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Capítulo 18 (Presente)


"¿Ser buena? ¿Quién en este mundo lo es? Así como para hablar de dolor hay que soportar heridas, para hablar del bien uno debe conocer el mundo, y hay que admitir que es todo menos bueno."

Acuario

El tercer minuto terminó, junto al llanto de Lan-Sui, congelado en sus mejillas; perlas transparentes se adherían a su piel, sería doloroso quitarlas luego. 

Alzó la mirada, topándose con aquellos ojos calmos que brillaban en un fondo oscuro. Sonrió. Wan-Lian hizo lo mismo, apartando su mano, que volvió a ser un fantasma como él.

—¿Cómo están? —preguntó, complacido al ver que su hija se levantaba, sin esconder que había llorado, pero, evitando que la debilidad la dejara derrotada para siempre. 

Lan-Sui sacó lo que tenía que sacar.

Lloró lo que tenía que llorar.

Era suficiente, entonces, afrontaría aquello que llevaba posponiendo desde el comienzo.

La verdad, sincera y dolorosa. Real.

—Mentirte sería mejor que ser sincera. —respondió, golpeando con sus dedos las perlas de hielo, que fueron cayendo una a una, haciéndose añicos al estrellarse contra el suelo. 

—Quiero la verdad, no puedo tolerar más mentiras. —dijo Wan-Lian, sosteniendo una llama de deseo, que se apagó con la respuesta de Lan-Sui, directa y filosa, igual a un cuchillo certero que no erraba de blanco.

—Murieron. A excepción del emperador Thunder. La emperatriz murió por su enfermedad, tu segunda esposa por buscarte, JiuJiu cayó por una flecha y Zaia...

—Es suficiente. —Wan-Lian apretó los párpados. Lan-Sui desconocía si las almas guardaban la capacidad de derramar sus emociones en forma de ríos incesantes, lo confirmó al observar los trazos fantasmales en la piel pálida de su padre. 

Eran lágrimas ahumadas, que se deslizaban tranquilas, desvaneciéndose apenas terminaba el mentón del antiguo emperador. 

—¿Y mi familia? —Orión se acercó, inseguro al comienzo, pero decidido en el fondo. —Mencionaste que mi padre está bien, ¿y la emperatriz? ¿Mis hermanos? 

Inconscientemente, los colmillos de Lan-Sui se mostraron con un gruñido, lo que alteró a las dos almas, ella cayó en cuenta de su error, apretando los labios en una fina línea que retenía el veneno en sus palabras y gestos. 

Orión bajó la mirada. Lan-Sui lo compadeció, decidida a hablar cambió sus ojos de dirección, consciente de que él no tenía la culpa, ni la tendría. Las acciones de un padre no debían caer de bruces sobre los hombros de un hijo inocente.

—¿También quieres la verdad?

—La prefiero, sí.

—Tus hermanos están bien, todos ellos. 

—¿Y mi madre? ¿La emperatriz se encuentra bien?

—Viva al menos. No creo ser la indicada para decirte más al respecto, pero hubo una enfrentamiento entre la luna y el invierno, ella mató a mi hermana y al hijo de Dalial. —se sinceró, evitando a toda costa cerrar los puños alrededor de los mangos de sus armas, cuyos gritos le imploraban sangre y venganza. Destrucción.

Orión se quedó callado, sumido en sus pensamientos y en un nuevo vacío oscuro que se generó a su alrededor. Soltó un "ya veo" luego de un rato, y no volvió a hablar, retenido el el tiempo que la explosión estalló en forma de palabras. 

Apreciaba la verdad y la odiaba. 

De haber podido, Lan-Sui habría palmeado sus hombros, reconfortándole porque nada de eso era su culpa. La única culpable estaba arriba, esperando la llegada de la corte estelar y su juicio. Su mente volvió a ello y no pudo evitar examinar a detalle el lugar.

Una bóveda de altas paredes, con el techo liso y el suelo igual, sin mucha iluminación, más que aquella que provenía de contadas farolas de aceite en cada esquina, puestas en huecos especiales con formas de círculos.  El lugar desprendía un aroma a sangre, que también podía apreciarse en el color carmín oscuro que teñía todo. 

El aco era otra cualidad, sin nada material que interrumpiera las ondas de sonido, este se expandía, resonando aquí y allá, hasta el más leve suspiro podía transformarse en un devastador huracán. Fue por esto que Lan-Sui captó sin problemas el sonido en secuencia de golpes y movimientos, una persona se arrastraba, o tal vez intentaba avanzar sin poder hacer uso de sus piernas. Sus orejas se sacudieron, quedándose quietas al encontrar la fuente del sonido.

Caminó de prisa, llegando a la ubicación entre paredes, palmeó una vez y la energía salió, débil, pero constante, taladrando el material, creando un hueco al otro lado en dónde una figura conocida la miraba agradecida. 

—Lan-Sui... —dijo. Tenía la voz ronca y las cuerdas bucales gastadas, dolía escucharla, dolía verla. 

Lan-Sui bajó la mano y corrió a su lado, desenvainando una de sus armas para cortar la cadena que la ataban, como a Miko en su momento. La joven soltó un suspiro al sentir el metal caer, liberándola de ahí, en su tobillo quedó solo el recuerdo, una prisión circular morada, por la presión de la esposa a lo largo de los años.

—¿Estuviste aquí todo este tiempo? 

Aries, la verdadera Aries, hizo un mal gesto con un nuevo intento fallido de ponerse pie, algo que Lan-Sui notó de inmediato, cambiando su libertad por una ayuda firme  que no la dejó seguir titubeando, forzando a sus extremidades a levantarse. 

—Estuve aquí solo porque ella no podía matarme, todavía necesitaba mi sangre para poder cambiar su apariencia. —Aries gruñó con la magia que recorrió su cuerpo, sanando y reparando lo que llevaba mucho tiempo roto. —Gracias. 

Lan-Sui asintió, depositándola en el suelo. Al rededor de ellas, las dos almas que buscaron por tanto tiempo, las miraban con alegría y nostalgia, como si, en algún momento hubieran soñado con este día, y, a la vez, se negaran a sí mismos la esperanza.

—¿Qué pasó con exactitud? 

—¿No tienes una idea? —inquirió Aries.

—Una muy vaga. —Lan-Sui recordó, una acción que detestaba por sobre todo. No le gustaba el pasado, no recordarlo, ni revivirlo. —¿Es tu hermana?

—Acuario. Me suplantó hace un par de años, nunca desconfié de ella hasta que fue muy tarde. El poder corromper almas, pero, a ella, le hizo más que eso. Ya no es humana.

—No. —dijo Lan-Sui, recordando los ojos de Armin inyectados en sangre. La odiaba, la odiaba como Armin, y de nuevo, la odiaría como la princesa menor de un reino humano al que usó a su favor. —Hace mucho dejó de serlo.

La tierra tembló, un movimiento brusco que causó una sacudida letal. Tardó en apagarse, cuando lo hizo, ya no estaban solos, a su lado, rodeándolos en una prisión circular, varios guardias con armadura plateada y crestas de colores puros, les apuntaban con lanzas afiladas, en medio de todos ellos, Lu y Akiva los analizaban, sin expresiones aparentes ni un reflejo humano de alguna emoción.

Era definitivo, un enfrentamiento directo entre emperadores del cielo y el invierno, apoyada por dos guardias, asegurada y sin ninguna posibilidad de huir con un mal movimiento improvisado, Armin sonreía triunfante, como si todo estuviera a su favor, aunque era ella la que cargaba con las cadenas sagradas que la contenían junto a su poder. 

—Esto termina aquí Lan-Sui. —dijo, arrebatándole al emperador las palabras. 

—Es lo que veo. —Lan-Sui se conservó indiferente, inalterable con el peso y la presión. 

—Siempre debió ser así, solo tú, solo yo, la princesa y la bruja demonio. ¿No es así?

Lan-Sui desenvainó, las lanzas volaron en su dirección y cayeron al suelo, cortadas por la magia de Lu, al mismo tiempo que Halia y Atena probaban la humillación de ser tiradas en público, sin resistencia, por pura voluntad de su ama, que las liberó de sus manos y les permitió ser su señal de rendición.

De aceptación.

—Emperatriz Lan-Sui, —comenzó Akiva, dando un paso al frente. El largo de sus túnicas se agitó, liberando ondas de magia. —se le declara sospechosa en este mismo instante, le pediré que usted y la princesa Aries nos acompañen a la corte Estelar, ambas serán juzgadas por sus respectivos crímenes.

—¡¿Crímenes?! —Wan-Lian se interpuso, extendiendo los brazos. —¡Mi hija no ha cometido ningún crimen! ¿De qué se le acusa? Los cargos, ¿cuáles son?

Akiva lo escudriñó con la mirada, luego a Lan-Sui. 

—Su majestad imperial sabe de lo que estoy hablando, si valora el honor vendrá con nosotros sin poner resistencia. Es verdad que Armin es culpable de innumerables cosas, sin embargo, sus eminencias no quedan exentas. 

—Iré sin poner resistencia. —Lan-Sui se dirigió a uno de los guardias, entregando sus manos para que pudiera ser esposada. El demonio dudó, obedeciendo al instante siguiente, bajo el permiso de la culpable y sus emperadores. —A cambio de dos cosas.

—No tienes derecho de...

—Se equivoca, mi emperador. —le interrumpió Lan-Sui. Akiva se contuvo al notar que el morado cedía ante la oscuridad. —Tengo todo el derecho y el poder para hacerlo, podemos resolver este encuentro por las buenas, bajo sus términos, o por las malas. Créanme, esto último no les gustaría nada.

—Habla.

—Primero, la princesa Aries, la heredera verdadera de Acero, será tratada como a un huésped Estelar hasta el día del juicio, ya ha tenido suficientes cadenas que la delimiten; le darán una habitación en el palacio, en dónde guardará arresto domiciliario, tendrá buena comida y un médico, todavía tiene que ser revisada ya que pasó años aquí, encerrada en pésimas condiciones. Si su gente no está dispuesta, llévenla a mi ciudad, que Mei la atienda. No se le negará nada que pida hasta que sea juzgada. 

—La atenderemos. —Lu intervino. —Tu primera petición es aceptada por los cielos y las estrellas. Dime ahora, ¿cuál es la segunda?

Lan-Sui sonrió.

—Ustedes se encargarán de decirle esto a mi esposa.


***


—Miko nos matará si se entera. —fue lo primero que exclamó Zhan al leer el comunicado Estelar que llegó a la capital esa mañana, firmado con dos sellos de gran peso en el mundo, el del emperador del cielo y la emperatriz del invierno. 

No era el único con mala cara, las de los demás no estaban mejor, pero, de todos, solo él y Rin-Lu parecían no decidirse entre reír o llorar.

—Nuestra emperatriz merece saberlo. —dijo Katana, firme, dejando de lado el comunicado para no arrugarlo con la furia de sus puños. —Este es un problema serio. 

—¿En qué la regó? No creo que haya hecho algo tan, tan, taaaan grave en su vida como para tener a los emperadores molestos. —Rin-Lu lo pensó antes de agregar una última línea, recordando de quién hablaba. —¿O sí?

—Que naciera ya es algo grave. —Zhan recibió una mala mirada de su esposa y su hermana, guardó silencio un rato, un breve momento que se partió con más pensamientos que reflejaban a fuego vivo su nerviosismo. —¿Qué pudo haber hecho? ¿Qué haremos nosotros? —Se sobó la cabeza, con descuido, apretando de más o de menos, de vez en vez se pellizcaba la piel, queriendo forzar a la realidad a volverse un sueño del que pudiera despertar. 

Rin-Lu jugaba con los listones de su vestimenta, anudándolos en sus dedos, ambos parecían perdidos, dos niños sentados en los asientos principales y de más valor de todo el consejo. Sin transformación volvieron a ser los pequeños que necesitaban una guía, un consuelo, alguien a quién seguir, una orden que ejecutar. 

Buscaron a Katana y esperaron. 

Katana hacía girar su anillo, sintiendo cada vez más las espinas afiladas de su látigo, mordía su labio sin saberlo, dándose cuenta al saborear la sangre que manaba del pequeño corte que dejaron sus colmillos. 

 —¿Katana? —Dalial habló por ellos, poniendo una mano temblorosa en el hombro de su cuñada. —El imperio y el consejo te seguirán.

—¿A mí? —hizo una mueca. —No soy su emperatriz. 

—Pero sí eres más racional que su esposa. —se sinceró Dalial, regresando a su posición erguida, con las manos conectadas en su regazo, cuidando con recelo al ser en su vientre. —Ya sea como Miko o Mo-Quing, no pensará si se trata de Lan-Sui, lo mismo sucede a la inversa. Viste cómo Lan-Sui se cegó por años, tres años en los que su único enfoque fue encontrarla. Si entonces hubiera sido racional, habría dado con la culpable. El amor no las deja pensar. Tenemos que hacerlo de esta manera, es lo mejor para el imperio. 

—¡No puedo excluirla! —exclamó Katana, quebrando el apoyabrazos con sus dedos. —No puedo hacerlo, hice un juramento. ¡Ellas son mis emperatrices! 

—No digo que no lo sean, pero, si dejas a Miko enterarse, ahora, con el poder que tiene como un alma completa, puede desatar una guerra y entonces sí, el cielo no nos tendrá piedad. Si pones a tus emperatrices por encima del clan, al final no habrá imperio ni emperatrices. 

Los cristales que adornaban el techo temblaron con las últimas palabras de Dalia, su voz hizo lo mismo, yendo en declive hasta no ser más que un susurro que buscaba mantenerse firme. Katana pasó saliva, notando su garganta seca, con un nudo que, en lugar de liberarse, se cerraba, ahogándola. Cerró los ojos. Ella también quería huir, quería volver a se una niña.

Al volver al momento, la luz que entraba a través de los ventanales sin cristal ni cortinas, le cegaron, la mañana era joven todavía, le daba la oportunidad de imaginar mil y un posibilidades, le mostraba la paz que mantenían y le recordaban, le recordaban muchas cosas.

Se dejó llevar por una brisa gélida que estuvo a nada de llevarse el pergamino que viajó desde la corte estelar, de no ser porque su palma extendida lo detuvo. Recorrió el contorno de la cera dorada y blanca, conocía a la perfección ambos sellos, en especial el segundo; un zorro durmiendo sobre su cola, con la cabeza ladeada y un copo a su lado. En ello residía la fragilidad de Lan-Sui, su lado más íntimo, el más soberbio. 

—No puedo excluirla. —repitió, más calmada, más firme. —Tú lo has dicho Dalial, sea Miko o Mo-Quing, su alma es una y en todas sus vidas ha amado a mi prima. ¿Cómo esperas entonces que le niegue algo que se relaciona con ella? No puedo hacerlo, Miko necesita saber. Miko necesita tomar sus propias decisiones, es nuestra emperatriz y lo que sea que elija yo voy a seguirla. 

—¿Aunque eso condene al imperio?

—Sí, aunque lo condene. Mi deber está con ellas, no con el imperio. 

—¿Y aquellos que viven aquí? ¿Qué confían en ti?

Katana arrugó las cejas, el otro apoyabrazos tronó y el pedazo que hielo que arrancó, quedó en sus dedos, consumiéndose con el fuego hasta hacerse agua. 

—Me preocupo por ellos, pero dime... ¿Qué hicieron cuando mi padre me maltrataba? ¿Qué hicieron cuando me atacaron? —Dalial evitó mirar su cabello a toda costa, evitó ver las ocho colas que se agitaban, evitó apartar los ojos del dolor que había en Katana. Evitó recordar. —Nada. —respondió Katana por ella. —La única que me tendió una mano fue Lan-Sui, ¿quieres que no haga lo mismo por ella? Si hay una guerra, entonces pelearé. Si hay un caos, entonces afrontaré las consecuencias, pero no voy a tomar un puesto que no me corresponde, mientras mis emperatrices vivan nadie más va a ocupar su trono.

—Moriremos entonces. —dijo Dalial, sin presionar. Katana se encogió de hombros.

Que así sea.

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