Capitulo 1 - La elegida
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La noche de la profecía había llegado.
Los astros formaban una línea recta en el cielo. Esa era la señal.
La señal que todos esperaban desde hace siglos.
Por desgracia, ese hermoso espectáculo pasó muy desapercibido para los ojos de los habitantes del infierno.
Mientras los asesinos y violadores proseguían con sus actividades peligrosas por los callejones oscuros, en otra zona de la metrópolis, una serie de esclavos realizaban la construcción de los templos y edificios emblemáticos del rey. Lucifer Magne.
Por cada piedra que levantaban o por cada carro del que tiraban, un latigazo tras otro recibían en sus doloridas espaldas.
Tenían suerte de que esas heridas no les causaran la muerte. Pero preferían que sus almas salieran de sus cuerpos y fueran libres antes que recibir otro golpe más.
En medio de tanta barbarie, los demonios esclavos, aún tratando de mantenerse en pie, comenzaron a cantar.
CAPATACES Y ESCLAVOS
Barro, arena, agua, paja ¡deprisa!
Barro, levanta, arena, tira,
Agua, arriba, paja ¡tirad!
ESCLAVOS
En la espalda el fuego del látigo,
en la frente la sal y el sudor,
Elohim oh señor,
oye al pueblo suplicar,
danos hoy esperanza.
Libéranos, oh, señor, libéranos,
no te olvides de tu gente,
en esta tierra hostil.
Libéranos a un lugar de provisión,
condúcenos a la libertad
No se les tenía permitido mencionar el nombre de Dios en el infierno. Pero como en esa ocasión los guerreros especiales del gran señor no estaban vigilandoles, pues no sufrieron las consecuencias. Sus capataces, al estar completamente sordos, no se imutaron por sus oraciones.
Esos guerreros que estaban ausentes en la zona de las obras (los ángeles exterminadores), se encontraban ocupados con otros asuntos más importantes.
En la ciudad, dichas criaturas del mal, en compañía de algunos miembros del círculo de confianza del rey, estaban asaltando las casas en donde se tenía previsto que nacería esa noche un nuevo demonio. Lucifer lo tenía todo controlado y sabía todo lo que pasaba a su alrededor. Tenía a sus súbditos en la palma de su mano. Nunca se salía ninguno con la suya.
A los pocos minutos los llantos resonaron por la mayor parte de las viviendas.
Los malvados ángeles le arrebatavan los bebés a sus madres y los descuartizavan. Los overlords se los llevaban al río para arrojarlos en él y ahogarlos.
Era una auténtica masacre.
Pretendían evitar a toda costa que el elegido estuviera vivo. De ese modo no se cumpliría la profecía del querubín que visitó el infierno.
Pero, por suerte, una bella mujer demonia, cubierta con un manto negro para que no la vieran, se estaba escapando con su bebé de las ordas de Satanás. En compañía de sus dos hijos mayores. Que tenían entre siete y ocho años. Ambos tenían el cabello rubio y la piel blanca.
Escondidos en un callejón, captaron a uno de los ángeles atravesando a un recién nacido con su lanza. Y asustados, evitaron no gritar.
La madre, atormentada por lo que estaba pasando, miró a su pequeño.
Era una niña. Adorable y hermosa. Sus ojos eran grandes y negros. Sus facciones eran similares a los de sus hermanos. Su único rasgo singular que la diferenciaba de ellos era que en sus mejillas tenía unos lindos olluelos rosados.
Tras observarla detenidamente, sin bajar la guardia ante el peligro, Megara, que así se llamaba la mujer, cantó medio susurrando.
MEGARA
Yal-di ha-tov-veh ha-rah*
Al ti-ra veh al tif-chad.*
Mi sol nada puedo hacer por ti,
sólo así podrás vivir
al cielo pediré ven Señor...
*Mi buena y tierna hija...
*No te aterres ni te asustes
Justo acababa de cantar, cuando un grito de una mujer, acompañado del sonido de algo rompiéndose, se escuchó fuera.
Provenía de una casita de al lado de donde estaban. En la cual un overlord alto, con apariencia de búho, quitó de en medio a una mujer que le estaba cortando el paso a la entrada del hogar. Y tras entrar, se escuchó como el silbido de un cuchillo rasgando carne fresca.
Acto seguido, el demonio salió limpiando su catana ensangrentada. Con gesto triunfal. Y la mujer, tras verlo, calló arrodillada al suelo llorando.
Acababa de matar a su hijo.
Aprovechando que los ángeles exterminadores se habían ido a otro lado y que los overlords estaban distraídos, Megara y sus dos hijos echaron a correr. Sin mirar atrás. Intentando no caer en el pánico. Evitando escuchar los gritos de sufrimiento de las desconsoladas madres y de los pobres niños a sus espaldas.
Entre tanto, los esclavos de las obras seguían cantando. Trabajando sin descanso.
ESCLAVOS
Libéranos, oh señor, libéranos,
del dolor de años de cruel esclavitud.
libéranos, a un lugar de provisión,
libéranos de este yugo hoy,
condúcenos a la libertad
En plena huída, Megara y sus hijos no se dieron cuenta porque estaban demasiado desesperados en dejar atrás a los perseguidores para salvar a la niña. Pero un demonio que pasaba por ahí cerca, el cual estaba ayudando a los overlords en la matanza por obligación (cuyo nombre era Wally Wackford), los descubrió. Y como veía que llevaban con ellos a una recién nacida, sabiendo entonces lo que pretendían hacer, agarró la escopeta que llevaba consigo y los apuntó por la espalda.
Sin embargo, cuando estaba a punto de apretar el gatillo para fusilarlos, un triste pensamiento se le pasó por la cabeza. Lo cual le hizo bajar el arma de inmediato. Con algo de compasión. Y al final, mirando cómo los tres se iban corriendo lejos de su alcance, frunció el ceño y se dirigió a otro lado para continuar con lo que le ordenaron sus jefes.
Entre tanto, la familia se alejó de la zona de peligro. Dejando atrás la ciudad. Adentrándose en un bosque desierto con apenas árboles. Y llegaron a un río. El cual daba a los aposentos de la reina.
Tenían pensado meter a la niña en una cesta y llevarla río abajo hasta esa persona. Para que así, sabiendo que Lilith no era igual de cruel que su marido, la acogieran y la mantuvieran con vida.
Cuando a la bebé la hubieron colocado sobre su cesta, la criatura comenzó a llorar. Pero Megara la calmó con su dulce canto.
MEGARA
Calla, mi vida, no hay que llorar,
duerme y sueña feliz.
Siempre tú debes mi arrullo llevar,
así yo estaré junto a ti...
La niña cerró los ojos y se durmió plácidamente. Cosa que enterneció a la pobre madre.
Pero el momento tierno fue interrumpido por un aleteo siniestro que se acercaba más y más.
Había que darse prisa.
Con cuidado, le dio un suave empujón a la cesta. Y sin ningún esfuerzo, esta fue deslizándose por el río lentamente. En dirección al castillo.
MEGARA
Río, oh, río, Tú eres gentil,
llevas mi felicidad,
si hay donde libre pueda vivir,
río condúcela allá.
La pequeña cesta se alejó de la orilla a los pocos segundos. La mujer no pudo evitar que se le escaparan las lágrimas. Probablemente ya no volvería a tenerla a su lado. Pero podrá verla crecer desde la lejanía.
Para comprobar que su viaje iba bien, Miriam, la menor de los dos hermanos, fue tras el bebé. Escondiéndose entre los matorrales de los bordes del río. Para evitar que algún posible ángel exterminador que todavía sobrevolara los cielos, en busca de víctimas, la viera.
El bebé tuvo un viaje un poco movidito. Por poco estuvo de pillarle un barco dirigido por unos traficantes de drogas. Pero menos mal que lo logró esquivar por los pelos.
Al final, la pequeña logró llegar a su destino.
Cruzó una serie de algas rodeadas por cuervos asquerosos que por poco agujerearon la cesta para devorar su blanca carne. Pero menos mal que una dama que en esos instantes se estaba bañando en el río fue a quitárselos de encima.
Lilith, con el cuerpo envuelto en un fino vestido de seda blanco, fue a ver qué era eso que tanto querían esas ratas con alas apestosas. Espantandolas lejos de lo que picoteaban con la mano.
Cuando vio la cesta se llevó una enorme decepción. Creyéndose en un primer momento que se trataba de algún animal herido al que poder devorar. O un objeto de valor que había sido arrastrado por la corriente. Pero su expresión cambió de sopetón tras escuchar dentro de aquella cesta un débil llanto.
Rápidamente la abrió. Y lo que vio en su interior no se lo pudo creer.
No sabía ni por qué ni cómo había terminado esa pobre e indefensa bebé allí. En sus aposentos reales. Pero nada más verla, se le ablandó el corazón.
En las mantas que cubrían a la recién nacida descubrió que había un nombre bordado: "Charlie".
Entonces la tomó en sus brazos y la besó con mucha dulzura. Lo que hizo que la pequeña soltara una adorable risita al volver a sentir el calor maternal.
La escena fue presenciada por la ahora aliviada Miriam. La cual, por bajo para que no la oyeran, dio un último canto como despedida antes de marcharse y volver al lado de su familia.
MIRIAM
Ya estás a salvo, aquí vivirás,
el cielo mi ruego escuchó,
crece hermana, vuelve a tu hogar,
tráenos la liberación...
La niña dio media vuelta y se fue sigilosamente de allí.
Lilith escuchó un chapoteo de pies a sus espaldas. Pero tras girarse a ver qué era, no vio a nadie.
Muy feliz, se llevó a su pequeña para dentro del castillo. Y mirándola con los ojos brillantes, le dijo:
- Es hora de que te presente al rey y señor de todo el infierno... - sonrió - Charlie Magne...
Después de que la reina entrara a su hogar, en lo más alto del cielo, los astros alineados brillaban más que nunca. En señal de que, en un futuro no muy lejano, la profecía se iba a cumplir.
Lejos de donde el castillo de los reyes se encontraba, los esclavos, mirando el radiante cielo infernal con gesto esperanzador, dieron un último canto antes de continuar con el doloroso trabajo.
ESCLAVOS
Libéranos, te pedimos la libertad,
y condúcenos a la libertad,
condúcenos a la libertad.
En otra parte de la ciudad, arrodillada a las orillas de un río ya desierto, Megara, entrelazando las manos, rezó por última vez. Con la esperanza de que su querida hija...
MEGARA
Libéranos...
... liberaría en un futuro a los pecadores del infierno.
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