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Capítulo 16 (Presente)


"Cazar no es solo matar a la presa, es también, saber elegirla."

Mo-Quing

Los claros en los bosques humanos se sentían diferentes a aquellos conservados por años gracias a la magia inmortal. Dentro del círculo de descanso que Miko eligió para detenerse y comer, la luz llegaba de arriba a medias, las copas mullidas, de colores anaranjados y amarillos, evitaban la entrada total de los rayos solares durante el día y evitaban por completo que la luz lunar se filtrara. Cerca de ahí, en el arrollo dónde los caballos aprovecharon para beber y ellas para limpiarse las asperezas del viaje, el flujo del agua era tranquilo, tanto que el sonido casi se perdía en medio del cantar de las aves y los ruiditos propios de la naturaleza. 

—Debería haber una casa cerca de aquí. —Miko señaló un camino escondido y olvidado, cerca del río, cubierto por la maleza y el tiempo. —Síguelo y hallarás una pradera. 

Lan-Sui se levantó del suelo, observando con ojos entrecerrados la ruta que se cortaba con una vuelta entre dos pinos altos que bloqueaban la vista de lo que había más allá.

—¿Tu hogar? Antes, nunca hablaste de ello. No pregunté tampoco porque creí que te molestaba.

—No me molesta, pero no es algo de lo que quiera hablar. 

—¿Puedo preguntar?

—Ya lo has hecho. —Miko se deslizó a su lado, sentándose sobre la túnica extendida que estaba sucia por la caía de Lan-Sui cuando su caballo se dobló una pata y la derribó. No era la primera vez que Miko la veía de ese modo, pero, a la vez, parecía serlo; Lan-Sui no solía peinar su cabello, sin embargo, luego de que entraran al clan de acero, lo había atado con una cinta azul en una coleta alta, dejando que sus mechones se deslizaran por la piel expuesta en sus hombros, que quedaba visible debido al nuevo corte de la camisa sin mangas que usó al salir de su clan, debajo de la túnica, ahora sucia. 

No había mangas.

No había broches.

La piel blanquecina quedaba expuesta desde sus hombros hasta la parte media de sus antebrazos, dónde las vendas de seda seguían envueltas, recorriendo con fineza el contorno delgado de sus extremidades. Era simple, una prenda sin mangas y un pantalón liviano, ajustado de la mitad del muslo para abajo por un par de botas, que, a pesar de haber pasado por el sin fin de incidentes, permanecían limpias, a tal nivel que Miko podía usarlas de espejo.

—¿Te gustaría volver algún día? —preguntó Lan-Sui, concentrada en el camino del mismo modo que Miko en ella.

Miko parpadeó, no era lo que esperaba y a la vez sí.

Sus ojos se desplazaron de vuelta al camino, a lo familiar que quedaba en ese paso, en las plantas que seguían creciendo en el mismo lugar a pesar del paso del tiempo, en la claridad del agua, suspiró y viajó más lejos, transportándose a la casa, a la granja dónde animales y humanos convivieron en armonía.

Volvió a ser la niña que gozaba, que jugaba, que no llevaba tatuajes ni dos vidas sobre sus hombros. 

Se sacudió al sentir el viento que corría en la pradera llegar hasta ella, como si todavía estuviera ahí. La voz de su padre vino de sus memorias, avisándole que la comida estaba lista, la expresión de su madre se apareció enseguida, con sus ojos perdidos en el paisaje de la ventana y su expresión complicada, necia.

Miko sonrió, eran iguales.

Lan-Sui esperó mucho por una respuesta, pero no hubo problema en ello. Estaba acostumbrada a ser paciente si se lo proponía. Si se trataba de Miko.

—No. —dijo Miko finalmente, apagando aquellos momentos felices. —No, no me gustaría volver. 

—¿Por qué?

—Porque ya no es mi hogar, nunca lo fue. Esa casa es el lugar donde me crie, nada más. —tomó la mano de Lan-Sui, segura, más segura que nunca. —Mi hogar está aquí, contigo. Ahora puedo entenderlo.

Lan-Sui abrazó esa unión, llevándosela a los labios con una ternura que dolía.

—¿Ahora me amas? —preguntó Lan-Sui a propósito.

—Siempre, desde que tu espada se encontró con la mía y tus ojos reflejaron aquello que se esconde en tu interior.

—¿Mis órganos?

—Tu corazón.

—Es un órgano.

—¡Es una metáfora! 

—Lo sé. —Lan-Sui ladeó la cabeza. —Lo sé muy bien. 


***


Conforme se acercaron a la capital del territorio, las vestimentas veraniegas de Lan-Sui, comenzaron a volver a su anticuada normalidad. La camisa sin mangas regresó al hanfu largo y cerrado y la túnica, sucia por días, fue limpiada o sustituida por una inmaculada, perfecta.

Miko estaba confundida.

Miko estaba impactada.

¿Y todo ese teatro?

La noche antes de arribar en el castillo, Lan-Sui se había ido a dormir con un vestuario distinto al que llevaba ahora, parecía despreocupada, feliz, nada que ver con la actitud sombría que presentó al detener su montura en las puertas del palacio de roca, de frente a una reina ataviada con sus mejores sedas. 

—Emperatriz. —le saludó Aries. 

Miko iba a responderle cuando Lan-Sui se adelantó, entendiendo entonces que aquel saludo no iba para ella.

—Majestad. —Lan-Sui desmontó, caminando hacia Miko antes de presentar sus respetos a su anfitriona. Miko se quedó estática, obedeciendo por pura inercia, Lan-Sui tomó las riendas de su caballo y la ayudó a bajar. —Gracias por aceptar nuestra visita.

Aries agitó la mano, centrándose por momentos en Miko, a quien no dejaba de analizar con cierto recelo, acompañado de una suspicacia que le ponía los pelos de punta. Debía reconocerlo, Aries desprendía una poderosa aura llena amenaza, como  si fuera una serpiente que baila entre sedas verdes oscuras, sin morderte, pero, mostrando los colmillos para recordarte que puede hacerlo en cualquier momento. 

Le recordó a Prax, a excepción de que su reina fallecida jamás hubiera usado un vestido como el que Aries exhibía, holgado, sin cinturones que se ciñeran en su torso, o lazos para definir el contorno delicado de su cuerpo.

Era simple. 

Su vestido era uno que Miko fácilmente podría quedarse, solo porque iría a juego con las prendas que ocupaba en las celebraciones.

—Gracias por venir. Hace mucho que no tenemos su encantadora compañía en nuestros salones. —Aries extendió una mano al terminar, si esperaba que Lan-Sui la besara, quedó decepcionada cuando simplemente la estrechó, un movimiento rápido y brusco que podía llegar a ser grosero. Miko jaló las mangas del hanfu de su compañera, reprendiéndola en silencio. —Por favor pasen, hemos dispuesto sus habitaciones en el ala real, estoy segura de que serán de su agrado. —agregó Aries, caminando al interior de su palacio. 

La construcción, hecha de piedras y cantera, tenía siglos de historia, o eso es lo que Miko recordaba haber aprendido en sus estudios. Fue creado después que los palacios imperiales de los inmortales, pero, la diferencia no era mucha, hablando en términos inmortales claramente, unos tres mil o cuatro mil años a lo mucho. 

El interior se sentía fresco, se sentía lleno; tapices y estandartes colgaban del techo al piso, una alfombra roja y larga tapizaba el camino, ahí a dónde fueran se topaban con decoraciones ostentosas de oro y plata, juegos elaborados de armamento, colgaban en las paredes oscuras. Gran parte de la iluminación provenía de antorchas o cristales exportados del recinto sagrado de la nieve, aunque, había también grandes aberturas y solares, que daban paso a la luz solar y lunar, creando un pacífico contraste con las sombras oscuras que habitaban en la piedra.

Cada paso que daban se escuchaba fuerte, como la caminata de un gigante, como el eco de un trueno que partió el cielo y el mundo. 

—¿El viaje fue agradable? —preguntó Aries de repente, retrasando su caminar para ir al lado de la pareja. 

—Lo fue. —dijo Miko, ante la ausencia de palabras e interés por parte de Lan-Sui, cuyos ojos no se alejaban del paisaje; pupilas dilatadas, brillo menguante que iba en crecimiento, estaba buscando algo, algo más interesante que una bienvenida y una conversación de los días pasados. —El clan de su gracia es maravilloso, en esta época en especial, los campos tienen un clima perfecto para disfrutar de la naturaleza sin contratiempos.

—Su majestad sabe apreciar lo bueno de nuestros bosques. —Aries sintió despacio, a Miko le pareció más un gesto comprometido que uno sincero. —Aunque, debo de admitir que no esperaba un viaje tan repentino luego de su regreso, creí que la emperatriz la mantendría para siempre dentro de los inquebrantables muros de la ciudad Blanca. —conforme hablaba, sus ojos, de un peculiar carmín oscuro, se posaron en el perfil de Lan-Sui, quien seguía enfocada en su propio mundo.

Miko deslizó su mano entre la de su compañera y le pellizcó, obteniendo una mueca y la atención inmediata que se escondió a propósito en las paredes.

—Soy su esposa, no una carcelera. —respondió Lan-Sui, cortante, hasta que un nuevo pellizco la hizo reaccionar a su tono, cerró los ojos y volvió la mirada al frente. Tenía que controlarse. —Y la ciudad Blanca es su hogar, no una prisión. Mi emperatriz es libre de ir y venir si así lo desea, jamás me atrevería a ir en contra de sus deseos.

—Por supuesto. —Aries sonrió. —Es el corazón que tanto has protegido, sería terrible que la obligaras a destruirse, encerrándola para siempre. 

Lan-Sui estudió de reojo a la reina que las guiaba, escudriñando algo en ella que Miko no llegó a comprender, tal vez lo haría, si en lugar de haber cedido al hambre, hubiera aguantado hasta el final de la reunión que Lan-Sui tuvo con Katana. Entonces entendería muchas cosas, iniciando por la nueva hostilidad que Lan-Sui llevaba en alto, cuando en sus recuerdos tenía la imagen de esa misma Lan-Sui, disfrutando de la compañía placentera de su amiga. 

Rogaba porque Lan-Sui no metiera la pata. Podía tener un mal temperamento si se lo proponía, y, claramente, en ese momento parecía dispuesta a empezar una batalla por ver qué pasaba primero, si la explosión masiva de su ira o que la botaran del palacio por insolente.

Miko suspiró.

—¿Se encuentra bien? —inquirió su anfitriona.

—Cansada. —llevó una mano a su frente y notó que su piel comenzaba a arder, Lan-Sui debió ser testigo de su sorpresa, porque no tardó en imitar su acción, disolviendo su mal humor por uno dilatado en preocupación. Miko sacudió la cabeza, alejándola a ella y a sus malos pensamientos. Seguro era eso, estaba pensando demasiado. En sus días como Miko, y también cuando fue solo Mo-Quing, pensar mucho la fatigaba, sin embargo, nunca había llegado al punto de que su cuerpo quedara débil, jamás experimento una flaqueza en cada extremidad y un nudo apretado que se cerraba más y más, ahogándola, cuando existía mucho aire que inhalar. Hizo un esfuerzo por no ceder, obligó a sus piernas a quedarse en su lugar y a sus labios a sonreír. —Estoy bien. —aseguró.

Pero Lan-Sui no cayó en su mentira.

—¿Bien? ¡Estás ardiendo! —le reprochó, volviendo a tocar su rostro, confirmando así su punto.

El frío que desprendía ayudó a Miko, se sintió bien tenerla tan cerca.

Se sintió bien tenerla.

Miko volvió a sonreír, luego cayó, y, aunque esperaba chocar contra la dureza del suelo alfombrado, quedó suspendida, atrapada en una efímera fantasía, entre la escarcha que abre paso a la primavera y el embuste violento del invierno.

—¡Un médico! —Aries se dirigió a su guardia. —¡Traigan a un médico ahora!

—No. —Lan-Sui cargó el cuerpo de Miko, determinada a no liberarla por muchos intentos que esta hiciera. —La atenderé yo misma.

—¡Pero, majestad...! —exclamaron los guardias, entre horrorizados e incrédulos. 

Lan-Sui los ignoró, toda su atención estaba en el cuerpo que ardía entre sus brazos y la persona de pie frente a ella.

 —Necesito una cama, ahora.

Aries mordió su labio, arrugando la seda de su vestimenta con las manos y su severo agarre. Asintió al final, más resignada que dispuesta.

—Vengan conmigo. —dijo, apresurando el paso.


***


Los movimientos ejecutados por Lan-Sui, eran certeros, precisos, no titubeaba al tomar materiales y herramientas de la caja que ordenó bajar de su montura; botellas con etiquetado extraño, hecho en el cristal o escrito a mano con una letra afilada sobre un pedazo gastado de pergamino, llenaban el contenedor de madera. La mezcla de productos y sustancias se volvía interesante, en especial cuando, al unirse, dejaban salir copitos de nieve o escarcha en explosiones, que luego desaparecían, como los dientes de león en un campo abierto.

El interior del cuarto olía a esencias naturales, dos barras de incienso se quemaban mientras  el resto del proceso se llevaba a cabo con una velocidad que no dejaba a nadie parpadear.

El médico de la corte quiso ayudar, Lan-Sui dijo no.

Lo intentó su asistente, la respuesta fue la misma.

Aries quiso ayudar, Lan-Sui se negó igual.

Así tuviera solo dos manos y un sin fin de cosas por hacer, Lan-Sui negó toda ayuda brindada, encargándose de todo, sola.

—¿De verdad no debemos intervenir? —el médico puso ojos de terror al observar a Lan-Sui mezclar veneno con más veneno. —Parece que quiere matar a la emperatriz en lugar de curarla. Si le da eso morirá.

Aries alzó una ceja, con el mentón señaló la cama y a Lan-Sui.

—Ve y díselo entonces.

—No podría.

—Entonces mantén la boca cerrada. 

—Pero, la emperatriz...

—Estará bien. —dijo Lan-Sui, agitando sus orejas como si un abejorro hubiera pasado zumbando. Dejó de remover la infusión en sus manos y la colocó en su regazo, abandonó la cuchara sobre un pañuelo blanco que se manchó de verde con los residuos de aquel líquido, alzó una de sus manos y usó la otra para crear un pedazo irregular de hielo, con el que abrió la piel de su palma. La sangre manó a chorros, mezclándose con el verde, transformando el color lechoso en uno todavía peor. 

Fue breve, la herida se cerró en cuestión de segundos y Lan-Sui se deshizo del hielo. 

—No voy a beberlo. —dijo Miko, ladeando la cabeza. —Se ve horrible.

Lan-Sui la recorrió entrecerrando los ojos, sin molestarse, se levantó de la cama y abrió un nuevo compartimiento de la caja, recorriendo con la yema de un dedo las puntas afiladas, se detuvo en uno, lo extrajo, leyó con detenimiento las anotaciones en pequeño y asintió satisfecha.

No tuvo cuidado al quitar la tapa con la boca, creando un corte poco profundo en su labio por subestimar el filo puntiagudo de la punta diamante, lazó la tapa a la cama y vertió el contenido en su infusión, consiguiendo una tonalidad transparente, junto a un aroma comestible.

Le tendió el tazón a Miko.

—Huele bien y no se ve su color. Ahora, bébelo.

Rezongando, Miko aceptó y comenzó a beberlo. Permanecía con los ojos cerrados, temiendo que todo fuera una ilusión y, al reaccionar, el color resultara tan desagradable que devolviera todo.

—¿Es suficiente? —preguntó, bajando el tazón para que Lan-Sui pudiera examinarlo.

—No, acábatelo todo.

De nuevo, apretó los párpados y llevó la porcelana a sus labios. Sintió las caricias de Lan-Sui en su cabello cuando hubo terminado, agradeció internamente, un poco más y de verdad, lo devolvería todo.

—Me siento mejor. —dijo Miko, alzando sus manos y realizando ejercicios, como si, todo lo anterior solo fuera un mal teatro. —¿Qué era esa cosa?

Lan-Sui comenzó a guardar todos los materiales, entregándole a los ayudantes el instrumental usado para que fuera limpiado o, en su defecto, desechado.

—Se llama "promesa del rey", es el mismo remedio que Mei te estuvo suministrando en el palacio, ayuda a que el veneno en tu cuerpo deje de afectarte; es un método poco común, se usan venenos en su preparación, como pudiste ver. Funciona mezclando un veneno puro con uno acabado de hacer, luego, se le añade sangre que supere el poder que ya se introdujo en tu cuerpo. Es para combatir un veneno con otro.

—¿Tengo veneno en mi cuerpo? 

—Tenías. —Lan-Sui atrapó su muñeca, sintiendo el pulso fluir con normalidad. —La cantidad que queda es mínima, con esta última ración desaparecerá por completo. —se sentó a su lado, acariciando la mano de su prometida, que luego llevó a sus labios. —Duerme un poco, todavía necesitas descansar. 

Habló usando una onda suave de poder, que llegó a Miko como un orden delicada que obedeció, influenciada por el descontrol interno de su energía y magia. Lan-Sui sonrió, bajó la mano de su esposa y la cubrió hasta el pecho, se detuvo en su rostro, le besó una mejilla, luego la otra, luego... Se separó.

A su alrededor, el resto del personal dormía también, apoyados los unos contra los otros, en la pared o el suelo, o de pie.

—Has esperado mucho tiempo por mí. —Lan-Sui acomodó su hanfu, alisando arrugas inexistentes. —Todo este tiempo siempre quisiste hablar, así que hablemos. —miró a Aries, cuya expresión era calma, con los párpados abajo aunque en realidad no dormía, solo fingía hacerlo. No se movió con las palabras de Lan-Sui, obligándola a acercarse y verla de frente, de cerca. —Reina Aries. ¿O debería decir, Princesa Armin?

La sonrisa la delató. Armin dejó de contenerse, estalló en carcajadas y abrió los ojos. Morado y rojo se enfrentaron, retándose, odiándose.

—Debo admitir que estoy decepcionada, tardaste mucho tiempo en darte cuenta. —La chica se irguió. —Hola de nuevo, Lan-Sui.

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