Epílogo: Still Knight
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Esta era la cuarta ocasión en que suspendía su labor en la semana, algo extraño en él ya que nunca solía hacerlo, pero realmente se le veía alterado cuando cruzaba miradas con sus compañeros entre los pasillos, solo pasaba de largo con su ligero trote hacia una única dirección, la habitación que compartía con su mujer.
Apenas entró a la habitación con agitación y se encontró con su hermosa albina sentada en la comodidad de aquella cama con vista a un ventanal mientras devoraba como infante algunos panes de vainilla. Esto se le hizo algo extraño ya que no solían ser sus favoritos.
—¿Qué pasa, Elizabeth?, ¿estás bien?, ¿todo bien?— la mujer le volteo a ver con una sonrisa mientras masticaba aún el bocado en su boca. Trago ligeramente y dejó el plato de lado moviendo su cabeza de manera afirmativa.
—Si Meliodas, tranquilo— el aludido se acercó a la princesa para sentarse a orillas de la cama para poder contemplarla —Solo un pequeño dolor de espalda—
—¿Segura?— esta asintió levemente. Meliodas acarició su vientre abultado de al menos seis meses de embarazo causando una risita enternecida en la mujer —Creí que no te gustaba lo que cocinaba tu hermana Verónica— señaló el plato. Elizabeth se hundió de hombros tomando uno para comenzar a comerlo.
Sabía que la segunda princesa gustaba de cocinar y experimentar en la cocina, como resultado, comidas de sabores dudosos que nadie en su familia se atrevía a comer.
—Un pequeño antojo, tranquilo— respondió indiferente, el rubio soltó el aire. Tal vez sobre reaccionó al momento, solo le notificaron que la princesa tenía una dolencia y no dudo en ir a verla, como las veces anteriores. Puede que exageraba, pero su sentido protector solo aumentaba con el pasar de los días.
—Solo no comas tanto azúcar, luego no puedes dormir— beso su frente dejándola con un puchero.
—Lo sé, cariño— soltó con aires frustrados. Se volteo a mirar a la nada en completo silencio que ninguno interrumpió por tardíos segundos hasta que por fin un suspiro vago escapó de la mujer —Me molesta estar tanto tiempo aquí sentada— refunfuño. Meliodas le abrazo por el hombro.
—Solo serán unos meses más— este comentario pareció molestarla ligeramente, simplemente se removió entre él para separarlo.
—Eso dices porque tu estas aun por ahí como si nada mientras yo me quedo aquí postrada— maldijo en un tono de molestia torciendo un mueca, el ojiverde exhalo tranquilo. Otro de sus ataques de mal humor se amenazaba con salirse de control, por suerte aprendió a lidiarlos, solo acerco a su rostro para depositar un beso en su mejilla en un intento de calmarla.
—No te alteres, tranquila— esta vez beso cuello calmando la ansiedad de la platinada, pero llamando otra clase de sentimiento. Tan receptiva y sensible que la llevó a morderse el labio —Ahora estoy contigo, ¿si?—
—Hmm, pero no cuando yo te necesito— dijo con un extraño sonrojo apareciendo en sus pómulos.
—Solo tienes que llamarme y...—
—Creo que no entiendes— le miró interrumpiendolo. En un parpadeo lo tumbó contra la cama para sentarse sobre él con las piernas a cada lado de su cadera dejándolo perplejo —Cuando digo que te necesito, no es solo tu presencia, Meliodas— el rubio se quedó mudo, su mujer tenía un aire sensual que lo aclamaba —Te necesito dentro de mí— movió su cadera hacia adelante sobre su miembro.
—E-Elizabeth— estaba sorprendido, nunca había sido tan directa, solo continuaba balanceándose sobre sus caderas respirando entrecortadamente. Tomo sus caderas para detenerla, su virilidad comenzaba a reaccionar más se obligó a mantenerse bajo control, no quería lastimarla de alguna forma.
—Por favor, quiero que...— suplico. Sin embargo, la puerta de la habitación se abrió abruptamente.
—Oye, Eli, ya está el pastel que me pediste...— la segunda princesa arqueo la ceja al encontrarlos en esa posición. Elizabeth se mantenía indiferente, contrario de su marido que dibujó una mueca.
—Verónica— La de ojos castaños dibujo una risa burlona.
—¡Vaya, Eli!, ¿encontraste otro tipo de antojo?— Meliodas atino a sonrojarse.
—No, no es lo que....— la fémina carcajeo ligeramente.
—Tranquilo cuñado, tu consiéntela y déjala satisfecha. Ya sabes lo que dicen, una buena comida te deja con sueño— este comentario mató de vergüenza al pobre hombre que aun no podía librarse de los encantos de la diosa —Los dejo y no se preocupen, me asegurare que nadie interrumpa— en un guiño de ojo, se marchó del lugar cerrando la puerta.
Meliodas suspiro dejándose caer en un suspiro contra la superficie en un intento de calmar su vergüenza, sin embargo, al abrir los ojos se encontró con los ojos azules mirándolo lascivamente. Trago saliva rendido, sabía que no lo iba a soltar en un buen rato o al menos hasta que aceptara su petición.
—Hay diosas—
Los días transcurrían en un intento de normalidad, con ello las semanas. Ban y Elaine tuvieron su historia y terminaron por unirse en matrimonio en contra de los celos fraternales de King, pero termino accediendo ante la felicidad de su única hermana. Por otro lado, el peli café y la dama continuaban una relación sin descuidar sus labores dentro del castillo, pues al igual que Zeldris y Gelda querían una vida tranquila, todo a su debido tiempo y con momentos entre ellos.
Por otro lado, para Meliodas fue algo estresante no poder quedarse quieto. De un lado a otro, le recordaba a aquellos tiempos pasados cuando era más joven, exactamente cuando recién cuidaba de la princesa Elizabeth. Estaba detrás de ella cuidandola como cuando era una niña, asegurándose de que aquella curiosidad y espontaneidad se quedara reposando pues su avanzado estado de gestación la mantenía con incomodidades y simplemente se levantaba de su lugar para pasearse en contra de las sugerencias de Nerobastay Merlín. Esto le molestaba ligeramente, el embarazo solo la hizo más terca.
Muchos síntomas desaparecieron como los antojos o sus repentinos instintos sexuales, pero los físicos le saludaban para fastidiarla, como en aquella plena noche que se asomaba por la ventana y ella solo intentaba moverse, pero no conseguía ninguna comodidad a causa de su abultado vientre. Bufo.
Volteo a ver a su lado, su marido dormía plácidamente boca abajo logrando escuchar sus ligeros ronquidos. Sus horarios laborales como caballero sacro continuaban pesadamente como supervisar aspirantes a la caballería, los entrenamientos matutinos, sus largos periodos en que hacía guardia durante días enteros a la vez que se mantenía al pendiente de su esposa. Imposible no dormir como bebé en cuanto tenía la oportunidad y Elizabeth se sentía celosa de eso.
—Maldito suertudo— murmuró al verlo cómodo mientras ella luchaba por lograr dormir, quizás si le pedía ayuda conseguiría descansar un poco —Meliodas— susurro suavemente, pero este no hizo caso —Mel, Mel— le movió un poco y ni así logró despertarlo. Frunció el ceño —¡Meliodas, te estoy hablando!— este grito hizo que el rubio despertara de golpe y cayera de la cama.
—¡¿Eeh?!... ¡ugh!— escucho quejarse. Se levantó alarmado por el grito de su esposa —¿Qué sucede?, ¡¿El bebé está bien?!, ¡¿tú estás bien?!— Elizabeth soltó una risa.
—No, estamos bien, solo no puedo dormir— termino sonriéndole con nerviosismo, el contrario liberó un suspiro de alivio volviendo a recostarse al lado de la fémina.
—Uh, tranquila, ¿Cuál es el problema, Eli?— soltó un largo bostezo.
—No me acomodo y me duele— terminó con un puchero acunando el inicio de su estómago donde reposaba su hijo.
—Hmm. Deja ver que puedo hacer— suspiro tomando más almohadas —Levántate un poco, linda; quizás si las acomodo puedas estar cómodas— la doncella captar las indicaciones y él empezó a acomodarlas en su espalda y cabeza quedando entre los suaves mantos de algodón —¿Mejor?— Elizabeth por primera vez suspiro de alivio.
—Gracias— Meliodas soltó un segundo bostezo. Deposito un beso en su frente y se volteo dispuesto a dormir nuevamente, si no fuera que aquella diosa seguía algo ajena —¿Me podrías abrazar, por favor?— le cuestiono suplicante, no se podía denegar cuando ella hacia esos ojos.
—De acuerdo— le sonrió cariñosamente y simplemente la acogió para que se acurrucara en su pecho mientras la protegía de alrededor. La acuno entre sus brazos acariciando su cabeza plateada suavemente, sin embargo, la sintió temblar y sollozar levemente —¿Que pasa, Eli?—
—No sé— soltó un respingo —Eres muy lindo conmigo— continuó en un mar de emociones que no podía explicar a la vez que Meliodas liberaba el aire. Una sonrisa se dibujó en sus labios, aun así seguía adorando cada cambio de humor.
Una felicidad le inundaba, a pesar de las complicaciones seguía sintiéndose lleno de dicha. La albina por fin concilio el sueño y cayó dormida en el rubio quien daba mimos en su vientre, no veía la hora en que su hijo naciera.
Así como lo pidió, ese día inesperado llego.
Después de los últimos meses que quedaban, Meliodas se mantenía en su lugar de turno totalmente ajeno a todo, pero una extraña corazonada lo mantenía más activo que de costumbre, sentía una fuerte conexión con su preciada albina que seguramente estaría descansando después de unos inusuales malestares en la mañana. Trato de calmar su ansiedad.
—Meliodas— un llamado urgente le hizo voltear a la portadora de esa voz, algo en ese timbre llamó su atención.
—¿Qué pasa, Jenna?— está jadeo con un rostro de emoción.
—La princesa Elizabeth, entró en labor de parto— los ojos verdes se dilataron al escuchar esas palabras, el aire simplemente escapó junto una mar de emociones: miedo, felicidad, ansiedad, euforia...
No lo pensó y se dejó guiar por aquella rubia de la servidumbre hasta la habitación donde ya atendían a su esposa, sin embargo, solo lo dejaron esperando con toda la tensión fuera de la habitación donde provenían los quejidos de su mujer tratando de traer al mundo al primer sucesor.
¿Qué era este miedo?
—Te ves tenso, capitán— bromeo Ban quien no tardó en acompañar a su mejor amigo. Solo le observaba juguetear con sus manos caminado de un lado a otro —Cálmate, no deben tardar mucho— el aludido solo chasqueo la lengua, era la sexta vez que decía eso despues de ¿cuanto?; dos horas esperando. Mierda, esto era aún más tardío de lo que esperaba.
—Eso espero—
Minutos de espera, incluso parecieron interminables horas para el ojiverde, pero por fin vio la puerta abrirse y con ello, varias empleadas salir, entre ellas una chica que ya conocía.
—¿Qué pasó, Diane?— cuestionó el preocupado rubio a la chica que recién salía de la habitación junto a otras empleadas quienes sacaban una gran cantidad de sábanas y paños en cestos. Diane le proporcionó una sonrisa de alegría.
—Todo salió bien, la princesa dio a luz un varón. Felicidades— el corazón de Meliodas dio un brinco, un ligero mareo lo dejo con el alma saliendo por su boca.
—¿Puedo verla?— titubeo impaciente, necesitaba entrar y asegurarse que estuviese bien al igual que su pequeño.
—Espera un poco más, están terminando de limpiar— la impaciencia del rubio se vio aplacada en sutiles ejercicios de respiración para mantenerse tranquilo.
—De acuerdo—
—Hey, Diane, me debes veinte monedas de oro— cantó victorioso el albino provocando que la de coletas se marchara con un rodar de ojos —Felicidades, capitán— sonrió de vuelta sin poder esconder su felicidad, incluso podría llorar en ese momento —¿Que se siente saber que eres padre?—
—No puedo explicarlo claramente, son muchos sentimientos— relamió sus labios — Pero supongo que es agradable. Eso ya lo sabrás por tu cuenta, después de todo no te falta para serlo también— el albino rodó los ojos.
—Capitán, recien me entero del embarazo de Elaine, aún falta mucho para saberlo— reprocho. De cierta manera, este tampoco esperaba el día para conocer a su futuro hijo o hija.
—Nishishi, por favor, zorro. Ya veras que siete meses se van en un parpadeo— el albino solo atinó a soltar una carcajada —Entonces, ¿te iras a vivir al pueblo?— este asintió.
—Así es, quiero darle una vida a Elaine.La princesa fue muy amable al montar una biblioteca en el pueblo para que ella pudiera seguir trabajando mientras yo cumpliré mi turno en el castillo— suspiró con cierta ilusión en sus ojos carmín, ni siquiera lo había soñado y era lo mejor que le había pasado —Tienes una esposa muy benevolente—
Una plática trivial se dio en esos molestos quince minutos mientras esperaba. Ban seguía relatando la emoción que sentía al saber que tendría una familia con la mujer que amaba, por el otro lado el rubio trataba de concentrarse en lo que su amigo le decía, pero era casi imposible.
—Meliodas— interrumpió una voz después de casi media hora. Ambos vieron a la castaña de ojos aquas sonreír levemente —Ya puedes pasar— este se mantuvo quieto.
El ojirojo asintió, motivandolo con la mirara a que ingresara a la habitación; repentinamente no quería hacerlo. Inhalo profundo, armándose de valor y caminar dentro del aposento.
Se escuchaban pequeños gemidos y balbuceos provenientes del recién nacido provocando un escalofrío en el blondo. Sus corazones latieron frenéticos, su mujer se encontraba acostada de lado mimando al pequeño a su lado. Ante sus ojos la imagen más hermosa que había presenciado en su vida.
La mirada de Elizabeth chocó con el vacilante rubio, sonrío con ligero cansancio.
—Elizabeth, ¿estás bien?— en voz baja se acercó lo suficiente a ella como para acariciar su cabellera plateada y poder contemplar a su hijo cuya cabecita brillaba en hilos plateados. Sonrió mirando a los zarcos ojos de su esposa —Lo hiciste bien— un suspiro extenuante salió de sus labios.
—Espero que sí— murmuró calmando la inquietud del bebé.
—Es tan pequeño— se inclinó ligeramente dejando que su pequeña manita envolviera su dedo índice. Una pequeña risa enternecida se escapó de sus labios —Bienvenido al mundo, Tristán—
[Siete años después]
Varios sucesos transcurrieron desde entonces, aquel pequeño príncipe fue creciendo rodeado del amor de sus progenitores así como de los demás familiares. Sin embargo, tan pronto como aprendió a caminar, se reveló lo curioso y escurridizo que podía llegar a ser. Imagen misma de su madre con esa cabellera plateada y ojos curiosamente bicolores, curioso y amable, pero actitud y energía de su padre, valiente como algo ansioso.
La diosa albina caminaba de un lado a otro vociferando entre pasillos en busca de su travieso hijo.
—¡Ugh!, ¿En donde estas?— revisó la habitación, pero no había rastro alguno de este —Tristán, por dios— la dama de coletas se le acercó algo exhausta de su búsqueda —¿Lo encontraron?— su pequeña ilusión se vio opacada con la negativa respuesta.
—No, Elizabeth; se desapareció con Lancelot— torció una mueca —Elaine está que arde en llamas, ya sabes la madre sobre protectora—
—Me preocupa— jadeo. ¿Con qué así se sentía Meliodas cuando esta se iba por ahí? Creía que solo exageraba con su actitud sobre protectora, pero ahora lo entendía más que nunca.
—No crees que exageras un poco— esta negó.
—Es igual que Meliodas. Esta muy insistente en querer aspirar para caballero sacro—
—Es un niño muy enérgico— agregó la castaña acompañando en continuar aquella búsqueda.
—Si que lo es, solo espero encontrarlo, quién sabe dónde se metió esta vez— chasqueo la lengua, bien como lo menciono, no era la primera vez que se desaparecía
Mientras tanto, en una de las habitaciones, dos infantes escuchaban con atención y muecas a las palabras dichas por la mujer de cabellos cortos.
—Y así, niños, es como llegan los bebés al mundo— ambos infantes se veían con un rostro de asco ante la e explicación de Verónica. Al de cabello plateado le dio un escalofrío.
—Ya no podré ver a mi madre a los ojos— musitó el príncipe —Ahora entiendo varias— cosas que ahora el pequeño peli plateado entendió del por qué a veces sus padres parecía que se escondían, esas veces en las que sin permiso alguno entraba a la habitación en varias ocasiones y los encontraba en forma comprometedoras que no entendía.
Por otro lado, el rubio chasqueo la lengua.
—Que mierda de asco son los adultos— exclamó cruzándose de brazos. Antes de que Verónica pudiese agregar algo más, el albino interrumpió.
—Lancelot tu lenguaje— el pequeño se estremeció sudando en frío.
—P-Padre— su mirada seria le causó cierto temor —Carajo— Ban suspiró con alivio.
—¡Capitán, los encontré!— no tardó mucho para que el aludido entrara a la habitación con preocupación.
—Tristán, ¿qué hacías aquí?— no hubo respuesta, solo tomo la mano de su padre —Verónica, espero no te haya molestado— esta chica solo negó entre risas.
—Les daba un poco de educación biológica, ya sabes cosas normales— se hundió de hombros.
—De acuerdo, pero creí que Merlín se encargaría de eso—
—Ni ella puede controlarlos y lo sabes. Por eso me ofrecí amablemente— este no le vio muy convencido, sin embargo, lo dejo pasar.
—Te lo agradezco, Verónica— esta se agachó a la altura del pequeño.
—Lo que sea por mi sobrino consentido— dicho esto comenzó a pellizcar sus pequeñas mejillas amorosamente para el desagrado del infante.
—¡¡Aaah!! vámonos papá— este se separó de su tía con sus mejillas rojas. Meliodas se soltó a reír llendose con el pequeño.
—Nos vemos—
—No vuelvas a desaparecer así— comenzó el albino con su hijo de la mano —¿Sabes lo preocupada que estaba tu madre?— el pequeño rechisto de manera grosera.
—Creo que exagera— rodó los ojos.
—¿Que hare contigo?— resopló el albino antes de dirigirse a su amigo —Nos vemos despues, capitán. Y tu, ya deja de andar de curioso—
—Nos vemos, zorro— dicho esto, estos se separaron, escuchando como la cantidad de regaños llovían hacia el pequeño Lancelot por parte de su padre. Tanto el rubio como el platinado rieron ligeramente.
—Papá tengo hambre, por favor vamos a almorzar— este asintió —¡¿Y luego vamos a entrenar?!— Meliodas no supo qué decir ante la emoción de su sucesor.
—No creo que tu madre...—
—Por favor— suplico en berrinche —Ya soy un niño grande y puedo comenzar. Mira, mira— se soltó del rubio para soltar golpes y pelear al aire, sin embargo, la momento de querer dar una patada este se resbaló cayendo al suelo causando una risa en su mayor—¡¡Auch!!— se levantó rápidamente —¡¡Vez, si puedo!!— Meliodas negó levemente.
—Solo hoy, ¿de acuerdo?— se inclinó a su altura —Pero ni una palabra a tu mamá por que me mata. Sabes que no le gusta que te enseñe esas cosas, te puedes lastimar— este hizo un puchero.
—Pero tu a los ocho años comenzaste a entrenar, yo también puedo ser como tu—
—Eso fue diferente— revolvió sus cabellos rebeldes —Además, ¿Por qué la urgencia de aprender?—
—¡¡Porque también quiero proteger a mamá como tu lo haces!!— el ojiverde sonrió con ternura. Quizas seria dificil, pero buscaría la manera de convencer a su amada esposa.
—De acuerdo— los ojos bicolores brillaban como esmeraldas y zafiros.
—¡¡Gracias papi!!— soltó un abrazo —Prometo ya no interrumpir sus cosas de adultos en las noches— Meliodas parpadeo algo confuso, ¿qué habrá querido decir? No lo pensó más y continuó su camino hasta donde la albina continuaba como desesperada buscando a su retoño.
—Eli— la aludida volteó su mirar.
—Oh. Aquí estabas— sonrió de oreja a oreja tomando a su pequeño príncipe del rostro —¿Porque tienes que ser tan escurridizo?—
—Estaba eh... ¿con la tía Verónica?—
—Le estaba dando clases ella en vez de Merlín— interrumpió su esposo con una voz serena.
—¿Y qué aprendiste hoy cariño?— el albino se tenso.
—Algo de lo que me arrepiento haber preguntado— terminó con una mueca que dejó confundidos a ambos padres.
—Bueno, ¿tienes hambre?— asintió frenético —Ve por el abuelo, seguramente también querrá almorzar con nosotros— este asintió y en menos de un segundo salió corriendo. Elizabeth soltó un suspiro.
—Sigue insistente en que quiere comenzar a entrenar— comentó el de ojos esmeraldas algo indeciso por lo que iba a decirle —Le prometí sólo una sesión esta tarde— la mirada de enojo no se hizo de esperar en la doncella.
—Es muy pequeño aún, Meliodas. Dije que hasta que cumpliera los quince como mínimo—
—No deberías preocuparte por eso— sutilmente se acercó a ella para tomarla de la cintura mirándole con un brillo seductor —Debe haber una forma de convencerte ¿Que te preocupa realmente?— comenzo a acercarse a su cuello erizando su piel al primer suspiro.
—Que ya está creciendo muy rápido— el corazón de la mujer se alteró. Meliodas hundió su nariz en su cuello comenzando a aspirar su aroma.
—Oye, y si vamos a...—
—¡¡Mamá!!— estos se separaron rápidamente ante el llamado del infante —Ya llamé al abuelo. Ya vamos a almorzar que muero de hambre—
—Si mi vida—
En la noche
Elizabeth se terminaba de cepillar su cabello plateado mientras el rubio salió del baño después de una larga ducha tibia para relajar sus músculos. Los ojos captaron su reflejo en el espejo, suspiró con algo de melancolía.
—El tiempo pasa tan rápido, ¿no lo crees?— llamó la atención del contrario —Ya no es el bebé que tenía entre mis brazos— soltó un aire nostálgico sin detener su acción sin notar la sonrisa del blondo.
Sutilmente se acercó a su mujer quedando detrás de ella.
—Sabes que eso se puede solucionar— esta le vio confusa. La manos varoniles comenzaron a masajear suavemente sus hombros logrando un suspiro en respuesta —Estas algo tensa y necesitas dejar a nuestro hijo crecer— ladeo un poco su cabello del lado izquierdo para dejar el camino descubierto para su rostro —¿No haz pensado en que quizás podríamos darle un hermano?— su voz ronca la tensó, sus labios cálidos recorriendo su piel le hizo morderse el labio —Lo haría más responsable—
—Mmh... Meliodas— jadeo en bajo ruborizándose, cerró los ojos para disfrutar aún más de su cercanía.
—Te he descuidado mucho, cuando fue la última vez que estuvimos así— esta vez inició succiones intercalando pequeñas mordidas que sólo calentaban el libio la diosa.
—Tristán siempre está en los alrededores, así que es difícil responder eso— repentinamente Meliodas se detuvo dejándola con un reproche —¿Qué pasa?— este tomo su mano.
—Ven, no queremos que nuestro hijo entre repentinamente— una sonrisa se dibujó en sus labios cerezas, accediendo a la tentadora invitación.
Tan rápido y cautelosos, salieron de aquella habitación para encaminarse a la más lejana posible de todos alrededor, sintiendo aquella adrenalina como cuando eran esos amantes inocentes a punto de cometer dicho pecado. Elizabeth podía sentir el mismo nerviosismo de su primera vez, ese ambiente tentador y excitante, no podía esperar.
Simplemente se adentraron al aposento apenas iluminado por la luna que se asomaba por la ventana decorada de tranparentes sedas blancas. La puerta se cerró, los labios hambrientos no se hicieron de esperar, el calor los llamaba, corazones anhelaban en sincronización con su agitada respiración.
—Hum...— recorrió sus labios como si fuese la última vez que la besaba o como si hubiese tardado años en hacerlo y es que, con el nacimiento de su hijo, le impidió a la pareja de amantes poder recuperar la pasión de sus corazones, pocas veces tenían contacto físico.
Meliodas jadeo en la boca de su diosa observando como su mirar se comenzaba a nublar. Sin permiso alguno volvió a poseer su boca esta vez terminando de recostarla en la suavidad de la cama cubierta de sábanas de seda blanca posándose sobre ella para cubrir su cuerpo.
Trato de seguirle el paso, era descontrolado y ansioso, su lengua intervino suavemente lamiendo sus labios dejándole un acceso directo a su boca recorriendo el dulce interior de esta robándole el aliento en un suspiro de sabor dulce. Sus músculos se entrelazaban cariñosamente, el aire tenso y pechos agitados, las manos masculinas retratando cada curva de su mujer por encima de la ropa; era perfecta. Amaba cada parte de ella, su cintura volvió a enmarcarse después del nacimiento de su hijo y , tanto sus pechos como sus caderas resaltan aún más, imposible no querer apretarla.
—Aaah— un ligero suspiro intervino en el silencio de su bocas, pues el rubio mordió ligeramente su labio inferior como probar un fruto rojo, uno que solo le tentaba a tomar más de un bocado. Inició un camino en sus mejillas ligeramente sonrojadas hasta su cuello, besando y chupando su piel blanquecina, sin poder resistirse a la suavidad de la misma —Mmh—
—Te amo...— murmuró —Te amo mucho— la princesa atino a sonrojarse con violencia, su corazón latía desenfrenado, le encantaba cada murmullo de sus labios, cada vez que le recordaba que le amaba sin cesar, era un brinco más para su existir.
Las manos de la doncella, tan revoltosa como alas en pleno aire atentaban contra los cabellos dorados de su pareja, tan suaves y rebeldes; lo empujaba más contra su cuello, el camino que aventuraban por cada tramo de su piel dejando un resto de saliva en cada beso, succión o lengüetada, solo le erizaba la piel.
—Hm, Meliodas, tambien te amo— una mordida atacó en su hombro, la seda del camisón acaricio su piel al ser arrebatado en una brisa, deseoso de despejar de la tela que cubría semejante belleza de sus ojos.
La pijama de la princesa terminó en el suelo dejándola semidesnuda, en seguida se abrazó a su marido al sentir la brisa nocturna. Meliodas la tomo protectoramente entre sus brazos para cobijarla. La albina busco desesperadamente sus labios, dedos curiosos desprendieron los botones de la camisa del rubio causando que este mismo soltara una risa entre el beso. La prenda blanca hizo compañía al camisón.
A la altura sobre el cuerpo femenino, el demonio le recorrió con la mirada a su diosa tendida con los cabellos marcando sobre la almohada pequeños reos de plata, el sonrojo brillando en su mirada lujuriosa. No lo resistió más, necesitaba tocarla.
Sus manos en la cintura apretándose ligeramente, elevandola, motivando a que le abrazara con sus largas piernas mientras continuaba atendiendo su cuello níveo dejando notables marcas que quedarían en la noche pasajera. Elizabeth enredo sus piernas como lo pedía acercándose más a ella.
Con travesía se movió ligeramente rozando su entrepierna. Apretó aún más sus manos en su cuerpo continuando su camino hasta los senos de la princesa.
—Ngh... Mel...—el aludido apretó uno de sus pechos comenzando a balancear sus caderas contra ella —¡Aah!— escuchó un ligero suspiro por el contrario.
La fricción entre ellos provocaba que el miembro del rubio comenzara a reaccionar de manera que comenzaba a mojar a la doncella. Simulaba embestidas, se frotaba de manera lenta presionando en los puntos correctos que sabía que le hacían jadear. Por otro lado, su boca capturó uno de sus pezones comenzando a succionar. Elizabeth tembló.
—Ah, más... — sus manos se enredaron en los cabellos para atraerlo, sus piernas invitándolo a moverse más rápido sin dejar de contonear las caderas.
—Ya te extrañaba — murmuró el ojiverde soplando sobre su pecho. Le volteo a ver, totalmente ida en las sensaciones y ansiosa por algo más. Meliodas se escondió entre sus pechos dando castos besos hasta su cuello —¿Sabes cuanto tiempo llevo esperando por tenerte así? — Elizabeth mordió su labio inferior, no sabía por que joder, si por la grave voz de su marido o por los exquisitos movimientos de su cadera.
En parte era cierto, poco después de que Tristán nació para la pareja fue algo difícil tener un poco de intimidad, si la llegaban a tener siempre eran interrumpidos sea por el llanto del pequeño o, con el pasar del tiempo, se volvió muy espontáneo, andando de un lado a otro. Las responsabilidades laborales también eran otro factor que intervenía y los mantenía un poco distanciados; sin embargo, a pesar de eso, Meliodas siempre busco la manera de consentirla un poco y no dejar morir esa pasión entre ellos o viceversa, la princesa de vez en cuando lo tentaba en un juego de cortejo.
—Meliodas, solo hazme tuya de una vez — se aferró a su cuello para besarle en forma suplicante, con su pies intentaba bajar su pantalón desesperadamente, pues hacía mucho que no lo sentía tan cercano.
Meliodas no le hizo esperar mucho. Se separó de ella para terminar de desvestirse frente de ella quien no despego su mirada de su cuerpo en cada acción, acto seguido retiró la última prenda de la mujer para posicionarse nuevamente encima de ella. Descubrió su rostro perdiéndose en sus ojos azules y cató sus labios con suavidad, como aquella primera vez en la que se encontraron en aquella situación entre cuatro paredes.
Con cuidado tomó su miembro y lo guío a la hendidura de su flor adentrándose en ella lentamente, recibiendo en su calor y humedad.
—Ngh, Eli... — su interior comenzó a apretarlo acomodándose a su tamaño. La mujer arqueó la espalda al sentirlo por completo, su corazón comenzó a acelerarse, disfrutaba de tenerlo nuevamente acariciando su cuerpo.
—Por favor...— se acercó a su oído jadeando erizando cu cuerpo —Hazme el amor, hazme gritar tu nombre, Meliodas— término succionando su lóbulo consiguiendo un gruñido, logro sentir como su miembro se tensaba dentro de ella. No la hizo esperar. Lentamente salió de ella y entró en una estocada —¡¡Aah!!, si... así— volvió a repetir aquella acción logrando otro gemido.
Sus movimientos incrementaron de un momento a otro de manera frenética y con fuerza, la diosa se retorcía ante las penetraciones del demonio provocando que sus cuerpos comenzaran a sudar y a agitarse al punto que el aire faltaba.
—¡¡Ahh, Elizabeth!!— gruño sin temor alguno recorriendo la silueta de aquella mujer —Ngh...— tomó una de sus piernas y flexionar su rodilla para alzarla de modo que su hombro la mantuviera en esa posición, logrando golpear dentro de ella más profundamente.
—¡¡Ooh Meliodas!!, ¡¡Meliodas!!— enterró sus uñas en su espalda, sus ojos lagrimeaban ligeramente entregándose por completo a la olas de placer que provocaba en ella —¡¡Más, más!!— echó su cabeza hacia atrás, sus caderas se movieron al ritmo de las de este.
Los ritmos aceleraron, una fuerza inhumana acompañaba el acto junto los sonidos morbosos y los alaridos de los amantes. Meliodas observaba las reacciones de su mujer, gruñia excitado con cada gemido de su nombre de aquellos labios hinchados, la vista de su cuerpo temblando y sus pechos rozando contra su cuerpo. La albina jadeaba, suspiraba, tiró de su rostro para besarlo con desesperación, pues su orgasmo se acercaba en la vibración de su vientre y el aumento de tamaño en la virilidad de su esposo.
—Meliodas... voy a... terminar— balbuceo recorriendo su espalda musculosa, soltando bocanadas en sus labios.
—Termina, Eli...— murmuró éste en voz grave —Hazlo....— incrementó la velocidad haciéndola chillar de sorpresa. Se aferró a su cuello, sus piernas temblaron como si de un peso enorme la aplastara, su vientre hormigueo y su interior apretó de manera deliciosa —¡¡Elizabeth!!— soltó un gemido gutural.
—¡¡Meliodas!!— esta termino corriendose con cada estocada violenta, no tardó mucho para que su rubio terminara dentro de ella, trayendo de nuevo esa calidez en su interior.
En un suspiro, ambos cayeron agitados sobre la cama, jadeando con violencia. La albina sintió los brazos del de ojos verdes atraerla por la cintura, mirándola con amor.
—¡Vaya!, no recordaba que fuera tan cansado, nishishi— la albina se sonrojo ligeramente.
—Oye...— suspiró —¿Crees que sea buena idea darle un hermano a Tristán?— el rubio sonrió.
—Claro que si— hundió su rostro en su cuello —Y tenemos toda la noche para hacerlo— su rostro se iluminó hasta las orejas.
—¡¡Meliodas!!— no tardó mucho para callarla con más mimos y caricias, un beso tan dulce como ansioso, dispuestos a disfrutar aquella oportunidad y tratar de procrear a su segundo hijo.
Quizás para nosotros esto sea el final del cuento, sin embargo, el de ellos aún continúa, después de todo, ella seguía siendo su princesa y él seguía siendo y lo será eternamente el caballero de su princesa.
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*Se cierra el libro* Bueno, esto ya llegó a su fin. Ahora que? LOL :v
Se supone que lo subiría el domingo, pero una noticia me cayo en el peor momento. La universidad quito una semana de vacaciones ya que muchos se atrasaron con las clases en línea :') y yo que creí que podría dormir y actualizar más seguido. Ah, me lleva la pitufi-chingada >:v
Como sea, no estoy para quejarme, celebro que terminé este fanfic ¡¡Allehuya!! ¿Que les parecio el epílogo? ¿Muy largo? No los culpo, más de 5.000 palabras (:
Como les dije, solo era un vistazo de antes y después de Tristán, no muy relevante, pero necesario para concluir UwU
Bueno, en un rato subo las curiosidades que nadie quiere saber, pero Meh! :3
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