02. El Fotógrafo
Domingo, 13 de octubre, 5:30 A.M.
Distrito Financial, Ciudad Gótica.
«¿Hay algo que sepas hacer mejor que no sea irrumpir de manera desagradable la labor que estamos llevando a cabo, Aldrich?». La pregunta del teniente James Gordon del GCPD al fotógrafo de uno de los periódicos más despreciables que Gotham tenía la desdicha de compartir, Aldrich Borden, paralizó por completo el ambiente en el que estaban recluidos todos los presentes.
Su trabajo no sólo consistía en hacer que los demás pasarán un momento cómodo al apuntar él con su cámara sus rostros; también era ser prudente con aquellos casos que requerían métodos poco ortodoxos.
Sidney Larsson, su jefe en el periodico, se lo había explicado la primera vez que su trabajo fue hacer fotografías de un cuerpo desmembrado en un accidente de tránsito. Casi le había tomado más de una hora poder pegar el ojo en la lentilla de la cámara sin perder el equilibrio o tener las ganas de echar lo que había desayunado ese día. Pero Sidney, que minutos antes se había molestado por ello porque Aldrich había mencionado en su currículo que no tenía problema con la cruda realidad de la ciudad, tuvo la paciencia suficiente para explicarle paso a paso lo que debía hacer para evitar todas esas situaciones. Semejante a un padre explicándole a un hijo lo que debía de hacer en su primer día de escuela.
Esta vez, no obstante, Aldrich no encontró respuesta que decir y, temeroso de verse enclaustrado por las circunstancias, refugió su mirada en el suelo del andén que aún conservaba rastros de manchas que, podía afirmar aun en el agua, pertenecían a la víctima. Como instinto de no arruinar cualquier posible escena para los forenses, se echó para atrás con cuidado de no pisar y volvió a encontrarse con la mirada fija pero de ahora tres personas: el teniente James Gordon, la detective Abigail Sunday -su mejor amiga- y el oficial Martínez.
James seguía esperando su respuesta.
Abigail ni siquiera se había molestado en hacerle un gesto, y él entendía bien por qué. No la juzgó; ella tenía sus razones para hacer lo que tenía que hacer en ese momento.
Martínez fue el único en recibirlo con una sonrisa en ese silencio tan poco agradable en el que se encontraban todos recluidos. Era el único que lo hacía cuando lo veía llegar a la escena del crimen. Y él agradeció mentalmente tal gesto.
-Borden -llamó James de manera severa pero con un tono de voz casi que silencioso para evitar más distracciones en los demás-. Necesito que te retires. Savage vendrá aquí y no tendrá compasión alguna en darte una infracción o encerrarte en la maldita cárcel. Ya le has dado demasiados problemas este mes.
Era cierto. Aldrich nunca había sido santo de devoción de Savage; el comisionado lo odiaba por haber entrometido sus ojos y cámara donde no debía.
Todos los políticos o criminales de Gótica lo odiaban.
-Sólo tomaré unas fotografías más y me iré de aquí, Gordon. -Respondió por fin, sin un ápice de disculpa. Y es que si no era hosco y se limitaba únicamente a la piedad o al perdón como una justificación, podría ser llevado al precinto principal del GCPD como única respuesta.
El teniente suspiró, dispuesto a sacarlo de ahí a como diera lugar, mas fue un «déjalo, James» de Abigail que motivó al hombre a establecer paz, y Martínez, que ya había escuchado la conversación de compresión entre sus compañeros policías, abrió paso para que el fotógrafo encontrará el camino más rápido a su propósito.
Aldrich les agradeció con una sonrisa que se desdibujó en cuanto les dio la espalda y se deslizó por la pequeña cinta de policía y se quedó de pie ahí con los brazos cruzados, a observar con suma atención la escena.
No se necesitaba pertenecer a medicina forense para saber que el cráneo estaba parcialmente destruido, deformado por los golpes que, suponía, la persona que había llevado a cometer tal acto no pretendía demostrar misericordia o benevolencia como algunos otros perturbados que habían aparecido años antes en la ciudad. Aquí no había un poco de humanidad o moral de por medio, solo crueldad a su disposición.
Con el mero fin de conseguir una imagen más precisa flexionó las piernas -manteniendo por unos cuantos segundos la respiración tanto por las fosas nasales como por la boca debido al extraño olor a formol y aromáticos que desprendía el cuerpo por el torso abierto con una cruz invertida encajada en el mismo-, y el sonido de la cámara fue lo único que se escuchó alrededor de tres minutos en el que el brillo perturbó a cuando menos dos policías, quienes sostuvieron una conversación nada agradable sobre él.
-¿Es el fotógrafo? -preguntó uno de ellos en voz baja.
-Sí. El mismísimo ángel de la muerte de Gótica en persona -respondió el otro.
-Ángel. -Se rió sin disimular su molestia hacia Aldrich; incluso lo señaló discretamente con el dedo índice-. ¿Qué se supone que significa eso? Los ángeles sólo aparecen en relatos de la Biblia. Ya sabes, Ezequiel o Juan. O cuentos fantásticos. Qué sé yo. Pero déjame decirte que él no parece ese tipo de ángel.
-Pues a mí no me consta eso dado que no le he visto. Pero no me sorprendería si él fuera un ángel. Porque, ya sabes, salvó la vida de dos familias enteras en Crown Point con unas fotografías. Además, ya sabes, puede que no sea igual, pero se parece al maldito murciélago -objetó el otro al tiempo que movía las señales que habían quedado en posiciones poco comprensibles para los demás.
-¿Por qué? ¿Por qué ambos arruinan el trabajo de nosotros pero a la vez salvan a otros de caer en la desgracia? -el otro policía asintió con obviedad-. Si tú lo dices, desde luego que sí. Pero a mi me sigue pareciendo algo demasiado fantasioso o con un plan macabro detrás. ¡Siento que nos están arrebatando el trabajo! Si es que esto -señaló las placas y las armas que tenían a un lado- sigue siendo un trabajo y no una obligación para subsistir.
Las risas y comentarios burdos entre ambos uniformados fueron intercambiados por un silencio y luego unas pisadas fuertes.
Aldrich supuso que ese era su momento para retirarse.
La acción no sólo fue respaldada por Gordon, que habló con Abigail e hizo una señal en el cielo para indicarle la llegada de su invitado ilegal; también por Mackenzie Bock, el jefe del GCPD, que, a propósito o no, realizó un ruido parecido al de un resoplido y dijo «la escoria de Gótica ha llegado. James no arriesgues nada por él».
Batman.
Aldrich no estaba dispuesto a verle la cara. No quería, y adjudicó tal hecho a su ahora estado de ánimo mucho muy jodido por aquellos comentarios. Ya tenía suficiente con las miradas y las conversaciones que se decían sobre su labor y de él mismo por los comentarios publicados en varios periódicos, no necesitaba la mirada de otro más que lo hiciera sentir como si fuera culpable de toda la maldad que existía ahí y, por otra parte, tampoco quería ser comparado o igualado con un personaje. Porque él, al igual que los demás, sólo quería sobrevivir a la existencia abismal, no jugar con la maldita justicia que escasamente persistía en ese lugar.
Empero, cuando se levantó de la escena y sacó la memoria de la cámara y la guardó dentro del bolsillo de su pantalón y se acomodó el suéter negro -ahora la cámara profesional y la de repuesto se encontraban suspendidas en el centro de su pecho-, Abigail se acercó y lo detuvo.
-¿Te vas?
Él asintió.
-Sabes lo que pienso de todo esto -respondió con aversión-. Además tengo que revelar las fotografías para dejarlas con Sidney, y tengo que alimentar a mi gato.
-Ah, es verdad. Eh, antes de que te vayas, ¿te podría preguntar algo? -los ojos de Abigail se vieron reflejados de una vergüenza que Aldrich no supo descifrar de dónde venía o a qué se debía, pero asintió sin hacer un cuestionamiento-. ¿Puedes hacer memoria y recordar hace cuánto sucedió lo del caso en Battergate? ¿Lo de aquel lunático que dejó mensajes macabros con la sangre de animal en las paredes?
Aldrich rememoró el caso que quedó en el olvido. Nadie, ni siquiera el fiscal en turno, se había interesado lo suficiente en un maniático que mataba animales y dejaba notas con la sangre de este último sobre un posible suceso que hasta el día de hoy seguía sin concretarse, para abrir una carpeta de investigación o presentar cargos contra los sospechosos que habían atrapado. El GCPD ya tenía su propia basura irracional dentro de las prisiones en Arkham.
-Como tres meses, creo, sí -memorizó-. ¿Por qué? ¿Crees que tiene que algo que ver con lo que sucedió aquí?
Abigail se encogió de hombros y después suspiró, avergonzada, como si hubiera hecho el peor error al comentarlo.
-No -logró articular-. No. Supongo que no y espero que no. Solo lo pregunto porque recién conversé con una de las víctimas del atraco de los animales y quería saber más, y como estoy segura que tu tienes más información de ese caso por tus fotografías -señaló la cámara-. Pero ya no tiene importancia. De todas formas nuestro amigo ya está aquí para ayudarnos y él sabrá si hubo o hay algún patrón de esto y lo de aquello en...
-¿Nuestro amigo? -Aldrich interrumpió con burla.
-Tú me entiendes -chasqueó la lengua, acción que atrajo la mirada de dos agentes que se unieron en una sola línea para rodear la escena, pero no dijeron nada al descubrir qué se trataba de la compañera de Gordon-. Eres mi mejor amigo y sabes cómo hablo.
-¿Mejor amigo? Huh, qué irónico. No me dirigiste la palabra allá y ahora me llamas mejor amigo.
-Qué sensible -se burló-. Pero si James me ve hablándote con tanta importancia me retira la placa. Y sabes que pasar una semana con mis hijos..., esos pequeños diablillos de milagro sólo te quieren a ti, y a su padre, por supuesto.
-Ah, si por querer te refieres a pequeños chantajes para que conozcan a tu amigo -murmuró el otro apodo del murciélago con cierta antipatía-, porque tú no se los quieres presentar, entonces no cuenta.
Abigail meneó la cabeza, ignorando lo que él había dicho, y se despidió de él con un beso en la mejilla para después encaminarse directamente a con el murciélago, que mantenía la mirada fija en aquella conversación que habían llevado a cabo, pero, sobre todo, contemplando, a él.
¿A qué se debía tal acción? A la maldita crítica, pensó Aldrich. Estaba completamente seguro que él también lo criticaba como los policías, detectives, vecinos, ciudadanos. Porque ¿qué otra cosa se podía hacer cuando se trataba de él, un fotógrafo que inclusive el The Gotham Times designó como un «ser despreciable»?, sí, eso era lo normal y lo había comprobado unos momentos antes. Sin embargo, si bien había sacado ya su propia conclusión por lo que había pasado, hubo algo que, a juzgar por su mirada y por lo que recordó sabía de otros compañeros del medio que habían comentado que «entrometerse de manera visual en las conversaciones era algo natural -o un desastroso hábito- en el vigilante de Gótica cuando se trataba de un asunto importante», iba más allá de una simple observación a manera de ofensa. Ahí había una pesquisa discreta y eso lo irritó aún más. Por consiguiente, Aldrich se arrepintió de haberse quedado a la conversación de Abigail, pero no se iba a quedar de brazos cruzados.
Movió los labios con el mero fin de que él lo leyera y, como por milagro, lo hizo, pero, desde luego, no hubo respuesta en concreto; solo un movimiento anticipado por parte del imperturbable vigilante que lo obligó a respirar hondo y reflexionar sobre cómo no iba a perder más el tiempo en aquella silenciosa conversación que sabía que sería un camino sin salida ya que el vigilante era más sigiloso que los malditos murciélagos en una cueva oscura.
Ante la poca insistencia tanto del uno como del otro para continuar y la llegada de los forenses, Aldrich se marchó del andén.
A buen paso avanzó por el tramo más corto hacia una de las calles que conectaba el Distrito Financial junto con La Bolsa de Valores -eso acortaría la distancia a la siguiente estación y el taxímetro no le saldría tan costoso como las veces anteriores cuando no usaba el autobús- y se encontró con el punto elevado de la zona. Pronto cayó en cuenta -al darse una vuelta- que desde ese espacio se podía apreciar la cumbre del amanecer como también los enormes nubarrones que amenazaban con enterrar gran parte del cielo agradable de Gótica en esa época. Se admiró de la imagen que el entorno le regalaba y no dudó en rescatar aquel momento para algún día después y, acto seguido, alcanzó su cámara hacia el panorama. Dos pulsaciones fueron necesarias para hacer dos polaroid de ese momento en el que se quedó ensimismado preguntándose: «¿cuánto había perdido de Gótica al enfocarse en fotografías sobre el dolor ajeno?».
Tras un momento a solas y sin una respuesta precisa, el sonido de su teléfono lo sacó del trance. Respondió de inmediato.
-Dime, por favor, que sí tienes las fotos completas y que están todos los pequeños detalles posibles en cada imagen -la voz de Sidney increpó en su celular pero también en su cabeza; sonaba desesperado-. Necesito algo que pueda atraer a la gente a leernos. Necesito noticias, muchas noticias.
-¿Noticias buenas o malas? -preguntó Aldrich al tiempo que su jefe dejaba de parlotear sobre las fotografías y el caso, y emitía un ruido semejante al de un hombre que iba corriendo por varias millas-. Malas serán, ¿no? Ciudad Gótica siempre se rige por ello hasta en las mejores temporadas -quiso bromear.
-Por Dios, Drey, no arruines el momento con tus tonterías -le rebatió-. Sólo hazme saber si son fotos que van a darnos la gloria que nos merecemos o que nos van a hundir más en esta pocilga.
Aldrich no supo qué responder. A su alrededor, aun si tuviera la posibilidad de tener más de cincuenta mil dólares en su bolsillo, la pocilga que era Gótica significaba todo menos un futuro prometedor. Y es que desde que Thomas Wayne había abandonado la contienda y lo habían asesinado hacía más de casi dos décadas, la ciudad se había hundido aún más en un terrible valle de muerte. Sin esperanza o un poco de luz de por medio, se veía imposible tener o soñar con algo mejor aun con las migajas que el mundo podía ofrecer a través de las buenas o malas ganancias gestadas. La corrupción era cada día más fuerte y los miserables como él perdían voz y voto y se lo pasaban aún peor.
Dudó entre un sí y un no. Lo más gráfico se lo quedaría él, sin duda; y, para bien de su propio nombre, lo demás sería enviado al periódico.
-Ya lo verás -dijo-. Es posible que dentro de hora y media tenga todo. Aún sigo de camino a la siguiente estación y tengo que hacer una parada en Sunny's grocery y otra en Fumento's. Pero ¿qué te parece si matamos dos pájaros de un tiro? Siempre hay noticias por todos lados.
Al otro lado de la línea se escuchó un suspiro de alivio, pero luego una fuerte discusión que lo obligó a llamar en vano repetidas veces a su jefe para constatar que no estaba sucediendo nada malo. Al cabo de dos minutos, se escuchó un anodino «adiós» junto a un «imbécil».
-¿Estás bien? -preguntó.
Sidney se quejó.
-Tus amigos del Gotham Gazette me han llamado, otra vez, para hacer una oferta sobre mi puesto y el tuyo. Pero están locos si creen que dejaré morir esto. He luchado por esto por más tiempo que nadie.
-Mhm. ¿Y de qué tipo de oferta te han hablado?
-No te lo vas a creer, pero me dijeron que tú puedes incursionar, ahora sí -hizo hincapié en el «sí» como si aquello mágicamente fuese a cambiar toda la perspectiva de los pensamientos de él para abandonarlo a su suerte- escribiendo tus notas. ¿Y yo? Como máximo jefe editor en el área que siempre he soñado.
Aldrich pensó que era demasiado bueno para ser verdad. Nadie, a sabiendas de lo qué había sucedido el año pasado con él y con The Gotham Times, le daría en bandeja de oro un empleo así de impresionante. Por lo menos le tomaría más de unos meses conseguir lo que había perdido debido a las malas palabras que había en su contra.
-Asumo que te estaban tomando el pelo. Lo cual no me sorprendería, porque engañar es algo que resulta tan sencillo en esta ciudad.
-Oh, por favor, no me lo creí ni por un momento. Soy demasiado mayor pero no un tonto, Aldrich -argumentó con un deje de grima-. Aun así, no creo que fuese una mentira del todo. Sonaban muy seguros y sin mala intención a mi parecer.
-Como siempre -admitió en voz baja-. ¿Y qué les dijiste? No alcancé a oír, por si te lo preguntas.
Escuchó una risa al otro lado.
-Lo que tenían que escuchar desde hace tiempo. Que dejen la hipérbole lacrimosa, porque yo tengo y tendré la maldita primicia de esta semana y lo que resta del año.
Aldrich no comprendió de qué estaba hablando.
-¿Cómo? ¿A qué te refieres?
Otra risa.
-Adivina quién consiguió un lugar en la gala del año para fotografiar.
-No -alargó la última sílaba como sorpresa. Su jefe respondió «sí» con la misma entonación que él-. ¿Qué hiciste?
-Nada que nos vuelva a meter en problemas, claro. Solo conseguí que la organizadora me diera un lugar ahí por unas cuantas salidas al reconocido Iceberg Lounge de Oz -Aldrich murmuró «horrible»-. ¿Qué? No me juzgues. Si estuvieras en mi lugar harías lo mismo.
-Ni de jodida broma.
Sidney no rebatió nada sobre eso.
-Como sea. Conseguirlo me costó, en todo caso, nada, porque esa mujer me atrae. Lo que sí me costará tiene un nombre y apellido y una cámara que detesta a los millonarios de esta ciudad -a Aldrich no le gustó por dónde estaba llevando la situación y negó. Repetidas veces negó hasta que se encontró con la aparición en flujo de los trabajadores del área y se quedó de pie ahí a escuchar a su jefe-. Sé que no es exactamente lo que querías. Pero te juro que tendrás beneficios. Por ejemplo, no tendrás que preocuparte por el alquiler o la comida de tu hogar por tres meses y, lo más importante, tu nombre podría limpiarse.
Eso no sonaba mal. Lo que le tomaría un año o dos o sólo Dios mediante sabría cuánto tiempo, podría ser reducido a cuestión de meses, semanas o días si le iba bien con fotografiar y sacar cierta información a cualquier rico idiota rimbobante que comerciara y presumiera sobre sus viajes a la gente como él, que no tenía a dónde escapar en las celebraciones. La cosa era saber quién era el afortunado.
-¿Y quién es?
-¿Qué? ¿Cómo que quién es? Parece que últimamente no lees las noticias, Drey. Pero, bien. Haré de esto una adivinanza porque me puse de buenas y quiero relajarme un poco -informó-. Esta vez el elegido millonario de Gótica tiene que ver con el que estuvo desaparecido durante algunos años pero que regresó hace casi un año y se mantiene aún en el anonimato para resguardarse de los medios. ¿Ya vas a la par conmigo? -Aldrich negó-. ¿Nada? -Volvió a escucharse una negación-. ¿En serio?
-Lo lamento, no. Mi celular se rompió el año pasado y sólo funciona para llamadas y no tengo televisión. Tampoco compro el periódico de calumnias de millonarios porque no me interesa. Y yo mismo hago el revelado de las fotografías -se disculpó-. A parte de eso, hay tantos ricos recluidos en esta ciudad que me resulta difícil adivinar sobre qué idiota estamos hablando.
Sidney se rió.
-Por lo sencillo, entonces, porque tendrás que rememorar toda su información para preguntarle de forma prudente a qué se dedica -dijo aún entre ligeras risas-. A ver. En 1999, a los ocho años, este pobre hombre se quedó huérfano cuando sus padres fueron asesinados en Crime Alley. Ahora su mayordomo es el responsable de él y de esta enorme industria que realiza estos eventos benéficos para solventar los problemas de casi toda ciudad Gótica. ¿Ahora sí ya me sigues?
No hacía falta pedirle más información. Huérfano y Crime Alley eran las palabras claves para saber a quién se refería. Él mismo lo sabía por obra de su padre, que admiraba incansablemente a Thomas Wayne y había lamentado aquel suceso como sí él fuese un familiar cercano.
-¿Me estás diciendo que...?
-Sí, Aldrich -interrumpió-. El misterioso Bruce Wayne fue elegido este año.
Aldrich maldijo por lo bajo.
Esto era lo peor.
El fotógrafo favorito de Ciudad Gótica ha regresado *giggles*
¿Algún comentario o pista? Yo leo todo 👀
Voy intentar actualizar seguido esto (quizás no capítulos largos como este o quién sabe, todo puede pasar; ¡votar es importante!) porque ya quiero desembuchar todo jejeje. Amable recordatorio de que hay edits del fanfic en TikTok (los pueden encontrar anclados en mi perfil @/derivaskat), una playlist en Spotify y gráficos nuevos en la introducción 🥳 Bat is out.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro