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Regreso

Hazel se encontraba en la habitación que compartía con Price empacando algunas cosas esenciales en una maleta. Se le notaba asustada, preocupada y molesta. No era una situación en la que quisiera estar, sabía de las consecuencias de enfrentarse a "Agros" en este punto. Price llegó a la habitación y se quedó en la puerta mirando como Hazel iba guardando los cepillos de dientes en su maleta.

—Sabes que no tienes que venir —le dijo Price.

—No tengo opción —respondió Hazel. —No me la diste tampoco.

—No hagas eso, por favor.

—¿Qué cosa?

—Culparme de esto, no lo hagas.

—No te culpo, Price. Solo te digo lo que pasó. Tu decidiste por ambos, tu diste la opción.

—Y tienes todo el derecho a negarte a esto, por eso te digo que no tienes que venir.

—Y, ¿qué se supone que deba hacer? ¿Quieres que me quede a esperarte y a sufrir como una mártir tu regreso cuando sé que muy probablemente no vayas a regresar? ¿Quieres que me quede a pensarte cada noche y haciéndome de la idea de que moriste cuando no sepa nada de ti?

—No creas que tengo opciones, Hazel. No las hay, tenemos que pelear.

—¿Tenemos? Ellas vinieron después de años y lejos de preguntarte por ti y pasar el rato, quieren arrastrarte de nuevo a lo que probablemente sea un suicidio y tú lo aceptaste. Arlet no ha cambiado en lo más mínimo, sigue siendo una pobre engreída y egoísta que solo piensa en sí misma. Claro y mi hermana no se queda atrás, ambas lo vieron y son tan infelices y miserables que les da envidia la nueva que tenemos y quieren quitárnosla.

—Ellas no son así. Si han venido hasta aquí desafiando todo solo porque hallaron una nueva oportunidad, debemos intentarlo.

—Y, ¿qué tal si fallas?

—Eso no pasara.

—Pero, ¿y sí pasa? ¿Si fracasas junto con ellas? ¿Qué seguridad tienes de que nada de lo que pase se pondrá peor?

—No pasara, Hazel. Yo te digo que no pasara y se acabó. No voy a morir a manos de ellos y menos a bajar la cabeza como hicimos todos estos años. Vamos a acabar con todos ellos y no por mí, ni por ti, ni por ellas, ni por "Vex", sino por el mundo que abandonamos a su suerte después de nuestro fracaso.

—Bueno, si caes tú, caemos los dos.

—No tienes que hacer esto.

—Cállate, ya me cansé de oírte decir que puedo o no hacer. Yo te amo, pero mi decisión recae en mí y no digo que voy hacer conmigo misma. Voy a seguirte a donde sea y si debemos pelear una vez más hasta la muerte, lo haré si es a tu lado.

Price suspiro al oír las palabras de Hazel, se acercó lentamente a ella y la abrazó por la espalda, apoyando su cabeza sobre la de ella. Hazel dejó de seguir empacando, tomó los brazos de Price y los acarició para calmar su pena. Hazel se dio la vuelta y ambos continuaron abrazándose muy fuerte para calmar el temor de ambos.

—Lo siento, en serio lo digo —dijo Price.

—No te disculpes aún, ni siquiera hemos empezado —dijo Hazel.

—No tendría por qué ser así.

—No busquemos soluciones cuando no las hay, solo sigamos adelante y el destino sabrá qué hacer con nosotros.

Habían pasado un par de meses, el cáncer se había extendido a todo el cuerpo y la mujer ya no era capaz de seguir soportando. Bruce estuvo el día en que su madre dejó este mundo, mirándola desde el pasillo, echada en la camilla, tan hermosa con un ángel y veía como el mundo le arrebataba una vez más el cariño de un ser querido. Ya le habían quitado a su padre y ahora se iba también su madre. No le quedaba nada, solo su pequeño amigo Fred.

Esa noche, regresó a su casa escoltado por unos oficiales que llevarían al niño a un orfanato donde podría vivir tranquilo y bajo la supervisión de varios adultos. No tenían ningún familiar directo del que se tenga contacto, por lo que la única opción viable era esa.

Bruce entró en su casa junto con los oficiales quienes lo esperaron sentados en la sala a lo que él tomaba algunas cosas valiosas que pudieran serles útil para su estancia en el orfanato. Bruce entró a su habitación y lejos de comenzar a empacar como se le había ordenado, se echó en la cama, abrazó su almohada y, en posición fetal y completamente solo, comenzó a llorar a mares abrazando cada vez más fuerte su almohada esperando que todo sea un mal sueño. Imaginaba que la almohada era su madre y que lo abrazaba igual de fuerte. Tenía los ojos bien cerrados esperando que, al abrirlos, pueda ver a su madre junto a él, pero no funcionaba. Lo intento varias veces, una tras otras y el resultado era el mismo. Tenía que ser una pesadilla, seguro su madre entraría en unos minutos u horas y lo despertaría para ir a la escuela, alimentaría a Fred, desayunaría junto a su madre y se despediría de ella con un gran beso y un abrazo. Eso debía ser, nada podía ser real. La realidad le golpeó su rostro en un segundo cuando, después de muchos intentos, abrió los ojos por última vez y todo seguía igual, su madre ya no estaba con él.

Bruce se secó las lágrimas, se sentó en su cama, miró a su alrededor y pensó por un segundo en escaparse de casa, tomar lo que se iba a llevar y no ir a ningún orfanato y largarse, pero, ¿a dónde iría? ¿Qué se supone que podría hacer un niño pequeño solo por las calles? No era una buena opción. Comenzó a empacar y el pequeño Fred también tuvo que decirle adiós a su pequeño hogar que había sigo amoldado a él. Bruce tomó a su amigo en sus manos, lo vio y notó como la cola ya se había terminado de regenerar por completo. Lo metió a una caja de zapatos que había entre sus cosas y nuevamente comenzó a hacerle agujeros para que el animal pudiera respirar sin dificultad.

Bruce salió con su maleta y la caja de zapatos en sus manos, con los ojos hinchados y rojos por haber estado llorando un largo rato, estaba roto. Los oficiales lo recibieron y se lo llevaron hasta la patrulla policial. Bruce entró en los asientos traseros, un oficial se montó en el asiento del copiloto y el otro entró en el asiento del conductor. Encendió el auto y comenzó a dar marcha, dejando atrás el pequeño hogar de Bruce y tantos recuerdos ahí, de su madre, de su padre, de cuando había sido feliz gracias al sacrificio de sus seres queridos, donde había descubierto su amor por la ciencia y al fin encontraba su vocación y camino en la vida. Abrió la caja de zapatos y ahí se encontraba su fiel amigo Fred, observándolo con pesar y compartiendo el dolor de su amo. Bruce siguió mirando por un segundo a su mascota y una pena enorme le llenó el corazón. Bruce estaba siendo llevado a un lugar donde no sabía si sería feliz y donde se vería muy limitado respecto a espacio, no quería que su mejor amigo pasara por eso, no era justo. Fred tenía la oportunidad de tener una vida mejor, pero sería a costa de la vida de Bruce. Si Fred se iba, Bruce terminaría desbastado, pero sabía que sería lo mejor para él y que era lo correcto.

—¡Detenga el auto por favor! —gritó Bruce al policía.

—¡¿Qué pasa?! —dijo el copiloto cuando el auto frenó en seco.

Bruce salió del auto corriendo hasta el jardín de su casa, desesperado y con más lágrimas corriendo por sus mejillas. Tenía a Fred en sus manos, tomándolo con cuidado y protegiéndolo de todo. Los policías perseguían al pequeño Bruce con temor a que pudiera escaparse de ellos, pero se detuvieron cuando vieron a Bruce tirarse al suelo de rodillas una vez estaba en su jardín. Bruce abrió su mano y cuidadosamente acarició la pequeña cabeza de su pequeño amigo.

—Gracias Fred — le dijo Bruce a su mascota llorando a mares. — Gracias por ser el único amigo que he tenido. No te preocupes por mí, estaré bien, debes seguir adelante. No me olvides porque yo nunca lo haré, voy a seguir estudiando mucho para ser el mejor, te lo prometo. Seré muy bueno y espero verte algún día de nuevo. Tú también debes ser bueno, busca a otros amigos, pero siempre llévame en tu corazón, así como yo también haré lo mismo.

Bruce llevó sus manos al suelo, las abrió y dejó que Fred regresara al lugar de donde lo encontró y lo conoció. Fred se fue rápidamente lo que provocó aún más llanto en el niño que ya para ese entonces solo veía oscuridad, ya no le quedaba nada. Se levantó del suelo mientras se secaba las lágrimas, pero todavía llorando, viendo cómo, quien había sido su único amigo y compañero de vida, regresaba al mundo que pertenecía y donde ambos se habían conocido por primera vez.                                                                               

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