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01. Memento Mori

Antes de leer el capítulo, me gustaría hacerte saber que habrá mención parcial a un asesinato perpetrado con motivo religioso con descripción gráfica. Léase con discreción.

🦇

Sábado, 12 de octubre, 11:30 P.M.

Distrito Financial, Ciudad Gótica.

El silencio en el que se encontraba esa parte de la ciudad le sorprendió. No es que se hubiera acostumbrado al ruido que le parecía molesto, porque entonces no estaría ahí sino en su viejo hogar, más bien le resultó poco habitual tomando en cuenta que Ciudad Gótica era como un hombre ansioso que nunca duerme, esperando por el elemento sorpresa entre la espesa bruma de ojos y cuerpos ajenos para capturarlos y hacerlos prisioneros de su propia mente en Arkham. No obstante, a pesar de sus palabras y que su plan no estuviese yendo de acuerdo a lo que había estipulado en sus notas, no se detuvo a hacer caso a sus impulsos, pues la máscara, el arma y el mazo que guardó en su bolsa de trabajo aparecieron en su vista y fueron a dar en sus manos.

Súbitamente, el pánico, que temió desde un principio por no haberse preparado psicológicamente, se hizo presente y pareció escuchar risas sardónicas detrás de él y en los alrededores. Como acto de inercia, se echó para atrás como un perro asustado.

Su cuerpo, sin tener en consideración sobre el desastre de la ciudad en cuanto a higiene pública, cayó detrás de los contenedores de desperdicio causando un ruido estruendoso. Su corazón se agitó y la comisura de sus labios tembló ante el suceso y se reprendió por el primer error con un golpe en la pierna izquierda y elevó el arma.

—Mierda —bramó. El extremo del revólver seguía apuntando directo a los fantasmas de la nada, probablemente sólo al ladrido lejano de los animales, o a los malditos dealers de Falcone o el Pingüino haciendo sus convenios con los miserables—. No es real, maldita sea. —Sacudió el bote con una patada.

Con pasos desenfrenados volvió a regresar al coche. El hombre oculto en el maletero aún no despertaba; era probable que la anestesia y el fármaco que le había administrado fueran demasiado para un cuerpo con afecciones. Segundo error. Lo necesitaba despierto, en agonía si podía ser posible, por lo tanto lo llamó con una bofetada, pero no protestó de forma verbal como lo había hecho horas atrás cuando fue por él. Temeroso de la situación revisó sus signos vitales. Afortunadamente, la respiración de la víctima se balanceaba entre una frecuente y una agitada, como cuando el cuerpo sufría de pesadillas.

«Tiene que ser en este momento», murmuró antes de levantarlo y arrastrarlo al andén solitario.

El peso del hombre más el suyo propio le hicieron resoplar con pesadez en repetidas ocasiones. Todo el santo día cargando con una cosa tan deleznable como él le causaba un agotamiento mental y físico. Ahora más que nunca las palabras del presbítero iluminaron su conciencia con razón; los pecados del hombre, que no solo eran los de beber en exceso, también las calumnias, las mentiras en demasía, la venta de almas... el asesinar sin siquiera limpiarse las manos —había demasiados como para anotarlos—, hacían que el cuerpo fuese como una piedra dura. ¡Pero los cambiaría! Haría que fueran santos nuevamente, y, por adelantado, estaba seguro que todos le darían el beneficio de la duda, ya que, en efecto, el hombre sería una nueva persona con nuevos propósitos. Lo que todos llamaban «un alma llena de pecado» sería un «nuevo ángel y soldado».

Tras dos minutos subiendo lo que imaginó que sería una eternidad, lo depositó con fuerza en la superficie y la cabeza de la víctima golpeó el suelo frío. A éste no pareció importarle aquel detalle ya que no se inmutó ante el sonido como antes.

Suspiró con alivio al ver que aún sobraban más de diez minutos antes de ver llegar el último tren de la medianoche. La oportunidad de dejar el cuerpo suspendido en el aire, a merced de aquellos que, de igual manera, verían de lo que sería capaz, le gustó; sin embargo, tras recordar las figuras y el arte sacro de la catedral, la concepción de dejarlo como el Salvador de los hombres le aterró. Porque no había otro hombre igual a Él. No había otro como su Señor, que había dado su vida por los pecados de una humanidad que, sin duda, no merecía el perdón. Ni siquiera su alma misma era acreedora de aquel acto. Entonces tuvo otra idea mejor.

—No habrá tercer error. Ven aquí —expresó con una voz dócil, sorbiendo aire cada cierto tiempo por la nariz, y apartó el cuerpo hasta un pequeño rinconcito donde se sentaban los operadores o los ciudadanos a esperar por el tren—. Sí, aquí estarás muy bien. Todos te verán y te saludarán, hombre.

Con esfuerzo, lo sujetó de los antebrazos y lo cargó hasta el lugar. La posición no sería la de siempre. Lo colocó de manera que sus manos, mansas y poco perfectas, estuvieran en una postura de oración; y su cuerpo, que ahora era como el templo de su verdad absoluta, estuviera en una posición fetal similar a la imitación de un bebé después del alumbramiento.

Batalló mentalmente por no soltar un quejido. Pero al verlo en tal posición, recordó lo difícil que su propia vida había sido y lo que hubiera dado por volver a la vida sin aquellos pensamientos y recuerdos desastrosos del pasado y del presente, fue inevitable.

Tras unos minutos haciendo el mínimo intento de evitar una escena más abrumadora y orando las mismas plegarias de siempre, se escuchó su decisión retumbar por el eco del andén. «Memento mori», se dijo hacia sí antes de darle el primer golpe en las sienes con el mazo y luego hacerlo en repetidas ocasiones.

La sangre y los pedazos de la piel deshecha, desde luego, rebotaron y se esparcieron por su ropa y el impulso de regurgitar no pasó desapercibido por la boca de su estómago. Mas el centelleo de los rieles y el sonido llamativo del tren a lo lejos lo detuvieron.

Esa era su señal. Pero también la señal para el murciélago, para el fotógrafo. Para todos aquellos que nunca habían prestado atención a las increíbles habilidades en su interior y subestimaron quién era.

Esta vez verían la verdad, su verdad a través de la ira.

«Las ráfagas de viento no tienen piedad conmigo. La fuerza del aire se incrementa al traspasar y golpear mi cuerpo que, infortunadamente, parece perder la capacidad de sentir. Por un momento mis pensamientos comienzan a desistir a causa de la culpa que me deja la duda y la falta de moral a mis principios que no son completamente míos, sino de algo que se creó dentro de mi para sobrevivir al mundo debido a decisiones que ella tomó, y es por eso que mi cuerpo se debilita. Pero entonces lo pienso. "Hoy ya no", le digo a todo aquel que está frente a mí. No dejaré a esa mujer tomar decisiones por mí. No dejaré a nadie más decidir por mi. Haré las cosas como debieron ser desde un principio. Haré que todos sean salvos.»

Primera parte del diario de...



Inserte sticker de ayúdame, loco.

Un poco corto pero necesario para hacerles saber qué hay en la mente de esta persona, y también para que puedan sacar alguna pista de aquí y ayudar a resolver este crimen a Aldrich y Bruce jijiji.

Es probable no vuelva a retomar este punto de vista si no es necesario. Me costó demasiado narrar esto (no sólo por lo horrible, hubo muchos otros factores), pero hacerlo era esencial. En la mayoría de libros (por lo menos los que he leído de thriller o crimen) que contienen a un asesino serial en la trama principal hay capítulos así, y decidí que fuera el primero.

Otra cosa: Lamentablemente, los asesinatos con motivos religiosos sí existen. Muchos de ellos perpetrados de las peores maneras con brutalidad (Son of Sam y Sampson Kanderayi son asesinos seriales que lo hicieron con motivos religiosos). Si esta mención a este tema es algo que no te gusta, te pido una disculpa de antemano.

El siguiente capítulo, que espero escribir pronto, posiblemente sea con Aldrich o Bruce :)

No olviden votar y comentar con algún emoji o comentario sobre qué les está pareciendo. ¡Nos leemos pronto! 😅

Gif del final hecho por TheFirstDragon 🦇

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