CAPITULO 12.
La falta de oxígeno iba a matarlos.
Estaban hundidos en el frenesí de un acto malditamente esperado por ambos, resguardados por la sombra de la noche y derritiéndose ante la incandescencia corporal que se desató sin piedad.
Los labios del omega eran suaves, se ajustaban perfectamente a los del alfa y se movían a un compás lento, tomándose el tiempo necesario para explorar cada milímetro de sus bocas, sin barreras y con las pulsaciones aumentando crónicamente a cada segundo que transcurría.
Yeon Jun acorraló a Soo Bin en contra del muro de ladrillo, clavándole sus yemas de los dedos en los huesos de la cadera y se deleitó con los jadeos intermitentes que pudo arrebatarle.
Lo sintió tiritar entre sus brazos, percibió como le apretó los bíceps con ahínco y finalmente lo desmoronó al morderle los labios, vencido por la enloquecedora circunstancia.
Tuvieron que separarse forzadamente, rompiendo la fervorosa unión y recuperaron un poco del aliento que perdieron en el fuego de aquel beso que les nubló la mente.
Se miraron con una chispa de ambición voraz.
—¿Sabes cuántas veces me imaginé esto? —La voz del ojiazul se tornó opaca—. No tienes ni la más mínima idea...
Soo Bin tembló de pies a cabeza, su lobo se descontroló.
No dio crédito a lo escuchado y mucho menos logró concebir el desastroso estado en el que se encontraba.
Su cuerpo tuvo una reacción que se salió de lo conocido por su propio organismo y la vergüenza lo domó, haciendo que apretara los muslos. Intentó no ser tan obvio e imploró que la nimia humedad en su ropa interior no se filtrara también por sus pantalones.
Que horror.
Sus mejillas parecían dos tomates, los rizos de su frente estaban enredados y su aroma se acentuó, creando una bruma dulzona y fresca que podría poner de rodillas a cualquier alfa que tuviese el placer de olisquear.
Sin embargo, el único que tenía el poder de embriagarse con la deliciosa esencia, era Yeon Jun.
Y en efecto, luchaba por no rebasar el margen preestablecido, ya que su alfa también estaba volviéndose loco.
Era algo simplemente extraordinario.
—Eres el omega más bonito del mundo... —susurró, sobre la boca entreabierta del aludido—. Me cuesta creer que exista un ser tan precioso como tú.
Soo Bin negó suave, poniendo sus manos sobre el pecho del castaño.
—Cuida lo que dices, por favor.
—¿Por qué? —preguntó, frotando cohibidamente sus narices—. ¿Te incomoda? Dime, no quiero causarte ninguna molestia.
—No es eso, es... —Pausó un instante. El tono empleado se acercó a lo temeroso—. Respóndeme una cosa, ¿sí?
—Lo que sea —Le tomó del mentón e hizo que le observara fijamente a los ojos—. ¿Qué quieres saber?
El menor tragó en seco, trastornado por el martilleo amortiguado en el fondo de su pecho.
Realizó un sonidito raro con la lengua, recopilando su convicción y confianza entera; necesitaba una respuesta en concreto antes de considerar dar un paso en falso, sería fatal resbalar y caer sin una red de protección.
—Solo puedes contestar con un sí o un no —articuló, inmutable—. ¿De acuerdo?
Yeon Jun afirmó, sonriendo apacible.
—Así será.
—Ocupo un monosílabo como contestación.
—Sin problema —declaró, con interés—. ¿Cuál es la pregunta?
Soo Bin aguantó la respiración una fracción de tiempo y luego, mandó al carajo su miedo a la derrota.
—¿Estás interesado en mí? —Lo soltó sin frenos, divisando un ápice de confusión en el semblante opuesto.
—... ¿Qué?
Bien, no cumplió con las condiciones.
—Dije que solo podías responder con una afirmación o una negación —Movió las cejas, inconforme—. ¿Tú estás interesado en mí?
—¿De verdad estás preguntando eso? —Impresionado, el mayor pasó por alto las instrucciones.
—Sí, ¿qué hay de malo? —insistió, con los nervios de punta.
No estaba recibiendo la contestación deseada.
La temperatura en el ambiente descendió, con la luna brillando en lo alto y el viento encargándose de erizar la piel de los dos muchachos que continuaban a las afueras del inmueble de diez pisos.
—No tiene nada de malo, solo me sorprende, creí que era obvio —murmuró, sin quebrar el vínculo en sus miradas—. Por si no lo notaste, tú puedes chasquear los dedos y yo obedecería a todo lo que pidieras.
Yeon Jun fue directo, no se anduvo por las ramas y navegó exactamente hacia el punto.
Los ojos de Soo Bin se ensancharon a tope, sus brazos descendieron hasta colocarse a los lados de su cuerpo y enrolló los dedos en el borde de su camiseta, estirándola hacia abajo.
Eso había sonado mejor que un simple y escueto "sí".
—No juegues conmigo, estoy hablando en serio.
—Yo también —Con ponderación, el alfa masculló—, estoy jodidamente interesado en ti desde el día en que te conocí, ¿eso no es suficiente?
El rizado parpadeó y su garganta se cerró, no pudo pasar saliva con normalidad.
—Desde... —Lo reflexionó veloz—. No puede ser.
—¿Por qué lo dudas? —No renunció a su confesión. Le fue sencillo proseguir—: La primera vez que te vi, llevabas puesta tu pijama de felpa estampada con dinosaurios y estabas sacando la basura de tu casa...
—Oh, cállate —respingó, irguiendo la espalda y enrojeció furiosamente.
La maldita luz artificial del alumbrado público, lo delató al iluminar un sector de su rostro.
—Traías unas pantuflas color rosa y una de ellas se quedó varada porque se te salió del pie mientras avanzabas hacia el bote, te regresaste por ella y cuando volviste a tomar tu camino, levantaste esta carita y me miraste —Rememoró con ternura y apoyó ambas manos en la pared, a los costados de su cabeza—. Dijiste un "buenos días" y ahí, te apoderaste de mí.
Jamás olvidaría aquella mañana de abril.
Iba regresando a su casa después de haber ido a correr al parque y fue una maravillosa eventualidad que un omega desaliñado y recién despierto, saliera de la casa aledaña, cargando una enorme bolsa negra mientras se refregaba un ojo al bostezar.
Se rio cuando su calzado terminó a la deriva y curvó una sonrisa al oírlo refunfuñar; el calcetín blanco se le ensució al pisar el suelo polvoriento.
Simuló no encontrar su llave por ningún lado, con el objetivo de contemplar un ratito más al chiquillo desconocido que vivía a un lado suyo.
Como cualquier buen vecino, el de rizos lo saludó con amabilidad al percatarse de su existencia, presumiendo unos hechizantes hoyuelos y sacudiendo la palma en un ademán cortés.
Fue fácil para Yeon Jun caer de bruces; un sentimiento irreal despertó en él y su lobo lo sentenció, atándolo a un jovencito de quince años que desprendía el olor más exquisito del planeta.
La mezcla ideal entre la tentación y lo prohibido.
—¿Por qué lo recuerdas tan bien? —Soo Bin dijo, resaltando un mohín—. Pensé que pasaba desapercibido para ti...
Comúnmente, el omega solía pensar que era imposible ser correspondido con su sentir; un chico con el porte de Choi Yeon Jun, de carácter y distinción nunca se fijaría en un adolescente inexperto como lo era él.
Su autoestima era buena, cuando se miraba al espejo le gustaba lo que veía y sabía destacar sus rasgos cuidando minuciosamente su apariencia física, pero a veces deducía que el ojiazul podría tener un estándar altísimo.
Un alfa de su talla, necesitaba nada más y nada menos que un modelo de revista, alguien digno de su belleza.
Tal vez, él cumplía con los factores y ni siquiera se había dado cuenta.
—Siendo honesto, tuve que ser sabio para no meterme en problemas —habló el castaño, recorriendo los rasgos contrarios con terneza—. Tenías quince años y no planeaba arruinarlo, siempre quise ir por el lado correcto, así que me conformé con solo verte pasar hasta que cumplieras la mayoría de edad.
Soo Bin parpadeó despacio y se presionó el labio con los dientes.
—Mierda, debí invitarte a la celebración... —siseó, jocoso..
No sabía que más decir, la situación era totalmente increíble. Huening Kai gritaría cuando le contara.
—Lo sé, me debes una —Conquistador, le guiñó el ojo—. Aunque debo decir que el escenario mental que yo monté para acercarme a ti, no fue el que se desarrolló.
—¿Qué quieres decir?
—Siempre huías. No me dabas la oportunidad de hablarte, te escondías y me cortabas la plática cuando milagrosamente lográbamos coincidir…
No fue una sorpresa para Soo Bin escuchar el reproche, incluso esbozó una sonrisa deficiente.
Su demencial enamoramiento, también lo había orillado a cometer errores y sin querer, se volvió un fugitivo encubierto.
—Lamento eso —Se rascó el cuello por detrás—. Me siento como un completo imbécil...
El alfa silbó despreocupado, el pasado ya no era relevante.
Súbitamente, pasó el brazo por la espalda baja del omega, aventurándose a cerrar el trecho que distanciaba sus torsos; juntaron las frentes, sus bocas rozaron y con apremio, le dio un lametón agonizante y caliente sobre los labios.
El más pequeño juró ver estrellas, no conseguía respirar con regularidad. Le iba a dar un infarto, era seguro que en cualquier puto momento pasaría a mejor vida.
—No hay lío, te prometo que esta vez no te me vas a escapar —Yeon Jun murmuró, cargando con una presión que se asentó en el entorno—. ¿Podemos vernos el domingo? Vayamos al cine y a cenar, ¿qué opinas?
Eso era una especie de… ¿cita?
—Suena bien —Asumió que sí. Su postura se relajó—. Me encantaría.
—Perfecto. Vengo al mediodía por ti —Tras pronunciar, el alfa tomó distancia al dar un pasito en retroceso y liberó su cintura—. Entra ya, cachorro, está enfriando y no quiero que te resfríes.
Cachorro. Dulce y alucinante apodo.
Después de asentir dos veces, Soo Bin se olvidó de su cobardía y sin decoro, se abalanzó sobre Yeon Jun, rodeándole el cuello con ambas manos y entrelazó sus dígitos para afianzar su agarre.
Lo besó con blandura, con la energía atrapada en el pecho y los oídos sordos; era demasiado bueno para no aprovechar el momento, el destino estaba a su favor.
Sintió su cadera ser apretujada, su lengua se deslizó con una maestría inexplicable y se encontró varias veces con la del otro, toqueteándose sin pudor y llenándose la boca de una sensualidad nata.
—Hasta pronto, Yeon —Pudo decir, cuando deshizo la hipnotizante atadura—. Cuídate.
—Descansa, bonito —barboteó, entorpecido.
Se había quedado sin aire.
Finalmente, el ojiverde le sonrió gentil y se ausentó del sitio, encaminándose hacia la entrada principal del edificio que albergaba su habitación. A lo lejos, se despidió con una simpática seña y se perdió al interior, registrando su entrada con el prefecto encargado.
Yeon Jun no tenía el poder de borrar la prominente sonrisa que se adueñó de su semblante.
Estaba alegre, no había otra definición.
Regresó por dónde había llegado, siguiendo el mismo rumbo que lo llevaría hasta la salida del campus; eran casi las once de la noche y todavía le faltaba recorrer una larga vía, más o menos una hora con treinta minutos para volver a su vivienda.
Reprodujo en su memoria el bendito acercamiento que tuvo con Soo Bin, hasta que tres muchachos vestidos con el uniforme de americano aparecieron en su panorama; venían en dirección contraria a la suya y pudo distinguirlos gracias al timbre de voz.
A dos de ellos los conocía, eran San y Woo Young ; habían compartido una que otra clase en su tira de materias revueltas y congeniaron gracias a las similitudes que hallaron en sus personalidades. Espléndidas personas, le agradaban.
Sin embargo, el tercero que los acompañaba era un subnormal que venía brincando como saltamontes, con una botella de agua destapada en la mano y diciendo una sarta de estupideces sin sentido...
Dae Min.
Suspiró con desgano, no existía la felicidad completa.
A todas luces no pasó inadvertido por el par de alfas que le identificaron cuando el tramo disminuyó, así que simplemente puso su mejor cara al escuchar su nombre en un grito jovial.
—¡Yeon Jun!, ¡Que agradable sorpresa, la suerte te puso en nuestra ruta!
—Hola, chicos —contestó sociable, suspendiendo su andar—. ¿Qué hacen por aquí?
No volteó hacia Dae, lo desconoció radicalmente.
—¿No se nota? ¡Festejando la victoria! —Aquel individuo de ojos rasgados, le informó—. Venimos de Luna Azul, necesitamos seguir la fiesta.
—Fantástico, fue un gran juego, sin duda dominaron en el campo —Halagó, de corazón.
—¡Muchas gracias, hermano! Entrenamos demasiado y el marcador nos favoreció.
San levantó la palma y Yeon Jun la chocó, compartiendo el júbilo en una risa unánime.
—Lo vi, me alegro bastante —concedió y se cruzó de brazos—. Merecen el reconocimiento, sigan así.
—Espero que esta sea nuestra temporada —Woo Young se integró a la plática—. ¿Quieres venir con nosotros? Estaremos bebiendo en mi dormitorio hasta perder la razón.
—Gracias Woo Young, pero tengo planes diferentes —Tuvo que declinar, prefería irse a casa—. Diviértanse ustedes, tienen todo el derecho.
—Oh, vamos —pidió el implicado—. Te puedes quedar con nosotros, mañana es sábado y tenemos el permiso.
Yeon Jun negó con la cabeza, sin bajar las comisuras.
—En otra ocasión, lo prometo.
—Que aguafiestas —El último de los jugadores, aportó—. Eres joven, ¿acaso ser maestro ya te arrastró a la vejez?
El silencio instantáneo de Yeon Jun fue aterrador y se realzó en cuanto puso su mirada en Dae; este lo veía regocijado, hasta lucía como un borracho desamparado.
—No puedo, lo siento, uhm... —refutó—. Dae Min, ¿cierto?
—El mismo, un gusto —Asintió hilarante al ser reconocido y extendió la mano—, he oído hablar mucho de ti, me encantaría que nos hicieras compañía.
—Lastimosamente, me es complicado —Por educación, correspondió el saludo, con una mueca retirada de la comodidad—. Gracias de nuevo por la consideración, otro día será.
—¿Tienes algo más importante qué hacer? —instó—. ¿Un omega acaso?
Joder. Era un descerebrado.
—No, deberes académicos —dijo, en un bufido.
—Entiendo, las responsabilidades...
—Ya sé.
El silencio se hizo presente.
El dúo de estudiantes con el que charló al inició, se apartó unos metros al cruzarse con otro cúmulo de alumnos que gustosos, aceptaron la invitación para ir a embriagarse hasta el amanecer.
Estaban solos, en una charla privada, gracias a una casualidad fenomenal.
Yeon Jun caviló y no se demoró en actuar.
Hora de marcar la línea.
—Aprovechando que estas aquí... Me gustaría que me hicieras un favor —Pintó una sonrisilla oscura—. ¿Puedes ayudarme?
Enseguida, Dae accedió; irónicamente su meta ese semestre era fraternizar con Yeon Jun y formar un buen lazo amistoso para aumentar su popularidad.
Era una necesidad básica acercarse al alfa que toda la universidad idolatraba, pertenecer a su círculo social, era sinónimo de privilegios.
—Seguro, ¿en qué puedo servirte? —habló, acogedor.
—Te voy a pedir una sola cosa —Dio una pisada hacia él—. Es muy fácil...
—Claro, ¿qué es?
Pobre optimista.
—Aléjate de Soo Bin —gruñó y sus pupilas se empañaron.
—¿Perdón? —El atraco lo desniveló—. ¿Qué diablos...?
—Lo que oíste —resopló y le golpeó el brazo con aparente camaradería—. No te quiero ver cerca de él, no le hables, no lo mires y si es posible, no le robes el maldito oxígeno. Si me entero de que sigues acosándolo, no dudaré en tumbarte los dientes, ¿entendiste, amigo?
El modo en que el estupor deformó la cara de Dae, fue digno de memorizar; un balde de agua fría se le vació encima y en defensa propia, elevó la barbilla unos centímetros, sonriendo de lado.
—¿Es una amenaza? —indagó, con desaire—. ¿Quién te crees?
—Más o menos, sí —Despreciativo, testificó—, resérvate tus comentarios, ya no dudaré en defender al omega de tu hostigamiento.
La advertencia fue hecha.
—Vaya... Sung Jong no mintió cuando dijo que te estabas follando a Soo Bin —Una de sus cejas pobladas, se arqueó con altanería—. Estás cumpliendo el sueño de muchos, ¿lo sabes?
Mala selección de palabras.
La mano de Yeon Jun se hizo puño y sus nudillos tronaron por el vigor inyectado; ese cretino no tenía una sola neurona, era evidente.
—Deja de hablar mierda, idiota —Le contestó, exageradamente irritado—. Y te lo recalco, cualquier rumor que corra por los pasillos acerca de esta conversación, marcará el fin de tu participación en el americano.
—Soy el mejor mariscal de campo —Inclinó la cabeza hacia la derecha y batalló por no rodar los ojos—. El riesgo de que me saquen es nulo.
—Debatible que puedas jugar con un brazo roto, ¿no es así?
Las esquinas en los labios del alfa insensato, bajaron tajante.
—No me asustas —Tentó a la suerte.
¡Por supuesto que lo hacía! Puto mentiroso.
—No busco hacerlo, sinceramente tú tarea es sencilla, por favor no me orilles a tomar medidas drásticas —farfulló orgulloso y con un manoteo al aire, cerró la conversación—. Buenas noches, disfruta tu velada y ojalá mañana despiertes con una resaca insoportable.
Yeon Jun concluyó y retomó su senda, perdiéndose entre la vegetación de las áreas verdes, mientras cantaba el coro de una canción famosa.
En cambio, el afectado tragó duro y la impotencia creció en sus entrañas; estaba intimidado.
Aspiró hondo, sus pulmones se abarrotaron de oxígeno y luego se aproximó al resto de sus compañeros. San lo abrazó en cuanto apareció, lo estaban esperando.
—¿Qué tienes? Parece que viste a un fantasma —Su compañero hizo alusión a la palidez exhibida—. ¿Qué te dijo Yeon Jun?
—Nada importante —rumió, rodando las sílabas por su lengua—. Les mandó felicitaciones y nos deseó éxito.
—Ya estamos bendecidos, ¡genial!
Dae Min comprendió por qué todos amaban a Yeon Jun, era sumamente perspicaz e inteligente.
La envidia lo intoxicó.
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