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𝑐𝑎𝑝𝑖́𝑡𝑢𝑙𝑜 21

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Estaban desesperados, Carlo no aparecía por ningún lado, no respondía a los gritos y tampoco había rastro de él.

Luke iba junto a Romeo y Franco, eran los más alejados de la playa.

Llamaban al pequeño en voz alta, pero todo lo que escuchaban eran esos sonidos terroríficos de la selva.

Seguramente estaría muerto de miedo, llorando en algún lugar oculto.

O eso esperaba Luke, porque de no ser así, lo único que podría haberle pasado era....ni siquiera quería pensar en esa posibilidad en aquel instante.

Claro que a nadie se le cruzaba por la cabeza la sola idea de que estaba durmiendo cómodamente entre los brazos de Leven, con el calor corporal de un ciervo que estaba prácticamente sobre ellos, como si de una manta se tratase, que era justo lo que pasaba.

Rubí era un desastre, justo después de dejarlo solo durante unos cortos minutos mientras encendía la fogata, el niño ya no estaba, su primer impulso fue correr al mar.

Se calmó al no notar nada fuera de lo normal, y regresó preocupada a la playa con su vestido totalmente mojado.

Le preguntó a Dirk si lo había visto, pero de tan mal humor como siempre se encontraba, el sólo negó, reclamando que Carlo era su responsabilidad, no de él.

La rubia procedió a gritar el nombre del pequeño, para que fuera directo hacia ella, pero no ocurrió nada.

No esperaron más, cuando se adentraron en la selva temiendo por la vida del más pequeño, hicieron grupos de tres, separándose pero no lo suficientemente como para no escuchar los gritos entre ellos.

La puesta de sol había sido hace como treinta minutos, pero ninguno había abandonado la búsqueda, incluso cuando la oscuridad ya casi no los dejaba ver bien.

Leven solo abrazó más a Carlo al escuchar unos pasos cerca de ellos, por suerte las hojas los cubrían a los tres perfectamente, acarició su cabello y lo pegó más a ella.

Vaya, la última vez que abrazó a un bebé fue hace como diez años, extrañaba el sentimiento de que alguien tan pequeño y tan parecido a ella la necesitara.

La pelinegra solo comenzó a cantar, silenciosamente, pero incluso así, pudo controlar al hombre que había estado a punto de mover las hojas, mandándolo a otro lado.

En su mente a ella no le parecía que estuviera intentando robar al hijo de alguien más.

Solo quería dejar de sentirse sola.

Si, tenia a los animales y los amaba, eran su familia, pero...no era suficiente, extrañaba convivir con alguien como ella.

Cuando ya estaba resignada, llorando en la playa por la reciente muerte de un pecesito aquella tormenta trajo hasta ella un barco pirata.

Parecido al barco que protagonizaba sus pesadillas desde hacía más de diecisiete años.

Iba a dejarlos morir en el mar, pero, algo la hizo detener su retorno a la cueva, no sabía que había sido, pero en cuanto el barco cayó de lado, no dudó en saltar dentro del furioso mar.

El primero al que salvó fue al bello hombre de nariz respingada, con la marca de algún objeto extraño en su frente, Leven lo miró fijamente mientras lo sostenía en sus brazos, sintió algo.

No tardó en llevarlo hasta la costa, dejando caer su espalda en la arena, para volver al mar a sacar al resto de humanos.

Y cuando el hombre medio abrió los ojos entresueños, Leven se quedó levemente hipnotizada por aquel azul tan brillante y cristalino, atrapado en dos ojos azules.

Creyó que aquello que ocurrió en la playa la noche que salvó su vida, era alguien que le había mandado una señal divina.

Que no tenía que estar sola, ya no tendría que vivir en soledad.

Tal parece que se había equivocado, porque Luke no era aquel ser que quisiera estar con ella hasta el final del tiempo.

Tal vez ese ser en realidad era Carlo, quien se abrazaba a ella con inocencia, su boca levemente abierta de donde escapaban pequeños suspiros y ronquidos a penas perceptibles.

No lo sabía, solo quería aferrarse lo más posible a aquel sentimiento de ser querida.

Tal y como lo había hecho con Luke, buscándolo todo el tiempo, besándolo, abrazándolo, intentando cortejarlo.

Tal parecía que su cortejo había fallado.

Pero ahora tenía un bebé, su propio bebé.

Lo que jamás creyó posible por ser la última sirena, pero en ese momento lo tenía en sus brazos.

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Rubí estaba realmente destrozada, no dejaba de llorar a moco tendido mientras Franco la abrazaba y Luke intentaba darle consuelo.

No habían encontrado a Carlo, incluso sobrepasaron por mucho el límite (el estanque). Nadie tenía nada por decir así que estaban sumergidos en un silencio doloroso donde todo el ruido que producían los humanos, era el llanto de Rubí.

Luke tenía los ojos cristalizados, pero se negaba a llorar, no cuando su hermana estaba tan frágil.

Esa noche a diferencia de las ultimas cinco noches, el agua se mantuvo calma, silenciosa y pacífica, y Luke temió.

De verdad temió muchísimo que aquello fuera por Leven, que finalmente se había calmado porque había logrado vengarse de él, haciéndole daño a su sobrino.

Un pensamiento lógico después de que quemas el hogar de alguien y en consecuencia intenta matar a tu hermana, terminando con la vida de un amigo tuyo tras fallar en el primer intento.

Esa noche no pudo pegar ojo, estaba estresado, preocupado, ansioso y se sentía muy muy mal.

Rubí pasó la noche a su lado, totalmente despierta al igual que él.

Ninguno mencionó una palabra, solo miraron fijamente al mar, que a penas se movía, esa noche si se podía apreciar el perfecto reflejo de la luna en la masa oscura, infinita y líquida.

Era irónico que durante aquella escena tan pacifica y relajante, ambos hermanos estuviesen sufriendo un verdadero infierno internamente.

Leven tampoco durmió esa noche, solo que por motivos totalmente distintos.

Su vista estaba fija en el cielo, admirando las lindas y brillantes estrellas.

Aún no sabía cómo era posible que aquellos puntitos hermosos brillaran a tal magnitud.

Después de cinco días, al fin tuvo un momento de paz, durante el que planeó cómo llevar a cabo la ceremonia de despedida a sus queridos animalitos, que al igual que su familia marina, la habían dejado para convertirse eternamente en una preciosisima flor.

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