Correr
Arlet escapó cuanto antes de la escena antes de que pudiera ser demasiado tarde. Había llamado demasiado la atención con la muerte de Francesco.
En la escena, aparecieron varios oficiales del poder que reclamaban por respuestas que fueran convincentes y así poder dar con el asesino. Tanto fue el auge, que en el momento en que los esclavos se enteraron de la muerte de Francesco y lo vieron en el suelo, comenzaron a aplaudir, a gritar, a silbar. Vitoreaban como si fuera una victoria de todos ellos. Esas acciones ocasionaron que los oficiales del poder comenzarán a atacar a los esclavos, pero esta vez fue diferente, porque los marginados se levantaron y comenzaron a protestar y a rebelarse contra los oficiales iniciando una trifulca entre la población y el régimen.
Arlet llegó a un pequeño apartamento y comenzó a planear el siguiente golpe. Tenía lo que quería, un nombre y un lugar. Ahora tocaba dar con esa persona. Sabía de antemano que no iba a funcionar la misma táctica que usó con Francesco en contra de su objetivo. Era un hombre muy refinado y no era un enfermo como Francesco. Debía pensar en algo más.
Tras una noche larga en donde el desvelo no le afectó en lo más mínimo, Arlet llegó a su plan. Infiltrarse en el edificio como una esclava más y comenzar a buscar a su objetivo.
Salió por la tarde y comenzó a estudiar y analizar el lugar. Era un edificio común y corriente, con una fachada elegante que llamaba a la alta alcurnia de la población. Un paraíso para los que apoyaban a "Agros". Vio que la parte trasera del edificio era poco transitado y solamente usado por los que trabajaban ahí, esa era su oportunidad. Espero con paciencia hasta que vio como salía un trabajador de status alto a botar a la basura ropa de los esclavos. Eran uniformes maltrechos y hediondos. Arlet tomó uno y se dirigió a la entrada del edificio.
Al frente fue descubierta por un trabajador que le grito y obligó a regresar a su puesto de trabajo. Sin embargo, cuando la tuvo frente a él, parecía estar confundido. Arlet supo al instante que el hombre no la reconocía. A pesar de ese tenso momento, el trabajador la dejo regresar a su puesto de trabajo.
Arlet lo había logrado, estaba dentro del edificio. Comenzó a hacer algunos favores para pasar desapercibida y era testigo de todo el abuso que esos pobres hombres recibían. Ser tratados como objetos, como animales, o peor que animales.
Las horas pasaban y todavía no daba con lo que quería. Empezaba a ser cansino ayudar a todos esos idiotas. De pronto, un trabajador le gritó y le chasqueaba los dedos para que se apurada.
—¡Oye, tú!—dijo el hombre con un tono muy desagradable. —¡Ven rápido y atiende al hombre!
—Lo siento señor—dijo Arlet sin salirse del personaje y obedeciendo las órdenes.
Arlet tomó algunas maletas que estaban en el piso y que el huésped no era capaz de levantar. Era un hombre obeso, con el rostro grasoso y los ojos casi cerrados debido a que la gordura con lo dejaba ver.
Arlet llevó al hombre hasta su respectiva habitación, abrió la puerta y dejó las maletas en la habitación. Cuando se disponía a salir, el hombre la tomó del brazo y sin ningún aviso o sentido, la olfateó.
—Como amo el olor de la miseria—dijo el hombre. —Me excita tanto.
—Gracias, señor—dijo Arlet aguantando el asco que sentía.
—Avisa en la recepción que deseo ir al cuarto de regalos.
—Por supuesto, señor.
Arlet salió de la habitación con una pregunta rondando en su cabeza, ¿qué era eso de "Cuarto de Regalos"? Llegó hasta la recepción y encontró a un joven atendiendo a algunos huéspedes y con una sonrisa extraña. Eso hasta el momento en que llegó Arlet y fue cuando su rostro cambio al de uno se asco y repudio.
—Más vale que sea importante tu presencia—dijo el hombre.
—El huésped de la habitación 48 quiere que le avise que desea ir al cuarto de regalos—dijo Arlet.
—Ve al piso ocho e informe al señor Green lo que me dijiste para que le guarde un cupón.
—Sí señor.
Lo había conseguido, ahí es donde estaba, pero la duda de saber que era ese cuarto aumentaba cada vez más.
Arlet llegó al piso ocho y pudo dar con el despacho del hombre al que buscaba. Tocó a la puerta y lo recibió un hombre de aspecto amable, con las mejillas rosadas y grandes, delgado y alto, de cabello corto y canoso.
—¿Puedo ayudarla? —dijo el hombre.
—¿Señor Aidan Green?—preguntó Arlet.
—Sí, dígame.
—El huésped de a habitación 48 quiere reservar un lugar en el cuarto de regalos.
—De acuerdo, gracias.
Las horas pasaron, era casi media noche y Arlet estaba en la recepción limpiando, cuando entonces el mismo joven de antes que la miró con desprecio, se le acercó muy enfadado.
—¿Qué diablos haces aquí? —preguntó el hombre muy enfadado. —Se supone que debes llevar al de la 48 al cuarto.
—Lo siento señor. Lo llevaré de inmediato—dijo Arlet.
Arlet llegó a la habitación, llamó a la puerta y salió el hombre cargando una libreta y un bolígrafo. Nadie dijo nada, solo se hizo lo encomendado y Arlet llevó al hombre a su destino. Llegaron al cuarto, llamaron a la puerta y salió el mismo hombre de antes. Los recibió con amabilidad y los hizo pasar. Aidan selló una cartilla que tenía el rostro nombre del huésped, pero eran catalogado por números. El hombre era puesto como huésped 12. Después del registro, Aidan acompañó a ambos a un pequeño cuarto oscuro, con un sillón grande, una mesa pequeña y alta de madera que tenía sobre ella un fino y costoso champagne y un botón rojo al otro lado del sillón.
Una luz se encendió del otro lado de un vidrio y se vio a una chica modelando erráticamente, sin poder ponerse de pie. El hombre se sentó en el sillón, una pierna sobre otra, abrió la libreta, sacó el bolígrafo y miró a la chica minuciosamente.
—Sirve—ordenó el hombre a Arlet exigiendo champagne.
Arlet se acercó a la botella, la abrió y pudo ver por el vidrio, habían otras habitaciones iguales con hombres en cada una. Era una subasta. Arlet terminó de servir la bebida y entonces vio como el hombre iba tocando el botón. Eso significa el alza del valor de la mujer. Al final el hombre no ganó la subasta, pero entendió todo el sistema.
La subasta continuó y la siguiente chica apareció. Estaba de espaldas y no se podía distinguir. La subasta empezó y entonces la puedo ver, Diane Ivanova. El peor estado posible, ni siquiera se le reconocía, estaba acabada. Arlet salió un segundo entre gritos y protestas del hombre al que acompañaba. Aidan también intentó detener a Arlet, pero fue imposible.
Ya afuera, intentó tomar un poco de aire para pasar el mal trago y el impacto del momento. Para mala suerte, un oficial del poder pasó en el mismo pasillo que estaba Arlet.
—¡Oye! ¡¿Qué haces ahí?! —gritó el oficial. —¡Regresa a trabajar!
El hombre se fue acercando poco a poco y Arlet no reaccionaba. Fue cuando el hombre estuvo realmente cerca y puso su mano en el hombro de Arlet que entonces reaccionó. Arlet le hizo una llave al oficial y le quitó su arma que llevaba en la cintura. Lo tiró al suelo y puso el arma en el vientre del hombre. Con toda la rabia que sentía, disparó el arma y alertó a todos en ese momento. Arlet tomó el fusil del oficial y regresó al cuarto.
Aidan se topó con una Arlet armada y solo atinó a levantar los brazos. Arlet lo golpeó con fuerza con el arma y lo dejó noqueado. Entró al cuarto donde estaba el hombre y sin titubear, disparó a la cabeza del hombre. Con el fusil, disparó al vidrio, destrozándolo en pedazos. Ingresó a ese centro donde estaba Diane y la mujer no era capaz de responder ni siquiera con los disparos, estaba totalmente mareada y bajo los efectos de alguna droga. Los tipos de cada cuarto, intentaron escapar, pero Arlet ya estaba fuera de sí y uno a uno los fue matando. Disparó a todos los vidrios y fue ingresando para matar a todos de las peores formas posible. Usaba los trozos de vidrio para cortarles el cuello, les disparaba en sus zonas intimas hasta que se desangren, todo para poder calmar su ira.
Cuando todos habían muerto, Arlet se acercó a Diane y la tomó en sus brazos. La golpeó en sus mejillas con fuerza para que responda, pero seguía estando bajo los efectos de las drogas.
La recostó en el suelo por un segundo y fue con la pistola en la mano hasta Aidan. Justo cuando llegó el hombre estaba reaccionando del golpe. Tenía una hemorragia en la cabeza y al ver al frente, tenía a Arlet apuntándole con el arma.
—Maldito infeliz —dijo Arlet. —Te aprovechaste de esas chicas para hacer tu negocio perverso con hombres asquerosos.
—Por favor, se lo suplico —dijo Aidan. —No me hagan daño.
—¿Me estás rogando? Sigue haciéndolo, ruega por tu asquerosa vida y dame una razón para no destaparte la cabeza.
—Por favor, ten una esposa y una hija.
—Con eso firmaste tu sentencia.
Arlet jaló del gatillo y Aidan había muerto. Con toda la rabia que sentía, Arlet pateó el cadáver, lo escupió y luego le tiró el arma en la cabeza. Regresó enseguida con Diane, la cargó en sus brazos y comenzó a correr. Se metió por las escaleras de emergencia y por los pasillos evitando a los oficiales del poder hasta que tuvo frente a ella la puerta trasera, por donde pasaba nadie y solo era el personal. Cruzó la puerta, miró a todos lados y nuevamente corrió y por un largo rato fue lo único que hizo.
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