entrada a aquellos de buena fe, se encontraba el majestuoso reino de los cielos. Un lugar muy bien protegido y retirado de todos los males de la tierra.

Sus inmensas puertas eran doradas. Vigiladas por un poderoso arcángel. El cual, durante las horas en las que no detectaba peligro, mantenía la forma de una estatua.

Tras esas puertas se alzaba una extensa metrópolis. Repleta de casas de mármol blanco y reluciente. Y en su centro destacaba un gigantesco y resplandeciente palacio (similar a los rasgos arquitectónicos del Vaticano), en el que residía el sumo todopoderoso. En compañía de su hijo.

Parecía una ciudad griega que jamás fue tocada por nadie. Simulaba estar impoluta.

En ella reinaba el orden y la paz. Todo lo contrario al que había en el infierno. Y a pesar de que parecía muy tranquilo el ambiente, como si no se paseara nadie por allí, el caso era que en él vivían cientos de personas.

Miles. En compañía de los guardianes celestiales de Dios.

Pero ese día todo estaba desierto debido a una razón importante.

Los "perdonados", nombre con el que se denominaban a los habitantes del paraíso, tenían que quedarse en sus casas porque durante aquéllas fechas, las cuales coincidían con la semana del cumpleaños de Lucifer, iba a haber en el palacio de Dios una asamblea secreta muy especial. Y para evitar que hubiera soplones, ordenaban a sus súbditos a quedarse en sus casas y que no salieran hasta el día siguiente. O en muchos casos, hasta nueva orden.

A dicha reunión tenían que acudir todos los arcángeles de más alto rango del ejército celestial. Para comentar un plan sobre lo que iban a hacer ese año. Aprovechando que el rey del inframundo les permitiría, como cada cumpleaños, abrir una brecha entre el paraíso y el infierno y convertir a un pecador inocente en un nuevo ángel.

Tenían que escoger al quien sería el siguiente recién llegado en el reino de Dios. Y para ello necesitaban quedar en un acuerdo entre todos para así no cometer errores.

En la sala de reuniones, un conjunto de arcángeles estaban sentados en torno a una larga mesa de mármol. Discutiendo y alzando la voz para hacerse oír. Mientras aleteaban nerviosos. Parecía estar la cosa muy movida en ese círculo.

Hasta que uno de ellos, el que se encontraba sentado en el sillón más destacado de todos los que había (representando así su poder superior al de los demás), mandó guardar silencio.

- ¡ORDEN EN LA SALA!

Todos cerraron las bocas al instante. Tras escuchar el potente vozarrón del poderoso ángel. El cual se trataba de Miguel. El mayor de todos ellos y el más fuerte del ejército celestial.

- Hay muchos pecadores en el reino de Lucifer que se merecerían venir aquí y unirse a nosotros... - comentó seriamente. Volviéndose a sentar en su trona - Pero por desgracia... Sólo podemos llevarnos a uno... - suspiró fríamente - El paraíso se está sobrepoblando demasiado, mis queridos hermanos... - explora con la mirada a cada uno de los presentes - Ya no nos podemos consentir como antaño llevarnos a más gente... - frunce el ceño. Como si le molestara lo siguiente que iba a decir - Y según las normas que dejamos claras yo y el traidor de mi hermano, el ángel caído... - sacó de debajo de la mesa un pergamino bien largo. En el cual había escrito un texto. Firmado en tinta dorada. Como una especie de trato - Sólo podemos entrar al infierno y llevarnos a ese pobre afortunado una vez al año... Y sin sobrepasar los cinco minutos...

Todos soltaron algún que otro murmullo. Asintiendo alguno que otro con la cabeza a sus palabras.

El arcángel Miguel continuó con lo que estaba diciendo. Levantándose de su sitio y paseándose alrededor de la mesa. Poniendo los brazos hacia atrás en señal de educación.

- He revisado las almas pecadoras que habéis escogido para la preselección del nuevo perdonado... - se pasa la lengua por sus labios - Y he de admitir que estoy sorprendido... No llegué a pensar que hubiera tantos demonios arrepentidos por los errores que cometieron en vida...

Conforme caminaba, este se cruzó con uno de sus compañeros. El cual no estaba sentado en la mesa con los demás. Atento a la reunión. Sino de pie frente a la ventana. Contemplando el exterior melancólico. Pero no le dijo nada. Pues no era la primera vez que ese ángel en cuestión hacía eso.

Y prosiguió.

- Sin embargo... Como ya os dije... Sólo podemos llevarnos a uno... - levanta la mano izquierda. Y de ella surgió una llama azulada. De la cual resurgió una esfera celeste y brillante como un astro. La cual flotaba sobre la palma de este. Como si fuera muy ligera - Y ese elegido será esta persona...

Entonces, dentro de la bola de cristal comenzaron a verse imágenes de la ciudad del infierno. Y acto seguido, la escena se centró en una chica de piel gris, ojos rosados y cabellos largos y blancos.

- Su nombre es Vagatha... - dijo el ángel. Contemplando la escena - Murió en manos de unos asesinos... Es de las pocas pecadoras que tiene el alma limpia y libre de actos impuros... - se gira a sus compañeros. Quienes tenían fijada la vista en la esfera - Esta misma tarde, antes del anochecer, le otorgaremos el poder de un ángel. Y la convertiremos en nuestra nueva hermana...

Después de sus aclaraciones sensatas, los demás dieron el visto bueno a la elección. Y finalmente rompieron en aplausos. Contentos por recibir a un nuevo visitante en el paraíso.

Sin embargo, el ángel de la ventana miró a Miguel con gesto de desacuerdo. Como si no quisiera que esa mujer fuera la elegida ese año para ser ascendida a los cielos. A pesar de que no parecía mostrar su alegría por eso, no dijo nada. Y volvió su vista hacia el paisaje de fuera.

Tras uno que otro comentario más, el arcángel, satisfecho de que nadie le hubiese llevado la contraria, anunció:

- Se cierra la sesión...

Y al momento todos los presentes se esparcieron por la sala. Saliendo de uno en uno hacia el pasillo. Cansados ya de tanto trabajo.

Los únicos que quedaron allí fueron el arcángel jefe y el que estaba perdido en las musarañas.

El primero se giró hacia este último. Y sin mostrar apenas expresión de agrado en su blanco rostro, le dijo:

- ¿Sigues velando por ella, hermano?

Tras su pregunta, el misterioso ángel se dio la vuelta lentamente. A simple vista, simulaba ser un muchacho de cabellos rubios de una belleza muy hermosa. Y mirando a este con un gesto de duda, alzando los hombros, le respondió:

- ¿A qué viene eso, Miguel?

El poderoso arcángel sonrió un poco.

- Ay... Gabriel... - posó su mano sobre su hombro - Hablo de tu hija...

Nada más decir eso, el supuesto Gabriel abrió los ojos en plan sorprendido. Y muy nervioso, puso su dedo índice sobre sus labios. Chistandole tres veces seguidas. Lo que hizo que su hermano se riera entre dientes.

- Tranquilo... - le dijo. Regalándole una mueca de burla - Como si no te conociera... Cada vez que estás así de raro es porque piensas en tu pequeña... ¿No es así?

- Hermano... - murmuró este, un poco ruborizado. Con una voz tan aterciopelada que a cualquiera le hubiera hecho pensar que no estaba molesto. Sino más sereno que un cura - Nadie ha de saber que...

- Lo sé. Lo sé... - le negó con la cabeza. Sin soltarle del hombro - Salvo Margarita y yo... Ese tema lo desconocen todos los demás... - pone cara seria - Incluido nuestro padre...

Se quedaron un rato en silencio. Pues eso de guardar un secreto a espaldas de Dios era una infracción de las normas bastante grave. Si se llegaba a enterar, ambos lo pagarían con el destierro.

Gabriel, olvidándose de eso, le explicó a su hermano:

- Desde que nació... - vuelve a mirar a la ventana - La he visto crecer en la lejanía... - abre su mano derecha. Y de ella surge una esfera celeste, flotando sobre su palma. Similar a la de Miguel. En la cual comienzan a verse imágenes borrosas del inframundo - Y a pesar de la distancia, he estado a su lado todo este tiempo. Protegiéndola de cualquier peligro y haciendo todo lo posible por que fuera feliz... - dentro de la bola de cristal aparece la cara adorable de la princesa del infierno. Y eso hizo que el encantador ángel sonriera tristemente - Mi dulce Charlie...

Miguel observó la esfera curioso durante un tiempo. Sorprendido por lo mucho que se parecía la chiquilla a su padre a pesar de que era medio demonio. Entonces, sin perder la seriedad, le contestó medio susurrando por si acaso alguien lo oía:

- ¿Sabe la verdad?

Éste, sin dejar de contemplar a su querida hija, le comentó con frialdad:

- Ya sabe lo necesario...

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