
Capítulo 17 (Presente)
"Para mí no existe el miedo, solo el odio."
Aries
En general, los palacios humanos mantenían una esencia lúgubre que atemorizaba y atraía consigo a las sombras, apenas contenidas por la luz vacilante del fuego en las antorchas y lámparas de aceite.
Lan-Sui no consiguió sentirse cómoda en aquellos lugares, quizá esa fuera la principal razón por la que accedió a ir a la terraza del despacho de la reina, un cuarto circular, dividido en tres fracciones, conformadas por una biblioteca, una pequeña estadía de descanso al aire libre y un cuarto privado para discutir los planes más íntimos del gobierno y la realeza. Por obviedad, debieron encerrarse en el último, pero, contrario a los deseos de Armin, Lan-Sui se dejó caer en uno de los sillones acojinados que adornaban la sala de descanso.
Todavía no era tarde, y la belleza del paisaje, así como la brisa suave que corría, la reconfortaban.
Armin la siguió despacio, estudiando con recelo sus movimientos, Lan-Sui también se mantuvo atenta.
Ambas frente a frente, sentadas con nada más que una pequeña mesa de oro, que podía salir volando o queda despedazada en cualquier instante, dependía de la persona que reaccionara.
—¿Té? —Armin señaló el pequeño juego junto al fuego.
Lan-Sui se negó con un gesto de muñeca.
—Creo que lo sabes, esto no es una visita amistosa. —dijo, cruzando una pierna sobre la otra, agitando los copos y la escarcha.
Armin sonrió.
—Lo sé.
—Tengo una pregunta.
—¿Una sola? —Armin sobó su barbilla. —Que raro, pensé que tendrías más.
Fue el turno de Lan-Sui para sonreír. Una sonrisa falsa, sin ganas.
—¿Dónde están?
—¿Quiénes?
—No te hagas la tonta. —dijo Lan-Sui, ladeando su cabeza al compás del viento. —La asesina de príncipes y emperadores, la ladrona de vidas, la que secuestró a mi emperatriz. Eres tú, la tercera persona que jugó en una telaraña, con todos nosotros como peones.
—¿Preguntas o afirmas? —Armin recorrió los patrones de su asiento con una calma aburrida. —No importa y creo que tampoco lo hace mi respuesta. Ya lo sabes al final de cuentas. Así que es mi turno. ¿Por qué tardaste tanto? Si mal no recuerdo, una de las cualidades más preciadas que tienes es la deducción. ¿Qué pasó?
—Me desvié del camino. —respondió Lan-Sui con sinceridad. —Luego, encontré esto. —Chasqueó los dedos, apareciendo un velo rojo y un colgante de espiral. —Al inicio pensé en ti, en Aries. Sin embargo nada cuadraba, no hasta que llegué a una conclusión distinta a todas las anteriores.
—¿Qué eras estúpida?
—Que si Mo-Quing seguía aquí, ¿por qué tú ni podrías hacer lo mismo? Ese día lo prometí, ¿recuerdas? No importaría nada, ni nadie, ni el tiempo, ni el lugar, daría contigo y te asesinaría de vuelta por lo que le hiciste. La mataste. Yo iba a matarte a ti.
—¿Ibas? ¿Ya has perdido el interés?
—He madurado y mi poder aumentó, matarte ya no será divertido. Por eso estoy aquí. Sé que los tienes en algún lugar de este palacio. Dime, ¿dónde están?
El cabello negro de Armin se sacudió cuando ella movió la cabeza, sus risos bien definidos bajaron por sus hombros, unos más cortos quedaron bailando en el espacio que había entre su cuello y su mentón, sostenidos por broches de flores delicadas y hojas. Jugueteó con una de sus pulseras, haciendo tiempo y silencio hasta que ya no pudo más.
—Antes de que lo diga, quiero dejarte una cosa clara, no te creas tan importante, Lan-Sui. No todo aquí estuvo relacionado contigo, para empezar, aunque sigo gustando de ti, lo que Miko no fue un arrebato de celos.
—Lo sé. —soltó Lan-Sui, atrayendo una sorpresa inesperada. —¿Crees de verdad que mi intuición es tan mala? Sé que no fueron celos, fue el blanco para que me desviara, aprovechaste su ausencia y el gran amor que le tenía para que no me fijara en lo demás. Jugaste bien, jugaste con mi corazón. A eso me refiero al comentar que me desvié del camino. Tu intención real era más profunda, querías una división entre clanes, una guerra entre los hijos de la luna y los de la nieve.
—¿No quieres saber el motivo?
Lan-Sui se puso de pie, acercándose a ella con un paso seguro.
—Ya sé el motivo, por eso accedí a venir. Quería darte una oportunidad. Siento mucho lo que pasó, pero no puedo perdonarte por ello.
Se quedaron un largo rato sin decir nada, Aries desvió la mirada, apuntando a los paisajes verdes, con flores coloridas y casas; desde el lugar, en la cima superior del montículo de roca, se apreciaba una vista total de la ciudad roja, dónde las construcciones de piedra y metal, ondeaban estandartes con el sello real, los niños corrían sin miedo, las mujeres y los hombres paseaban en el mercado, comprando o vendiendo, otros más volvían de un día de trabajo en el campo.
Los ruidos cotidianos llegaban amortiguados, lejanos a pesar de que la distancia no era demasiada.
Armin se perdió en ellos, en los chismes y los gritos, en las calles y sus casas. Se perdió en el reino que le siguió hasta ahora, inhalando despacio el aroma a mortalidad que desprendía el aire al viajar por esos páramos.
Sacó despacio la hoja del cuchillo y atacó.
Y se rompió, de pie, delante de Lan-Sui, desde la punta de su arma hasta la mitad de su brazo.
El hueso no emitió sonido al quebrarse, sin embargo, la sangre gorgoteó al abrirse paso a través de las astillas del hueso.
—Te odio. —Armin retrocedió, soltando el mango de su cuchillo. Retrocedió hasta que su espalda chocó contra la pared, después se deslizó hacía abajo. —¡Te odio! —agarró su extremidad herida con furia, negándose a llorar por el dolor, negándose a sentir dolor. —¡Te odio, Lan-Sui!
Lan-Sui agitó su mano, reparando el hueso y la piel, al tiempo que atrapaba el tobillo de Armin en una cadena fría, hecha de hielo y poder.
—Espera aquí, la corte estelar no tardará en venir. Ellos también lo saben, serás juzgada como corresponde. No voy a matarte.
—Entonces lárgate. —Armin la fulminó, la mató con las espadas afiladas que suplantaron a sus ojos, atravesándola sin piedad. —Deja de jugar conmigo, sé que sabes bien dónde están.
—Te equivocas. Este territorio todavía se vincula a ti, puedes ocultar su aura así como exponerla, mientras no me dejes acceder, no sabré en dónde se encuentran.
—Pues diviértete buscándolos. —le espetó, a lo que Lan-Sui respondió con una mueca de cansancio.
***
Quiso hacerlo por las buenas, era la solución más fácil en términos prácticos, aunque la más complicada si se trataba de convencer a Armin. La opción que quedaba violaba gravemente uno de los términos firmados por los clanes para evitar problemas, era difícil y requería de una enorme cantidad de poder y concentración.
Lan-Sui no quería usarlo.
No hasta que vio que la terquedad es el peor de los pecados.
Al abandonar la terraza y el despacho, se aseguró de crear barreras sólidas conectadas a la magia natural del lugar, así, sí ella caía y Armin conseguía escaparse, liberándose de las cadenas, no llegaría más allá del umbral de su puerta.
Una vez concluyó su primera tarea, optó por recargarse en una pared, con los ojos cerrados y la mente en blanco. Atravesó la protección mental de Armin y doblegó a su mente, una lucha intensa de poder y convicción, que ganó en cuestión de minutos; sudaba ya para entonces.
Con el control del territorio, el mundo a su alrededor se sintió diferente, como si sus nervios y toda su piel se hubieran estirado, cubriendo los bosques y las praderas, las montañas y los campos de sembrado, su sangre era el agua que fluía de los ríos, que se encontraba en los lagos, las cascadas y las posas, ella era el lugar y el lugar era ella.
Cada persona, cada alma, vida, las sentía.
Así los sintió a ellos.
Así los encontró.
Regresó el control del territorio a su reina y corrió, ignorando el protocolo y a los guardias caídos en el paso. Corrió sin detenerse, bajando escaleras y pasillos oscuros, alcanzando el fondo, el final, dónde unas puertas con activación de sangre le daban la bienvenida, burlándose de primera mano, antes de que Lan-Sui descargara un golpe y tronaran.
Se levantó polvo, un sonido sordo retumbó por el palacio, por fuera, los cuervos volaron y un temblor sacudió la tierra. Barrió el caos con un ademán, dejando al descubierto un amplio salón vacío, con altas paredes y techos, pulidos en sangre.
—Lan-Sui... —la llamó una voz que se perdió hacía años, extraviada en la luna y sus secretos.
Lan-Sui atendió, girándose para observar a las dos figuras que luchaban entre la realidad y la efímera ensoñación onírica. Corrió a él, arrodillándose apenas estuvo a unos cuantos pasos de distancia. Le temblaban las manos, y las piernas, y el labio, y toda ella temblaba de repente.
—Papá. —dijo aliviada, volviendo a ser la niña pequeña que se perdía en un día de reunión, la niña que encontraba serpientes de nieve, la niña que lloraba, que sentía, que extrañaba. Apretó la caída de su hanfu, enterrando sus uñas en la tela y la piel debajo de esta. —Papá. —gimoteó. —Te extrañé, te extrañé tanto. —intentó tocarlo pero sus manos no dieron con nada, atravesando por completo la figura difusa. —Papá, te encontré.
—Lan-Sui, hija. —Wan-Lian materializó con toda su energía una de sus manos, para poder tocarla, acariciarla, dándole una esperanza y un ancla, a la cual, Lan-Sui se aferró con fuerza.
—Papá.
—Mi princesa, mi niña. También te he extrañado mucho hija.
Desconociendo la fortaleza que tanto tiempo llevó en alto, el corazón de Lan-Sui se destruyó en pedazos y las lágrimas comenzaron a salir. Una a una, hasta que al final, todas ellas la liberaron de un extraño peso, que, no sabía, cargó tanto tiempo en soledad.
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