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Capítulo XXII

Sean bienvenidos queridos lectores al capítulo 22 de este libro, por favor abrochen sus cinturones y disfruten de la lectura...

—Elizabeth, estás ebria— se quitó a la mujer de encima con una mirada seria y preocupada, ella mantenía una sonrisa de oreja a oreja mientras se tambaleaba levemente, haciéndola ver adorable con ese matiz rojo en sus mejillas y nariz.

—Solo...hip... tome poquito—  sonrió con timidez mientras juntaba su pulgar con su índice indicando la cantidad. —Lo he...hip...extrañado tanto.— se le recargo sobre el hombro amorosamente.

Meliodas observó al resto de sus compañeros; frunció el ceño al ver al albino de gran altura, despreocupado de la vida mientras bebía.

—¡¡Baaaaan!!— exclamó con enojo al albino.

—¡¡Caaapitaaaaaaaaan!!— este corrió hacia él con los brazos extendidos; sin embargo,  solo soltó un quejido de confusión al verlo de brazos cruzados.  —¡Oshe!, tienes que chocar las manos—  señaló su palma alzando la ceja.

—¡¡¿Como carajos se te ocurre traer a la princesa aquí?!!— reprochó  —¡¿Tienes idea de lo preocupado que estaba?!— 

—Estaba sola y ...—trató de explicar, pero el rubio se lo impidió.

—No me des explicaciones— suspiró calmando su actitud exaltada, tallando el puente de su nariz. —Vámonos alteza, es muy tarde— tomó la mano de la joven doncella dispuesto regresar al castillo.

—Pero...— hizo un puchero mientras fruncia el ceño. —Yo quiero un poco más— tomó uno de los tarros dispuesta a dar un último trago. — Solo una y... nos vamos—  Meliodas le quitó la bebida antes  mientras negaba.

—No me lo hagas difícil—  soltó un suspiro dejando el tarro en la mesa. La jaló de nuevo a la salida ,pero ella no avanzaba, solo se mantenía erguida en su lugar como niña regañada. El rubio soltó aires de resignación. —No me dejas opción— dicho esto, la rodeó y la cargó de forma nupcial.

—Wiii — agitó sus pies con diversión mientras se sujetaba a él rodeando su cuello con sus brazos.

—¡¡Vivan los novios!!— gritó Ban alzando su botella.

—¡¡¡Viva !!!— gritaron todos al unísono; el rubio solo rodo los ojos.

—Capitán...  hip... ¿a qué hora se casó?— cuestionó ingenuamente Diane, quien estaba aun peor que la chica albina mientras se apoyaba sobre la cabeza de King.

—Vámonos de aquí, Elizabeth— le murmuró a lo que ella simplemente asintió.

[...]

—Y luego... hip... le dije a Diane, para que esperar a que te hagan las cosas...hip... cuando tu las puedes hacer— decía con poca claridad mientras observaba el cielo nocturno inundado de hermosos destellos.

—Será que les pagan pero eso— respondió sin quitar la vista del camino.

Desde hacía minutos que salió de la taberna con la chica en sus brazos y, dada por las altas horas de la noche, los caminos estaban en soledad, iluminados por pobres farolas de vela encerradas en cristal. Elizabeth olvidó por completo la mala mañana para ahora hablar sin sentido con el rubio lo que su lengua le permitía decir con fluidez.

—El que... hip... sea de la realeza no me hace inservible...— frunció el ceño haciendo un puchero.

—Cuando cumpla la mayoría de edad ya podrá decidir por su cuenta—

—Hum...— se mantuvo observando el cielo con semblante tedioso, su brazo se mantenía sobre el hombro del chico mientras el otro colgaba, balanceándose a cada paso. —Quiero bajarme— él la observó, aún estaba bajo los efectos del alcohol.

—No puedes caminar por tu cuenta— respondió.

—Le... hip... ordenó que me baje— lo jaló de la corbata roja que colgaba de su cuello, aflojando la  en el acto.

El detuvo su caminar; con cuidado dejó que sus pies se posaran sobre la tierra, ella solo se enderezó sujetándose de su mano, parecía que podía sola. La soltó algo inseguro, dio unos cuantos pasos antes de sentir su peso caer sobre su espalda.

—¡Cuidado!— ella solo soltó un gemido de frustración.—Se lo dije— Meliodas soltó un risa baja, con cuidado, él la tomó de las piernas a modo que ella quedara montada sobre su espalda; se sorprendió lo ligera que podía ser a pesar de ese vestido.

—Agh— apoyó su mejilla sobre su hombro.—¿Hum?—sus ojos captaron ese par de mechones que formaban el ahoge sobre su cabeza. Como gato encantado, jugueteo una y otra vez., fascinada de como este no se alteraba. —¿Por... Porque esos cabellos sobresalen de su cabeza?— cuestionó mientras continuaba jugando.

—No lo sé— estaba algo sorprendido por su actitud infantil, era como si regresara en el tiempo y eso le traía grandes recuerdos.

—Adorable— por fin dejó su cabello en paz; sin embargo,  no pensaba con claridad, no distinguía la validez, sólo guiada por su curiosidad acercó su nariz a él, sintiendo el cosquilleo mientras inhalaba.  —También huele bien...— volvió a respirar hondo, escondiéndose entre su hebras doradas. Su olfato estaba deleitado, su nariz siguió el camino hasta la parte posterior de la oreja donde reposaban un cabellos sujetos.

—Eh... me hace cosquillas— rió levemente ante su respiración traviesa, aunque aguantó sus ganas de soltar un jadeo cuando su aliento acarició su cuello enviando agradables descargas a su cuerpo. —Por favor... Elizabeth...— respiró pesadamente deteniendose.  —...No hagas eso— la albina inconsciente de sus actos ,beso con curiosidad su cuello hasta el inicio de su mandíbula, sus manos aprovecharon el botón sin abrochar de la camisa blanca del rubio para deslizar sus manos dentro de la prenda, tocando su pecho.

 El tembló ligeramente,  soltó el aire tensandose, apretando el agarre en los muslos de la princesa haciendo que ella soltara un jadeo, tentando a su mano a deslizarse por debajo de la falda del vestido. Sin embargo, tomó una de las manos de la chica por la muñeca para apartarla, dudando en preguntar porqué de sus acciones.

Su embriaguez era una buena excusa.

—Siempre... siempre quize saber que... tan fuerte eres—  respondió como pretexto, tranquila a la situación, solo recostandose en él como si nada hubiese pasado.

Será mejor que me apresure a llevarla al castillo.— pensó para sus adentros.

Su regreso fue rápido, pero una lenta tortura para el rubio; sudaba y no porque estuviese cansado, las acciones de la chica solo le causaron un revuelo en su interior, y lejos de molestarle, tenía de curiosidad de las intenciones de ella.

Jadeando en alivio, entró al aposento donde dejo que ella se bajara de su espalda.

—Me daaa vueltas toodooo...— frunció el ceño al sentir como su embriaguez comenzaba a disolverse de poco en poco.

—¿Le ayudo?— cuestionó el rubio creyendo a que ella se prepararía para dormir.

—Estoy bieeen...— la chica comenzó a girar sobre su eje, Meliodas solo arqueo la ceja sin comprender.

—Si, clar...— la chica piso la delantera de su vestido haciéndole tropezar hacia el frente, pero él la sostuvo a tiempo antes de que se lastimara, pero había un problema.

El rubio se sonrojo fuertemente,  su rostro estaba en medio de los pechos de la ojiazul quien parecía no darse cuenta de la pose en la que estaban. Sus delgados brazos se abrazaron a su cuello atrayéndolo más a su escote.

—Mgh...—  suspiro la joven cómoda abrazándolo amorosamente, al contrario de el pobre hombre,  sentía que el aire ya no fluía por sus fosas porque el shock lo mantuvo estático o simplemente la joven lo aplastaba con fuerza impidiéndole respirar.

Con cuidado la parto de el calmando unos extraños impulsos que comenzaban a emerger, un deseo de arrimarla contra la pared más cercana y dejarla sin escapatoria.

—Solo cambiese para que pueda dormir cómoda.— titubeo dándose la vuelta, dispuesto a marcharse con el rostro colorido.

—S-Señor Meliodas...— escucho su dulce voz seguido de una queja de fastidio —¿Me ayuda a... a abrir el corset?—

Esto era demasiado para él, quería huir y encerrarse en su habitación, pensar en la emoción que le provocaba el verla vulnerable y sonrojada, pero no, sus pies lo traicionaron al acercarse a ella. 

Le dio la espalda apartando el cabello plateado revelando los listones del vestido en la parte posterior. Trago saliva, con sus manos temblorosas deshizo el nudo para tirar de las cintas que conforman el moño, pero el resto aún apretaba el cuerpo de la chica. Aflojo los listones logrando abrir el vestido y ver la piel de su espalda.

Su verde mirada se oscureció, era tan tersa y blanca cada centímetro de ella,  se perdió en las curvas de su cintura envueltas en seda, tan pequeña que fácilmente podría rodearla con su brazo.

—¡¡Gracias, sentia que ya no respiraba!!— soltó con de golpe trayéndolo a la realidad. La chica aun estaba temblorosa, pero aun así, pudo tomar su pijama e ir a un vestidor por su cuenta.

Meliodas se maldijo, pudo ir por  Zaneri o Jenna, quienes se encargaban de esto, pero no fue así, él simplemente accedió a ayudarla a "desvestirse" y ahora no podía calmar su corazón excitado y su mente alborotada, su sonrojo no daba para más. Tardó mucho para admitir que la amaba más que a nadie y ahora tenía el descaro de pensar lo bien que se sentiría tenerla debajo de él, amándola, conocerla por completo, complacerla , conocer sus facetas; sentía curiosidad de saber que tan dulce sería su melodía al tocarla mientras la besaba.

¿En dónde había quedado el amor inocente del que había escuchado y alegaba tenerle?

—Pervertido...—  murmuró, agitó su cabeza soltando un gruñido bajo.

Era de admitir que no la quería solo para una simple noche, quería mucho más , solo quería demostrar lo lejos que quería llegar solo con ella y trazar en ella el amor que le tenía sin palabras, tratarla como la princesa inocente que es una y otra vez; sin embargo el solo era un caballero más entre los miles del reino, probablemente ella se casaría con un príncipe como ella siempre soñó, por lo que tener aunque sea una relación más cercana no sería posible.

—¡Listooo!— canto sonriendo, el varón la vio dar unas vueltas antes de aventarse a la comodidad de su cama. Parecía niña pequeña jugando con la nada.

—Ya, debería dormir.— extendió la sábana sobre ella, a lo que soltó un bostezo.

—Buenas nochsss...— murmuró escondiendo su rostro en la almohada quedando profundamente dormida al instante. 

—Descansa, Elizabeth—

...

—Mi cabeza— soltó una queja, todo le daba vueltas y no recordaba absolutamente nada. Se sentó sobre el colchón tratando de averiguar cómo es que ella había regresado al castillo; ya se lo preguntaría a Diane o alguien más.

—Despertó— ella volteó a ver al rubio sentado en una esquina, noto sus ojos opacos y un semblante cansado como si no hubiese dormido.

Ahí fue donde comprendió que él había cuidado de ella y probablemente sea la razón por la cual estaba en el castillo. En un respingo, se levantó acercándose a ella para tomar un vaso con zumo de naranja, empujándolo hacia ella para que lo tomara.

 —Ten, le hará bien— vacilante, lo tomo con cuidado bajando la mirada.

—Gracias— sus labios absorbieron un poco, sus sentidos regresaban a ella de uno en uno ante el invasivo sabor agrio en su paladar.—Señor Meliodas, yo...—

—Fue irresponsable de su parte abandonar el castillo en mi ausencia— interrumpió sin expresar emoción alguna. Esto la hizo sentir culpable, pero el dolor de su cabeza junto sus sentimientos deprimentes la hizo regresar a su actitud arisca. —Sabes que si yo no estoy para verte, usted no puede....— 

—Ya me lo ha dicho incontables veces, señor Meliodas— murmuró entre dientes apretando los puños.  —No soy una niña y puedo cuidarme sin que usted esté detrás de mí siempre—

—No digas tonterías, mi trabajo es cuidarte,... por eso no puedo aceptar ese comportamiento tuyo— ella por fin levantó la mirada enfrentándolo, su ceja temblaba ligeramente a la vez que arrugaba el entrecejo y sus ojos se cristalizaban.

Un nudo se formaba en su garganta, el dolor quería salir de su pecho de una forma u otra; segura de que diría algo de lo que se arrepentiría.

—Si... si tanto le molesta, ¡¡¿porqué no simplemente renuncias y ya?!!.— el ojiverde sintió el alma desgarrarse ante esa idea. —Solo le doy problemas, por eso...¡¡ le pido que deje de seguirme a cada paso que doy!!.— pequeñas gotas se formaban en sus ojos a punto de derramarse; no se comprendía, lo menos que deseaba era alejarlo de ella, y ahora, por culpa de su impulsos, era lo primero que pedía.

—Quizás tenga razón— murmuró en un tono sepulcral bajando la mirada, ocultando su expresión. —Pero no lo haré—

—¿Eh?— en un parpadeo, él estaba peligrosamente cerca de ella, inclinado, cara a cara a la vez que su puño golpeaba la base de la mesita de noche haciendo que el vaso se volteara y se derramara. Elizabeth no retrocedió al ver la tristeza y decepción en sus ojos.

—¡¡Carajo Elizabeth!!, ¡¿qué acaso no te das cuenta que mi única razón de vivir eres tu?!— frunció un poco el ceño. —Ni aunque yo quiera o me lo ordenen, mi corazón no puede renunciar a ti.—  ella amplió los ojos dejando que las lágrimas rodaran sobre sus mejillas sonrojadas y el aliento se le escapaba.

Una ola de alivio la invadió, el sentía la misma necesidad de estar junto al otro y no separarse jamás. Su semblante decidido y melancólico, sin titubear ni apartar la mirada, solo dejando ver el poema de su rostro.

Al no escuchar nada de su parte, Meliodas marco espacio entre ellos.

—Lo que importa es que usted está bien— suspiró sonriendo con leve tristeza. —Un consejo, tome una ducha tibia. Con permiso.— dio una reverencia antes de darse la vuelta y salir de ese ambiente atormentado de sentimientos.

—Señor Meliodas...— murmuró estrechando su puño, donde su corazón  bombeaba sin frenesí al escuchar sus palabras perdidas en el aire. ¿Cual es el significado oculto entre ella?.

 —Ni aunque yo quiera o me lo ordenen, mi corazón no puede renunciar a ti.—

[Boar Hat]

—Entonces, ¿ya estas mejor?— pregunto Ren a la rubia, ella solo asintió en un jadeo.

—Si, no sabes lo horrible que fue estar pegada al baño— hizo una mueca de asco sacando la lengua.

—Eso te pasa por comer ... lo que sea que haya sido lo que hizo Zeldris— sintió un escalofríos recorrer su cuerpo al recordar el intento de comida que intentó hacer el varón.

—El no puede hacer nada sin mi ayuda— soltó una risita mientras empezaba a limpiar las mesas.

—Hasta crees— exclamó, su sonrisa se ladeo al cruzarle una idea por la cabeza. —Yo que tú, me preocupo— sus ojos violetas la voltearon a ver dudosa.

—¿Porque lo dices?—

—Ayer estaba hablando con una joven chica...— Gelda frunció el ceño al escuchar la palabra "chica" —...y parece que había química entre ellos.— apretó su puño, el hecho que el pelinegro de ojos verde blabara de forma tan familiar con cualquier otra mujer, le molestaba de manera singular, un sentimiento nunca antes encarnado en ella. 

[...]

La joven albina salió de su habitación con un vestido violeta, su rostro normalmente rosáceo ahora estaba pálido, sus ojos no tenían brillo alguno; era deprimente verla así. Observo al rubio portando su armadura brillante, pero al igual que ella, el metal era lo único que resplandecía.

—¿Esta bien?— cuestionó tratando de sonar neutral.

—Si, gracias— vaciló en su mente, pensando la manera de disculparse y hacer la paces y, quizás preguntarle sobre sus sentimientos . —Eh...—

—Me informaron que Arturo Pendragon regreso a Camelot de imprevisto— interrumpió sus pensamientos.  —Y su padre quiere verla— Elizabeth suspiró con la vista gacha. En su línea de visión apareció la mano envuelta en metal de su caballero extendiéndose para ella; sonrio para posarla sobre el, sintiendo el frío ante el tacto, un frío como el de su situación de ese momento.

El camino no fue incomodo, pero si silencioso, ninguno de los dos se atrevía a  mirarse a los ojos o decir algo respecto a la situación; solo el sonar del metal y el tacón contra el suelo era el único eco hasta llegar a la sala del trono, donde el rey esperaba con una mirada seria y al lado se mantenía la mujer de cabellos negros.

—Buenos días, Padre— saludó, el hombre senil arqueo la ceja.

—Cof,cof Tardes...— ella volteo a ver con una sonrisa de nerviosismo a su mayor, era la primera vez que se despertaba más tarde que de costumbre y ahora tenía que prepararse para el sermón de su vida.

—Elizabeth...— se tenso ante su tono de voz. —Que sea la última vez que sales y te embriagas de esa forma— ella volteo a ver de reojo al rubio creyendo que él había sido quien le había notificado a su padre de sus secretas salidas. —Tienen estrictamente prohibido salir sin la compañía de Meliodas. Me has decepcionado muchacho...— se dirigió ahora al rubio. —...nunca me dijiste que mi hija había salido por su cuenta más de una ocasión.— eso resolvía la duda de Elizabeth, él nunca la delató, pero no podía evitar sentir aprobio por arruinar la reputación del rubio.

—Perdón padre, te ju...— trato de excusarse ,pero el solo negó su cabeza decepcionado de ambos.

—No importa si te acompañaban otros guardias, el tiene una responsabilidad y él tanto como tú incumplieron mis ordenes— Meliodas solo se mantuvo erguido a pesar de que su orgullo estaba siendo apuñalado.

—Pero él no...—

—Eres una princesa Elizabeth, no puedes comportarte de esa manera, es inaceptable— ella apretó los labios, era obvio que su padre no iba a escuchar ningún pretexto.

—Rey Bartra, con todo respeto yo...— trato de intervenir, no por él, sino por ella.

—No Meliodas...— soltó un suspiro. —Siempre estuviste defendiendola de todo sermón, pero ella está a punto de cumplir la mayoría de edad y tiene que comportarse— lo pensó por un breve momento, seguramente la doncella se opondría a su petición, pero su decisión estaba tomada.  —Por lo mientras, Meliodas, te relevare de tu puesto temporalmente...— Elizabeth soltó un jadeo.  —Merlín y Escanor cuidaran de ella mientras toma unas estrictas clases de conducta y tú volverás con tus compañeros— el ojiverde asintió. —¿Entendido?—

—S-si padre— titubeó con voz quebrada, después de todo, había logrado lo que no quería, alejarlo.

—Como ordene, su majestad— respondió sin cambio aparente en su voz, a diferencia de lo que sentía realmente.

—Pueden retirarse— ambos se dieron la vuelta y salieron de la sala sin rechistar. —Merlín...— la mujer lo volteo a ver.  —Confio en ti—

—Si, majestad— sonrió despreocupadamente.

Ella se percató del lenguaje corporal de ambos, noto cada mirada que se dedicaban uno al otro, cada gesto; estudió con cuidado las palabras de ambos y su tono de voz, una tensión se sentía entre ellos, era algo más allá de las órdenes del rey.

—Lo siento— dijo el rubio. —Le falle esta vez— mencionó refiriéndose al hecho de no poder sacarla de esta situación.

—No es su culpa— bajo la mirada antes de voltear a ver. —Gracias por siempre estar ahí— una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro; la de cabellos negros se acercó a ambos, llamando la atención de la princesa. 

—Venga alteza, tenemos muchas cosas que hablar— acaricio su cabeza sonriendo dulcemente, la albina asintió.

—No vemos, Señor Meliodas—


Por favor, en orden salgan del capítulo y espero les haya gustado. Si gustan pasar a la tienda de regalos, ahí pueden encontrar desde pañuelos hasta bates para golpear a los personajes. XD
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Pues dije, 'amos a subir la intensidad a ver que pasa y ¡voilà!... a que no esperaban ese comportamiento de Elizabeth 7u7, ¡qué situación!. También había que agregar una pequeña discusión dramática entre ellos, no todo es perfecto.

Que les pareció la "inocente" Elizabeth, pobre Meliodas (aunque le gusto) jejeje

También vimos a Gelda celosa, y si eres amante del Geldris, pronto habrá más de donde salio esto.

Bueno, aqui empieza la fase de alejamiento entre nuestros personajes, algo necesario para su estabilidad emocional. La verdad no se cuantos capitulos durará esto ya que pasarán varias cosas, pero no serán muchos. Les prometo que valdrá la pena.

Sin mas, gracias por leer.
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Esta vez no les daré un spoiler, pero les dejare hacerme solo UNA pregunta por persona ,de la historia, yo solo responderé con "si" o "no".

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