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Secretos

El día había llegado. Con toda la ira y frustración contenida, Hazel anunció que el ataque a la torre sería esa misma noche y la base se inundó en un silencio extraño. Nadie dijo nada hasta cierto momento cuando Auritz apareció con una vela iluminando algunos pasillos de la orden. No decía nada, solo caminaba con la vela hasta llegar una habitación amplia. Dejó la vela en el suelo, se arrodilló y comenzó a orar. Muchos de quienes lo habían seguido al verlo con las velas, terminaron con él en el mismo lugar ya que sabían que daría inicio a una pequeña misa improvisada a todos aquellos quienes quisieran participar.
De los tantos miembros principales de la orden que siguieron a Auritz, uno de ellos fue Agni junto con Kamal, quienes estuvieron entre todos los presentes. Kamiski también quiso participar al igual que Vitale. Debido a su recuperación después de su rescate a manos de Arlet, Diane se resistió en un primer momento, pero al final se presentó en la misa, pero se quedó atrás de todos. Auritz había conseguido hacerse un número considerable de oyentes quienes esperaban tener un poco de calma antes de la batalla a la cual solo le bastaba unas horas.
Rose, Joseph y Londra, pasaron sus minutos platicando entre ellos, intentando olvidar que irían a un suicidio masivo que podría poner fin a su linda amistad formada en ese tiempo que estuvieron juntos.
—Deberían haber vuelto a servir hamburguesas en la cafetería —dijo Londra.
—No hay cocineros ahora —dijo Rose. —Todos están esperando la orden para ir a pelear.
—¿Incluso los cocineros?
—Hablamos de la batalla más importante que el mundo haya presenciado —dijo Joseph. —Vamos a necesitar de todo el personal posible.
—Vaya —respondió Londra. —Bueno, sea como sea que termine todo, debo decirles que mañana podremos festejar cuando regresemos juntos.
—¿Por qué? —preguntó Rose.
—Mañana es mi cumpleaños, pude recordarlo fugazmente. Así que a nuestro regreso quiero festejarlo con ustedes.
—Seguro que sí —dijo Joseph. —Podemos tomar uno de esos pastelitos de chispas de chocolate que tienen en la cafetería.
—Esos son deliciosos.
—Escuché que algunos cocineros encontraron la manera de hacer un refresco de cola muy bueno, pero que solo ellos pueden tomar —dijo Rose.
—¿Por qué? —preguntó Londra.
—Algunos dicen que ellos la hicieron y por eso y no la comparten y yo puede decir que ese refresco es verdadero.
—¡¿Qué?!
—No hagas ruido.
—Lo siento.
—Lo tienen escondido en un almacén al fondo de la cocina. Está bajo llave, pero yo pude tomar la llave cuando todos se fueron a la misa del señor Auritz.
—Vamos ahora —dijo Joseph muy emocionado.
—No —respondió Rose tajantemente. —Esperamos a mañana para poder celebrar como se debe el cumpleaños de Londra.
—Será genial —dijo Londra muy emocionado. —No puedo esperar más, casi siento el sabor en mi boca.
Sabine y Danette se encontraban meditando en lo que esperaban. Con los ojos cerrados y de rodillas, ambas relajaban su mente para no tener conflictos en el momento de la batalla. Al terminar, ambas abrieron los ojos y sintieron mucha paz.
—¿Mejor? —pregunto Sabine.
—Mucho mejor —respondió Danette.
—Esto me ayudó todo el tiempo que llevo aquí y después también. Lo aprendí cuando era niña en un campamento. Me lo enseñó un extraño hombre que vivía en el bosque. Un día lo encontré en una expedición y la curiosidad me hizo regresar para saber si había visto bien o solo fue una alucinación mía. Era un cascarrabias, pero tomó poco tiempo adaptarme a él. Nunca supe que hacía ahí y nadie supo de él. Era una especie de exmilitar o algo así, sabía mucho sobre peleas y manejo de armas. Me enseñó todo lo que pudo en ese corto periodo de tiempo hasta que tuve que irme. Nunca volví a saber de él y espero que todo este caos no le haya afectado.
—Digamos que fuiste una luchadora desde pequeña.
—Crecí solo con mi padre. Mi madre nos abandonó y debía defenderme cuando regresaba sola de la escuela y él trabajaba.
—¿Qué pasó con él?
—Me enlisté en el ejército y ese mismo día sufrió un accidente en su trabajo. Él era empleado en una construcción y un fallo con uno de los balones de gas, lo hizo caer del piso quince. EL balón se enganchó en su pie y lo arrastró hasta el vacío.
—¿Cómo llegaste aquí?
—Un comandante que suministraba de algunas provisiones a la orden, me trajo hasta aquí e impresioné a todos con mis habilidades. Así que me quedé. Al menos de esta manera, podré honrar a los dos hombres más importantes de mi vida y sea lo que sea que pase hoy, será por ellos.
Danette quedó en silencio unos segundos mientras Sabine sonreía al contar su historia. No era algo que la llenara de tristeza, lo había superado, pero no significaba que los había olvidado. Eran su propósito, hacerlos sentir orgullosos a ambos con su labor en la orden.
—Yo me crie con mis tíos —dijo Danette. —Jamás conocí a mis padres. Ellos decían que era especial y que lograría grandes cosas. Eran amorosos, gentiles y siempre tenían una sonrisa en la cara, positivismo en su máxima expresión. Se fueron muy pronto y pasé de casa en casa y al no encontrar lo que quería, escapé y sobreviví en las calles. Un soldado infiltrado me encontró y me trajo aquí. Pasé casi toda mi adolescencia aquí y es casi todo lo que conozco. Hasta que llegó Niel y se mostró tan dulce conmigo. Conecté con él y solo supe que debía quedarme con él, porque no encontraría otro hogar en el que sentirme bien.
Ambas quedaron en silencio después de las historias, cerraron los ojos y regresaron a su entrenamiento, ya que, el recuerdo, las había puesto en conflicto con sus recuerdos y debían estar en paz.
Urko, Cailin, Esko, Jade y Aramis, estaban reunidos, sentados en sillas en fila mirando al suelo. Pensativos y sin decir nada. Todo estaba en silencio hasta el punto de que una pequeña ráfaga de viento se podía escuchar.
—Estoy seguro de que diría Córdova en este momento —dijo Cailin.
—Alguna frase para levantar la moral de todos —respondió Aramis. —Odiaba cuando hacía eso.
—Pero aceptemos que ahora es necesario escucharlo decir que somos más fuertes y que nuestras vidas no son nada comparada con las que vamos a salvar —dijo Urko.
—Siempre era muy recto —dijo Esko. —Me recuerda a mi padre. Él siempre fue así, debíamos decirle señor al final de cada frase, pero siempre sabía que decir cuando todo estaba mal. Éramos Mi hermano y yo, pero él no supo cómo mantener a mi hermano en el sendero correcto. Murió por una sobredosis de drogas. Fue el día en que logré ingresar a la universidad. La noticia no le sentó bien e intentando ahogar sus penas por mi sombra como él lo decía, se pasó con su vicio. Cuando terminé mis estudios fue a ver a mi padre y me dijeron que no había soportado la perdida de mi hermano y él tomó una decisión fatal. Terminé aquí porque intenté seguir los pasos de mi padre y cuando tenía el arma en la boca, llamaron a la puerta con una propuesta.
Los demás mantuvieron silencio al oír la historia de Esko y la empatía se hizo esperar por parte de todos incluso de Aramis que no era de mostrar sentimientos así.
—Mi padre fue un hombre despiadado —dijo Jade. —Golpeaba a mi madre con frecuencia y cuando interfería en eso, también me golpeaba a mí. Cuando crecí, aprendí artes marciales para defenderme de él, pero por alguna razón, mi madre no quería que la haga daño. Un día, ya cuando era adulta y seguía viviendo con ellos, hubo una pelea. Intervine para defender a mi madre como siempre, pero no medí mi fuerza. Maté a mi padre a golpes y lejos de preocuparse por mí o algo así, mi madre me culpó por ello y me echó de casa amenazándome con meterme a la cárcel si regresaba. Dijo que había muerto para ella y que no le importaba lo que pasará conmigo. Vagué por meses y sabiendo que podría ser buscada por la policía debido a lo que mi madre dijo, me subí a un camión de verduras que paró en un semáforo. No sabía que era una fachada y que en realidad eran armas para la orden.
Ambas historias estaban siendo conocidas en ese momento por todos. Nadie jamás habló sobre su pasado y como este les había afectado. Todos estaban en silencio escuchando atentamente.
—Yo entré aquí con mi hermano mayor—dijo Cailin. —Éramos los dos nada más. Cuidó de mi después de la muerte de nuestros padres y de que casi me matarán ahogado en una bañera. Según me dijo mi hermano, la mujer que nos había adoptado, no superaba la muerte de su bebé e intentó bañarme, peros u depresión pudo más y casi me ahoga mientras recordaba. Mi hermano escuchó de una supuesta propuesta de trabajo en un edificio, pero en realidad se trataba de esto. Fuimos los mejores y eso nos llevó al frente de batalla. En uno de los tantos ataques a “Agros”, fue alcanzado por un explosivo. Todavía lo recuerdo agonizante en mis brazos. Le prometí que iba a ser uno de los mejores de la orden por él y que no iba a parar hasta conseguirlo y una vez que lo logre, mi final estaría en la vejez o dando mi vida valerosamente de misma forma que él lo hizo.
—Yo tuve un hijo —dijo Urko tras unos segundos de silencio. —Su madre me dejó debido a que no soportaba que tuviéramos una vida tan miserable. El dinero no alcanzaba para nada y me dejó solo con mi hijo. Lo crie muy bien, era un buen chico, estudioso, responsable, amable y yo había conseguido un trabajo de policía. Parecía que nos estaba yendo bien, hasta que un día nos notificaron de un tiroteo donde había un herido de gravedad. Al llegar a la escena, vi a mi hijo tirado en el suelo mientras se asustaba por ver cómo se le iba la vida. Tomé su mano en todo el trayecto al hospital, pero no pudo soportarlo. Me llené de rabia y a cada operativo en el participaba, actuaba con mucha violencia. Quería quemar el mundo y eso llegó a oídos del jefe del departamento de policías que lejos de criticar mi actuar me ofreció otro puesto. Así terminé aquí, por contactos y una perdida.
Aramis se mantenía en silencio, dudaba en hacer lo mismo, pero que más daba, podría fácilmente ser el final y si debía irse, sería en paz.
—Yo tuve una hija —dijo Aramis. —Me asusté, la veía en su cuna y no sabía cómo iba a poder darle una vida digna. Me fui y la dejé sola con su madre. Viví en las calles, entre alcohol y drogas, desperdiciando mi vida hasta que pude ver en lo que me había convertido. Todo por miedo y no saber cómo afrontar mi responsabilidad. No sé cómo llegué, pero terminé al filo de un puente a punto de acabar de todo cuando sentí que alguien me tomaba del brazo y me decía que no lo haga. Era un hombre, me llevó con él mientras hablábamos sobre lo que había pasado conmigo y resultó ser un soldado de la orden y me trajo hasta aquí para intentarlo.
Todos volvieron al silencio absoluto, pero ahora era diferente. Parecía haber paz, calma y por un segundo, la batalla ya no parecía ser una maldición, era una redención para muchos que buscaron por años la oportunidad para darle un sentido a sus vidas y al fin lo tenía.
Niel se encontraba paseando en el taller mientras veía todas las herramientas y suciedad que se había levantado en todo el lugar a causa de su trabajo. Miró sobre la mesa en la que solía trabajar y encontró su libreta en donde tomaba apuntes de absolutamente todo y sus notas databan de hace más de quince años. Sonrió al encontrar algunos cálculos que había hecho y se encontró con una pequeña nota de Danette que decía la hora y lugar para verse. La nota era del momento que residían en Cusco.
Sería en ese momento que llegaría Ysamar junto con la lanza convertida en esfera y jugando con ella o eso parecía.
—Ibars, ¿todo bien? —preguntó Niel.
—Sí —respondió Ysamar. —Es solo quería saber más sobre esto. Esperaba encontrar algo por aquí o quizás a alguien que sepa cómo funciona en su totalidad.
—Vaya, la lanza del trébol. Dentro de muchos años, esta será un arma mítica, o quizás ya lo es. ¿Cómo diste con ella?
—Digamos que ella me encontró.
—No sé cómo ayudarte, no tengo la más mínima idea de sus funciones. Liv hizo un trabajo increíble con esa arma. Es asombrosa en lo que hace.
—He visto el trabajo de la señorita Parker y tienes razón.
—Me recuerda mucho a mi hermana mayor. Ella era igual. Dedicada, inteligente, fuerte, sobre todo eso, era muy fuerte.
—No sabía que tuviste una hermana.
—Todos tuvimos vidas fuera de la orden. Jamás vas a oír de ellas. Podemos ser parte del mismo bando y equipo, pero no significa que seamos amigos. No sé nada de los otros líderes, nunca hablamos de nuestro pasado, de hecho, nunca hablamos de nosotros o entre nosotros si no es por algo relacionado con el trabajo.
—¿Por qué?
—Ninguno tiene el valor de mostrarse como es realmente.
—¿Qué pasó con tu hermana?
—Mi padre murió meses antes de que naciera. Mi madre era una ludópata y se la pasaba día y noche en el casino apostando todo lo que teníamos. Mi hermana era la única que pasaba tiempo conmigo, mucho más del que se podía decir, ella cuidó de mí, al menos por unos quince años hasta que conoció a un chico y la secuestró cuando ella quiso terminar con él. Mi madre no parecía prestarle atención a eso y el día en que los policías llegaron a mi casa, ella no estaba y recibí la noticia de que habían encontrado a mi hermana, o al menos una parte de ella. Pasó el tiempo y al no encontrar al tipo, el caso se cerró y quedó inconcluso. Fue un homicidio y ya, así lo dejaron. Me fui de casa cuando noté que mi madre no tenía ninguna intención de encontrar justicia y tiempo después supe que la mataron por deudas que tenía con personas peligrosas. Estaba solo ahora y lo único que quería era dar con el asesino de mi hermana, pero en su búsqueda, di con sujeto que juraba saber dónde estaba el tipo que estaba buscando y en un callejón me noqueó y trajo hasta aquí. Tiempo después conocí a Danette, podemos decir que fue destino o algo así o que “Vex” es una especie de reformatorio o centro de ayuda para personas con pasados duros, porque la mayoría, a pesar de que no lo sepas y quieran ocultarlo, todos tienen historias igual que la mía. Quizás tú también tenga una historia igual.
Ysamar no dijo nada. Quería mantener su secreto para ella, pero escuchar a Niel a hablar de él y recordar su historia con pesar mientras intentaba demostrar que no le afectaba, la hizo identificarse con su dolor y su recuerdo al quedar solo en un mundo cruel y despiadado que no duda en dañar a los más inofensivos y los empujan a ser duros y cerrar sus corazones a la desgracia.
Price y Hazel se encontraban en la sala de reuniones, sentados uno frente al otro, solos y con silencio adornando el ambiente. Estaban tomados de las manos mientras ambos temblaban y se ahogaban en ellos mismos, sintiendo el terror de poder ser la última vez que estén juntos. Price recordaba aquel momento con Derek, cuando el rayo impactó de lleno con él y toda su familia se disolvió en un segundo. Cuando todo se fue por la borda y podía volver a pasar, tenían que ganar, pero a costa de la vida de muchos inocentes.
—No me digas nada —dijo Price. —Quédate en silencio escuchando lo que tengo que decir. La primera vez que te vi, no supe cómo debía reaccionar. Mi corazón y mi mente se tropezaron mutuamente y quedé paralizado. Año tras años veía lo que estábamos formando y seguía sin saber cómo reaccionar y tampoco supe cómo es que había llegado hasta ese momento. Después viví contigo y aunque el mundo estaba hundido en la miseria, me disté un hogar y me salvaste de una muerte segura. Fuiste mi table en medio de todo el inmenso océano y solo me queda decirte que después de esto, sin importar que pase, tú eres, fuiste y serás para siempre el amor de mi vida, porque tú me enseñaste a vivir cuando ya no tenía razones para hacerlo y tú te convertiste en mi razón.
Hazel dejó de temblar, rompió en llanto, abrazó a Price y le dio un largo beso mientras. Volvieron a abrazarse y ambos lloraron a mares con tanta intensidad y fuerza que los liberó de todo el terror y tormento que estaban pasando en ese momento.
La misa de Auritz había terminado y Vitale y Kamiski se levantaron del suelo para poder irse. Ambos parecían estar mejor y llenos de vida, como si no importara nada o nada estuviera pasando.
—Vitale —dijo Vahid. —Siempre he tenido mucha curiosidad respecto a ti. Sin embargo, siempre entendí que podía tener tu razón. Todos tenemos un pasado como dicen. Es posible que vayamos a morir, no quiero irme sin saber de ti, pero tampoco quiero irme con el dolor en el alma. ¿Me dejas hablar contigo?
—Seguro —dijo Vitale tajantemente rompiendo su silencio.
—Hace muchos años tuve una esposa. Hermosa mujer, jamás conocí a alguien como ella. Éramos jóvenes y estábamos muy enamorados. Bailamos por la tarde y hacíamos el amor con frecuencia. Ella se quedó conmigo toda la vida, fue mi mejor amiga y confidente, reíamos todo el tiempo. Yo era un médico excelente y ella me esperaba en casa todas las noches. La edad nos llevó hasta un bache en el camino y enfermó. No pude salvarla a pesar de mis conocimientos. Me volví irritante y me enviaron a otro centro de salud donde conocí a un tipo que me ofreció un puesto aquí. Quizás mi carácter me hizo escalar hasta donde estoy, pero aún la extraño mucho. Recuerdo cada detalle de ella y sé que donde sea que esté, está esperándome para seguir riéndonos de todo.
Vitale permaneció en silencio, bajó la cabeza tras escuchar la historia de Vahid y, tras tomar aire, volvió a mirar al hombre.
—A mí solían molestarme en la escuela —dijo Vitale. —Era muy callado, no quería que me hagan daño, pero igual encontraban algo para poder dañarme. Vivía con mi abuela. Ella no me tenía mucha paciencia y nunca me escuchaba, pero la quería. Ella murió y cuando fui a la escuela un día después de eso y comenzaron a molestarme, respondí al abusivo y entre todos me dieron una fuerte paliza. Me dejaron con algunas costillas rotas producto de los golpes y el director no hizo nada. Quise tomarme la justicia por mi cuenta y esperé a que saliéramos de la escuela e intenté atacar a uno de ellos con cuchillo. Sin embargo, mi remordimiento hizo que me detenga y mi mala suerte puso a un policía frente a mí. Los padres del abusivo pidieron que me condenara a la pena máxima por intentar matar al chico, pero fui liberado y enviado a un orfanato. Crecí y nadie quiso adoptarme por mis antecedentes hasta que una mujer lo hizo, pero era una fachada. Me trajo hasta aquí, me enseñó todo lo que sé y poco a poco fui subiendo de puestos hasta ser lo que soy, pero sigo asustado por si alguien vuelve a querer hacerme daño.
—Muchacho, estamos a horas de librar una de las más grandes batallas de la historia. Al diablo con esos idiotas que te molestaron y al diablo con los demás.
Vitale sonrió y Kamiski comenzó a reír a carcajadas contagiando a Pietro que comenzó a reír también junto con Vahid, liberándose así de una pena y culpa tan grande que lo había perseguido por años.
Saiko llegó a ver a todas las personas saliendo una a una de la habitación y no entendía que había pasado. Con dificultad pasó entre las personas y vio a Agni y a Kamal quienes seguían de pie esperando la salida de todos.
—¿Qué ocurre aquí? —preguntó Saiko.
—Auritz dio una especie de misa para todos —respondió Agni.
—Me habría gustado estar aquí.
—No sabía que eras creyente.
—Un poco de paz antes de la pelea no vendría mal.
—Él está por allá por si quieres hablarle.
—Gracias.
Saiko comenzó a acercarse a Auritz y dejó a Kamal y a Agni de pie. Kamal parecía estar triste y Agni notó esto desde un primer momento y supo a que se debía.
—Debes saber que él está con nosotros y lo estará en el campo de batalla —dijo Agni.
—Lo extraño —dijo Kamal. —Antes de él, nunca tuve un mejor amigo. Lo único que recuerdo es el frío de las calles y lo duro que es el asfalto.
—Lo sé, pero no lo recuerdes de esa manera. Quienes se fueron deben ser honrados y la manera de hacerlo es resaltando su valor como personas. Yannick te demostró que tu pasado en la calle, no es lo único que había en ti. Elm también tuvo lo suyo, nos mostró lo que es la paciencia y me dio a mí una segunda oportunidad. Lo que él haya querido hacer después, es responsabilidad suya.
—Yannick fue el único que supo entenderme. Ambos fuimos unos marginados del mundo y abandonados a nuestra suerte. Por eso lo quería mucho.
—Recuérdalo así, eso te dará fuerza.
Agni puso su mano en el hombro de Kamal y ambos se dieron un fuerte abrazó, acto que no habían realizado en mucho tiempo y que ahora se sentía diferente. Era liberador y reconfortante a la vez.
Saiko llegó con Auritz quien se levantaban del suelo con cierta dificultad y se despedía de algunos fieles que escuchaban la palabra de Dios a través del intento de Auritz.
—Padre —dijo Saiko. —Bueno, no sé si llamarlo así es correcto.
—No tienes que ser formal hija —dijo Auritz con una sonrisa. —Está bien.
—Quise estar aquí antes, creo que llegué tarde.
—Nunca es tarde para encontrar el camino correcto querida, por eso estás aquí.
—Debo confesar que este es un de los peores escenarios posibles para poder conocerlo personalmente, oí mucho de usted.
—Dios sabe cómo lleva el camino de todos nosotros. Él te trajo hasta aquí en este momento y debe ser por algo.
—No me siento en paz. Tengo mucho miedo.
—¿Temes perecer?
—Temo que le suceda a quienes amo.
—No llores por ellos, alégrate por el lugar al que llegarán. Piensa en el propósito que Dios pudo haberles dado y siente la dicha de que pudieron cumplirlo.
—¿Y si no pudieron? ¿Si se fueron sin haber cumplido sus sueños?
—Voy a contarte algo. Cuando fui pequeño, vivía con mi abuelo. Mis padres habían fallecido tristemente en un accidente por la carretera y mi abuela falleció cuando tenía cinco años. Mi abuelo quien me crio. Me enseño todo lo que debía saber. Siempre decía que la escuela era importante porque sin conocimiento nunca serás nada, pero lo más importante se aprendía en casa y era saber lo que es correcto y eso me lo enseñó con buenos valores. A los dos nos encantaba el futbol, él era un gran fanático, sabía todo el deporte. Futbolistas, partidos, resultados, fechas, todo. Cuando era joven él también fue jugador, pero una lesión lo hizo dejar el deporte. Quería regresar a las canchas con todo su corazón, pero simplemente no se pudo. Yo quise intentarlo también y fui aceptado en un pequeño equipo, pero cuando tuve la gran oportunidad de que mi abuelo pueda ver mi logro, él tuvo que irse a jugar en el otro equipo mucho mejor. Se fue y me dijo que lo estaban fichando para el equipo de Dios y que jugaría con los grandes. Dijo que debía buscar mi destino y si creía que era este, que continúe, pero si no era así, que sea lo que sea que haga, debía llegar a ser de los mejores. No tuve más razones para seguir jugando, mi más grande inspiración se había ido y llamaron a mi puerta con una propuesta diferente. Nunca supe qué fue lo que “Vex” vio en mí. No tenía nada que ofrecerles más que tiros al arco y pases precisos, pero poco a poco y con entrenamiento, logré llegar hasta donde estoy y me volví uno de los mejores, tal y como se lo había prometido a mi abuelo. Quizás algunas personas no logren sus sueños, pero nosotros podemos honrar su pasado y legado logrando los nuestros y cumpliendo las promesas que les hicimos. Así logramos darles un descanso eterno y recordarlos como es debido.
Saiko sonrió tras escuchar a Auritz ya que sentía que él entendió a la perfección su sentir y encontró las palabras las correctas para poder calmar su mente que paraba de presionarla. Ambos se dieron un abrazo y Saiko sintió el cariño verdadero de una persona que no le debía nada.
A lo lejos y después de que casi toda la habitación quedara vacía, Diane observaba la escena entre Saiko y Auritz y no fue capaz de ver eso sin sentir repudio. Salió rápidamente y cuando ya estaba sola y pudo respirar, apareció Arlet atrás de ella.
—Parece que la misa de Auritz no fue de tú agrado —dijo Arlet.
—¿Qué sabes tú sobre que me gusta o no? —preguntó Diane molesta.
—Lo siento, te vi salir así y supuse eso.
—Deja de hacerlo, cada vez que supones algo todo sale mal.
—Diane entiendo tu molestia hacia mí.
—¿Molestia? A mí me molesta cuando pido un café y está frío, eso me molesta. Lo que siento por ti, no sé lo que es. Ni siquiera soy capaz de aguantar mucho tiempo mirándote a la cara sin desear arrancarte la cabeza.
—Ambas sabemos que eso no es posible.
—¿Quieres intentar?
—Ya basta. He hecho todo lo que está a mi alcance para mejorar lo que pasó y arreglarlo. ¿Por qué no puedes verlo?
—Porque las personas no son capaces de cambiar lo que son, siempre se mantienen igual. ¿Sabes cómo es que lo sé? Cuando nací, mi madre murió en el parto debido a complicaciones y mi padre tuvo que cuidarme toda la vida. Fue el mejor padre que pudo existir y cuando me gradué de la universidad, él prometió que iría como sea a pesar de su trabajo. ¿Sabes lo que pasó? Lo mataron cuando intentó detener a un ladrón que le robaba a una anciana. Juraron que iban a pagar y harían justicia, pero nunca hicieron nada. Yo tuve que ensuciarme las manos y cuando di con ese idiota y lo maté, me condenaron a mí. Estuve en prisión por casi seis años por culpa del sistema podrido y por la segunda oportunidad que seguramente le dieron al otro idiota. Personas como nosotros, pagamos los desastres mientras que ustedes van tan campantes de la vida fingiendo que nada pasó.
Arlet miró como Diane iba soltando su rabia contenida y sus lágrimas mostraban el dolor que había estado guardando durante años a causa de una injusticia que se llevó todo en su vida. Diane se llevó las manos a la cara para ocultar su llanto y Arlet se acercó lentamente para poner su mano en el hombro.
—¿Sabes por qué vamos a pelear? —preguntó Arlet. —Para que personas como esas puedan pagar el daño que le están haciendo a personas como tú.
Diane secó sus lágrimas, levantó lentamente la cabeza, miró a Arlet y por primera vez algo parecía cambiar dentro de ella.
—No lo sé —dijo Diane.
—Yo he perdido todo también a causa de otras personas y cuando decidí que iba hacer pagar a quienes me hicieron daño, el mundo me tachó de traidora y nunca comprendieron realmente mi dolor —dijo Arlet.
Diane ya no supo que decir. La vergüenza la hizo reaccionar con sorpresa y bajar la cabeza para evitar ver a Arlet.
—Yo... —intentó hablar Diane.
—Da igual, porque ya no importa lo que hicimos o como nos vean los demás. Importa lo que nosotros vemos de nosotros mismos y las acciones que hacemos o haremos para el bien de esas personas que nos tiraron piedras —dijo Arlet. —No busco tu perdón, pero si quiero pelear junto a ti.
Arlet extendió su mano esperando recibir una respuesta de Diane. La mujer vio el gesto, miró a Arlet y con dudas en su cabeza comenzó a pensar, pero eso ya no importaba, Arlet tenía razón y era momento de pelear. Diane tomó la mano de Arlet y así quedaba cerrado el rencor que Diane había guardado hacia Arlet.
Liv iba paseando lentamente por los pasillos de la silenciosa base cuando se encontró con Elise. Ella estaba mirando fijamente a la salida de la base, parada firmemente y muy quieta. Liv se acercó lentamente y al llegar a verla, Elise tenía el ceño fruncido y parecía estar pensando.
—Me resulta tentador —dijo Elise. —Tengo tanto miedo de que sea mi final o el de alguien más por mi responsabilidad.
—¿Intentas huir de la responsabilidad? —preguntó Liv.
—Es tonto intentarlo. Huir de lo que te corresponde no es digno.
—Al menos tienes el valor bien claro.
—Pero quisiera poder evitarlo a toda costa. Sin embargo, esto ya no está bajo mi voluntad.
—Eso parece.
—¿Tú no tienes miedo?
—Todo el tiempo.
—No lo parece.
—Ya me lo han dicho, pero desde lo que pasó con Derek. Me hizo ver lo incierto que es este camino y que ninguno de nosotros tiene su puesto fijo. Da igual cuan fuerte seas o cuan valioso o querido seas para algunos. En una guerra, nada está claro y las vidas ser pierden muy rápido. Tengo mucho que no he hecho y mucho que quiero hacer, pero mis deseos no pueden anteponerse a la vida de inocentes que también pasan por lo mismo que yo. Solo quisiera que hubiera otra manera, pero si debe ser así, que así sea, ya no me corresponde a mí.
Elise miró a Liv, ella le devolvió la mirada, se tomaron de la mano y ambas comenzaron a ver a la salida nuevamente, pero juntas. Quizás esperaban que el destino les mostrara que había otra ruta, pero era claro que el camino estaba hecho y debían seguir, sin importar cuanto miedo puedan sentir.
Price caminaba por los pasillos rumbo a su habitación. Estaba pensativo, asustado, nostálgico y triste por lo que pudiera pasar. Al intentar doblar una esquina, apareció Vatra quien también parecía estar haciendo lo mismo que él.
—Lo siento —dijo Vatra. —No tenía idea.
—No importa —dijo Price. —¿Estás bien?
—Sí... Bueno, dentro de lo que cabe. Ya no sé qué es estar bien en estos días.
—Te entiendo.
—¿Ibas a algún lado?
—Creo que mi habitación, realmente no sé. Creo que solo quiero escapar.
—Sí, también yo.
—Vaya.
—¿Tienes un minuto?
—Seguro.
—Cuando ustedes dieron conmigo y lograron vencerme, todo mi tiempo siendo prisionero de “Vex”, me sirvió para pensar en todo el daño que hice y lo que destruí con mis acciones. No es una excusa, pero solo seguía órdenes. Lo de tu madre, en un primer momento, no me importó. “Agros” me había hecho creer que solo era un eslabón suelto que debía ser reparado cuanto antes y solo hice que debía hacer. Sé que te hice daño y sé que deseabas o seguro aún deseas verme muerto, pero no hay un solo día en el que no piense en tu madre. Ella sabía la razón de que estuviera ahí y no se resistió en ningún momento. Me miró fijamente, cerró sus ojos y dejó que actuara. Solo me suplicó una cosa, que por nada en el mundo te haga daño. En lo único que pensó en sus últimos minutos, fue en ti y sus lágrimas reflejaban eso. En serio lo siento Collins, no tienes idea de cuánto. Estamos a horas de que sea la última vez que nos veamos y sé que, si hay un cielo o algo así, no un lugar para mí ahí, pero quiero irme diciéndote que no hay nadie quien se culpe más por ello que yo y entenderé si no quieres perdonarme.
Price había comenzado a llorar mientras Vatra narraba su historia junto a su madre. Sin embargo, no parecía sentir rabia con Vatra, parecía que la culpa y la furia la sentía consigo mismo. El verdadero daño se lo había causado él con sus acciones y dejándola sola. Price se secó las lágrimas, miró a Vatra y sin decir nada, lo abrazó.
—No hay nada que perdonar —dijo Price con la voz entrecortada.
Vatra regresó el abrazo y ambos habían dejado ir el peso y el dolor que habían estado llevando durante años sobre ellos. Todo había quedado cerrado entre los dos y ya no había nada que perdonar.
Las horas pasaban y con cada minuto la incertidumbre y terror aumentaban en cada uno de ellos. Arlet, Liv y Price quedaron solos una vez más, tal y como siempre habían estado. Estaban sentados en unas sillas, pero por un extraño o coincidente que pareciera, frente a ellos había una silla vacía.
—¿Recuerdan cuando elegimos el nombre del equipo? —preguntó Price.
—Sí —respondió Liv con una sonrisa. —¿Fue por el juego de ambos?
—Sí. Derek era muy bueno o yo muy intuitivo, pero llevaba varias rondas ganándome. Ya no tenía nada que apostar.
—No hay un dealer en esa mesa —dijo Arlet.
—Es que era él quien jugaba y hacía de dealer —respondió Price.
—¿Si te das cuenta? —preguntó Liv.
—¿Qué?
—Derek ganaba porque modificaba las cartas.
—Desgraciado, ya decía que era muy raro algunas jugadas que hacía.
—Empiezo a creer que ni siquiera jugaban póquer —dijo Arlet.
Los tres comenzaron a reír, pero en cuanto las risas se apagaron, todo volvió a estar en silencio. Los tres se miraron mutuamente y Arlet intentaba evitar el llanto. Todos comenzaron a recordarlo y el dolor se hizo intenso.
—Él sabría que decir —dijo Price. —Siempre fue bueno en eso.
—Sí —respondió Liv. —Siempre tenía algo bueno que decir, aun cuando estaba deprimido. Se guardó tanto en él de tantos años. Todo para que nosotros no nos mortifiquemos. Pensó en los demás antes que en el mismo después de lo que pasó con Arlet.
—Me hace falta —dijo Arlet. —Si llegó a sobrevivir, no sé cómo voy a seguir sin él. Pero si tengo una cosa clara. Que la razón de estar aquí y lo que vamos a hacer, será por él.
Una alarma comenzó a sonar, el trío se puso de pie, se miraron y todos en la base sabían lo que significaba. Debían alistarse, la hora había llegado. Sin darle lugar a las dudas y al miedo, los tres se pudieron firmes, tomaron aire y dieron el salto que tanto tiempo había guardado.

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