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CAPITULO 29.

Por quinta vez, Soo Bin se miró el gafete que colgaba de su pecho.

Le foto que le sacaron para elaborar su identificación, lo hacía ver como todo un empleado lleno de energía, Yeon Jun lo hizo reír cuando la cámara se accionó y el resultado fue una sonrisa natural, dos hoyuelos marcados junto a sus ojos achinados.

Se cambió de ropa al llegar a la tienda, el uniforme le sentaba bien; un pantalón común y corriente en color negro, más una camiseta azul tipo polo con el nombre del negocio bordado en letras amarillas a la altura del pecho.

Inspiró al verse en el espejo, estaba de más decir que se hallaba nervioso, no tenía ninguna experiencia en ventas pero tuvo un punto a su favor cuando le asignaron un lugar en la tienda del centro, esa que tanto amaba visitar por el tamaño y la variedad de productos.

La conocía bastante bien, recordaba la organización de los anaqueles, la ubicación de los materiales más comprados y reforzó toda la información con el recorrido que su capacitador le dio, previo a la apertura del gigantesco local.

Le pidió a Yeon Jun que por favor no mencionara nada acerca de su estrecha relación, no quería que sus compañeros de trabajo supieran que el hijo de los dueños era su alfa, quería ganarse el lugar por el esfuerzo que hiciera. Fue contratado sin necesidad de pasar por los filtros y el proceso de las entrevistas, ahora le tocaba demostrar que era capaz de mantener a flote su trabajo.

Señaló su reflejo en el cristal, prometiendo que sería el mejor vendedor en la historia de PaperChoi's.

Salió del sanitario, faltaban escasos quince minutos para las nueve de la mañana. Era su primer día y le correspondía cubrir la planta baja, atender a los clientes, auxiliarlos en cualquier duda que presentaran sobre la utilidad que tenían los papeles dependiendo el tipo y el gramaje o en la búsqueda exhaustiva de materiales para pintura o escultura.

Fácil, él sabía mucho del tema y pondría en práctica lo que su supervisor, un omega llamado Han Jin, le había dicho con anterioridad.

Ser amable, siempre sonreír y si algún cliente se alteraba por la demora en los centros de copiado o por la falta de existencia en algún producto, solo bastaba con entregar cupones de descuento para aminorar la falla.

Era simple, además Yeon Jun le había prometido irlo a ver en su hora de comida.

Todo debía marchar a la perfección.

—Eh, ¿Soo Bin? —Una compañera le llamó, pronunciando su nombre con duda—. Si te llamas así, ¿verdad?

Vio que la mujer colocó una gran caja repleta de pinceles en el piso, seguramente la había traído del almacén.

—Sí, ese soy yo —respondió alegre y escondió las manos detrás de su espalda—. ¿Necesitas algo?

—Quería ver si podías apoyarme en acomodar estos pinceles, hay que colgarlos en su rack y organizarlos por número —Ella apuntó el interior de la caja y después sonrió—. Yo voy a la sección de pinturas, tengo que separar los botes de acrílico por color y ordenarlos en el estante.

Asintió, dispuesto a cooperar sin restricciones.

—Claro, yo me encargo —estableció al devolverle la sonrisa—. ¿Me repites tu nombre?

—Eun Bi, un gusto —Inclinó la cabeza en forma de saludo—. Bienvenido, espero te guste este lugar, el ambiente laboral es bueno, prometo que te integrarás pronto.

—Eso espero —susurró con esperanza.

La actitud de aquella alfa le dio tranquilidad, se notaba a simple vista que era una persona sociable y nada conflictiva.

—Verás que sí —Bondadosamente, garantizó—. ¿Qué edad tienes?

—Veinte.

—¿De verdad? —Extrañada, plegó su frente—. ¿Y por qué estás trabajando en lugar de estar estudiando?

Soo Bin aplastó los labios y observó los cientos de pinceles que debía organizar.

—Uhm, es una larga historia... —dijo, sin querer ahondar en el tema.

No tenía ánimos de contar su desgracia.

—No me digas que estás en cinta y tienes que trabajar para mantener a tu cachorro... —Eun Bi esperaba errar con la suposición.

—¡No! Por Dios, ese no es mi caso —Negó la conjetura con rapidez—. Solo estoy aquí porque me tomaré una especie de año sabático... Quiero generar un poco mientras regreso a la universidad.

La serenidad de la alfa con ojos rasgados volvió, ningún omega merecía pasar por esa clase de situaciones difíciles.

—Lamento haberme precipitado, pero he visto a tantas chicas y chicos jóvenes pasar por ello... —puntualizó, recargándose en uno de los anaqueles—. Es genial que hayas decidido aprovechar tu tiempo libre.

—Eso creo, supongo que es fácil pensar lo peor —murmuró al bajar los hombros—. ¿Tú cuántos años tienes?

  —Treinta y cinco, llevo laborando para PaperChoi's desde hace cinco o seis años.

Sus cejas se levantaron, él era un jodido principiante a su lado.

—Si que has hecho antigüedad en este lugar, eso es bueno —enfatizó al agacharse y se sentó en el suelo.

Procedió a revisar los primeros pinceles, perfectamente podía charlar mientras se ponía a realizar su trabajo, no quería dar una mala impresión desde el día uno.

—Lo es, me encanta trabajar aquí, recién pedí mi cambio a esta tienda porque me mudé a unas cuadras y no dudaron en dármelo —Esa mujer hablaba hasta por los codos, era muy parlanchina—. Los Choi son muy flexibles, cuando mi esposa quedó embarazada, me permitían acompañarla a las consultas médicas y todo eso.

Soo Bin la miró desde abajo con los ojos abiertos a tope.

—¿Tienes hijos? —Su asombro fue natural.

La sonrisa de Eun Bi creció al afirmar, se le notaba una alegría colosal en la mirada.

—Sí, resultó que mi bella omega traía dos cachorros en la barriga y bueno... —Hizo un chasquido con la lengua y se puso una mano en la cintura—. Gemelos.

El omega parpadeó con admiración.

Eun Bi tenía una familia que aparentemente, amaba presumir sin presuntuosidad, hablaba de su núcleo con orgullo y se notaba la felicidad en cada sílaba pronunciada. Le pareció algo profundamente tierno, el brillo en sus pupilas era indescriptible.

—Me alegro muchísimo por tu esposa y por ti —dijo, con sinceridad—, seguramente tus cachorros son muy bonitos.

—Son un par de torbellinos que cumplirán tres años el mes que viene y necesito juntar lo suficiente para celebrarles un buen cumpleaños —comentó, buscando su celular en los bolsillos de su pantalón—. ¿Quieres ver una foto?

—¡Sí!

El acomodo de mercancía podía esperar un rato más.

—Tengo miedo de su etapa adolescente, ¿sabes? —expresó, a la vez que abría su galería de imágenes—. No sé que haré cuando quieran irse de la casa o algo así.

La risilla del omega fue espontánea, incluso él pasó por esa etapa y una vez terminó en los escalones de su pórtico, sentado con una mochila llena de cosas inútiles mientras pensaba a dónde podía ir con solo diez libras.

Se metió a su casa cuando los mosquitos empezaron a picarle en los brazos.

—Se aprende a manejar esas situaciones, eso dijeron mis padres —masculló con diversión.

—Ojalá hubiese un manual para eso, te juro que día con día aprendo algo nuevo —Risueña, le mostró la pantalla de su móvil—. Mira, ellos son-...

—¿Ya es su hora de comida o por qué están charlando tan ameno?

La pregunta los agarró por sorpresa, Soo Bin escuchó la voz a sus espaldas y de inmediato giró en el piso, encontrándose con un par de zapatos elegantes lustrados.

Subió la vista y su quijada se desencajó cuando se encontró con Yeon Jun, vistiendo una camisa blanca doblada por los antebrazos, pantalones perfectamente bien alisados y una corbata que le daba el extra necesario al atuendo formal.

—¡Yeon Jun! —Eun Bi se adelantó y le enseñó la fotografía de su pequeña familia—. Disculpa, estaba contándole a Soo Bin sobre mis retoños, pero prometo que ya no le quitaré más el tiempo. Por cierto, ¿ya lo conocías? Es nuevo, hoy comienza a trabajar aquí.

El castaño esbozó una sonrisa sin esfuerzo, ya conocía a esa mujer tan dicharachera.

—Dejemos los saludos para después, ¿cómo están esos dos clones? —Claro que por estrategia, le convenía evadir las presentaciones.

Soo Bin se talló el entrecejo y se levantó del suelo, moviéndose para no estorbar en la conversación.

—De maravilla —La alfa comunicó—. Yoo Min te mandó saludos hace unos días, dice que me des permiso de faltar para acompañarla al médico.

—¿Está enferma? —No ocultó el indicio de preocupación.

—No, solo es chequeo de rutina.

—Bueno, háblalo con mis padres, yo no tengo ese poder todavía —estableció, moviendo las cejas.

—Pero eres influyente —rescató con audacia.

Yeon Jun suspiró y frunció los labios. 

—Buen punto.

—En fin, voy a mi área, nos vemos más tarde —Eun Bi apuntó con el pulgar la zona de pinturas y luego se dirigió al rizado—. Soo Bin, si necesitas algo, no dudes en decirme.

Él aceptó la proposición, inhalando debidamente cuando por fin su compañera se retiró.

Acto seguido, observó a Yeon Jun con el gesto torcido.

—¿Qué se supone que haces aquí? —preguntó, desconcertado.

—¿Ya no puedo venir a la tienda de mis padres? —Se cruzó de brazos con falsa molestia—. Discúlpame por aparecer sin avisar.

El omega bufó, entrelazando sus propios dedos por el frente.

—No es eso, no esperaba que vinieras y menos vestido como todo un empresario exitoso —farfulló, mirándolo de abajo hacia arriba—. Te queda muy bien ese tipo de ropa.

—Gracias, creo que tendré que acostumbrarme a usarla —Jugueteó con uno de los botones de su camisa—. Mi padre me asesinará si vengo a trabajar en sudadera y pantalón de chándal.

—Entiendo, la verdad es que te ves muy ca-... —Su descarada oración no pudo ser terminada.

Soo Bin estrechó los ojos, dejando apenas un espacio pequeño dónde su pupila se asomó.

—¿Qué ocurre? —Yeon Jun peleó por no sonreír.

—Creo que entendí mal —Quiso confirmar lo escuchado—. ¿Dijiste venir a trabajar? Como... ¿Aquí?, ¿en esta tienda?

—Así es, ¿qué tiene de raro?

—Estás jodiéndome...

—En realidad me encantaría hacerlo, pero en horario laboral no podemos —bromeó, al acomodarse los pantalones—. Creo que debí ponerme un cinturón, esta porquería me queda grande.

El omega se frotó la nariz con el dedo índice y después empujó su mejilla interna con la punta de la lengua.

—¿De verdad vas a ser un empleado de este lugar? —preguntó, escéptico—. Creí que no te gustaba esto.

—Y no me gusta, pero si no tengo nada más que hacer, ¿por qué no aprender un poco de finanzas? —Ladeó la cabeza—. Además, así te veo diario, ¿eso no te hace feliz?

Joder, claro que lo hacía feliz.

Yeon Jun era la persona más inteligente del puto universo.

—¿Y tus hermanas?

—Una debe estar en el piso administrativo, la otra quizá está con mamá en otra tienda —dijo y miró el reloj en su muñeca—. De hecho, tengo que subir si no quiero que me grite por impuntual. Te la presentaré más tarde, ¿sí?

Sin lograr creerlo del todo, el ojiverde lo observó con cariño, los obstáculos no existían para su magnífico alfa.

—Sí, de acuerdo... —expresó, antes de agacharse por la caja que Eun Bi le había entregado—. Entonces... ¿almorzaremos juntos?

—Ya te había dicho que vendría por ti para ir a comer, ahora solo bajaré e iremos por algo rico, ¿te parece?

—Me encanta la idea.

Aunque el mayor moría por robarle un beso efusivo en los labios, se guardó las ganas que le nacieron de comerle cada milímetro de la boca y solamente sonrió.

—Después vengo a echarte un ojo, amor —murmuró, despidiéndose con un guiño—. Sabré si tienes algún problema, así que no te preocupes.

El corazón se le iba a salir rebotando del pecho, le costó contener la algarabía que le originó el poder estar con Yeon Jun más horas de las que imaginó.

Lo siguió con la vista cuando caminó hasta el elevador y se mordió discretamente el labio al notar que el pantalón de poliéster que el alfa portaba, se amoldaba divinamente a la parte baja de su cuerpo.

Soo Bin carraspeó y mejor se concentró en comenzar con sus tareas.

No quería terminar encerrado en el baño por motivos indecorosos.

Para ser honesto, el omega jamás dimensionó lo agotador que sería trabajar en una tienda de ese estilo.

Fue cansado ir de un lado a otro para atender a las personas que buscaban un material en específico, se le complicaría memorizar el nombre de toda la gama de colores que manejaban en los productos y aguantar estar de pie por varias horas acabaría con toda su energía.

No le tocaron compradores groseros, pero si uno que otro que pedía más velocidad a la hora de surtir los pedidos y él apenas estaba nivelándose al ritmo.

Aún así, admitía haber disfrutado el puesto de auxiliar en ventas, a pesar de sentir que su cuerpo se iba a desintegrar de cansancio.

—¿Puedo hacer uso de mis beneficios como tú omega? —Le preguntó a Yeon Jun, mientras se acomodaba en el asiento del copiloto.

Ya estaban en el auto, listos para regresar al vecindario.

—Depende, ¿qué vas a pedir? —canturreó el alfa, buscando su cinturón de seguridad.

—Una silla, todos merecen una maldita silla para sentarse cinco minutos a descansar cuando ya no puedan más —reclamó al desabrocharse los cordones de sus tenis y se los quitó—. Me encanta el trabajo pero pondré mi queja.

Descansó la nuca en el reposacabezas del carro, las sienes le habían comenzado a punzar.

—Se nota que no eres observador cuando estás ocupado —murmuró, alineando el espejo retrovisor—, ¿verdad?

—¿Por qué lo dices? —cuestionó al cerrar los ojos.

Un escalofrío le viajó por la columna vertebral, jaló aire por la boca al sentirse brevemente sofocado.

—Hay sillas repartidas en todo el local, ¿no te diste cuenta? —Volteó a verlo, previo a introducir la llave para encender el motor—. Casi no las utilizan porque siempre hay gente, pero sí hay.

—Vaya, Han Jin pudo mencionarlo —susurró sin ganas—. Yo ya pensaba levantar una demanda...

—Soo Bin, espera —Yeon Jun lo interrumpió. Sus fosas nasales se ensancharon—. ¿Por qué hueles así?

El aroma a cítrico se había cargado más de lo habitual al interior del vehículo, lo percibía con facilidad.

—¿Cómo? —esnifó, intentando olisquear—. Si me duche antes de venir, siempre me aseo...

—No, no me refiero a eso, es... ¿Te sientes mal?

Era evidente que algo estaba fuera de lo normal con Soo Bin, sus mejillas parecían dos luces rojas de un semáforo y su frente se estaba cubriendo por el sudor que empezó a brotar de sus poros.

—No, estoy bien —murmuró, frotándose los brazos—. Todo bien, todo bien...

Un ligero espasmo en el abdomen lo hizo jadear, consiguió abrir los ojos y pestañear antes de quejarse en voz alta.

—Tú no estás bien —Alarmado, le tocó una mejilla con la palma abierta—. Te está dando fiebre y estás temblando.

El hormigueo en su vientre se intensificó, algo picó en su estómago, ese ardor que lo desestabilizaba por completo y lo hacía chillar desesperadamente.

Empezaba a quemar...

—Yeon... —siseó, encogiendo las piernas.

—Mierda, ¿cuándo se supone que es tú celo? —Le peinó los rizos hacia atrás.

Él tampoco podía pensar con claridad, estaba viéndose caprichosamente afectado por las feromonas danzantes.

—C-creí que la sería la próxima semana —tartamudeó, subiendo los pies al asiento—. Arde, está doliendo...

—¿Por qué carajo no me dijiste? —gruñó, alterado—. Ni siquiera lo sentí.

—Pasaron... p-pasaron muchas cosas estos últimos días —Estaba sudando, la llama seguía creciendo—. Lo olvidé, los supresores minimizan los síntomas previos...

Yeon Jun ponía todo de su parte para intentar prestarle atención, llenó sus pulmones de oxígeno y la fragancia de su omega le colmó.

Tenían que moverse y salir de ahí.

—Te llevaré a tu casa, ¿sí? —musitó, tragando con fuerza—. Tus papás me mataran si te hago algo.

Soo Bin lo miró con enojo al escuchar el disparate, ¿de verdad planeaba dejarlo?

—No, ayúdame —rumió en un quejido—. Por favor...

—Quisiera, pero ya tenemos muchos problemas encima, no hay que complicarlos —Tenía que ser consciente, no dejarse vencer.

La alternativa de llevarlo con sus padres era la correcta, por el momento no podía hacer más. Exhaló una lánguida bocanada de aire y metió la llave a la hendidura, haciendo que su auto encendiera.

Aunque que su parte animal le demandara poseerlo como un bruto, él haría hasta lo imposible para no perderse en la encrucijada.

Por su parte, Soo Bin se retorcía en su sitio, con los ojos entrecerrados y los labios resecos. Se apretó los muslos con fuerza, sus dedos se enterraron sobre la tela de su jogger, el calor lo estaba aturdiendo y ciertamente no quería pasar el celo sin la compañía de su alfa.

Tenía los recursos para aliviar el malestar, los juguetes en su recámara eran de mucha ayuda cuando ese periodo iniciaba, pero sabía que esta vez, no sería suficiente.

Ya había experimentado la sensación de un verdadero nudo, la forma en que su cuerpo cedía y se adaptaba placenteramente a la polla de Yeon Jun, el cómo lo tomaba de la cadera hasta dejarle los dedos marcados, la forma en que le hundía la cara en la almohada al follarlo en cuatro...

No, claro que un maldito consolador no serviría de nada, estaba seguro de que sería una tortura y le dolería más que nunca.

Jamás notó que el carro había iniciado su marcha, él estaba enterrado en sus pensamientos, en su triste destino, en la necesidad de acabar con el ardor que sentía...

La primera oleada de lubricante brotó, ni siquiera se preocupó por manchar la vestidura, estaba trastornado por el vigoroso olor de Yeon Jun, por lo frágil que se sentía y por la maldita ansia que tenía de ser llenado.

El malestar incrementaba segundo a segundo, se removía con urgencia, sus uñas cortas se clavaban en las piernas, todo estaba desdichadamente borroso.

—Alfa, por favor —imploró, posicionando las manos entre sus propios muslos—. Está doliendo...

Soo Bin ya no sabía que hacer, sus nudillos se veían blancos y quizá el volante se iba a desintegrar por la jodida fuerza aplicada. 

Conducir en esas condiciones era peligroso, pero sería peor no entregar sano y salvo al cachorro en su casa antes de que las cosas se tornaran difíciles, ya no quería fomentar que Woo Bin y Mina pensaran mal de él.

Sin embargo, un delicioso gemido que el omega liberó, lo hizo gruñir exasperado.

—Soo Bin, basta, necesitas calmarte —bramó, tratando de concentrarse en ser un buen conductor—. No estamos muy lejos, en media hora estarás en tu cuarto y podrás... hacerlo.

Joder, puta imaginación.

¿Por qué se le cruzó en la mente una escena así? Dónde el ojiverde se encargaría de aligerar la agitación, desnudo sobre su cama, con las piernas abiertas y haciendo uso de algún dildo de buen tamaño...

¿Un pene de plástico podría ser mejor que su polla?

No, por supuesto que no. 

—Por favor —La vocecilla rota de Soo Bin repitió el ruego—. Quiero a mi alfa...

Lo deseaba de una manera enferma, tan enferma que no demoró en actuar para conseguirlo.

Con el cerebro fundido y los impulsos orientando su iniciativa, reclinó el sofá del copiloto hacia atrás para lograr subir las piernas, colocando los talones en la orilla del asiento y tomando así, una posición mucho más cómoda.

Sin razonar y con un jadeo de por medio, metió una mano al interior del pantalón de algodón, gimoteando al sentir su propia humedad filtrándose por la delgada tela de sus bragas. Sus yemas palparon el lubricante que ya había manchado ambas prendas.

Quiso tocarse, quiso meterse los dedos, que resbalaran por su agujero, que se deslizaran hasta el fondo y sentirse mejor cuando trepara hacia el orgasmo.

No obstante, Yeon Jun lo sujetó del antebrazo, inmovilizando su extremidad mientras lo miraba perplejo.

Gracias a la imprudente acción del rizado, tuvo que estacionarse a un costado de la avenida y agradeció que lo vidrios fuesen polarizados porque a pesar de que la noche ya había terminado de caer, no permitiría que un extraño viese en tal situación a Soo Bin.

—¿Qué carajo haces? —espetó, a regañadientes.

Él también estaba sudando, su entrepierna ya dolía como el infierno.

—Me quema —murmuró, con los ojos cristalizados—. Y-yo necesito que deje de arder.

No mentía, estaba calcinándose y no había tormenta que apaciguara el incendio.

—Dame veinte minutos, te juro que será la única vez que no te ayude —Le pesaba en exceso no poderlo apoyar—. Te lo prometo.

—No quiero ir a casa...

Soo Bin no entendía de razones, solo quería ser anudado.

Una y otra vez.

—Tienes que, esto es por el bien de ambos.

El menor no respondió, solamente se dedicó a recoger una vasta cantidad de su lubricante con dos dedos y a pesar de que Yeon Jun no lo había soltado, consiguió sacar la mano de su jogger y llevarla a los labios ajenos.

Embarró el líquido sobre la boca del alfa, lo esparció con impaciencia hasta en las comisuras y gimió gustoso cuando una lengua se enrollo en sus dígitos, chupando todo eso que ofreció en un chispazo de excitación.

El mayor asumió la derrota, no era capaz de resistirse ni un poco más.

Su coche era amplio, tal vez podría atenderlo una vez y después, conduciría hasta un hotel cercano.

Ya tendría tiempo para pensar en las excusas, lo haría cuando no tuviese al omega de su vida entrando en celo y lloriqueando por su nudo.

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