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CAPITULO 22.

La casa de los Kim era divinamente acogedora.

La luz cálida del vestíbulo establecía una atmósfera agradable, el tapete de bienvenida combinaba con la decoración general y la esencia que esparcía el difusor de aceites, le agregaba el toque reconfortante a la bonita vivienda.

Mina fue la encargada de recibirlos, sonriendo desbordante al abrir la puerta y dándoles acceso con su característica amabilidad.

Se transformó en la mujer más feliz del planeta cuando vio a su hijo abajo del umbral; él normalmente regresaba en vacaciones ya que el trayecto de la universidad hasta ahí, era tedioso y largo para solo pasar un fin de semana.

Para Yeon Jun era sencillo ir y venir, hacía la mitad del tiempo estimado gracias a su auto y ya conocía de memoria la ruta diaria. La preciosa reacción que la señora Kim tuvo al toparse con su retoño, hizo que se prometiera traerlo seguido.

—¿Por qué no me avisaste? —Ella reprendió a Soo Bin—. ¡Ni siquiera he preparado la cena!

—No te preocupes por eso —Le respondió calmado, despojándose del suéter que portaba—. ¿Dónde está papá?

No lo mencionó, pero agradeció encontrarse primero a su madre al arribar, las sorpresas nunca faltaban y temió que su padre pusiera una mala cara al verlos llegar juntos.

—Está en el baño, la llave de nuestro lavamanos se averió y está tratando de repararla —dijo pausadamente e hizo una mueca desangelada—. Cuando termine de arruinarla más, bajará.

Sí, un matrimonio convencional.

Una risita casta escapó de la boca de Soo Bin y enseguida miró a Yeon Jun; él yacía paralizado a un costado, con la visión sellada en un florero e inmóvil como una escultura.

Lo sujetó con suavidad de la mano, dándole un apretón para que centrara su interés en la situación actual.

—Uhm, mamá... —carraspeó un poco. Tuvo que superar el nerviosismo—. Conoces a Yeon...

Con la pronunciación de su nombre, el alfa se irguió en busca de proyectar decencia y estructuró una sonrisa amable.

Relájate, relájate...

—Hola, señora Kim, que gusto verla —Con distinción, se acercó para saludarla con un beso en la mejilla—: ¿Cómo se encuentra?

—Hola, hijo —Correspondió el gesto y lo tomó del hombro con suavidad—. Estoy muy bien, me alegra mucho tenerte aquí.

—Gracias, para mí es un honor —expresó de buena fe—. ¿No somos inoportunos?

—Que va, ¡por supuesto que no! —alegó, realizando un aspaviento—. Pero me hubiera gustado que avisaran, al menos así hubiese cocinado algo desde antes.

La verdad, Mina amaba preparar una buena cantidad de alimentos cada que recibía invitados en su morada, poseía una sazón privilegiada y era parte de la experiencia compartirlo con aquellos que los visitaban; solía decir que literalmente, llevarse un buen sabor de boca era primordial.

Además, estaba claro que esa tarde sería diferente... o dicho de otra forma, especial.

No necesitaba ser adivina para deducir la intención del encuentro, el pronóstico fue dado al ver que las manos de ambos chicos seguían entrelazadas sin ninguna preocupación.

—¿Quieres que vayamos por algo? —Soo Bin se atusó los rizos—. Podemos traer comida china, pollo frito o tal vez tacos...

—Yo conozco un lugar de comida mexicana que es de lo mejor —Louis se atrevió a intervenir—. Ahí probé los mejores tacos del mundo.

El omega estiró los labios, trazando una línea entre ellos.

—Los mejores tacos del mundo son de Taco Bell —difirió, arqueando la ceja.

Los ojos del alfa se ensancharon cómicamente.

—¡¿Qué acabas de decir?!

—Que los mejores tacos del mu-... —Ni siquiera pudo terminar la oración.

Una mano le cubrió repentinamente la boca, prohibiéndole seguir con su descabellado argumento.

—¡No lo digas! No quedes más en vergüenza.

Soo Bin pudo haberse carcajeado, pero no fue capaz de producir sonido alguno debido al bloqueo bucal.

No obstante, encontró la solución al lamerle la palma a Yeon Jun, llenándola de saliva y haciendo que lo soltara mientras sus facciones se retorcían con disgusto.

—¡Taco Bell! —graznó triunfal, alzando los puños.

—Ugh, lo que digas —Inconforme, se limpió la humedad en la playera del ojiverde y éste lo miró incrédulo.

—¡No hagas eso, es de mal gusto!

—Es de mal gusto que tu prefieras Taco Bell, ¿qué pasa por tu cabecilla?

La absurda conversación acerca de las grandes cadenas de comida rápida, continuó unos segundos extra y por un momento, se olvidaron de que estaban frente a la dueña de la casa.

Ella solo veía la escena con diversión, muy risueña como para entrometerse.

Esos dos se complementaban, era innegable su conexión.

—Mejor iré a la cocina y haré una rica pasta a la boloñesa —propuso, bailando las cejas de arriba hacia abajo—. Eso no me toma mucho tiempo, ¿qué dicen?

El semblante de su hijo se cargó de fulgor.

—Sí, un rotundo sí, ¡mi favorito! —Con entusiasmo, aprobó la sugerencia—. Podría pasar el resto de mis días desayunando, comiendo y cenando esa pasta, ¡te queda deliciosa!

Aquel guiso despertaba el mounstro del apetito que llevaba dentro, siempre pedía doble o hasta triple ración.

No le importaba quedar con un estómago inflamado y el botón de sus jeans desabrochado.

—¿Con queso parmesano? —Su madre no se resistió a pellizcarle mimosamente la mejilla.

Soo Bin achinó los ojos, las esquinas de su boca se torcieron más.

—¡La pregunta ofende!

Tan sumergido se hallaba en el frenesí de consumir su platillo predilecto, que no se dio cuenta de que Yeon Jun lo observaba con el delirio desbordando de las pupilas, sumido en su belleza y flechado por su espléndida autenticidad.

Mina si se percató, largando un tenue suspiro al visualizar el lindo modo en que ese joven alfa miraba a su pequeño.

Ley de vida.

—Bueno, vayan a la sala y vean la tele mientras yo me hago cargo —instruyó, señalando el vano que conectaba a la estancia—. No tardaré.

Cuando la omega se dispuso a desaparecer, el castaño levantó la mano a la altura de la cabeza, como si estuviese pidiendo permiso para hablar.

—Eh, señora Kim... ¿Necesita ayuda?, ¿No quiere que le traigamos algo del supermercado?

La cortesía estaba en sus genes.

Lo hacía por el impulso que lo gobernaba de siempre aportar algo en medida a sus posibilidades.

Soo Bin se moría lentamente de amor, todas las facetas de su alfa eran aceptadas con gozo.

—Creo que no, hijo, muchas gracias. Voy a revisar pero creo que tengo todos los ingredientes —resolvió, virando hacia la entrada de la cocina—. ¡Les aviso!

Finalmente, el dúo se quedó a solas y no hicieron falta los diálogos, Soo Bin repitió la acción de intercalar sus dedos con los de Yeon Jun y lo guio hasta la sala, ofreciéndole un espacio cómodo para que pudiesen matar el tiempo.

El mayor analizó el lugar, su casa era muy parecida a la de los Kim, únicamente cambiaba el estilo de los muebles y el tono de los muros, pero a grandes rasgos eran similares.

Las paredes pintadas de color blanco, decoraciones en repisas empotradas, macetas con variedad de plantas en los rincones y el carácter moderno englobando con precisión el favorable entorno.

—Siéntate donde quieras, ¿quieres algo de tomar? —Soo Bin sorteó, divisándolo con afición.

Ya no se sentía a punto de sufrir un paro cardiaco, estaba recuperando su paz interior.

Sus miradas se entroncaron, provocando que los matices de sus iris se mezclaran en la intemperie y el brillo mutuo ocasionó un precioso espectáculo de fuegos artificiales, uno que solo ellos tuvieron la dicha de presenciar.

Se volvió normal encontrarse en ese vértice, en la cúspide del vínculo.

—No, bonito —susurró, sintiéndose el hombre más afortunado del planeta—. Gracias, así estoy perfecto.

El aludido tuvo la usual sensación de ardor en sus cachetes, el color bermellón ya vivía ahí libre de renta.

—¿Ya no estás nervioso? —cuestionó, pasando los brazos por el cuello de Yeon Jun.

Se acurrucó, ocultando el rostro y ronroneó al emborracharse de su aroma.

—Pues tú mamá es un encanto, así que eso me calmó —explayó, acariciándole los mechones ondulados—. Pero aún falta tu padre.

La verdadera prueba de fuego, el todo o el nada.

Sintió una sonrisa sobre su piel, el vaho opuesto le envió una descarga eléctrica por la espina dorsal que le erizó todos los poros.

—¿Acaso le tienes miedo?

—¿Miedo? —bufó y se tentó a rodar los ojos—. No, para nada.

—¿Seguro? —instó, bajito.

—Claro... —Dejó caer los párpados por un breve instante—. No es miedo, es respeto.

Excelente razonamiento.

El menor lanzó una débil risa que retumbó por el área, no planeaba ofender la ideología, pero le pareció chistosa su manera de afirmar que estaba cagándose en los pantalones de puro temor.

—Ya pasó lo malo —contribuyó, despegándose para mirarlo de cara—, ahora viene lo peor.

Con el entrecejo arrugado, el alfa le arrebató un beso silencioso y después se apartó, cumpliendo su meta de husmear en el sitio.

Enfocó la infinidad de bonitas fotos que yacían por cualquier rincón, la mayoría eran de Soo Bin. Salía sonriendo, jugando o tonteando a lo largo de su niñez.

No se atrevió a tomar los portarretratos, claramente eso sería rebasar el límite de la confianza, pero no evitó sonreír al admirar una fotografía que se convirtió instantáneamente en su favorita.

El cachorro estaba arriba de un triciclo, mostrándole la lengua al lente de la cámara mientras sus dedos formaban la seña de "amor y paz".

El corazón se le hinchó de ternura.

—¿Esa cuando te la tomaron?

—Uhm, creo que fue en mi séptimo cumpleaños, recuerdo que ese triciclo fue mi regalo.

Presumía de una infancia dichosa, todo lo que se veía a dónde quiera que mirases, eran retratos suyos en progresión.

—Tus padres amaban documentar tu crecimiento... —Con el dedo, delineó el marco de la imagen—. Yo quiero hacer lo mismo.

—¿Quiéres documentar mi crecimiento?

—... El de mis hijos.

Soo Bin enmudeció, las tripas se le trenzaron.

Yeon Jun se rio para sus adentros, consciente de que había pensado en voz alta.

—¿Y esta de cuándo es? —Trató de romper el incómodo momento—. ¿Nadaste con delfines?

—Sí... vacaciones con mi familia —murmuró, toqueteándose el labio.

Su mente siguió divagando, un vendaval de pensamientos lo hizo reflexionar en lo que el futuro próximo podría otorgarles.

Hijos.

Era un hecho, Yeon Jun quería tener bebés. No dijo cuando, tampoco especificó cuántos... pero si estaba en sus planes.

Y bueno, el omega estaba indeciso con la idea de tener una enorme barriga, de sufrir los síntomas de un embarazo, morirse en antojos, dormir con un balde a lado de su cama por las bobas náuseas y encima pasar por el dolor de un parto...

Definitivamente, no era algo que pensará con frecuencia.

El castaño se concentró en los portarretratos, caminó por el contorno de la sala y se relamió los labios, sin saber cómo salir del engorroso momento. No fue su intención hablar de más, ahora sentía la bruma, la extraña tensión que no incitaba a nada, una atmósfera gélida que ninguno concibió como manejar.

Y el raro instante se disolvió, cuando rescataron el sonido que las escaleras produjeron al ser pisadas, un rechinido peculiar gracias al acabado en madera de pino.

Soo Bin se mordió la lengua al notar una sombra en los últimos peldaños y acto seguido, observó a Yeon Jun.

—No vayas a hacer comentarios desatinados, por favor —siseó, olvidándose el previo incidente—. Porque ya viene la mejor parte.

Mierda.

—Sí, todo va a estar bien... todo va a estar bien —repitió, tragándose la inquietud.

Fue un fracaso, otra vez se entorpeció y sus músculos se agarrotaron.

La silueta del señor Kim apareció en la estancia, deslizando sus lentes por el puente de la nariz hasta acomodarlos nuevamente; se veía cansado, sus facciones evidenciaban agobio y traía consigo una llave española.

Yeon Jun no logró pasar saliva, solo rezó que no le arrojara la herramienta a la cabeza en un arranque de protección; las bromas que hizo sobre hablar de lo mucho que amó follarse al más joven de esa familia, se hundieron al fondo del abismo.

—¿Por qué nadie me avisó que mi hijo estaba en casa? —El hombre rechistó.

Se fijó puntualmente en la aparición imprevista del omega que engendró.

—¡Papá! —Soo Bin se aproximó y alardeó jubiloso—. Pensé que no bajarías.

Woo Bin le sonrió con amor, acariciándole la cabeza.

—Vine a decirle a tu madre que la llave del lavabo ya está lista —habló con orgullo—. No confiaba en mí, pero la arreglé.

—¿De verdad?

—Ajá... —Le mostró la llave de acero—. Nunca dudes de las habilidades de tu padre.

Soo Bin extendió su sonrisa y no se contuvo a abrazarlo con fuerza.

Era muy apegado a él, por eso le suplicaba al universo que todo marchara sobre la línea correcta.

—Oye, quiero presentarte a alguien...

—Una grata sorpresa —musitó con sarcasmo—. Lo supuse, yo huelo a cualquier alfa que entre a mi casa.

Yeon Jun sintió que una cubeta de hielos se le volcaba encima.

Su vivienda estaba a lado, ¿y sí mejor fingía una emergencia y huía? Tal vez inventar que su gato (que no tenía) había enfermado sería suficiente, o también era buena opción decir que le urgía retirarse porque tenía que llevar a su abuela (fallecida) al dentista.

Disculparse y prometer que después vendría, con una caja de galletas y otro día que el señor Kim no estuviera armado.

—Yeon, ven...

Demasiado tarde.

Soo Bin le pidió que se acercara con un ademán y los ojos verdes del otro alfa lo escocieron a más no poder; disponía de un par de cejas pobladas, era peor verlo fruncir el ceño, se veía lo doble de amenazante y lo triple de hostil.

Cauteloso, contó los pasos que dio para llegar a ellos, no agachó la cabeza porque estipuló que si iba a morir, sería con la frente en alto y con mucho honor.

Afectuosamente, levantó la mano en dirección al hombre alto y puso su mejor cara, tapando el tortuoso estado de histeria que lo aplastó. Ni el olor de Soo Bin consiguió calmarlo.

—Buena tarde, mucho gusto, soy Choi Yeon Jun —Se presentó con formalidad.

El alfa observó su palma al aire y estuvo a nada de ignorarla, no le gustaba el contacto físico con extraños.

En cambio, al tratarse del vecino que, de alguna forma u otra, ya conocía de vista, soltó el aire por las aletas de su nariz y si le estrechó la mano, simplemente por cortesía.

—Kim Woo Bin.

Seco.

Más seco que el mismo desierto, árido e intratable.

—Gracias por aceptar mi visita —Se mantuvo optimista—, espero no estar causando molestias.

—¿Por qué debería ser una molestia? —Le contestó con severidad—. Los amigos de mi hijo, siempre son bienvenidos.

A Yeon Jun le tembló el labio.

¿A qué hora le caía un puto piano encima?

—Oh, es bueno saber eso... —titubeó. No hacía calor, pero empezaría a sudar—. Es...

—Papá —Soo Bin se entrometió, eludiendo el temor—. Él no es mi amigo.

Joder, ¡no era momento para actos de valentía!

El ojiazul temía por su existencia y si ser amigo de su destinado era la clave para salvar su trasero, aprendería a sobrellevarlo.

Aunque implicara llorar una eternidad.

—¿No lo es? —respingó, torciendo la boca—. ¿Entonces que hace aquí?

Soo Bin no se inmutó.

—Está aquí... porque es el alfa que me está cortejando.

Disparó la bala a ciegas.

Por suerte, los padres de Yeon Jun habían contratado un seguro de gastos funerarios para este tipo de casos; su tumba estaba preparada y su sepelio pagado.

—Ah, con que de eso va esta reunión... —Woo Bin se quitó los anteojos y enfiló al castaño—. ¿Tú estás cortejando a mi hijo?

No pudo responder verbalmente, sencillamente asintió.

—Entonces evitemos que la cena se torne incómoda —retomó, y esta vez se dirigió a su primogénito—. Kim Soo Bin, ve a la cocina y ayuda a tu madre, por favor.

El mencionado pestañeó al escuchar la orden.

—Papá...

—Por favor —insistió, entregándole la herramienta—. Confía en mí.

Aunque la cosquilla de la incertidumbre lo afectó, Soo Bin suspiró y tuvo que obedecer sin chistar, no era su costumbre oponerse a las indicaciones.

Le envió una ojeada a Yeon Jun, éste se hallaba pálido como un maldito fantasma y frágil como una figurilla de porcelana. Indudablemente, si seguía así de alterado, caería desmayado sobre la loseta y tendrían que llamar a una ambulancia de emergencias para que lo atendiera.

Hubo un silencio breve cuando la dupla de alfas se encontró sin compañía y ninguno de los dos tosió teatralmente para evaporarlo.

—¿Y bien? —Woo Bin comenzó—. ¿El gato te comió la lengua.

—Sí... Quiero decir, ¡no! No, una disculpa.

Bien, gran inicio.

Punto a la estupidez.

—¿Qué edad tienes?

—Veinticinco.

—Interesante, le llevas cinco años a mi hijo —Hizo hincapié en la diferencia de edad y después, preguntó—: ¿Cómo se hicieron tan cercanos? Pensé que tú y él ni siquiera se hablaban.

Yeon Jun caviló rápidamente, buscando la forma óptima de comunicar el suceso.

—En la universidad... —Se limitó a murmurar. Era difícil sostenerle la vista—. Yo estoy impartiendo un taller de arte, él se inscribió y ahí nos empezamos a hablar...

El alfa mayor alzó inmediatamente una ceja.

—¿Eres su maestro? —La sorpresa tintó su tono.

—Solo por este semestre —Se apresuró a aclarar—, no tengo cédula, no soy docente calificado, solo estoy liberando mi pasantía...

Después de expresar su punto, se apresó el labio con los colmillos, temeroso de dar una mala impresión.

—Ya, comprendo... —Frotó el contorno de su mentón con dos dedos—. ¿Sabes algo, Yeon Jun?

—Dígame.

—Iré directo al grano —articuló con circunspección y respiró hondo—, Soo Bin es mi único hijo, se merece todo lo bueno del mundo, es una gran persona, de carácter ejemplar. No me gustaría que anduviera sufriendo por algún alfa hueco que solo busca diversión...

El señor Kim era un adulto directo, sin filtros, no le dio pena insinuar que el jovencito podía no tener cerebro.

Ni le interesó, en realidad.

—Créame que estoy totalmente de acuerdo con usted... —Yeon Jun no se adjudicó la sugestión y avaló de corrido—. Le juro que mis intenciones con Soo Bin son reales, no jugaría jamás con sus sentimientos.

—Está preparándose para ser un profesionista y no dudo que va a llegar muy lejos —No parpadeaba. Tenebroso—. ¿Tú estás dispuesto a apoyarlo en eso?

—Por supuesto que sí, es un estudiante admirable, sé que va a lograr todo lo que se proponga, es muy perseverante y dedicado —Su honestidad fue indiscutible—. Deberían existir más alumnos como él, igual de responsables, con ganas de salir adelante.

La descripción dada, ocasionó una sonrisa fortuita en el contrario.

—Exacto, y por eso mismo que dices, no quiero que representes una distracción para él, tiene que terminar su carrera y obtener su título profesional —Lo miró con advertencia—. Como un trato, yo no me opondré a lo que sea que tengan, pero te voy a pedir que respetes sus tiempos en la escuela, no lo asfixies y por favor, trátense bien.

Y vaya que se trataban sumamente bien.

Yeon Jun vio la ansiada luz al final del túnel, escuchó cada vocablo y en su cerebro, resaltó la frase "yo no me opondré."

No cantaría victoria todavía, pero era un avance.

—Lo tengo claro, le juro ser el soporte de su hijo y prometo nunca exigirle nada. No quiero sonar como un obsesivo, pero le aseguro que desde que aceptó mi cortejo, vivo por y para él —reafirmó—. En serio me importa, quiero que sea feliz, que viva contento y muy amado.

—Aun es joven y es su primera experiencia de este tipo, así que no quiero trucos —Se cubrió el pecho al cruzarse de brazos—. Si vas a estar con él, solamente estarás con él, entiendo que las épocas cambian, pero yo no voy a permitir que mi hijo acepte compartir a su alfa. ¿Estamos?

—Le aseguro que las relaciones abiertas no van con nosotros, estamos dentro de la exclusividad, solo él y yo. Y si le da más tranquilidad, debo admitir que los dos somos territoriales, a ninguno le va la idea de prestarse a eso.

Aunque respetaban la práctica del famoso poliamor, ellos nunca serían afines a el.

Les encantaba reclamarse, marcar su propiedad era la chispa más luminosa.

—Bien, también hablaré con él sobre esto. Y ahora que las cartas están sobre la mesa... Puedes llamarme Woo Bin.

Su actitud cambió drásticamente, parecía otra persona, ahora mostraba sus aperlados dientes en una sonrisa franca.

Con toda confianza, le palmeó la espalda al ojiazul y lo llevó hasta la cocina, siguiendo el delicioso aroma a carne con pasta.

Yeon Jun transitó aturdido, mientras el pánico se diluía.

Soo Bin paró de picar vegetales cuando los vio entrar y lo interrogó con una mirada, obteniendo un pulgar arriba que dio por confirmada la aceptación oficial.

Su alma descansó.

La serenidad regresó, los padres del omega crearon su propio ambiente, riéndose al conversar y jugueteando mientras terminaban de preparar la cena.

Ellos se hicieron cargo de sacar la vajilla que usarían, compartiendo risillas y chistes malos en voz baja.

Los astros se alineaban siempre a su favor, el tren marchaba extraordinariamente sobre la vía y todo se convertía en miel sobre hojuelas...

Y precisamente, eso era lo preocupante.

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Por hoy, el horario cambió, se supone que este capitulo se subiría mañana pero iré a la playa con mis amigos! (Salimos en vacaciones porque estabamos en distintas U y no podemos vernos durante clases), por eso hoy subiré el capitulo y mañana jueves no habrá capitulo, espero puedan entender! ❤️🫶🏻

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