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Trance


Han pasado diez años después de la caída de "Vex" y su aplastante derrota a manos de "Agros". El régimen de la orden está en prácticamente todo el mundo y los países que no se han unido, están desapareciendo o al final igual terminan cayendo ante el poder de la orden.

"Agros" implementó nuevas leyes después del colapso de la ONU. Entre ellas están la prohibición de protestas en contra de la orden, la prohibición de símbolos de "Vex" o los rebeldes, no podemos negarnos a ninguna de sus órdenes y muchas otras más.

El mundo se ha tornado gris, pero por alguna razón, los días están siempre hermosos, con el cielo azul y los mares limpios. A nadie le importa eso. La gente muere de hambre y quienes tratan de reclamar sus derechos son apresados y ejecutados o forzados o cumplir con trabajos forzosos en alguna de las bases.

Las personas son separadas por completo de sus familias por "oficiales del poder" quienes ahora rondan por toda la ciudad en busca de hacer llegar la ley. Son muy violentos y mezquinos capaces de matar a las personas que se oponen a sus órdenes.

Ya nadie puede decir lo que piensa o siente. Las calles están sucias y descuidadas. La pobreza es una obviedad y el "Veloria" no tiene un valor fijo. Hace unos días su valor era estable, pero el día de hoy, tres papas, cuestan cerca de 500 velorias. Algunos artesanos han empezado a usar los billetes y monedas para hacer manualidades y buscar ganarse algo fijo. Tal ha sido a crisis, que se ha empezado a optar por los canjes como medio fijo para obtener bienes. A pesar de ello, nada sirve, sigue habiendo saqueos constantes al punto de que muchos negocios han decidido cerrar sus puertas y atender a los clientes por pequeñas ventanas. Igual no ha servido, porque siempre buscan como traer abajo las puertas, entrar y llevarse hasta el último grano de arroz.

En un departamento de New York que se asemejaba más a una pocilga, una joven llamada Rose Mason, descansaba en un colchón sucio que estaba tirado en el suelo. El departamento tenía una apariencia deplorable, la humedad penetraba en los muros y dejaba manchas verdes y llenas de moho, las paredes se descaraban por esa misma razón y casi nunca había agua. La luz se iba todo el tiempo y la única manera de mantener freso el lugar, era mantenido las ventanas abiertas, pero eso era muy peligroso, ya que, saqueadores podían meterse a las casas y tomar todo lo que podían. Rose vivía en el departamento 18 en un décimo piso. Su puerta era de madera que al principio tenía un color caoba que poco a poco fue perdiendo su color, incluso los números 1810 de su puerta comenzaban a oxidarse.

El teléfono comenzó a sonar muy fuerte provocando que la joven se levante asustada y muy rápido de su "cama". Tomó su teléfono que estaba al lado de ella, pero este no era el que sonaba. Puso sus ojos sobre su saco color verde oscuro que estaba sobre el sofá y corrió hacía el. Debido a su pronto despertar y la flojera que significaba tener que ponerse un pijama, Rose se dirigió hasta el saco vistiendo solo con su ropa interior. Era solo en su casa que podía mostrarse así debido a que afuera debía mantenerse al margen para no llamar la atención. Sus cabellos ondulados y castaños estaban totalmente desalineados y sus ojos negros desbordaban legaña.

Rose buscó entre los bolsillos de su saco para encontrar el dichoso teléfono. Sacó del interior el teléfono y era uno antiguo que aún se manejaba con teclas. El número que llamaba no estaba registrado y rápidamente tomó la llamada.

― ¿Sí? ―contestó Rose la llamada mientras cerraba sus ventanas y cortinas a toda prisa.

―Buenos días, quisiera hablar con un gasfitero, tuve un problema en una de las tuberías de mi casa y todo se ha inundado ―dijeron del otro lado del teléfono.

―No se preocupe, enseguida iré a revisar el problema.

―No tarde, gracias.

La llamada terminó y Rose se sentó el en sofá más aliviada para poder respirar, estaba agotada, había sido una semana súper ajetreada y recién había podido dormir después de mucho tiempo.

Después de un breve reposo, Rose se levantó del sofá y se dirigió al baño a tomar una ducha rápida para poder acudir a sus labores. Al abrir la ducha, notó que la fuerza del agua era muy débil. Entró, se puso bajo el chorro de agua y se percató que cada vez iba disminuyendo el agua. Para suerte de ella y gracia a su desesperación, terminó velozmente y salió de la bañera antes de que el agua dejara de caer. Todos los días era igual, vio la hora observó que eran las nueve y treinta y tres de la mañana. Cerca de la nueve y media, el agua comienza a cortarse en todo el edificio, por lo que tuvo suerte por lo menos de tomar una ducha rápida.

Después de vestirse con lo que podía, se acercó a la ventana lentamente antes de salir de casa, movió ligeramente la cortina y vio al exterior a presenciar aquel pútrido paraíso. Todo y todos acabados, completamente miserables y buscando que comer de la basura.

―Que buen día hace hoy ―dijo Rose con un tono sarcástico.

Tomó su saco verde del sofá, al igual que sus llaves que se encontraban en la mesa de centro junto a una botella de whisky barato, y salió de casa con un rostro desanimado.

Mientras cerraba con llave su puerta para evitar saqueos, vio en el pasillo oscuro y sucio del edificio como algunas personas dormían ahí sobre cartones ya abrazando a sus hijos para evitar que cojan un resfriado por el frio. Los miró por unos segundos detenidamente como siempre lo hacía, siempre estaban ahí. El casero, había permitido que estas personas sin hogar pudieran vivir en esas condiciones y sinceramente, era mejor que estar en la calle.

Rose salió al exterior y una vez más observó toda la inmundicia. Había personas que debían llevar una especie de banda en el brazo de color azul con un símbolo que simulaba unas manos unidas. Obligaron a ciertos civiles a usar eso en caso, dentro de su linaje, existieron personas que sirvieron a "Vex". Eran considerados como un grupo diferente de personas, algunas leyes no se aplicaban para ellos y debían acatar otras órdenes más estrictas.

"Los oficiales del poder" merodeaban las calles en todo momento y encontrabas uno prácticamente en cada esquina. Algunos abusaban de su poder haciendo que algunas personas hicieran lo que ellos querían en contra de su voluntad. Si te negabas a ellos, no sabías que podía pasarte, o bien te llevaban preso o te ejecutaban en ese mismo instante. Debías tener mucha suerte para que te dejaran ir, pero tarde o temprano igual ibas a ser ejecutado.

Rose siguió andando por las calles cuando vio en un callejón como niños pequeños decidían cazar ratas para poder comerlas o intercambiarlas en el mercado por lo que sea que puedan tomar. Era normal ver estas prácticas por toda la ciudad, la gente no tenía nada que comer y la desesperación los estaba matando.

Rose llegó a una calle que estaba bloqueada y era vigilada por oficiales del poder. Estaba alambrado y bloqueada con rejas que impedían el paso.

―Señorita, su identificación ―dijo uno de los oficiales.

Esos hombres estaban vestidos con trajes blancos elegantes que deslumbraban un aura de paz, de calma, que hacía que confiaras en ellos, pero en ningún momento podías ver sus rostros, ya que, llevaban unos cascos de nanotecnología que los cubría totalmente. De hecho, todo su traje era así, facilitando el despliegue de sus armas y evitando llevarlas todo el tiempo.

―Seguro ―dijo Rose metiendo su mano en el bolsillo interno de su chaqueta.

Sacó una credencial similar a una tarjeta que contenía un código de barras enorme en la parte inferior y en la parte superior de este se hallaba los datos personales de la persona.

― ¿Cuál es el motivo de su visita? ―preguntó el oficial.

―Perder el tiempo como todos los días. Oigan, el mercado está allá, quiero entrar para poder comprar algo para comer antes que los velorias aumenten o antes que la comida se pudra como todos los días.

Los oficiales se vieron mutuamente y sintieron la ofensa y enojo de Rose. Tras una pequeña sonrisa, los oficiales le devolvieron la credencial y las rejas comenzaron a abrirse. Rose pudo entrar sin problemas ya se encontraba en el otro lado.

Pese a que el comercio ambulatorio se había apoderado de las calles, los precios que ellos manejaban eran demasiado elevados, por lo que algunos optaban por acudir al mercado. El mercado era un lugar enorme donde se podían comprar o intercambiar todo lo que se podía. Se podía encontrar de todo; sin embargo, si deambulabas más y te adentrabas en lo profundo, encontrabas personas que vendían y traficaban mercancía ilegal. Solo se tenía permitido el acceso una vez al día por cada persona, ya que, la orden buscaba mantener los recursos iguales para todos, por eso que necesitas una credencial para entrar porque eso registra tus ingresos y salidas evitando que puedas hacer algún fraude.

Rose navegó por todo el mercado en busca que lo que sea que pudiera comprar lo que sea que pudiera comerse, usualmente las personas iban en la madrugada para aprovechar todo lo que se pudiera conseguir. Rose vio un puesto de tomates y se acercó a este para intentar coger lo que sea.

― ¿Tienes con que pagar? ―preguntó el hombre que vendía los tomates.

― ¿Cuánto está? ―preguntó Rose.

―500 velorias.

― ¡¿500?!

―Subió esta mañana.

―Maldita sea.

―Ya sabes el otro medio de pago.

―No tengo que pueda ser útil.

― ¿Qué tal si te llevas tres tomates que estén a punto de echarse a perder y me das ese saco?

―Da igual.

Rose se quitó el saco y a pesar del frio, se lo entregó. Rose se disponía a elegir sus tomates cuando el hombre le golpeó la mano y se acercó a sus tomates mientras veía molesto a Rose. Los vio y seleccionó los peores para poder dárselos a la joven.

―Listo ―dijo el hombre con una sonrisa en el rostro.

― ¿Qué es esto? ―preguntó Rose decepcionada.

―Dije los que estén a punto de echare a perder.

Después de algunos minutos y de intentar comprar algo, Rose salió con sus tomates, un trozo de pan con hongos en algunos lados, habichuelas y un trozo de carne rancio. Ahora debía correr cuanto antes a resguardarse, ya que, algunas personas esperaban a otras cuando salían del mercado para robarles lo poco de comida que podían conseguir.

En ese momento que iba corriendo, una explosión enorme ocurrió cerca al bloqueo que hacían los oficiales del poder. Fue un ataque de los rebeldes, lo que inició un tiroteo en plena calle con civiles por todos lados. Rose corrió a resguardarse cuanto antes buscando proteger sus utensilios. Las personas corrían de pavor por todos lados mientras seguían los disparos y las explosiones. Rose salió corriendo aprovechando el alboroto para poder salir de ahí.

Había pasado una hora del ataque y la joven estaba sola en una calle abandonada y alejada de la civilización. Incluso, la vegetación empezaba a tomar terreno creciendo en la pista y acera de las calles. Rose había logrado llegar a edificio que conducía a un subterráneo. Una vez ahí y en la completa oscuridad, se le acercó un hombre algo ansioso y enfadado.

―Llegas tarde ―dijo el hombre.

―Era eso o quedarme sin cenar ―respondió Rose.

―Siempre dices lo mismo.

―Bueno, ¿qué esperas?

―Que te des cuenta de la razón de que estés aquí.

―Aramis yo...

―Rose, entiende que lo único que seguimos haciendo es continuar con esta investigación hasta dar con algún punto débil de esa torre. Lo único que te tiene aquí con vida y como parte de la rebelión es que, por alguna razón, ella confía en ti y se preocupa por ti.

― ¿Te da envidia?

―La necesitamos, es lo más cercano que tenemos a la "Vex" que lideró Parker. No estamos muy lejos Rose, debemos seguir, pero no puedo continuar con esto si tú no me ayudas.

―Bueno, tengo información. Creo que podría ayudar.

―Vamos entonces.

―Por cierto, ¿vas a querer que revise la inundación que provocó tu tubería?

Santaolalla y Rose descendieron por el subterráneo hasta llegar a una improvisada y pequeña base con algunos miembros de la rebelión y otros de "Vex" que aún quedaban con vida. Yoshida, Schneider, Lazo, Dubois, Kamiski y Walker, eran algunos líderes de "Vex" que habían logrado sobrevivir a la purga vexiana y eran refugiados ahí en un intento por seguir adelante.

Algunos seguían colaborando, otros simplemente se mantenían ahí porque no tenían a donde ir y luego estaba Schneider quien había decidido dejar todo y empezar a predicar la palabra de Dios para poder ayudar a algunos de los que estaban ahí.

Las operaciones continuaban, pero llevaban años así y no tenían ningún avance y no parecía que fuera a haberla pronto. Quizás, solo quizás, era tiempo de aceptar que ya nada tenía solución y que la esperanza se había ido para siempre. 

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