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CAPITULO 19.

Hasta cumpliendo con su castigo, lucía apuesto.

—Estoy seguro de que me equivoqué de carrera —murmuró Huening Kak. La punta de su color verde se rompió por tercera ocasión—. Yo no estoy hecho para esto, es mucho para mí.

—Eres un exagerado, siempre que algo se te complica, dices eso —Beom Gyu entornó los ojos—, ¿ahora qué es?

El beta levantó su hoja, mostrándole el dibujo de una pera a medio terminar.

—¿Por qué no logro que se vea real? Parece que lo hizo mi hermanito de cinco años.

Soo Bin alzó la cara y observó el dibujo, frunciendo los labios.

—Tú no tienes hermanos menores.

—Lo sé —espetó, batallando por no gritar—. Pero si lo tuviera, quizá lo haría mucho mejor...

Ambos omegas compartieron una mirada y eligieron el camino de la paz al no reírse.

—Solo es cuestión de difuminar bien —El rizado explicó—: Te enseño, creo que tus trazos están muy definidos todavía.

Aunque no era un profesional, detectó fácilmente el error común, a todos les solía pasar.

Incluso a él.

Las tardes que Yeon Jun se encargó de llevarle las tareas a su casa, también tuvo un curso intensivo que le ayudó a pulir sus técnicas de dibujo. Aprendió muchas cosas que le facilitarían la existencia y le ahorrarían horas de estrés.

El alfa fue un ser de luz, brindándole un auxilio que de verdad necesitaba.

—Mira, te faltó combinar bien los tonos aquí —Utilizó el color blanco para mejorar el resultado final—, y no olvides que la sombra es parte importante, así le das volumen.

Huening Kai no perdía detalle de la estrategia artística y asentía al asimilar.

—¿Cómo es que lo haces ver tan sencillo? —inquirió, chupándose el labio—. Ojalá yo también tuviera el don.

—No es un don, es práctica —Le contestó, aplicando el matiz oscuro abajo de la fruta—. Poco a poco, necesitas toda la paciencia del universo.

—He ahí el problema —Beom Gyu intervino al cambiar la página de su libro—. Huening Kai es la persona menos paciente del universo y es irónico porque es un impuntual de primera.

—¿Qué relación tiene? —Se defendió—. Llego tarde pero siempre llego.

Esa era su conclusión.

Tras reírse por la nariz, el omega de cabello avellana lo miró con diversión.

—Odias esperar pero si pides que te esperen...

—Bueno, ¿y eso en qué afecta al calentamiento global?

—... ¿Qué?

La discusión de aquel par siguió en voz baja y Soo Bin optó por ignorarlos, devolviendo la ilustración y sonriendo al aceptar que no tenían remedio.

Dirigió su vista a la recepción y suspiró al hallar el precioso perfil de su alfa, quién atendía amablemente al grupo de alumnos que entregaba un montón de libros.

El escáner para código de barras sonaba y las teclas eran presionadas al dar de baja las deudas de material en el sistema, Yeon Jun aprendió el proceso en solo dos días de la semana anterior.

Se veía tan atractivo, concentrado en hacer bien su trabajo, con las mangas de su playera dobladas por encima del codo y una sonrisa cortés deslumbrando en su boca.

Soo Bin apoyó la mejilla en su mano e inclinó la cara hacia un costado. Se tomó un descanso para contemplarlo, los pensamientos se arremolinaron en su cabeza y sus sentimientos se desordenaron como los de cualquier adolescente experimentando el primer amor.

Y es que eso representaba Yeon Jun.

Su primer y único amor.

Dejó de oír los murmullos de sus amigos, sus ojos tropezaron con los del alfa y eclipsaron la luz. Dos sonrisas en paralelo, un guiño seductor y una cara enrojecida como desenlace.

Inconscientemente, el omega se mordió el labio.

Meneó sus alborotados rizos en dirección a la estantería oeste y empujó la silla hacia atrás al ponerse de pie, pestañeando coquetamente. Esperaba que con ese gesto fuese suficiente para darse a entender y caminó hacia los anaqueles de dos metros, internándose en el penúltimo pasillo que tenía diversos títulos que empezaban con las letras "U, V, W".

Se plantó frente al estante y leyó el nombre de algunos tomos. Decenas de copias que le daban los fundamentos para entender mejor su profesión.

Con el índice, delineó los lomos de uno que otro, como si estuviese buscando alguno en específico pero sin distraerse del entorno.

Entonces, de soslayo atisbó la presencia de alguien y se aguantó las ganas de sonreír.

Percibió que un cuerpo lo cubrió por atrás, una mano se cerró a la altura de su cintura y movió la nariz al olisquear el mismo aroma que la chaqueta prestada tenía.

—¿Buscas algún libro en especial? —La voz de Yeon Jun invadió su oído—. Te puedo ayudar a encontrarlo.

Soo Bin se aturdió. Lo normal cuando estaba tan cerca de él.

—No, solo estoy revisando el amplio catálogo —Repasó los nombres escritos—, hay variedad.

El mayor afirmó en un tarareo y se pegó más a su espalda.

—La hay, es por eso que manejamos un servicio especial —musitó, rozando la nariz en el hueco de su cuello—. Dime cuál necesitas y te lo consigo, incluso si no lo tenemos.

La piel se le puso de gallina.

—¿Y si ni siquiera existe? —farfulló, guardando la compostura—. Puedo decirte un título cualquiera y hacer que pierdas tu valioso tiempo intentando encontrarlo.

—No hay lío. Si no existe, yo mismo lo escribo para ti.

La frase causó que el omega se estremeciera y no ayudó que Yeon Jun se las ingeniara para besarle tímidamente la piel que apenas se mostraba de su cuello.

Todavía traía puesta la chamarra que le confiscó, aunque el frío ya no calara, no se la quitaría bajo ninguna razón.

—¿Así que esto es el servicio especial? —dijo, al girarse sobre sí y quedar frente a frente.

—En efecto. Tú pides, yo cumplo, ¿qué opinas?

La ceja del menor se curvó y lo sujetó de los antebrazos.

—Opino que si cualquiera tiene derecho a esto, no lo quiero —La sonrisa que esbozó fue determinante—. Si es exclusivo, puede ser...

Yeon Jun se remojó los labios. Maldito lado arrogante que Soo Bin sacaba a relucir en los instantes indicados.

—Digamos que si es una excepción, solo para mi omega —Acortó la brecha entre sus bocas—. ¿Y bien?, ¿En qué editorial quieres que se publique el libro que necesitas?

Casi se partió en una risa jocosa y nerviosa.

Lo ponía a temblar como hoja al viento.

—En la más reconocida —explayó sobre sus labios, rozándolos con provocación— Asegúrate el éxito, alfa.

Se condenó.

Porque en un arranque de tentación, Yeon Jun lo besó con fuerza, sin mucho tacto ni sincronía y su espalda se estrelló con el anaquel de acero.

El alfa llevó el ritmo en el movimiento abrupto de sus labios, sus lenguas se interceptaron con desespero y le jodió el juicio escuchar los ruiditos que Soo Bin emitió con cada mordisco.

La adrenalina de ser descubiertos fue fulminante, ambos sabían que no estaban en un lugar apto para besuquearse como dos insaciables, pero no les pudo importar menos.

En un intento de salvaguardar su integridad, Soo Bin tuvo el impulso de juntar sus muslos, pues las acciones eran sugerentes y lubricar sería degradante para su imagen.

No obstante, Yeon Jun reparó la finalidad y no se lo permitió. Coló la rodilla entre sus piernas, presionándose contra su pelvis y se bebió el ronroneo delicado que le arrebató con la acción.

El menor lo tomó por los hombros y gruñó, desbaratándose al sentir unas manos palpando su culo, apretándolo por encima de sus pantalones sin ninguna pizca de culpa.

Dio un saltito hacia atrás, estampándose nuevamente con los libros alineados y Yeon Jun le soltó una nalga, con el propósito de crear un soporte con la mano al apoyarla en un barrote del estante, justo a lado de su cabeza.

Sin embargo, no midió su fuerza.

Porque al recargarse, el anaquel tambaleó y Soo Bin abrió los ojos al notar que su espalda perdía la base en la que se había recargado. Empujó al castaño por el pecho, haciendo que saliera de su trance y fue sujetado de la muñeca, evitando que cayera hacia atrás.

—¡A la mierda!

El estruendo hizo que todos los presentes se asustaran y voltearan hacia esa esquina.

El maldito librero fue derribado y en un efecto dominó, arrasó con el contiguo.

Dos estantes se desplomaron, el metal impactó en el suelo y gracias al cielo, no hubo ningún estudiante rondando por ahí que saliera lastimado por la imprudencia de Yeon Jun y Soo Bin.

Solamente se creó una montaña de libros regados y un sonido estridente que acabó con la calma de la biblioteca en un santiamén.

Los tacones de la bibliotecaria resonaron en la loseta al aproximarse y los alumnos miraron el siniestro escenario, sin comprender como había ocurrido.

—¡¿Qué carajo?!

—Se cayeron de la nada, ¡aquí espantan!

Huening Kai y Beom Gyu también se mezclaron en el conjunto, igual de sorprendidos porque alcanzaron a ver el instante en que ambos muebles se derrumbaron en secuencia lineal.

Y por atrás, Soo Bin hizo aparición, con el corazón en la garganta y la preocupación comiéndole el alma.

—Oh, Dios, ¡¿qué pasó?!

Usó el sobresalto a su favor.

—¡Un fantasma empujó los libreros! —Huening Kai lo sostuvo del brazo—. ¡Te dije que si existían los entes malignos!

—Diablos, ¿de verdad? —investigó—. ¿No vieron nada?

Necesitaba asegurarse de que su escape no dejó huella.

—No, de hecho casi nadie viene a estos anaqueles, los tomos de aquí son los menos demandados —Beom Gyu aportó y se frotó la mandíbula—. Es extraño.

Soo Bin silbó y después suspiró con fuerza; consiguieron escabullirse victoriosamente.

—Sin duda, lo es...

Mientras él fingía demencia, Yeon Jun arribó corriendo, secándose las manos en el pantalón.

—¿Su Min? —Se colocó a un lado de la mujer que portaba anteojos—. ¿Qué ocurrió?

—Fueron derribados, no me explico cómo... —ella respondió, frotándose la sien.

—¿Solo así?

—Solo así.

Visualizó el cúmulo de libros y el remordimiento lo sacudió. No le gustaba decir mentiras ni engañar a la gente, pero ya no le convenía meterse en más problemas; ni a él, ni a Soo Bin.

Que el todopoderoso lo perdonara.

—Me pondré a levantar, tú no te preocupes por ello —resolvió y la alfa inhaló—. Uno ya no puede ir tranquilamente al baño porque suceden estás cosas...

A Su Min no le causó tanta gracia la broma, estaba ocupada intentando encontrar un motivo coherente que justificara el repentino derrumbe.

Aceptó la ayuda y le ordenó a los estudiantes que retomaran sus actividades; todos obedecieron, regresando a sus puestos y el área se despejó.

Yeon Jun viró hacia Soo Bin, éste continuaba parado atrás de una columna, siendo víctima de la congoja; se notaba a leguas que quería ayudarle, era obvio que se sentía responsable del desastre.

Le indicó que volviera a su mesa por medio de una seña y después le sonrió de forma cómplice, lamiéndose la comisura derecha.

El omega se ruborizó por el descaro y estableció que nunca más se besarían en la biblioteca.

—Hablo en serio, ¿las cámaras no nos captaron?

—Ya te dije que no —Yeon Jun repitió por tercera vez—, los lentes solo enfocan el área de lectura, de trabajo y la recepción.

Soo Bin no se convenció.

Infló las mejillas y comió lo poco que sobraba de su helado sabor vainilla.

—Eso es ilógico, ¿y sí me guardo un libro en la mochila? —parloteó, con la cucharita entre los dientes—. Nadie se daría cuenta si lo hago entre los libreros.

—Por si no lo notaste, hay sistema antirrobo —argumentó, con un dejo de burla—. Todo el material de la biblioteca está registrado y los sensores se activan si antes no se registra la salida de un ejemplar.

—¿Ahora eres un experto en eso? —Se limpió la boca con su servilleta—. Haré un plan malévolo y hurtaré una enciclopedia, ni cuenta te darás.

Yeon Jun se terminó el cono de galleta y se frotó las palmas.

—¿Ah sí?, ¿Acaso eres un criminal encubierto?

—La policía no logra atraparme, más te vale guardar el secreto —Lo miró, con supuesta hostilidad—. No me pongas trampas, Choi.

—Cuenta con mi silencio —constató ufano y apuntó hacia un pasillo del centro comercial—. Voy al sanitario, ¿me esperas?

Soo Bin asintió y cuando Yeon Jun se internó en el pequeño andador hacia los baños, se encaminó hacia un bote de basura para depositar su vasito vacío con el logotipo de la heladería.

Dedicó una mirada a los locales comerciales del entorno, las tiendas de ropa, de calzado y uno que otro que vendía accesorios del hogar o decoración.

Él no era fanático de entrar a los negocios cuando no traía dinero, se abstenía de ambicionar cosas que no podía comprar en ese momento. Sus gastos todavía eran controlados por sus padres, ellos decidían cuando darle dinero para adquirir prendas nuevas y por el momento, no era necesario, lo que tenía en su closet estaba en buen estado.

Por otro lado, las tiendas de joyería eran su ruina y a esas si entraba por una sencilla razón: los accesorios que vendían ahí, eran imposibles de costear, se clasificaban como lujos que no podía darse y le bastaba con admirar.

Aprovechó que Yeon Jun demoró y se metió a una joyería de renombre, mundialmente conocida que era especialista en fabricar piezas de oro y diamante, sofisticadas y de alto estatus social. Le gustaba conocer las nuevas colecciones con piedras preciosas, los collares, anillos y brazaletes.

Caminó por las vitrinas de cristal, leyendo la cantidad de oro puro que cada joya contenía, hasta que se encontró con el brazalete más lindo que sus ojos habían visto.

Tenía la figura de un felino recostado, de perfil y estaba hecho en oro amarillo con varios diamantes adornando la cadena.

Le pareció divino, alucinante.

E intuyó que era muy costoso, pues el precio no era mostrado.

—¿Puedo ayudarle en algo? —Una de las vendedoras uniformadas, se acercó.

—No, solo estoy viendo —masculló a media voz—, me gusta ver las novedades.

—Esa pulsera es de las más vendidas hoy en día, es de dieciocho quilates en oro amarillo.

Los orbes de Soo Bin se expandieron y ensimismado, se sumergió en el glamour de la joya.

—¿Cuántos diamantes tiene?

—Treinta y los adornos en el lomo del animal, están realizados de onix negro —La joven beta conocía muy bien el producto—, también tenemos un anillo de esa misma colección y los aretes.

Bastante ostentoso.

—Es bonito, el diseño es precioso...

—La calidad es excelente —constató y movió su coleta de lado a lado—, aunque debes saberlo, nos caracterizamos por ser de las mejores marcas en el mundo.

—Lo sé por las reseñas —puntualizó, risueño—, de las mejores pero también de las más caras...

La chica hizo un amago de sonrisa y entrelazó sus dedos por detrás de la espalda.

—Tenemos piezas relativamente menos costosas, si gustas-...

—¿Podrías mostrarnos ese brazalete?

Soo Bin volteó hacia el inicio de la vitrina y la encargada copió la acción.

Yeon Jun los observaba, repartiendo una contagiosa sonrisa mientras tenía un codo apoyado en el vidrio blindado.

—¿Cuál? —Ella se atolondró.

—El que mi omega está viendo —concedió y movió las cejas—. ¿Tienes en existencia?

—Sí, por supuesto —recordó su obligación y enseguida, fijó su mirada en la muñeca del más joven—. Traeré las tallas disponibles y veremos cuál le queda mejor...

La trabajadora se desplazó por la tienda, sacando unas llaves de su bolsillo y entró al almacén, dejando el negocio en manos de sus compañeros y de los tres guardias de seguridad que hacían escolta.

A Soo Bin se le encogió el estómago en una reacción involuntaria y se restregó la frente, en tanto se avecinaba a Yeon Jun.

—Oye, lo de ser un criminal era broma —aclaró, por si acaso—, no quiero ir a prisión por un brazalete, vámonos de aquí.

Intentó sostenerlo del brazo y el mayor dio un paso en retroceso.

—Vamos, pruébatelo —instó—, no te quita nada, hay que ver como se te ve.

—No, ¿tú sabes lo que cuesta esa cosa? —Se lamentó en un gruñido—. ¡Ni siquiera yo lo sé! Si algo se rompe aquí, hay que pagarlo y no estoy dispuesto a pasar la vida endeudado con ésta empresa.

De locos.

Nunca terminaría de pagar si alguna piedra se caía de la pulsera y se perdía.

—Soo Bin, nadie va a romper nada —resopló—, solo póntelo, eres muy cuidadoso, ningún diamante saldrá dañado...

Bien, confirmó que a Yeon Jun le faltaba un tornillo.

—Hay que irnos, es innecesario todo este teatro...

—¿Lo es?

—¡Sí! Además ya es tarde, no he terminado mi tarea y-...

Su explicación se interrumpió gracias a que la vendedora retornó al mostrador, cargando una torrecilla de empaques iguales con el sello de la marca y el distintivo color rojo.

—Chicos, ¿pueden acercarse? —Los llamó en un ademán.

—¡Claro!

Yeon Jun ganó ventaja. Velozmente, sujetó los hombros de Soo Bin y lo guió hasta la vitrina, imaginándose la mueca llena de irritación que probablemente había puesto.

Los músculos del rizado estaban tensos y aunque intentó cimbrar los talones en el mármol del piso, fue arrastrado hasta su absurdo destino.

Los dueños del negocio los echarían a patadas si supieran que solo estaban robándole oxígeno a los verdaderos clientes.

—Acércate —La beta pidió, mostrándole una cinta métrica y el omega fue obligado a dar un paso más—, voy a medir el contorno de tu muñeca y de ahí, te mostraré los brazaletes que pueden quedarte bien, ¿vale?

—Que amable, pero-...

—Nos parece excelente —Yeon Jun se adelantó. Ojos achinados y felicidad evidente—, adelante.

¿Es qué todos se habían puesto de acuerdo para no dejarlo hablar?

—Bien —Extendió la mano y deliberó continuar con su trabajo—. Tu brazo...

No hubo escapatoria.

El proceso fue realizado, sacando los centímetros que el accesorio debía rodear y no tardó tanto en tener uno de los brazaletes abrochado, a la medida exacta, brillando al inicio de su antebrazo.

Se mantuvo callado, examinando la figura reluciente del felino y reprimió un jadeo al ver los pequeños diamantes.

Delirante.

—En definitiva este es el indicado, te queda a la perfección —convino la encargada.

—Sí... está precioso —Soltó con honestidad.

Su vista perdida en el resplandor que la luz le otorgaba a la pieza.

Tan valioso, suntuoso.

—Gracias por la atención —Yeon Jun tomó la palabra—. Nos lo vamos a llevar.

Ahí, palideció.

—¡¿Qué?!

La chica consintió al mover la cabeza, como si entendiera la bonita treta.

—Solamente aceptamos pagos con tarjeta, ¿está bien?

—Sin problema.

Joder, joder.

El alfa tenía severos líos en la mente, sin duda alguna, los cables se le estaban cruzando.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —explotó, entre dientes.

—Pagar por una pulsera —repuso, a la vez que sacaba su billetera—. ¿Qué tiene de raro?

El ojiverde quiso jalarse los cabellos. Por poco lo hizo al reparar que el cajero, tecleaba algo en el computador.

—Hablo en serio, Yeon Jun —Disminuyó el volumen para no montar una escena—. No tienes que hacerlo, no puedes gastar así como así. Vámonos.

—Ni siquiera nos han dicho el precio —Apartó la vista y se enfocó en el próximo pago—. Tómalo como una disculpa por el susto que te metiste con el incidente de la biblioteca, fue mi culpa.

Le estaba tomando el pelo.

—Listo... —El chico capturó los datos del brazalete vendido y alistó la terminal—. El total es de 26,625.772 millones de wons.

La mandíbula de Soo Bin cayó y no pudo articular sílaba alguna.

—Perfecto —El castaño le entregó una tarjeta negra—. Cárgalo aquí, por favor.

El pequeño trozo de plástico entregado pasó exitosamente y la compra fue hecha, aun en contra de su voluntad.

Se miró la muñeca, ahora tenía un adorno de oro puro. Hundió los dedos en los tirabuzones de su frente y su cerebro no dimensionó la cantidad pagada; nunca en su vida había oído ese número en el precio de un cosa.

Peor aún, jamás idealizó que recibiría un obsequio así de exclusivo.

Entró en un shock emocional.

—¿Te lo vas a llevar puesto o prefieres guardarlo en su cajita?

Yeon Jun levantó en una mano el empaque de terciopelo escarlata y en la otra, mostró la bolsa que le otorgaron para llevarse con mayor comodidad la joya.

Estaba claro, lo iba a matar.

¡Claro que lo haría!

... A besos.

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¡Aquí otro capitulo! Espero les guste y si hay algún error no duden en decirme! ❤️

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