Capítulo 2
—Oye, creí que ya habías superado la etapa de morderte las uñas. —Sana vaciló, recogiendo el desastre que había en su pupitre.
—¿Eh? —musitó Jennie, con la punta del índice entre sus dientes.
—¡Qué te vas a quedar sin dedos! —meneó la cabeza en desaprobación—. Tengo galletas en mi mochila, se ve que tienes hambre.
La omega frunció el ceño. Bastaba con decir que era inconsciente de la terrible manía reviviendo a causa del nerviosismo.
—No tengo hambre, animal —farfulló al poner los ojos en blanco—. Estaba pensando...
La beta se abanicó por encima de la nariz con la mano extendida.
—Con razón, me llegó un extraño olor a quemado...
Lo siguiente que se escuchó, fue un quejido de su parte al recibir el golpe con un libro en el brazo. En consecuencia, exhaló una risilla bofa, frotándose el área afectada.
—Hoy amaneciste muy chistosa —la ojiverde reclamó, luchando contra una sonrisa.—. ¿Le chupaste la polla a un payaso?
—Imbécil. Mi vida sexual es privada y no tienes porque decir-...
—Sana —impidió que continuara su explicación—, tú no tienes vida sexual.
La nombrada le miró mal, enarcando una ceja.
—Corrección... —sonrió maliciosa y cerró su mochila— No tenemos, dilo en plural, porque tú tampoco has tenido pareja.
Excelente jugada.
Era terriblemente cierto. Ninguna de las dos había experimentado lo que era estar con alguien en ese ámbito, eran un dúo de inexpertas, que a pesar de recibir propuestas en algunas fiestas con sus compañeros, siempre las rechazaron por el miedo de meterse con alguien que después no pudieran sacarse de encima.
Cuando menos, ese era el pensamiento de Sana. No quería atarse, era enemiga de la monotonía.
Por su lado, Jennie no consideraba como prioridad tener relaciones sexuales con alguien, sencillamente ningún alfa le atraía a tal grado, ninguno despertaba ese lado suyo y tampoco necesitaba un compañero que la ayudara con sus celos. Ella era feliz con el juguete que compró en una sex-shop, eso era más que suficiente.
Sin embargo, debía aceptar que a veces le daba curiosidad.
Se preguntaba que tan diferente se sentiría tener un nudo verdadero dentro, en ocasiones sí le provocaba controversia escuchar las historias que los demás omegas contaban cuando llegaban después de una reunión con esas marcas violáceas en el cuello, festejando haber pasado una noche increíble con algún alfa de la institución...
Para ella, tal cosa era un enigma; se mantenía en el margen de la razón y despreciaba cualquier insinuación de ese tipo.
—No tenemos porque no queremos. —concluyó, empezando a guardar sus útiles.
—Así es —confirmó y luego se pasó la mano por el cabello.—. Y dejando eso a un lado... ¿En qué pensabas?
—¿Eh?
—Dijiste que te mordías las uñas porque estabas pensando en algo —le refrescó la memoria—. ¿Qué te tiene preocupada?
—No sé por qué tuviste que decirme —espetó, revisando que sus plumas de colores estuvieran completas.—. De verdad, hubiera sido más sencillo escoger un taller a ciegas como las últimas veces...
—Ah, es por eso —bufó, y puso sus brazos en jarra.—. ¿Ya te arrepentiste?
—No tanto así, pero no sé si fue buena idea... —su fachada facial cambió, tornándose neutra.—. ¿Tú qué piensas?
La aludida subió y bajó los hombros en respuesta.
—De todos los talleres de este semestre, el de Lisa es el único que llama mi atención —comentó honesta—. Y no es porque quiera que tú estés ahí, pero el resto de las curriculares no terminan de convencerme.
—Ni a mí. Aunque el de maquetas también suena bien...
—Ni de chiste, no soy hábil para eso —su labio inferior sobresalió—. Recuerda el accidente con el cúter y el papel batería.
Por Dios, claro que se acordaba; ese día se detonó un alboroto en medio de su clase de técnicas básicas en primer semestre.
Jennie recapituló el suceso; una Sana llorando y gritando como loca, porque en un descuido se rebanó la yema del dedo pulgar con la navaja afilada.
Afortunadamente, no fue de cuidado, el acontecimiento se centró en el susto que se llevaron al ver que la sangre no paraba de salir y el dramatismo característico de la beta diciendo que pronto la recibirían con las puertas abiertas en el edén.
Todo se solucionó en la enfermería, al limpiarle con ayuda de alcohol y colocándole una bandita adhesiva para evitar que se infectara.
—Por eso lo descarté, quise evitarme tu sermón —terminó de alzar sus materiales escolares y resopló.—. ¿Entonces?
—¿Hasta que día tenemos para la baja de asignaturas?
—Hasta el viernes.
Las chicas se observaron, tratando de descifrar el próximo movimiento.
—Te propongo algo —dijo la pelirosa, acomodándose la mochila en la espalda—: Tomemos el taller esta semana, y si no te gusta o algo te incómoda, nos acercamos a servicio estudiantil y lo damos de baja. Después de todo, solo son créditos extra para no atrasar nuestra graduación, podemos recuperarlos después.
Jennie inclinó su cabeza hacia la izquierda, meditando la opción.
Ya lo había pensado, de hecho, eso lo planteó como el salvavidas principal en caso de una horrorosa inundación en su bienestar emocional.
—Sí, suena bien —claramente asumiría la responsabilidad—. Hagamos el intento de poner el cien por ciento de nosotras para concluir con un sobresaliente la materia.
—¿Hagamos? —murmuró con sorna—. Hazlo tú, yo puedo tomarlo sin dilema... Yo no babeo por Lisa.
Era oficial.
Minatozaki representaba un dolor de muelas en su existencia, pero irónicamente, también estaba ligada a ser su anestesia local.
La amaba, pero a veces la sacaba de quicio.
—¡Yo no babeo por nadie! —gruñó—. Mierda, no sé en qué momento se me ocurrió contarte, fue un autogol para mí, ¿de qué lado estás?
—Del tuyo, siempre estaré del tuyo —se rió floja, palmeándole fraternalmente la espalda.—. Pero si puedo molestarte un poco con ello, créeme que lo seguiré haciendo, no por nada soy tu mejor amiga.
La omega se frotó el puente de la nariz. Era caso perdido.
—Guarda tus burlas un rato y vámonos ya —expresó, abandonando su asiento.—. ¿Qué clase nos toca?
Tras la cuestión, Sana sacó del bolsillo de su pantalón, una hoja impresa con su horario. Éste ya tenía una mancha de salsa de tomate en la esquina y diversas anotaciones a mano.
—Bueno, ya tuvimos la clase con la señorita Bae, luego tocó el profesor Oh y después la maestra Park —revisó las horas transcurridas y disimuló una sonrisa—. Justamente… Se viene la mejor parte del día.
Jennie elevó la cara y pasó saliva ruidosamente.
—No me digas… —masculló en disgusto y le solicitó el papel.
Su amiga fue bondadosa y se lo entregó, permitiéndole visualizar la serie de palabras escritas en una caligrafía difícilmente legible y en grafito.
Quiso aullar gracias a la angustia.
“1:00 p.m. a 2:30 p.m.
Taller de la teoría del color y sus aplicaciones”
La mañana se le fue volando, ¿en qué puto momento había llegado la hora? Estuvo tan ensimismada en sus cavilaciones, que nunca se percató de que el tiempo se le agotaba y ahora, tenía que hacerle frente a su decisión arrebatada.
Necesitaba sosegarse, no tomarle demasiada importancia al asunto. Solo era una jodida materia, una optativa que tenía todo el derecho de mandar al diablo al final de la semana, no tenía por qué sentirse tan nerviosa.
Sus manos no deberían de estar sudando, y su mandíbula tampoco tendría que tensarse de tal manera.
Inhaló, aclarándose la voz y cogió firme la agarradera superior de su mochila.
—¿Te sabes alguna oración? —indagó, antes de avanzar hacia la salida del espacio solitario.
—¿Oración? —la pelirosa le vio con rareza al seguirle el paso.
—Ajá, del tipo religioso, una plegaria…
Ansió morderse la lengua ante su estupidez, pero en serio necesitaba encomendarse a cualquier santo.
—No soy religiosa. —le recordó.
—Yo tampoco...
Tras la risa que compartieron, el ambiente se destensó fugazmente y así, el par logró caminar por los pasillos del edificio principal, saludando a uno que otro conocido y acercándose cada vez más la hora menos esperada por Jennie.
O posiblemente, la que más ansiaba que llegara.
[•••]
El salón en el que se encontraban, era uno de los tantos que tenían mesas grandes de trabajo, dónde podían sentarse hasta tres alumnos en los bancos designados y compartir espacio.
No obstante, ellas se apoderaron de una sola, pegadas a la pared y en el punto medio de la fila. No estaban ni muy cerca ni muy lejos del escritorio, era una posición estratégica para charlar de vez en cuando, sin ser descubiertas y sin recibir regaños.
Se toparon con una gran cantidad de omegas, el setenta por ciento de las alumnas y alumnos lo eran, el resto se trataba de betas y uno que otro alfa.
Jennie intuyó que eso se debía a una sola razón de la que prefería no opinar.
Aún faltaban un par de minutos para que el reloj marcara la 1:00 p.m, y ella no podía dejar de mover involuntariamente su pierna de arriba hacia abajo.
Miraba fijamente sus dígitos entrelazados y únicamente oía a Sana conversar con otra compañera, a un costado de ellas.
Otra vez, cruzó por su cerebro la posibilidad de salir huyendo, pues le estaba jodiendo el no saber que iba a suceder en cuanto Lisa atravesara el umbral.
¿La reconocería?
¿La saludaría especialmente a ella?
¿O simplemente la ignoraría?
Toda esa secuencia de preguntas sin respuesta, la tenía al borde de la histeria.
Y cuando estuvo a punto de dejar caer la frente en la superficie pulida, el sonido de la puerta siendo abierta, la hizo temblar.
El silencio reinó en el cubículo, todos los que mantenían charlas amenas con sus amigos, se quedaron callados en un suspiro.
El aroma del ámbar combinado con el frescor del eucalipto, le hizo levantar el rostro.
Y entonces, la vio.
Lisa entró con una sonrisa apenas perceptible en sus labios, avanzando a zancadas hasta el escritorio; cargaba con un maletín para laptop y traía una carpeta de pasta dura bajo el brazo.
Jennie sintió un aumento notorio en su ritmo cardiaco, el atuendo de la alfa la tenía colapsando en su interior. Generalmente, cuando se la topaba en el vecindario, o las veces que llegaron a coincidir en el patio de la universidad el año pasado, siempre la vio con ropa deportiva: sudaderas, camisetas holgadas y pantalones de chándal amplios.
Ahora, vestía un poco más casual, con una camisa a cuadros que tenía el estilo y los colores clásicos de una marca de renombre, vaqueros de mezclilla rectos y un par de tenis blancos que le daban el complemento perfecto a su indumentaria.
Traía el cabello un poco corto, con un flequillo que cubría ligeramente su frente y que resaltaba en demasía sus facciones definidas.
Los tatuajes adornando sus brazos, los pómulos divinamente marcados...
La castaña infló sus mejillas, agradeciendo infinitamente que la mano de Sana se colocara en su muslo, cesando los brincos que su pierna daba con reitero.
—Cálmate —le susurró, sin voltearle a ver.—. No seas demasiado obvia...
—No soy obvia —habló lo más bajo que pudo, sin mover mucho la boca—. Todo está bien.
Mentirosa.
Algo en ella estaba mal. Era extraña, algo le estaba calando al extremo de fatigarla.
¿Acaso Lisa no estaba utilizando supresores para inhibir su aroma o por qué le era tan penetrante la esencia?
Echó un vistazo rápido a su entorno, ningún estudiante lucía afectado por nada en especial, la mayoría solo la observaba con admiración y ensoñación.
Regresó en sí, cuando escuchó a Lisa carraspear y la vio acomodar sus pertenencias.
La mayor hizo aquello de sentarse en la orilla del escritorio, dejando que las puntas de sus pies rozaran con el piso cerámico y por fin, recorrió con su mirar a las cincuenta personas que tenía enfrente.
Movió su nariz al inspirar cierto olor a crítico mezclado con madera...
La evadió.
—Buena tarde a todos —saludó cordial e irguió su espalda—. Mi nombre es Lalisa Manobal y seré la titular de este taller por todo el semestre —hizo una pausa, examinando el panorama.—. Como algunos sabrán, yo fui estudiante de aquí y recién me gradué, así que estoy de vuelta para obtener la liberación de mi pasantía y finalmente dedicarme a nuestra bonita profesión.
Jennie oyó la descripción personal, limitándose a vislumbrar el exterior a través de la ventana. No quería delatarse con su persistente inspección.
—El curso será meramente práctico, nos dedicaremos a realizar distintas actividades de dibujo, en diferentes técnicas —explicó certero, enfatizando su indicación con ademanes.—. No me gustaría que me vieran como su profesora, porque no lo soy, así que pueden llamarme Lisa, no hay problema con ello.
Algunos asintieron robóticamente y sonrieron con ilusión.
—Me voy a saltar las presentaciones innecesarias, solamente quiero que me digan su nombre, edad y semestre que cursan, porque hasta dónde tengo entendido, hay variedad de grados aquí, ¿no?
—La hay —un lindo omega de ojos grises, fue el que contestó.—. Espero que para los alumnos de semestres superiores, no sea impedimento...
Lisa negó, ampliando su sonrisa.
—No hay problema con ello mientras vengan con la iniciativa de aprender —justificó, despreocupado—. Como sea, ¿alguien quiere comenzar?
Nadie tuvo el valor de ponerse de pie, todos estaban en la misma sintonía; maravillados y cautivados por el porte que la alfa poseía.
Jennie solo se removió impaciente en su lugar.
—Bien, a juzgar el hecho de que todos desean ser los protagonistas —mencionó con sarcasmo y de un salto, se alejó del mueble de caoba.—, empezaremos por acá.
Lisa no quería seleccionar víctimas, pero se vio obligada a hacerlo; por ende, escogió al primer alumno, pidiéndole que diera los datos que requería en voz alta.
La castaña optó por sobarse el cuello, ignorando de filo lo que ocurría a su alrededor.
Sana aún trataba de calmarla con su toque, pero le era sumamente complicado; conforme sus compañeros decían sus respectivos nombres y edades en secuencia, su quietud disminuía.
Fueron minutos que desaparecieron como agua entre los dedos, un lapso en el que deseó que una catástrofe sucediera y que ocasionara el desalojo del plantel.
¿Por qué se dejó guiar por un estúpido arranque?
Impulsiva, demente, precipitada...
Salió de su trance cuando la beta le codeó para que se alzara. Su turno había llegado y ya no podía hacer nada por evitarlo.
Jennie no se lamentó, solo tragó con dureza y reuniendo todo el coraje que le restaba, empujó la silla hacia atrás y enderezó su cuerpo.
Sus miradas se enlazaron; el azul y el verde se intercalaron en una conexión intangible.
Lisa la distinguió y de inmediato supo de dónde provenía aquel embriagante olor. Su corazón bombeó con celeridad.
—Uhm... Yo me llamo Kim Jennie, tengo veinte años... Y soy de tercer semestre...
La alfa escuchó la voz trémula, contempló los ojos brillantes y las mejillas pintadas de un sutil bermellón.
Era esa omega que residía en la vivienda junto a la suya.
Joder. Sí lo era.
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