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Capítulo 30 (Presente)


"Si hay cosas enterradas en la nieve solo tienes que buscarlas."

Rilu

Cuando se trataba de Dalial, Miko prefería mantener su distancia, los asuntos de la bruja eran solo suyos, incluso aunque preguntara, Miko estaba segura de que no obtendría respuesta. Sin embargo, ese día, Dalial se mostraba más extraña de lo habitual, Rilu pareció también notar esta diferencia, ya que preguntó apenas tuvo oportunidad, más, Dalial solo negó con la cabeza y desvió su preocupación con respuestas vagas.

—¿Segura que te encuentras bien? —interrumpió Rilu nuevamente, alcanzando los pasos firmes de la mayor.

—Lo estoy.

—Pero tu humor.

—He dicho que estoy bien Rilu. —Dalial se detuvo cuando las escaleras en forma de caracol, por las que descendían desde media hora atrás, hicieron lo mismo. —Ya deja de preguntar por mí, es Miko la que necesita nuestra tención y ayuda ahora, así que calla y atiende.

Rilu hizo una reverencia asintiendo.

El fin de las escaleras congeladas daba comienzo a una gruta llena de cristales, escondida en las profundidades del castillo de la montaña, con un acceso restringido y limitado. Solo aquellos con demasiada necesidad podían estar ahí, importunando la pureza del manto acuífero invernal y sagrado.

—Miko. —Dalial, encargada de Miko por orden directa de Lan-Sui, se acercó para inspeccionarla por décima vez en la mañana. Comprobando que sus signos vitales eran estables y su condición era buena, le hizo un gesto con la cabeza para que la siguiera. —Rilu, ven tú también. Vamos a necesitar de tus grandes dotes para esta tarea.

Los pasos de la tercera bruja se sumaron de inmediato a la pequeña comitiva que se adentró al sagrado corazón helado del reino.

Miko tiritó, todo era más frío. Sus manos se cubrieron de una delgada capa de escarcha cuando tocó un cristal para apoyarse en su camino, al ver esto Dalial la ayudó, evitando que volviera a entrar en contacto con tales objetos.

—No toquen nada, o pueden convertirse en estatuas de hielo para adornar el salón de sangre de Lan-Sui.

—¿Por qué hace más frío aquí adentro que allá afuera?

—Esto es el corazón de nuestro imperio, es lo mismo que el corazón de Lan-Sui. Miko, ¿por qué crees que el invierno siempre la persigue?

Sin siquiera querer imaginarlo, Miko desvió la mirada de los ojos profundos que la miraban.

—Dicen que cuando ella nació fue el día más frío registrado en la historia. —Dalial paró en una planicie circular, cuyo atractivo era la posa de aguas termales y cristalinas que nacían para hacer milagros y llenar el cauce del río que bajaba la montaña hasta el mar. Prosiguió tras comprobar que las dos con las que comenzó el viaje aún venían con ella, y en buenas condiciones. —Nació muerta, su corazón estaba congelado, no emitía sonido, tampoco calor, pero la magia fluía libre, salvaje en sus venas. Abrió los ojos antes de que Mei diera el anuncio de que la princesa pereció en el vientre de su madre. Lan-Sui es insólita, insolente, incluso con la muerte. Le escupió a la cara y la derrotó sin esfuerzo. Los latidos llegaron poco después, apenas un eco demasiado distante, demasiado irreal, desde entonces nadie ha podido descongelar su órgano muerto, solo late como debería en contadas ocasiones, solo cuando tú estás con ella.

—¿Entonces Lan-Sui es un muerto viviente?

—No Rilu. —Dalial se sentó en el suelo e invitó a sus acompañantes a hacer lo mismo, dejando a Miko entre ambas. —Lan-Sui no es ningún muerto viviente. Ahora calla que no podemos demorarnos o de verdad terminaremos como estatuas.

Ahogando sus preguntas en lo más profundo, las dos se mantuvieron en silencio, esperando cualquier indicación o señal de Dalial.

—Miko adentro.

—¿Qué? ¿Venimos aquí por un baño? —Rilu no pudo contener su lengua ante la ocurrencia repentina y habló sin pensar.

—Rilu. —La riñó Dalial.

—Lo siento, lo siento.

Miko preguntó en silencio, señalando el agua con un gesto, al obtener un permiso de Dalial, se puso de pie, y con cuidado se deslizó dentro. El calor cubrió su cuerpo como un manto delicado, apenas perceptible.

El vapor que salía danzando aumentó, expandiéndose también por el suelo, girando alrededor de los cuerpos que esperaban en la orilla. Dalial cerró los ojos, Rilu supo que tenía que hacer lo mismo, unieron sus manos y recitaron un canto olvidado generaciones atrás por las suyas.

Verde y Magenta se encontraron en aura al mezclarse en el agarre de las manos, la luz que contorneó los cuerpos hizo brillar también la tinta en los tatuajes de ambas. Miko observaba con atención, ajena al porqué de cada suceso, sus ojos se entretenían con el brillo de los colores y su atención estaba fija en entender las palabras susurradas a la nada.

Un remolino se formó a su alrededor, el agua aumentó su nivel, desbordándose y mojando las túnicas de Dalial y Rilu.

Miko no supo que vino primero, el dolor o el tirón que el agua ejerció sobre sus tobillos, arrastrándola al fondo a la par que consumía sus gritos, dejando solo burbujas que se reventaron al subir a la superficie.


***


Lan-Sui podía describir al emperador de la corte Estelar con dos simples palabras, viejo sabio. Porque, aunque su apariencia lo hacían ver como un jovencito de no más de veinticinco años, estaba muy segura de que rebasaba los dos mil años de edad, y eso era ser amable con su longevidad.

A comparación de ese inmortal esbelto, delicado como las flores de cerezo y delgado como una varita de bambú, ella era joven, una infanta inexperta que jugaba a dirigir un imperio.

Para Lan-Sui todos los inmortales eran lo mismo en apariencia, rostros bellos, rasgos únicos, pieles marmoleadas con apenas color; pero este hombre le agradaba, y bastante, solo por eso le daba un punto de único entre tantos iguales.

Esposo del esperador Lu, Akiva era un ejemplo perfecto en todo lo que hacía. Sus astas y algunas escamas que brotaban de sus brazos, eran blancas, perladas, con matices plateados que les permitían brillar como luces en medio de una noche oscura, los ojos que tenía también eran de un color que iba entre la plata y la perla. Vestía túnicas claras con apenas color en azul o amarillo, adornadas con bordados o pinturas trabajadas por su gente, por sus hijos, o quizá por él mismo.

Lan-Sui los admiraba, no solo a los emperadores, a todo el pueblo del cielo, ya que, siendo tan poderosos eran a la vez tan humildes.

—Emperatriz Lan-Sui. —La reverenció con el mismo respeto que ella le demostraba. —Me temo que vengo aquí siendo portavoz de malas noticias para usted.

—Adelante emperador, me gustaría escucharlas para encontrar una solución. —Lan-Sui se sentó en una de las sillas que Katana dispuso para ella, con un ademán invitó al emperador y a su prima a imitarla.

—Hace varias lunas el hijo de Ost fue raptado por una sombra sin voz ni cara.

Lan-Sui se tensó. Ese niño no fue nunca de su interés, pero al tener sangre de Miko y nacer del vientre de esta decidió tratarlo con el respeto, y por supuesto, cariño que merecía. No tuvo oportunidad de conocerlo, pero entre sus intenciones jamás estuvo la de hacerle daño, no cuando eso involucraría dañar también a Miko.

—Por su expresión deduzco que su majestad no estaba enterada.

—No. —Lan-Sui se sobó la cien. —No lo sabía.

El emperador buscó un pergamino entre sus mangas, al hallarlo lo desdobló con cuidado y leyó el contenido en voz alta.

—Mi estimado emperador, he viajado a la provincia de Oeste para confirmar la desaparición del príncipe heredero a la corona de dicho territorio. Permanecí cerca del palacio durante días, recolecté información y solicité una audiencia abierta con el rey, me recibió solo para pedirme que esparciera la nueva noticia del nacimiento de su segundo hijo, hijo que está en el vientre de la reina Tlatis. Al preguntar por su heredero respondió que seguían buscándolo, fue raptado en luna menguante y hasta la fecha no se tienen noticias al respecto, su paradero sigue siendo desconocido. Atentamente, líder de espionaje de la corte imperial estelar, Talius.

Escuchando en silencio, la expresión de Lan-Sui fue decayendo en picada, el dolor en su cabeza y en su pecho aumentó gradualmente, como si hubiera permanecido oculto, esperando este detonante para comenzar a hacer desastres.

—Es grave. Debemos encontrar al niño. —dijo, buscando una manera de alejar el dolor de su cuerpo y de su mente.

—Tengo escuadrones rastreando hasta las más pequeñas señas para dar con él lo antes posible, de eso no debe preocuparse, vine aquí por este asunto, pero no para que me ayude a buscar al príncipe, sino porque la culpa a usted del rapto del mismo.

Katana perdió el color de golpe, Lan-Sui hubiera estado igual si no fuera porque llevaba rato estando más pálida que la nieve. Sus pensamientos se atiborraban y la fatiga en su cuerpo era tanta que apenas y le importaron las palabras dichas por el emperador.

—¿Yo? Yo no robo niños, mucho menos hijos de mi emperatriz, si es hijo suyo es hijo mío también. ¿Piensa acaso que haría algo al príncipe solo para buscar venganza de su padre?

—No quiero pensar mal de usted Lan-Sui, hace tiempo que ha cambiado. —El emperador suspiró, guardando de nuevo el pergamino en sus ropajes. —Pero no olvide que en un pasado fui testigo de cómo sus manos se mancharon de sangre y sus espadas arrancaron las vidas de una princesa solo por venganza, y no solo de ella. Confío en usted majestad, más en un juicio todos los culpables deben de recibir el mismo trato, si la investigo a ella por petición de usted, creo que igual debo de investigarla a usted por petición de Ost.

—Haga lo que tenga que hacer, no interferiré, no tengo nada que esconder, y por lo tanto, nada que temer.

—Lan-Sui.

—Ahora no Katana, déjalo que haga lo que desee. ¿O tú eres la ladrona y por eso te preocupas de lo que pueda hallar si revisa nuestros cajones íntimos? ¿Uh?

Katana no había hablado por el emperador, sino por la complexión demasiado enfermiza que presentaba su prima, pero al ser el nuevo blanco no dudó en defenderse, mostrando su inocencia que podía quedar manchada sino actuaba con cuidado.

—Claro que no. Ni siquiera he salido del palacio idiota, te hablo porque estás sangrando.

Los dedos de Lan-Sui tocaron su rostro, tornándose rojos al entrar en contacto con un hilo que fluía desde las comisuras de su boca. Lan-Sui limpió de inmediato el carmín de su piel y se levantó fingiendo no necesitar ayuda para seguir estable.

—Iré a ver a Mei. Emperador yo me retiro.

El emperador se movió a tiempo para sostener el cuerpo inerte que cayó tras pronunciar una despedida que no llegó a concretarse.

—Está helada. —Akiva se levantó con Lan-Sui en brazos. —Hay veneno en su sangre. Katana.

Katana estaba congelada en su lugar, sus ojos idénticos reflejaban confusión y pánico, los colmillos apretaban sus labios, y en sus dedos, el anillo comenzó a desenvolverse para adquirir la forma de un látigo.

—¡Katana!

—Emperador, alguien envenenó su comida.

—Eso lo sé, llevémosla primero a un sanatorio, necesito hierbas para curarla.

—Sí. —Katana regresó su arma a su forma de anillo y abrió la puerta para salir al corredor. —Vamos, por aquí, la doctora ya nos espera.

Caminaron con prisa, Lan-Sui tosió entre sueños una bocanada de sangre con grumos, el emperador dejó de sanarla con magia, intercambió miradas con Katana e ignorando su protocolo y modales se echaron a correr.

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