CAPITULO 24.
Soo Bin fue citado a una reunión por el comité organizador para finalizar el proceso de inscripción al concurso.
Ocupaba una de las cuarenta sillas que estuvieron disponibles y no podía parar de arrancarse la piel seca de los labios mientras oía cada una de las indicaciones dadas por el subdirector, englobando desde las reglas, hasta las sanciones por incumplimiento de ellas.
Estaba nervioso, no reconocía a ningún estudiante, no había compañeros con los que compartiera clases y mucho menos más jóvenes, el resto de los participantes eran de grados superiores, gente dispuesta a aprovechar el cien por ciento de sus habilidades, con tal de ganar.
Y desdichadamente, al único que logró identificar... fue a Sung Jong.
El omega estaba enfocado, anotando en una pequeña libreta todo lo que escuchaba, subrayando lo importante y destacando los puntos delicados del concurso. No le puso mala cara a Soo Bin cuando lo vio entrar, solo evitó el contacto visual y siguió con lo suyo.
Con eso, comprendió lo primordial que era esta oportunidad para todos e indudablemente, debía estar a la altura para ser un rival digno.
—Recuerden que, para formar parte del concurso, deben ser alumnos regulares —aclaró el subdirector Dong Wook —: Sin asignaturas reprobadas, ningún tipo de dictámenes escolares y estar inscritos debidamente en el semestre que cursan.
Una chica alzó la mano y el beta le otorgó la palabra.
—¿Y si estoy recursando serigrafía artística? —murmuró, un poco apenada.
—Uhm, me temo que no podrás seguir con tu participación —Le respondió con diplomacia, entrelazando sus propios dedos—. Lastimosamente, el sistema en el que damos de alta sus matrículas, detecta si hay asignaturas no aprobadas. En tu caso, no permitirá que te integres por tener un recurse de una materia reprobada con anterioridad.
Soo Bin aflojó el cuerpo y sacó el aire que retuvo en los pulmones.
Una combatiente menos.
—Aclarado ese punto, vamos con el que a todos les interesa —refutó, chasqueando los dedos—. Los premios.
Entre murmullos, una buena tanda de alumnos se acomodó en sus asientos, listos para atender el tema de mayor relevancia.
—Como saben, nuestra facultad tiene un convenio formativo con el museo de arte y justamente, el concurso busca destacar al estudiante más competente del semestre —El señor Dong Wook desfilaba de un lado a otro por el salón, paseándose por enfrente del pizarrón—. El primer lugar, se llevará a casa mil libras y la grata experiencia de obtener un lugar en la sala artística número cinco del museo.
Hubo una serie de suspiros y silbidos bajos, todos deseaban alcanzar ese puesto.
Soo Bin colocó los codos arriba del escritorio y apoyó la barbilla en sus manos, escoltando los movimientos de la autoridad con una mirada optimista.
—El segundo puesto, obtendrá quinientas libras y un juego de libros sobre historia del arte —Esbozó una sonrisa amigable al retomar—, y al tercer lugar, se le otorga un premio de doscientas libras, más un kit de materiales para acuarela.
Para ser sincero, el rizado pensó que cualquiera de los tres puestos estaba absolutamente bien recompensado. No se iría con las manos vacías por hacer un buen intento, pero valorando la situación, sin duda valía la pena elevar la exigencia propia e ir por el primer lugar.
Así, su futuro estaría resuelto, o al menos el principio de él.
—Tengo una pregunta —La voz de Sung Jong rebotó en los muros. Fue observado por un buen número de personas—: ¿Es cierto que el ganador siempre es contratado por alguna empresa importante?
El subdirector tuvo que ampliar su sonrisa, pocos tenías las agallas de formular esa cuestión sin maquillar la intención.
—No les voy a mentir, existe una enorme probabilidad de que, efectivamente, sean reclutados si su obra se galardona —comunicó con llaneza—. No es completamente seguro, pero de los veintidós ganadores que hemos tenido a lo largo de los años, veinte están laborando en reconocidas compañías como colaboradores de arte, e incluso escalan hasta llegar al ramo de la restauración.
Los ojos de todos los presentes en el aula brillaron con la simple mención.
Ese era el máximo incentivo, el objetivo que perseguían en una carrera a muerte, una batalla dónde solamente uno tocaría el triunfo.
—Bien, ahora quiero recordar las sanciones —La calma del beta se transformó a una severidad impenetrable—, los motivos de descalificación están escritos con puntualidad en la carta compromiso que se les hizo llegar por correo, espero ya la hayan leído.
El omega se regañó mentalmente. Olvidó descargar el maldito archivo el día que le llegó.
—A grandes rasgos, hablamos de incumplimiento en el tiempo final de entrega, ayuda de externos y uso de técnicas no permitidas —Continuó su marcha por el espacio de circulación, desplazándose con sus bonitos zapatos lustrados—. Solamente óleo y acrílico, ¿de acuerdo?
El asentimiento fue comunitario.
—¿Y cómo sabrán que el ganador no recibió ayuda? —El de cabello rojizo volvió a interrogar—. No queremos tramposos entre nosotros, ¿o sí?
Lanzó un vistazo al perímetro, algunos secundaron la moción.
—Eso es sencillo —Los hombros del señor Dong Wook se relajaron—. Aparte de las evidencias que tienen que entregar en video, se le hará una prueba rápida al ganador, solo para corroborar que su destreza es legítima.
Soo Bin curvó la ceja, el control de la competencia era incorruptible.
—¿Alguna otra duda? —instó el hombre, hundiendo la mano en el bolsillo de su saco—. ¿Están listos para ir por el éxito?
—¡Más que nunca!
—No, quiero vomitar.
Las respuestas de los concursantes fueron variadas, pero ninguno podía ocultar la emoción que les causaba la sana competencia.
—Bueno, hemos terminado, tienen dos semanas para preparar su obra, aprovechen los minutos y deslumbren al jurado con su talento.
El subdirector se despidió de la comunidad escolar con un balanceo de cabeza, y luego de acomodarse el cuello de la camisa, abandonó el salón, dejando a los participantes con la energía y motivación necesaria para emprender la travesía.
El rizado tomó su teléfono celular, previo a levantarse y abrió la aplicación de mensajería instantánea, presionando el nombre de Yeon Jun.
Para: Junnie. ♡
"Ya terminó la plática.
¿Te espero aquí o te veo
en algún otro lado?"
Pulsó el botón de enviar y posicionó el móvil sobre la superficie del escritorio, a la espera de una pronta respuesta.
Enseguida, recogió sus útiles, guardando los bolígrafos de colores en la cartuchera y cerró su libreta, con el propósito de acomodar todo de vuelta en su mochila.
A los segundos, el aparato vibró y el lindo sonido establecido para su alfa, le indició que tenía un texto pendiente de leer. De nuevo, sostuvo el celular y dio dos toques a la pantalla, desplegando la bandeja de notificaciones:
Para: Cachorro.
"Voy por ti, dame cinco
minutos y estaré ahí."
"Te compré unos brownies,
Francis está vendiendo y
como soy muy buen amigo,
lo apoyé en su negocio."
":D"
Embelesado, el omega bosquejó una sonrisa y sus mejillas se encendieron.
Para: Junnie. ♡
"Mi alfa tan considerado ♥︎,
me encantan los brownies."
Notó que Yeon Jun continuaba en la conversación, las palomitas del mensaje cambiaron al instante de color:
Para: Cachorro.
"¿Quieres que compre más?
Puedo obligarlo a que nos
horneé un camión entero."
La disparatada propuesta lo hizo reír, que terror sufrir de dolor estomacal por comer tantos bizcochos.
"Gracias, Junnie, pero
no es necesario.
Los comeremos en la cena,
¿sí te quedarás?"
"Por supuesto, quiero que
terminemos de ver la serie."
"Tengo ropa limpia en tu
dormitorio, ¿verdad?"
Por inercia, el omega asintió, aunque sabía que no podía ser visto por el destinatario.
"Sí, dejaste ropa
interior, dos camisas
y unos pantalones"
"Perfecto."
"Sal, ya estoy llegando
al edificio."
No hubo necesidad de leer dos veces el mensaje, simplemente cargó con su mochila y se paró de la silla, acomodándola bajo el escritorio. Dejó atrás el aula y a todo aquel que se encontraba todavía en ella, avanzando hasta la puerta abierta y se asomó al pasillo, mirando a los lados.
Yeon Jun se aproximaba con una bolsa de papel en la mano, sonriendo a quienes lo saludaban y chocando el puño con los que tenían la dicha de llamarlo amigo.
Soo Bin suspiró, observándolo de arriba abajo y confirmó que su alfa, era el más guapo de la institución.
O del mundo, quizá.
—¡Eres un tremendo idiota! —Yeon Jun vociferó, a través del micrófono de su celular—. ¡¿Por qué diablos no me dijiste?!
—Oye, creí que era obvio... —La voz al otro lado, resopló—. Sabes que los brownies son mi especialidad.
—¡Me queda claro que lo son! —Su tono oscilaba entre lo alterado y lo preocupado—. ¡¿Qué se supone que haga ahora?!
Jackson se despegó el celular de la oreja, los gritos de su amigo iban a dejarlo sordo.
—Dejar que se le pase el efecto —musitó en un bufido—. ¿Cuántos se comió?
—Uno y medio, no dejé que se acabara el segundo porque me di cuenta —refutó, mientras se rascaba la nuca—. ¿Por qué no me dijiste que tenían marihuana, pedazo de animal?
—No preguntaste —contestó, tranquilamente—, creí que ya lo sabías, siempre que horneo los hago así...
—¡Te dije que eran para mi omega!
—Oye, yo pensé que Soo Bin ya los había probado —Empezó a sentirse culpable—. Perdóname, no me imaginé que fuese a crear problemas.
Yeon Jun cerró los ojos, pellizcándose el puente de la nariz con el pulgar y el índice. No cabía duda, colapsaría en cualquier instante.
Y es que nunca pensó que un jodido postre mandaría al menor directamente a la luna, ni siquiera tenía conocimiento de que el maldito brownie estuviera hecho con la receta secreta de Jackson.
Soo Bin se encontraba acostado en su cama, tendido cual estrella de mar y se sentía sumamente relajado; sus ojos se tintaron en un color rojizo, se reía como un desquiciado sin motivo aparente y el corazón se le desbocó en el tórax, produciendo latidos incontrolados.
Estaba drogado y muy contento con el efecto psicoactivo que el bizcocho le entregó en cada mordida.
No sabía cómo manejarlo, pero definitivamente estaba disfrutando de la sensación, volando entre nubes esponjosas de algodón y entregándose de lleno a la borrachera cannábica.
El que estaba volviéndose loco de la inquietud, era Yeon Jun. A pesar de también haber comido, el impacto en su sistema apenas comenzaba a elevarse, y lo que menos quería, era terminar igual de afectado.
Tenía que cuidarlo y no perderse en la distorsión de sus sentidos.
—Ya, no te preocupes —dijo, asumiendo su responsabilidad—. Yo debí preguntar, discúlpame, me ofusqué...
—¿El omega está bien? —Le preguntó el beta, angustiado—. Me refiero a... no está sobrepasando el límite de los efectos normales, ¿cierto?
Yeon Jun suspiró, echando otro vistazo al cachorro.
Ahora, fingía trazar figuras en el aire, sus dedos eran los pinceles y la sonrisa en sus labios era imposible de arrancar.
—Creo que todo está bien, espero no dure mucho. Estoy seguro de que jamás la había consumido.
—Uhm, tal vez en una hora se le pase. ¿Tú cómo estás?
—Bien, igual en el rango de lo aceptable —barboteó al patear un zapato tirado que se le cruzó en el camino—. No estoy tan mal.
—No dudes en llamarme si las cosas empeoran, podemos idear la forma de sacar a Soo Bin sin que nos vean y llevarlo a un médico o algo así.
Tragó áspero, sería fatal terminar visitando un hospital.
—Te llamo después, gracias por soportar mi estrés.
—No hay de qué —Yeon Jun casi lo escuchó reír—. Avísame cualquier cosa.
—Gracias, Jack.
Nimiamente más sosegado, se quitó el móvil del oído y finalizó la llamada, exhalando con vigor al abandonar el aparato sobre el escritorio.
Lo miró nuevamente, el ojiverde parecía metido en el placer de un viaje astral que probablemente lo estaba haciendo delirar y ni cuenta se había dado.
El reloj marcaba las once con cinco minutos, si las cosas resultaban bien, a eso de la media noche estaría regresando a la normalidad, con un apetito que tendrían que satisfacer a base de barritas hechas con cereal.
—¡Yeon Jun! —Soo Bin masculló, prolongando la entonación del apellido—. ¿Con quién hablabas?
—Con Jackson —respondió, sobándose la frente—. ¿Cómo te sientes?
—Bien, de maravilla —siseó. Todo a su alrededor daba vueltas—. Es como si estuviera ebrio y no he bebido ni una sola gota de alcohol...
Yeon Jun sintió la boca seca, el jodido alimento malsano comenzaba a repercutir en su vitalidad.
—No fue mi intención, perdón —murmuró, derrumbándose sobre el edredón lila—. Yo solo quería ver la serie y cenar algo rico contigo...
Bajó los párpados y la sensación de estar arriba de un juego mecánico, hizo que se sobresaltara; seguramente sus pupilas estaban dilatadas, comiéndose gran parte del color azul.
—¿De qué hablas? —El omega alzó el torso, ayudándose del soporte que formó con sus codos—. No pasa nada, no es tan malo.
Divisó a un Yeon Jun tumbado a los pies del colchón, acongojado por un bobo error que cometió al no indagar más en los ingredientes de un postre.
Soo Bin frunció los labios. Tenía la mitad del cerebro apagado y aún así, caviló la mejor manera de apaciguar el estresante hecho. Se irguió sobre la cama, saliendo de ella con el impulso de un resorte imaginario y se tambaleó hasta el escritorio.
Parpadeó, abriendo los cajones y buscó entre sus múltiples materiales, ese paquete de cinco pinturas neón que su madre le regaló en un cumpleaños pasado; nunca lo había usado y esa era la noche para estrenar el set.
Los encontró debajo de su paleta para acuarela, el empaque seguía sellado y cubierto con un plástico transparente que rasgó con facilidad, dos de los envases rodaron por la madera.
Escogió dos pinceles, los primeros que encontró y cuando sus herramientas estuvieron listas, se trasladó hasta el buró, acomodando todo sin un orden en específico.
—Junnie, arriba —explayó, eligiendo el bote de color verde—. Voy a pintar.
El aludido tenía una mueca saturada de desconcierto, no había dejado de observarlo desde que se levantó.
—¿Justo ahora?
—Sí, me llegó un golpe de inspiración —argumentó, quitando la tapa del diminuto envase cilíndrico—. ¿Me ayudas?
Yeon Jun se incorporó, sin entender de qué se trataba el apurado movimiento.
—¿Cómo te ayudo? —indagó, colocándose de pie.
—Quítate la camisa.
La boca del alfa se abrió y cerró dos veces, sin concretar una frase certera ante la demanda.
—Vamos, quiero pintar —Harry lo focalizó, apuntándolo con un pincel—. Quítatela, por favor.
Ambos tenían los globos oculares enrojecidos, cualquiera diría que no había dormido por tres días seguidos.
—¿Para qué? —Se animó a preguntar, en tanto se desabotonaba la prenda.
Confiaba en su omega, pero la curiosidad era mortal.
—Para pintar, duh —Ladeó la cadera y su pesó reposó en una sola pierna—. Tú serás mi lienzo.
Quizá el consumo de sustancias nocivas para la salud, provocaba que cualquier idea sugerida pareciera buena. Y aunque el concepto del body paint ninguno lo había practicado con anterioridad, siempre existía una primera vez.
O sencillamente, sonaba bien la propuesta de desperdiciar pintura por mera diversión.
—¿Qué vas a pintar? —cuestionó, al retirarse la parte superior del atuendo—. ¿Un paisaje?
Soo Bin despidió una risilla bofa, amaba con locura ver el pecho desnudo de su alfa.
—No, me iré por algo menos profesional...
—¿Cómo qué?
—Solo garabatos, lo que mi mano quiera dibujar —Ondeó el brazo, simulando trazos—. ¿Aceptas?
Yeon Jun se encogió de hombros.
Ninguno de los dos estaba cuerdo, ¿que más daba hacer un desastre colorido en el dormitorio? De todas formas, lo tendrían que limpiar cuando las extremidades no les hormiguearan.
Optó por llevar los dedos al inicio de sus pantalones, desabrochándolos y bajándose la bragueta sin recato.
—¿Q-qué estás haciendo? —La vista del omega cayó en la entrepierna ajena.
Los hoyuelos emergieron con inocencia en sus mejillas.
Yeon Jun crispó los labios en otra sonrisa burlesca y terminó por sacarse los vaqueros, doblándolos de una forma extraña, increíblemente opuesta a como su madre le enseñó.
—Solo no quiero mancharlos —Con calma, informó.
Soo Bin repitió su risa desbaratada y lo tomó con serenidad, pidiéndole que sostuviera sus materiales por un corto momento.
—Ah... sí, sí, está bien —Ya no respingó y sujetó el dobladillo de su playera—. Yo haré lo mismo, tampoco quiero echar a perder mi ropa.
Su pésima sincronización se vio reflejada cuando la ropa se le quedó atorada en la cabeza al tratar de sacarla; lo único que pudo hacer fue juzgar el tamaño reducido de la abertura y quebrarse en una risa estruendosa en compañía del alfa.
Tuvieron que enmudecer por causas de fuerza mayor, no se arriesgarían a ser descubiertos por algún extraño que deambulara a esas horas en los pasillos.
Los dígitos torpes trataron de deshacer el nudo que mantenía ajustados los joggers a su cadera y cuando finalmente logró tirar de la punta correcta, el elástico se aflojó.
Se bajó la suave prenda, exponiendo la piel de sus muslos y lo siguiente que se escuchó, fue un jadeo ocasionado por la manera abrupta de Yeon Jun al inhalar.
Pateó los pantaloncillos, aventándolos en un rincón de la habitación y se toqueteó los huesos de la cadera, acomodando el delicado encaje que envolvía la zona más íntima de su cuerpo.
—Omega... ¿Qué traes puesto? —Le costó pronunciar.
Una ola de calor le quemó gracias a la preciada imagen.
—¿Qué? ¿Hablas de esto? —Como si nada, señaló su linda ropa interior—. Me las regaló Beom Gyu hace unos días, dijo que eran cómodas y sí, ¡confirmo que lo son!
—Son... —carraspeó—. Son bonitas, te quedan bien.
—¡Gracias, Junnie!
El alfa tuvo que erradicar la descarga de lujuria que lo acribilló, no era posible que Soo Bin estuviese ahí, como si nada, danzando por el dormitorio con unas bragas de encaje fino mientras él se resignaba a tomar el papel de un lienzo.
Ya no estaba seguro de si tenía la mente trastornada por la marihuana o por la exquisita figura opuesta en lencería.
¿Por qué Dios lo castigaba de tal manera? ¡Él se portaba bien!
—Bueno, ya está, túmbate sobre el tapete —Soo Bin ordenó, girando para retornar hacia el buró—. No quiero ensuciar mis sábanas, será mejor que lo hagamos en el piso, voy a desarrollar mi habilidad a mano alzada porque creo que me hace falta soltar la muñeca, las líneas usualmente me salen chuecas y termino haciendo dibujos malhechos y feos...
El hablar precipitado no fue lo que aturdió a Yeon Jun.
Lo que causó una conmoción en su sistema, aquello que hizo que su corazón dejara de latir por milésimas de segundo, fue la bendecida vista que tuvo en cuanto el otro se rotó a recolectar las pinturas que usaría para la imprevista creación.
Separó los labios en cuanto un trasero regordete le llenó la vista, con la delgada tela amoldándose a la curvatura de ambas nalgas, resaltando en la pálida y limpia piel. El funcionamiento del cerebro se le atrofió, estaba ido en una mezcla de deseo y adrenalina producida por un estúpido brownie de chocolate.
—Te dije que te sentaras en el tapete...
La voz del omega, borró la película que se originó en su impura imaginación.
Sacudió la cabeza al acatar la instrucción, agachándose hasta que su trasero tocó la superficie blanda de la alfombrilla y se apoyó en sus manos para mantener la espalda erguida.
Y maldición, su erección ya se marcaba burlonamente en su ropa interior.
Pero Soo Bin pareció no darle importancia, se concentró únicamente en el deber y cuando dejó los botes a un costado, procedió a colocarse sobre él a horcajadas, sentándose justamente sobre su dura entrepierna.
La saliva se le acumuló en la boca, tenía los muslos que tanto vanagloriaba encima y el culo que deseaba comerse, aplastándole la polla.
Que maldita era la vida, ¿no?
—Oye, cachorro —Con dificultad, pronunció—. ¿Por qué no te pones un short o algo así?
Sentía la cara roja, un semáforo en alto lucía menos llamativo.
—Así estoy bien, no pasa nada —exclamó, al destapar el envase de color azul y sujetó el pincel delgado—. ¿Puedo pintarte encima de los tatuajes?
—S-sí, no te preocupes por eso...
—¡Perfecto!
Verdaderamente, Soo Bin estaba en otro puto universo, viajando en un cometa mientras saludaba a los extraterrestres y a los caballos voladores que se cruzaban por su camino.
Hundió las cerdas en la pintura y tomó una cantidad considerable; los tonos neones no se catalogaban como sus favoritos, pero era lo único que podía utilizar sobre la tez caramelo de su alfa sin que sufriera consecuencias alérgicas o algo similar ya que se trataban de pigmentos corporales. No lo pondría en riesgo de ninguna forma.
Comenzó trazando un par de líneas sin sentido a la altura de su estómago, dibujando un espiral alrededor del ombligo y una que otra figura abstracta que no identificó como objetos, solo era su retorcida creatividad afectada por los destellos de una planta insana que lo hacía ver ligeramente borroso.
Delineó con cuidado, pues a pesar de no tener los sentidos completamente activados, se esforzó por demostrar que era un excelente estudiante de arte.
Cambió de matiz sin limpiar el pincel, mezclándolo con el naranja al deslizar nuevamente las hebras sobre el pectoral del castaño, justo por debajo del setenta y ocho que tenía tatuado.
A Yeon Jun se le erizó cada maldito vello y se enfrascó en observar el rostro risueño del omega, esos gestos que hacía cuando movía el pincel y los hoyuelos que le quitaban el sueño por las noches.
Su pecho subía y bajaba por la pesada respiración, tener a un precioso artista dibujando flores de diferentes colores, enredaderas en su brazo y rellenando algunos de sus tatuajes sin salirse de la línea, le dio una satisfacción sensacional.
Se dejó llenar el torso y brazos de matiz fosforescente.
—Definitivamente soy la envidia de todos los alfas —farfulló, relamiéndose los labios—. Mira que tenerte en bragas mientras me ocupas de lienzo, es una fantasía.
El menor sonrió cautivador y alcanzó el pigmento rosa.
—La fantasía es mía —rectificó, al destapar el bote colorido—, tú estás en el piso, en bóxer y debatiéndote mentalmente entre follarme o no...
Después de exponer su perspectiva, metió el índice a la pintura y tocó el abdomen opuesto, dibujando una pequeña carita sonriente.
La tensión sexual se abrió paso en la habitación.
—Yo no debato eso, cariño —Sus ojos se opacaron y el olor a eucalipto emanó con potencia—. Es un hecho, voy a follarte hasta cansarme y haré que te tiemblen las piernas.
—¿Y qué estás esperando?
—Quiero que termines tu obra maestra y luego te sientes en mi cara —Yeon Jun no tuvo pudor al hablar—. ¿Es mucho pedir?
Soo Bin se enterró los dientes en el labio inferior y como una respuesta natural de su cuerpo, lubricó. Era consciente de su destino, y nada le apetecía más que sentirse lleno por el nudo de su alfa.
Su olor se tornó intenso, difícil de pasar por alto.
—Lo que me pidas, alfa, pero tendrás que ser paciente —Le enseñó el pincel, agitándolo de lado a lado—. Todavía no termino...
Habría que ser pacientes.
De cualquier forma, la noche era sumamente larga y las ganas de estar con juntos, no se irían.
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Espero les haya gustado el capitulo, nos vemos pronto! ❤️
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