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CAPITULO 13.

Soo Bin se movía igual a un torbellino por su dormitorio, sacudiendo el polvo de las repisas, limpiando su escritorio y acomodando la ropa que lavó el día anterior, con una canción sonando en su reproductor a un volumen moderado.

Tenía una pañoleta amarrada a la cabeza y vestía su mejor atuendo para hacer el aseo: un short deportivo de algodón junto a una camiseta holgada sin mangas, bastante cómodo.

Eran las once de la mañana con tres minutos y estaba a punto de terminar con su aseo general de todos los domingos, cuando la cabeza del supervisor de piso se asomó por el marco de la puerta abierta.

—¿Soo Bin? —Lo llamó, parándose en el umbral—. ¿Estás ocupado?

Giró hacia el beta que se encargaba del control en la planta baja y se rio simplón al ver su típica mueca de aversión.

—¡Hola, Jin Seok! —vitoreó, zarandeando el plumero—. Un poco, ¿necesitas algo?

—No, solo vine a decirte que te buscan.

—¿Quién? —Plegó su frente al indagar y con su celular, apagó la música—. No espero a nadie aún, solo hasta las doce.

Jin Seok se encogió de hombros, dando un par de pasos a la derecha y expuso a la visita madrugadora.

Su mandíbula cayó y pestañeó atolondrado cuando reparó la silueta de ese muchacho con el que tenía pactada una cita al mediodía.

Yeon Jun hizo aparición en la entrada de la habitación, sujetando una bolsa de papel con un brazo y levantó una palma para saludar con una seña amistosa, al tiempo que apretaba los labios en una sonrisita.

Los orbes le resplandecieron con ilusión, no le importó botar el artículo de limpieza al suelo y se aproximó como una centella al acceso.

—¡Yeon Jun, que gusto!

Poco le importó que arribara con una hora de anticipación, ni siquiera le causó relevancia.

Su emoción era infinita.

—Hola, Soo Bin —El alfa lucía apenado por su exceso de puntualidad—. ¿No te interrumpo?

—Para nada —Sacudió la mano, restándole importancia—. Adelante, vamos.

Tras la indicación, se ayudó del lenguaje corporal para invitarlo a pasar, simulando ser el mejor anfitrión y derrochó una sonrisa exuberante, al escucharlo reír debido a su teatralidad.

Los bordes en los ojos de Yeon Jun se arrugaron, le agradeció al prefecto la atención brindada y entró a la habitación, internándose a través de la loseta cerámica y notando de primera instancia que el orden era primordial dentro de esas cuatro paredes.

—Soo Bin, puerta abierta —Jin Seok dio la última pauta—. Recuérdalo.

—Lo sé, gracias por escoltarlo, nos vemos en un rato —resolvió, con un pulgar arriba.

El supervisor asintió con seriedad y se retiró por el ruidoso andador mientras pensaba seriamente en pedir vacaciones pronto; los jóvenes le producían jaqueca.

Soo Bin suspiró al darse media vuelta, con el montón de mariposas volando en su vientre y denotó a Yeon Jun, de pie, entretenido en los portarretratos de su repisa.

No perdió detalle de su atinada vestimenta; portaba una chaqueta de mezclilla desabotonada, una playera básica en color blanco sin estampado y vaqueros en matiz negro, algo casual, adecuado para una ida al cine.

Y bueno, él parecía un vagabundo, todavía ni se duchaba.

—¿Acaso te caíste de la cama? —sondeó, rompiendo el sigilo.

El aludido giró a verle, resoplando con diversión y negó.

—Lo lamento, al parecer me previne demasiado para no llegar tarde y hoy no había tanto tráfico como lo pronostiqué... —argumentó, enderezando el cuerpo—. Discúlpame, no quería impedir tus deberes domésticos, planeé esperar afuera hasta que la hora llegara, pero luego lo medité y en definitiva no quise que mi obsequio llegara frío...

Al finalizar su explicación, metió la mano a la bolsa traía cargando y escarbó con cuidado en ella, sacando un bizcocho esponjoso con su respectivo envoltorio térmico que le ayudó a guardar el calor desde que salió del horno.

Soo Bin registró cada movimiento y el olor reconfortante de la mantequilla lo llevó a humedecerse los labios con la lengua.

—¿Qué has traído?

Una corazonada le burbujeó en el pecho, lo adivinaba…

—Un panqué de vainilla —respondió complaciente y le tendió el producto comestible—. Creo que te gusta, es el que más te he visto comprar en la panadería de la cuadra...

Era normal que ese particular pormenor viviera en su mente, pues todas las ocasiones en que se tropezó con el omega en el expendio de pan, una rebanada de aquel exquisito bizcocho fue comprada.

Leyó cada una de sus expresiones y supo que había sido un presente oportuno; la sonrisa en Soo Bin fue escandalosa, se mordió con energía la cara interna de la mejilla para no gritar.

Un punto a su favor.

El logotipo del negocio local cercano a sus viviendas, yacía impreso en el papel que envolvía el delicioso manjar que tanto amaba consumir; lo recibió y su boca se hizo agua al inhalar la exquisita esencia, tan propia de la vainilla.

—Es mi favorito —atesoró y sus iris brillaron—, muchas gracias, te juro que es una de las cosas que más extraño cuando inician las clases.

—Lo supuse, por eso quise aprovechar que yo si puedo volver a casa y te compré uno —Su semblante era similar, de alegría pura—. Espero lo disfrutes.

El omega lo miró afectuoso. Le cosquilleó el impulso de lanzarse a sus brazos y robarle un beso como verdadero agradecimiento.

La blandura no cabía en su alma, se estaba derritiendo de amor ante el suave rubor que se regó por las mejillas del mayor; nunca había tenido el placer de verlo sonrojado y le parecía lo más dulce del planeta.

Yeon Jun se frotó los pómulos con los dedos, consciente de que el calor se le había subido al rostro. Quedó evidenciado.

—¿Quieres un pedazo? —Soo Bin preguntó, en tanto se dirigía a su escritorio.

—Gracias, pero lo traje para ti.

—¿Y? Yo lo quiero compartir contigo —exclamó, quitando el papel que arropaba el panqué—. No aceptaré un no por respuesta, así que considéralo.

—Que demandante —Aclaró su voz y lo siguió con la vista—. Supongo que puedo ceder.

Luego de eliminar el enrojecimiento inevitable de su cara, el castaño se enfocó en las acciones serenas del otro; ahora le daba la espalda, con su vestimenta ligeramente malgastada y los rizos atados por medio del pañuelo de tela.

Se sintió un poco culpable por recorrerlo de arriba hacia abajo con la vista, pero su atención fue capturada por ese par de muslos gruesos que destacaban bajo el short de tela suave que Soo Bin portaba, contorneando su bendecida figura.

La situación se complicó cuando divisó la curva prominente que se formaba debajo de su cadera, la camiseta era lo suficientemente larga y gracias al cielo, cubría esa pecaminosa zona; aunque era claro que el chico tenía una genética envidiable.

Rotó el cuello de golpe, apenado por actuar tan ordinario y se castigó con un pellizco que lo hizo despertar de la fascinación. Encarcelado y sofocado, tuvo que abanicarse con la parte superior de su playera; quizá debería pedirle al omega que abriera las ventanas.

No pudo tragar con normalidad, la saliva se le trabó cuando Soo Bin retornó hacia él, con un trozo del pan recién hecho sobre un pedazo de papel rasgado.

—Toma —Le proporcionó la porción correspondiente—. De nuevo, muchísimas gracias.

Yeon Jun quiso devolverle el gesto, pero solo consiguió trazar una mueca chistosa que lo comprometió aún más.

—No hay de qué, puedo comprártelo cuando quieras —Intentó amenizar su tonto aspecto—, tú solo pídelo y aquí lo tendrás.

Soo Bin atinó a negar y le dio un gran mordisco a su rebanada, cerrando los ojos al disfrutar del sabor, con las migajas pegándose a sus comisuras.

Gimió gustoso por el deleite y Yeon Jun deseó nunca haber nacido.

—De verdad, podría casarme con este maldito panqué —farfulló, en cuanto pasó el bocado—. ¡Es fantástico!

—Lo es, sí —titubeó, cortando un pedazo del panecillo con los dedos—. Me ofrezco como testigo para la boda.

—Anotado, serás el primero en ser llamado.

—Avísame con anticipación, debo rentar el smoking.

Una risita casta inundó el espacio y Soo Bin sacudió sus manos entre sí, cuando se acabó hasta la última pizca de su ración. Podían juzgarlo como un desesperado, se comió el bizcocho en un tiempo récord y hasta él mismo se asombró de su rapidez.

—Bueno, dame unos minutos, ¿sí? —Bailó las cejas e infló los cachetes—. Me ducho, me arreglo rápido y nos vamos.

—No te presiones —El alfa habló, luego de masticar y tragar—. Lamento haber llegado tan temprano.

—No hay lío, siéntate donde quieras, no tardaré mucho.

El omega retomó sus actividades, cogiendo la ropa que ya esperaba lista encima de su cama, perfectamente planchada y pulcra. Se encerró en su pequeño baño individual, colocó el seguro y se dispuso a tomar un baño breve bajo el chorro de agua caliente que saliera de la regadera.

Por respeto a su invitado, no cantaría mientras se enjabonaba.

La respiración de Yeon Jun volvió a ser calmada al hallarse solo, le urgía un respiro y el aroma a lavanda que la habitación desprendía, no le disgustaba.

Le tomó la palabra y se sentó en la silla que había frente al escritorio, llevándose a la boca lo poco que le sobraba de su panqué.

Se dio cuenta de que en la superficie de madera, había una lámina sin terminar que enseñaba un paisaje natural con montañas en la lejanía, una enorme laguna que se extendía en la mayor parte del dibujo y a las orillas, había árboles a los que les faltaba una frondosa copa.

Un trabajo precioso, meticulosamente limpio, con una técnica espléndida... pero incompleto.

Notó que la paleta de acuarelas estaba a su alcance y su pasión por la pintura lo venció, tomando la decisión de contribuir con la tarea del omega.

Con el pincel, colocó una gotita de agua sobre una de las cuatro pastillas color verde y en cuanto se humedeció, comenzó con su labor, patinando las hebras con extrema placidez y combinando variedad de tonalidades para obtener un efecto más realista.

No tardó en acabar con la vegetación de la obra, ahora sí se veía íntegra y plasmó una sonrisa satisfecha al alcanzar la expectativa que se propuso en un inicio.

Soo Bin salió del sanitario con una nube densa de vapor escapando detrás; se veía impecable con la ropa que eligió, lo hacía sentir muy lindo y eso que no demoró más de media hora en escogerla del montón.

Seleccionó otro estilo de pantalones cortos, estos eran de mezclilla y su camiseta tenía impresa la icónica y distintiva lengua de The Rolling Stones.

El olor de su shampoo se esparció por el aire y Yeon Jun volteó, inspeccionando con rapidez su indumentaria; lo estaba torturando con esas piernas largas, era un insulto a su prudencia.

—¿Qué estás haciendo? —cuestionó, al quitarse la toalla de la cabeza y la colgó en el respaldo de otra silla.

—Oh, yo solo… —Por obligación, soltó el pincel y escondió las manos bajo el escritorio—. Lamento haberme entrometido... quise ayudarte.

El menor se mojó los labios al fijarse en su tarea y sus párpados subieron de sobra.

—Wow —pronunció, sorprendido—. Solo… wow.

El resultado final era fabuloso.

—¿Qué?

—Madre mía, es divino —alabó, levantando con delicadeza la cartulina para visualizarla mejor—. Yo jamás habría logrado que el follaje se viese así.

—Solo quise apoyarte a terminarlo —aclaró. No iba a llevarse todo el crédito—. El trabajo pesado lo hiciste tú.

—Aún así, lo que tú pintaste es excelente, muchas gracias.

—Lo tuyo también lo es.

—¡Mentiras! No tardaste nada, yo me hubiese demorado una hora entera.

El nombrado aflojó su ceño y suspiró, no era para tanto.

—Con la práctica todo se vuelve más sencillo.

Sin embargo, Soo Bin parecía estar perdido en el horizonte artificial que se creó a raíz de una ilustración, estaba embrujado con la magnífica habilidad que el alfa presumió al dibujar, no cualquiera disponía de esa maestría.

Lo observó con impaciente adoración. El fervor encadenado a una necesidad.

Regresó la lámina a su sitio y apartó un rizo mojado de su frente, agitando las pestañas con un coquetería arriesgada.

—Tienes talento, admiro lo que tus manos crean —Levantó una ceja hacia él y lo acarició del antebrazo—. Sospecho que eres bueno en todo lo que haces.

Mierda, mierda.

A Yeon Jun se le puso la piel de gallina al pillar la indirecta.

Las yemas del omega se barrían dócilmente en su tatuaje de la brújula, no perdían la unión visual que compartían y eso solo alimentó el velo de tensión que los cubría.

Se removió en el cómodo asiento y antes de que el contrario retirara el cariñoso toque, lo agarró de la muñeca con una fuerza medida que no lo lastimó.

Un jadeo abandonó los labios de Soo Bin y eso ocasionó que las esquinas en la boca del alfa, se elevaran.

—No por nada me gradué con honores, puedo ayudarte en tus clases… —Yeon Jun contestó, usando el mismo tono seductor—. Mejor dicho, puedo ayudarte en cualquier cosa que tú me pidas.

El rizado se bordeó los dientes superiores con la punta de la lengua, estructurando una especie de sonrisa briosa.

—Lo tomaré en cuenta —dijo, desatándose del agarre y caminó hacia el espejo colgado en uno de los muros.

Yeon Jun encandiló su andar hasta que se detuvo, descansando por completo en el respaldar y tamborileó los dedos en el reposabrazos.

Como dos polos, sus miradas se atrajeron por medio del reflejo.

—Eso espero.

Soo Bin jamás se consideró fanático de las películas paranormales, prefería mil veces alguna de dibujos animados o de ciencia ficción, cualquiera que no tuviese contenido basado en muerte, destrucción o apariciones a media noche.

No obstante, la afición que proyectó Yeon Jun al ver en cartelera una cinta de terror, lo guio a aceptar la compra de un par de boletos para la función siguiente, sin rechistar. Su pago por indemnización fue el combo más costoso y grande de palomitas, con refresco, nachos y golosinas; el alfa lo consintió.

Creyó que podría aguantar, simplemente cerraría los ojos en las escenas traumáticas y se taparía discretamente los oídos cuando el soundtrack le causara escalofríos, era sencillo, no tenía nada que perder.

En cambio, ahora yacía con los pies arriba de la butaca, hecho un ovillo en su asiento mientras en la enorme pantalla se transmitía una escena horrible, un exorcismo con todo y rosario.

No había comido nada, estaba más concentrado en no llorar del miedo, mientras Yeon Jun se hallaba sumergido en el filme, disfrutando como un niño.

Trató de respirar hondo, pero eso se fue al carajo ante un estruendo tronando en las bocinas de la sala y soltó un gritito bajo que ocasionó un sobresalto en el alfa que tenía a lado.

—¿Soo Bin?, ¿Estás bien? 

Asintió, apretando los párpados y se abrazó las piernas. Agradeció que el lugar estuviese más o menos vacío, sería vergonzoso que lo vieran así de asustado.

—Excelente —siseó, escondiéndose entre sus rodillas.

El mayor se rotó para tocarle el brazo y al instante, brincó como un resorte, aullando espantado.

—Estás temblando, ¿por qué…?  —Inquieto, Yeon Jun lo sostuvo del hombro y reparó los hechos. El omega estaba aterrorizado—. Salgamos de aquí.

—No, no, está bien —susurró, sin alzar la cara—. Ya está por terminar, ¿no?

—Apenas van veinte minutos.

Joder, puta película eterna.

—No pasa nada —Volvió a decir, con la voz temblorosa—. A ti te gusta…

—Pero a ti no. Vámonos, no quiero que estés así.

—Todo está de maravilla —mintió. Otro estrepitoso ruido en los altavoces, lo hizo chillar—. Dios, no me abandones…

Yeon Jun se aguantó la risa, el menor era todo un estuche de monerías.

—Ya está, nos vamos —Dio la orden y simplemente se levantó, cargando la bandeja de chucherías.

Soo Bin no lo dijo, pero valoró muchísimo la preocupación externa y se incorporó, recorriendo a zancadas el estrecho pasillo para escapar del tormento.

Bajó los escalones con cuidado, no buscaba caerse; la oscuridad no aportaba nada bueno al estado de pánico en el que se sumergió.

Al colarse hacia las afueras de la sala, dejó de sentir el horroroso agobio en su pecho.

—Lo siento —musitó, rascándose el entrecejo—. A ti sí te estaba gustando…

Yeon Jun se colocó a un lado suyo, ambos se trasladaban con lentitud hacia el vestíbulo del cine.

—Yo te debo una disculpa a ti.

—¿Tú a mí?

—Así es, por estar hundido en la película, no me di cuenta de que no la estabas disfrutando —exclamó, con un toque de angustia—. Perdón, no volverá a suceder.

Soo Bin parpadeó, analizando el concepto.

Yeon Jun se sentía responsable de su descuido y ni siquiera le correspondía; lo divisó con el rabillo del ojo y se mordió los labios cuando se percató de que tenía la cabeza ligeramente agachada.

Estando en el recibidor del enorme establecimiento cinematográfico, consiguieron lugar en una de las pequeñas mesitas que el lugar ofrecía para aguardar cómodamente a que las películas iniciaran.

El castaño le recorrió la silla, ofreciéndole el asiento y Soo Bin se desplomó, coordinando su siguiente discurso.

—El error fue mío, debí comentarte que no me gusta ese género —Fue lo que dijo, en un resoplido—. No te disculpes, yo tengo la culpa.

—Se supone que yo debo complacerte y no lo estoy haciendo…

—Hey, no —declinó con la cabeza—. No es así, te juro que la estoy pasando fantástico.

—Te prometo que esto no volverá a pasar, a partir de ahora estaré al pendiente de ti en cualquier caso, me aseguraré de que estés completamente a gusto con cada cosa que hagamos juntos —explayó de filo, fugazmente ansioso—. Bueno, eso pensando en que aún quieras salir conmigo…

—Estaría loco si te dijera que no —Subió una de sus comisuras—, por supuesto que seguiremos saliendo.

El anuncio del omega, empujó al vacío la prudencia de Yeon Jun y se inclinó sobre la mesa, estableciendo un vínculo incondicional en sus miradas.

El agudo aroma del ámbar que se difundió en el ambiente, se catapultó como precursor a la derrota que padeció a causa de la atracción emocional.

Su lobo fue domado.

—Soo Bin, ¿me permitirías cortejarte?

No evaluó las contras de su precipitada solicitud, no respetó los principios de una declaración sentimental catalogada como romántica.

El lugar no era el ideal, tampoco el más silencioso, había una bulla excesiva por la gente que se formaba a conseguir boletos para la siguiente función de los filmes disponibles y ni hablar de quienes se encontraban en la fila de la dulcería.

Pero ya lo había dicho, saliéndose de lo habitual y no había marcha atrás.

—¿Qué?

El mencionado retuvo la respiración. Su cerebro se tardó en procesar.

—Me gustaría hacerlo, puedo demostrarte que soy un buen alfa —Lo atrapó de una mano y barrió sus nudillos con gentileza—, si me das la oportunidad, te prometo que no te fallaré.

Yeon Jun se transformó en un puñado de nervios, todo colorado y embobado.

Estaba flotando en la jodida gloria.

—¿Crees que es necesario que me demuestres lo que ya sé? —exhaló, sin pensar en demasía—. Yeon, no hay nadie en el mundo que sea igual a ti.

Eso era un decreto, estaba cien por ciento seguro de que en ningún rincón de la galaxia existía alguien como ese alfa.

Era la perfección andando.

Y lo tenía ahí, fijándose en él y pidiéndole una oportunidad para tratar de conquistarlo.

Por el amor al cielo, no tendría que esforzarse tanto, Soo Bin estaba colado hasta los huesos desde cinco años atrás.

—¿Entonces? —instó, mirándolo angelical—. ¿Me darías el honor?

La respuesta no fue verbal.

Llegó en un beso, en un choque de labios que resumió un "por supuesto que sí", que dio por entendida la aprobación y que hizo sonreír a Yeon Jun en medio del acto.

Omega y alfa, sentados en el área pública del cine, cerrando un compromiso que les abriría las puertas de un sendero incierto y apasionante, gracias a una cita inconclusa.

El comienzo de una nueva aventura, con una exclusividad marcada.

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