CAPITULO 21.
—¿Quieren dejar el escándalo? —murmuró, enroscando el tenedor en su plato de pasta—. Son un par de exagerados, la cafetería entera se va a enterar.
Estaba en lo cierto.
Las personas en las mesas aledañas morían por averiguar de que hablaban y trataban de echar un ojo a su antebrazo. Pilló dos o tres vistazos cuando examinó a su alrededor y tuvo que rodar los ojos.
—¡No me puedes pedir que no emocione! —Beom Gyu graznó, picando su ensalada—. Ese brazalete es de la nueva colección, ¿de cuántos quilates es?
Se rehusó a contestar, metiéndose una enorme porción de spaghetti gratinado a la boca.
—¡Oh, vamos! —Huening Kai bufó, en tanto agitaba su jugo de uva—. ¿Por qué ni siquiera te lo habías puesto?
—Precisamente quería evitarme el interrogatorio —resolvió, luego de tragar—. Sabía que me atacarían con estas preguntas, son insufribles cuando quieren serlo.
Los aludidos se dedicaron una mirada y se encogieron de hombros al mismo tiempo, asintiendo al asumir la realidad.
—Bueno, cúlpanos si quieres, pero ese regalo es muy hermoso y muy caro, ni juntando los ahorros de los tres, podríamos pagarlo.
Soo Bin tuvo que darle la razón a Beom Gyu.
A su fondo de ahorro le estaban saliendo telarañas, no reunía ni las trescientas libras.
—Estaba mejor en su caja, por lo que veo —musitó, al observarse la muñeca.
El pequeño felino de oro brillaba con la luz artificial.
—¿Por qué ocultarlo? Todos saben que Yeon Jun y tú están saliendo —Huening Kai añadió, con las mejillas repletas de macarrones.
Efectivamente, ya no era un secreto y la noticia se esparció como el aroma a pan caliente, de un salón a otro con cientos de susurros a los que tuvo que acostumbrarse en menos de una semana.
—Eso es lo que me incomoda —exclamó, al morder un popote—. ¿No estuvo mal que lo aceptara?
El beta frunció el ceño y Beom Gyu lo miró con un signo de interrogación en la frente.
—¿Por qué habría de estarlo?
—No lo sé —Soo Bin se desvaneció en su silla—. ¿No pensarán que soy un interesado?
Aunque no quisiera darle relevancia al tema, desde que Yeon Jun le hizo el bonito obsequio no había dejado de pensar en ello. Él no era un mimado, mucho menos un caprichoso, no exigía cosas materiales y tampoco le importaba estar en tendencia con lo nuevo en ningún aspecto.
Sus padres le habían inculcado eso, siempre vivió sin carencias, no entre lujos pero si con lo indispensable y hasta un poco más.
Recibir una joya costosa no era algo de todos lo días, el regalo era asombroso, la intención la apreciaba, pero aún pensaba en lo que los demás dirían al intuir que fue su alfa quién se lo obsequió.
—¿Tú se lo pediste? —El rubio cuestionó, con restos de queso en las esquinas de la boca—. ¿Tú le pediste que te lo comprara?
El omega declinó con un cabeceo e hizo una mueca de inconformidad.
—¡Claro que no! —Arrugó las cejas. Estaba ofendido—. ¿Por quién rayos me tomas?
—Relájate. No eres un interesado, esa pulsera fue un regalo, un presente de Yeon Jun para ti, ¿por qué no solo puedes ser feliz y presumirlo a todos estos chismosos? —Alzó un poco la voz y señaló el entorno.
Algunos alumnos que permanecían discretamente atentos a la charla, agacharon la cabeza y continuaron con su merienda.
—Esta vez, le doy la razón a Huening Kai —Beom Gyu aportó, mientras cortaba su filete de carne—. Deja de ser tan paranoico.
El labio inferior de Soo Bin, sobresalió.
Tal vez si se estaba obsesionando con los comentarios ajenos y eso no tendría que ser así.
—Ya, comprendo... —Apretó el empaque vacío de su jugo y suspiró—. Dieciocho quilates.
El omega castaño casi escupió sus vegetales y Huening Kai le pegó en la espalda para que no se ahogara.
—Debe ser una broma —parloteó, cuando se recuperó—. ¿Y las incrustaciones?
—Treinta diamantes —siseó, con una comisura arriba.
—¡Madre mía!
Sus amigos si que se alegraban por su felicidad.
—Voy a la barra por un postre —declaró, arrastrando la silla hacia atrás—. ¿Quieren algo?
—Si hay pastel de chocolate, una rebanada, por favor.
—Yo quiero un bowl de fruta, por favor.
Soo Bin asintió, realizando su lista mental de pedidos: pastel para Kai, fruta para Beom Gyu y quizá un poco de gelatina para él.
Caminó por las separaciones de las mesas, agradeciendo que ya no hubiese una fila interminable de jóvenes esperando servirse el almuerzo.
Era viernes y la mayoría prefería comer en el servicio gratuito de cafetería antes que gastar más dinero en alimentos externos; las salidas nocturnas demandaban efectivo al pagar litros y litros de alcohol, nadie quería privarse de una buena cerveza los fines de semana.
Observó el mostrador, las bandejas de comida estaban semivacías y las charolas de postres mal acomodadas. Siempre era un desastre, los universitarios no conocían el orden, había manchas de aderezo por doquier.
Cogió dos tazones, un plato pequeño y los colocó sobre una bandeja, dirigiéndose primero al refractario donde la sandía recién cortada lucía jugosa e intentó alcanzar la cuchara para servirle su porción a Beom Gyu.
No obstante, una mano desconocida la sujetó primero y tuvo que retirar la suya, deduciendo que tendría que esperar su turno.
—¿Quieres fruta? —Un muchacho preguntó, revolviendo los trocitos en la charola—. Puedo servirte, si gustas.
Soo Bin fingió una sonrisa y alejó su bandeja del alfa mayor que se apareció como humedad en la pared.
—No es necesario, yo puedo hacerlo —aclaró. Enseguida, señaló el utensilio—. ¿Me puedes prestar la cuchara o vas a usarla?
—Voy a usarla para ayudarte, dame el tazón —Con una amabilidad sospechosa, extendió la mano—. No me cuesta nada.
—A mí tampoco me cuesta servirla yo mismo —Su semblante se neutralizó—. Puedo esperar a que la desocupes.
Impresionado, el estudiante alzó ambas cejas al soltar el cubierto y le dio el espacio necesario para que pudiese tomar la cantidad de sandía que quisiera sin estorbarle en el proceso.
—¿Entonces es cierto?
—¿Disculpa? —Soo Bin respondió con indiferencia, mientras se apresuraba a llenar el bowl—. ¿A qué te refieres?
—A que ya tienes alfa —espetó, con un tinte de asombro—. Choi Yeon Jun, ¿es cierto?
Maldición, ¿qué nadie tenía vida propia?
El menor tuvo que chasquear la lengua y afirmó sin más, al tomar un manojo de servilletas.
—Es cierto.
No entraría en detalles, no era necesario dar explicaciones a extraños o mejor dicho, a individuos que solo había visto una o dos veces en su corta trayectoria escolar.
—Vaya, que suertudo es ese Yeon Jun —El alfa expresó con muy mal galanteo y se cruzó de brazos—. ¿Dónde está ahora?, ¿por qué deja abandonado a su omega entre esta jauría de lobos hambrientos?
Soo Bin dejó ir una risa burlona gracias a la ridícula comparación.
—Porque no necesito un guardaespaldas que me cuide —Lo divisó con antipatía—. Yo tengo boca y puedo defenderme, ¿sabes?
—Eso no fue lo que yo escuché —tarareó, corrosivo—, por ahí me enteré de que le rompió la nariz a Dae Min por estar rondándote.
—Corrección, le rompió la nariz por tocarme —Altanero, especificó al apuntarlo con el dedo—: Hay que enterarse bien de las cosas, luego por eso se hacen los chismes.
Por alguna razón, encontró graciosa la situación actual.
Regresó a su encomienda y se recorrió en la barra, esta vez encontrando el área donde los pasteles cortados en pedazos asimétricos, resaltaban bajo una tapa de plástico transparente. Escogió la rebanada de chocolate más grande para Huening Kai, depositándola en el plato.
—Ya, pues no creo que a su novio le haya hecho mucha gracia...
Tras lo dicho, Soo Bin avistó por el rabillo del ojo que el alfa yacía sonriente, recargado en la orilla del mostrador y observando de manera petulante un punto fijo en el espacio de comensales.
La curiosidad le ganó, se forzó a girar el cuello en dirección al sitio exacto y para su sorpresa, se enfiló con la mirada pétrea de un soberbio omega de cabello rojizo.
Por inercia, curvó la ceja.
Desde que volvieron de la suspensión, Sung Jong no se había presentado al taller de arte ni un solo día, tampoco se lo había topado por ningún lado de la escuela e incluso llegó a creer que se había dado de baja o algo parecido.
Sin embargo, ahí estaba la bomba atómica hecha persona, mirándolo con el usual rencor destilando de sus pupilas y una manchita en la orilla de su boca, producto del manotazo que le dio la última vez que se cruzaron.
Soo Bin sonrió con un toque de insolencia, él ya no tenía rastro de los rasguños que le fueron hechos durante la pelea.
—Me da igual —Batió las pestañas y retomó sus acciones, sacudiendo su melena al rotarse—, no me afecta en lo absoluto.
—Eres muy seguro de ti mismo.
—No hace falta que me lo digan, ya lo sé.
Y en tanto la plática superflua era desarrollada por el omega y el alfa en la barra de alimentos, la puerta de la cafetería fue empujada por un grupo de chicos que causó revuelo al ingresar, en un conjunto de risas bulliciosas que todos desprendieron debido a una broma tonta que alguno dijo.
Entre ellos, venía Yeon Jun.
El ojiazul aceptó acompañarlos a pesar de no tener hambre solo porque sabía que Soo Bin estaba ahí; leyó su localización en un mensaje y se tomó un respiro de las labores como docente para ir a verlo antes del inicio del siguiente periodo.
Pese a su buen humor, su faz mudó por completo al ser recibido con una escena nada grata que lo dejó a parado a medio camino.
A unos metros, tenía a Soo Bin hablando con un tipo cualquiera, uno más del montón que ni siquiera conocía, un imbécil de los tantos que babeaban por el menor y que no ocultaban su interés a pesar de tener una barrera construida, impenetrable y rígida.
Sus palmas se helaron como efecto secundario, una revolución armada se instauró en su pecho y estuvo a punto de perder las riendas, de despotricarse, a nada de imponerse como un posesivo, como cualquier alfa promedio que veía a otros intentando tomar lo que era suyo.
En cambio, algo le devolvió la paz a su agitado espíritu, una ventisca que le provocó relajar el cuerpo y aflojar los brazos. Una emoción pacífica, una analogía sensitiva, semejante a lo que percibían los bebés hambrientos cuando les entregaban su biberón o como si le compraran el juguete más deseado a un crío bien portado.
Respiró profundamente, parpadeando al rescatar su buen criterio.
El aroma de la mandarina era fresco, otoñal y sobre todo, edificante.
No se movió de lugar, tampoco despegó la vista del omega e inclinó el rostro al sentir que Jackson lo tomó por el hombro.
—Yeon, no armes líos —Con precaución, su amigo le pidió—: Recuerda que no necesitas más inconvenientes.
Por el contrario, perfiló una sonrisa modesta y resguardó la tranquilidad que albergó en el alma.
—No lo haré —murmuró, imperturbable—. Tú solo pon atención.
Tal vez no lo había visto, pero Soo Bin notó que estaba ahí.
Y de alguna forma, le hizo saber que estaba manejando a la perfección aquella inoportuna circunstancia.
—Entonces, tal vez estoy arriesgando la vida y quizá me tumben un diente por estar intentándolo —dijo el universitario, antes de que el omega se marchara—. Aun así, ¿te gustaría...?
Soo Bin no lo dejó siquiera terminar; cargó con su bandeja llena y negó repetidamente con la cabeza.
Que falta de respeto.
—No te molestes, estoy con el alfa de mis sueños —Pondría los altos que fuesen necesarios, se le facilitaba mucho hacerlo—. No hace falta que termines tu invitación, nos vemos.
Con los dos hoyuelos emperifollando sus mejillas, acabó por retirarse del espacio, llevando consigo los postres de sus compañeros y dejando atrás al muchacho que no se mostraba abatido, por el contrario, estaba atónito.
Determinó que era un omega de gran carácter.
Se mordisqueó el labio cuando optó por tomar otra ruta para volver a su lugar, rodeando el conjunto de mesas que anteriormente esquivó y proyectó otra sonrisa cuando los ojos de Yeon Jun lo escocieron de pies a cabeza.
Se plantó a unos pasos de él, sacudiendo las pestañas con blandura y el mayor trató de pasar saliva sin hacer ruido.
—¿Vienes?
Soo Bin incitó al arrojar la cuestión y sin permitir una réplica, siguió su andar por la libre circulación de la cafetería; Kai y Beom Gyu lo esperaban con impaciencia y sería de muy mal gusto hacerlos aguardar todavía más.
El alfa plasmó un gesto de arrogancia, orgulloso del momento y Jackson le brindó un empujoncito en la espalda. Reaccionó, avanzando a zancadas detrás de su omega mientras los presentes se secreteaban, sacando conclusiones ambiguas.
Que se jodieran.
Ellos se pertenecían de todas las formas posibles.
—¿Quieres dejar de caminar en círculos? —Yeon Jun se frotó el rostro con las manos—. Me estás mareando.
Las ojos del omega lo atravesaron como un par de afiladas cuchillas.
Se arrepintió de abrir la boca.
—¡¿Acaso no te importa que vaya a morir de un ataque de nervios!? —alardeó, con dramatismo—. ¡Aun tengo mucha vida por delante!
—Tú tuviste la idea de venir.
—¡No me hubieras hecho caso!
Soo Bin estaba en apuros.
No pensó correctamente al hacer su tonta sugerencia, al inicio supuso que sería una buena idea hacerle saber por fin a sus progenitores que Yeon Jun y él se entendían mucho mejor de lo que podían imaginarse.
Estaba seguro de hacerlo, pero al ver que el auto tomó la vialidad principal y los condujo hasta la entrada de la colonia, le rogó al alfa que volvieran a la universidad a pasar un bonito sábado en su dormitorio, viendo alguna película y después le hizo la magnífica propuesta de cerrar la velada con un polvo o dos.
Algo casual, no era el primero ni el último en romper frecuentemente la norma.
—¿Por qué es tan difícil? —Yeon Jun atinó a preguntar—. Sólo hay que entrar, saludar a tus padres y decirles que te estoy cortejando...
—¡Es que no entiendes! —refutó, agitando los brazos—. Mi madre lo va a entender y seguramente lo aceptará con alegría, le caes muy bien...
—Me he dado cuenta, me saluda cuando me ve y a veces me dice hijo —comentó, complacido—. Yo creo que lo sospecha.
Soo Bin sonrió con los labios juntos al poner los ojos en blanco.
—Bobo, así le dice a todos los jóvenes que le agradan. O hija, en su caso.
El alfa lo miró, pensando seriamente en enseñarle la lengua de forma infantil.
—Gracias por bajarme de la nube, omega tonto —gruñó, con falsa molestia.
—Por nada —Soo Bin se jactó, arrugando la nariz—. Como sea, el dilema no es con ella... El que me preocupa es mi papá.
Y no era nada de cuidado, el señor Kim era una persona excepcional.
Solo se trataba de un padre sobreprotector con su familia, un alfa amoroso y serio que veía primero por su esposa e hijo, por el bienestar de los suyos, que los cuidaba a sol y sombra.
Un hueso duro de roer para cualquiera que no fuese de su núcleo sanguíneo.
—Bueno, he de decir que él nunca me ha dicho siquiera un "hola" —Yeon Jun asimiló, pateando una pequeña piedra hacia el jardín—. Y cuando me lo encuentro, apenas me mira.
—No te lo tomes personal, él es así de seco —Jugueteó con sus dedos. Se sentía nervioso—. Es severo y difícil de manejar.
—¿Y eso te preocupa?
—¿A ti no?
—Pues... no —titubeó, al subir y bajar los hombros—. Porque sé que puedo ganarme su confianza, ¿no lo crees?
—Sí, eso suena lógico, pero no creo que le haga mucha gracia saber que nos acercamos gracias a que eres mi maestro —expuso el valioso detalle—, pensará que rompimos mil reglas en la universidad y va a enloquecer.
Ya veía venir el alboroto.
—Podemos omitir esa parte —sugirió—, si es que te hace sentir más tranquilo.
El ojiverde se frotó los ojos al pensar y tardó tres segundos en desertar.
—No me gusta mentirle...
—Entonces no hay que mentirle —El castaño murmuró y se rascó el cuero cabelludo—. Hay que decirle la verdad, toda la verdad, hay que mencionar que me ayudaste en mi celo y que te follé en tu dormitorio, ¿te parece?
Soo Bin se puso rígido y jadeó perturbado.
Le colocó rápidamente el índice sobre los labios, implorando silencio y miró en automático hacia las ventanas en la planta baja de su casa.
Gracias al cielo, se hallaban cerradas.
—¡A veces me sacas de quicio! —reclamó, dando un pisotón en el andador de concreto—. ¡No es momento para tus bromas!
Como recompensa a su rabieta, obtuvo un beso tronado y sonoro en la mejilla.
Se sonrojó.
—Tienes razón, me disculpo —Enderezó la espalda e imitó la posición de un soldado al encararlo—. Qué te parece si entramos, me presento y digo algo como... Buenas tardes, señor y señora Kim, soy Choi Yeon Jun y les doy las gracias por haber traído a este precioso chico al mundo —Fingió estrechar un par de manos en el aire y prosiguió—: Mi corazón lo agradece y mi polla también.
Increíble. No podía tomarlo con seriedad.
El omega se rindió y acabó por expulsar una carcajada, derrotado por la espontaneidad opuesta.
—¡Eres un ordinario!
Yeon Jun también reía.
—Dijiste que no querías mentir —Las líneas de expresión aparecieron al final de sus ojos—. Yo solo estoy siendo honesto.
—Pues tu honestidad nos llevará a la ruina, eres un cínico.
—Habló el que me restregó el culo —musitó con ironía y lo tomó duramente por el mentón—. Te está sangrando la boca, cariño.
Las piernas de Soo Bin se debilitaron y antes de que no pudiera resistirse a los impulsos, se alejó del apasionante agarre.
—¡Basta! —Tenía hasta las orejas coloreadas de rojo—. Ninguno de los dos dirá barbaridades relacionadas al sexo, ¿de acuerdo?
—Bien, prometo que no haré mención de tu lindo trasero —El alfa le lanzó un guiño y se dirigió al recibidor exterior, subiendo el escalón—. Vamos ya, es momento.
—No, no, espera —Lo alcanzó a sujetar del brazo—. ¡No estoy listo!
Los latidos eran cada vez más fuertes en su tórax.
—Ni yo —Delineó su propio labio superior con ansia y exhaló—. Pero mientras más rápido termine, mejor.
Soo Bin no pudo detenerlo, su respiración dejó de ser regular.
El timbre fue tocado y Yeon Jun se colocó unos centímetros atrás de él, con una enorme sonrisa totalmente ensayada.
Que las deidades en el firmamento se apiadaran de ellos, por favor.
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Espero les gusten el capitulo de hoy! 🫶🏻 Diganme si hay algún error, por fis.
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