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Capítulo 37


"Lo único en común con mi madre, es el amor que ambas le guardamos al emperador."

Lan-Sui.

Viento ártico se revelaba en el exterior, los copos nevados volaban de un lado a otro, amontonándose traviesos para crear un clima osco, demasiado impredecible, demasiado incontrolable.

A falta de un emperador en el trono, el clan Nieve se puso patas arriba. No había quien se atreviera a asumir lo peor, pero luego de un mes sin noticias las esperanzas florecientes pasaban a marchitarse.

—¿Tenemos noticias de la corte estelar? —Andrómeda esperó paciente la respuesta que demoró más de lo que le hubiera gustado.

El mensajero temía abrir la boca y usar palabras impropias para dirigirse a su emperatriz, y no por lo que ella pudiera hacerle, sino porque estar bajo la presión que influía la mirada de Lan-Sui le causaba vértigo y temor.

La princesa tuvo fama de tener un carácter delicado desde que era una criatura diminuta que apenas y podía mantenerse en pie con ayuda, con el tiempo ese carácter se pulió como una hoja afilada, convirtiéndose en algo letal y peligroso si no se trataba con cuidado.

Tragó saliva repetidas veces, abriendo y cerrando la boca, al final no dijo nada.

—La emperatriz te ha echo una pregunta. —Lan-Sui no fue grosera, pero el demonio sintió que repentinamente debía de arrodillarse y pedir perdón.

—No emperatriz. Los emperadores no interferirán esta vez, el emperador Lu tuvo una recaída debido a que gastó poder en lo que parece ser una resucitación, su cuerpo lleva años inestable, es imposible para él hacer algo ahora, y su esposo no tiene planes de separarse de su lado. Estamos solos majestad.

—Ya veo. —La emperatriz bajó su taza de té y despidió al mensajero, quien estuvo gustoso de alejarse de la atmosfera tan agobiante por culpa de Lan-Sui.

—Iré al clan Luna. —Lan-Sui se puso de pie, Andrómeda la retuvo jalándola por la esquina de sus túnicas. —¿Emperatriz?

Ordenándole con un ademán que regresara a su lugar, la emperatriz la soltó y buscó al tanteo su taza.

—No irás, tú no. Gracias a tu magia nuestro clan no ha perdido sus barreras, es inadecuado que te marches.

—Entonces iré yo. —Ágape terminó su té y apretó la taza, la porcelana se quebró por la fuerza aplicada. —Nadie tiene por qué saberlo, sino alertamos al clan entonces no podrán anticipar nuestra llegada, y si ellos son los culpables quedarán expuestos.

—Es peligroso.

—Es por el emperador. —dijo Ágape, necia a no aceptar ninguna otra respuesta que no fuera un sí.

Viendo que no quedaba nada por lo qué oponerse, Andrómeda terminó cediendo.

 Esa misma tarde, siendo acompañada por una de sus damas de compañía, Ágape dejó en clan Nieve para dirigirse al territorio donde la luz de la luna iluminaba los cielos y la tierra con mayor fervor.

—Ten un buen viaje. 

Ágape se detuvo al escuchar la voz de su hija llegar desde atrás, se giró para toparse con un rostro carente de emociones pero firme en darle su apoyo para que fuera con suerte y regresara con el emperador.

 —Gracias Lan-Sui, cuídalos. ¿Entendiste? No quiero errores de tu parte, tienes el poder, úsalo para proteger el palacio de tu padre.

Por primera vez no hubieron chispas volando, la indiferencia se dejó de lado cuando Lan-Sui asintió sin llegar a bajar demasiado la cabeza. Estaba ahí por su padre, no por la mujer que la trajo al mundo, si ella insistía en ir a buscar a Wan-Lian, ella la apoyaría, pero jamás sobrepasaría las propias barreras que estableció antes.

Eso sería romper su promesa, y Lan-Sui nunca rompía sus promesas.

Se despidieron en silencio, las sombras de las dos figuras que se alejaban fueron seguidas a través de la distancia por un par de ojos serenos y estoicos. Lan-Sui no se movió, ignorando la nieve y el viento, se quedó de pie hasta que ambas pasaron de ser puntos diminutos a lo lejos a almas que se perdieron en la nieve.

Giró entonces, y fue justo el momento en el que sintió que algo no andaba bien.

Desde que perdió a Mo-Quing, desde ese día que no volvió para mirar atrás, siempre se encargaba de irse dando un último vistazo que le permitiera pensar bien sus decisiones y arrepentirse en el acto si era necesario.

Esa vez no fue diferente, pero a diferencia de lo que insistía su corazón, su mente se mantuvo igual. Al final se volvió de nuevo y entró de regreso al castillo de la montaña.

Pasara lo que pasara no iba a arrepentirse.

No, porque su madre tampoco se arrepentiría si ella hubiera ido en su lugar.

—¡Lan-Sui! ¡Lan-Sui! —Rin-Lu chocó con su hombro izquierdo al girar con brusquedad, queriendo llegar lo más rápido posible a ella. Lan-Sui se detuvo y la miró.

—¿Pasó algo?

—Katana, el harén de su padre, ella...

La oración se quedó a medio decir, Lan-Sui corrió, siguiendo el aroma de su prima. Era difícil localizar a Katana sino era por su aura, la suave fragancia de café y pergaminos se perdía con el aire, siendo arrastrada por todos lados, aún así Lan-Sui tenía experiencia siguiendo aromas delicados, casi imperceptibles. Llegó a la cámara del harén de su tío antes de que cinco minutos se cumplieran.

Adornos hechos de telas dejaron de mecerse y colgar del techo, rasgándose con el impacto directo de su poder, todos en el interior se congelaron. Katana jaló sus túnicas de las manos de los demonios que la rodeaban y se alejó del círculo apretado que la estuvo rodeando, buscando matarla o usarla.

—Un susurro de ella y perderán sus miserables vidas. —Lan-Sui jaló a su prima y la sacó del lugar, ignorando su mueca de reproche por el mal trato.

Ni siquiera se habían alejado lo suficiente como para que nadie los escuchara pero Lan-Sui se detuvo.

—Pudiste haberlos matado.

Katana reacomodó sus túnicas, poniendo muecas al ver las marcas rojas de colorete en la tela que antes era pura y limpia.

—Esa es tu manera de hacer las cosas, la mía consiste en no gastar energías y fuerzas en tomar vidas innecesarias.

—Necesitas una charla para ganar odio.

—Comenzaré practicando contigo entonces. —Katana se alejó caminando con prisa, odiaba el ala que le correspondía a su padre, la odiaba tanto que estar ahí dentro la descolocaba hasta un punto absurdo.

—¿A dónde vas? —Lan-Sui la siguió de cerca, incapaz de dejarla sola de nuevo.

—¿A dónde más? Busco mi lugar de entrenamiento. 

Su mal humor era tan palpable que Lan-Sui no pudo contener la risa, pero apenas comenzó a reírse tuvo que huir por su vida, Kuragami se desenfundó siguiendo las órdenes de su ama y la persiguió un largo tramo hasta que Katana consiguió regresar a sus sentidos y calmarse.


***


Ágape pudo haber llegado al clan Luna en una semana si tomaba descansos para dormir y saciar sus necesidades básicas, pero su prisa llegaba a un nivel que la hizo reducir esa cantidad a dos días, en los que avanzó a una velocidad que se mantuvo regular. En todo el viaje no se detuvo para dormir y mucho menos para comer algo que llenara su estómago.

Iba a la mitad del camino cuando tuvo que cargar un par de horas con su dama de compañía, quien no estaba en un nivel muy alto y se cansaba con facilidad a pesar de tener sangre inmortal en sus venas. Después de eso no tuvo más inconvenientes y siguió adelante como una fiera hambrienta que estaba cazando a la gacela más veloz.

No fue hasta que estuvo dentro del territorio de la luna que pudo detenerse y tomar un descanso.

Las sombras oscuras estaban por todos lados, y por precaución en ningún momento se atrevió a encender una fogata o una luz para alejarlas, mientras menos criaturas de la luna supieran que ella estaba ahí era mejor.

Moverse de noche les favorecía, pero tanto ella como su acompañante estaban en su límite y no avanzarían hasta haber recargado las energías perdidas.

—Mi señora. —El demonio se acercó al tronco donde estaba descansando, pendiente de cada movimiento que pudiera ser sospechoso o anormal en medio de la naturaleza. 

—Dime. 

—Hay un río cien metros adelante, escucho el agua corriendo, me preguntaba si deberíamos ir a recoger un poco para el resto del viaje.

Ágape intentó detectar el sonido del flujo acuífero, pero parte del canto que entonaban las ramas de los pinos y el viento, nada más fue perceptible para ella. Confiaba en los instintos de los demonios, y sabiendo que el agua que les quedaba no sería suficiente dio su permiso para que la joven partiera.

—Ve rápido, vuelve si notas algo extraño. No queremos exponernos.

La chica asintió, tomó las cantimploras vacías y camino en silencio por el bosque, acompañada de los sonidos naturales.

Cuidando de que nada se acercara a atacar desde la espalda de su dama, Ágape descuido por completo su propia vida. La magia que se disparó contra ella fue veloz, certera y letal. Un puntero rojo, que de haberlo detectado a tiempo no llegaría a ser letal, pero que terminó siéndolo debido a que perdió demasiados segundos en reaccionar por encargarse de alguien más.

Su cráneo fue perforado entre las cejas por el disparo que se acompañó de más ataques directos, los cuales se unieron hasta crear el definitivo que cobró la vida de la bruja.

Ágape no alcanzó a pensar en nada, su cuerpo se paralizó, la magia siguió llegando y la cortina negra se derribó en su visión, dejándola ajena al mundo.

El sonido sordo que hizo el cuerpo al caer sobre las hojas secas alertó a la joven dama que no había llegado demasiado lejos, su olfato detectó el oxido transportado en el aire y la magia quemada, apestaba a muerte, apestaba a corrupción.

—Señora. —El viento que fluyó hacía ella, como si fuera a propósito, arrastró el alma inestable de una inmortal que debía anclarse a un lugar para no perderse. —¡Mi señora! 

Los árboles se sacudieron, un par de ojos dorados se encendieron entre los árboles, la figura que usaba las sombras para esconderse parpadeó bajo la luz de la luna, bailando entre la oscuridad y la revelación.

Vestía de rojo, aunque originalmente sus vestidos eran de otros colores, con la sangre de sus tres víctimas el tono original abrió paso al carmín absoluto.

—¿Quién eres? —La dama de compañía sacó el jade retenedor que al comienzo fue planeado para ser usado en el emperador, lo activó y atrapó dentro el alma de la segunda dama. —¿Eres del clan luna? ¿Por qué mataste a mi señora? ¿Quién te lo ordenó?

El dorado en la oscuridad brilló más, la mujer escondida se metió más en las profundidades pero respondió con calma.

—La maté por dos motivos; el primero es que necesito mi venganza, para que obtenga los resultados esperados, los clanes Nieve y Luna deben de estar en discordia, sembraré el caos entre ellos y se matarán. Son demonios después de todo, matar es lo mejor que saben hacer. —Una espada negra sobresalió del lugar donde su ama estaba de pie, jugando con un velo y un par de joyas azules, las cuales lanzaba en el aire y las atrapaba, repitiendo la secuencia con aburrimiento. —El segundo motivo por el que la maté es simple, igual de personal que el anterior pero más fácil de entender; esa mujer a la que llamas señora es la peor madre de la historia. No fui testigo directo, pero sé que muchas de las cicatrices en Lan-Sui son su culpa. ¿Te bastan esos motivos? Para mí son suficientes, ella me gusta, debo protegerla de los verdaderos demonios. ¿No crees?

La dama de compañía no tuvo tiempo de responder, el arma voló para enterrarse en su brazo, gritó de dolor, dejó de perder el tiempo y comenzó a correr. 

Por segunda vez sintió la adrenalina de atravesar un gran tramo en poco tiempo, seguida por la imagen constante de un par dorado de ojos y el filo de una espada negra que aparte de herir su brazo, se lo arrancó.

Huyó arañándose con las ramas, huyó resbalando con la nieve, huyó sin descanso, pero esa sombra roja no se apartó de su lado, firme a su palabra de surgirla y acabar con el alma que el jade resguardaba.

Dejaron atrás los bosques de la luna y se metieron a los campos nevados. El demonio agonizaba por la pérdida de sangre y la falta de práctica para sanarse a sí misma, sin embargo no se detuvo, pasó las praderas nevadas y logró atravesar el primer escudo de Lan-Sui, entonces pudo derribarse y perecer en la nieve.

—La primera barrera alerta. —La figura carmín avanzó cortando la cascada de poder gélido y llegó al cuerpo inerte, debajo del velo que ahora cubría sus rasgos faciales mostró una sonrisa divertida. —Y para cuando ellos vengan yo ya me habré ido. Que pobre eres, un demonio puro y no puedes vencer a una mortal, a una bruja. 

El sonido de un arma al cortar el aire se escuchó llegando desde las alturas, la figura retrocedió de un salto, quedando lejos del cuerpo y del alma.

Lan-Sui acababa de abandonar la ciudad blanca, saltando de la terraza de la emperatriz disparó a Halia, su arma defendió obediente y la esperó en la nieve, pero cuando ella llegó los rastros del alma vestida de rojo se habían desvanecido, la única prueba que quedaba de la asesina fue el cuerpo inmortal tendido en la nieve y el jade con el alma que sostenía en la única mano que le quedaba.

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